Yo no me deprimo nunca, ni siquiera los domingos. Me aburro nada más...
los domingos, y los lunes, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes y
los sábados. Pero deprimirme jamás, nunca tuve que ir al psicólogo. ¿Para qué?
¿Qué me va a solucionar? ¿Voy a ir y de golpe me voy a empezar a cagar de risa?
No, ¿entonces? Si tengo de todo; pero una de dos, nada alcanza o todo sobra;
igual el todo y la nada son más o menos lo mismo, en algún punto se tocan,
quizás en muchos, quizás en demasiados... El que sí sabía divertirse era mi ex. Todos los sábados se
juntaba con los amigos, hacían un asado y terminaban cantando Rasguña las
piedras… Ojo, yo también fui bohemia; tomé café en La Paz, leí a Benedetti,
tuve un gato que llamé Fidel y si me apurás hasta te confieso que me puse a
buscar el puto unicornio azul y todo… treinta y cinco años atrás, claro… Yo me
preguntaba, este señor que se casó conmigo, que habita en mi domicilio desde
hace tanto tiempo, ¿todavía no se dio cuenta dónde va la gente cuando llueve el
pelotudo? La verdad es que perder la razón debe de ser terrible pero a veces
volverla a encontrar es muchísimo peor… Ahogo. Asfixia. Apuro. Como que se me
termina. Y al no creer en Dios ni en la felicidad, no tengo un puto pasamanos
de dónde agarrarme. No paro de buscar algo con qué entretenerme; corro pero no
llego nunca, no me alcanzo; entonces me mimetizo. Por ahí, si cedo, resisto. Porque
en definitiva la vida es complicada, pero si no cogés es peor. Mi papá siempre
me lo decía, lo de coger no, por supuesto, ya a esta altura todos sabemos que
los padres no cogen, para eso son padres, para no coger. Lo que él decía era
“aprovechar el tiempo no es hacer muchas cosas, es no perderlo en las que no
son importantes”. Nunca nos pusimos de acuerdo en cuáles eran y en cuáles no.
Como con el fanático de Vox Dei al que finalmente y por suerte le pude cantar
todo concluye al fin, que después de treinta años me dijo que nunca le había
permitido conocerme, encima me echaba la culpa a mí el caradura, imperdonable, pero
esa es historia para otro día. A veces me duelen tanto las manos, tengo una
sensación de insatisfacción permanente que de a ratos se convierte en una
especie de euforia plenamente satisfecha, una vencedora vencida más. La cabeza
tarda en acostumbrarse, ni yo me entiendo la verdad; igual mucho no me importa,
me quedo en casa, abro la puerta… para ir a jugar nunca más en la puta vida
pero… la dejo abierta… por ahí… algún día… quién te dice..
martes, 26 de noviembre de 2013
Minas, demasiado minas 1: Graciela.
Publicado por
Adriana Menendez
en
14:55
Etiquetas:
minas demasiado minas
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