Nadie... Nunca... Nada... Soy una
bomba.
Mentira.
Algunos... A veces... Un poco...
Soy una bomba.
Mentira.
Todos... Siempre... Mucho... Soy
una bomba.
Cuando me
despierto con sueños raros que no recuerdo me pesa la nuca. Entonces, me
levanto, me cambio y saco a pasear al perro antes de que se despierten los
demás. No trato de explicar lo que no se puede porque las palabras encierran y
engañan y al final una termina desconfiando hasta de lo que piensa. No es vida.
Yo sé lo que quiero. Lo demás es otro tema. Por ejemplo, ¿quiero coger? sí
quiero; ¿tengo ganas? depende de la hora, ¿tengo que deshuesar pollo al
respecto? no, no tengo. Si me agarra cuando tengo ganas, perfecto; si no, igual
lo dejo, me hago la muertita y que practique la necrofilia en paz. Total después
me lavo. El agua tibia reconforta. Me lavo...
me lavo me lavo
me lavo me lavo me lavo me lavo me lavo me lavo me lavo me lavo
melavo melavo
melavo melavo melavo melavo melavo melavo melavo melavo
melavomelavo
melavomelavo melavomelavo melavomelavo melavomelavo
me refriego
hasta más no poder
porque si no me
lavo me parto
porque si no me
lavo grito.
Pero no puedo
porque me van a preguntar qué me pasa y qué voy a contestar; nada, si no me
pasa nada.
Hay días que me
encantaría quedarme a vivir en el baño. Y mirarme y mirarme y mirarme otra vez
y meterme en el espejo si es posible, como Alicia, y encontrarme con un conejo
y no salir más.
Ella grita igual.
No le importa nada. Por lo menos grita en silencio.
Sí, me grita la argolla
y no sé qué decirle.
Ya la lavé, pero
sigue gritando. Me da miedo a veces. Porque es un grito que se va como para
arriba, se queda revolviéndome las tripas, me retumba, me abomba un poco y se
me instala como encerrado entre los pulmones.
Y bueno, cada
cual resuelve sus percepciones como puede.
Un día de estos exploto.
O no.
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