viernes, 29 de marzo de 2024

LA EMILIA

1. Su atención, por favor. 

Podría escribir no los versos más tristes esta noche pero sí muchas cosas. Podría también repetir mantras, soñar con hacer realidad mis sueños, pensar que puedo alimentar mi espíritu observando la luna, volverme inocente y creer cuando me dicen que es la primera vez que les pasa, convertirme al judaísmo y hacerme devota de San Expedito al mismo tiempo, inscribirme en un curso de fitoterapia, en otro de hiperventilación asistida y en un tercero de tai chi chuan, hacerme groupie de Brian Chambouleyron el juglar del tango, barajar la posibilidad de empezar a practicar budismo mahayana para florecer desde el pantano como la flor de loto, o consolarme con que tengo un flor de orto. Pero no. Sólo voy a decir que: Yo, la Emilia, con la autoridad que me da el haber visto muchas cosas en la vida declaro que:

Al igual que la gran mayoría de las incomprendidas mujeres que habitan este mundo, a la mañana no hablo. 

Es más, odio que me dirijan la palabra. 

Es mentira que me levante de mal humor.

Me pongo de mal humor fácilmente, que no es lo mismo.

Mejor dicho, me ponen de mal humor fácilmente, que no es lo mismo.

No tengo la culpa ni soy responsable de que los masculinos que se hayan levantado a mi lado tengan un compañero que los despierta con felicidad. Yo, a Dios gracias diría mi abuela, no lo tengo.

Por lo tanto, a esos futuros compañeros que todavía no conocí les digo:

No me pregunten, ¿qué te pasa? A la mañana es imposible que me pase nada, pues el noventa y nueve por ciento de mi cuerpo sigue dormido.

Ni se les ocurra entrar en mi cocina con una frase del tipo, ¿qué onda?, es una actitud decididamente suicida.

No insistan, siempre duermo bien.

No suelo tener pesadillas.

Lo único que quiero es que se callen y, en lo posible, que apaguen la radio.

Sólo tomo mate, no como medialunas, no se ofrezcan a ir a comprar.

Cada vez que, no obstante haber dicho que no quiero, me preguntan si las deseo de grasa o de manteca, se apodera de mí un deseo prácticamente irrefrenable de cortarles las bolas que Dios les dio con una galletita de salvado.

El que avisa, no engaña. Y, de paso, agrego:

1. La felicidad ja ja ja ja no existe.

2. El amor a primera vista no existe.

3. El amor eterno no existe.

4. El amor, ¿existe?

5. El ser humano es un mal bicho. 

6. Dicen que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, ergo, Dios, si existe, es un mal bicho.

7. El pueblo siempre que puede se equivoca.

8. Todo, siempre, puede ser peor.

Quien quiera adherir, que adhiera.

Quien quiera oír, que oiga.

Quien quiera entender, que entienda.

Quien quiera irse a la mierda, que se vaya.

Amén.

2. Mon Amour… Sur, paredón y después… Hiroshima. 

Mi locólogo, tipo jodón si los hay, me pregunta qué pienso yo que es el amor. A mí me dan un poquito de ganas de saltar por sobre el escritorio, despeinarlo y darle una clase práctica ahí nomás, pero la neurona civilizada que todavía conservo me reprime. Le contesto que no sé qué mierda es el amor, que si supiera no iría a terapia. El degenerado sonríe, como siempre, adolece de sonrisa agotadora el hijo de puta. Un día de estos le rompo el risorio de Santorini de una piña. Entonces, me rindo y divago. “A ver, Iturralde, el amor es un concepto y, como todo concepto, es amplio, subjetivo y abstracto. Lo concreto es que cuando aparece te tiembla la estantería; entonces, para que no se te caiga a la mierda, empezás a hacer boludeces; porque se dan varios escenarios, ¿entendés? Puede que A apoye su estantería en B y así vayan por la vida tratando de encontrar un equilibrio y de no irse juntos a la mierda; puede que A invite a B a subirse a su estantería, B acepte, deje y abandone lo que construyó y después te regalo la factura que se te viene la de gas un poroto; puede que B se suba sin que lo inviten, que invada la estantería de A y se guarde en la baulera la suya hasta que se canse o la estantería de A no le sirva más y se vaya total tiene la propia casi sin estrenar; puede que A y B mezclen sus estanterías y queden todos los estantes torcidos para siempre; puede que A y B rompan sus estanterías y decidan construir una juntos, todo por el bien de la pareja en general y por el mal del individuo en particular; qué sé yo, en cualquier caso todo es un quilombo.” Hago un silencio y me esfuerzo para que sea uno interesante. “¿Y si para la próxima dejamos de lado las disquisiciones sobre decoración de interiores y tratamos de descubrir por qué se vuelve a romper su relación con Federico, Emilia?” Otro pelotudo que se cree inteligente porque sabe agredir y van… Total que me dejó dando vueltas carnero en el aire, como siempre. 

3.  El tiempo y la eternidad, de aquí a ella o al más allá. 

Últimamente se me dio por anotarme en distintos cursos. Vaya una a saber por qué. Linda frase esa, por lo general cuando la usamos las posibilidades de que sepamos por qué y no lo queramos decir son altísimas. Cambiando de tema o, mejor dicho, volviendo al tema. Volviendo, siempre estoy volviendo, parezco Pichuco. Cómo se me va la cabeza todo el tiempo, no puedo parar de pensar en varias y distintas cosas a la vez y entonces las mezclo todas y sale cualquier cosa. Y lo peor es que no me drogo, porque si no tendría por lo menos una excusa. Stop. Ahora curso de filosofía, carajo mierda, no es tan difícil. Concentrate y tomá apuntes. Agarro la lapicera y empiezo a escribir, frenéticamente.

Vuelvo a casa y me pongo a releer los apuntes, como para refrescar:

*el tiempo no es objetivo, es una condición del individuo humano, y del animal empírico y por qué no fenoménico… Arranco boludeando, empezamos mal

*es concebible un tiempo en el que no pase nada pero no una nada en la que no pase un tiempo… la chica de adelante tiene una botas simil cebra o vaca, horribles, recordar no comprar nunca nada igual… Dios mío, cómo me disperso, cómo me disperso

*somos finitos; pero por favor, finito serás vos y tu pito, porque yo llega el verano y me siento que vengo haciendo muuuu sin parar desde la quebrada de Humahuaca… Cuando me caliento me pierdo la mitad de lo que dijeron

*San Agustín, el Corán… Ajá, ¿y? qué poder de síntesis que tengo la puta madre que me parió

*un bálsamo, una ilusión… ¿El tipo habrá dicho esto o yo me puse a pensar en un tango?

*¿Chou fan? ¿Kung fú?...  Evidentemente no entendí lo que decía

*López García dedicó su vida al estudio de Parménides; uy, ¿no me lo querés presentar para irme de joda el sábado a la noche?... Ya le había perdido el respeto a los presocráticos y eso que todavía era temprano

*el eskatón, la eskaje y el aión… Para mí que el café que me dieron venía con ácido

*ya me parecía que tenía que aparecer el compañerito comentarista y acotador, qué carajo querés preguntar, hace media hora que estás hablando y todavía no dijiste una mierda, el tipo no sabe qué decirle, un papelón… No es que me quiera justificar, pero ese tipo de alumno es muy molesto; igual no es buen síntoma que en la clase yo empiece a escribir sólo lo que se me pasa por la cabeza y no lo que dice el profesor

*Guenón Guenoooooón qué grande sos…  Me acuerdo que lo nombró mucho

*ah bueeeeeeeeno ¿el tullido karmático de San Agustín?... Entendí todo para el carajo, me quiero matar

*¿Vínculo neofilosófico? ¿Qué me perdí? Nadie te entiende, la puta madre, ¡no me  hablés más en griego que te tiró de las patas y dejá el misterio up supra en paz! Uy me fui a la mierda otra vez; concentrate, Emilita, concentrate… Listo, hemos llegado al famoso punto de no retorno

*pero cómo me voy a concentrar si este hijo de puta sigue jodiendo con el samsara y la puta concha que me parió a mí y a todos los griegos hijos de una gran siete, la Sara es la que se murió el año pasado Dios la tenga en la gloria y no la cuide ni la suelte… encima la de acá al lado tiene una letra de mierda y no puedo copiarme… ¿Por qué me habré acordado de la abuela de un novio que tuve en el secundario?

*se metió con el Apocalipsis y ahora sí nos fuimos a la mierda del todo me cago en la hostia de San Agustín y en su tiempo y en los persas también que eran unos pelotudos cíclicos y en la anástasis o en la anestesia del cuerpo y del alma, y en el teósofo que vivía en la esquina y al que Guenón cagó a palos, Kandinski se metió y también cobró por anticristiano, qué te metés boludo le dijo el griego primo del persa reencarnado en el oriente literario de la castilla de Isabel, la esposa del Dante… Panzeri, no me traigás más gente desconocida a la mesa te lo pido por favor, no sé para qué carajo me anoto en estos cursos, pretenciosa intelectual…

Evidentemente, no voy a poder sacar nada en limpio de lo que escuché. Y bue, otra vez será.

Abandoné el curso, obvio.

4. Friends will be friends… 

Mi amiga Verónica dice que está preocupada por mí. Dice que estoy nerviosa. Dice que me quiere ayudar. Dicen que soy aburrido, dijo un boludo. Me pidió que vayamos a ver a una mujer que ella conoce. Que dice que tira las cartas, que dice que es buenísima. Dice muchas cosas mi amiga Verónica últimamente, sobre todo pelotudeces. Mi nivel de tolerancia a la pelotudez se ha visto sensiblemente disminuido en los últimos años, es verdad. Debe de ser la tan mentada tolerancia cero que le dicen. En realidad, se me está haciendo un agujero en el filtro y cuando se te agujerea el filtro no hay zurcido que valga. Pero una bruja era un límite que no pensaba cruzar. A la final, como decía mi abuela, la esposa del asturiano, fui. Para darle el gusto a Vero, para que no me rompa más las pelotas, porque a lo mejor quién te dice y porque que las hay las hay, decía la vecina de mi abuela, la Chola. Y porque yo cuando quiero joder no me privo de nada. 

La adivina vivía a cincuenta cuadras a la derecha de la loma del orto. Abre la puerta y me dice “el señor esté contigo”. “Depende de qué señor”, le contesto. Será muy bruja pero sentido del humor se la llevó previa porque por poco me acuchilla con la mirada. La seguimos por una especie de hall lleno de lechuzas de todos los tamaños, colores y materiales hasta un cuartito donde sólo había una mesa y tres sillas tamaño jardín de infantes. Lógico, dado que la señora medía un metro treinta. “¿Cómo te llamas?” Se ve que el ser bruja viene de la mano del ‘tú’. “Emilia.” “¿Y cuántos años tienes, Emilia?” “¿Es necesario esto, Vero?” “Bueno, si no me quieres decir la edad, dime en qué mes naciste.” “¿Y eso no te lo dicen las cartas a ti?” “¡Emilia!”, me reta Vero, poseída de repente por un espíritu místico que se ve que lo guarda bien guardado cuando dice que la ex suegra es una especie de víbora yarará. “En primer lugar, quiero decirte que tenemos que aprender a agradecer por el bien de la lluvia, del aire, del sol que nos acaricia, de los pájaros y las flores que alegran el olfato.” A ver: la lluvia, me moja; el aire, si no tiene un poco de humo me ahoga; al sol habría que ponerle un toldo; y si hay algo en este mundo que no tengo alegre es el olfato así que las flores se pueden ir a la puta madre que las parió. “Y también por los cuerpos y por lo que hay dentro de ellos, todo debemos agradecer al señor.” Y dale con el señor, no le puedo agradecer por lo que hay dentro de mi cuerpo porque sufro de tránsito lento. “Ella tuvo problemas con un novio y está cansada.” “¡Vero!”, la reto yo a ella ahora. “Ah, el amor, el amor; escuchad, cuando el líder de los gansos se cansa, se pasa a uno de los lugares de atrás y otro ganso toma su lugar, ¡mirad a los gansos!” Baldomero Fernández Moreno envidiaría su uso de la metáfora. No tiene fin. Acerca su cara de Gremlin a la mía, se pone a aproximadamente dos centímetros, casi toca mi nariz con la suya. “Por el iris de tus ojos, veo que tu sol y tu luna están en la misma línea que Saturno y Urano y tu cruz cósmica está en la misma conjunción que los trabajadores de la luz. Esto quiere decir sólo una cosa. ¿Quieres saber qué?”. “A mí me importa un carajo pero el santo dios del olfato alegre capaz está interesado.” “¡Emilia!” “No me retes más, Verónica, bastante que vine.” “¿Qué fue antes, querida Emilia, el huevo o la gallina? Hay preguntas que no tienen respuesta, o sólo las tiene cada uno en su propio ser”. Superó todas mis expectativas. “Pero queriiiida, por qué no te conseguís un laburito en el circo Tihany en vez de engañar gente y, de paso, te vas a la concha que lo macro parió a Saturno, a los gansos, a la lluvia y al sol que te acaricia el culo, petisa de cuarta. ¿Adónde me trajiste, Verónica? Decime que por lo menos no le pagaste.” “Creo que no sabes utilizar la energía de tu enojo, hermana, no puedes transformar tu enojo destructivo en constructivo, no puedes expresarlo ni canalizarlo. ¿Cuánto tiempo hace que no actúas de acuerdo con el deseo que te habita? ¿Tienes idea de lo que necesita tu ser?” Me fui a la mierda… por favor… canalizar el enojo… el deseo que me habita… la necesidad de mi ser... la puta que la parió, bruja de mierda, yo fui para cagarme de risa, nada más.

5. Sweet Home Luisiana.

Tengo otra amiga, Luisiana. Casada más o menos desde que nació. Y una felicidad que le brota por todos los poros. Luisiana; deprimida, bajoneada y cajoneada. Luisiana, llora. Luisiana piensa que es cornuda. Una vez más. Luisiana llama. También una vez más. Cada vez que hablo con ella sobre este tema me saca una hernia en el cerebro. Ya le expliqué más de una vez que hay preguntas que no se hacen y pensamientos que no se tienen. Pero no me hace caso. Testaruda como toda taurina. Y dale con la astrología. Bruja de mierda, me tomó la cabeza. Vuelvo. Que “Luisi no es la primera vez que te pasa, ya basta”. Que “cómo me decís algo así”. Que “disculpame pero me parece que esta conversación la tuvimos la semana pasada”. “El mes pasado fue, ordinaria”, me contesta. Mis amigas, a veces, me tienen podrida. Me llaman y después no se bancan lo que les digo. Y eso que digo el diez por ciento de lo que se me pasa por la cabeza. Ya sé que me llaman para hablar y no para que les dé mi opinión, pero entonces que no pregunten, qué mierda. Vuelvo a volver. “Nunca se sabe, Luisi, para qué te vas a preocupar por las dudas; acordate de tu abuela, ojos que no ven, corazón que no siente.” “Lo vi saliendo de un telo con Marianela”. La concha de su tía la renga. El maridito en cuestión es el prototipo de príncipe encantador del subdesarrollo al que cada vez que le preguntás cómo está te contesta ‘quemado’ y se cree importante. Marianela es la secretaria, tiene veinticinco años, está re buena, es re rubia, re boluda, re cool, tiene un re culo. “¿Estás segura que era él?”, dije en un brillante arranque de lucidez intelectual. “¿Estás pelotuda?, me quiero matar, hijo de puta, me voy a tomar todas las pastillas que hay en casa, me voy a convertir en una piraña en su estómago, esa conchuda vino a mi cumpleaños, ¿entendés?” Me tembló el tujes. Luisiana no putea, planta orégano, albahaca y cilantro en una maceta y hace cheesecake casero; peligrosísima. “Salgo para allá”. Colgué y llamé a Verónica. “Te paso a buscar para ir a lo de Luisiana, está de atar.” “Emilia, son las once de la noche.” “¿Y?” “Vive en la otra punta de la ciudad.” “Andá cambiandoté que en diez te toco el timbre.” Hay veces que hay que repetir las cosas porque la gente no entiende. Mecachendié.

6. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? 

“Si es para verte a vos, hasta la China me queda cerca”, dijo… y me conquistó. De esta miel no comen las hormigas, pensé. Claro que cuando le pedí que me acompañara al médico me dijo que no podía. Y como no pienso ir a la China en la puta vida de Satanás, lo mandé a la mierda y fui sola. 

El doc me atendió a las doce y media, tuve suerte porque el turno era a las diez y quince.  Mira la pantalla de la computadora fijamente, a mí ni bola, que me parta un rayo. Mhm mhm mhm dice siete veces seguidas, parece una vaca. Finalmente: “Bueno, andá a autorizar estas órdenes y pasá por administración a pedir cama para el miércoles que viene, ¿me entendés lo que te digo?” “Ya tengo una cama preciosa en mi casa, no le voy a andar sacando una al hospital con la escasez de recursos que tienen.” “No te hagas la graciosa, Emilia, ya lo hablamos muchas veces, es hora de que te decidas a hacer la bendita biopsia. ¿De qué tenés miedo?” De que se extinga el rinoceronte negro, boludo, pienso en contestarle pero me callo, mi ascendente en virgo me lo impide. No sé por qué me niego, si es divertidísimo. Le digo a todo que sí, que se quede tranquilo que esta vez me la voy a hacer. “No dejes que se te venza la orden otra vez, por favor, es la cuarta que te hago.”

Camino por ese laberinto perdido que ha edificado mi obra social, que es la misma de todos. Llego a la puerta que dice “Intervencionismo radiológico” como me indicaron en recepción después de esperar cuarenta y tres minutos con cincuenta y ocho segundos y de enterarme de que la señora sentada a mi lado tiene el colon irritable. Saco número, me toca el sesenta y siete; menos mal, ya van por el doce, salgo antes de que devuelvan las manos de Perón. Yo no sé por qué hay que hacer tantos trámites, si quieren que una se duerma para ahorrarse la anestesia o si los entusiasma el acopio de papeles. La señorita que me va a atender tiene tanta cara de buena que me dan ganas de hacerla amiga de Yiya Murano. Se le nota el sufrimiento en la sonrisa cada vez que rechaza una orden. “Va a tener que pedirle al doctor” debe de ser su frase favorita, ya que la ha dicho unas veinticinco veces; ojalá que se descomponga de golpe, la tengan que internar y no le haya hecho caso a su mamá y justamente hoy se haya puesto esa bombacha desteñida y con el elástico flojo y un par de diminutos agujeros así pasa bastante vergüenza, pendeja del orto, seguro que cuando yo llego me va a pedir algo que no tengo y yo voy a tener ganas de meterle esa lima de uñas en el orificio derecho de la nariz y sacársela por la oreja izquierda. La señora que me tocó tener a mi lado esta vez, que calculo debe de haber nacido en el mismo año que la mamá de Tita Merello, le dice al señor que la acompaña, de más o menos la misma edad, “¿Sabías que el calamar no tiene arterioesclerosis?”. El señor le da un beso en la frente sin soltarle la mano. Es demasiado. Me voy y vuelvo mañana. A lo mejor, lo llamo y lo convenzo de que el hospital queda más cerca que la China.

7. I see dead people. 

Una de mis amigas, la que hace poco se casó y repentinamente se convirtió en el templo a la dicha doméstica y a la monogamia feliz, me sugirió que tenía que dejar de salir con chicos más chicos que yo. La verdad, no sé si me habrá querido decir de manera diplomática que me deje de hacer la pendeja o qué pero, por las dudas, le hice caso. Toda la vida fui una niña obediente, por eso estoy donde estoy, porque siempre, absolutamente siempre hice lo que mi mamá me dijo que hiciera, no sé para qué mierda pero ese es otro tema. Total, que empecé a salir con un señor un poco más grande que yo, nunca le pregunté la edad pero me parece que la diferencia entre él y yo la puedo inferir del hecho de que de entrada lo llamo señor. El inconciente es tan hijo de puta que te traiciona hasta cuando escribís. Divino, caballero, gran lector, los nuevos escritores japoneses los conoce todos, le gusta mucho el cine, sobre todo el iraní, en resumen, divertido como cena de fin de año de la Cámara Checoslovaca del Neumático y Asociados. La cama… corta, por cierto. Yo no sé, a lo mejor como cocina (porque hace poco hizo un curso de sushi y otro de vinos) vuelca su libido en el wok de vegetales; a veces es mejor no preguntar ciertas cosas, sobre todo para no deprimirse y terminar elucubrando nuevas teorías sociológicas sobre la decadencia del espermatozoide. Y también para evitar que te expliquen, porque si te explican, te convencen, te encariñás y no te separás más. Igual, yo estaba dispuesta a darle una oportunidad. Pero, y siempre hay un pero, el tipo ronca, y encima habla en sueños. Primera vez: quedó con un amigo en ir a tomar un café. Segunda vez: se quejó porque la película era mala. Tercera vez: se puso a cantar Vox Dei. Too much. Lo desperté con todo el cariño que surgió de mis entrañas en ese momento. “¿Por qué no le vas a preguntar qué era cuando todo era todo era el principio a la Virgen de la Caramañola, mi amor? Yo no puedo hacerlo, no rezo, porque quiero evitar la tentación de echarle la culpa de todo a Dios, ¿sabés?” Se levantó, me miró profundamente a los ojos e, imitando la voz de Alberto de Mendoza, me dijo: “Sos un iceberg.” “Sí, y vos sos el Titanic, macho, te hundiste. Perdoná, pero te mandaste la gran Di Caprio mi amor.” Por supuesto que se fue. Y yo volví a dormir tranquila. Mentira, no me pude volver a dormir. Hice tiempo hasta una hora razonable y la llamé a Verónica. “Buen día, amiga, ¿vamos a comprar el regalo?” “Qué linda noche que pasaste, son las ocho de la mañana, Emilia.” “Los detalles te los cuento en el desayuno, ¿te parece?” Al sábado siguiente teníamos la fiesta de cumpleaños de una ex compañera del secundario, a la que hacía poco habíamos vuelto a ver en unas de esas famosas reuniones de ex alumnos reencontrados por medio de alguna también famosa red social. Porque ahora parece que está muy de moda andar buscando gente por el cyber espacio todo el tiempo y, obviamente, reencontrarse con todos aquellos seres que una en la adolescencia no soportaba, razón por la cual nunca más los volviste a ver en tu vida. Como no queríamos ir, le compramos un par de chinelas y, a la tarde, cuando sabíamos que estaba en el trabajo, se las dejamos al portero del edificio. A lo mejor, con el tiempo aprendió a entender sutilezas y el año que viene no nos invita. Me alegra mucho tener una amiga con quien sacar a pasear la brutalidad con un cierto grado de desparpajo y desnudez, sobre todo después de pasar tanto frío.

8. Padre, ¿por qué me has abandonado? 

Yo durante doce años fui a un colegio de curas, es verdad, pero también es verdad que no se me nota ni el bautismo. Sin embargo, cuando mi amiga la recién separada me pide que la acompañe a la costa a pasar la semana santa con su hija de cinco años, acepto. Así fue como el jueves tardamos siete horas en hacer trescientos cincuenta kilómetros, viernes y sábado vimos El Rey León 3 unas veinte veces y el domingo me levantaron a las siete y media de la mañana “total la nena ya se despertó y así evitamos toda la gente que vuelve porque la entrada a la ciudad va a ser un caos”. Lo que se dice un fin de semana de jolgorio feroz. De todos modos, hubo momentos encantadores. Como cuando me dijo que no tengo que ser, y juro por el dios en el que no creo que cito textualmente, “tan atea”. Yo le explico que no soy atea, que soy agnóstica a lo que ella me responde que es lo mismo. Siempre fue de simplificar las cosas. “¿Y cómo hago para ser agnóstica por la mitad, eh eh??” Estábamos en el medio de esa ridícula discusión sin sentido, tipo doce de la noche, con CSI de fondo, en pijamas y pantuflas, tomando Baileys y comiendo un serenito cada una (el delivery de helado parece que fuera de temporada no funciona, hijos de puta) cuando llamó una amiga de mi amiga, a la que, para evitar confusiones llamaré Hermenegilda, la que dijo que como estaba por la zona al otro día nos vendría a visitar. Ese es un punto que nunca jamás en la vida entenderé, ¿cómo una amiga de una puede tener otra amiga que es tan distinta a lo que es una? Misterio de la naturaleza. Herme es el tipo de mujer que jamás tiene nada de qué quejarse, no sé cómo hacer para soportar tanta felicidad. Es cornuda y lo sabe y, como es de público conocimiento, la cornuda consciente es una cornuda de raza. Es una cornuda como con pedigree. A Herme por otro lado se le nota que, como decía mi tía abuela, hace mucho que no le ve la cara a dios. La verdad, seamos sinceras, si yo fuera dios tampoco me dejaría ver la cara por Herme. ¿Ves? Yo, si se la viera más seguido, por ahí dejaría de ser un poquito agnóstica. Mirá por dónde casi me vengo a convertir. Total que al otro día nos vino a visitar Herme nomás. Yo me alejé (todo lo que pude, era un dos ambientes), tuve la intención de dejarlas solas para que charlaran de sus cosas. Me tiré en el sillón a leer. Pero Herme es integradora, no me quería dejar afuera. “¿Qué estás leyendo?” “El libro del Horóscopo Chino.” “Ay, ¿y qué sos Emilia?” “Serpiente.” “Ay, qué feo.” No contesté. “Ay, ¿y vos creés en esas cosas?” (Se ve que tanta felicidad le termina causando dolor) “Un poco.” (Que conste que yo siempre trato de que no se me salte la cadena). “¿Y por qué creés en esas supersticiones?” “Porque prefiero creer en éstas y no en que un señor bajó del cielo y nació de una mujer que nunca fue penetrada.” Creo que no me entendió, porque insistió. “Ay, ¿y no creés en ningún santo? Yo soy devota de San Expedito.” “Yo cada vez que puedo, le prendo una vela a San Poronguito pero últimamente no me está escuchando mucho.” “Ay, vos insistile, que a la larga siempre te escuchan.” Qué sé yo, como dice mi amiga Verónica, hay gente rara. Amén.

9. Parte de la religión.

Mi mamá es de esas mujeres que se compran una blusa aunque le quede grande y le chingue por el solo hecho de que está en oferta. Después, como no sabe qué hacer con el adefesio, me la regala a mí. ¿Y yo qué hago? Me la pongo, por supuesto, y le agradezco. A veces, la cosa no termina con la ropa. El otro día, por ejemplo, me esperaba con un par de cds, uno de Franco Simone, y otro de Ángela Carrasco y Camilo Sesto, sólo faltaba el Dúo Candela preguntándome a los gritos ¿Quién extenderá mi cama? Antes de dármelos, por supuesto, no pudo dejar de alabar a la hija de su amiga. “Es tan buena, la viene a ver todos los días a la madre”. La hija de la amiga de mi mamá es simplemente beige y debe de tener como objetivo en la vida graduarse de telemarketer. Mi mamá lo sabe pero, como practica ese tipo de crueldad que nace de la necesidad (de la necesidad de romperme las pelotas a mí de por vida), no puede dejar de nombrarla y elogiarla cada vez que se le presenta la oportunidad (que son muchas, muchas más de las necesarias). “Es tan buena, repite.” Una madre que se precie de tal siempre sabe qué botón apretar y una hija a la altura de las circunstancias nunca deja de saltar ante el estímulo. “¿Por qué es buena, mamá? ¿Porque no mató a nadie?” “Ahí está, ya tenías que repetir la típica frase de tu padre.” “A papá dejalo en paz, por favor.” “Tu padre hace rato que duerme en paz…. Decime, nena, ¿vos te alimentás bien? ¿Cómes milanesas de soja? Porque el otro día leí en una revista que hacen re bien.” Ok. Es así, mi mamá no usa palabras, usa garrotes. Me voy a casa y, como no soy creyente, pero cuando me dicen que dios me va a castigar, a veces, me asusto, me pongo la ropa que me regaló y escucho los cd’s que me compró. Debo reconocer que me entusiasmaba la idea de volver a escuchar algunas canciones que formaron parte de mi más tierna infancia, diría el Doctor Socolinsky. Supuse, equivocadamente, lo que es habitual en mí por cierto, que me emocionaría, que me reíría, que me provocaría ternura, que me ….. No. Por poco ni me las acordaba las canciones, así que dejé la música de fondo mientras me cocinaba algo… No debemos de pensar que ahora es diferente, mil momentos como éste quedan en mi mente… Empieza la canción y yo empiezo a recordar… No se piensa en el verano cuando cae la nieve ¡Qué metáfora, lo parió! Deja que pase el momento y volveremos a querernos… Error. Never se vuelve, querido. Tú, aire que respiro en aquel paisaje donde vivo yo…. Escucho esta última frase y no puedo dejar de pensar en la tía Herminia que está totalmente convencida de que todos los músicos y/o artistas de cualquier tipo y factor se drogan, a lo mejor tiene razón. Callada, aguardo tu llamada, espero en celo tu llegada, me abrazo fuerte a la almohada, me embriago de su perfume que huele a nuestras noches de amor. La verdad es que hay que ser muy pero muy inteligente para decir que estás caliente y te hacés una pajota sin que nadie se ofenda. Aplausos. Callada, (canta él, Camilo, obviamente), perdonas con ternura, todas mis locuras, y aunque sé que nada ignoras, y que por mis errores lloras, no soy capaz de cambiar. ¡Qué hijo de puta!... Ella: Y a pesar de todo, y a pesar de todo, te sigo queriendo. ¡Qué boluda! Él: Por tu timidez, por tu sencillez, por tu alma blanca. ¿Qué soy una palomita yo? ¿No entendés que te acabo de decir que estoy en celo? Ella: Por tu buen amor, por tu gran valor... Los dos: Porque sé que nunca me darás la espalda... Repitum ad infinitud… Cuando me di cuenta de que estaba cantando tremebunda pedorrada a viva voz, la cuchara de madera como micrófono, que la salsa de tomate de mierda que me estaba haciendo ya se me había quemado y que me había manchado la remera de leopardo que me había comprado mi mamá, decidí llamar a Verónica, antes que ponerme a llorar.

10.

10-La mujer perfecta, sacarse un diez, Los diez negritos, las diez de últimas, Los diez indiecitos, estar de diez, el Diego, los que te piden el diego, el Decamerón, el diezmo, los Top Ten, los diez mandamientos y…

Los Diez Madremientos .

1. Amarás a tu madre por sobre todas las cosas.

2. No tomarás su santo nombre en vano, ni la puta madre que me parió dirás, jamás.

3. Santificarás su cumpleaños y una torta le llevarás y con ella las velitas soplarás.

4. Honrarás a tu madre y a tu madre, a su imagen y semejanza obrarás.

5. No la matarás, ni siquiera te tentarás.

6. No fornicarás, sólo te casarás, muchos nietos darás y te joderás, te joderás.

7. No le robarás.

8. No levantarás falso testimonio ni le mentirás, jamás, jamás.

9. No desearás la madre de tu prójimo.

10. No codiciarás las madres ajenas.

Y, ya que estamos…

Los Diez Mierdamientos de la Sociedad Moderna.

1. Estudiarás e independiente serás.

2. Éxito en tu carrera tendrás.

3. Inteligencia demostrarás, pero no tanta, al hombre no espantarás.

4. Que el aspecto no importe aprenderás.

5. Para ser eternamente joven y flaca a lechuga, manzana y yogurt vivirás.

6. Para no tener celulitis matarás o morirás.

7. Pareja formarás y te completarás.

8. Hijos tendrás y, si es necesario, el diploma en el culo por unos años te meterás.

9. Tu propio dinero ganarás y en tu familia lo gastarás.

10. La palabra frustación no conocerás.

Y, por qué no…

Los Diez Emiliamientos.

1. A dar un paseo en el pito de King Kong a todos mandarás.

2. Sólo si tienes ganas pareja formarás.

3. Todo lo que quieras cogerás, y si no quieres, no te preocuparás.

4. Alcohol tomarás y algún porro te fumarás.

5. Bondiola masticarás, de la que te guste más.

6. Leerás, muchas películas y series mirarás.

7. Nunca un orgasmo fingirás.

8. Hijos buscarás si los deseás.

9. Trabajarás y tu plata gastarás en lo que te guste más.

10. Joya joya la pasarás, ya verás, ya verás, o por lo menos lo intentarás.

11. Rara, como encendida…

Una sabe, siempre sabe. ¿Qué te pasa, Emilia? Nada, contesto, con la más cara de Emilia que alguien se pueda imaginar. En eso, en hacerme la boluda, convengamos en que tengo un master. Doctorado en cara de nada. Pero en el fondo, una sabe. Por lo menos eso dice, o decía, mi psicólogo a quién abandoné porque ya no aguantaba más; pero no quiero, decirlo digo. Ni escucharlo. Ni pensarlo. Ja ja, qué fácil… El tema es que, no es que me caiga mal la gente, todo lo contrario, todo el mundo me cae bárbaro. Menos yo. No me soporto más. Me aburro soberanamente cuando estoy con otros. Cuando estoy sola, peor. Siempre tengo la sensación de que los demás tienen vidas mucho más interesantes que yo. Ah, ¿sabés qué hice ayer? Me acosté con mi cuñado y creo que estoy enamorada; me cuenta una, que no sabe que hace diez minutos su cuñado me contó ¿A que no sabés qué hice hoy? Finalmente, me acosté con Rafael y creo que estamos enamorados. Eso sí que es no aburrirse, carajo. Qué bello es vivir, decía Capra, que por otro lado nunca había visitado el segundo cordón del conurbano bonaerense. Cuando hay mucha gente en un lugar, me quiero ir, siempre, y, cuando logro estar sola, siento abandono. Cuando estoy mala me digo cosas horribles: pelotudona (que, como todos podrán apreciar, es muchísimo peor que pelotuda a secas); mediocre proyecto de intelectual; de qué te quejás si tenés menos atractivo que un cobayo. La verdad es que soy un encanto. Decir que ya me conozco y mucho bola no me doy cuando me pinta la autoestima baja, que si no…

Es lo que decía al principio, master tengo….

12. Life is like a box of chocolates.

Me ponen de muy mal humor los buenos. Son sospechosos.

Esa gente con cara de buena, actitud de buena, que nunca habla mal de nadie, que siempre tiene a flor de labios una frase optimista y conciliadora, que permanentemente te compele a que veas el lado positivo de las cosas. Esa gente cuya frase favorita es “no hay mal que por bien no venga”. Esas minas que vienen a tu casa y te traen una torta recién hecha (por ellas, obviamente), que te preguntan cómo estás, que todo el tiempo quieren saber si te pueden ayudar en algo. Que no paran de ofrecerte cosas. Que dicen ser tus amigas. Que te regalan para tu cumpleaños una camisa blanca de broderie acompañada de una tarjetita con un osito que dice, por ejemplo, “Buscaba la dicha en la amistad y no me equivoqué porque la encontré contigo”. Esa gente así, como la vecina de mi amiga. Que no paraba de decir que era “floja de corazón” y que llevaba caramelos en su camioneta 4x4 para darle a los chicos que piden plata en las esquinas. ¿Pero quién te pensás que sos? ¿Teresa de Calcuta Revisited? Ojalá que ya que sos floja de corazón te dé un infarto masivo, hija de una reverenda yegua puta, con perdón de las yeguas y de las putas. Ojalá que la próxima vez que vayas a correr al parque te cagues encima y tengas que limpiarte el culo con una ortiga. Ojalá que, de ahora en más, cada vez que estés desnuda en la cama con un tipo no puedas parar de eructar y tirarte pedos. O mejor, como todos estos deseos míos casi seguro no se cumplen, la próxima vez que te vea caminando de la mano con el ex marido de Verónica, te agarro de las mechas. ¿Tu mamá no te enseñó que eso no se hace, nena? ¿Qué con el de una amiga, por más ex que sea, no?

13. Cosa de minas.

Ayer fui a la peluquería. Hacía un tiempo ya que mi pelo me lo pedía a gritos, por usar una de las frases preferidas de mi tía Elsa. Juro que no soy de ir mucho a la peluquería, en realidad no sé para qué mierda lo juro, todos los que me conocen saben que no necesito jurarlo. Y los que no me conocen con sólo mirarme se dan cuenta, para qué andar desperdiciando juramentos al pedo. Me estoy yendo, otra vez empecé a dispersarme, tengo que concentrarme, tengo que focalizar, vuelvo a lo que quiero contar: había una mina que se había hecho fanática del movimiento slow y trataba de convencernos a todas las allí presentes que no podíamos seguir viviendo si no adoptábamos la misma postura. Ahora, si mal no entendí, este movimiento viene a ser algo así como una reacción en contra de la agitada vida cotidiana. Entonces, yo me pregunto, ¿por qué carajo no se van a vivir al campo y nos dejan tranquilitos y en paz a todos los loquitos del asfalto y el frenesí? Y me surge otro interrogante: ¿por qué si yo no trato de que ella disfrute masticando un pedacito de alquitrán, ella sí trata de convencerme a mí de que yo debo disfrutar del verde pasto y “disminuir mi marcha para ser feliz”? Yo me sumergí en una revista y traté de interesarme en la última pelea entre Cristian Castro y su mamá. La manejé más o menos bien hasta que se me paró adelante y me apuntó con unos folletos. Más de ochenta kilos envueltos en un plástico blanco y una cabeza cubierta por una gorra con agujeros de la cual salían muchos pelos de distintos colores. Recordé la noche que mi mamá me llevó a ver El Exorcista. Doce años tenía, mi mamá la verdad una irresponsable, yo se lo pedí y la volví loca lo admito pero… Bueno, vuelvo al momento del terror. “Creo que esto te puede hacer bien”, dijo. “Son cursos de yoga, filosofía, cocina lenta y ecología. Yo los hice cuando volví de las vacaciones y empecé a vivir en serio, lo que pasa es que el movimiento slow va más allá de lo retinesco, no permite que se te quiebre la felicidad, ¿entendés?” Tuve piedad porque la pobre mujer no me conocía y no podía saber que yo perdí todas mis posturas de yoga en el mismo preciso momento en que perdí mi habilidad para chuparme el dedo gordo del pie y que si quiero estudiar filosofía no voy a hacer un curso con un señor que se llama Aiko Ashú (podría escribir una enciclopedia sobre Aiko, pero la dejo para otro día). Yo sólo pensaba en resistir, y en no volcar en palabras pensamientos tales como: si sos tan feliz, ¿por qué tenés esa cara de nutria en desgracia? O, ¿por qué no te sloweás el orto hija de puta y me dejás de joder a mí? La peluquera se debe de haber dado cuenta de que yo era un volcán y que su negocio podía llegar a convertirse en Pompeya en cualquier momento porque raudamente intervino, agarró los folletos, los puso sobre una mesita y con una sonrisa de oreja a oreja decía mi abuela, una sonrisa de compromiso, por no decir más falsa que la mierda, la llevó a la nutria hasta uno de los sillones, le dio una revista y dijo “Creo que la clienta ya entendió, Martha, no es necesario insistir sobre el tema, ¿verdad, querida?” Le agradecí con la mirada. Creo que su intención fue seguir ayudándome. Pobre, era la primera vez que me veía. “Y vos, querida, ¿tenés novio?” La cagó. Una hace lo que puede pero si insisten. “Y a vos, querida, mi amor, corazón, ¿qué carajo te importa?”, le contesté. La sonrisa se la cayó. Se me acercó y al oído y en voz muy baja me dijo “Vos sos una tapada, pero sos loca como yo. Tenemos que ir a tomar un café”. “Cuando quieras”, le contesté. Y bue, a lo mejor, quién te dice, es el comienzo de una gran amistad. Le voy a decir a Vero que el mes que viene vayamos juntas.

14. Just when I thought I was out…

… they pull me back in, dijo Al Pacino. Me encontré con Sandra a tomar un café. Sandra es una amiga del secundario. No sé si seríamos amigas si nos conociéramos hoy, la verdad es que mucho en común no tenemos, pero nos une el cariño de una historia, dirían en un comercial de galletitas de salvado. Ayer estaba particularmente monotemática. Su novio su novio su novio. O, más precisamente, la ausencia del mismo dado que todo giraba en torno al hecho de que hacía como dos semanas que no la llamaba. Yo que ella me estaría yendo a festejar a Jamaica pero, ya lo dije, somos muy distintas. Paréntesis explicativo para que no piensen que soy una descreída del amor. El novio de Sandra sufre lo que yo llamo S.B.I., Síndrome del Boludo Importante. Características que suele manifestar el genotipo en suestión: 

-frase favorita: Carpe diem

-palabra más usada: sustentable

-para el día de la dulzura te regala un chocolate con un cartelito que dice: ¿me das un beso?

-sabe de memoria las canciones de Arjona

-en Facebook es miembro de grupos tales como ‘Salvemos a los pingüinos de Magallanes’ y ‘Ecología en acción’

-pasados los treinta todavía cree que el perro que tenía a los nueve se fue a vivir al campo

-su fantasía más loca es hacerlo sobre la mesa de la cocina

-dice, “un día de vida es vida” y se come una medialuna.

-el último libro que leyó se llama “La alegría de estar vivo”; y tiene en la mesita de luz una copia de Quién se ha robado mi queso y de El caballero de la armadura oxidada.

Lo trágico es que la boludez es como la entropía, no para de crecer en el universo. Vuelvo, como siempre, no sé para qué carajo me voy si siempre vuelvo, esa es otra historia, ahora Sandra. “Lo que pasa es que debe de estar cansado, trabaja mucho. Como acaba de separarse, le tiene miedo a un nuevo compromiso; para mí que le gusto demasiado por eso no me llama.” Así estamos, hiper modernas, pero cuando tenemos que justificar el comportamiento pedorro de un tipo nos remitimos a los argumentos que usaban nuestras bisabuelas en la época de la Virgen de la Caramañola. “La semana pasada le mandé un mensaje y me dijo que estaba ocupado porque había venido un primo de Madrid.” “Ah, no sabía que tenía parientes en España”. “No, yo tampoco”, me dijo. Terribles, los momentos en que una no sabe qué decir son terribles. La duda, siempre la duda. “¿Qué hago? ¿Lo llamo otra vez?” “¿Cómo otra vez? ¿Ya lo llamaste?” “Obvio, y me dijo que el viernes que viene no puede, que está ocupado”. Se me terminó la duda. “Pero mandalo a la puta madre que lo parió, ¿qué es? ¿Un 0-800 que está siempre ocupado el pelotudo ese?” “No puedo, es un dulce de leche. Cuando hacemos el amor, no sabés, una entrega, Emilia, una entrega.” “Es un tipo no un servicio de delivery, boluda.” “Emilia, no me hablés así, no sé qué hacer, estoy cansada de estar sola”. Qué le voy a decir. Federico me mandó un mensaje. “Hola”, dice, el boludo. Por supuesto que no le contesté. Cada tanto se va y, lo que es peor, cada tanto vuelve. Y, lo que es peor de lo peor, lo decide él. Y siempre me manda al psicólogo. Yo tampoco sé qué hacer. Es lo que decía al principio, cuando pensé que estaba afuera, me vuelven a entrar. 

15. May The Force Be With You

El doc, con una tranquilidad pasmosa, te mira y te dice “hacé todos los trámites, los análisis y pedí cama para el miércoles”. Evidentemente, el tipo no tiene la menor idea de lo que te está pidiendo. Porque encima te aclara, “por favor que no se te venza la orden”. Por supuesto que no, doc, quedate tranquilo, dije yo en un ataque de estupidez sobrehumana. Lo llamé otra vez, no a Federico, al que me dijo que la China le quedaba cerca si era para verme a mí, a ver si me acompañaba. Creo que entendí mal. Se debe de haber referido al Barrio Chino, el hijo de puta. Cinco mensajes le dejé y no contestó ninguno. Convengamos que en el último lo mandé a la puta madre que lo parió, pero ese no es el caso. La educación es la educación y los mensajes se contestan, qué joder. Bueno, depende. Bueno, no soy ejemplo. Total que aquí estoy, esperando como siempre en estos casos a que un señor de guardapolvo blanco se digne cual vampiro moderno que convive con mortales comunes y corrientes a sacarme sangre y a agarrar mi orina calentita en su mano. Nadie me puede negar que hay profesiones de mierda, a quién le puede gustar andar tocando el meo de otro, por dios; o andar revisando bocas ajenas, es un asco; y sádico además, estoy segura de que todos los dentistas tienen algún látigo guardado por ahí…. o esposas de cuero… o agujas… Todo el instrumental lo deben de usar para otros fines… o le pegan a los pibes, qué sé yo… algo deben esconder… Bueno… a ver… mientras tanto me tengo que entretener. Me olvidé el libro que estaba leyendo, como siempre, lo paseo todo el santo día al pedo y cuando lo necesito… me cago en la hostia, decía mi abuelo asturiano, cuando tengo que esperar y no tengo nada para leer me agarra como una especie de síndrome de abstinencia incontrolable que no me suelta hasta que no encuentro algo. En la mesita hay unas revistas, pero son todas “femeninas”. Muy instructivas, por cierto. Una puede aprender tantas cosas. A hacer un strip tease, a seducir al vecino del cuarto piso, a preparar una rica comida para esperarlo, a tejer un gorrito andino. Te dan ideas para salvar el planeta, para meterle los cuernos a tu marido y que no se entere, te explican que hay detectives que se dedican a seguirlo en caso de que sea él el que te los meta a vos y te enseñan cómo hacer para que no se te seque la magnolia y/o el perejil. Entre medio también te dan diez tips para crear tu propio emprendimiento sin salir de casa. Nunca falta el test (Para saber si sos feliz: ¿Te levantas cantando a la mañana la canción de la Novivia Rebelde?; adicta al sexo: ¿Le exiges a tu pareja hacerlo cinco veces por día y si no quiere se lo pides al verdulero?; o buena gente: Si ves un ciego, ¿le ayudas a cruzar la calle?). Mi favorito es el consultorio sentimental. Éste sí lo voy a leer. “Mi novio quiere tener un bebé, ¿cómo hago para decirle que no estoy preparada?” (no le digas nada, seguro que igual se da cuenta, mi amor); “Tengo la fantasía de hacerlo con dos hombres, en lo posible negros, no soy para nada original, ¿no?” (No, pegate un tiro); “Soy recontraindependiente pero quiero a mi lado un hombre que se haga cargo de mí y me proteja”. (¿No viste Psicosis?); “Mi novio me pidió que lo unte con yoghurt, ¿es normal?” (Sí, por supuesto, usá descremado de frutilla, es el que vuelve locos a todos, alcanzarás orgasmos múltiples). Y, por supuesto, el horóscopo: Un encuentro con alguien del pasado moviliza tu pulso cardíaco, sacá el pie del acelerador para ver con claridad (si lo llego a ver a Federico, ¿a vos te parece que voy a estar pensando en el Automóvil Club o en mi oculista, pedazo de idiota?) Tenés que aprender a mirar lo desconocido con menos temor (¿y por qué no te venís a pinchar vos en mi lugar, proyecto de nada? Ahí vamos a ver si sos tan guapa para dar consejos). No te quedes con las ganas, atrevete al deseo, pero amor es otra cosa. (¿En qué quedamos, mi amor? ). Será precioso lo que vivirás con alguien de tu mismo signo. (Como que no sea con mi gato negro, lo dudo). No sé para qué me meto a leer estas cosas si ya sé que me ponen de mal humor… “¡Emilia!”, escucho que me llaman y allá me levanto y voy. Sin el “Chino”, sin Federico, y sin la puta madre que me parió. Qué le vamos a hacer.

16. Quémese después de escucharse.

Juro que no lo entiendo. Le doy vueltas, le doy vueltas, y cada vez lo comprendo menos. Escucho y creo que lo que escucho es suficiente para que salga una horda de mujeres enfurecidas a lincharlo; y no, lo aman. El pibe logra que hasta la Virgen de la Caramañola de Nuestra Merced de Caballito quiera levantarse la pollerita cual Marilyn Monroe pero sin necesidad del subte. Me explican que es simple y que por eso llega al corazón. No, señoras, simple es, por ejemplo, hablar de pingüinos en la cama para decir que ya no te la dejan poner, metáfora que envidiaría el mismísimo Becquer Gustavo Adolfo. No digo que haya que esperar al príncipe azul que nos transporte en un caballo blanco hasta el palacio para hacernos reinas. Ya sabemos que por lo general el caballo no llega ni siquiera a la categoría de burro al igual que el que lo monta, pero no por eso nos vamos a conformar con que nos digan que nos quieren aunque seamos gordas, feas, viejas y pedorras con olor a pata. 

“Amarte a ti no es lo mejor, eso lo tengo claro”: Pero por qué no te vas a la puta madre que te parió, de base, digo, para empezar a hablar.

“Amarte a ti no es lo mejor pero me gusta”: ¿no querés que te pegue con el látigo también?

“Acepto que a veces no soy tierno, que a veces soy frío como invierno”: Los zapatitos me aprietan las medias me dan calor y la rima metétela en el toor.

“De vez en mes te haces artista, dejando un cuadro impresionista, debajo, del edredón. De vez en mes con tu acuarela pintas jirones de ciruelas que van a dar al colchón”: a ver, mi amor, si entendemos algo; los amantes no defecan, no eructan, no se tiran pedos y, mucho menos pretenden hacer poesía con mi menstruación, chancho asqueroso, dejate de joder.

“Si me dices que sí, piénsalo dos veces; puede que te convenga decirme que no”: pero por qué no te vas a amenazar a tu abuela y, de paso, te lavás el culo con nafta común.

Podría seguir ad infinitum, pero prefiero, ya que estoy, darle algunas ideas para su próxima producción:

“Ya sé que tenés celulitis pero no me importa ahora hay buenos tratamientos y te aseguro que no te miento”.

“No te preocupes por tu panza, con que la metas para adentro cuando me ves, me alcanza”.

“Tus arrugas no me importan porque con tu peceto al caramelo me enjugas”.

“Me calienta el pedacito de lechuga mezclado con ajís que se te ve entre los dientes cuando te reís”.

Por favor, adónde vamos a ir a parar con tan pocas pretensiones. La verdad que antes de ir a escuchar a este tipo, prefiero ir a la Fiesta Nacional del Poncho en Catamarca, por lo menos es más auténtica. Y Federico, si me quiere ver, mejor que se ponga las pilas y me vuelva a llamar… y si no, mejor, le paso los teléfonos de todas las que me dicen que lo llame porque es un “divino”… Menos mal que los análisis me salieron bien, que si no…

17. Mujeres al borde.

Lo soporté estoicamente. La verdad que tenía razón. Una vez más. “¿Por qué no me avisaste? ¿Me tengo que enterar después de que pasó todo que te hiciste una biopsia, pelotuda?” “Bueno, Vero, no te enojes, salió todo bien”. “¿Y eso qué tiene que ver? ¿Qué te pensás, que soy tu amiga nada más que para la joda? ¿Con qué necesidad, me querés decir, pasaste por todo eso sola? ¿Cuándo me lo pensabas contar, la puta madre?” Estaba enojada, me di cuenta porque puteaba mucho y ella no putea. No podía hacer otra cosa que callarme y mirarla con mi mejor cara de gato de Shreck, lo que, por supuesto, no funcionó. Sonó el portero. “Me salvó el gong”, pensé. Equivocada, como de costumbre. “Subí”, dice Vero. “¿Quién es?” “¿Qué te importa?” “Bueno, che, basta, ya me hice todo y todo dio negativo por suerte, así que acá no ha pasado nada.” “Ese no es el punto”. “¿Y cuál es el punto?” “Lo sabés muy bien”. “¿Cuánto más vas a estar así? Ya te di la razón”. “Hasta que se me cante el orto”. Estaba muy enojada. Timbre, Vero que abre la puerta y yo que pongo cara de haber visto al mismísimo demonio, o a dios, que es lo mismo. Era Josefina, una amiga de primaria de Verónica que tiene la mente tan abierta como un Equeco y que no entiendo cómo la soporta y que encima se está por casar después de aproximadamente diez años de noviazgo con el chico con el que está más o menos desde que nació. “¡Hola chicaaas!”,  grita como si el dos ambientes de Vero fuera la mansión de los Carrington. Nos saludamos con toda la hipocresía que ambas dos somos capaces de sobrellevar. Nuestro amor es mutuo. Vero se fue a la cocina a llevar las medialunas crocantes que trajo su amiguita y yo la seguí. “¿Se va a quedar mucho tiempo? ¿Qué hace acá? ¿Por qué la seguís viendo a esta forra?” “Porque me charla y me cuenta cosas y así me da a mí la posibilidad de hacerlo”. “¿Y de qué hablan? ¿De la germinación del poroto que hicieron juntas en el año 79?” “¿Por qué no dejás tu preciosa ironía en la puerta la próxima vez que vengas, boluda?”. “Ufa, che, cortala con las puteadas que me estás poniendo nerviosa”. Josefina empezó a hablar de su único tema por estos días, y no paró más. “Es mucho trabajo, Emilia, que los trámites del Registro Civil, que las participaciones, que la lista de regalos, ¿me entendés?” “¿Cómo no te voy a entender? Casarse es un trabajo”. Insalubre hubiera agregado si no fuera porque en algún lugar todavía me reprimo. “¡Y la fiesta! Que el cotillón, que el catering, que la música, que los manteles, que los arreglos de mesa…” (seguiría, pero la lista de ítems fue interminablemente aburrida). “Y una quiere que todo salga super bien. Por eso decidimos contratar una wedding planner. Además, con esto de la boda, me tengo que mantener en forma. Ahora entreno dos veces por semana, una vez hago esferodinamia y otra esferokinesis.” No voy a hacer ningún comentario con respecto a la última frase porque ya es demasiado, pero juro que no entiendo a la gente que contrata a otra gente para hacer las cosas que supuestamente les tiene que gustar hacer. Por ejemplo, si no disfrutás sacando a pasear un perro, ¿para qué tenés uno? ¿para contratar a un paseador? Dejate de joder. Pero ya me estoy acostumbrando a andar a contramano. Como alguien me dijo el otro día, ese alguien siendo más precisamente mi amada madre, “Ay, Emilita (porque ella me va a llamar Emilita hasta los 85 – los míos, no los de ella) vos siempre buscándole el pelo al huevo”; a lo que yo le respondí: “Pero el huevo, ¿tiene el pelo o no, vieja?”. “Ves, ves, lo que te digo”, me contestó con la impunidad que la caracteriza. Bueno, pero volviendo, ¿por dónde andaba? … ah sí por eso de andar a contramano y acostumbrada, en realidad al corso a contramano que a veces me anda por la cabeza me tendría que acostumbrar o, por lo menos a esta altura de la vida, conformarme. Pero volviendo otra vez a la amiga de mi amiga, que seguía hablando de su wedding planner diplomada, que le cobraba alrededor de tres millones de dólares para hacer lo que antes hacían la mamá, la tía o la hermana gratis. “Es que no hay cerebro que pueda barajar tanto dato, presupuesto, proveedor…”. Lo que no hay es cerebro y punto, querida, pensé yo, pero nuevamente mi compasión fue más fuerte. “Y además esta chica es buenísima, es super, tiene una propuestas super creativas, ¿sabés que me aconsejó hacer, Vero? Una suelta de mariposas, no me vas a decir que no es maravilloso?” “¿Y por qué no hacés una suelta de cucarachas?”, le sugerí. Vero trató de congelarme con la mirada pero ya era demasiado tarde y ya había escuchado demasiadas cosas y la represión y la compasión se me habían ido al reverendísimo carajo. “A mí me parece muchísimo más creativo, ¿te imaginás el despelote? Todos comiendo en el super salón que alquiló tu super wedding planner, todas en esos super vestidos super largos y, de golpe, zaracatunga, aparecen super cucarachas super enloquecidas, y todas se suben a las sillas y pegan super gritos de pavor.” La novia quedó en silencio, Vero largó la carcajada, y yo entonces supe que estaba todo bien, que era lo único que a mí me importaba.

18. Mi mamá me mima, mi mamá me mata (y no de la risa precisamente)

Mi mamá es de esas personas que aprietan el control remoto de la tele cada vez más fuerte cuando se está quedando sin pilas. El control remoto, no ella; a ella no se le terminan nunca. No se lo puedo hacer entender. Cuando llega el momento, hay que cambiarlas. Las pilas. Y otras cosas también, pero en el fondo todos somos un poco como mamá y nos cuesta. Cuando me llamó, parecía agonizar. “Disculpame que te moleste, mi amor. No doy más, Emilita, pasá por la farmacia y comprame un calmante, hijita querida. Esta pierna me está matando”. “Mamá”, le dije con toda la paciencia que pude encontrar en el más recóndito lugar de mis ya bastante agotadas pilas, “es lógico que te duela la pierna después de todo lo que hiciste”. Aclaro que se había ido a Mendoza con el centro de jubilados y poco menos que escaló el Aconcagua. Cosa de viejos, decía mi abuela. “No, no, no es eso, seguro que es la rodilla y me voy a tener que operar, o peor, la cadera. Yo no voy a dejar que me toque cualquiera, imaginate”. “Mamá, ya estoy yendo para allá y tranquilizate que nadie te va a tocar”. Ahora que me doy cuenta yo estoy como mi mamá. La última persona que me tocó el culo fue una enfermera para darme la inyección. Bueno, pero volviendo a mami. Por supuesto que no le compré ningún medicamento, llegué a la casa y estaba sentada en el sillón mirando una telenovela. “Hola, mi amor, qué suerte que viniste, ¿me trajiste el remedio?” “No, mamá, no te voy a comprar nada sin que te vea un médico antes.” “Me vas a matar, estás cada vez más parecida a tu abuela, a la madre de tu padre, por supuesto, Dios la tenga en la gloria.” “¿Cómo tengo que tomar que me compares con la abuela?” “Bien, por supuesto, ¿cómo lo vas a tomar? No entiendo tu pregunta.” “No sé, siempre dijiste que era una yegua hincha pelotas de mierda.” “No hables así de tu abuela. ¿Ves que sos igual? Siempre hacés lo que vos querés”. “Dios te oiga”. Dos dioses en muy poco tiempo, me estoy poniendo nerviosa. Ni hablar del tema de cómo la muerte santifica, mejor lo dejo para otro día. “Bueno, a ver, mamá, ¿qué te duele?”. “Todo”. Un placer hablar con mami. “No te puede doler todo, mamá”. “¿Vos me vas a decir a mí qué es lo que me pasa? Es el colmo”. “Mejor llamo al médico”. “¿Para qué?” “¿Cómo para qué? ¿Me querés volver loca?” “No, mi amorcito, vení sentate conmigo a ver la novela, charlemos un rato y ya vas a ver cómo me voy a sentir mejor. Debo estar cansada, como me dijiste.” Mejor me siento, el matricidio tiene muy mala prensa. “Nena, estaba pensando….” Sonamos, cuando mami piensa hay quilombo en puerta. “A mí me parece que estás muy sola, hija.” “No estoy sola, mamá, lo que vos querés decir es que no tengo pareja, novio, tutor o encargado, llamalo como quieras”. “Es lo mismo”. “No, mamá, no es lo mismo”. Silencio. Pero ya sabía yo que iba a volver. Mamá siempre vuelve, es un boomerang la hija de puta. “¿Hace mucho que no lo llamás a Federico? Es tan bueno ese muchacho, tan trabajador e inteligente”. “Eso se terminó, mamá”. “Una lástima, la verdad, a mí me gustaba”. “Sí, ya sé, pero el detalle es que me tiene que gustar a mí”. “Si a vos te gusta, yo lo sé, soy tu madre, un chico tan simpático. Yo sé que te hizo sufrir, pero también sé que vos lo querés”. Casi me afloja la vieja, caí como un chorlito, por usar una frase moderna. “Hace unos días me dejó un mensaje”, le conté. “¿Y?” “No le contesté, la verdad que no sé qué hacer”. “¿Querés que lo llame yo?” “¿Estás loca, mamá?” “Más respeto que soy tu madre.” “Pero qué respeto ni respeto, no te metas.” “Bueno, tarde, lo invité para mostrarle las fotos del viaje. Debe estar por llegar en cualquier momento.” Como tratar de reprimir la caterva de insultos que me iba subiendo por el esófago me resultaba más difícil que reírme con una película de Bergman, me fui. Huí, mejor dicho. Y por la escalera, no fuera a ser cosa que me lo cruzara en el ascensor.

19. Las invasiones bárbaras.

“Dale, venite. ¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a quedar sola en tu casa?” Yo sabía que no tenía que ir. Que la intención de Vero era más que buena y generosa. Pero no estaba de humor para bancar a nadie que no fuera yo misma o, como mucho, ella, que es lo más parecido a yo misma que conozco. Pero la carne es débil, dijo mi bisabuela cuando todo el mundo se dio cuenta de que mi abuelo era muy parecido al lechero; uy, qué dispersa estoy hoy. Cuestión, que fui… al cine y después a comer con Vero y su prima, que estaba de visita. La prima es de un pueblo que se llama Cuchú tafí o Tafí cuchú o Tufí Memé, o algo parecido, sólo sé que es lejos y que queda en el campo, ese lugar, como decía no me acuerdo quién, donde las gallinas andan vivas y sueltas revoloteando por ahí. “Pero yo a tu prima la conozco, Vero, es demasiado tranquila para estar conmigo en este momento”. “Justamente, nos va a ayudar a bajar un par de cambios a las dos”. Más que un par de cambios, nos va a poner en punto muerto, pensé. Pero Vero tiene razón, a veces, está bueno juntarse con gente que no tiene mucho que ver con una, para variar. ¿Para qué carajo queremos variar? Y variar, ¿qué?, me pregunto yo. La película (no la que hay que variar, la que fuimos a ver) no era mala, de hecho a la prima le gustó, para mí fue total y absolutamente intrascendente. Una de esas comedias donde no esbozás ni una mínima sonrisa, donde el chico pobre, tonto o nerd termina enamorando a la chica más linda e inteligente del barrio a pesar de que ella se estaba por casar con el príncipe de Asturias, y son felices y comen perdices, animal que crece, ¿dónde?, en el campo, será por eso que le gustó a la prima. Ojo que yo no pretendo burlarme de nadie, muchísimo menos en este momento de corrección política mundial en el que estamos sumergidos, el campo es bueno y generoso, tiene la vaca que nos da la leche pero, la verdad, a mí me importa tres carajos. A mí a la vaca traemelá en lo posible arriba de una parrilla y bien jugosa o, en su defecto, teñida de fucsia y en forma de zapatos o cartera. Nos sentamos a comer en un restaurante moderno para que la prima conociera los placeres de la gran ciudad. Una bosta, esos típicos lugares donde te traen un plato que se llama Vieyras del Pacífico Sur con salsa de orégano y chocolate, te cobran cinco millones de dólares y encima no podés fumar. Por supuesto, a la prima le encantó. Pero claro, para ella un pollo al champiñón ya hubiera sido un plato sofisticado. Otra vez, cero prejuicio, válgame dios, pero yo también tengo derecho a expresar mi opinión, qué joder. Como diría mi locólogo, dios lo tenga en la gloria no porque se haya muerto sino porque lo maté yo, no físicamente eso es más que evidente sino estaría hablando desde otro lugar y no desde acá cómo me acabo de ir al carajo me acabo de dar cuenta, tengo el pensamiento enrulado. ¿Tendré que volver a terapia? Como decía, él insistía en que yo vivía aclarando “yo también tengo derecho a…” como si tuviera la necesidad de recalcarlo; y sí tengo la necesidad, boludo, le decía yo, ¿por qué te pensás que vengo acá? ¿Por qué vos sos lindo? No soy tan boluda (también ya sé que si digo tan es porque un poco boluda me siento, termínenla con tanto inconsciente, mierda). Ahora sí que me fui, me perdí y ya no sé adónde estaba… ah, con la prima comiendo una suprema Maryland. Uf, me agoto de mí misma. Total que, después de comer, a la prima se le ocurrió ir a bailar y, antes de que yo pudiera abrir la boca, Vero me miró con la típica cara de ‘no me dejes sola, por favor, viene una vez por año a visitarme y mi obligación es llevarla donde quiera’.  Y allá fuimos y Fiebre de sábado por la noche un poroto, sobre todo porque la mayoría de las personas que encontramos en el lugar al que caímos había ido al estreno de dicha película en su juventud. Dos amigos que, abatidos por no encontrar el sexo desenfrenado que antes de salir imaginaron conseguirían mientras ensayaban una mirada profunda a lo Clint Eastwood frente al espejo, beben en silencio, acodados en la barra, aburridos pero sin dejar de fruncir el ceño. Otros dos amigos que no paran de hacerle bromas a todas las chicas que pasan y, a juzgar por las miradas que reciben, los chistes son divertidos como una endodoncia. El que está parado con el whisky en la mano sonriéndole vaya una a saber a quién, por lo general de jeans y camisa blanca a rayas celestes y que nunca liga nada. El que se quedó en los setenta y se desprendió la camisa hasta casi el ombligo y se dejó los tres pelos que le quedan hasta el hombro. El grupo de recién divorciadas haciendo que festejan y son felices. La que tiene trescientas horas de gimnasia por semana, no se clava nunca una hamburguesa, ya no sabe lo que es un bombón, y el último alfajor que comió se lo trajo su abuelo de Mar del Plata en el verano del 82. Preciosa y amarga como ruda macho. La que dice que no le gusta llamar la atención y por eso se pone jeans con encajes, blusa blanca escotada y transparente (en lo posible con priedritas brillosas), tacos como zancos, algún toque de animal print, mucho peinado de peluquería, mucha uña esculpida. La que se apoya en una columna, mira… mira… mira… revolea… revolea… revolea… histeriquea… histeriquea… histeriquea… Hombres que miran a mujeres y mujeres que miran a hombres. A la prima no le importó nada. Fue entrar y perderla. Qué sé yo, sudará feromonas la tipa. Tengo un lapsus en mi memoria, no sé cómo pero de pronto me encontré bailando, desenfrenada, con Vero y con mi quinta cerveza en la mano. “I was made for lovin´you baby” es sencillamente irresistible. Reaparece la prima, saltando como loca, despeinada, y gritando que había conocido a un cubano increíble pero que no besaba tan bien como el rubio que tenía de la mano. ¿Venderán feromonas en pastillas? Yo en realidad me tendría que dar una endovenosa diaria. Todo pasa muy rápidamente en estos lugares. Por fin se me acerca un muchachito, un poco muñequito de torta pero nada feo. Lástima que abrió la boca. “¿Cómo te llamás?”, me pregunta en un arranque de originalidad y extrema confianza. “Emilia”, le contesto y recuerdo que no debo beber tanto. “Qué lindo, con e de esperaza”, me dice.  “Ah, te gusta Diego Torres, lo nuestro no va a andar, corazón”. Las tres no fuimos al otro lado de la pista, lo dejamos a él y perdimos al rubio en el camino. “No importa”, dijo la prima, “ya me había dado el teléfono, mañana lo llamo”. Seguimos bailando otro rato. Hasta que empieza a sonar Color Esperanza y, como era de esperar, reapareció el muñequito. “Seguidor como perro de sulky”, me dice la prima. “Tu posmodernidad me alucina”, le dije. Me miró y no sé si ella no me entendió a mí o si yo no la entendí a ella. Total, que lo que nos surgió a las dos fue una estridente, borracha y por qué no campechana carcajada. Y sí, cada tanto hay que pintarse la cara.

20. Puedes dejarte el sombrero puesto (y, en realidad, el resto de la ropa también)

“Decime, ¿no dijiste que estar enamorado es querer hacer feliz al otro todo el tiempo?” “Sí”, le contestó. “Entonces, yo me pregunto, ¿por qué no te vas a la mierda? Vas a ver lo feliz que me pongo”. Y… Vero cuando se enoja es brava. La prima se volvió al campo pero, pequeño detalle, se olvidó de decirle que se iba al muchachito con el que vivió una profunda historia de amor de tres días. Y tanto llamar a lo de Vero para saber algo de la prima, se terminó enamorando perdidamente de mi amiga. Lo conocemos poco, pero sí estamos seguras de que es enamoradizo el chico. También sabemos que pretende convertirse algún día en un intelectual porque lee todos los domingos la columna de Beatriz Sarlo en la revista Viva y porque no le gusta el fútbol y aprovecha para ir al super cuando juega Argentina porque no hay nadie. Lindo, pero chiquito, en demasiados aspectos. “Qué levante tu prima, eh” “¿Viste? Bueno, igual convengamos en que le viene bien todo lo que se presenta.” “¿Será que es gauchita porque es del campo?” “No sé, boluda, una vez escuché que hay distintos tipos de libido, ella lo tendrá plástico, qué sé yo.” “¿Plástico? ¿Existe eso? Cagamos, yo creo que lo tengo atrofiado.” “¿Querés a la noche venir a casa a comer una pizza?” Cortamos y me quedé pensando en los distintos tipos de libido. Yo no sé si atrofiado no será mucho, pero estresado lo tengo seguro, no, tampoco, lo tengo pensador. Ese es mi problema, mi libido piensa mucho y de tanto pensar se vuelve indiferente. Pobrecito, está un poco afligido en realidad. Tampoco tengo de qué quejarme, siempre me moví más o menos dentro de los carriles habituales, aunque no me vendría nada mal cruzar alguna que otra línea amarilla cada tanto. Veré que hago en el futuro. Total que no me voy a andar preocupando tanto por lo que va a pasar, si no me pierdo lo que está pasando ahora, que es… nada, la puta madre. Soy una especie de película mal subtitulada, mi cerebro dice una cosa, mi boca otra y más abajo se lee algo totalmente distinto. Mejor, me dejo de joder y me empiezo a preparar para ir a lo de Vero. Nos tomamos una cervezas y hasta por ahí brindamos por la prima y todo. Ahijuna. 

21. Los excéntricos Luisianos.

Mi amiga Luisiana, la que hace unos meses tuvo un virulento ataque de histeria insaciable porque pensó que su marido le metía los cuernos y después no pasó nada, (ni con el esposo, ni con los cuernos, ni con la secretaria, ni con la histeria) y cuando llegamos a la casa con Vero a las tres de la mañana ya se había tomado la pastillita y nos dijo que había “over reaccionado” (Luisiana no puede parar de mezclar palabras que llegado a un punto sólo ella entiende), siguió haciendo cheesecake y construyendo junto a su maridito el Taj Mahal del amor. Una es una chica moderna y sabe que es imposible que alguien quiera acostarse toda la vida con la misma persona, es una ferviente defensora del amor libre, cree que todo es un mandato cultural y/o religioso y hasta entiende que la infidelidad sea casi necesaria para darte algo así como un equilibrio psicológico, entonces, cuando lo cruzás en los cumpleaños ponés tu mejor cara de vaca atada y domesticada. Aunque una tampoco pueda evitar mirarlo y, sin emitir sonido, decirle “volvés a hacer sufrir a mi amiga y hago todo lo posible para que te corte las bolas y las cuelgue del arbolito de navidad o, en su defecto, invite a los vecinos a comer criadillas al horno con salsa de puerros”. Y así todo sigue corriendo más o menos por los carriles habituales. Para una, y para ella, el maridito y sus cinco niños. Sí, cinco. Yo no entiendo, te juro. No me vengan con que una persona decide tener tamaña cantidad de hijos por amor. No tengo dudas de que la persona que hace eso tiene una irremediable tendencia al suicidio, no se anima a calzarse la 38 en el paladar blando y en consecuencia decide tener muchos niños para entretenerse y no pensar, qué sé yo, si no no se explica… Una de doce, otra de nueve, otro de siete y los mellizos de dos, oh my… La cuestión que ella, su maridito y sus cinco niños se iban un fin de semana a la costa y me invitaron; últimamente soy un imán para invitaciones tentadoras, me llueven propuestas desopilantes todo el tiempo, supongo que la gente debe de pensar que como no estoy en pareja, estoy sola, me aburro, y por ende siente un deseo irrefrenable de entretenerme. Lo que más me revienta es esa cara de compasión con la que me miran, toda una invitación a la trompada feroz. Fui muy diplomática. “Ni en pedo, Luisiana”, le dije. “Dale, te va a hacer bien”. “¿El qué me va a hacer bien? ¿Hacerme el harakiri con el último modelo de Power Ranger, intentar matarme cortándome las venas con uno de los accesorios de Barbie, o atragantarme con la pasta frola que seguro vas a hacer mientras tu hija mayor nos deleita con “La vecinita tiene antojo” a todo volumen a las dos de la mañana?” “¿Por qué no te copás y me venís a dar una mano?” Eso es otro cantar, como soy The Queen of Boluds si me hablan de frente no puedo negarme. Y allá partimos, a pasar un fin de semana tan entretenido como el noveno concurso internacional de estatuas vivientes. El viaje en el mini bus que se compraron para poder transportar semejante cantidad de personas y cosas fue un verdadero placer. Sólo tuvimos que parar unas cinco veces: porque uno de los mellizos vomitó, porque el otro se cagó y hubo que cambiar esa arma química llamada pañal, porque la de nueve tenía sed, el de siete hambre y la de catorce quiso ir al baño porque no le alcanzó con ir las otras cuatro veces que habíamos parado. Siete horas con reguetón de fondo después llegamos a la casa de veraneo que queda a trescientos cincuenta kilómetros del lugar en el que viven. Al hombre de la casa casi no lo vimos en los tres días que estuvimos allá. Apenas llegamos se fue a jugar al golf y estuvo todo el día dándole a la pelotita. Qué tipo raro el que inventó el golf, me lo imagino sentado mirando la lontananza y pensando “voy a inventar un juego en el que haya que pegarle a una pelotita diminuta con un palo y meterla en un agujero pequeñito que esté a ochocientos metros de distancia”, bastante enfermito la verdad. El marido de Luisiana tiene como frase de cabecera eso de que “el deporte es salud”, y con ese latiguillo enferma a los demás. Convengamos en que también lloró con la muerte de Favaloro como si fuera su padre y fue a todas las marchas de Blumberg. Es decir, no entra en la liguilla de mis amigos. Mientras el señor jugaba su deporte favorito, nosotras llevábamos a los niños a la playa. Hicimos un promedio de trescientos castillitos de arena por día. En un momento en que los mellizos estaban tratando de comerse un caracol que habían encontrado, el de siete y la de nueve se peleaban furiosamente por una pelota y la doce gritaba “cállense pendejos, mamá hacé algo” como si tuviera un megáfono incorporado en su garganta, Luisiana, mirando el horizonte, dijo “te juro que a veces me siento superada y no sé qué hacer”, y yo, también mirando el horizonte, contesté, “Matalos, es la única solución posible”. Aprovechando que no había ningún ecologista cerca, apagué el cigarrillo en la arena, e inmediatamente después nos paramos para construir el castillito número trescientos uno. 

22. La última tentación.

Finalmente, acepté entrar de lleno en la modernidad y tengo mi perfil en Facebook. Debo reconocer que muchos de mi prejuicios eran infundados. Tiene su costado interesante la herramienta. Una puede contactarse con gente que tenga los mismo intereses e intercambiar información, recibís invitaciones a eventos que de otra manera no te enterarías que ocurren, a cursos, seminarios, etc. etc. Una se encuentra con gente que hace mucho no ve (que al instante de habernos reencontrado, y luego de que la euforia se diluye, una recuerde por qué mierda dejó de ver a esa persona e inmediatamente se arrepienta es otro tema, pero encontrarse nos encontramos). También te da la posibilidad de mantener un contacto más fluido con aquellas personas que una no ve tan seguido pero quiere y entonces así sabemos, por ejemplo, que tuvo un niño, que el niño tiene gases, que el primo se recibió de arquitecto y otras cosas importantes por el estilo. Ah, y también podemos disfrutar de las fotos de nuestros amigos sin necesidad de perder el tiempo en vernos. Pero, y siempre hay un pero, no puedo dejar de preguntarme: ¿qué es lo que hace que una mujer, adulta ya ella, llegue a su casa después de un día en la oficina y escriba “por fiiiiiiiinnnnnn…… un té de frutillas para miiiiiiiiiiiiiiiiiiiiií!!!!!!!!!!!!!!!”? (es fundamental la repetición de letras y de signos) ¿Por qué otra mujer piensa que puede ser importante para mí enterarme que su hijo de dos meses tiene cólicos? Y el boludo de la otra cuadra, a quien acepté porque al principio ese gigante cartel que dice IGNORAR te resulta muy incómodo, ¿cree realmente que a mí me interesa que su amigo Juancho, a quien no conozco, se puso en pedo en el casamiento de otro amigo a quien tampoco he visto en mi vida? Por otra parte, si bien ya entendí que el objetivo de tener un perfil en una red social no es contar entre mis amigos sólo a Verónica, me parece obvio que si vivís en Tanzania y sos profesor de surf no tenés mucho en común conmigo, entonces, ¿para qué carajo me mandás una invitación de amistad corazón? ¿Por qué Juan Pompeyo de la Racalcada sigue enviándome invitaciones diarias para hacerme fan de “La Chota de la Porota – Sitio Web de Interés General” a pesar de que yo se la rechace una y otra vez? Aprovecho también esta oportunidad para decirle a “EYA” que la música que hace su banda es una cagada, a Ωœ†æƒ que nunca le acepté la solicitud de amistad porque nunca entendí en qué carajo de idioma me hablaba, a Miguel Ángel Rafael Salvador que sus cuadros son una mierda, y a María Pía le pido por favor que de una buena vez se entere que los ocelotes abandonados, las vacas deprimidas de Cataluña y las lagartijas estériles de Ruanda me importan una verga. 

“Regalos” que me han enviado en estos días:

Rosas, corazones, cervezas, tragos, mates (calentitos, lavaditos, con espumita), brindis de amistad, abrazos, árboles de navidad, dibujos animados, adornos de navidad, besos, tarjetas (de navidad, de cumpleaños, de pascuas, del día del arquero), buenas vibraciones, buenas ondas y hasta almohadas…. Juro que no entiendo. ¿Qué se supone que deba hacer? ¿Me tengo que poner contenta porque alguien en el mundo piensa en mí y como piensa en mí me manda un peluche que dice “te extraño”? Y, muy contenta no me puedo poner, porque pensará en mí pero no me conoce una mierda si no, no me mandaría un peluche. ¿Chupo el mouse mientras me hago el bocho con un daikiri de frutilla? Pregunta quasi existencial: un mate lavadito por Facebook, ¿te da tanta diarrea como uno real? Si la respuesta es sí, ¿quiere decir que el que me lo envió me está mandando sutilmente a cagar? Los demás artículos, ¿los cuelgo del arbolito de Navidad de mi mamá con computadora y todo? ¿Y si mejor se copan todos y se los meten en el orto cibernético? Si no tienen, seguro que alguien generará una aplicación para conseguirlo. Y ahí sí que voy a ser yo la que mande regalitos.

Algunas de las causas a las que me han invitado a unirme: 

Florencio Varela merece tener un Aquarium como el de Miami.

Para que vuelva el muñeco Goma Goma a la televisión.

Salvemos a los mejillones de Bruselas, menospreciados por los zapallitos.

Palmiro Caballasca Presidente.

Un Gramy Latino para Vilma Palma y Vampiros.

Por la vuelta de McNamara.

Grupos que alguien supone que yo debería integrar:

Mujeres abandonadas durante el mundial.

Muerte a Larguirucho

Los que creemos que la marihuana no es una hierba inocente.

Si Cristo viviera un porro quisiera.

El Payaso Pepino era un pelotudo.

Algunos quieren que me haga fan de:

El Soldado Chamamé y su primo Margarito Tereré.

Las comedias de Darío Vítori.

La gaita como instrumento de relajación.

Peeero… La puta madre carajo, ¿cuándo, en qué momento de nuestro devenir histórico, desarrollamos esa capacidad de convertir todo, absolutamente todo, en una reverendísima pelotudez?

23. Nooooche de paaaaz, nooooche de amooooooorrrrrrr

¿Noche de amor? Espero que se me aparezca el niño Jesús en alguna de sus formas porque la verdad es que hace rato que no le veo la cara a su padre. Que quede claro, no soy una maniática sexual, pero al ritmo que vengo, creo que un panda debe de tener más sexo que yo. Bueno, el tema es que a partir de mediados de diciembre a todo el mundo le agarra el apuro. “Nos tenemos que ver antes de fin de año, che”, repiten y repiten. Ojo, a mí me encanta festejar y soy re jodona cuando quiero pero no veo por qué tengo que ir a tomar algo con alguien que la última vez que vi fue para el brindis de fin de año del año pasado. Encima mi mamá, que es molesta de por sí durante todo el año, se pone particular y especialmente rompe pelotas a esta altura. “¿Dónde vas a pasar las Fiestas, Emilita?” Juro que hasta puedo escuchar la letra mayúscula de Fiestas, que asociada a la palabra Emilita hace que me agarre una urticaria interna en mi occipital derecho. “No sé, mamá”. “¿Cómo no sé? ¿No vas a estar conmigo?” “Y si ya das por sentado que voy a estar con vos para qué me preguntás”. “Bueno, es una forma de decir”. Mi mamá está repleta de formas de decir. “Pensé invitar para Nochebuena a la tía Roberta”. “Roberta no es mi tía, mamá, es tu amiga”. “Siempre la llamaste así”. “No le digo tía desde que tenía cinco años, mamá, y debo recordarte que vos me decías todo el tiempo, ahí viene la tía Roberta, ¿cómo la iba a llamar? Cuando me enteré que no era tu hermana me traumé tanto como cuando me enteré que Papá Noel no existía”. “Lo de siempre, con vos no se puede hablar”. “Entonces, ¿por qué no mantenemos un respetuoso silencio?”. “Después la llamo y le pregunto qué va a hacer y de paso le digo que la invite también a Josefina”. Evidentemente, me espera una noche de jolgorio. El tema de conversación favorito de Roberta es cómo hacer una mayonesa casera sin que se te corte y Josefina es de las que tienen un Cristo colgado en la cabecera de la cama con una ramita seca de olivo. Le voy a preguntar a Vero, qué hace, si quiere venir o si aunque sea nos vemos después de las doce. Es decir, a las doce y cinco.

24. and a Happy New Year!

Hay un genotipo masculino que me cae particularmente mal, por ser fina y no decir para la mierda.  Insoportable en sus treinta, merecedor de muerte por estrangulamiento de pene en desuso si ya está llegando a los cincuenta. Es el W.I.N.G.: Winner Inútil – Naturalmente Ganso. Suele aparecer en las fiestas con un sweater de hilo aunque haga cuarenta y cinco grados a la sombra, en lo posible color beige o cremita, y, detalle infaltable, las mangas arremangadas al estilo Mateyko en los ochenta. Pocos pelos, pero largos. Pocas ideas, pero estúpidas. Jeans, zapatillas y una pose… una pose… francamente incalificable. Dice a quien lo quiera oír, vocifera mejor dicho, que él es lo más. Que tiene muchas minas. Está convencido de que todas las mujeres acaban con sólo mirarlo y de que coge como los dioses, y eso no lo pongo en duda, dado que los dioses no existen. Como máximo exponente de literatura universal lo tiene a Bucay y, por ende, es cultor de frases como “dame tiempo estoy confundido”, “siempre te voy a querer”, “nadie te va a amar tanto como yo, pero esto no va más” y “no sos vos, soy yo”. Si acaba de separarse puede llegar a decir cosas como, “quiero entrar en una dinámica más cool”, “estoy redescubriendo mi sensibilidad” o “ahora sólo quiero vivir la vida”. Su película favorita es Gladiator y se comporta como si fuera el hermanito gemelo perdido de Russell Crowe. Por supuesto votó a de Narváez, sólo porque le cae bien el tatuaje, y puede pasarse toda una noche diciendo “quereme” esperando que una, con una sonrisa de complicidad, le conteste “querete”. Lo que más desea en la vida es que todos lo consideren un copado y cuenta, esperando que lo aplaudan, que todavía tiene guardados tres números de la revista Condorito y un yoyo Rusel (de ahí su empatía con Gladiator). Cuando baila, canta y actúa todas las canciones, hace una especie de “conejito” extraño con sus dientes mientras apenas muerde su labio inferior, frunce el ceño, entrecierra los ojos, levanta los brazos y mueve la pelvis, ya sea para bailar cumbia o rock, Bombón asesino o Un poco de amor francés. Para el 31 a la noche, Vero me invitó a una fiesta y el único tipo solo y supuestamente apetecible (hasta el vómito) era uno que caía en la categoría antes descripta. No la hubiera pasado tan mal si no fuera por el pequeño detalle de que a último momento apareció Federico, me agarró el típico coágulo femenino y me hice la interesada en el bofe para que el otro supusiera que no estaba sola. Ay, Emilita, a veces te merecés morir por un suicidio, mirá.

25. Qué más, qué más, quemás, tu vida…

Con Vero, para olvidar el papelón de fin de año, sobre todo el que hice ante mí, nos fuimos unos días a la playa. Nos cansamos de ver minas con cara de tomar dos litros de agua por día y sufrir tránsito lento y tipos que comen barritas de cereal y toman jugos hipotrónicos o, en su defecto, bebidas energizantes. La mayor aspiración intelectual de estas personas debe de ser comprender en su totalidad en último libro de Ari Paluch. Rozitcher (Alejandro, por supuesto) es una especie de Foucault para ellos, inalcanzable. Se trasladan en 4x4 o en cuatriciclos y no se clavan un sándwich de milanesa ni en sus peores pesadillas. No era el lugar que hubiéramos elegido pero teníamos casa gratis por medio de una amiga de ella, razón más que suficiente para guardarnos todos nuestros prejuicios en el más recóndito lugar de nuestros hígados. Igual, la verdad es que la pasamos bárbaro derrochando toneladas de ácido muriático. Hasta que una de esas tardes en la que nos estábamos deleitando con una señora (porque una mina a los cuarenta y pico es una señora aunque se vista en la misma tienda que su hija de quince) que tenía un pareo animal print y labios de riñón, cada cinco minutos se rociaba con una especie de aceite y, entre rociada y rociada, leía un libro de Rolón; escucho un motor muy cerca de nosotras, tan cerca que me doy vuelta para putear en arameo al boludo montado en el adefesio que estacionaba a nuestro lado cuando había trescientos metros cuadrados de playa alrededor vacíos, y en ese segundo el motor se apaga y escucho un “¿cómo están chicas?” Federico, of cors, con una rubia adosada a su cuarto trasero y de la que le costó despegarse cuando se bajó a saludar. “¿Qué hacés acá? Parecés el fantasma Benito, estás en todos lados”, lo saludé con mi característica dulzura. “La llamé a tu mamá y me dijo que se habían venido el fin de semana, que estaban por esta playa y se me ocurrió pasar a saludarlas. ¿Hice mal?”. Mamá, siempre mamá. Tengo que recordar no hablarle más. “Noooo, para naaaada”. No se me ocurrió cómo podía continuar esa conversación y, como vi que la rubia tenía en sus manos un perro (muy chiquito, de esos que si una los pisa hace pomada para zapatos) pregunté, “¿qué raza es?” “Es un salchicha de pelo duro”, me contestó. “Qué lindo, una especie de nutria que ladra”. Federico, me miró con cara de satisfacción, es inevitable, caigo siempre. “¿Van a andar por el centro a la noche? Si quieren podemos ir a cenar los cuatro”. “Nosotras prácticamente no salimos, gracias pero no.” “Bueno, será en otro momento, nosotros seguimos”. “Chau, chicos, que la pasen bien”, dijo Vero. Se fueron.  “A vos te parece este hijo de puta, venir con esa culo roto y mal parado. ¿Para qué carajo me viene a buscar?”. “Ya sabés para qué”, dijo Vero con la sabiduría que la caracteriza, e hizo un silencio. Yo también. Hablar en ese momento hubiera sido repetirnos, y eso no nos gusta. Tengo que arrancar el año de otra manera.

26. Los caballeros las prefieren… ¿cómo?

“Para mostrar tus deseos a flor de piel, provocando y dejándote provocar. Para que en cada paso sueltes tus sueños, para que el mundo entre en ellos y en tu fibra íntima. Para que te desvistas ante esas miradas que aún no te descubrieron. Hombre, mujer, seres eróticos…”. Juro que esto es una publicidad de ropa. De-ja-te-de-jo-der. Ya sé que está dirigida a gente para la cual la máxima expresión de valentía y coraje es pedir de postre una mousse de chocolate, pero igual. Y hablando de postres, pensándolo bien, yo estoy en el horno. Para empezar, si hay un lugar donde están mis deseos, no es precisamente a flor de piel. No sé si tenerlos ahí es bueno o malo, sí que debe de ser incómodo. Tal vez debería volver a terapia para resolver el asunto, tal vez haya un lugar intermedio entre la flor de la piel y un recóndito rincón del duodeno. El tema es cómo hace una para mostrar sus deseos, si es que los conoce en primer lugar. El novio de una amiga, psicólogo él, decía que lo mejor era hablar y hablar. La verdad es que yo hablo hasta cuando me callo, y la mayoría de las veces no tengo la menor idea de lo que quiero. O sí, pero haciéndome la boluda no hay quién me gane. Provocar yo provoco bastante y, la verdad, es que la gente vive provocándome. El tema es qué. Ahí te quiero ver. Con respecto a andar soltando los sueños por la calle mientras una camina es, como mínimo, peligroso, sobre todo para los demás, que los tienen que andar atajando. Lo que no comprendo del todo es eso de que el mundo entre en mis sueños. ¿Vendría a ser algo así como una terapia ya no grupal sino global? También peligroso, una no puede andar invitando a toda la gente que conoce a que entre en su fibra más íntima, por lo menos, no si quiere evitar un suicidio en masa. Por último, si hay miradas que no me descubrieron, ¿para qué me voy a poner en bolas delante de ellas si no me van a ver? ¿Para alimentar mi baja autoestima? Al final mi tía Dora va a terminar teniendo razón, “hay gente rara”, dice ella todo el tiempo, con una inocencia envidiable. Ah, estoy pasando por un momento inolvidable. Qué lindo que me dejé convencer por Mami que me invitó a almorzar y a ir de compras. Perdón por usar un cliché prejuicioso, pero quiero ser rubia.

27. Los sospechosos de siempre (vamos, y algún que otro inesperado también)

Todos los días trato de no sacarme, de que la cadena siga en su lugar, de que la térmica no salte, pero el mundo se confabula para que no pueda lograrlo. Hoy me levanté bastante tranquila, desayunaba en paz, mi mate amargo a la derecha, leyendo el diario, cuando un titular hizo que mi pobre gato, que sólo maullaba por un poco de comida, se comiera en realidad una buena patada en el culo (debo aprender a manejar mi furia contra el objetivo que se lo merece, me digo y me prometo escribirlo cien veces para cumplirlo). Parece ser que en algún lugar de Alemania llevaron a cabo una investigación sobre la psicología de la atracción sexual. Y los sabios teutones llegaron a la sabia conclusión de que “los hombres se sienten atraídos por una variedad más amplia de mujeres cuando están estresados”. Pero estos hijos de una gran Heidegger, ¿por qué no gastan sus millones en investigar el aumento en la colonia de jejenes en la Selva Negra en vez de inventar excusas pelotudas?  Imagínense la situación que se puede llegar a generar cuando, por ejemplo, después de leer semejante artículo un administrativo que vive en Lanús llegue a la casa y alegremente, dando por sentado que ella leyó el diario y lo va a entender, le diga a su señora: “es que querida, vos sabrás comprender, me tuve que coger a la vecinita de enfrente, que me tiene locoloto, porque hoy en la oficina me agarró el jefe y me puso muy nervioso”.  La mujer seguramente lo comprenderá y, acto seguido, lo pondrá culo al norte para hacerle una enema de Prozac al grito de “Vení que te tranquilizo, mi amoooor”. Esto es lo que yo llamo irresponsabilidad científica y periodística, no tienen en cuenta las consecuencias de sus actos estos idiotas, pero no me voy a ir por las ramas y no voy a hablar de los diarios, aunque ganas no me falten. Volviendo… La verdad es que he escuchado pretextos estrambóticos a lo largo de mi vida, pero éste se lleva los laureles. Aunque pensándolo bien, recuerdo al marido de una amiga que, cuando ésta le encontró el voucher de la tarjeta de crédito con el que había pagado su estancia en “Los jardines de Sodoma” (entre paréntesis hay que ser pelotudo para pagar con tarjeta de crédito) dijo que se había metido a dormir una siestita en un telo porque le dolía la muela y estaba lejos. Le bajaron los dientes, para que se ahorrara la visita al dentista. En realidad, muchachos y muchachas de mi barrio, las excusas son innecesarias. Hay que convencerse de una buena vez de que los cuernos están sobrevalorados. La fidelidad es un mandato cultural, es hora de que nos demos cuenta de que lo importante pasa por otro lado, de que el sexo no es egoísta, de que acostarse toda la vida con la misma persona es imposible, además de aburrido. Todo esto siempre y cuando no me toque a mí ni a cualquiera de mis amigas. Ahí es el preciso momento en que la racionalidad, el progresismo y las justificaciones varias se me van al reverendísimo carajo. Lo que más bronca da es enterarse. He escuchado a más de una decir frases como: “Qué carajo me importa que tenga sus cosas por ahí, pero encima me tiene que tomar por imbécil y hacérmelo saber, gilipollas del orto” (esta amiga había pasado un tiempo en España y no paraba de usar ese tipo de frases, a lo mejor por eso el hombre se tomó un respiro por ahí, porque ya no le entendía una palabra). Y es verdad, hay cosas de las que una mujer nunca debe enterarse, que tu amante sufre de hemorroides, que su mujer tiene que tomar antidepresivos o que tu novio, esposo, tutor o encargado se acostó con otra. Lástima que los alemanes no hicieron este descubrimiento un par de años atrás, así Federico hubiera contado con otro argumento. A lo mejor, me convencía…

28. Mujer soltera busca (fantasmas abstenerse)

La culpa de todo la tiene Julia Roberts y esas películas de mierda que hace. Pero por qué no venís a trabajar acá a Plaza Constitución a ver si baja George Soros a rescatarte, que te tiró. O la otra, Demi Moore, dale que te dale con la cerámica, la pelotuda que nos hace llorar porque sigue enamorada de un fantasma; esa sí que no necesita terapia, necesita que Freud resucite directamente… y hablando del austríaco, cómo nos arruinó la vida este tipo, antes de que inventara todo lo que inventó, la humanidad vivía más feliz, todos estábamos más contentos, boludos en nuestra ignorancia, pero contentos al fin, en cambio ahora pensamos y pensamos y nos vamos al útero de mamá todo el tiempo, y deshuesamos pollo sin parar… O Meg Ryan, la peor, debe de ser la única mujer en el mundo que conquista hombres caminando como un pato, si yo salgo así por la calle se me ríe en la cara hasta Pedrito Rico, en cambio de ella se enamora Tom Hanks, que encima es millonario, todo por mail, a mí lo único que me llega por mail últimamente son propagandas de viagra o “enlarge your penis”. Nos han hecho creer que todo es posible si hay amor. Y, sobre todo, les han hecho creer a los tipos que nos mojamos con sólo mirarlos. Nos han hecho creer cada boludez, la verdad. La cuestión es que estaba yo tan aburrida que acepté la invitación para ir al cine y después a comer (muy americano el chico) de un amigo de un primo de Vero que había visto una vez en un cumpleaños de su vecina. Error, obviamente. Dos horas antes de salir a su encuentro me llamó por teléfono para preguntarme si me daba lo mismo ir a su casa, que él era un muy buen cocinero, que me quería homenajear con un plato especial, y que tenía una película maravillosa para ver. ¿Cómo negarme? Diciendo no, pelotuda, ya te pasó muchas veces que has caído en lugares francamente indeseables, todo por no saber “cómo negarte”. Yo no sé si esto es grave, pero a veces me hablo y me contesto como si fuéramos dos personas, no sé si debo preocuparme. Bueno, total que fui. No fue más que entrar y arrepentirme. Al tipo le encanta cocinar, mientras cortaba los tomates tuve que escuchar las anécdotas de cómo la abuela le había pasado los secretos de la receta del pomodoro al uso nostro, y escucharlo y escucharlo, y escucharlo, cómo hablaba el hijo de puta. Es de esos tipos que tienen una explicación para todo, hasta para el origen de la frase ñam fi fruli fali fru. Finalmente, nos sentamos a comer (en definitiva, unos fideos con salsa de tomate) con música de Juana Molina de fondo. Me habló de su mamá, de su papá, ambos arquitectos, y de su hermana la profesora de yoga y de cómo Hermann Hesse le cambió la adolescencia. Cuando me mostró la película que tenía para ver, me dije, “y bueno, Emilia, ya estás jugada”, era coreana; y sí, algún cineasta en Corea debe de haber, yo la verdad no lo conozco. A los postres (algo que no sé muy bien qué era pero que tenía sésamo arriba) se levantó para cambiar la música. “¿Querés escuchar algo en especial?”, me preguntó. “Seguro que tenés algo de Drexler”, le contesté. “Pero, por supuesto, qué bueno que te guste, ¿cómo te diste cuenta que a mí también?” “No hace falta ser gallina para saber si un huevo está podrido, mi amor”, le contesté en un ataque de romanticismo furioso. “No sé si por tu tono estás siendo irónica o simplemente guaranga, no hablás en toda la noche, me tengo que esforzar para llevar adelante una conversación interesante y de golpe decís una cosa así. Francamente, Emilia, no sé qué pensar”. “Pero no pensés nada, y ya que te gusta cocinar, ¿por qué no te hacés amigo de Chichita de Erquiaga y se van juntos a la Fiesta Nacional de la Masa Vienesa? Chau, bombón, que te diviertas con los chinitos”. Me levanté y me fui. No era un mal chico, pero tenía muchas plantas, hasta un ficus. 

29. Volver (sin que se te marchiten la frente ni las puntas)

Y tuve que volver. Después de la noche de pasión trunca con el primo cool e intelectualoide de Johnny Allon, mi cabeza era un lío. Ya no sabía qué pensar ni qué hacer. La realidad indica que una vuelve, siempre vuelve después de un tiempo. Hay profesiones que hacen un culto del agarrarte de algún lugar para que tengas que hacerlo. Así que junté coraje y me fui. Empecé por la peluquería, la terapia es como el cielo, puede esperar. Cuando entré, gracias a dios para mí pero no para la dueña, estaba vacía. Apenas me vio me alcanzó un folleto que le habían dejado. “Te va a ayudar”, me dijo al mismo tiempo que largaba una carcajada feroz. Era una propaganda de un curso de desarrollo armónico del ser humano. “Me estás jodiendo”. “Obvio, nena, ¿qué te vas a hacer?” “Lo mismo que la última vez”. “Ok, sentate”. Hablamos de temas varios en general (familia, padres, trabajo, cotidianidades domésticas) y de hombres en particular (parejas, novios, propios y ajenos, sexo por supuesto). En la peluquería, Hegel no clasifica. Al principio nos contamos los básicos. Yo: soltera, sin hijos, madre viuda rompepelotas, profesora de inglés. Ella: separada, dos chicos, padre también muertito, madre todavía no, profesión evidente. Cada vez nos fuimos poniendo más particulares. “¿Y este Federico, que va y viene, qué pasó?” “Una tarde me llama y me dice que quiere tomar un café, fuimos y me contó que había tenido una, y lo cito textual, aventura amorosa?” “¿Eso te dijo? Es medio perversito entonces.” “No, es un pelotudo entero. Encima el forro me dice ‘cometí un error, perdóname’. El tipo no cometió ningún error, el tipo es un error. Me levanté y me fui. Es algo que te cuento últimamente hago muchas veces y no lo estoy haciendo ahora porque tengo esto que me pusiste en la cabeza y la verdad me da más vergüenza salir así a la calle que habértelo contado.” “Pero nena, por favor. Sabés las cosas que te puedo llegar a contar yo.” Y largó. Así fue, no sé qué, no sé cómo, pero seguimos hablando y hablando. Y nos terminamos contando la vida.  Cosa de minas.

30. Bancate ese defecto.

Domingo… bajón (sobre todo de cabeza después de los diez daiquiris que me tomé anoche en el cumpleaños de Luisiana, que después de superar su crisis matrimonial del año pasado se convirtió en algo así como la Evangelina Salazar de mis amigas, por suerte no tiene sobrinas) Vuelvo, domingo y de Pascuas y a mí qué me importa. Me empieza a importar cuando mami llama a las nueve de la mañana para recordarme que no llegue muy tarde porque a la tía le gusta almorzar temprano y de paso me pide que lleve el helado de postre. La puta madre carajo me había olvidado de que me esperaba una tarde entretenidísima escuchándolas debatir sobre cuándo es la mejor época para trasplantar el malvón. De pechito me recibió con un “Me imagino que el viernes habrás hecho vigilia”. “Sí, mami, estuve con Vero y las dos vigilamos muy bien la bondiola de cerdo que pusimos al horno para que no se nos quemara.” Me tiene podrida, no la bondiola ni Vero, of cors. La mira a la hermana con cara de ¿Ves cómo es? y se mete otra vez en la cocina. La casa de mamá es como el consultorio de un dentista, (¡pero qué maravillosa asociación que acabo de hacer!, que lindo imaginarme a mamá con un torno, que lo tiene en realidad es su lengua, y yo tengo un enano en la cabeza que todo el tiempo grita ¡Te-ra-pia! ¡Te-ra-pia!) vuelvo a volver… tiene el living lleno de revistas de esas que en la puta vida me compro pero que en estos casos, como en lo del dentista, vienen bien. Leo: Darío quiere que le dé un hijo (habrá que ver si el hijo quiere que vos se lo des, corazón, dice el enano) Quiero envejecer al lado de Esteban (el futuro llegó hace rato, cantaban hace unos años) Estamos unidos por la música y el amor (andá a cantarle a Gardel y si querés también a Zamba Quipildor – agrega el enano porque a mí el folklore no me gusta) El yoga me cambió la vida (y la cirugía te cambió la cara) Me separé con el mismo amor con el que me casé (anda a cagar) Celebro que la mujer de mi ex esté embarazada (andá a cagar 2) Tuve que elegir entre mi novio y mi carrera (si elegiste a tu carrera, tu novio agradecido… y por casa cómo andamos… enano de mierda callate la boca) Me tatué por amor (¿y una lobotomía por amor no te harías?) No puedo creer tener esta vida dentro de mí (el que está adentro tampoco lo puede creer, es probable que sea el primer caso de suicidio pre natal). Too much, gana el enano, mañana llamo y pido turno. “Nena, ya están los ravioles”. Feliz domingo para todos.

31. Analize this (o, en buen criollo, analizate esta)

Auto que no arranca, listo ya está se me cagó el día, batata de mierda en cualquier momento la vendo me tiene harta. Otra vez a soportar estoicamente que los simpáticos muchachos del taller me traten como a una idiota para lograr que lo arreglen rápido, lo haré cuando vuelva porque hoy tengo mucho trabajo y la insoportable levedad del ser está trabajando a full, la hija de puta no puede parar, ya me afecta por otros lados (vaya una a saber cuáles son los demás lados que no nombro), tengo las uñas de los pies tan largas que en cualquier momento dejo arañazos en el piso de madera, y con los pelos de las piernas me puedo hacer una permanente; encima la primera clase del día es con la telemarketer de la telefónica, una boluda a cuadros que lo único que le importa es poder entender las canciones de Mika (el día que las entienda sufre un shock), eso sí es re progre, tiene un pin con la cara del Che Guevara en la cartera; y el que le sigue es médico, cuando me llamó para tomar clase pensé qué bueno, por fin alguien interesante para charlar, pero no el tipo es anestesista, está acostumbrado a hacer que la gente se duerma; y para terminar este maravilloso día me toca con el científico, un jodón de la primera hora, la semana pasada me tuvo toda la hora explicándome la teoría del Big Bang y la Máquina de Dios (entre paréntesis qué nombrecito que se mandaron los científicos, eh), me cagué tanto de risa que casi casi se me sale el implante (de la muela, creo que no hace falta aclarar) bella manera de concluir un día bello, con mi pie izquierdo, en el medio los intrascendentes de siempre, la verdad es que nunca se debe subestimar la cantidad de pelotudos que habitan a nuestro alrededor; mejor antes de salir hago una llamadita. “Hola, ¿Iturralde?” “Sí, Emilia, ¿cómo anda?” “Para el culo, si no no te llamaría”. Silencio respetuosamente psicoanalítico del otro lado. “¿Tenés hora para la semana que viene?” “Si quiere la puedo ver mañana”. “No, mejor, dejame hasta la semana que viene, así está bien.”

32. La mañana… lanza llamas…

“Britney Spears mostró su cuerpo sin photoshop”, ahora muestra un moretón en su pierna derecha, un tatoo, dos gramos de celulitis y que su cintura tiene un centímetro más de lo que todo el mundo piensa… ahora sí las mujeres del mundo nos sentimos mejor, es como nosotras.

“Científicos en Inglaterra crean embriones con el ADN de un hombre y dos mujeres”, pero por qué no se dejan de joder con las pipetas, las probetas y la puta madre que los parió, me pregunto yo, qué quieren crear, adónde quieren llegar, por favooooorrrrr.

“En Francia pagan casi 6 mil dólares por untar con crema solar… los futuros untadores deben estar dispuestos a poner crema solar a los turistas en las zonas del cuerpo que ellos soliciten”, estos franchutes siempre en el detalle, lindo laburito, lástima que si me apunto yo seguro que solicita mis servicios Igor.

“Obligaron a una tienda londinense a sacar de la venta un bikini con relleno para nenas”, pero por qué no agarran a la mamá y al papá que compraron el susodicho traje de baño, se los hacen poner a ellos, los traen a Buenos Aires y los sueltan así vestiditos a las dos de la mañana en Fuerte Apache.

“Anularon el primer matrimonio gay”, sin comentarios.

“Muere joven lesionado durante una práctica del Vale todo, le rompieron dos vértebras.”, sin comentarios 2.

“¡Qué lindo es dar buenas noticias!”, dijo una vez un tipo orgulloso de que lo apodaran Chupete.

Conclusión: tengo que dejar de leer el diario con el desayuno, me predispone mal.

33. ¿Qué pretende usted de mí, canalla?

Otro tema muy de moda: las utopías. Me tienen harta, podrida, con las utopías, pocas palabras tienen tan buena prensa como esa, si vos creés en las utopías sos algo así como un ser divino, superior. Como al final no sé bien qué mierda son, voy a las fuentes. El diccionario de la Real Academia Española, no cualquiera eh, dice que una utopía es, y me lo anoté para no olvidarme, “un plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”. Ya desde el vamos nomás tengo un problema con la palabra sistema y si encima ese sistema es optimista, se pueden ir todos a cagar, pero esa es otra cuestión, no sé cual, no soy Hamlet a Dios gracias aunque también a veces persiga fantasmas, como todo el mundo, bah, tampoco tengo por qué pegarme tanto todo el tiempo. Estoy re dispersa, ya lo sé. El otro día la amiga de una amiga, hablando de un muchacho que había conocido, dijo que no quería saber nada con él porque era un optimista no realista, el típico macho hipocampo bah, un pescado convencido de que es un potro. Optimista no realista, es una redundancia, no me lo vas a negar. Bueno igual ella no sé qué pretende, se cree perfecta, vive postulándose para el puesto de Mujer Maravilla, en realidad nadie puede negar que, según los tests de la revista Cosmopolitan claro, es una chica inteligente. Bueno pero volviendo al primer tema, digo, si algo es irrealizable, ¿para qué carajo lo vamos a perseguir? Suponete que yo me propongo caminar hasta el horizonte, como escuché por ahí, dale que te la doy que a los veinte todavía creo que eso es posible… a esta altura, vaaamos… una de dos o soy una boluda alegre y sigo creyendo que es posible; o ya sé que no pero igual me convierto en la Forrest Gump del subdesarrollo, más boluda todavía. Aunque por ahí, quién te dice, viene alguna ONG de esas que surgen a montones por Europa, por ejemplo para proteger a las mariposas abandonadas en Villa Caraza y me terminan dando un premio. Y ojo, esto no es escepticismo, ni siquiera cinismo como muchos lo llamarían, para mí es pura sabiduría, qué querés que te diga. Entonces después vienen los que te dicen que la utopías sirven para eso, para caminar, pero ¡por favor!, para caminar al pedo servirán en todo caso. ¿No se dan cuenta de que eso genera frustración? Si yo me pongo como meta alcanzar algo que de antemano sé que no es posible lograr, vivo deprimida. Porque aunque suene mal decirlo, con esta posición una anda más contenta por la vida, porque no se espera nada, damos por sentado que de base todo es una mierda, entonces todo nos parece de más, nos viene de arriba, como peludo de regalo, decía mi abuelo. “Entonces, Emilia, ¿usted vive contenta? Mire, ahora ya se nos terminó el tiempo, pero me  gustaría que la próxima vez venga de verdad, no que concurra a este consultorio de manera, cómo decirlo, tan utópica.” Iturralde, se tenía que llamar el tipo. Yo sola me busco un psicólogo que me haga acordar a la palabra turro.

34. Suena el teléfono…

A veces me pregunto por qué hacemos tantas estupideces, y la respuesta obvia, porque somos estúpidas. ¿Por qué hablo en plural? Asumite, Emilita, asumite, es el primer paso. ¿Hacia dónde? Ni San Ceferino lo sabe. Espero que no sea a la mismísima mierda. Por lo pronto y para evitar eso me voy a lo de Vero. Apenas entro a su casa, suena el timbre. Es la vecina, que viene a devolverle no sé qué que Vero le prestó. Y entra, por supuesto. Es tan rubia que hace daño. Se instala en el sillón como si su presencia fuera indispensable y empieza a hablar y a contarnos de su vida, algo que a mí me interesaba tanto como la estadística de enfermos cardiovasculares de Camerún. No sé, se debe creer Farrah Fawcett Majors y querrá formar los Ángeles de Charlie con Vero y conmigo, qué sé yo. A mal puerto, decía mi viejo. Encima le suena el celular todo el tiempo y, como si esto fuera poco, el ringtone es una canción de Arjona. La neurótica habla y se ríe a los gritos. “Ay, discúlpenme, lo que pasa es que en la agencia estamos lanzando un producto nuevo que parece que va a tener mucho éxito.” “Qué suerte,” dice Vero, que debe de haber tomado clases con Eugenia de Chicoff y nunca me lo contó. “¿Y de qué se trata?” Para qué. Empieza a contar no sé qué mierda de un cruce a los Andes. Cuando termina, me mira y me pregunta, “¿A vos no te gusta el turismo de aventura?” “No, la verdad es que no me seduce la idea de viajar para la mierda y comer para el ojete.” Vero larga la carcajada y ahí me di cuenta de que, si hizo el curso, por suerte, reprobó. Y la vecina se da cuenta de que nunca vamos a formar ni el trío Los Panchos y se marcha. Vero me mira con cara de “por qué hiciste esa boludez”, algo ya le había adelantado por teléfono antes de ir. “La culpa de todo la tiene el hijo de puta de Iturralde, ¿sabés lo que me dijo?, que no tengo que tener asignaturas pendientes, a vos te parece, a mí sola me toca un fanático de José Sacristán. Me llega a decir que solos en la madrugada no estamos solos y lo mando a la concha de su hermana.” “Bueno, pensándolo bien, no está mal enfrentarse a los problemas, cerrar círculos, Emilia.” “Pero, Vero, cerrar círculos… dejate de joder… pero por qué Iturralde no cierra el culo, mejor.” “No es eso para lo que vas”. Y para qué voy, me pregunto yo, para que me convenza de hacer estupideces y le deje un estúpido mensaje a Federico en el contestador diciéndole que lo tengo que ver. Y sí, para eso. La puta madre carajo.

35. El día después de mañana…

El otro día fue el día de la tierra, algo que, como todos lo que me conocen se imaginarán, me tuvo en situación de éxtasis toda la jornada. Alguien, vaya una a saber quién, miembro con seguridad de la Asociación Vida en Libertad para las Hormigas Coloradas o similar, tiró un folleto por debajo de mi puerta. Muy ilustrativo el papelito, te da diez ideas para salvar el planeta. Estas maravillosas e imaginativas ideas son:

1. separar la basura; ok, la próxima vez que saque basura de mi casa, trataré de que los bracitos y las piernitas, junto con la cabecita, ya no estén unidos al cuerpito, todo sea por la ecología.

2. formar pequeños ecologistas; ¿contrato enanos? Es lo único pequeño que por el momento soportaría tener a mi alrededor.

3. ahorrar agua y energía con tus jeans; no entiendo, yo no los riego ni los enchufo.

4. gastar menos energía en la cocción; y después cuando como la carne jugosa me rompen las pelotas con la triquinosis, por qué no se ponen de acuerdo la puta madre carajo.

5. conservar y reutilizar los alimentos; demasiado, too much, la única manera que se me ocurre de cómo reutilizar un alimento me hace vomitar.

6. imponer la moda del changuito de la abuela; pero si yo quiero imponer una moda, mirá si me voy a poner a pensar en el changuito de mi abuela, dejate de joder.

7. evitar los envases descartables; voy a tener que contratar a una medium para que me comunique con mi abuela nomás, no me va a poder mandar el changuito pero por ahí todavía tiene el teléfono del lechero que pasaba por su casa.

8. elegir productos nacionales; xenófobos despreciables.

9. reemplazar los productos de limpieza; ¿escupo y lengüeteo todo?

10. combatir los bichos sin tóxicos; claro, me voy a poner a hablar con una cucaracha para convencerla de que se vaya a lo del vecino, así Iturralde me interna.

Hablando de Roma, en lindo numerito me metió. Y yo, que soy tan buena alumna, mirá si no le iba a hacer caso. En dos días me tengo que sentar a hablar con el Fulano, a lo mejor, si ahora le interesa la ecología, le llevo el folletito y tengo tema para conversar.

36. Independence Day.

Salgo de casa. Vuelvo a entrar. La calle está cortada y no puedo sacar mi descapotable. Le dedico una oración a nuestro benemérito señor alcalde, convencida de que está haciendo que arregla un bache. Atravieso la puerta de entrada, acordándome de la bisabuela del antes mencionado benemérito que me hace caminar dos cuadras para conseguir un taxi, cuando una horda de desaforados, todos con remeras del mismo color, me ataca. Corren. Respiran. Corren. Gritan. Siguen corriendo. Pasan a mi lado, la mayoría con cara de tener un paro cardio respiratorio antes de llegar a la esquina. Son muchos, interminables. Casi todos están cerca o ya pasaron los cuarenta, pero tienen un aspecto de tanta juventud que dan asco. Se hacen los sanos, pobrecitos. Corren cinco kilómetros y dicen que corren maratones. Si los griegos se enteran los cagan a patadas en el culo. Maratones, más respeto, por favor. Corren porque tienen dos patas, nada más. Y lo peor, es que se sienten superiores. Sanos, ecologistas, llenos de vida. De una vida de mierda, supongo, porque si no no se explica que se levanten un sábado a las siete de la mañana para correr. Yo les diría que, aunque corran, la edad los alcanza. Y también los mandaría a lavarse el culo con kerosén pero el otro día Vero me dijo que tengo que putear menos. Me siento en el bar, prendo un cigarrillo. La moza, alta, flaca, rubia lacia y con pinta de usar su libretita hasta para anotar “un café en jarrito”, se me acerca y me dice “Disculpame, este es un lugar libre de humo”. “Disculpame vos, pensé que era libre de idiotas”, le digo al mismo tiempo que apago el cigarrillo. Ya no se puede vivir. Te acorralan por todos lados. Me mudo a una mesa de afuera. Hace un poco de frío y casi está por llover pero no me interesa. Lo importante es lo importante. Y llega. Él. Con una remera… una remera… como decirlo, del mismo color de los que me crucé en la puerta de mi casa y una botellita de jugo color indefinido en su mano derecha que después me entero que es de mango con naranja. No podés. Si hay algo que ya me supera son las nuevas tendencias de los tipos. Qué sé yo, toman jugos isotónicos y usan crema para el contorno de ojos. Me superan. “No te doy un beso porque estoy muy transpirado”. Así me saluda el lindo. “Seguís fumando, ¿no te parece que es hora de que dejes”, sigue ayudándome. “Pero si vos fumás como dos paquetes por día”. “Fumaba. Ahora entré en otro ritmo.” Ritmo, ritmo de la noche, no te disperses, no te disperses, Emilita, que si no no vas a podés decir lo que tenés que decir. “Mirá”, arranco con la velocidad de un Ford T. , “te llamé porqueee…” “Sí, ya sé, ya sé, Emilia, yo también estuve pensando en nosotros, en nuestras idas y vueltas y me parece que ya es hora de que reconozcamos que el destino siempre nos cruza y que podemos darnos una segunda oportunidad.” Se va la segunda, lo único que falta, ahora se le dio por el folklore. “Yo creo que lo nuestro puede andar”, sigue, “vos tendrías que cambiar algunas cosas de tu carácter y yo prometo ayudarte. Sólo tenemos que dejar explotar este amor que hace rato nos une”. “¿Explotar? Pero si vos tenés menos explosión que un chasquibum, boludo.” “¿Ves lo que te digo? Es algo que he hablado muchas veces con tu madre.” “Con-mi-ma-dre… es la frase que siempre necesito escuchar para sentirme definitivamente seducida.” “No sigas usando la ironía para esconder tu verdadero ser”. “Ah, bueno, ahora además de pelotudo, sos sano y zen. Pero por qué no le vas a prender una vela a Jesse Owens y, de paso, a la reputa madre que te parió. Eso, más o menos en resumen, es lo que te quería decir. Ah, y sabés qué, no soy yo, sos vos.”

37. Criaturas celestiales

Como escuché alguna vez por ahí, últimamente no tengo el coño para ruidos, que no sé muy bien qué quiere decir pero creo que es una frase que yo podría usar con toda tranquilidad. Conclusión, en uno de esos días en que no quiero estar ni conmigo misma, me fui al cine. Éramos tres personas. Un placer. Porque cuando una va al cine a la una y media del mediodía, lo que se busca es soledad. Soledad Dolores Solari, no te vayas, Emilia, volvé. Bajaron las luces y, con una tranquilidad de espíritu inusual en mí, me predispuse a disfrutar de la función. Cuando, y siempre tiene que haber un cuando que te joda la vida, en ese preciso instante, escuché un par de voces que me llegaban desde atrás. Evidentemente, éramos cinco, no los había visto. Cagamos, dijo Ramos, pensé. Apenas iniciada la película, se empezaron a reír. Y se tentaron. Aclaro, detesto a los adolescentes en general, y los detesto más en el cine en particular. Con olor a pata y llenos de granos, son un combo que viene con bolsas de pochoclos gigantes, nachos, panchos y baldes de coca cola incluidos. Si van a ver una comedia se ríen siempre a destiempo. Si van a ver un thriller, ven sospechosos hasta en las palomas de la plaza, comentan a los gritos que seguramente le pusieron un chip en el orto al pobre bicho para seguir al protagonista, y anticipan en voz muy alta lo que piensan que va a suceder. “Vas a ver que ahora la mata”, dicen cuando el tipo ya le clavó diez puñaladas; “Te apuesto a lo que quieras que es ella misma cuando está noctámbula, bolú”, dicen con un dominio del idioma que Borges envidiaría. Ni que hablar cuando atienden el teléfono y le empiezan a contar al que los llamó toda la película, que por lo general cuentan mal porque entienden todo para el carajo. En resumen, como diría una amiga mía, te alteran el sistema nervioso central. A los diez minutos, me dije, Emilia, o te vas o hacés algo al respecto. Me di vuelta con toda la intención de decirles a las criaturitas que Harry Potter la daban en la otra sala cuando me encuentro con lo que finamente se denomina dos flor de pelotudos de aproximadamente cuarenta y cinco años. Quedé tan obnubilada por su aspecto en general y, por el arito en forma de osito que le colgaba a uno de ellos de su lóbulo derecho, en particular, que, yo, La Emilia, me quedé sin palabras. No sé qué cara les debo haber puesto, pero se callaron. Me parece que lo tengo que hablar con Iturralde. No sé qué, la verdad. Si las cosas que me molestan, o que me estoy quedando sin palabras o que he desarrollado la extraña habilidad de hacer callar a la gente con sólo mirarla. Me cago en la hostia, decía mi abuelo asturiano. Y yo que me elegí una comedia. 

38. And here’s to you.

El marido de Luisiana, ese monumento al joven empresario exitoso, lindo, y bruto como un arado, que lo último que leyó debe de haber sido El Quijote en el secundario y ni siquiera porque seguro que se consiguió una versión abreviada, porque así es, el típico ejemplar que después de leer Foucault for dummies te convence de que es licenciado en filosofía, no sé cómo hace; bueno, me fui al carajo, total que se fue de viaje de negocios a Nueva York, nunca le toca Alaska, qué lástima. Y, como cada vez que él no está, ella quiere “aprovechar” y salir con sus amigas, es decir con Vero y conmigo. Qué cosa, un día de estos la mando a aprovechar su tiempo tejiendo carpetitas crochet, ya se lo dije, qué se piensa que nosotras estamos siempre disponibles, está bien que así sea porque la mayoría de los viernes no tenemos un pedo a la vela que hacer pero ese es otro tema, pero bueno, cada uno hace lo que puede. Lo que no sabe ella qué hacer es con los cinco pibes que tiene, sobre todo si la empleada que trabaja en su casa justo ese día tuvo un ataque de caspa y se tomó el piróscafo, por ser moderna. La mamá de Luisiana es tan… tan… cómo decirlo, tan así es, que ella cuando necesita una ayuda de este estilo prefiere llamar a la suegra, ya he dicho todo. Las suegras, dios algún día las lleve a todas a su gloria, son un espécimen extraño. Ésta es la típica que está siempre que la necesites, con el sólo objetivo de tener el derecho a pasarte la factura con IVA discriminado a pagar en cómodas cuotas mensuales hasta el 2025. “Nos vamos, Nora, muchas gracias”. “Ay, por favor, Luisianita, gracias hacen los monos, yo me quedo con mucho gusto con los chicos. Andá, andá y disfrutá vos con tus amigas que yo total ya había dicho que no iba a la fiesta en el centro de jubilados porque me imaginé que tenía que venir a cuidarlos, es lo que pasa siempre que mi bebé se va de viaje”. Con razón, era un bebé, debe de ser por eso que cada tanto busca a alguien que le ponga talquito en las bolas, pensé pero, obviamente, me callé. Porque cuando dice esas cosas, es el preciso instante en que una duda entre mandarla a la mismísima y cagarse la salida o sonreír. Y Luisiana le sonríe, qué va a hacer. Antes de cerrar la puerta escuchamos, “Vamos, chicos, que hoy cocina la abuela y van a comer bien”. Es para inyectarle cicuta por vía endovenosa. Apenas nos sentamos en el restaurante, llama el señor de los anillos, por supuesto, la mamá le avisó y él, que es un encanto, quería mandarnos saludos, y de paso pidió hablar con Vero por no sé qué boludez. Desconfiado de mierda. Qué boludo, ¿qué se piensa?, ¿que Luisiana necesita que esté a 10.000 kilómetros de distancia para meterle los cuernos?, por favor. Sólo necesita que lo esté durante un año seguido, si es más buena que el Quáker, y lo bien que le vendría tener una emoción fuerte, al marido le vendría bien, sobre todo, para que… no sé para qué, creo que ya dejé en claro que no lo soporto más. Me estoy yendo de tema, como siempre. Total que, después nos fuimos a tomar algo a uno de esos lugares donde todo el mundo va a charlar y no puede porque la música está muy alta. Así somos. En realidad, fuimos ahí porque Vero insistía en que iban muchos muchachos y que yo necesito uno. Es verdad que lo necesito, pero que mis amigas me lo recuerden a cada rato me tiene un poquito alérgica. Cuando ya tenía mi tercer daiquiri encima escucho “¿Cómo estás, Emilia, tanto tiempo!” Me doy vuelta. Un ex alumno mío, lindo chico, joven, con un poquito de cara de haber dejado estacionado el skate en la puerta en realidad pero lindo, prolijito. Palabra va, palabra viene cuando quise acordar las otras dos se habían ido. Y me tuve que quedar con el chico lindo, sólo le di mi teléfono, por ahora. Veremos, a lo mejor todavía le puedo enseñar algo.

39. Rayos y culebras en el circo (beat o como quieran llamarlo)

Natalia, la dueña de la peluquería, nos recibió con la misma sonrisa congelada de siempre. “Soy yo, mamita, relajá y pará de mostrar todos esos dientes que dios te dio que te vas a contracturar”. “Ay, Emilia, no sabés el día que tengo”, murmuró al tiempo que revoleaba los ojos por sobre el hombro. Lo que estaba sentado frente a uno de los espejos era un ejemplar difícil de describir, una de esas personas que te miran con los ojos muy abiertos y una sonrisa que Jack Nicholson hubiera envidiado. “Esta es mi amiga Verónica”. Vero estaba un poco intranquila, por ponerlo de alguna manera, con un humor de dóberman. “Termino de pasarle la tintura a ella y estoy con ustedes. ¿Qué se van a hacer?”, nos dijo la Lady Di del cepillo. “Yo no tengo la menor idea”, saltó Vero, “pero vos te tendrías que pintar un par de mechones de color turquesa o algo parecido, o hacerte un corte flogger, ¿no?”. Acabáramos, el jovencito era el problema. Me hice la boluda, que es lo que una hace cuando no quiere mandar a la mierda a una amiga. En eso estábamos, en silencio como sólo dos burras amigas pueden estarlo, cuando desde el espejo se oye un “Y entonces, como te contaba, Nati, el hijo de puta me dejó por una pendeja, ¿a vos te parece?, ¿qué tengo que hacer? Después de todos estos años, es para matarlo”. “¿Escuchaste?”, rebuznó mi compañera de ruta. “¿Qué tengo que escuchar, Vero de mi corazón? Bajame un cambio, por favor”. “Para la naturaleza”, seguía la clienta despechada, “cuando llegás a los cincuenta estás muerta, entendés Natalia, a la naturaleza no le importa si vos lubricás o no, es una hijaputez, pero es así”.  “Me parece un poco exagerado, Olga, ya vas a ver que todo mejora”. “No-mejora-nunca-nada-un-carajo”, terció Vero, que por algo es mi amiga. La señora de escasa lubricación inmediatamente se paró, se nos acercó y le extendió la mano. “Soy Olga Álvarez Zabala, terapeuta, ahora busco una tarjetita y te la doy, me parece que necesitás charlar un poco sobre lo que te pasa”. Doble apellido… high, española o pretenciosa ridícula. “¿Y por qué das por sentado vos que a mi amiga le pasa algo?” “Ah, veo que vos sos de las que tienen una actuación antisocial transgresiva”. Creo que Natalia debe de haber pensado que iba a tener que cerrar el negocio por destrucción total del inmueble. Me miró con cara de piedad-porfavor-piedad. Y Vero, insoportable como estaba, “¿Vos qué sabés si no me pasa algo?”. Y ahí sí, ya está. “Pero, ¿qué es lo que te jode? ¿Qué me revolvieron un poco la cuevita? ¿Estás celosa? ¿Durante cuánto tiempo me rompiste las pelotas para que me dejara llevaaaaar, dejá los prejuicios de laaaaado, Emiiiilia, ¿Y ahora qué?” “Sí, estoy celosa, porque te extraño boluda, porque desde que estás con el muchachito no me llamaste más.” “Vero, hace cuatro días.” “Si me disculpan,” nos interrumpió la señora, y Natalia se sentó, ya exhausta y entregada, “yo las podría ayudar. Por medio del psicodrama, podríamos ejercitar la expresión verbal de angustias, conflictos y motivaciones inconscientes y así reinscribirnos en el orden socio cultural”. “¿Por qué no te callás la boca y te comprás una cremita mi amor?” “Mirá, querida, no me hagas un cuadro histérico. Yo sólo las quise ayudar”. Pensando en Natalia, que a esta altura tenía uno de los cepillos prácticamente incrustado en su oreja derecha, le contesté, “Gracias, yo ya hago terapia”. Para qué, era imparable el bodoque. “¿Y qué hacés? Qué enfoque, digo. ¿Sistémico? ¿Gestáltico? ¿Cognitivo?” “Co-gi-ti-vo, hago yo, ¿entendiste? Y no sabés lo bien que me está haciendo, no me jodas más”. Vero se rió, y ella se puso a llorar. “Ustedes son jóvenes y no entienden, ¿sabés lo que es haberle soportado durante años el olor a pata a un tipo y que de golpe un día te mire y te diga muchas gracias por los servicios prestados y se vaya porque embarazó a una pendeja y redescubrió el amor?”. Como para que no se le vuelen los patitos, pobre mina. Natalia le hizo un té y nosotras nos llamamos a silencio, que es lo que se debe de hacer en esos casos. Escuchar, nada más.

40. A las jóvenes de ayer.

Mujer argentina: Si quieres ser una P.E.N.D.E.J.A. (Pelotuda Enrollada Noviante de Joven Ardiente), debes:

1- tener caramelos Sugus o similar en la cartera.

2- sacarte cuenta en Twitter, sin cuestionarte para qué carajo.

3- entender el vértigo de la playstation.

4- no decir que hay un Farmacity a dos cuadras de donde están cuando él te habla de Las Pastillas del Abuelo.

5- jamás contestar con un automático “queterecontra” si recibes un mensaje de texto del tipo toy n klc zzz ymam + trd kricias y bss a2

6- estar dispuesta a escuchar sus miedos, sus fantasías, sus expectativas, sus intereses, sus proyectos, sus logros, sus notas, sus ambiciones… y mostrarte tan interesada como si fuera la primera vez que escuchas esas cosas.

7- pensar que las utopías son posibles.

8- no ofrecer pagar el taxi cuando él románticamente te ofrece volver caminando de la mano a tu casa, aunque estén a veinte cuadras.

9- olvidarte de los zapatos taco aguja.

10- aceptar que hay que proteger los recursos naturales y por eso no es necesario bañarse todos los días.

La verdad, demasiado laburo.

Todo esto viene a cuento por culpa de este muchachito con el que últimamente estuve intercambiando liquiditos, por supuesto. Lo único que podía intercambiar con él, por otro lado, porque convengamos que tenía menos conversación que Bernardo el del Zorro. Como estuve como hasta las cuatro de la mañana tratando de convencerlo de que teníamos muchas diferencias y que no podía estar todo el tiempo en mi departamento, no tuvo mejor idea para tratar de convencerme de lo contrario que volver a las ocho y media de esa misma mañana, con el diario bajo el brazo y con todas las intenciones de debatir la coyuntura política nacional e internacional. Lo único que yo puedo debatir a esa hora si me venís a despertar es si te asesino con una 38 o con un cuchillo. Le abrí, of cors. “Te iba a comprar flores pero no sabía cuál era tu favorita, ¿cuál preferís?” “El cardo”. Yo le contesto así y el boludo se ríe porque se piensa que le estoy haciendo un chiste. Tiene veinticinco años, ése es el problema, piensa el 99 por ciento del tiempo con el pito. Acto seguido me hace una centésima lista de las cosas que quiere hacer en su vida, y a las que pretende que yo lo acompañe, entre las cuales figura hacer bungee jumping, imaginate. “Si querés podés empezar a practicar sin mí,” le sugerí, “estamos en un décimo piso, be-my-guest; eso sí, negrito, la soga te la debo”. “La verdad, Emilia, no te recordaba tan ácida”. “En el botiquín tengo Uvasal.” Como últimamente me está molestando quedar siempre como la mala de la película, trato… trato… no sé qué trato, pero bué. “Yo era tu profesora, te acordás, y cuando estoy dando clase me esfuerzo para que no se me vuelen los patitos. Ahora es distinto, corazón.” “Claro, ahora soy tu novio.” “No, mi amor, me limpiaste el filtro, nada más, y no creo que lleguemos a otra instancia”. Cuando quiero soy una poeta, no me lo podés negar. “Jamás le negaría nada, Emilia. ¿Y qué otra cosa es usted cuando quiere?”. “Iturralde, una sola palabra, lareputaqueteparió”. 

41. Ex in the city.

A veces nos mandamos cagadas de puro aburridas que estamos. Llega el sábado a la noche, estás sola en tu casa y tenés ganas de salir. Una amiga tiene programa. A otra le agarró un ataque, se metió en el lavarropas y no piensa salir hasta que alguien le compruebe fehacientemente y con pruebas irrefutables que dios existe. A una tercera le encantaría pero no tiene con quién dejar los chicos. “Si querés vení a casa y nos miramos una peli cuando se duerman”. No es la idea. Llamás hasta aquella compañera del curso de filosofía que hiciste hace cuatro años y que de lo único que le gusta hablar es de Epicteto. La mina se levantó al plomero. Y entonces te das por vencida, sacás lo que quedó de la comida china que pediste hace tres días, te abrís una cerveza y, obviamente, prendés la compu.  Y tecla va, tecla viene, te clavás una cagada de la hostia. El peor tipo de cagada, ese que te jode sólo a vos, que no te da ni siquiera el placer de un mínimo resarcimiento. Cuando veo en el teléfono que la que llama es Vero, atiendo. “¿Podés venir?”, me dice. “Ni en pedo, Vero, ya te dije que no, que no pienso salir de casa.” “¿Qué estás haciendo?” “Voy por el quinto capítulo seguido de Sex and the City, última temporada para ser más exacta.” Lavarropas yo no tengo. “Lo busqué a Santiago en Facebook.” Me cago en Marquitos Zuckerberg. Santiago es el ex marido de Vero. Un chico impecable, correcto, trabajador, el yerno ideal. Tan perfecto era que, al mes de casados, ya estaba listo para aprenderse todas las canciones de María Elena Walsh y comprar el combo bebé-carrito-vacaciones en Pinamar. La esperó un año a Vero y después la dejó. Lo que dije antes, un flor de pelotudo. “Se casa el mes que viene. Con una tal María Pía. Está de cinco meses.” “Bueno, ojalá que tengan muchos pollitos”. “Emilia…” “¿Tenés cerveza o llevo?” Media hora después, las dos apoltronadas en el sillón. “Ya sé, los esperamos a la salida de la iglesia y les tiramos huevos”, le dije mientras vaciaba mi quinto vaso de cerveza. “Me encantaría agarrarle ese vestido blanco con el que seguro va a salir y hacérselo mierda”. “Eso, Vero, eso, larguemos maldades”. Y no pudimos parar más. Que debe ser tan boluda que seguro colecciona sobrecitos de azúcar. Al pedo porque debe vivir a edulcorante. Debe ser inodora incolora e insípida. Ni siquiera califica para entrar en la categoría de frívola. No pasa el examen de ingreso en la Universidad de los Boludos. Que su dieta debe de ser a base de lechuga orgánica y berro y se debe de tirar pedos con mucho olor. Que en su casa seguro cuelga llamadores de ángeles por todos lados. Que debe ser devota de la Virgen de la Sagrada Misericordia de los Niños Minusválidos de Santo Tomás. Que con ese nombre no debe coger (o debe hacerlo con un cirio encendido en la mesita de luz). Del cirio, sé que en algún momento nos fuimos a Siria, pero no me acuerdo por qué. Volvimos y nos acordamos de un novio que tuvo Vero después de la separación al que un día le de dio una especie de ataque Feng shui, se fue al barrio chino y llenó la casa de chirimbolos estúpidos. Pomaditas para todos los dolores, una fuente de agua, monedas con todos los animales del zodíaco, el gatito que te saluda y el pájaro que te mea. Y entonces nos pusimos de pie para brindar por Diego y el mundial ’90 porque nos acordamos del pájaro Caniggia Claudio Paul, y ya que estábamos con las mascotas puteamos por los perros que cagan las veredas y resumimos hablando sobre cómo te condiciona el ser el hecho de que el perro sea perro y nada más. Y de ahí nos fuimos a un novio que tuve que era paseador de perros y con el que salir a tomar un café era un lujo asiático y volvimos a lo chino y a lo truchas que eran las camisetas de fútbol que usaba, no me acuerdo si él u otro, made in China. Y recordamos otra vez a Santiago porque siempre decía que tenía “puesta la camiseta de la empresa”. Frase boluda por antonomasia. “Lo bien que hiciste en no tener un pibe con ese nabo, Vero, hay que proteger a la especie”.  Una vez que se nos pasó un poco el efecto de lo que habíamos consumido, nos comimos media docena de alfajores entre las dos. “De verdad, Vero, vos sólo no querías en ese momento, y no está mal, amiga”. En silencio nos comimos dos alfajores más cada una. “Y decime, ¿cómo era que se llamaba la mina?” “María Pía” “¿Y la novia que tuvo antes de casarse con vos no se llamaba María de los Milagros?” “Sí”. “¿Y eso no te dice nada, Vero?” La carcajada nos invadió otra vez y brindamos por María Pía, para que sea muy feliz y para agradecerle, porque se llevó a un tipo que nunca jugó al fútbol y hoy es campeón de la Play. 

42. Los insoportables de siempre.

Con toda la educación y respeto que habita en mi ser les pido que, si se ven reflejados y/o reflejadas por alguna de las siguientes características, tengan a bien no acercarse a mi persona si no quieren que se me altere el sistema nervioso central y que el vuestro quede dañado para siempre:

1. te gusta vanagloriarte de que sos feliz con poco y repetir que “la felicidad está en las pequeñas cosas” después de que me contaste tu último viaje al Caribe.

2. estás convencido de que reconocés tus defectos pero te enojás si te digo que sos un boludo.

3. proclamás que tu mayor defecto es tu sinceridad y en eso te escudás para gritar a los cuatro vientos que el vestido que se compró tu mujer le queda para el orto.

4. comés sin sal, tomás café descafeinado, Coca Light, usás margarina y comés galletitas de arroz, o sea, no vivís.

5. creés que Montaner es un poeta.

6. te uniste en Facebook al grupo “Hagamos un abrazo simbólico a las foquitas de Groenlandia”.

7. sos hombre y declarás con orgullo que nunca pagaste por sexo, pero todas las mañanas le dedicás una vela a San Wanda Nara.

8. tus frases favoritas son “qué barbaridad”, y “acá no hay moral”.

9. tenés cuarenta años y estás convencido de que sos muy sano porque nunca te fumaste un porro.

10. te encanta jactarte de que no tenés televisión pero cuando venís a mi casa te tengo que hacer una lobotomía de urgencia para poder arrancarte el control remoto de la mano.

11. cuando saliste llorando del funeral de la Negra Sosa le diste vuelta la cara al pibe que te pidió una moneda en la esquina.

12. tu máximo concepto de la diversión es ir a la Fiesta Nacional del Montañés y participar del concurso de hacheros o, en su defecto, ir a la Fiesta Nacional de la Orquídea y salir coronada Miss Pimpollo.

13. pensás que Avatar es la mejor película que viste en tu vida por el mensaje que tiene.

14. creés que es cool llevar una remera de Frida Kahlo.

15. soplás y hacés abanico con la mano cada vez que prendo un cigarrillo.

16. me rompés las bolas con que le tengo miedo al compromiso.

¿Entendiste, Mamaaaaaaaaaaaaaaaaá?

43. Siempre es todo sobre ella.

Éramos pocos y la abuela resucitó y parió quintillizos. O apareció Mami, que es más o menos lo mismo. Mami, que agarra cuanta propaganda le dan por la calle o folleto que encuentra por ahí y tiene en la casa promociones para cruceros a Indonesia, huertas a domicilio, viajes en burro ida y vuelta a la Cordillera, talleres para estudiar la vida de Siddharta Gotama, medicamentos y globulitos varios y, capaz, hasta descuentos para vibradores musicales importados de Paraguay. La tipa me trae una publicidad de un taller cuyo título era El cuenco de cuarzo y tu útero y dice que estaría bueno que hiciéramos el taller juntas. Yo pensaba que era imposible, pero es evidente que todavía puede superarse. “Es hora de que hagamos algo al respecto”, arremetió, “se te está pasando el cuarto de hora, hija, el reloj biológico corre”. Ella es así, sutil. Como digna hija de su madre, yo también lo soy. (Oh, Dios, acabo de reconocer que me parezco, lo voy a charlar con Iturralde antes de que sea demasiado tarde). “Sí, mamá, también es hora de que me dejes de romper las pelotas al respecto”. “Pero es que este taller te ayuda a conectar tu útero con el resto de tu organismo, ¿ves? Acá lo dice”. “Por suerte, yo ya lo tengo conectado, mamá, o ¿qué te pensás? ¿qué ando con el útero en la cartera?” “Mirá, te voy a ser sincera, si no lo hacés, te vas a arrepentir”. “Si no hago qué, mamá”. “Si no tenés un hijo, ¿qué va a ser? Yo sé lo que te digo. Un hijo te llena, te da compañía, cuando sos madre sabés que nunca más vas a estar sola”. “Lindos todos los motivos por los que me tuviste, eh”. “Emilita, sabés perfectamente bien de lo que te estoy hablando. Cuando tu padre y yo…”. “En primer lugar, no me llames más E-mi-li-ta; en segundo lugar, dejalo a papá afuera, no lo uses cada vez que me querés convencer de algo; y en tercer lugar, ¿vos pensás que algún día llegarás a comprender que llenarme la barriguita no es mi prioridad?” “Ah, bueno, a ver, ¿y cual es tu prioridad?... Hijita, yo sé que vos tenés miedo, pero yo te ayudaría, ¿no te das cuenta que quiero ser abuela?” “¿Y por qué no adoptás a Maru Bottana?” No me habló por el resto de la tarde, lo cual no dejó de ser un alivio, o no. 

44. De pelotas, pelotudos y otras yerbas.

Sandra, la amiga del secundario con la que poco tengo en común pero cada tanto me encuentro, lo logró. Se juntó con el novio, el de los parientes de España. Y, en un ataque de filantropía feroz, quiere convertir a su nueva religión a todas sus amigas para que tengamos la misma experiencia y seamos tan felices como ella. O le va para el culo y de puro hija de puta quiere compartir su desgracia, no sé, no lo tengo bien definido todavía. Qué cosa la gente que piensa que porque algo les hace bien a ellos, indefectiblemente le tiene que hacer bien a todo el mundo. Son unos rompe pelotas. Como los deportistas, que quieren convencerte a toda costa que salir a correr por el parque a las ocho de la mañana pateando escarcha a mediados de julio es lo mejor que te puede pasar en la vida, que te va a ayudar con la salud y otras pelotudeces por el estilo. Si yo no les ando preguntando “¿Leíste Humano, demasiado humano? ¿No? Ah, no sabés lo que te perdés, lo bien que te haría, te lo recomiendo”. Por qué no me dejan de joder, me pregunto yo, pesados del orto con el deporte, que se vayan corriendo hasta Alaska si quieren pero que me dejen a mí tranquila. Bueno pero, para variar, me fui de tema. Volviendo a Sandra, es tan generosa que me invitó a su casa para comer un asado porque se juntaban varios amigos del novio, marido, pareja, tutor o encargado no sé cómo llamarlo al ñato. Y yo, siempre abierta a nuevas experiencias, dije que sí. Tendría que cerrarme un poco la verdad. Sobre todo tendría que cerrar la boca más seguido y, de paso, el ojete para no mandarme tantas cagadas. (Qué boquita, Emilita, diría Mami) Total que cruzar el umbral, escuchar la palabra marcador de punta y putearme en arameo por no haberme dado cuenta fue un solo acto. Mundial, ese momento cada cuatro años en que hasta aquel tipo al que en el picado de la plaza le dan una camiseta sin número porque es tan tronco que no saben en qué puesto ponerlo opina como si fuera Licenciado en Pelota Parada. Éramos siete: mi amiga Sandra (que a menos de un año de convivencia ya acepta como natural que el señor le regale una yoghurtera para el cumpleaños, va mal), el novio (un chico al que Mami calificaría como exitoso sin tener en cuenta que las palabras exitoso e idiota son perfectamente compatibles), tres amigos solteros, separados, viudos o lo que fuere (mucha ropa Bensimon en general), otro amigo con su respectiva esposa (él con cara de complicado crónico; ella con cara de que su mayor preocupación es si se tiñe o se hace las transparencias) y yo.  Comimos de manera informalmente moderna alrededor de la moderna barra de la moderna parrilla que tienen en su moderna casa. Por supuesto que el tema era uno solo. Y, como era de esperar también, las mujeres nos vimos envueltas por un manto de invisibilidad que los llevó a, por ejemplo, rascarse los huevos en nuestra presencia sin ningún problema. Voy a tratar de ser delicada y usar las palabras que toda dama debería usar para hacer la siguiente pregunta: ¿por qué los tipos no se pueden dejar el ganso tranquilo? ¿Les pica? ¿Les molesta el apéndice? ¿Qué carajo les pasa? Bueno, volviendo, no hay mucho para rescatar de la conversación. La cena transcurrió entre rascaditas varias, sacadas de mocos, algún que otro provechito (no hay peor tipo que el disimulado, ese en el que el hombre infla sus cachetes, cierra la boca, se lo traga, hace como si no hubiera pasado nada y sigue hablando), medio campo, marcadores, volantes, paredes, carrileros, gente que pega de tres dedos o de chanfle. Que 4-3-3, que 3-3-4, que dos por tres llueve. La esposa del complicado osó meter un bocadillo y decir que su equipo favorito era Camerún. “Que una vez ganen los negritos, pobres”, dijo. Prefiero no analizar esa frase en el día de la fecha.  Todos miraron al complicado con una compasión conmovedora. Yo casi casi salto, por empatía de género nada más, pero ella al toque agregó: “Burumbumbúm burumbumbún yo soy el hincha de Camerún”, y me callé la boca. Después se cenar, se sentaron a ver la repetición del partido y volvieron a llevarse las manos a la cabeza como si no supieran ya que la pelota no había entrado. “Cuatro contra dos, no podés errarte ese gol, papá” fue lo último que escuché. Me fui. Para poder salir, hay que saber entrar, dijo alguien una vez, ¿o era al revés?

45. A tocar la vuvuzela se ha dicho…

Domingo, nueve de la mañana. Me había acostado a las cinco. Llama Mami. “¿Me venís a buscar, no?” “¿Para qué, mamá?” “¿Cómo para qué? Para ir a visitar a tu padre.” Mami y sus metáforas. “Mamá, ya sabés que no voy nunca a los cementerios, salvo de excursión.” “No me voy a poner a discutir ahora con vos. ¿Venís o no?” “No.” “Con todo lo que hizo tu padre por vos.” Y me cortó. O le corté yo, no me acuerdo, estaba muy dormida. A mí esos lugares ni me fu ni me fa, como decía el abuelo de mi primo. Es que yo no tengo esa necesidad de ir a tocar un pedazo de piedra para satisfacer mi conciencia. Lo que hiciste, hecho está. Y lo que no hiciste, también. Ahora, el pimpollito de clavel te lo podés meter en el orto si antes lo trataste para el ídem. Y si vas todos los domingos podés llegar a tener un almácigo, imaginate.  Y si no, a asumirlo con dignidad, total el muertito no se va a enojar. Sí, sí, ya sé que no siempre es así. Que hay gente coherente y lo hace por otros motivos. Y sí, sí, ya sé que si de verdad me diera lo mismo iría sin ningún problema. No al pedo estoy haciendo como que hago terapia. Por lo que sea, no voy a hablar más del tema hoy. Todo esto venía a cuento porque me había acostado muy tarde porque había salido a la noche con un chico que conocí el otro día en la casa de Sandra. Me llevé una sorpresa, en realidad, pensaba que me iba a encontrar con alguien, cómo decirlo, intrascendente, inocuo. El típico progre Bensimon bah: a favor de la legalización de la marihuana, del matrimonio gay, ecológico, amante de Woody Allen, de esos que en su muro de Facebook escriben Viva Mayo del 68 al pie de su foto en la torre Eiffel. Cuando bajé, me esperaba con una rosa en la mano. Cagamos, pensé. “¿Sos socialista?”, le pregunté. Sonrió, nada más, y la tiró al medio de la calle. “¿Dónde vamos?”, me dijo. “Vos sos el que me invita y yo tengo que elegir el lugar, empezamos bien.” No aprendo más, convengamos en que antes de salir con un muchacho la próxima vez me tendría que tomar algo que me paralice la lengua. Fuimos a un lindo lugar al final. Total, que tomamos bastante vino, nos reímos mucho, hablamos de todo un poco y coincidimos en unas cuántas cosas. Qué más. Por supuesto, después de tamaño qué más, lo invité a subir y obviamente aceptó. Cuando llegó el momento oportuno me di cuenta de que no tenía forros en casa. No voy a repetir todos los improperios que se me ocurrieron en ese momento, ni yo lo resistiría. Después de decidir que no valía la pena romperme la cabeza contra el bidet, salgo del baño y se lo cuento. Y el pibe, con una tranquilidad pasmosa, me dice, “¿Y para qué me invitaste a subir si no tenías?” “¿Y para que subiste vos si tampoco tenías? ¿Qué te pensabas, que te invitaba para jugar al chinchón, boludo? ¿Por qué no trajiste vos, idiota?”. Para dar primeras impresiones de intimidad inolvidables soy una maestra. Contra todos los pronósticos, el gentleman larga la carcajada. “Dale, vamos a Farmacity así elegís vos la variedad que más te guste”, y extiende la mano. Se ganó un porotito. “¿Cómo se llama el señor?” “Fernando.” “Fernando, qué interesante.” “¿Por qué?” “Otra F en su vida, Emilia.” “Sí, Iturralde, y una tercera: fuck you.” En cualquier momento no vengo más, me tiene reprodida este tipo.

46. Ojos bien abiertos (demasiado, tal vez)

“Contame”. “¿Qué querés que te cuente, Vero?” “Todo.” “Ok. Fernardo-38-arquitecto-separado-sin hijos.” “No me jodas, Emilia.” “Nos llevamos bárbaro, hasta ahora, toco madera sin patas decía mi abuela.” “¿Qué más?” “Qué pesada que estás. No me voy a convertir en una de esas que de lo único que hablan es del noviecito”. “¿De lo único que hablan? ¿Qué decís? Si vos no hablás, querida. Mejor dicho, no contás, porque hablar hablás, no sé si te habrás dado cuenta de que lo llamaste noviecito”. “Uffff, ok, nos vemos casi todos los días, nos gustan más o menos las mismas cosas y coge de ma-ra-vi-llas”. “Estás contenta.” “Y sí…” “¿Ves que no es tan difícil?” “¿Estuviste leyendo a Bucay?” “Qué boluda que sos. Che, ¿y habla de la ex?” “Por lo menos por ahora no”. “¿Cuánto hace que se separó?” “Cuatro meses.” “Mmm, Houston….” “Pero no, nena, ya sé que la primera después de la separación no llega a ningún lado pero tampoco estoy tan enganchada.” “¿Y adónde querés llegar vos?” “A fin de mes si es posible, Vero, ya voy a terapia, no me rompas las pelotas.” “Bueno tampoco me vengas con el verso de la superada, Emilia, yo sé cuando un tipo te pica”. “La concha me pica, Verónica, lo conocí hace unos días, tampoco me voy a andar preocupando por el colegio al que vamos a mandar a los chicos.” “Ah, bueeeeeno, ya nos salteamos noviazgo, convivencia, posible casamiento y hasta tener hijos, sólo nos planteamos no preocuparnos por dónde los vamos a mandar a estudiar.” “¿No te querés asociar con Iturralde, la puta madre carajo?” “No, lo que quiero es que reconozcas…” “¿Qué querés que reconozca? ¿Qué me gusta? Sí, me gusta. ¿Qué tengo miedo? Sí, ya sé que tengo miedo, con mi historial, cómo para no tenerlo, si soy como kriptonita para los tipos. Ahora, además de saberlo, ¿lo tengo que decir? ¿Es necesario ser tan explícita? ¿Hasta con vos?” Nos miramos, nada más. “¿Quéres que ponga la pava para unos mates?”, me dijo. “Sí, amargos por favor, no le pongas ese chuker de mierda que le ponés al agua”. “Ok”. Que fenómeno, decía Pepe Biondi.

47. El Bello y la Bestia.

Con la sutileza que me caracteriza, me pregunto, ¿qué carajo es el amor? ¿Es un concepto, una idea, un sentimiento no puedo parar olé olé olé cada día te quiero más? (Entre paréntesis, mi vecino me tiene harta con no sé qué corneta que se compró, cada vez que festeja un gol tiembla el edificio, por qué no le soplará las partes a la mujer así por lo menos cambia esa cara de culo permanente que tiene esa mina. Bueno, me fui, como siempre.) Composición tema, dos puntos, El Amor. Como hago cada vez que me sorprendo ignorante ante una palabra, recurro a los que supuestamente la tienen clara. El Diccionario de la Real Academia Española dice: Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. A ver si entendí bien, yo soy insuficiente para vaya uno saber qué, y busco al otro para que haga lo que yo no puedo, y viceversa. Ponele que A y B se encuentran y son insuficientes para lo mismo, un quilombo de la hostia; y si lo son para cosas diferentes también, porque se juntan un rengo y un tullido, qué lindo. Punto número dos, academia del orto, insuficiente será tu abuela, no entendés nada. Hay una segunda definición, que dice: Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear. Cuando pare de reírme sigo escribiendo…… Sigo. Mi tía Dora decía que estar enamorado es sentir mariposas en la panza. Me pregunto de dónde viene eso de llamar al cosquilleo “mariposas”, que yo sepa las cucarachas podrían producir el mismo efecto. Yo por mi parte, debo de tener una culebra porque más que cosquillas siento retorcijones. También decía que hay que entregarse. Mirá, tía, primero, hay que encontrar a alguien que acepte el delivery y, segundo, yo no soy ningún paquete. Por otro lado, está el problema de que siempre uno de los dos quiere más que el otro, y ahí la hecatombe. El que quiere menos siempre termina cagando al que quiere más, porque éste lo termina agobiando. Dos más dos son cuatro. Porque que los dos quieran igual es una utopía. Y ya todos sabemos lo que pienso al respecto, no me voy a poner a hablar otra vez de la pelotudez de caminar hacia el horizonte. Tal vez, no haya que pensar tanto, o hay que pensar sin razonar, quiero decir, sentir sin razonar, uff, me perdí otra vez, ya no sé dónde carajo está la racionalidad ni el sentimiento. Mientras pensaba todo esto, Fernando se daba una ducha. “Bueno, y ahora, ¿qué hacemos?”, le pregunto cuando sale. “Jugamos.” “¿Ju-ga-mos? ¿A la escoba de quince o querés que vaya a buscar el LudoMatic a la casa de mi mamá, Fernando?” “Jugamos a que yo te digo frases lindas y románticas y vos me contestás lo primero que se te cruza por la cabeza.” “Bué, a ver…” “Te amo ciegamente y te daría todo lo que tengo”. “Andá buscándote otra porque yo el palito blanco no te lo sostengo”. “Te amo con todo mi corazón”. “Te paso de la Fundación Favaloro la dirección.” “Te quiero con locura”. “Eso con Rivotril se cura”. “Sos un poema de Neruda hecho mujer”. “Los veinte poemas no te los recito ni por joder”. “El día que te conocí, morí de amor”. “Con razón hay tanto olor”. “Sos todo lo que necesito”. “No te entusiasmes, pará un poquito.” “Eres mi amor.” “¿Mi cómplice y todo? ¡Por favor!” “Sin vos no podría vivir”. “El pastor brasilero de la tele ya lo dice: Pare de sufrir”. “Nunca nadie me había hecho sentir esto”. “Te aviso, si me siento presionada, apesto”. “Somos el uno para el otro”. “Ay, no te hagas el potro”. “Tus ojos son dos luceros”. “Uy, se me estremece el agujero”. La risa que se venía metiendo entre las frases terminó en carcajada. Me acaricia el pelo (algo que siempre me molestó, será por eso que voy poco a la peluquería, detesto que me toquen la cabeza, pero bué…). “En realidad puedo decir prácticamente lo mismo con otras palabras, las que a vos más te gusten, si me decís cuáles son.” Danger danger. A cambiar rápidamente de tema. “¿Qué te parece si nos vestimos y vamos al cine?” “Dale.” “Aunque no sé qué película están dando.” “La película es lo de menos, negra, si yo lo que quiero es llevarte al fondo de la sala, al lado del matafuegos, como cuando éramos adolescentes, ¿te acordás?” Quién lo hubiera dicho, tanta arquitectura, tanto Bensimon… 

48. De cómo Harry terminó demasiado limpio.

Todos somos bisexuales, decía el protagonista de El otro lado de la cama, una de las frases más sabias que he escuchado en mucho tiempo. Sin embargo, no quiero hablar de sexo. O, mejor dicho, del acto sexual en sí. A ver, convengamos en que, sea cual sea nuestra opción, hay características típicamente femeninas y otras típicamente masculinas. Yo me pregunto, ¿no podríamos haber encontrado algún punto medio entre el famoso por qué no se van a cargar bolsas al puerto que irónicamente vociferaba mi papá y el usar crema de contorno de labios? Chicos, queríamos tener igualdad de condiciones no competir por las medias siliconadas. Muestran sus sentimientos, cortan cordones umbilicales, lloran con Pocahontas y demandan atención cual vecina en batón con ruleros. Tienen crisis existenciales, de identidad y hasta de nervios. La histeria es nuestra, carajo mierda. Vas a comer afuera, por ejemplo, vos pedís un buen y ecuménico bife de chorizo y ellos una ensalada con agua mineral. Al final, una al lado de ellos termina pareciéndose a Clint Eastwood. Y sos afortunada si no tenés que escuchar frasecitas como, necesito encontrarme conmigo mismo, pero por qué no se compran una Filcar y se dejan de joder. Nos tocó la época de los hombres sensibles. Sensibles a qué sería una buena pregunta. Porque, por otro lado… bué, mejor el otro lado lo dejo para otro día. Todo esto surge porque el otro día Sandra tenía que comprarle un regalo a su marido, concubino, novio, pareja, tutor o encargado, porque era el cumpleaños (yo le sugerí que le compre un neumático, después de todo él a ella le regaló una yoghurtera, pero ese es otro tema, cada mono sabe de qué árbol se cuelga dice el refrán) y pensó en obsequiarle algo de perfumería y me pidió que la acompañe, porque, como conocí a Fer en su casa, de repente le agarró una especie de amistad profunda que espero que la suelte pronto porque ya no me la banco más. Me estoy yendo, again, ¿por qué será que no puedo pensar en una sola cosa por vez? Madonna Santa, Iturralde dice que no me preocupe, lo que no entiende es que yo no preocupo, me canso de perderme entre mis neuronas, nada más. Bué, volviendo, es evidente que me quedé en la década del 50. Cuando pienso en perfumería para hombres, recuerdo a mi papá y no se me ocurre otra cosa que espuma de afeitar, brocha, loción para después de afeitar, desodorante. Error. Yo digo, dale, comprate una crema si querés, ¿pero es necesario que uses un lip filler? Por favor, casi ni yo sé qué es. ¿Cómo un tipo va a usar una crema reafirmante para el abdomen? ¿Dónde quedó el orgullo de mostrar una buena panza cervecera? Total que Sandra prefirió regalarle un cupón para dos sesiones de thermage tcp (vaya una a saber qué carajo es eso) más dos de hydrodermoabrasión profunda (supongo que le limpiarán la cara con una especie de hidrolavadora, no sé). Apenas llegué a casa lo llamé. “Ya mismo me decís qué productos hay en tu baño”. “Hola, mi amor, ¿cómo estás? Yo bien, gracias.” “¿Podemos dejar el mi amor para otro momento que esto es importante? ¿Qué productos, Fer?” “Hay papel higiénico, un desodorante de ambientes,….” “No, no, de perfumería, corazón”. “No me acuerdo”. “¿Cómo que no te acordás lo que tenés en el baño?” “¿Por qué no venís y nos sacamos la duda juntos?” “Ok, salgo para allá”. Mirá se lo me iba a perder.

49. El regreso de los muertos (no sé si vivos, pero seguro no del todo enterrados).

Hace mucho frío. Trato de encender la estufa. No es posible. Como me enseñó mi abuelo, le doy una palmadita. Nada. Después otra. Sigue la nada. Una piña trajo la otra. La terminé cagando a patadas a esa estufa de mierda y le reputísima madre que la recontra mil parió. Al mediodía me indispuse. A prenderle una vela a la Santa Hormona del Valle del Período  y el Ibuevanol Forte y a tratar de no matar a nadie. Me pongo la remera que yo misma pinté y cuya leyenda dice “Para que el período sea considerado atenuante de asesinato” y salgo. Me pone de muy mal humor que el asunto, como lo llamaba mi abuela, incremente mi mal humor habitual y me convierta en algo frente a lo cual el Demonio de Tasmania saldría rajando. Es como una especie de mal humor al cuadrado. Y si tengo que trabajar, es decir, cualquier día, ni te cuento. ¿Cuántas veces hay que explicarle con paciencia a un imbécil la conjugación del verbo to be? Me juro a mí misma que la próxima vez que me diga he have been le meto la enciclopedia británica por el orto. Para borrar de mi mente la imagen que en este momento tengo de mí misma (lo más parecido a un colchón de agua que un ser humano puede llegar a ser), camino las pocas cuadras que separan una clase de la otra focalizándome en Sai Baba. El naranja no es mi color preferido y alguien debería avisarle a este señor que el pelo afro murió en los setenta. Podría materializarse un peluquero el tipo. En la esquina, un calambre. Para evitar asestarle una patada al proyecto de perro que una señora estacionó a mi lado, me agarro, me aferro, del primer poste que encuentro. Un señor mayor, por no llamarlo viejo de mierda, osa decirme “Disculpemé, señorita, pero no tendría que apoyarse así. Hay que cuidar la ciudad y así es como los postes se aflojan”. “¿No tenés un hamster en tu casa para entretenerte metiéndole escarbadientes en el culo?” “Qué barbaridad, a usted la tendrían que haber educado mejor de chiquita”. “Y a vos te tendrían que haber matado de chiquito, así no rompías las pelotas durante tantos años”. A veces, me doy miedo. El resto del día transcurrió más o menos por los mismos caminos de paz y normalidad. Por suerte, a la noche, pude prender la estufa. Y el teléfono no se me había quedado sin batería, qué más se puede pedir. “Hola, Vero”. “¡Hola, Emilia!, pensé que hoy salías con Fernando por eso no te llamé”. “Vos lo dijiste, amiga, salía”. “¿Y qué pasó?” “A la mañana me avisó que lo llamó la ex, le pidió de juntarse a cenar porque quería hablar con él no sé de qué cosas”. “Y, supongo que tendrán que empezar a arreglar lo del divorcio”. “Ajá”. Nunca me imaginé que un puto ajá pudiese estar tan cargado de significado.

50. Aries y Marte… Para qué contarte.

Yo sé que es una boludez, pero no lo puedo evitar. Cuando voy a lo de mi mamá un domingo leo el horóscopo. A lo mejor es para no escucharla (y eso que todavía no le conté nada de Fernando), por lo que sea, en un punto es entretenido. Es una manera de pasar el rato, como dice, justamente, Mami. Y la verdad, es que siempre paso de largo las “ocupaciones”, el “dinero” y voy directamente a “el amor”. En el fondo, soy una romántica. Claro que el romanticismo se me va a la mierda cuando leo frases como: La oposición lunar complica la pareja. Los desencuentros y los choques temperamentales estarán a la orden del día. Definiciones pendientes. Me cago en el Santo Zodíaco, Batman. Porque una es una chica con pretensiones intelectuales y no cree en esas boludeces, hasta que de alguna manera te toca, o tiene que ver con lo que estás viviendo; y se te van las pretensiones intelectuales al carajo. Digo yo, ¿no he tenido suficientes complicaciones con suficientes parejas como para que la luna me venga a cagar esta también? Por qué no se mete en sus cosas y me deja de joder a mí. Y cómo no voy a tener un choque temperamental, si el pelotudo no me quiere contar qué pasó en la cena con su ex, me dice que fue un encuentro de amigos, amigos las pelotas, digo yo… y que hablaron de temas pendientes, un pendiente es lo que tengo ganas de colgarle en los huevos, un piercing en el prepucio se merece. Ya sé que a lo mejor es una buena chica, y no pasó nada, por qué le voy a andar deseando que se descomponga y se ahogue en su propio vómito. Pero por otro lado, si no pasó nada, ¿por qué no me lo quiere contar? Mirá, me harto de mí misma, me agoto, me digo basta de hacer rulos con tu cerebelo Emilita (oh, my God, cuando me hablo en diminutivo como mi mamá es porque estoy de atar). Pero es más fuerte que yo, qué querés que te diga. “Me gustaría que me dijera, o que pensara, de dónde cree usted que le surge tanta inseguridad como para cuestionarse todo por un horóscopo de domingo, Emilia, usted es una chica inteligente”. “Mirá, Iturralde, primero, ya es hora de que dejes de tratarme de usted; me ponés nerviosa; y segundo, los dos sabemos que la inteligencia se te va a la mierda en estos casos”. “¿En qué casos?” “En estos de la pareja y estas cosas”. “En el amor quiere decir usted”. “Ufff, y dale con el amorrrrrr.” “Y de esto estamos hablando, ¿de qué si no?” “¿Estuviste leyendo a Carver vos?” “Emilia, no nos dispersemos, no se me vaya por la tangente”. “No, no me voy a ir por la tangente, me voy a ir por la puerta, bombón, no te soporto más, mirá con qué seguridad te lo digo.” Encima me salen molestias intestinales, me cago en Mercurio.

51. Sombras de muchas dudas.

Es inevitable. En algún momento tenía que suceder. Una conoce a alguien, le gusta, se lleva bárbaro, se divierte y ¿cuál es el próximo paso? Socializar. Lo que a mí más me gusta en la vida. Como si no fuera lo suficientemente difícil llevarse bien entre dos que hay que andar juntándose con otra gente, digo yo. Total que era el cumpleaños de Sebastián, amigo desde el jardín de infantes, y fui con mi mejor predisposición, porque a lo mejor, quién te dice, una termina conociendo gente interesante. Vamos, Emilia, me digo, prejuicios, out! Por lo menos, iban a estar Sandra con su propio susodicho, algo es algo. Y no nos olvidemos, que si yo quiero, Lady Máxima a mi lado es La Raulito. Ahora, que yo quiera, es otro cantar. Ya que estaban, como era “la semana de la amistad”, celebraron también eso. Otro tema, los “días de”, qué ganas de romper las pelotas. Llega el día del amigo y hasta el verdulero de la esquina, ese que puteás porque cada vez que te descuidás te mete una banana podrida, te dice “feliz día, amiga”. Pero andá a la concha de la mona depilada, boludo. He recibido cualquier cantidad de mensajes de texto de números que no reconozco, ¿no te das cuenta, pedazo de imbécil, que si no tengo tu número en mi agenda es porque no sos mi amiga/o???  Está bien, reconozco que tengo sólo cinco, pero ese no es el punto. Volviendo al acontecimiento. Llegamos y el del cumple se me acerca y me abraza como si me conociera de toda la vida, yo no sé, será cultor del abrazo relajante el hijo de puta. “Qué linda que sos”, me dice. No sé cómo tomarlo. “¡Gracias!”, contesto, con una sonrisa que Lady Di hubiera envidiado. Así saludando con un beso a uno por uno y a una por una. Qué costumbre de mierda esa de andar besando gente que una no conoce, qué necesidad. Me aferré al brazo de Fernando cual garrapata y sellé mis labios. Pero yo era el centro. “¿Y qué hacés?” “¿De qué trabajás?” “¿Vivís sola?” Qué carajo les importa, quería contestar, pero… “Soy profesora de inglés, sí sí, vivo sola…” Mi amiga Natalia, la de la peluquería, y su clienta Olga Álvarez Zabala, la psicóloga, se van a poner contentas cuando les cuente. O, no, qué sé yo. “Así que sos profe de inglés, y ¿qué leés? ¿Yéspier?”, dijo el intelectual del grupo. Lo miré, nada más. “Era hora Fer, qué chica más mona tenías escondida”. Los monos están en el circo, conchudo, pero vuelta la represión, Iturralde sí va a estar contento porque él no la llama así, le dice adaptación; dejate de joder. El resto del ágape transcurrió más o menos por los carriles habituales. Se rieron hasta desfallecer de las anécdotas que ya han contado y escuchado aproximadamente tres millones de veces. Qué capacidad de asombro envidiable. O tendrán Alzheimer precoz, no sé. Y como son todos muy posmos, brindaron también por la ley del matrimonio entre parejas del mismo sexo, porque son tan pero tan progres que jamás dirían gay u homosexual, aunque a más de uno se le note que si algún día su hijo aparece y dice “Papá te presento a mi novio Joaquín”, se quiera pegar un tiro. Y luego, el tema inevitable. A competir. “Brenda ya sabe escribir mamá”. Postulala para el Nobel de Literatura Infantil, pienso yo, que a esa altura había decidido divertirme sola. “Martincito el otro día pintó un cuadro que me sorprendió el uso de colores que hizo, no sabés.” Por suerte, no, no sé. “Constanza actuó de hormiguita viajera, qué lástima que me olvidé las fotos”. Y así siguieron, adulando a sus descendientes sin admitir jamás que se alaban a ellas mismas. Me la vi venir, pero cómo hacía para que no llegara. Imposible. “¿Y a vos te gustan los chicos, Emilia?” “No”. “¿Pero no te conmueve la idea de tener un bebé en brazos?” “No”. “Vamos, no me vas a negar que alguna vez fantaseaste con la idea de ser mamá”. “Sí, te lo voy a negar”. “Ay, Emilia, cuando te llegue el momento vas a ver, un hijo te completa”. “¿Vos ves que a mí me falte alguna parte?” “Yo soy todo lo contrario, te voy a contar un secreto, con Sol, ¿sabés quién es, no?” “No.” “¡La ex de Fer! Bueno, nosotras hacíamos listas con nombres de mujer o de varón que nos gustaban para cuando fuésemos mamás, así ese tema ya lo teníamos resuelto.” Lo mínimo que deseé para esa hija de re mil putas fue que de pronto comenzara a cagar lombrices. Sandra, divina, sentada a mi lado apoyó su brazo en mi hombro. Entendí y dije, “Qué interesante”. “El otro día fuimos al cine”, intercedió Fernando, “estaban dando un ciclo de Almodóvar y a Emilia le encanta el cine”. Lo que me faltaba, que el boludo necesite venderme y/o justificarme. Por suerte, quince minutos después nos fuimos. En el camino, me pregunta, “¿Y, cómo la pasaste?” “Bárbaro”, contesto y no me reconozco. Algo huele mal en Dinamarca.

52. Fantasy for the devil.

A veces, y sólo a veces, me pongo a pensar en las fantasías. Esas ficciones, esos cuentos, esas novelas de setecientas páginas que escribimos en nuestras dulces cabecitas. Esas cosas que una se imagina que, supuestamente, desearía que sucedieran… o no. Porque la verdad la imaginación que tengo yo, mamita, mejor que no lleguen nunca a convertirse en realidad. Pensamientos que no nos atrevemos a decirle a nadie simplemente porque no queremos provocar ataques de pánico masivos. Pero supongamos que una fantasea con una idea muy concreta, con conseguir algo simple, que la mayoría de los mortales goza. Cuando lo conseguimos esa fantasía deja de serlo y empieza a formar parte de nuestra cotidianidad. Porque esa es la diferencia entre una fantasía y una pelotuda utopía. La fantasía es posible. Siempre. Entonces, acá la tenemos, se cumplió. ¿Y? ¿Cosa facciamo allora? ¿Estamos contentas? No. Porque siempre, irremediablemente, de alguna manera, terminás aburriéndote. Es como que la fantasía te defrauda, peor, una se defrauda a sí misma. Esa puta cabeza que tenés te mintió, te estafó, se burló de vos, haciéndote creer que lo mejor que te podía pasar era lo que estabas pensando. A lo mejor, la solución es que nunca se vuelvan realidad. Porque yo digo, si una tiene una fantasía, que se concreta y después resulta una garcha, lo mínimo que terminás queriendo es que la puta fantasía se corporice para poder cagarla a trompadas. Las posibilidades son: tenías una fantasía de mierda o no sos capaz de llevarla a cabo como corresponde o sos una insatisfecha crónica; lo que la sabiduría popular tan cariñosamente llama gata flora. Una no sabe si la fantasía te traicionó, si tu cabeza lo hizo, si vos te traicionaste a vos misma, o si es todo eso junto que en definitiva es lo mismo. Hablando de lo mismo, ¿es lo mismo fantasía que deseo? A veces, sí; a veces, no. Qué sé yo. Cuando se me enrula el cerebelo y empiezo a pensar todo este tipo de pelotudeces decido ir a tomarme unos mates con Verónica. Ahora, no falla nunca. El día que más quiero estar tranquila, sola con ella, cae alguna. Esta vez fue la que hace poco se casó y que la última tarde que la vimos nos torturó con su suelta de mariposas y su wedding planner del orto. Josefina, la divina. El numerito, mamma mía. La mina está todo el tiempo pum para arriba, a-go-ta-do-ra. Nos tuvo media hora contándonos lo maravillosa que fue su fiesta; fiesta a la que no invitó a Vero, a su amiga de la infancia y a la que le viene a romper las pelotas todo el tiempo con esas media lunas de mierda que piensa que son vaya una a saber qué, porque la fiesta era “sólo para los íntimos” (sic). Es una yegua, hiperquinética y optimista. La escucho hablar y en lo único que puedo pensar es en que se le exploten las tetas que le compró su maridito perfecto. Es tan obsesiva que seguro tiene los cd ordenados por orden alfabético la estúpida. “Y con Santiago somos el uno para el otro”. Tengo una tijera en la cartera pero no la voy a usar porque le voy a ensuciar la alfombra a Vero, una lástima. Qué carajo hago yo con una tijera en la cartera es un tema que no voy a desarrollar en el día de la fecha. “Vivimos una luna de miel permanente, la otra noche me invitó a bailar”. Yo la invitaría, así vestida como está, a ir un día al Club Glorias Argentinas de Laferrere, a ver qué opinan los muchachos de esas medias con dibujitos de corazones que tiene. Encima, cada vez que habla me agarra la mano. Me gustaría tener un cuchillo cerca para clavársela a la mesa. “La verdad es que no me puedo quejar, Santiago es un hombre que me halaga”. “¿Es miope el pibe?” Se me escapó, ya no podía más. “Ay, Emilia, vos siempre con tus salidas ocurrentes. ¿Seguís sola vos?” Es una yarará, con perdón de mis amigas las serpientes. “¿Si estoy saliendo con alguien, querés decir? Sí.” “Pero qué suerte, ¿te puedo dar un consejo? A la pareja hay que disfrutarla, saborearla”. “No entendiste, nena, estoy saliendo con un hombre, no con un yogurt”. Verónica, cuando se dan este tipo de situaciones, prefiere llamarse a silencio. “Bueno, Vero, había traído las fotos de la fiesta para mostrarte pero mejor vengo otro día”. “Ok, pero llamame antes, por las dudas, a ver si justo no estoy”. “No me cuesta nada darme una vuelta, si vivo cerca, si no estás, todo bien”. “Igual, llamame”, dijo mientras abría la puerta mi amiga Verónica, mujer de pocas palabras y gestos contundentes. “Siguiendo con lo que estábamos hablando, ¿sabés qué fantasía tengo yo, Emilia? Que al marido de Josefina le ofrezcan un trabajo que no pueda rechazar en Tanganica.” “Y la mía es que, alguna vez, ese dios en el que no creo, me dé la satisfacción de que pase un día, uno solo pido, en que no tenga que escuchar una boludez”. “Lo tuyo es una utopía, amiga, aunque no lo quieras reconocer.” No hay vueltas, mi amiga es sabia.

53. A falta de tren… tira a mamá del quinto piso (por favor).

“¡Queriidoooo llegueeé!”, dicha por una mujer, es la primera frase de una serie de top ten que una no quiere escuchar cuando está con su hombre en bolas en la cama de la casa de él. Un tsunami de pensamientos se te atropellan. El boludo le dio la llave a su ex, el hijo de una gran recalcada tiene otro mina y, lo que es peor, ya le dio la llave, ¡¿Por qué no me la dio a mí?! Lo voy a matarrr, le voy a sacar los intestinos por las orejas…. Y otras delicadezas por el estilo. La segunda frase de ese ranking que una no quiere escuchar es “Uy, me olvidé que venía mi mamá.” Y lo que menos querés es que el tipo, que como hace poco se separó vive en un monoambiente con pretensiones de loft, te mire con cara de ¿Y qué hago con vos ahora? y, presa del pánico, salga disparado de la cama como si le hubieran puesto un rompeportones en el orto. Por lo menos, hay un biombo. Yo me pregunto, ¿cómo puede un hombre de treinta y ocho años vender su privacidad por un kilo de milanesas recién panadas? Escucho que la saluda con la máxima naturalidad posible, yo me pongo una bata que encuentro en el suelo y también me asomo. Mirá si me la iba a perder. Si en ese preciso instante se hubiera corporizado San Expedito y hubiera salido a saludarla, la señora habría estado menos sorprendida. Es más, creo que lo habría preferido. “Mamá, Emilia, una amiga… Emilia, MI MAMÁ…” Juro que lo dijo así, con mayúsculas. Así que una amiga la puta que te parió, pienso yo mientras sonrío y me acerco a darle un beso. “No sabía que estabas acompañado, te pido disculpas, Fernandito.” Fer-nan-di-to… el que a cada minuto que pasa tiene más achicharrado el pito. A ver, una entiende que la situación puede ser molesta, hasta incluso violenta para la señora, pero, si una sale con un hombre, porque un tipo a esa edad supuestamente hace rato que tiene pelitos en sus partes íntimas como para ser llamado hombre, lo mínimo que espera, es que la mire a la madre y le diga, por ejemplo, Mamá, te di la llave por una cuestión de comodidad, por si alguna vez venís y yo no estoy, pero siempre, absolutamente siempre, que vengas, tenés que tocar el timbre... O Sorry, Vieja, me olvidé que venías, disculpame, pero en este momento no te puedo atender. No sé, algo. Algo que me demuestre, a mí, mujer ciento por ciento, que los huevitos no se le meten para adentro cuando ve a la mamita. Tercera frase que no esperaba escuchar esa tarde, “¿Querés que te haga un café?” Me cago en Juan Valdez. Café que, por supuesto, ella acepta, porque tiene todo el aspecto de ser una auténtica “madre piola”, de esas que no se asustan porque su hijo coja, de esas que están en un límite muy borroso y una no sabe si catalogarlas como desubicadas o simples y llanas jodidas de mierda. “Bueno, si no les molesta, chicos.” Se sienta, yo prendo un cigarrillo, ella se para y abre la ventana. “Mamá, hace frío”, dice él. “Ya sé, pero vos no podés estar en un ambiente cerrado con humo, mi cielo. Acordate de tus bronquios.” “¿Tenés un problemita con tus bronquios?”, pregunto con mi mejor cara de Mary Poppins. “Mamá, tenía nueve años”. “Igual, te tenés que seguir cuidando”. Por supuesto que no apagué el cigarrillo, necesitaba furiosamente nicotina en mi organismo. Mientras saboreábamos ese café, yo en bata, ella sin sacarse el abrigo y con las rodillas juntitas y él en remera y calzoncillos, en una escena bizarra digna de una película de Jorge Polaco, sostuvimos una conversación total y absolutamente intrascendente. Que el frío, que anunciaron lluvia para mañana, que papá te manda saludos, que espero que te guste la tarta de zapallitos que te traje, que ponela en el freezer, que seguro Emilia sabe después cómo cocinarla. “¿Y vos, querida, qué sos?” No me iba a poner en ese momento a explicarle a la señora que yo tengo problemas con el ser, que las únicas certezas que tengo con respecto a mi esencia es que soy mujer e hincha de Boca, y que todo lo demás puede cambiar y por lo tanto, etc. etc. Con mi mejor cara de nada, le contesto: “Profesora de inglés”. “Ah, pero qué interesante. Por un momento pensé que, tal vez, eras también arquitecta, como Fernandito, o como yo, o como Sol, ella también era arquitecta, es más se conocieron en la facultad. Pero tu carrera no se estudia en la Universidad, ¿no? Porque es sólo terciaria. ¿Dónde la hiciste? ¿En algún instituto?” Se me despejaron todas las dudas, es una simple y llana jodida de mierda. Le respondí con toda la amabilidad que pude encontrar en mis entrañas, mientras trataba de conformarme imaginando qué hubiera hecho Lady Macbeth en mi lugar. La señora termina su cafecito y… “Bueno, me voy, así no los molesto más, ¿querés que me lleve algo de ropa para lavarte?” “No, mamá, no es necesario, te acompaño hasta la puerta”, dice el arquitecto inteligente repentinamente transformado en absoluto pelotudo delante de mamá, como si viviera en la mansión de los Carrington y la puerta estuviera lejos. Reconozco que yo todavía tenía esperanzas. Pero, una vez cerrada la puerta, no hubo ningún perdón por el garrón, ningún sorry, la vieja es un poco desubicada, ningún mañana le pido las llaves, soy un boludo, ningún riámonos juntos de lo que nos acaba de suceder. Como si nada hubiera ocurrido, mientras me toma de la cintura haciéndose el George Clooney del subdesarrollo, escucho, “Bueno, ahora que se fue, podemos continuar donde habíamos dejado.” “Mi amor, ahora que se fue, tengo exactamente el mismo nivel de calentura que me puede generar una película de Winni the Pooh. Mejor me voy y la seguimos en otro momento.” Me cambié y me fui. Mientras bajaba en el ascensor, pensaba, por favor, ¿nunca nada de lo que me suceda va a estar dentro de los carriles sociales de normalidad? 

54. Silencio en la noche… (la calma te la debo)

Hoy soy una especie de encefalograma plano en erupción. Creo que mi cerebro no tiene vibraciones. No se me cae una idea ni por puta, o ni una puta idea, que no sé si no es lo mismo. Me invade una especie de silencio administrativo que no puedo superar. Y no soy de esas personas que no se bancan el silencio y entonces llenan los espacios con comentarios boludos. De ahí a llenar tu vida con boludeces para entretenerte no hay distancia. Así se les va la existencia, como boludos alegres. Después de todo, a mí qué carajo me importa. Cada uno hace lo que puede. Uy, me agarró Bucay, que me suelte, que me suelte. Hoy estoy hecha un canto a la alegría. Un canto callado. O rodado. Paso una clase tras otra tratando de que ellos me cuenten qué hicieron el fin de semana y no corrijo, no tengo ganas, que se expresen con total libertad y se crean bilingües. El problema aparece cuando caigo en el lugar en el que una supuestamente tiene que hablar… Y hablar… Y hablaaarrrr… Siempre de otras cosas, siempre de lo mismo. Tampoco es necesario deshuesar pollo todo el tiempo, carajo mierda. No se la hago fácil al tipo, lo reconozco. Me pregunta hasta por el malvón de mi mamá y yo nada. ¿Qué le pasará por la cabeza en ese momento? Estoy segura de que él también se reprime y duda entre ahorcarme con el collar de mostacillas negras con el que no paro de jugar o echarse una siestita. Por fin se decide a usar el comodín psicoanalítico y preguntarme si soñé algo. Todo te lo arreglan con un sueñito. No me acuerdo, le contesto, mucho menos hoy, mirá si con el día que tengo me voy a andar acordando de lo que pienso de dormida. Me encantaría poder pedirle que me ponga los ruleros, después de todo muchas minas van a la peluquería como si fueran a terapia, yo bien podría pedirle que se cope y me haga un brushing. Pero no le propongo nada. Para qué, para que me salga con algún comentario ingenioso y, justo hoy, me deje dando vueltas carnero en el aire. Cuando una no tiene nada interesante para decir lo mejor es callarse la boca. Lo que resta no es silencio pero tampoco es historia, leí alguna vez. Bah, no me acuerdo si era así pero no importa. Aparte, ¿qué le voy a decir? Si hasta yo estoy harta de mi rulo. Hablando de rulos, tendría que ir de verdad a la peluquería. Así me sigo yendo a cualquier parte y no pienso aunque sea por instante en que el pibe apareció dos días después del episodio con su progenitora, dándome la llave de su departamento. Hace las cosas, tarde a lo mejor, pero las hace. No sé si estoy preocupada, enojada o simplemente hinchada las pelotas. Al final, ya le banqué los amigos, el cd de música celta, más la mamita, sin que se me salte la térmica ni el dragón que usualmente tengo en el estómago. Apenas largué un poco de humito. A lo mejor, el humito es el punto medio que hemos encontrado entre el silencio absoluto y el dragón. (“Hemos encontrado” escribí, listo Emilia, te hablás a vos misma en plural, no tenés arreglo.) Y, a lo mejor, no está mal. O sí. Ay, hoy estoy tan convencida de lo que pienso que doy asco.

55. Bailando por un combo.

Apurada, entre clase y clase, con un roedor rabioso en mi estómago, decido comer una hamburguesa rápida. Nada es rápido en esta vida cuando se lo necesita. Siempre es al revés y cuando una quiere alargarlo, se termina enseguida. Bué, no me quiero ir de tema. Entro al lugar donde vive el payaso boludo y le digo a la señorita que me atiende “una hamburguesa con queso”. Siempre caigo, no aprendo más. Con la sonrisa siempreviva que los caracteriza me contesta “Muy bien, un Combo 2, ¿algo más?”. “No, no, ¿qué combo? Una hamburguesa con queso quiero”. “Pero por sólo cinco pesitos más tiene las papas y la gaseosa, ¿qué va a tomar?” “No quiero tomar nada, nena, quiero una hamburguesa con queso”, repito como si se me hubiera trabado el percutor. “Pero lo que le conviene…” “¿Vos me vas a decir lo que me conviene a mí? ¿Para qué carajo te pensás que voy a terapia? ¿Para que Ronald me solucione los problemas con unas papas fritas de mierda? ¿Me podés dar la hamburguesa y no joderme más la vida con los combos, la triple burguer with conch, o el mcchongo?” El señor de seguridad se iba acercando lentamente pero la señorita lo miró con cara de “dejá, Juan, que yo me arreglo” y me dijo: “Diecisiete pesos”. “¡¿Cuánto?!” “Por eso le decía, señora, que por cinco pesitos más…”. “Pero decime, ¿vos sos jodida, sorda o ignorante? Haceme un favor, hacé un lugarcito entre el combo y los cinco pesitos y “el señora” también metételo en el orto, nena”. Yo entiendo que a veces descoloco un poquito a las personas, pero esta señorita no entiende que yo tengo un problema (tengo varios, bah, pero para qué vamos a entrar en detalles) con los combos. Básicamente, me ponen histérica. Cuando quiero comprar algo y no paran de ofrecerme otra cosa que yo no pedí, no puedo evitarlo, se me sale la cadena. No quiero combos. Siempre vienen disfrazados con una aureola de santidad y beneficencia para quien los acepte absolutamente mentirosa. Una siempre se termina comiendo las papas que nunca quiso en primer lugar, y encima te convencés de que estás contenta y te hicieron bien. Y yo ya me he comido demasiadas galletitas. Que no serán papas pero más o menos. La puta madre carajo. Qué me vienen con que es más barato. Más barato por docena. Lo barato sale caro, decía la vecina de mi tía, y tenía razón. El precio que hay que pagar por determinados combos es altísimo. A ver, si me gusta el paté no tengo por qué comprarme un ganso, ni quedármelo aunque me lo regalen. Además, yo, que soy la quintaesencia del optimismo, sé que nadie te regala nada en esta vida, por favor. Siempre, detrás de todo combo hay gato encerrado. ¿Cuántos combos puede una aceptar en una sola vida? ¡Mueran los salvajes, asquerosos, inmundos combos! Me fui al carajo, lo acepto… Ah, el choripán que me comí en la esquina estaba buenísimo.

56. Happy Together (sí, sobre todo, japi)

Llega fin de año y hay que verse, brindar y saludarse. Llega el día del amigo y hay que llamarse. Sale una red social y hay que unirse. Y para no ser, justamente, una antisociable, hay que aceptar la solicitud de hasta la pendeja que en el recreo de primaria te escupía el alfajor. Hay que dejar de fumar. Hay que ser sano, comer cinco porciones de fruta y verdura por día para prevenir el cáncer de argolla, hacer crucigramas para agilizar el cerebro y ejercicio físico para agilizar el orto. Hay que tomar dos litros de agua por día para oxigenarse o no oxidarse y así tener el culo de Madonna. Hay que olvidarse de comer nada que contenga estrógenos, transgénicos ni grasas trans y hay que alimentarse sólo a omega 9. Hay que ser joven, linda, inteligente, independiente y tener pensamientos positivos. Llega el fin de semana y hay que salir y divertirse. La vida se está transformando en un gigantesco e inmanejable “hay que”. Por supuesto que yo no hago nada de lo antedicho, pero esa es otra historia. No quiere decir que no me tengan los huevos al plato y/o fritos con el tema. Lo parió. Y, como si esto fuera poco, si hace un par de meses que salís con alguien, ¿qué hay que hacer? Hay que presentárselo a Mami. Algún día tenía que suceder, sobre todo para no tener que escucharla más. Cuando le comenté a Fer de la situación, sólo dijo “Me encantaría”. “Porque no la conocés.” “No, de verdad, aparte así estamos a mano”. “No me hagas acordar, te lo pido por favor, igual a mano no vamos a estar nunca, ¿o pensás ir en bolas?”. “No está mala la idea, me podrías presentar como ‘mi novio, el del pito veloz’”. Me hace reír a veces. “¿Mañana te parece bien?” “Me parece perfecto, lo que vos digas, mi amor.” “Ay, cómo estamos esta noche.” “Y no tenés una idea de cómo vamos a estar en un ratito”. Es así, será como siempre dice justamente Mami, será que me sabe llevar. No sé qué carajo querrá decir ella con eso pero lo repite siempre “A Emilita hay que saberla llevar”. Una se siente un poco perro que sacan a pasear pero ya con los años y San Iturralde de por medio hemos aprendido, un poco, a no escucharla. Total que el sábado fuimos después de almorzar. Mamá se manejó dentro de lo esperable. Lo miró, lo estudió, le sacó tres millones de radiografías y tomografías computadas, le sonrió mientras le preguntaba hasta por su tatarabuela. Por supuesto que le habló de Federico y de lo mucho que lo quería. Ella nunca entendió eso de que la familia de tu pareja es “política”. Cuando empezó a contar la anécdota de la tortuga de agua que se me murió porque la puse en un balde y me la olvidé cuando tenía ocho años, decidí que ya el momento de retirarse, antes de que sacara las fotos de la comunión. “Mamá nos tenemos que ir, tenemos un cumpleaños hoy a la noche y hay que comprar el regalo”. “¿Qué cumpleaños?”, me pregunta él; se ve que cada tanto se le corta el ingreso de oxígeno al cerebro. “El de mi alumna, ¿no te acordás?” “Uy, cierto, bueno, señora fue un placer”. “Igualmente, querido, lástima que se tengan que ir tan rápido, esta chica está siempre apurada”. “El regalo, mamá, es por eso.” “Sí, claro, acordate de pagar en efectivo, no uses la tarjeta de crédito, el otro día escuché en la radio que las clonan”. “Mamá es una tarjeta, no la oveja Dolly”. “Ay, Fer, ¿ves lo que te digo? A veces, hay que tenerle paciencia, pero es buena”. “Buena mandarina”, agrega el pelotudo guiñándome un ojo al mismo tiempo y evitando así el rosario de piropos que inundaba mi garganta. Mami larga la carcajada y agrega, “Es un divino este chico, Emilita, cuidalo”. Sí, mamá, cuando llegamos al depto le masajeo las bolitas con talco, pienso, y digo “Chau, mamá, después te llamo”. Bajamos los tres pisos en silencio. Hasta que no aguanto más, “Decime, nene, ¿te tenías que hacer el gran Lorenzo Lamas?, ¿era necesario?” “Bueno, Emi, ¿qué querés que le diga a tu vieja?” “Nada, el ‘señora fue un placer’ era el final perfecto.” “Pero así se queda contenta, corresponde.” “Co-rres-pon-de… Mirá vos…” Silencio hasta el auto. Silencio que no puedo sostener, porque si pudiera sería algo así como la reencarnación de María de los Ángeles Medrano, y a mí el acento gallego me sale para la mierda. “Y supongo que después vas a querer salir, ¿no? Ya que vamos a hacer lo que corresponde, hoy es sábado a la noche y corresponde divertirnos”. “¿Te acordás de ese artículo de filosofía que leímos el otro día”. “Sí, ¿y qué tiene que ver?”. “Si querés, salimos y si no, vamos a casa y te afirmo lo múltiple, negrita”. Cuando se hace el ordinario, me encanta. Y, bué, habrá que divertirse.

57. Kill the Gil.

Salgo a caminar por la cintura cósmica del sur… No, mentira, no salgo a caminar y, en todo caso, lo hago cargando mi propia cintura cósmica, la que me está quedando de tanto comer medialunas. En realidad, fui caminando hasta el quiosco de la otra cuadra a comprar cigarrillos, y con eso ya tengo cubierta mi cuota de ejercicio diario. Ya en la calle recuerdo que es el cumpleaños de un alumno y entonces como tengo tiempo decido ir al shopping a comprarle algo. Lo pienso, son sólo diez cuadras, no me vendría mal caminar un poco más si es que tanto me interesa mi cintura. Exactamente tres minutos después, el tiempo que me lleva terminar el cigarrillo, levanto la mano y paro un taxi. No me interesa tanto. Es difícil comprarle un regalo a un hombre, los tipos son complicados hasta para eso. Y convengamos que a mí también se me complica un poco el presupuesto. Una luz me ilumina y recuerdo que le gusta Elvis Presley, listo, algún librito con fotos. Entro a la librería, una de esas que hasta tienen café. Me dirijo directamente al vendedor, un niño de veinte años con más aspecto de skater que de librero y le digo, “¿Tenés algún libro de Elvis Presley?” “Sí, cómo no”, me contesta amablemente, “me fijo en la computadora y te digo”. Computadora-dependientes vienen ahora los pendejos. Tecla que aprieta para allá, tecla que aprieta para más acá, es evidente que no encuentra nada. “¿Quién me dijiste que era el autor?”, me pregunta el proyecto de pelotudito. “Nene, hasta mi tía Dora sabe quién es Elvis, de-ja-te-de-jo-der”. Me fui, obviamente, no era momento de ponerme a educar a nadie. Salgo del lugar hecha una tromba, recordando con ternura a Dios y a María Santísima, mirando el piso y pensando qué carajo comprar y, como siempre me pasa en estos casos, me llevo puesta a una persona. No miro, no miro, cualquier día de estos me internan por mal manejo de mi propio cuerpo. Total, que muchas veces había imaginado este momento. La duda me carcomía, lo saludaré, no lo saludaré, se me acelerará el corazón (qué frase de mierda que se me ocurrió pero bué una no puede estar todo el tiempo inspirada), me desmayaré, saldré corriendo, me reiré como estúpida. Bueno, nada de nada. Ahí estaba Federico, sonriéndome como siempre y yo… nada. “¿Cómo estás, Emilia, tanto tiempo?” “Muy bien, ¿y vos?” “Ahora que te veo, mucho mejor”. “¿Tan hecho mierda estás?” “Más o menos.” A gozar, a gozar, a gozar, a gozar, mi vidaaaa… , canta Fito. “Peeero, ¿qué te anda pasando?” “Problemas en el laburo. Y, para qué negarlo, también un poco mal de amores”. A gozar, a gozar, a gozar, a gozar, mi amooooor… Mi silencio le hizo suponer que podía continuar. “Qué sé yo, Emi, es como que no puedo olvidarte. Traté, pero con ninguna es como con vos. ¿No querés que vayamos a tomar un café?” “Ay, me encantaría, pero me tengo que encontrar con mi novio y no lo quiero hacer esperar más”. Tanto bien me hizo la nada misma que no me dio ni para putearlo. Le di un beso y no lo pude evitar, me fui sonriendo. Y no como en las películas, no me di vuelta, aunque estaba segura de que me seguía mirando.

58. Vedere a la amiga, el marido, los pibes, la suegra… e dopo morire.

Mi amiga Luisiana me tiene re podrida. Tiene una maldita costumbre de mierda, te disfraza un pedido de una manera tal que parece que ella te estuviera ofreciendo algo. Hay mucha gente así. Diálogo típico: A: “¿El sábado no es el cumple de Fulanita?” (hoy es lunes) B: “Ay, sí, menos mal que me hiciste acordar. Le tendría que ir a comprar un regalo.” A: “¿Y por qué no vas ahora? A la tarde temprano no hay nadie en el shopping, así ya te lo sacás de encima.” B: “Sabés que tenés razón, después por ahí en la semana se me complica.” A: “Ya que estamos voy con vos, tengo que hacer un trámite por ahí cerca, ¿me llevás?” Y cuando querés acordar estás yendo a un lugar al que no tenías pensado ir ese día, a comprar un regalo que capaz no tenías que comprar, haciéndole de taxista a una persona a la que pareciera que le debés un favor. Es un mecanismo calamitoso, para el que va manejando el auto obvio. Después están los que te ofrecen algo y, una vez que decís “sí gracias”, te piden otra cosa a la que a vos te da no sé qué negarte porque total es una boludez y no te cuesta nada y cómo no le vas a decir que sí con todo lo que esa persona ya te ha dado (que vos no se lo hayas pedido no importa, ese es un detalle). Un quilombo las relaciones, como siempre. Pensándolo bien, esa frase la tendría que desterrar de mi vocabulario, no la del quilombo, la anterior, el “no me cuesta nada” suele salirme carísimo. Total que el domingo a la mañana Luisiana me llama. “¿Qué hacés, cómo andás?” “Bien, Luisiana, bien”. “Comunicáselo a tu voz, entonces, no sonás muy bien que digamos”. “No me jodas, me acabo de levantar, es por eso”. “¿Qué?, ¿estás sola?”. “Sí”. “¿Y por qué no te venís a casa a comer un asadito? Dale, no te quedes sola un domingo”. Tendría que haber sospechado por la rapidez de la invitación, no hubo ningún ¿por qué estás sola? mediante, por ejemplo. Pero caí. Como una flor de pelotuda caí y fui, para mí que la terapia me está haciendo para la mierda. Me fallan los reflejos, qué sé yo. Si yo tengo clarísimo que no es un programa de living la vida loca, si la mina tiene cinco pibes, un marido insoportable, de lo único que podemos hablar entre limpiada de moco, grito a la adolescente y el pañal que cambia es de si se viene la tormenta de la puta Santa Rosa o no. A lo mejor porque estaba sola, por qué todavía no lo sé, no lo tengo claro, porque el tipo está raro, de golpe habla poco, no se puede quedar, algo le pasa… algo le pasa… ya me contará, o no, pero no me voy a enrollar. Cuestión que no tenía mejor programa, o no tenía programa y punto. Suena deprimente. No, no suena, es. Pero bueno… no me voy a enrollar… no me voy a enrollar. Santa hormona de la desesperación… Suéltame. Total que fui y bingo también estaba la suegra. Completita completita. A mí me gusta la carne jugosa, me encanta escuchar un mú cuando me la sirven en la tablita, pero hay muchos chicos, la triquinosis y la puta madre que lo parió al chancho; suela de zapato comí, igual yo sé que me lo hace a propósito el boludo, porque bien podría sacar un pedacito antes y dejarme de joder. Papas fritas no había, sólo ensalada de radicheta y remolacha que había traído la suegra y que insistía en que yo comiera. El verde no es mi color favorito y odio la remolacha, me da asco verle los dientes colorados a los demás y pensar en los míos de la misma manera me da una especie de soponcio. Igual, ¿a qué mente pervertida se le puede ocurrir una ensalada de radicheta y remolacha? A una suegra, nada más. Por supuesto que no la probé, tengo un límite. Después de tan ameno almuerzo, se me ocurre decirle a Luisiana que, ya que estaba la susodicha, nosotras podríamos ir al cine. Me escuchó el de siete y, junto con la de nueve, gritaron, “¡dale mami dale, vamos a ver El último maestro del aire en 3 D!  ¡Que la abu se quede con los mellizos!”. “¿No me hacés la gamba, Emilia?” “Es la manera ideal de terminar este domingo espectacular, amiga.” El tresdé también me tiene podrida. El tresdé es moda. El tresdé es todo. El tresdé es una garcha. Si encima es de un niño avatar con una flecha tatuada en la cabeza que se comunica con los dioses y entra en trance, se le ponen los ojos fluorescentes y de golpe parece Linda Blair pero sin el vómito, me agarra un súbito deseo de hacerme menonita. La puta que lo parió al reino del fuego de la tierra del agua y de la concha de la hermana del chino maestro del aire. Cómo estamos hoy con la letra ch. Che che che… escuchame, parece que quisiera decir. Yo sola me meto en estas cosas. Es tan fácil decir, no Luisiana, te agradezco pero prefiero quedarme en casa. No sé qué es lo que me pasa con esta piba, no le puedo decir que no aunque de antemano sepa que voy a putear en etrusco toda la tarde. Y si esa tarde termina con un pedido, bingo. “Te quería pedir un favor, Emilia”. Cagamos dijo Peralta Ramos. “En la semana, en el jardín festejan el día de la familia y piden si puede ir un familiar y como hermana yo no tengo…” “Sí, ya sé con la tuya me entretengo, ¿por qué no le decís a tu mamá?” “Está en Bariloche con el centro de jubilados.” “¿Y tu suegra?” “No le quiero pedir más nada, sino la hipoteca no la termino de pagar más.” “¿El hermano de tu maridito encantador?” “Trabaja, no puede ir a esa hora.” “¿Y qué carajo te pensás que hago yo a la hora en que tus vástagos están en el cole? ¿Qué me rasco la cuevita?” “No, bueno, pero seguramente vos podés manejar tus horarios de otra manera. No tenés que marcar tarjeta.” “Ah, ahora entiendo, porque tu cuñado trabaja en una fábrica de rulemanes, dejate de joder.” “Es que para los mellizos es como si fueras la tía y para mí, para el día de la familia, me gustaría que fueras vos.” “No me vengas con sentimentalismos, te lo pido por favor que tuve un sábado de mierda con respecto a eso. Pero, a todo esto,  ¿por qué festejan el día de la familia a fines de agosto?” “Problemas de calendario”. “De-ca-len-da-rio, cómo me gustaría tener ese tipo de problemas, la verdad. ¿A qué hora tengo que ir?” “Y, cuando entran, a las ocho.” La 38 directo al paladar blando, la única solución. “Nos vemos en la puerta del cole.” “Gracias, Emilia, sos de fierro”. “Sí, sí.” Me subo al taxi, prendo el celular que había apagado al mediodía… ni un puto mensaje… No me voy a enrollar… No me voy a enrollar.”

59. Dejad que los niños se alejen de mí (por favor te lo pido)

Jardín de infantes. ¿A quién carajo se le habrá ocurrido ponerle ese nombre a un lugar donde un montón de seres humanos que no sobrepasan el metro veinte se apretujan para embadurnarse de témpera, plastilina y otras yerbas? Hablando de yerba, ¿las maestras jardineras fumarán? Si no, no entiendo cómo pueden soportar estar todo el día ahí adentro. Volviendo al nombre del establecimiento, creo que lo debe de haber inventado algún boludo que pensaba que toda persona relacionaría la palabra “jardín” con el verde, la esperanza, lo lindo que son las plantas, o habrá pensado que los pequeños eran esos divinos retoños, brotes de vaya una a saber qué. Ese sí que se drogaba, y con alta droga, no con un mísero porrito. Total que, a las ocho en punto de la mañana me apersono como me pidió mi amiga en la puerta de la institución donde sus hijos supuestamente se educan, se estimulan y se sociabilizan. Veo a varias personas, entre las que no está la progenitora de los niños en cuestión. La llamo por teléfono. “No, yo no voy, Emilia, los padres no tenemos que ir, sólo los familiares.” “No sabés cuánto te agradezco tamaña demostración de cariño”. Entro y me encuentro con dos especímenes de esos entes adorables que se denominan maestras jardineras, que vaya una saber por qué santa o puta razón viven hablando en diminutivo… el cuadernito, el lapicito, las mamitas, los papitos, los abuelitos, las conchitas de tus hermanitas… Tal vez, después de un tiempo desarrollen una incapacidad para determinar quién es adulto y quién es infante, aunque igual tampoco nunca entendí por qué les hablan así a los pibes; son pibes, no boludos. Con el tiempo, más de uno se convertirá a un boludismo irrevocable, pero para llegar a eso hacen falta años de colegio. A mí me dan un poco de impresión estas minas, me da la sensación de que en cualquier momento pueden sacar una Itaka del bolsillo del delantal y, siempre con una sonrisa por supuesto, empezar a matar gente. Son creepy, por eso disfrutan de estar todo el día con seres que no saben hablar y chorrean moco permanentemente. Freaks o masocas, eso deben de ser. Cuestión que hablan algunas abuelas y cuentan lo que hacen, declaraciones interesantes e inspiradoras como nunca escuché en mi vida. Todo se desarrolla en un ámbito de movimiento y griterío permanente que los bisoños llevan a cabo con total impunidad. Los varones se pegan, las nenas chillan, y a mí me encantaría darles a todos una reverenda y gigante patada en el orto. A esta altura, y dada la sonrisa congelada en sus rostros, ya no me cabe la menor duda de que todos los adultos que se encuentran dentro de la sala fumaron opio antes de ingresar. De pronto, escucho: “Ahora la tía de los mellizos nos va a contar qué hace ella, de qué trabaja”. “No es nuestra tía”, gritan los encantos al unísono. “Pero es como si lo fuera, ¿no?”, les pregunta la maestra. “A casa viene bastante,” contesta uno de los dos, no sé cuál, nunca los distinguí, “pero chocolates no nos trae nunca”. Jajajajajaja, todos se ríen, no sé de qué. Y entre tanta risa, se vuelven a parar, vuelven a gritar, las maestras vuelven a no poder contenerlos y, lo que es peor, se me acercan… peligrosamente.  Tengo lo que parecen ser cien millones de criaturas a mi alrededor. Creo que estoy por experimentar mi primer ataque de pánico. En silencio, traspiro. Empiezo a articular lentamente un “bueno, yo soy profes…” cuando uno de ellos abre la boca al lado mío y se le escapa el chicle baboseado, que cae, por supuesto, sobre mi campera de gamuza. Reprimo un “pendejo de mierda la reputísima madre que te parió”. Sin embargo, dado al silencio de ultratumba circundante, es evidente que no lo reprimí, oops… se me escapó, y a los gritos, para no desentonar. Me miran de una manera incalificable, como si yo fuese la mismísima reencarnación de Cruella de Vil. Escena imposible de remontar. Mortal… Mortal combat. Igual reacciono, se ve que no perdí mis reflejos para todo. “Ay, chicos, no la conocen? Es la introducción del nuevo hit para el verano de Violencia Rivas. ¿La ubican a ella, no? Me-te-te tu chicle en el cu-u-lo, me-te-te tu chicle en el cu-u-lo…”, les canto, mientras bailo al mejor estilo Club del Clan como si el espíritu de Violeta y el del Club entero me hubiera poseído. Mágicamente, uno empieza a reírse y a bailar. Y todos lo siguen. Y todo vuelve a lo que ellos denominan “normalidad”. Al final, no es tan difícil entretenerlos con cosas interesantes. No sé de qué se quejan, pienso pero esta vez sí que no digo nada. Y otra cosa que pienso es que mejor que este tipo me explique hoy sí o sí qué carajo le pasa porque si no… si no… ¿si no qué, Emilia?

60. Demasiada novedad para un solo frente.

Le tiré, como quien diría, sólo el titular por teléfono. Quince minutos después, tocaba el timbre de casa. “No dormí en toda la noche, necesito una siesta”, dije. “No te preocupes, te espero”, contestó. Cuando abrí los ojos, estaba al lado de la cama. No son muchas las personas que se pueden conectar con el otro así nomás, sin preguntas, sin pretender dar respuestas donde no las hay, sin más, sin menos. Ahí estaba, esperándome, como había prometido. No me falla nunca. “¿Estás un poquito mejor?” “Qué sé yo, Vero.” “Llamó varias veces mientras dormías.” “Que se vaya a la reputísima y recalcada concha que lo parió.” “Por supuesto.” Dos minutos de silencio. “¿Querés que te haga un té?” Qué manía que tenemos las minas a veces, pensamos que con una puta infusión se soluciona todo. “¿Me lo hacés con estricnina?” “Para vos es el té, no para él”. “Entonces no quiero.” “¿Miramos una peli?” “Dale.” Por suerte enganchamos en la tele El mundo según Wayne. Perfecta. La mesita ratona quedó plagada de restos de papas fritas, pochoclos, maníes, chocolates y botellas de cerveza. “¿Sabés que encima de todo se me escapó el gato?” “¡¿El negro?! No te puedo creer, ¿cómo?” “No sé. Me pilló una manada de elefantes a mí, ¿sabés cómo lo voy a extrañar? Era mi compañero, lo encontré de casualidad, ¿te acordás? No entiendo por qué se fue”. Y casi casi me pongo a llorar. “¿Me vas a contar qué pasó, Emilia?” “¿Te acordás que hace un par de meses se encontró con la ex?” “Sí.” “¿Y que nunca me quiso contar de qué hablaron?” “Sí.” “¿Sabés por qué?, porque no hablaron, cogieron.” “Eso es de re libro, Emu, figura en el índice de las Obras completas de Freud. No le des mucha importancia, no creo que haya pareja que no se separe que no vuelva a coger alguna vez, acordate que a mí me pasó lo mismo. Lo desubicado es que el pelotudo te lo cuente, ¿con qué necesidad? Ya me lo imagino, le agarró la culpa y…” “Está embarazada.” “Ojalá se le pudra la poronga al forro ese.” Y… por algo es mi amiga.

61. La fuerza del cariño (o el cariño a la fuerza)

Lo peor de una ruptura es la comunicación de la misma, sobre todo con mi historial antropológico. Y más que sobre todo, si una se acaba de separar del chico encantador y buen mozo del que se enamoran todas las abuelas del barrio. Porque con un hijo de puta termina cualquiera, es fácil. Pero con el solapado nieto de una gran recalcada, no. Y como en algún lugar del fondo me importa tres carajos lo que piensen, no explico y dejo que me miren con esa cara de vaca atada y piensen “también… con ese carácter”. Que piensen lo que quieran, cuando el bonito adorable y perfecto aparezca con un chupete en la mano derecha y restos de vómito lácteo en el hombro izquierdo, todos se tendrán que meter la lengua en el orto. Porque me lo voy a cruzar, me lo quiero cruzar cuando esté cambiando pañales, disfrutando de su paternidad e imposibilitado de relajar ese rictus de felicidad en su rostro. Como si todo esto fuera poco, a modo de oferta para el bolsillo de la dama y la cartera del caballero, mi mamá me llamó para que fuéramos a almorzar. Me olvidé que no le había contado nada. Chan chan, qué momento. “Voy a ir sola mamá.” “¿Por qué?, ¿qué le pasa a Fernandito?, ¿tiene que hacer algo?, seguro que tiene que trabajar.” “No, mamá, con Fernando se terminó todo.” “Pero cómo puede ser hija, este chico era un encanto, ¿qué le hiciste?” Un primor, Mami, siempre pensando lo mejor de mí. Como atravieso una etapa en la que estoy tratando de llevarme mejor con mi progenitora, cosa que no logro, porque para hacerlo tendría que comerme una úlcera del tamaño de la Amazonia soportable únicamente si me conecto por vía endovenosa directamente a la ubre de una vaca, y yo leche no tomo, y con la perspectiva que tengo no voy a tomar por mucho tiempo, uy me fui al carajo, el tema es que tratar trato… entonces, le expliqué todo de una manera formal y civilizada, lo único que me faltaba era ponerle a Vox Dei cantando ‘Todo concluye al fin’ de fondo. Pero Mami es lo más parecido a un martillo neumático. “Mirá, Emilita, dame todas las excusas que quieras, siempre es lo mismo con vos.” “Gracias por el apoyo, mamá.” “No te hagas la irónica conmigo que te conozco bien, ¿en qué querés que te apoye?, ¿en ver cómo dejás que se te escurra la vida? Fijate en Nancy, por ejemplo, tiene tu edad y ya tiene dos hijos. Hay un punto en la vida en que hay que aprender a ser un poquito más tolerante, si seguís así te vas a quedar sola, hija.” Nancy es la hija de doña Nora, la vecina de toda la vida de mi mamá, una chica para quien la máxima expresión de locura y/o aventura es comprarse un repasador distinto todas las semanas y lo peor es que cuando te lo cuenta termina diciendo siempre “yo soy unaaa…”, mordiéndose el labio inferior y poniendo cara de pícara, o de lo que ella considera que es una chica pícara, imayin ol de pipol. “Y siempre hay un punto en la conversación en que te tengo que mandar a la mierda, mamá. ¿Qué se me escurra la vida? Haceme el favor de seguir leyendo a Julia Prilutsky Farni y no me hinchés más las pelotas.” Y le corté.  Sanseacabó. Dos horas después la llamé. No sé qué botón se te activa cuando mandás a la mierda a tu madre que si no reculás no podés seguir viviendo. Por suerte no estaba, es más fácil hablar con el contestador. “Hoy no tengo ganas, mamá, pero si querés mañana voy a almorzar.” Más que suficiente. Prendí la tele y me dormí en el sillón. Un rato después, me despertó el timbre. Quién carajo se atreve a venir sin avisar. Qué costumbre de mierda. Quién podía ser, Mami, la campeona en no respetar espacios. Entra, se sienta. “Mirá, hablé con Verónica y me contó todo lo que había pasado. Entonces, pasé por la veterinaria de la vuelta de casa y justo tenían esto.” Abre el bolso y saca un perfecto, magnífico, soberbio, fenomenal, sublime, deslumbrante, divino gatito siamés, encantador de veras. “A este cuidalo, no vaya a ser cosa que también se te escape, mirá que me salió muy caro.” Y… es Mami… y nunca dejará de serlo.

62. Bancate ese defecto.

Bueno, se nos terminó el tiempo. No, no. No me mirés así. Tengo reloj y sé que acabo de llegar pero yo no hablo más. Es otro el tiempo al que me refiero. No tengo más tiempo para perder con vos. Me harté, ya me di cuenta de que no voy a descubrir la pólvora. Y no me mirés con esa cara de “yo ya lo sabía”, no, no sabías un carajo, te lo estoy diciendo en este momento. Ya sé que mi vieja es lo que es y que mi viejo fue lo que fue y que yo soy producto de eso. No hay nada nuevo bajo el sol. Ya sé que prefiero asistir a la Fiesta Nacional de la Frutilla en Coronda antes que pasar más de dos horas seguidas con Mami. Y, ¿qué querés que haga? Es mi vieja, cambiarla, no la voy a cambiar. Y la verdad es que tan mal no la llevo. En definitiva, todo lo malo de este mundo que acarreo se los debo a mi vieja, pero hay un pequeño detalle lo bueno, aunque sea poco, también. No voy a pasar los próximos veinte años de mi vida analizando por qué me comporté como me comporté o hice las cosas que hice para estar acá, dentro de otros veinte, quejándome pedorramente por lo que no estoy haciendo ahora. Si tenés la fórmula, la receta, la bola de cristal, si tenés tan en claro vos cuál es mi deseo, explicameló y, capaz que hasta me pongo feliz y todo. Pero como no me vas a solucionar nada, me voy a la mierda. Estoy un poquito podrida del bandoneón. Del lamento boliviano. No quiero sostener más libretos, ni siquiera el mío. ¿Qué me escapo para adelante, decís? Y, por lo menos no soy tan pelotuda de escaparme para atrás. “Bueno, usted sabe que puede volver cuando quiera, Emilia”. “Esperame sentado, Itu, si no te vas a acalambrar.”

63. Tienes un e-mail (te lo manda el Unabomber)

Hacía mucho que no iba, pobre. “¿Cómo anda la novia de América?” “¿Por qué no te vas a la reputísima concha que te parió?” “Ah, te peleaste.” Es piola la mina, creo que con el tiempo vamos a ser muy amigas. “¿Y qué te vas a hacer?” “El hara kiri con un bigudí”. “Emilia, no se usan más, si querés te presto este cepillo que larga un líquido especial a base de formol que sirve para reestructurar la columna vertebral del cabello, y aspirás”. “¿La columna vertebral del orto no la levanta?” “Y, por ahí, quién te dice, con probar no cuesta nada. Mientras tanto, ¿no querés que te haga un café? Como llueve, estamos solas.” Le conté todo. “Pero vos, ¿le dijiste todo lo que pensabas? ¿Te descargaste bien?” “Si no lo vi más, ni lo quiero ver por supuesto, ni le atendí más el teléfono, no sabés los mensajes idiotas que me dejó, un compendio de boludeces de alta gama”. “No te podés quedar así, se te va a pudrir todo adentro, Emilia.” “Antes que verlo para descargarme, prefiero tomar un té de bilis, Natalia”. “¿Y por qué no le escribís un mail? Es más fácil, te sacás todo de encima y empezás otra vez.” “No está mala la idea”. “Dale, usá mi computadora”. Una vez que empecé, no pude parar. No sé por qué me enganché con vos, si cuando te vi por primera vez pensé que eras un boludo Bensimon más. Esas pelotitas que dios te dio, te las dio para algo más que para rascarse y producir espermatozoides, pelotudo. Lamento no haberme dado cuenta antes de que te faltaban tres cromosomas. Yo sé que en este momento te sentís un forro (que sos) con “sentimientos encontrados”, ojalá que choquen entre ellos, los sentimientos digo, y te produzcan cáncer de ombligo, sos definitivamente un boludo con balcón terraza al mar. Igual, a vos, que porque hiciste un curso intensivo de inglés de dos meses en una academia de cuarta y cada cinco minutos decís know-how, outsourcing, brain storming y querés que te nombren account manager te pensás que sos bilingüe y no te das cuenta de que las pronunciás para el orto; a vos, que te pensás que sos progre porque vas a comer a bodegones como Miramar; a vos, que aprendiste a coger por televisión con la Rampolla; a vos, que porque te fumaste un porro cuando estabas en la facultad estás convencido de que tuviste una experiencia con las drogas; a vos, te deseo lo mejor. Ojalá que tu mujer se dedique a cocinar sólo comida étnica picante y que sufras de hemorroides por el resto de tus días y que tu mamá, que tanto te cuida y a la que no le podés decir que no a nada, insista en ir a verte todas las mañanas para untarte con pomada Manzán. Ojalá que no puedas convencer a tu mujer de que no llame a tu hijo Obregón Justiniano o a tu hija Teófila Gertrudis, es más, ojalá tengas quintillizos: Hermelinda, Honorata, Isaura, Rambito y Rambón. Ojalá que de lo único que ella pueda hablar por el resto de su vida sea de las ventajas de usar detergente Woolite para lavar las sábanas, que tu máxima diversión de ahora en más sea la paja que te hacés todas las noches mientras mirás Tinelli porque no podés mirar otra cosa porque se te trabó el televisor en ese canal y no se puede apagar y no tiene arreglo y como te echaron del laburo no podés comprar otra tele. Ojalá que cuando veas a tu suegra no puedas reprimir la tentación de prenderte a su pierna como si fueras un pequinés alzado. Ojalá que te quedes pelado, gordo, panzón e impotente y que tu mujer en consecuencia no pueda parar de succionarle la tararira al delivery de la pizzería y que una tarde, entre mate y mate y como quien no quiere la cosa, te confiese que el mejor sexo que tuvo en su vida lo tuvo con su ginecólogo, ese al que vos le compraste una caja de vinos como agradecimiento cuando nacieron los quintillizos. Si todo esto es demasiado para vos, rezale un mantra al Dalai Lama para que te ayude y que te garúe finito. Sos el típico boludo que la tiene adentro, y qué adentro que la tenés corazón, por unos cuántos años. Tomás Actimel. Sos tibio. Con cariño, Emilia. “Listo, lo guardo y cuando tenga ganas se lo envío… Aaaaaaaaaaaaa, me quiero mataaar.” “¿Qué pasó?” “Apreté enviar boluuda, le mandé el borradooooooooooor.” “No importa, apurate, apurate que tenés medio minuto para anular el envío.” “¿Qué?” “Dale, dale, rápido, andá a configuración, clickeá labs, no, no herramientas, sí sí, herramientas, no me mires a mí, apretaaá, deshacer el envío… quiero suponer que lo tenés configurado, ¿no?” Me quedé inmóvil. “Me estás jodiendo, ¿vos sos peluquera o doctora en informática?” “Bueno, ya está, Emilia, y aparte, ¿por qué no se lo ibas a mandar?” “Quería revisar que no tuviera ningún error de tipeo. Pero tenés razón, que reciba el borrador y se vaya a la puta madre que lo parió.” Nos quedamos las dos mirando el monitor unos segundos. “Decime, el sábado una clienta cumple cuarenta años y hace una fiesta enorme, ¿no querés venir conmigo?” “Y daaale.”

64. Tirá la cadena.

A los que no tienen un pedo a la vela que hacer y se la pasan mandando cadenas por mail les comunico:

-Si alguna vez alguien logra robarme el auto porque me amenaza con una jeringa me lo merezco por pelotuda.

-El pollo viene con hormonas, sí, ¿y? ¿vos no?

-Soy insensible, la pobre niñita china que padece arteriosclerosis bífida en su oreja izquierda me importa un carajo.

-La carne que vale la pena es la que muge en tu plato, me cago en el síndrome urémico hemolítico y sucedáneos.

-Cuando veo las fotos de ciertos lindos animalitos que me mandás sólo pienso en hermosas carteras.

-No voy a dejar de tomar Coca Cola aunque un científico maorí me asegure que a la larga produce oxidación vaginal.

-Ver que Araceli González sin photoshop tiene tres manchitas en su muslo izquierdo y un mínimo pozo en el derecho no me hace sentir mejor.

-Nena, no me mandés más pelotudeces que George Clooney no te va a tocar el timbre, y si tu deseo es separarte tirale las cosas por el balcón, no le reces noventa y siete mantras al Dalai Lama.

-No necesito asociar al chancho con ningún color para saber cómo es mi personalidad múltiple.

-Si algún día estoy teniendo un infarto y me llego a acordar del mail que me mandaste con los síntomas, te puteo en griego antiguo.

-El ganso no sirve para otra cosa que no sea para hacer paté.

-No necesito leer lo que unos pedorros científicos publicaron en la revista mensual de la universidad de Milkwakee para saber que las amigas te hacen la vida más fácil.

Podría seguir, pero creo que ya es suficiente. 

65. Nos siguen pegando abajo (y yo estoy cada vez más verde).

Éramos pocos y la abuela se hizo las tetas. Resulta que tengo un alumno que es medio pesado y de cerebro de lapacho pero de algo hay que vivir. En definitiva, a él no le interesa leer a Shakespeare, sólo le importa que sus CEO amigos lo entiendan cuando dice “manáyement”. Y, por lo que me cuenta (entre paréntesis, los alumnos que me agarran de psicóloga me tienen los huevos al plato) divertirse en los after office, en los after hour, en los happy hour y en todos los hours a los que pueda ir con tal de no llegar temprano a su casa. Qué sé yo, será que tanto antioxidante que toma, tanto alimento orgánico que come, tanto sushi que desayuna, le afecta un poquito el cerebro, porque parece ser que su único objetivo en la vida es ser copado pero no se da cuenta que hasta el momento lo único que ha logrado es haber sido copado por una tremebunda pelotudez endémica. Encima, cada vez que entro a la oficina me saluda con un “qué onda”. Lamentable. “Emilia, tenemos que hablar”, larga apenas cruzo la puerta. Por fin, pensé, vamos, Emilia, que hoy se te da. “Te escucho”. “Estoy enamorado”. No era lo que esperaba pero me sobrepongo. “Qué bueno”, le contesté pero como en el trabajo me contengo no llegué a agregar y a mí qué carajo me importa. “De vos”, agrega el inimputable con una sonrisa que parecía esperar que me arrojara a sus brazos mientras yo lo único que estaba pensando era revolearle los libros por la cabeza. “Fue amor a primera vista, desde la primera clase que te lo estoy por decir, pero como vos en ese momento estabas de novio, no me atreví.” “Y lo bien que hiciste, no conviene mezclar, dice mi vecino el alcohólico.” “Ves, tu sentido del humor me fascina, sos tan distinta a todas las otras mujeres que conozco”. “Sobre todo a la tuya, porque vos estás casado, ¿te acordás?” “Estoy dispuesto a dejar todo por vos”. “No es necesario, te lo pido por favor”. “Emilia, te estoy entregando el corazón”. “Qué divertido, una de las entrañas que más me gusta”. “No me cortes el rostro así.” “No, querido, lejos de mí querer cortarte nada, pero mejor dejemos las cosas como están, yo soy la profesora de inglés y vos el alumno”. “Sabía que me entenderías”, dice y se para, pasa del otro lado del escritorio y me toma del mentón. Con la dulzura que me caracteriza, y que suelo reprimir en las clases porque, again, de algo hay que vivir, me paro y digo, “¿Qué carajo te pensás que vas a hacer, idiota?” “Besarte, pensé que habíamos llegado a un acuerdo, ¿no me estás proponiendo que cada uno en su lugar, llevemos adelante una, cómo decirlo, amistad con derecho a roce?” “Ah, pero sos más boludo de lo que pensaba, ¿qué pasó? ¿Te levantaste con el pito parado y tu mujer te cortó los ganchos porque anoche llegaste a casa con la corbata de vincha?” “Daale, ¿qué te cuesta?” “¿Qué-me-cues-ta? ¿Vos te pensás que yo soy una organización sin fines de lucro? ¿O que porque no tengo macho me voy a dejar voltear por el primer imbécil que se me cruce?” “Aflojate, no todo es un drama a analizar, Emilia, hay que dejar fluir la pasión.” “Mirá, si yo dejo fluir la pasión en este momento, te capo con el abresobres que tenés en el escritorio”. “Yo puedo asegurarte…” “Lo único que vos me podés asegurar es la in-sa-tis-fa-cción. Además, ¿vos creés que yo puedo tener algo que ver con un tipo cuyo escritor de cabecera es Marcos Aquinis? Haceme el favor, nene, se te venció el yoghurt”. Di media vuelta y me fui a la mierda. Y bué, una clase menos. A lo mejor, aprovecho esa hora y empiezo a ir al gimnasio. No, mejor no. Tampoco la boludez.

66. Mama mia, let me go…

Si están porque están, si no están porque no están. Joden cuando vienen, joden cuando van. Y no podemos vivir sin ellas, aunque ya haga mucho tiempo que estén mirando los rabanitos desde abajo. Tantos tipos de madres como mujeres hay en el mundo. La mía, entre otras cosas, es de las que cada vez que vas a salir te dice que no uses ropa interior vieja por si tenés un accidente. Pero una pone la oreja, y por qué no la cabeza, la quiere, le dice a casi todo que sí aunque más no sea para no escucharla más y la va a saludar y a pasar la tarde con ella ese día en que se ha decretado que hay que celebrarlas. Con un regalito, como corresponde. “Hola, Mami, feliz día”, la saludo mientras le entrego el paquete. “No viniste a almorzar, ¿por qué?” Entro, descongelo la sonrisa, cierro la puerta, la sigo. “Es que no me sentía muy bien, me duele un poco el estómago y prefería no comer”. “¿Hiciste caca?” Una trata, trata, pero es tan difícil. “Sí, mamá”. “¿De qué color?” “¿No vas a abrir el regalo?” “Sí, ahora, igual ya sé lo que es por la bolsa, un perfume”. “Y algunas cositas más, Mami”. Se digna a abrirlo. “Cuántas cremas, qué lindo. ¿Cómo está el gatito?” Un gracias ni por putas. “Bárbaro, mamá, es divino, me encantó que me lo regalaras.” “Cuidalo, eh, que me salió muy caro.” “Sí, mamá, ya me lo dijiste.” “Lo que no te dije es que invité a Mecha a tomar el té.” Mecha es una amiga de mi mamá de toda la vida y, para describirla, bastará con decir que, justamente, es amiga de mi mamá de toda la vida y podríamos agregar que como adorno en la mesa del comedor tiene una imagen de San Cayetano fluorescente. “Viene con sus hijos, por supuesto, que están con ella desde temprano.” El hijo de Mecha, Jorgito, con quien desde tiempos inmemoriales me quieren enganchar, es un boludo de cuarenta años que se calienta con Barry White, que cuando se quiere hacer el pendejo va a la guerra de almohadas en Palermo y que usa frases como “me voy a hacer noni”. Justo para mí. Encima, cada vez que se agacha, no sé cómo hace, pero se le ve la raya del culo, algo altamente erotizante, sobre todo si la misma viene acompañada de sendos pelitos negros. La hija, Jorgelina (porque en esa familia son muy originales) es maestra jardinera, bastante más chica que el hermano, y su máxima aspiración en la vida es que la pasen de salita de dos a salita de cinco. Ah, y algún día casarse y tener muchos hijos para dejar de trabajar. Y mi mamá no entiende por qué no somos ‘mejores amigas’. “¿Por qué ponés esa cara? Siempre se quisieron mucho.” “Mamá, empecé a detestarlos cuando tenía cinco años, no tengo registro de una supuesta amistad anterior a esa fecha”. “No te acordarás pero se llevaban bárbaro. Por lo menos, los invitabas a todos tus cumpleaños.” “Porque vos me obligabas, mamá”. Afortunadamente, sonó el teléfono y Mami no llegó a contestarme nada. Era mi prima, la perfecta de la familia, hija de un hermano de mi papá, que por supuesto llamaba para saludarla. “Hola, mi amor, ¿cómo estás, mi cielo?... pero qué bien, muchísimas gracias por acordarte siempre de mí… ya sé, ya sé… ¿y la familia cómo anda? ¿tu marido?... siempre fue un buen chico… pero por supuesto, pasame con ese primor…” Y, dirigiéndose a mí, con una sonrisa que yo prácticamente desconozco, me dice, “Me va a pasar con Agustín, ¿querés hablar con él?” “Ni en pedo, mamá”. Me pone la cara que yo sí conozco y sigue hablando incoherencias. Agustín es el hijo de mi prima, tiene dos años, yo entiendo que pueda parecer sweety hablar con un niño, pero ¿qué carajo puede decir un pibe por teléfono a esa edad? Ajá, ujú, sí, no, y pará de contar. Bueno, en realidad lo que cualquier persona puede decir por teléfono si la que está del otro lado es Mami. Cuando corta, me mira y me dice “Siempre la misma vos”. San Timbrazo me salvó. Entran, saludan, se besan, todos con todos, todos contentos, todos tan buenos. “¿Qué te regalaron, Mechita?” “Una máquina para hacer pan espectacular y una sandwichera, no podría estar más contenta.” “Qué suerte, a mí me tocó un perfume y una canasta con varias cremas, pero yo uso una sola para todo el cuerpo, ¿viste? Pero bueno, qué le vamos a hacer.” El año que viene le compro cinco pomos de Diadermina. “Vamos a la cocina, Mechi, así los chicos hablan de sus cosas y no tienen que aburrirse escuchando a dos viejas.” Para qué, pienso yo, si me puedo aburrir escuchando a dos jóvenes. Jorgelina, tratando de entablar alguna mínima conversación, me pregunta. “¿Tenés Face?” “Sí, pero la verdad mucha bola no le doy.” “Ay, yo no me puedo desenganchar, me hice adicta al Pet Society.” “¿Al qué?” “Al jueguito, ¿vos no jugás al Pet?” “Al pete me gustaría jugar, pero estamos en época de sequía.” “Ay, no conozco el jueguito ese que decís vos, pero este es maravilloso, me ayuda a encontrarme con esa nena divina y amorosa que fui.” “¿Por qué, en la casa de tu vieja no hay fotos tuyas?” “Siempre fuiste tan cómica, Emilia”, interrumpe tan filosófico debate Jorgito, tratando de poner una voz aguardentosa, aunque lo único que haya tomado en su vida sea 7Up y Mountain Dew cuando era niño. “Yo no entendí el chiste, disculpenmé”, dice la maestrita y prosigue, “¿Y tenés novio?” “No”. “Ay, yo tampoco. Salí con un chico un tiempo, viste, pero lo nuestro no iba, nos reíamos de cosas diferentes.” “Mmmmm…”, fue el último sonido que emití. El Guy Williams del tercer mundo, en medio de ese silencio que se había hecho y con una cara que no me atrevería a describir, dice, “Estás muy linda, Emilia”. Lo único que pude hacer fue contestar un simple “gracias”, saludar a todos y huir raudamente, mientras escuchaba a mi madre que de manera sutil gritaba “No te olvides de tomar pastillas de carbón”. No sé, últimamente me termino yendo de todos lados.

67. Sexo (poco), mentiras (demasiadas) y video (repetido).

La serie ‘Lie to Me’ le ha hecho mucho daño a mucha gente, entre ellas a mi amiga Luisiana, que se ha aprendido todos los signos de memoria y no puede parar de tratar de descifrar cada mínimo gesto de la persona que está frente a ella para darse cuenta si le está mintiendo. Insoportable. Sobre todo para el esposo que, aunque como todo el mundo sabe no es alguien a quien yo estime en demasía, no se merece semejante tortura. Inútil por otra parte, porque si hay algo que el tipo tiene es cara de mármol de Carrara y si hay algo que no le importa en lo más mínimo es si los demás le creen o no. Como lo demuestra el hecho de que insista en que la ropa de su bolso deportivo vuelve el ochenta por ciento de las veces impoluta porque “yo no traspiro, mi amor”. De-ja-te-de-jo-der. Total que me encuentro con ella en un bar, con ella que está, una vez más, desesperada. “Me miente, me miente todo el tiempo”. “A veeeer…”. “Traga saliva cuando habla”. “OK, es un baboso, ya lo sabemos, igual es mejor que se la trague y no que te escupa, o que se ahogue, imaginate explicarle a todos los pibes que tenés con él ‘Papi se ahogó con su propia saliva, recuérdenlo bien aunque era un pelotudo’.” “Se toca la cara todo el tiempo, Emilia”. “Bueno, bastante educado, la mayoría de los tipos cuando te habla se tocan la bolas”. “Emilia, prestame atención, no parpadea, mira fijo”. “Es autista”. “No me mira a los ojos”. “¿En qué quedamos? ¿Mira o no mira?” “Y encima tartamudea”. “Con toda esa descripción, lo que menos te tiene que importar es que mienta, querida. El pibe tartamudea, traga saliva y se toca la cara al mismo tiempo que mira fijo al infinito, francamente desagradable, ¿cómo lo aguantás?” “No hace todo eso junto. Vos nunca me tomás en serio”. “Yo a vos te tomo en serio, lo que no tomo en serio es lo que decís, porque me parece una pelotudez, disculpame que te lo diga de esta manera”. “¡Ja! En este preciso instante vos me estás mintiendo, seguro que porque no sabés qué decirme. Mirá cómo inclinás el cuerpo hacia delante mientras me hablás.” “Ligeramente hacia delante, en realidad, era más hacia el costado, me estaba tirando un pedo.” “Ya te salió la ordinaria.” “¿Qué? ¿Vos no te tirás pedos?” “No.” “Sí, claro, y cagás jazmines de la república, ¿ves que vos también mentís?” “No, yo no miento nunca.” “No seas hipócrita, Luisiana, todos mentimos todo el tiempo sino seríamos inadaptados sociales. Bueno, pensándolo bien… Pero no me quiero ir de tema. El punto no es si lo hacemos o no, el tema es por qué, para qué y, como siempre, si hay mala leche o no”. “¿Y vos por qué mentís?” “Básicamente para que no me rompan las pelotas”. “No me contestes así, parece que no te interesara el tema”. “Pero siiiiiií, ¡cómo no me va a interesaaaaaar!”. “La mentira tiene patas cortas, Emilia.” “Sí, pero corre como una hija de puta si quiere, mi amor, así que no te preocupes más. Ya lo hablamos muchas veces, Luisianaaa, no tiene sentido.” “Pero yo sólo quiero saber por qué me miente.” “¡Porque no parás de preguntar! Lo obligás al tipo. ¿Para qué?, digo yo. Si ya sabés la respuesta. Aceptalo de una vez o mandalo a la mierda, pero terminala. Voy a terminar yo teniéndole lástima a él, mirá.” “Chicas, discúlpenme que me entrometa”, dijo el canoso de anteojos y pañuelito al cuello sentado a la mesa de al lado, “no discutan más sobre el tema, si hasta la CIA nos metió el verso de que el hombre llegó a la luna, ¿o no se dan cuenta que es un montaje? Lo hicieron en Jóligud, yo sé lo que les digo.” Como digo siempre, éramos pocos y la abuela parió quintillizos. Lo único que me faltaba era tener que escuchar, a falta de una, a dos desquiciados mentales. Pensé que mi mirada lo iba a llamar a silencio, pero no. “Insisto, no discutan más, no se entretengan con el chiquitaje de la vida, el mayor problema no es la mentira personal, es la pública, ésa es la que te caga la existencia, lo demás se arregla fácil.” Y se paró y se fue. A la final, como decía mi tía Chola, nunca sabés cuándo te podés encontrar con un loco que te haga pensar.

68. Abarajame la bañera, nena.

Me encuentro con Vero en nuestro “Café de Juan”, ese que tiene un mínimo salón fumador en el fondo al que nadie va y a nosotras nos encanta. Hablamos de lo que hablan dos amigas: la vida, las madres, el sexo, los tipos, el esmalte que me salió re barato y te dura varios días, el libro de filosofía política que terminé ayer, el de Foucault que leyó ella, y las medias siliconadas que te levantan el culo que son un espectáculo. También desollamos a unos cuántos. En el medio de nuestra amena conversación, le suena el teléfono a Vero. “Uf, es el pesado de mi primo, no lo atiendo.” Dos minutos después vuelve a sonar. “Te dije que era un pesado, le contesto si no no nos va a dejar en paz… Hola, sí, qué tal… no, no estoy en casa… con Emilia… ¿qué querés?... ¿y ahora tiene que ser?... en el Café de Juan… Qué sé yo qué Juan, boludo, así se llama el café… sí, ok, chau.” “No me digas que viene para acá”. “Un minuto, están por el barrio y me tiene que traer no sé qué cosa que es importante y parece que no puede esperar.” “Me cago en la puta madre, qué denso… ¿Por qué dijiste ‘están’?” “Viene con Mariana”. “Me rectifico entonces, me cago en la reputísima madre.” Qué parejita, dos muñequitos de torta. Él, convencido de que es un joven empresario en ascenso, vive leyendo sobre técnicas de desarrollo personal, con la ilusión de ‘obtener herramientas para explotar mis talentos’ (juro que es sic). El día que se dé cuenta de que lo único que tiene para explotar son los granitos que le salen en la nariz, se deprime. Ella, cómo decirlo… a ella le cabe la bambula, si viene con una camisa de Wanama incluida mejor, eso sí. Ojo, todo bien, yo también tuve una etapa hippie. Claro que tenía diecisiete años y me duró lo que un pedo en un canasto, pero esa es otra historia, como siempre. Ah, y también es re ecológica, por lo menos en Facebook es fan de Greenpeace. Ah, y solidaria, todos los años dona como diez pesos para el programa Un sol para los niños. Llegan, de la mano, sonrientes, enamorados, espléndidos. Ideales para una foto que ilustre un test de la Cosmopolitan. Se sientan y lo primero que hace el tipo es mangarme un cigarrillo. Es, además de lo antedicho, el típico boludo que dejó de comprar para auto convencerse de que no fuma y vive pidiéndole puchos a los demás. Raza despreciable. Claro que no se priva de mirarte y decir, por ejemplo, “Vos también tendrías que dejar”. “No lo hago para no perjudicarte.” “Es que si me compro me los fumo todos y a lo mejor así dejo, es el primer paso.” “Hace diez años que diste el primer paso y no avanzás, querido, ¿estás seguro que de chico te dieron la vacuna contra la poliomielitis?” Encima, como la novia lo mira mal, lo fuma con culpa, un desperdicio. “Bueno, ¿qué era eso tan importante, primito?” “Nos casamos”. “Pero qué bien, los felicito.” “Gracias, Verooo, sabía que te ibas a poner contenta”, dice la novia que ya habla como si tuviera el tocado puesto, “Por eso no queríamos esperar para traerte la tarjeta, además tenemos otra noticia”. Hay más informaciones para este boletín, mamita. Después me digo ‘No, Emilia, nadie se casa hoy en día por eso, no seas mal pensada’. Me equivoqué. “Es que estamos embarazados,” dice el primo. “Sí, pero la que vomita soy yo, mi amor”, dice ella mostrando colmillitos brillantes, con una sonrisa que Evangelina Salazar envidiaría. “Bueno, los felicito por partida doble, entonces,” dice Vero poseída por el espíritu de la condesa de Chikoff. “Te trajimos la tarjeta, leela en voz alta, así escucha Emi.” Vi venir lo peor. “Nos amamos desde el primer instante en que nos vimos y cada vez que nos miramos sentimos mariposas en el estómago.” Parece que no es suficiente poner ‘Somos Juan y Marta, nos casamos tal día en tal lugar’. La gente busca los lugares más insólitos para hacerse los poetas. “¿Te gusta, Emilia?” “No sé qué decirte, lo más cercano a un insecto que yo he sentido en el cuerpo son hormigas en el culo, pero creo que eso es otra cosa.” “¿Y ya saben cómo lo van a llamar?”, tercia Vero, tratando de impedir lo inevitable. “Quillén si es nena y Pehuén si es varón”, contesta ella. Yo, sin emitir sonido, abro la cartera, saco una libretita que siempre me acompaña y a la que le escribí ‘Ipad’ en la tapa, una lapicera y empiezo a tomar nota. “¿Qué escribís, Emilia?”, me pregunta el primo, pobrecito, era para reírnos después solas con Vero pero ya que insiste. “Una lista de sugerencias para tus próximos hijos: Temaikén, Kerosén, Terraplén y Almacén, por ahora no se me ocurre más nada”. “Disculpenmén, pero si no me río me ahogo,” dice mi amiga volviendo a ser ella. “No entiendo la burla”. “Pero dejate de joder, pibe, naciste en Boedo, tu viejo es hijo de asturianos, tu abuelo materno es de Calabria y vos no tenés la más puta idea de cuál es la diferencia entre un Mapuche, un Tehuelche o un Mataco”. “Pero yo respeto sus gustos,” dice mientras señala a la novia feliz. “¿Cómo te llamás?”, le pregunto. “Mariana,” me contesta. “No, no, tu apellido”. “Ivanosevich”. Ni el mozo se puede contener. “Repito, de-ja-te-de-jo-der. ¿Y dónde es la ceremonia? ¿En el Lago Titicaca?” Se ofendieron, aunque no tanto como para dejar de aclararle a Vero que en la tarjetita adjunta estaba la dirección del lugar donde hicieron la lisa de regalos. Pero qué gente sensible.

69. La fiesta inolvidable (y un tanto etílica).

“¿Qué te vas a poner a la noche?” “El piyama, si tengo ganas de cambiarme.” “Nena, tenemos la fiesta.” “¿Qué fiesta, Natalia?” “La de Olga Álvarez Zabala, ¿no te acordás?” La locóloga cumple cincuenta años y, ya casi recuperada del abandono de su marido decidió ‘tirar la casa por la ventana con una mega fiesta para hacerle frente a esta patología del vacío que estoy sufriendo’ (sic). Yo estaba en la pelu cuando la invitó a Nati y, sí, me dijo ‘venite vos también’ pero la verdad es que no me lo tomé muy en serio. “¿Te parece, Natalia? Ni la conozco.” “Pero obvio que me parece, ¿tenés algo mejor que hacer?” “¿Me tenés que meter el dedo en el culo de esta manera?” “Te paso a buscar a las diez y media”. Las amigas son así. Ni bien entramos, la loca, enfundada en una especie de catsuit plateado y con un vaso con un líquido azul en su interior, nos saluda a los gritos. “¡Qué suerte que vinieron, chicaaaaaaaaaaas! ¡A divertirse, a divertirse, a recuperar nuestra dignidad subjetiva!” Y se va a saludar a otros. Hay mucha gente en el lugar. “¿Dónde nos instalamos, Emi?” “Allá está la barra.” Daiquiri número uno. Observamos que hay dos grupos bien definidos: pendejos amigos de los hijos de la cumpleañera, viejos chotos que se hacen los idem, las mujeres no nos interesan. Los pocos de nuestra edad están en pareja. Ante la obviedad de encontrarnos en el horno y ante la leve posibilidad de deprimirnos decidimos tomar nuestro daiquiri número dos. Se nos acercan dos galanes cancheros, jeans, camisa blanca, tres botones desbrochados, zapatillas (blancas también), mano en el bolsillo, uno más vale grandote, el otro morocho, tipo Víctor Bo y Ricardo Bauleo, gracias a San Pantaleón no trajeron a Mojarrita. “¡Pero qué suerte encontrarnos dos chicas tan lindas por acá! Hola, chicas, yo soy Bebe y él es Pichón.” La última vez que escuché una frase así fue en una película de Zully Moreno. “Hola”, dijo mi amiga, “yo soy Natalia y ella Emilia” y, acostumbrada como está a entablar conversaciones de la nada gracias a la gimnasia adquirida en su negocio, agrega, “soy la estilista de Olga, ¿y ustedes?” “Amigos de la vida”. Y dale con el teleteatro. “¿Y vos qué sos, Emilia?”, me pregunta no estoy segura si Bebe o Pichón. “¿De qué trabajo me querés preguntar? ¿O qué estudié?” “Sí, por supuesto”, y me mira con cara de ‘y qué otra cosa iba a ser’. “Profesora de inglés”. “Pero qué interesante”, contesta con el énfasis que pone un estudiante de teatro de primer año cuando recita a García Lorca. “Tal vez podrías darme unas clases”. “No creo, tengo todos los horarios ocupados”. “Pero mirá que habías resultado arisca”. “Si seguís hablando como mi abuelo entro en convulsiones”. La sonrisa se le cerró un poquito. “Qué lástima, vos me podrías enseñar inglés y yo a suavizar ese carácter áspero que tenés”. “¿Ah sí? ¿Y cómo?” “Yo soy potencialista”. Casi me atraganto con el canapé. “Po-ten-cia-lis-ta. ¿Y eso qué es?” “Tengo un gran potencial individual y trato de liberarlo, de atesorar buenos momentos, de valorar el espíritu. ¿Me entendés? No sé cómo explicarte.” “Ok, mejor no me expliques nada porque puede ser potencialmente peligroso.” Qué le vamos a hacer. Con la muy femenina excusa de ir al baño, nos libramos de los señores. Daiquiri número cinco. Caminamos por el salón. Pasamos cerca de un grupo de mujeres y escucho la frase “A mí los hombres tienen algo que me gusta mucho”. “Sí, una flor de poronga”, le digo a Natalia creo que en voz baja pero a juzgar por la cara de la mujer de trajecito beige que la dijo me temo que no. Largamos la carcajada y seguimos viaje. Daiquiri número siete. Vemos bailar a Olga, lo más parecido al Boxitracio que vi en mi vida. Nos acercamos y bailamos con ella tratando de imitarla. Olga debe de ir por el trago número quince. “¿Ves esa mina que está ahí, Emilia?” Le digo que sí con la cabeza. “Le acaba de descubrir al marido un cuerno gigante.” “¿Uno solo? Se casó con un unicornio la pelotuda”. Olga no lo puede creer y siente que me ama y me lo dice. “Me purificás la mente con tu abordaje transpersonal, Emiliaaaaaaaaaa, le agradezco a Freud haberte conocido.” No hay que mezclar. Daiquiri número diez. A esta altura las tres hemos formado un trío inseparable. Me siento un rato a descansar y a mirarlas. Se me acerca un tipo, anteojitos, rulitos, flaquito, todo en él remite al sufijo –ito. Me empieza a hablar y yo contesto vaya una a saber qué. Evidentemente y por su cara me está contando su historia. Como no le contesto nada y lo miro fijo pero él no se percata de que es porque soy incapaz de generar un mínimo gesto con mi cara, piensa que me interesa lo que me está diciendo. De golpe, recuerdo y reacciono, “Necesito una Coca Cola”. Él, muy caballero, llama al mozo. Me agarro dos vasos y hago fondo blanco con ellos. Ahora sí puedo continuar. Y puedo escuchar. “Lo que yo quiero es una mujer que tenga que ver con mi propia historia, ¿me entendés?” “¿Y por qué no te casás con tu mamá? Bah, si tenés una hermana también sirve”. “Me refería a una chica divertida, que encaje con mis amigos.” “¿Pero vos te pensás que las minas somos un Rasti, boludo? Además vos, con esa pinta, ¿qué concepto de diversión barajás? De-ja-te-de-jo-der”. Me uno al dúo dinámico y continuamos bailando. Daiquiri número doce. Olguita sigue contándome de sus amigas. “Esa de allá tiene cuatro hijos, es presidente de la Fundación de Niños con Esclerosis Psicosomática, tiene cinco mil amigos, hace gimnasia todos los días y pastafrola casera, todo el mundo la adora, ¿qué opinás?” “Que el mundo está lleno de fallutos, Olguita, y que tu amiga tiene menos rock and roll que el Paz Martínez”. Brindamos con nuestro daiquiri número catorce acodadas a la barra. Se nos acerca la que había dicho que le gustaba algo de los hombres y seriamente increpa a Olguita. “No te conviene juntarte con este tipo de gente, Olgui, es evidente que esta mujer es una generadora de toxinas, no dejes que te las pase a vos.” Antes de que la protagonista de la noche llegue a contestar a mí se me escapa un “Pero depilate la pochola con una ortiga, gorrrrrrrrrrrda”. Todo sucede al mismo tiempo, Olga que me abraza y grita un “Gracias” sumamente emotivo, ‘Un poco de amor francés’ que suena furiosamente y nosotras tres que nos tiramos de palomita entre los pendejos. Olga tiene pinta de estar menos vacía, y yo también. Mañana, después de un buen jarro de café, la llamo a Nati para agradecerle.

70. No hay nada más lindo que la familia unita.

Todos tenemos varias caras, facetas; a la sazón (frase que se me pegó después de leer una revista Somos que encontré en la casa de Mami del año ’78) tantas como roles jugamos. Una es amiga, hija, profesora, conocida, ex de alguien (demasiados, la verdad, o no, pero bueno, tema para otra ocasión). A veces, se entrecruzan pero nunca es conveniente que todos conozcan todas tus caras, salvo que quieras terminar viviendo sola en el Aconcagua (en la montaña, no sé; pero en Nueva York, por ahí quién te dice, hay veces que hasta me cambiaría el nombre). Así es como para muchos de mis alumnos soy algo así como la princesa Leticia pero un poco más cómica y divertida (para lo que, a la distancia, me parece que no hace falta mucho, y también con el bombón con el que se casó como para que no sea anoréxica… y me estoy yendo de tema de una manera irremontable, cómo estamos hoy, terminala con los paréntesis, Emilia). Bueno, entonces, volviendo, un alumno, Claudio, el médico anestesista, cumplía cincuenta años y me invitó a la reunión que hacía en su casa. Por supuesto que sabía que no iba a ser una noche de jolgorio feroz pero me dije vamos, Emilita, que algo hay que hacer y el pobre muchacho que en diez años ingresará a la tercera edad es aburrido pero muy buen tipo. Aparte parece que, si bien su profesión consiste en dormir gente, él ha decidido despertarse: se compró una moto y empezó a entrenar para correr maratones. Qué tema el de las maratones y los viejos que corren, van a terminar todos con las rodillas hechas mierda; no, no, los de cincuenta no son viejos, depende para qué, bueno pero basta de irme. Repito, no pensé encontrarme con la fiesta de la espuma pero tampoco con una cena formal para sólo siete personas. Cuando llegué ya estaban todos. Me presenta como su profesora y gran amiga, esas boludeces que se dicen en las presentaciones, no sé qué le pasa a la gente con la desvalorización de la palabra amistad. Claudio, su mujer Cecilia, dos matrimonios de amigos, una amiga de la señora y el hermano mayor del cumpleañero, que era, ¿quién? Por esas putas casualidades de esta puta existencia, aquel que hablaba de dormido y lo mandé a hacer la gran Di Caprio luego de que me comparara con un iceberg. Uót a moument. Dos señores conocidos entre sí, que conocen dos facetas de mí totalmente opuestas. Él se hizo el reverendo boludo y yo, en eso, tengo master. La cena transcurrió entre conversaciones de política, economía y fútbol por parte de ellos; y de calorías, comidas light, dietas y de cuánto pesan, por parte de ellas, todas con cara de que sus vidas no son precisamente un festival erótico. Que a Fulanita la operaron de los juanetes y que a Menganita de las várices. Hubiese preferido asistir a la elección de la Reina de la Fiesta de la Corvina en San Clemente del Tuyú. Para no decir nada, tomaba vino. Muy mala estrategia la mía, ya que sé sobradamente que el alcohol me suelta la lengua. Igual, tenía la seria intención de reprimirme. Intención que a esta altura debería saber que jamás me sale, pero bué. Lo cierto es que parece ser que el alcohol le suelta la lengua a la mayoría porque, a los postres, empezaron a decirse cosas. Con un cierto dejo de diplomacia, por supuesto, tan educados eran. “Así que te compraste una moto, che, qué bueno, ¿y sabés manejarla?” “El tema va a ser cuando la quieras llevar a Cecilia, ella que nunca se saca las polleras, jajaja”. “Bueno, lo va a tener que hacer para acompañarme.” “¿A esta altura? Vas a tener que ir solo, cariño. Yo ya estoy grande, jejeje.” “Pero te vas a tener que aggiornar, te tengo una sorpresa, te compré unos rollers para que hagas un poco de ejercicio, mi amor.” “Ay, Cecilia, no te va a venir mal.” “¿Me estás llamando gorda, querida?” “De ninguna manera, pero un poco de movimiento no le viene mal a nadie.” “Yo ya me muevo bastante con todas las cosas que tengo para hacer. Acordate que no cuento con dos empleadas como vos, corazón.” “Es una lástima, así podrías dedicarte un poco más a vos.” “¿Me estás llamando descuidada?” “Chicas… chicas….”, saltó el señor mayor. “¿Chicas qué?”, le contestó Cecilia con una postura digna de un barra brava de Excursionistas. Está claro que no se hace, es boludo, de otra manera sabría que hay conversaciones en las que no se debe intervenir. “No sean escandalosas, que tenemos visitas”, insistió. “Por mí no se preocupen,” aclaré por las dudas. “Ay, habló el que nunca levanta la voz porque es culto y mira History Channel.” Cecilia estaba a full y la cosa se estaba poniendo densa. Las minas que hacen cheesecake y toman clases de tenis con el profesor del country cuando toman vino se vuelven extremadamente peligrosas. “¿Por qué no dejás de sacar tu Blackberry a cada rato? ¿La querés impresionar a la señorita? No te gastes, cuñadito, no está a tu alcance.” El boludo, con la sangre todavía chorreándole del ojo izquierdo, contesta: “Estoy esperando un mail importante, cuñadita, y para tu información, a ella ya la impresioné hace rato.” Cuatro inquisidores pares de ojos maquillados se clavaron en mí. Le dediqué una oración a San Baco y me tomé lo que quedaba en la copa de un trago. “¿Qué? ¿La conocés?”, intervino mi alumnito. “¿Nunca te cuenta la teacher lo que hace los fines de semana?” Ok, ahora recuerdo, además de hablar de dormido era un pelotudo contundente. Cecilia, mirándome cual Linda Blair, abrió la boca y juro que se podía ver que desde su campanilla iba floreciendo una catarata de lava. Evidentemente, para las señoras que hacen brownie casero, que una se coja al hermano del marido también es peligroso. No me pude contener más, una hace lo que puede. “¿Qué querés que les cuente? A ver, ¿que roncás? ¿que cantás Vox Dei mientras dormís? ¿o que antes de volver a estar en la cama con vos prefiero dedicarme al estudio del aparato reproductor del ombú?” Se escuchó un colectivo y femenino “uuuuuuu”. Cecilia cerró la boca y me miró de otra manera. Como con un dejo de satisfacción en los ojos. “Bueno, Emilia, me parece que te estás pasando de la raya,” dijo Claudio. “Y que le tenés que hablar así a la chica, vos, degenerado, dejá que se exprese con libertad, es joven.” Vamos las chicas. “¿Degenerado yo? Pero si se la volteó él.” “Bueno, no se peleen por mí, por favor.” “Qué tierno lo tuyo, Emilia, encendés la mecha y después querés que no haya fuego.” “Si el que contó fuiste vos, estúpido, que le echás la culpa a ella. No te da vergüenza, podría ser tu hija, viejo verde.” Lo que siguió fue una caterva de improperios varios entre ellos tres que los demás escuchábamos en un respetuoso silencio. Que son los dos iguales que tu padre, viejo de mierda que no paró de meterle los cuernos a tu madre, que por otra parte se volteaba al jardinero, que bueno que mejor que no era como la tuya que le chupaba el cirio al cura y ni hablar de tu abuela que se la daba a la cocinera, y que decís si tu bisabuelo no dejó oveja virgen en el campo de Brandsen. Tan ensimismados estaban que no se dieron cuenta de que los invitados nos fuimos levantando de a uno para escaparnos. Basta de socializar con mis alumnos. No hay que mezclar, decía mi abuelo.

71. ¿Y dónde está el piloto? (que me quiero ir con él)

“Ni en pedo, Luisiana,” fue lo primero que le contesté, “para esto no cuentes conmigo, si la morsa de tu marido a último momento se te baja del viaje, lo siento mucho, yo no lo reemplazo”. Como sosteniendo mi palabra soy un as, dos días después estaba arriba de un avión rumbo a Disney, con cinco adorables criaturas a mi alrededor. Lucía (12), Valentina (9), Martín (7) y Joaquín y Matías (mellizos, inocentes bestias de 3). Es evidente que tengo un problema, bah, tengo muchos pero uno de ellos es no saber decirle que no a esta piba. Y no me estoy convirtiendo en una de esas pelotudas cuya frase de cabecera es “mi mayor defecto es que no sé decir que no”, no, yo sí sé, creo, pero con ella cuando quiero acordar estoy metida en un quilombo desastroso, no sé cómo hace. Total que subir a un avión cual tropilla de macacos y cargados como ekekos ya es una experiencia de por sí encantadora. Desde el vamos te miran como si fueras leproso y notás que hasta los ateos se convierten y empiezan a rezarle a San Expedito. Ponés tu mejor cara de boluda, te sentás y no mirás a nadie a los ojos. Las criaturas eran, básicamente, muchas. E insoportables, reconozcámoslo. Ojo, yo, en esa vez por mes que los voy a visitar los quiero mucho, hasta les llevo caramelos y todo, como a los monitos. “Mamá, ni loca me siento al lado de los mellizos”. “Mamaaaá, Martín se tiró un pedo”. “Ay, habló la princesa que caga flores”. “Mamá, mirá lo que me dice”. “Mamá, quiero chizitos”. “Mamá, tengo sed.” “Mamá, decile que no me patee”. “No seas buchona, nena”. “Mamá, ¿me trajiste el osito azul?” “¿Vieron la cara de boludo que tiene el gordo ese?” “Mamá, Matías me pegó el moco en la remera”. “Mamá, ¿cuándo llegamos?” Todo esto ocurrió mientras el avión carreteaba. Lentamente, me fui acurrucando en mi asiento, me puse casi casi en posición fetal y no podía dejar de pensar “Que se queden mudos, que se queden mudos, que se queden mudos”. Cuando el cartel de ajustarse los cinturones se apagó, no me pude contener. Como eyectada por una fuerza superior, me paré y al grito de “¡Callensé, pendejos de mierda!”, me recibí de hija de puta. Porque todos los conchudos que estaban a nuestro alrededor padeciendo lo mismo que yo y deseando no que se quedaran mudos sino que un rayo los fulminara, se convirtieron de repente en carmelitas descalzas que me miraban como diciendo ‘Pero qué exagerada esta mujer, pobres criaturitas la tía que tienen’. Manga de cobardes. Para no seguir quedando como la loca desalmada y desquiciada, me senté y, esta vez en un susurro, les dije “Si no se portan bien, cuando llegamos, lo busco al Ratón Mickey, lo ahorco y les arruino la fiestita.” Los dos del medio no emitieron comentarios, la mayor le dijo a la madre “Mamá, ¿no trajiste un Rivotril para la tía?” Y los mellizos se asustaron durante aproximadamente treinta segundos, de mi cara sobre todo. Hasta que Joaquín dijo “Pero qué vas a matar vos, piba, si Mickey es inmortal”, y todo volvió a empezar. Las mil horas de vuelo restantes (durante las cuales durmieron dos horas cada uno, alternadamente por supuesto, ni para eso se pusieron de acuerdo los hijos de puta, con perdón de mi amiga) resultaron una sucesión infinita de hechos bochornosos. Tuvieron hambre, tuvieron sed, se pegaron, se gritaron, se vomitaron y se cagaron. Impresentables. Todo eso mientras uno de los mellizos relataba todas las películas que pasaron con una locuacidad que Macaya Márquez envidiaría. Cuando llegamos (yo con los pelos parados, los ojos inyectados en sangre y mi genitalidad oxidada) estuve a punto de gritar que traía una bomba para que me deportaran de inmediato. Pero cuando se está en el baile, decía mi abuela… Y, de golpe, apareció la magia. Un grupete de princesas nos guió hasta un micrito del que apareció mi gran amigo Mickey. Y, por obra y gracia del Espíritu Santo, o del cansancio, los niños se calmaron. Hasta se rieron con educación y todo. Parecían normales. Me dije, y bué será así nomás. Por un instante, hasta me entusiasmé. Pensé que si estaban tan contentos no iba a ser tan difícil. No tenía la más puta idea de lo que me esperaba. Después de pasar por el check in más largo de la historia, nos ubicamos en dos habitaciones. Yo, en un instante de ilusión, di por sentado que una era para nosotras y la otra para los niños. Pero, como si dormían todos juntos nos echaban, a una fue Luisiana con los varones y a la otra yo con las dulces niñas. Que se llevan bárbaro, por supuesto. La de doce no puede parar de decirle estúpida a la de nueve todo el tiempo. Un encanto. Abrí el frigobar. Sólo agua mineral y coca-cola. Mickey Mouse no toma whisky. Cuando empezaron a pelearse por la cantidad de cajones que le correspondía a cada una, recordando a Jean Piaget, les dije “Salgo un rato. Si cuando vuelvo no está toda la ropa ordenada, se las tiro a la mierda y van a tener que ir a ver al Pato Donald con el culo al aire”. Mi organismo, a falta de algo más fuerte, gritaba desesperadamente por una dosis de nicotina. Salí a la puerta y prendí un cigarrillo. Pero me olvidé que estábamos en el país donde te cuidan la salud. Después te dan de desayuno panceta frita con aceite de búfalo bizco pero ya se harán cargo del colesterol en otro momento. Se me acercó un negro fortachón que trabajaba en el hotel (sí, dije negro, denuncienmé a la ONU) que, como diría un amigo español, tenía menos pelo que el coño de una muñeca (por no decirle pelado de orto y que ya la denuncia pase al Tribunal de La Haya) y, con un tono tan amable que invitaba a darle una flor de trompada y dejarlo escupiendo chocolate por dos horas, me dice que si quería fumar me tenía que acercar a un ‘smoking point’. “Pero si estoy afuera”, le contesté con una lógica irrefutable. Lógica que evidentemente el tipo se pasó por el quinto forro de sus testículos achicharrados. Con la simpatía que me caracteriza lo mandé a la reputísima madre que lo parió y caminé hasta el bendito ‘smoking point’ a juntarme con otros parias. Lo peor es que los que pasan te miran como con asquito. Incluso una mina, grande ya, blanca en canas, pedazo de pelotuda con las orejitas de Minnie en la cabeza, tuvo el tupé de pasar por mi lado y con su mejor cara de abuela buena de Disney decirme “No deberías fumar, te hace mal”. “Y vos no deberías dejar la medicación, vieja ridícula”, le contesté. Fueron cinco días inolvidable. Perseguimos muñecos hasta el hartazgo para pedirle autógrafos y sacarnos fotos con ellos, tomamos la merienda con princesas felices, nos mareamos hasta el vómito en las montañas rusa (todavía estoy preguntándome por qué carajo les dicen rusas), asistimos al espectáculo de La Bella y la Bestia, vimos monos, gorilas y jirafas, casi me trompeo con Mini y le destrozo su vestido a lunares porque después de treinta minutos de cola la muy yegua se fue y no nos firmó un carajo (y al otro día tuvimos que hacer otra media hora), nos persiguió un yeti, fuimos en una nave espacial a Marte, almorzamos al lado de una Torre Eiffel de veinte metros de altura, no pude entenderme con la china que vendía hot dogs y le puso ketchup a mi pancho nomás, volamos en la alfombra de Aladín, nos desplomamos trece pisos en un ascensor, vimos toneladas de películas en tresdé, nos sacamos fotos con Jack Sparrow, subimos a la calesita del príncipe Encantador, volvimos a volar con Dumbo, me dormí mirando Toy Story en cuatrodé (como si con tres no fuera más que suficiente), Pinocho nos sirvió una pizzas asquerosas, testeamos un auto de carrera, Stitch me quiso abrazar y como le di un codazo en el estómago se reprimió, bajamos por una rápidos y se me mojaron hasta los calzones, me persiguió Tigger porque parece que lo caliento más que Winnie the Pooh, visitamos la casa de Minie, la cocina de Minnie, la habitación de Minnie, el living de Minnie y el baño de Minnie, muchos desfiles, mucho espíritu navideño y muchas otras maravillas por el estilo. En resumen, vivimos tanta magia junta que terminé deseando que alguien por favor descongelara a Walt para vaciarle una 38 en la cabeza. Decir que la última noche, estaba en la puerta del hotel el mismo negro fortachón que no me había dejado fumar el primer día y, tratando de practicar su castellano, me dijo “Si quieres puedes venir a fumar a mi cuarto”. Y fui y fumé y me fumaron de lo lindo. Y bué algún tipo de resarcimiento tenía que tener.

72. Ha nacido una estrella (y no la de Belén, precisamente)

“¿Te parece, mamá?” “Por supuesto que me parece, ¿cuánto hace que no nos vemos?” “Justamente por eso te digo.” “La familia es la familia, nena, lo pasado pisado; y además yo a Ana María la adoro y a esa criaturita que tuvo ni te cuento”. Así fue cómo Mami decidió pasar la nochebuena con mi tío, el hermano de mi papá, con el que estuvo siglos sin hablarse porque parece ser que cuando papá murió el taller que tenían juntos estaba al borde de la quiebra y entonces el tío le compró la parte por dos pesos con cincuenta, pero se ve que él sabía manejar las cosas maravillosamente bien porque al año se mudaron, se compraron casa en un country y a partir de ahí van a Miami todos los años. Y Ana María, es la hija, mi prima adorada y perfecta, que no es maestra para chicos sordomudos pero merecería serlo, a quien como ya escuchamos mamá adora… a ella, y al pequeño demonio que engendró, Agustín, a quien Mami trata como a su nieto, compitiendo con su cuñada, la tía Beba, y generando en cualquier momento otro conflicto familiar. Y Mami está convencida de que la adoración es mutua porque Anita la llama para el cumpleaños, pascuas y día de la madre, y cada vez que tiene que salir y Beba no puede ir a cuidarle el pibe. Nosotras, por otro lado, nos detestamos en silencio desde pequeñas. Claro que ella, con sus vestiditos nido de abeja, sabía disimularlo y yo, con mis carpinteros, no. Es que crecimos muy distintas. Yo veía el circo de Marrone; ella, el de Balá. Ella leía a Poldy Bird con la esperanza de que no se le corriera el rimmel; yo, una saga que no me acuerdo cómo se llamaba cuya protagonista era una tal Alicia y que en un libro era drogadicta, en otro prostituta y en otro alcohólica. Yo en la línea rock & roll, ella siempre en la de Paz Martínez y así fue como antes de los veinte se casó y a partir de ahí qué par de pájaros los dos. Total que Mami decidió acercarse nuevamente a tío Norberto sólo para poder pasar la navidad con su hija postiza y su nieto ortopédico. “¿Qué hay que llevar, mamá? “Nada, Bebita me dijo que ellos ya tienen todo organizado.” “¿Be-bi-ta?” “Bebita, sí, ¿por qué?” “No, por nada, por nada, ¿cuándo dejó de ser ‘la yegua mal parida que maneja a tu tío’?” “Basta, es Navidad, no te voy a permitir que uses ese vocabulario”. Ante tamaña contundencia de argumentos no seguí con el tema. “¿Cuántos regalos hay que comprar?” “Ay, no, no sabés la idea brillante que tuvo Ani, ¡vamos a jugar al amigo invisible! ¿No es genial? Esta chica es una luz”. La verdad que sí, no entiendo cómo no la postulan para el Nobel. A ella y al pelotudo que inventó el amigo invisible. “¿Y a mí quién me tocó?” “El nene, pero no te preocupes porque yo ya le compré un juguetito.” Una a favor, me salvo del shopping. A las ocho la pasé a buscar porque quería llegar temprano por si había que ayudar en algo. Toco el portero porque detesta que le avise que estoy abajo con el celular porque dice que es haraganería pura. “Ya estoy, mamá, ¿bajás?” “No, subí que necesito ayuda.” Ojalá el Niño Jesús me traiga un par de pelotas nuevas porque las mías mamá me las rompió hace rato. Y cómo no iba a necesitar ayuda. Para empezar el ‘juguetito’ medía dos metros por uno ochenta. “¿Qué es ese paquetón, mamá?” “Una pista de autos.” “¿Y el otro?” “El que me tocó a mí, para la suegra de Anita, porque yo compré los dos regalos no sé si te acordás”. “Me acuerdo perfectamente, mami, y te lo pagaré en cómodas cuotas como corresponde”. “No me debés nada, hija, por favor.” “No hablaba de plata, mamá… ¡Mamá!” “¡¿Qué?! ¿Por qué gritás?” “¡Son las cremas que te compré para el día de la madre!” “Bueno, che, yo no las uso, tampoco las voy a tirar.” Me supera, juro que me supera. “Agarrá también el paquete que está en la mesa de la cocina, haceme el favor”. “¿Y esto qué mierda es?” “Bueno, ¿así nos predisponemos a pasar una Nochebuena en familia?” Me reservé el pensamiento. Y el impulso, pasar fin de año en la comisaría por matricidio no estaba en mis planes. “¿Qué es, mamita de mi corazón?” “El vitel thoné”. “¿Pero no dijiste que no había que llevar nada?” “Bueno, tampoco podemos caer con las manos vacías. Aparte el que hace tu tía es horrible, nada que ver con la receta de Choly de Berreteaga que hago yo. Agarrá el vino que dejé al lado también”. Espero que a mí de regalo me hayan comprado una caja de Rivotril. Una vez que logré meter el juguetito en mi Ferrari último modelo y desistí de tratar de convencer a Mami de que pusiera las cosas si no en el baúl por lo menos en el asiento de atrás y de que no era necesario andar con la fuente y la botella en la falda y de que ella con la suavidad y delicadeza que la caracteriza me contestara ‘por cómo manejás termina todo en el piso’, estuvimos listas para partir. “¿Siguen viviendo en Devoto?” “Sí, ¿por?” “¿Cómo por, mamá? Para saber adónde tengo que ir.” “Entonces preguntame adónde tenemos que ir. Hablá con propiedad.” “Mirá, mamá, yo sé que estás nerviosa, ansiosa y todos los ‘osas’ que quieras porque hace mucho que no los ves pero dejá de agarrártelas conmigo.” “¿Y quién se la agarra con vos? Siempre tenés una excusa para criticarme.” Pretender razonar con Mami es más difícil que verle los dientes a la Gioconda, ella siempre tiene la última palabra… y la primera y la del medio también. “¿Adónde vamos, entonces?” “La cena es en el country.” La responsable soy yo y nadie más que yo, que hablo y hablo y hablo y después termino en Panamericana un 24 de diciembre a la noche, tortura comparable a que me encierren a escuchar a los Mayumaná durante diez horas. Después de varios ‘andá más despacio’, ‘cuidado con ese camión’, ‘¿no podés escuchar otra música?’, ‘bajá el volumen’, ‘¿siempre manejás así? sos un peligro’, llegamos.  Nos esperaban mis tíos Roberto y Beba, Ana María, su marido Armando (a quien no sabría cómo describirlo, bastará con decir que ‘el prende y apaga’ de Lepegüe le parece divertido), el niño Agustín y los suegros de Ana María con quien ella se lleva maravillosamente bien, por supuesto, ya que adora a su suegra. Si se compraran la casa en la pradera serían la Familia Ingalls a pleno. Son tan antifisiológicamente felices que dan lástima. En cualquier momento se enferman. Nos recibió Ana María, con su sempiterna sonrisa de propaganda de dentífrico. “Hola, chicaaaas, pasen, pasen, ¡qué suerte poder pasar Navidad juntos!” Se dieron varios besos ruidosos. “¿Y esa criaturita que Dios te dio, adónde anda?” “Se fue con el padre a buscar a los otros abuelos, deben de estar por llegar en cualquier momento.” Me adelanté a llevar las cosas a la cocina y menos mal que Mami se quedó en el jardín porque si no el niño Jesús no hubiera llegado a nacer este año. “Seguro que ahora llega la desubicada de tu cuñada toda perfumada y maquillada y yo todavía tengo olor a papa porque estuve cocinando todo el día como una yegua y no tuve tiempo ni de darme una ducha todavía…. ¡Hola, Emilita! ¿cómo estás, mi amor? ¡Qué suerte que llegaron temprano!… ay, qué detalle el de tu mami, siempre tan atenta, su típico vittel thoné, qué rico, ¿sigue haciendo la receta de Choly de Berreteaga? No se tendría que haber molestado yo ya hice casi todo el recetario completo que Narda Lepes recomendó para las fiestas.” Así largamos. Zoológico a pleno: tío Roberto, callado como siempre, tía Beba con olor a papa y sombra verde en sus párpados, prima Ani dientes de porcelana, marido color beige, hijo al tono de ambos, suegra con pinta de pedirle disculpas hasta a las macetas con las que se tropieza, suegro con pinta de ser tan divertido como un tratamiento de conducto, Mami a quien no hace falta describir a esta altura, y yo, encantadora aunque nadie se dé cuenta. La cena trascurrió tranquilamente, un compendio de frases pelotudas que tocaron prácticamente todos los temas: yo sé manejar lo que no sé es estacionar… ay, detesto la violencia, venga de donde venga… la política no es sucia pero los políticos sí… no se habla ni de política ni de religión en la mesa… le queremos dar un hermanito a Agustín… la felicidad está a la vuelta de la esquina… esperemos que este año traiga salud que es lo más importante… la plata va y viene… el mejor proyecto es siempre el que está por venir… lo que mata es la humedad… por supuesto que se lo tenés que pedir, el ‘no’ ya lo tenés… poné la tele para saber bien qué hora es… ya son las doce, jo jo jo, feliz Navidad, brindemos brindemos… y llegó el momento de abrir los regalos. “¡Qué buena idea que tuviste, mi cielo, con esto del amigo invisible!”, no pudo evitar decir Mami. “No es cierto que sí, tiíta, pero te cuento un secreto, salvo los que le tocaron a ustedes, los demás los compré todos yo. Y mamá le compró una pavadita al nene, yo sé que se lo pedí a Emi, pero para que tuviera dos paquetitos, ¿viste? ¿no se enojará, no?”. “Pero, no Ani, por favor, ¿quién se puede enojar con vos? Si sos un encanto de persona, siempre tan considerada”. Al tío le tocó un par de zapatos, a tía Beba un perfume Kenzo, a Ana María un reloj, al marido una raqueta, al suegro una loción para después de afeitarse con bolsa de farmacia y todo, la suegra zafó con las cremas que donó Mami, a Mami un desodorante comprado en la misma farmacia que al suegro, y a mí un cd de Montaner al que se habían olvidado de sacarle la etiqueta que decía ‘Obsequio con la compra de un perfume. Prohibida su venta por separado’. Evidentemente, la consideración de Ani es muy subjetiva. Debo admitir que disfruté viendo la cara de Mami ante su desodorante. Aunque no tanto como ella disfrutó de la cara de Beba al darse cuenta de que el pibe revoleaba por el aire su juguete didáctico de quinientas piezas para hacer “brrrrum brrrrum” con los autitos de la pista de su cuñada. “¿Qué me mirás?”, empezó tía Beba. “¿Y vos cómo sabés que te estoy mirando?”, siguió Mami y el Enola Gay sobrevoló la casa de Pilar… y tiró la bomba. “Esto lo compraste vos.” “Mi hija trabaja mucho y yo la ayudo en lo que puedo.” “¿No te parece que un niño de dos años todavía no juega con una pista de autos?” “Bueno, la puede guardar para más adelante, mientras tanto juega con los autitos, mirá cómo se divierte el angelito de dios.” “Tenías que destacarte, ¿no? Alguna te tenías que mandar.” “Pero ¿qué me mandé? ¿Qué culpa tengo yo de que al nene no le guste lo que vos le comprás?” “Resentida, eso es lo que sos, envidiosa.” “¿Envidiosa yo?” “Sí, envidiosa, por la casa que tengo, por la familia que supe formar.” “Pero si la casa te la compraste con la plata que me robaste a mí, falluta, de qué hablás, cómo te da la cara.” “¡Falluta! Escuchá lo que me dice Roberto, encima que la recibo a mi mesa, a ella y esa hija fracasada que tiene y soy tan generosa como para además poner ese vittel thoné asqueroso que trae.” Mamá se puso literalmente verde. “Con mi hija no te metas”, dijo con una voz muy parecida a la de Linda Blair en el máximo momento de posesión. “Chicas chicas”, dijo el tío, “que es Navidad.” Y Mami largó el vómito. “Pero qué chicas ni qué navidad ni una mierda, pedazo de pelotudo, metete en tus cosas, con esa cara de vinagre vencido que tenés, decime, ¿cuánto hace que no mojás la chaucha vos?” “Ay, tiíta, ¿cómo le hablás así a papá?” “Pero qué tiíta ni una verga, yo a tu padre le hablo como se me canta el orto, que para eso lo conozco desde mucho antes que vos y la conchuda de tu madre juntas”. “¡¡Me dijo conchudaaaaaaa!!”, gritaba Beba. “Emilia no te rías, hacé algo por favor para calmarla”, me dijo Ana María. “¿Por qué me tiene que calmar? Ahora le pedís ayuda, después de que con esa cara de santa pedorra que tenés vivís diciéndome que es una lástima que mi nena no haya sentado cabeza. ¿Para qué? ¿Para formar familias llenas de hijos de puta como ustedes e incorporar pelotudos como tu marido y tus suegros? Pero por qué no se van todos a cagar… Y este desodorante que me compraste dáselo a tu marido para que se perfume las ladillas que debe tener de tanto cogerse putas cuando se va de viaje de negocios. Vamos, nena.” Atendió a todos Mami. Nunca la había visto así y ahora entiendo muchas cosas. No logró su objetivo navideño, pero en el viaje de vuelta, vinimos con las ventanillas bajas escuchando Guns n’ Roses. Algo es algo.

73. Las chicas sólo quieren divertirse.

Una está de vacaciones, no se va a ningún lado pero no tiene trabajo, disfruta de la ciudad vacía… de saber que está vacía bah, porque salir mucho no salgo. Y las chicas quieren que salga. Las chicas quieren que me divierta. Las chicas me quieren. Las chicas son mis amigas. Se confabularon. “Dale, si estamos las tres solas”. “Buenísimo, ¿nos tomamos una cerveza?”. “Son nada más que dos horas.” “Ustedes no tienen la menor idea de lo que quiere decir nada más”. “¿Qué podemos perder?” “Tiempo”. “Nos vamos a divertir un rato”. “Uff, una joda bárbara la de ustedes, ¿por qué no vamos a ver el espectáculo de Piñón Fijo mejor?” “Lo que pasa es que la dueña del lugar es clienta mía, me invitó y tengo que ir, haceme la gamba, no te cuesta nada”. “Y a vos tampoco te cuesta nada no romperme las pelotas y mirá cómo estamos”. “Dale, Emilia.” “Pero ¿a ustedes les parece, mis queridas Natalia y Verónica, que estoy tan perdida en la vida como para ir a hacer un taller de seducción y juegos eróticos? ¿Qué les pasa? ¿Desayunaron hongos?” Claro que el 31, después de tomar cuatro botellas de champagne entre las tres, me podían llegar a convencer de hacerme maratonista e irme a vivir con los menonitas. Y además creo que a esta altura es muy obvio, que ando bastante perdida. Lo primero que me llamó la atención no más llegar fue que la mayoría de las asistentes tenían mucha cara de prenderle todas las noches una vela a San Pete sin ningún resultado evidente. Aunque, la verdad, si yo fuera San Pete también me haría el boludo. La primera disertante tenía un aspecto como de Valeria Mazza en decadencia, lo que ya es mucho decir. Pero bué, a escucharla, si una está en el baile, hay que bailar, dicen. Hasta que te saca Quasimodo, te pisa los juanetes y lo mandás a la puta madre que lo parió, pero ese, como siempre, es otro tema. La mina empezó a hablar con una sintaxis que Calderón de la Barca envidiaría,  “Seducir, un arte; la actitud, lo primero”. Yo amagué levantarme, pero mis dos amiguitas, que me habían sentado al medio, me pusieron un dedo índice en cada hombro y me volvieron a mi lugar. “Hay que andar por la vida con paso firme… (salto rana march)… con el mentón para arriba (la perita para arriba es una invitación a la piña, nena, tenés menos calle que Venecia diría el Diego)… hay que mostrarse divertida y simpática todo el tiempo… (ahora sí, la cuestión es mostrarse, después en casa le saltás a la yugular con toda tranquilidad)… no hay hombre que se resista a una sonrisa… (depende de cómo tengas los dientes, mamita)… practiquen frente al espejo, pongan caras sexies, saquen boca, saquen teta, saquen cola, entrecierren los ojos y siéntanse diosas (si yo hago todo eso, aparte de tener una alta probabilidad de dislocarme el hombro o luxarme un tobillo debido a mi falta de coordinación, cuando termino voy solita a internarme a un psiquiátrico, del susto que me doy nomás)… y no dejen nunca de jugar con el pelo, es un arma muy importante, a los hombres los vuelve locos… (yo en este momento de abandono si quisiera podría jugar con la jungla de pelos que me han crecido en las piernas y en las partes, diría mi abuela la pudorosa, pero no creo que eso sea muy seductor)”. No escuché mucho más, la verdad. La segunda mina que nos habló se llamaba Lupe y su característica era la sutileza del lenguaje. “¿Alguna vez jugaron a ser putas? ¿Chuparon pijas vestidas de enfermeras? ¿Cuáles son sus fantasías sexuales?” Una tal María Virginia, se lanzó: “En medio de un extenso campo verde, de esos que se ven al costado de la ruta, bajo la copa de un árbol, a media tarde, sintiendo la brisa que augura la siesta que vendrá después de hacerlo.” Uy, cómo me calenté… De-ja-te-de-jo-der… Si yo fuera hombre con sólo escucharla se me mete para adentro; nena, qué hacemos con los jejenes. Levanté los brazos en una clara señal de estar diciendo ‘ya está, cerrá el boliche y poné los fideos que estamos todos’, pero Lupe me malinterpretó y pensó que quería contar mi experiencia. “Sí, te escuchamos”, dijo. “No, no, no iba a decir nada.” “Dale, no tengas vergüenza, ¿cuál es la tuya?” “La qué mía”. “Tu fantasía sexual.” “Simple, coger.” “Ajá, entiendo. ¿Y qué hacés para alcanzarla?” “Escucho charlas pedorras y me va para el ojete”. “Bueno, a ver, chicas, yo estoy acá para ayudarlas, ustedes me plantean sus problemas y yo les ofrezco una solución. Vamos, anímense.” Y las chicas se soltaron. Mamita querida. Lupe no midió las consecuencias de sus palabras. Las manos empezaron a levantarse y fue una catarata. “A mí me da vergüenza admitirlo, pero no sé qué hacer con eeelll… con eeellll … coso, cuando lo tengo en la mano es como que me molesta”. El-co-s-o. Mortal. “¿No sabés qué hacer con el coso duro o con el coso blando, querida?” Lupe era impresionante. “Es indistinto pero si está blando me resulta más complicado.” “Bueno, ¿cómo es tu nombre, querida?” “Marita”. “Bueno, Marita, no es tan difícil encenderlo”. Lo difícil debe de ser que se mantenga prendido enchufado a ese aparato todo el tiempo, pensé. “No me quiere besar”. “Pasale una mentita, Vero.” “Me bloqueo si no estoy depilada.” ¿En qué quedamos? ¿No había que jugar con los pelos? “Ni loca lo hago con la luz prendida, ¿y si me ve los rollos?” No me pude contener. “Pero, nena, si en ese momento algún pelotudo se detiene a mirarte los rollos prendele una vela a Santa Lorena Bobbit.” “¡Muy bien, querida! ¿Cómo te llamás?” “Emilia” “¡Esa es la actitud, Emilia! Hay que desembarazarse de todos los prejuicios; chicas, hay que jugar; los rollos que molestan más en la vida no son los que están en la panza, son los que están en la cabeza.” Entre el rapto de filosofía feroz que sufrió Lupe y mi intervención, se abrió el diálogo. O, mejor dicho, la caterva de palabras que Lupe no pudo controlar. Y yo que hasta ese momento pensaba que tenía problemas. “Yo debo ser frígida porque no acabo nunca.” “Pero cuando te masturbás, ¿acabás?” “¿Cuándo qué? Yo no hago esas cosas.” “Nena, estás en el horno.” “Ay, a mí mi psicóloga me dijo que tengo que aprender a masturbarme pero ¿dónde enseñan eso?” “El sexo se aprende con práctica, corazón, empezá mirándotela con un espejito, reconocela.” “Además la masturbación es un derecho.” “Sí, señora, por supuesto, es una soberanía.” “A mí mi marido no me da bola en todo el día y después quiere que a la noche esté encendida.” “Y el mío que se me pasea en bolas por el dormitorio porque cree que así me caliento, ni que fuera Johnny Depp.” “Son todos iguales, se piensan que porque te tocan una teta te vas a empapar.” “A vos por lo menos te tocan una teta, el mío es un turro, pum pum y a los bifes, nunca una previa.” “A mí a veces me agarra de dormida, me da vuelta y sácate; yo me dejo, viste, qué voy a andar discutiendo a las dos de la mañana, si me tengo que levantar a las siete.” “Eso no es vida”. “Ay, yo muchas veces le hago la muertita, así me deja de romper las pelotas y sigo durmiendo.” “Porque una quiere ponerle onda, pero ¿por qué tiene que depender sólo de nosotras?” “Eso, eso, son ellos los que tendrían que estar haciendo un curso.” Lupe no las podía contener. “A ver, chicas, si ponemos un poco de orden porque estamos tocando muchos temas juntos. De a una, por favor.” Del fondo del salón surgió una vocecita. “Mi novio quiere que diga cosas porno y a mí no me sale,” dijo una de pelito corto y vestidito verde con flores rosadas. “Te tenés que liberar, querida, a ver, practicá conmigo, repetí ‘oh oh qué dura la tenés’.” La chica repitió la frase feliz pero en tono Blancanieves. “No, no, no, así no, con más énfasis. A ver, chicas, todas juntas repitan conmigo, ‘papito, la tenés tan dura’.” “Papito, la tenés tan dura.” “No no no no… no estamos recitando a García Lorca, chicas. Por favor, griten: ‘qué pito fuerte que tenés’; vamos, anímense.” Pobre Lupe, desató demonios que no pudo dominar. Cada una empezó gritando lo que se le ocurría y, poco a poco, nos convertimos en una especie de Coro Kennedy Triple X Clase B. “Ay, oh, oh, me encanta, me encanta… Mmmm, cómo me gusta lo que hacés…  Cómo la movés, corazón… Me encanta sentirte adentro… Ay, sí, sí, sí… Ese es mi machoooo…. Más más más…” Nos envalentonamos, una se paró, la otra se tocó, la de atrás se revolvía el pelo, la del costado se masajeaba las tetas y la de adelante se cagaba de risa. “Chupame tooodaaaaa… Sarandeame, mareame, inundame… Rompeme toda por favor…. Llevame a dar una vuelta en ese camioooón… Soy tu putaaaaaaa… Rompeme el cuuuulo,” gritó una con pinta de haber salido a hacer los mandados a la feria, como poseída por el espíritu de Francella, parada en la silla y levantando los brazos ofrendándose a Santa Poronga. “Bueno, chicas, ya está, creo que entendieron el punto, ya es la hora. A la salida les van a dar un certificado y una invitación para mi próximo seminario ‘Quiero agregar juguetitos y no sé cómo’,” dijo Lupe y se fue. Las chicas nos detuvimos, alguna que otra se acomodó la ropa o el pelo, agarramos nuestras carteras, nos saludamos como ladies y también nos fuimos. Las minas estamos del tomate. A Dios gracias, decía mi abuela.

74. Rebelión en la granja.

Hay un cierto prejuicio positivo hacia el campo, ese lugar en el que resulta muy incómodo caminar con tacos y andan dando vueltas animales que a mí sólo me despiertan el apetito o me hacen pensar en carteras y zapatos. El campo te desintoxica. El campo tiene otro aire. El campo te tranquiliza. El campo es básicamente verde, está poblado de insectos indescriptibles y te aburre soberanamente, dejate de joder. Además, el campo es creepy. Llega el atardecer, todos esos pájaros que vuelan a esconderse, las vacas que mugen, las ranas que croan, los grillos que vaya una a saber qué carajo de ruido hacen, todo se pone oscuro, no ves un alma, el celular casi siempre se queda sin señal, no te podés tomar un taxi para rajarte. Claustrofobia me da el campo a mí, eso es lo que me da. Igual el concepto que peor me cae es el que santifica: “la gente de campo es buena”. Pero por favor, si vos tenés todos los días la posibilidad de matar un ser vivo, sea este chancho o gallina, el instinto de asesinar gente se te debe de reducir bastante supongo. Y además convengamos en que tienen muy poca gente alrededor para joder. Si yo ando sola por la calle tampoco toco bocina. Y después también están los insoportables pelotudos que se ponen un par de alpargatas y se convierten en Don Segundo Sombra ipso facto. Como el tilingo a gran escala que tiene por marido mi amiga Luisiana, que alquiló una especie de chacra para que la familia pase el verano porque, según sus palabras, “ir a la playa con tantos chicos se te complica, Luisi”. Porque por supuesto que siendo un ejecutivo de alta gama como es él, de esos que van exitosamente por la vida disfrazando boludeces de propuestas, no puede abandonar su puesto de trabajo y debe sacrificarse permaneciendo solito su alma en la ciudad de lunes a viernes, pobrecito. Con toda la casita para él. Flor de mejor no digo qué porque últimamente me andan rompiendo mucho las pelotas con que puteo demasiado. Y Luisiana se sigue haciendo la boluda. Hasta que me llama por teléfono: “Como este fin de semana no puede venir amenaza con mandarme a la madre para que no me quede sola; si no me vienen a visitar me corto la yugular con una ortiga.” Así que allá fuimos Vero y yo.  Como es la más negadora de las tres, cuando llegamos (con tierra metida hasta el más recóndito lugar de mi organismo porque a mi batata querida se le rompió el aire acondicionado) nos recibió con un: “Vieron, chicas, qué lindo lugar, no se lo podían perder”. “Le estás dado duro al Rivotril, ¿no?” “Sí, Emilia, para qué te voy a mentir, tengo a los chicos con síndrome de abstinencia de Facebook.” “¿Los trajiste a un lugar donde no tenés computadora? ¿Pero vos estás loca?”, casi gritó Vero, más preocupada por ella y por mí que por los pendejos. “Es que la idea es que disfruten del aire libre.” “Pero, nena, con una buena conexión podés sacar la compu al patio, lo tuyo es abuso.” “Los llevo todas las noches al pueblo, hay un locutorio.” “¿Y hay alguna otra cosa interesante para ver en el pueblo?”, intervine yo porque la discusión cibernética me estaba por hacer sangrar el oído. “Hay un bar para tomar algo y creo que tarde a la noche se hace baile.” “¿Tenés con quién dejar a los chicos?” “Están los caseros.” “Perfecto”, concluí, “nos bañamos y vamos a conocer el famoso rancho ’e la cambicha.” Un par de horas después nos sentamos en ‘Carlos Manuel’, el bar de moda del pueblo. Mesas y sillas de algarrobo, más bien oscuro, paredes de ladrillo a la vista minadas de cuadritos con fotos de revistas, pósters de películas, tapas de vinilos, herraduras, llaves viejas y frases del estilo ‘Te ofrezco un sueño, no me preguntes si es peligroso’. De fondo, música de lo más variada, de Charly García a Montaner, de Soledad a Los Piojos sin solución de continuidad, decían antes en la tele. La televisión, justamente, encendida, sin volumen, en un canal de noticias. Tres tipos en tres mesas distintas mirando la nada en la pantalla. En otra mesa, una pareja, o por lo menos un hombre y una mujer que si bien estaban tomados de la mano, como casi no se hablaban, bien podrían haber sido hermanos. Y en otra cuatro amigos. Menos onda que un renglón. Cuando entramos nos sentimos Luciana Salazar en la doce de Boca. “Ni en pedo me quedo acá,” dijo Vero, al borde de un ataque de asma por falta de monóxido de carbono. “Dale, Vero, ya que estamos nos pedimos unas cervezas, hace un calor de la hostia”. “Bueno, tampoco es que este ventilador que sopla desde el techo te va a calmar mucho”. “Ponele un poco de onda, Vero, ¿qué carajo te pasa?” “Me estoy por indisponer, en el medio del campo, ¿cómo querés que esté?” “Ay, chicas”, intervino Luisiana, siempre cuelgue, “no saben cuánto les agradezco que hayan venido, de verdad, yo sé que es un bajón.” Quién no se hubiera enternecido. La ternura nos duró lo que un pedo en un canasto o, más precisamente, hasta que el mozo, junto con la cerveza, nos entregó un celular. Lo juro, el aparatito propiamente dicho, con una servilleta doblada en cuatro. “Se los manda el caballero de aquella mesa”. Pelo corto, rubio, ojos claros, pantalón beige pinzado, camisa a cuadros celeste y blanca, suéter de hilo gris colgado al hombro y mocasines de gamuza marrón clarito, sin medias of course. Sonrió. Socorro. ‘Les acabo de dar el celular, ahora ustedes me tienen que dar el suyo’, rezaba el papelito. Sólo le faltó agregar tu ruta es mi ruta. No se pudo contener y se acercó a cosechar el fruto de tamaña originalidad. Pobrecito. “¡Hola!, ¿van a estar muchos días por acá estas preciosuras? A mis amigos y mí nos encantaría llevarlas a conocer el pueblo.” “Por Dios,” dijo Vero, “¿trajeron repelente?” Estaba hecha un encanto. “Pero qué mala, tampoco hay necesidad de contestar así.” “¿Y vos qué carajo sabés cuáles son mis necesidades?” “Por la cara que tenés, yo creo que las podría satisfacer.” Las hormonas de Vero se liberaron. “Escuchame, pelotudo a cuerda, por qué no te volvés a tu mesa y nos dejás de joder.” “Me parece que vos tendrías que hacer un curso de buenos modales.” “Y a mí me parece que vos tendrías que hacer uno para que te enseñen a meterte la lengua en el orto.” Creo que Tinelli hubiera despertado menos atención que nosotras. “Agrandada, como toda porteña”. Nadie se atreva a tocar a mi vieja. Fue tal la caterva de insultos superpuestos que recibió de las tres el pobre tipo que creo que, literalmente, se asustó. El mozo se nos acercó y, con la gentileza propia de un cardo, nos pidió que nos fuéramos. “Como si nos pensáramos quedar en este lugar horripilante”, le aclaró Luisiana, con una indignación copiada de una telenovela antigua de Verónica Castro, “vamos chicas”. Y así salimos, Lady Máxima, Lady Di y Lady Gaga, de vuelta a la paz del campo.

75. Atardecer de un fin de semana agitado.

“No, señoritas, se equivocaron, el baile se arma en el bar del loco, donde fueron ustedes es donde van los chetos del pueblo”, nos aclaró el casero; tarde, muy tarde. “No pienso ir a ningún otro lugar”, saltó Vero. Nosotras tampoco. Así que nos quedamos ahí, comimos un buen asado, y al otro día, luego de distintas experiencias cuasi religiosas con insectos varios, nos fuimos. El retorno fue de lo más placentero, tardamos sólo cuatro horas para recorrer menos de cien kilómetros. Ahora entiendo por qué los lunes anda todo el mundo relajado después de haber pasado el fin de semana en las afueras de la ciudad. Cuando llego a casa después de dejar a Vero en la suya, agotada, entro el auto al garage y, como buena mina, sacudo la cartera para escuchar las llaves. Creo adivinar donde están, meto mano y nada. Revuelvo, nada. Puteo en arameo, nada. Decido volcar todo el contenido de la cartera sobre el asiento. Monedero y billetera. Monedas y billetes sueltos. Un encendedor. Monedas que ya no sirven y que me regaló un alumno porque sabe que me gustan. Un par de aros. No, un par no, dos aros de dos pares distintos. Un paquete de pastillas abierto. Otro encendedor. Un papelito con una dirección y un teléfono que no tengo la menor idea de quién es, debe datar del año 2002. Otro papelito con la lista de cosas a comprar en la farmacia-perfumería. Un cajita de chicles vacía. Sobrecitos de azúcar. Brillo labial. Dos paquetes de pastillas abiertos más. Otro brillo labial. Un blister de aspirinas. Entradas de cine del mes pasado. Pastillas sueltas. Un anotador. Una lapicera. Tickets de la tarjeta de crédito. Mi carnet de vacunas que le juré al médico que había perdido. Una boleta de impuestos para pagar y otra ya paga. Un programa de cine (de otro día distinto del de las entradas). La factura de un restaurante. La copia de un contrato de alquiler que un amigo me pidió que le muestre a otro que es abogado. Un sobre vacío que en algún momento debe de haber guardado algo que no recuerdo. Mi DNI. Cheques por clases a cobrar. Toallitas. Tampones. El carnet del ACA. La tarjeta de una inmobiliaria que no tengo la más puta idea de cómo llegó ahí. Volantes callejeros varios. Dos brillos labiales más. Un paquete de pañuelos descartables por la mitad, otro sin abrir y otro vacío. Curitas de distintos tamaños. La propaganda de otro restaurante. La funda de un paraguas pequeño, vaya una a saber dónde quedó el paraguas. Un cepillo plegable que no sirve ni para peinar muñecas. Una pajita (me resisto a decir “sorbete”) que seguramente me dieron en un kiosco y nunca usé. El ticket de la estación de servicio. Tres paquetes de cigarrillos; uno empezado, otro por la mitad, otro vacío. La boleta de una zapatería a la que llevé a arreglar unas sandalias en diciembre y otra de la tintorería donde dejé un vestido la semana pasada. Celular. La boleta de teléfono que le pagué a Mami. Finalmente aparecen las llaves. “Subo y lo primero que hago es limpiar esta pocilga con manijas”, me juro espantada. Entro a casa, saludo al gato, saco una cerveza de la heladera, me tiro en el sillón, prendo la tele y un pucho. El gato se me acuesta al lado, dan Duro de matar. Será mañana. Si el cielo puede esperar cómo no va a poder hacerlo una cartera.

76. Arroz con leche, me quiero rajar.

Fin de semana largo, tranquilo, es carnaval pero no hay a la vista ninguna perspectiva de que vaya a apretar ningún pomo y tampoco me sumé a ninguna murga bastante tengo con el corso a contramano que habita en mi cerebelo. Pienso leer, escribir, mirar alguna película, tomar unos mates justos y necesarios con Vero y como mucho pasar por la peluquería a saludar a Natalia. Y resistir los embates de Mami para que vaya a comer con ella. Pero, y siempre hay un pero la puta madre carajo, llama mi amiga Sandra, esa del secundario con la que me veía poco y con la que me veo menos después del affair Fernando, e insiste en que tiene que tomar un café conmigo. Que hace mucho que no nos vemos. Que quiero saber cómo estás. Que tengo una noticia para darte. Pensé en sugerirle que llamara a Crónica para enterarme por ese medio pero me miré en el espejo y repetí cien veces “Metete en el quinto forro de ya sabemos donde todas las recriminaciones que tengas, es Sandra, la conocés de chica, la mina hace lo que puede”. Que por supuesto no fue llamarme cuando pasó lo que pasó, lo que pasó pasó diría la canción (entre paréntesis cómo se te pegan aunque las detestes esas canciones de mierda que pasan por la radio todo el tiempo, pero no te vayas de tema, Emilia, y la cosa ya arranca mal cuando me empiezo a hablar a mí misma frente al espejo y no con el gato, y me sigo yendo lo parió, no puedo parar es un sentimiento, basta carajo). El tema es que Fernando es amigo íntimo de su novio, que no sé cómo se llama porque ella todo el tiempo le dice ‘Bebu’. Qué mal que me cae cuando le ponen apodos infantiles a tipos que hace rato tienen pelitos en sus partes íntimas, diría mi abuela que era muy pudorosa y le daba vergüenza decir pelotas. Llamalo Gordo, Flaco, Pelado, Tito, Pepe pero ¿Bebu? ¿Alito? Dejate de joder. Ni hablar cuando empiezan con el Cuchi, Pipi, Pupi, Cuqui o Conchi. Francamente desagradable. Total, y volviendo una vez más, que el encuentro fue un tanto frío al principio y luego fue sumando temperatura pero no precisamente por calidez. En todo caso por acidez estomacal. Saludo, semi abrazo y semi beso de rigor. Que como andás. Que muy bien. Que ta ta ta. Que bla bla bla. Que terminamos la pileta. Que qué suerte (menos mal que me lo contó, me interesó tanto como saber que Misiones exporta mondongo a Polonia). Que nos compramos un perro (en otro momento me explayaré sobre las diferencias entre los perros y los gatos y sus respectivos dueños) Y Sandra hablaba y hablaba, no hay quién la supere cuando se pone a hablar sin decir nada. Hasta que me canso. “Bueno, me dijiste que tenías algo para contarme supongo que no sería lo del perro”. “Mirá, antes que nada, quería pedirte disculpas porque no te llamé después de lo que pasó.” “Todo bien, lo que pasó pasó dice la canción.” (y dale, la puta madre, no me la puedo sacar de la cabeza) “No pero yo sé que estuve mal, pero…” “Sí, Sandra, basta de peros, estuviste para la mierda, ok, disculpa aceptada, está todo bien.” “Sí ya sé que está todo bien pero correspondía que me disculpara con vos, sé cuándo tengo que hacerlo, no en vano hace doce años que hago terapia.” Se nota que le hace bárbaro. Pero no me quiero ir de tema, again. “Igual, yo sabía que me ibas a entender.” “Bueno, ¿qué tenías para contarme?” “Me caso.”¡¿Por qué?!” Se me escapó, creo que a esta altura no hace falta aclarar que no soy de las que creen que al final el chico besa a la chica y comen perdices, y mucho menos este chico que tiene por costumbre regalar electrodomésticos en los cumpleaños. “¿Cómo por qué, Emi? Es la lógica.” “¿La lógica de quién?” “Bueno, cada uno hace lo que quiere.” Sí, por supuesto, y ya todos sabemos que cuando una mujer quiere joderse, cagarse la vida y está decidida a lograrlo, no hay nada ni nadie que la detenga. Hasta ese momento, shockeada por la noticia, no había reparado en un pequeño detalle. Disimuladamente pregunté si hacían fiesta. La respuesta era obvia, como obvio era que todos sus amigos estaban invitados. Y todos es todos, con respectivas parejas incluidas. Pensé en inventar una excusa del tipo ‘Ay, me vas a tener que disculpar pero justo ese día me invitaron a la Fiesta Nacional del Gaucho en General Madariaga’, cuando Sandra arrancó: “Para mí es muy importante que vos estés, yo sé que es difícil, pero sos la única amiga que me queda de aquella época”. En el fondo, soy un ser sensible. “Y además quiero pedirte algo.” Salí del bar y me fui directo a lo de Vero. “Bueno, no deja de ser una gran demostración de cariño”, me contestó cuando le conté que Sandra me pidió que fuese su testigo de casamiento. “El testigo por parte de él es Fernando”. “¿Pero esta mina estudió para pelotuda o es autodidacta?” Sabía que mi amiga me iba a comprender. Aunque no me alcanzara. No podía sacarme esa sensación de malestar, como si de golpe Mami hubiera decidido ponerse tetas. No va, no me jodan. Hay cosas que no van. Que incomodan. Paren de hacerse los modeernos, los superados, los liberales. Ahora todos son políticamente correctos y, obviamente, super open mind (léase óupen maaaind). Por favor, si la nena de dieciocho se pone de novia con tu compañero del secundario, que ya tiene cincuenta y nueve, lo lógico es que lo quieras cagar a trompadas no que lo invites a un asado. Que después lo termines aceptando es otra cosa. Pero primero lo cagás a trompadas, como corresponde. Y entonces si te cruzás con el tipo que te cagó el año porque te dejó porque embarazó a su ex, el manual de buenas costumbres de este principio de siglo indica que debés poner tu mejor sonrisa y desearles un buen parto. Yo le deseo que se vaya a la reputísima concha que lo parió y que la mujer le meta los cuernos con el ginecólogo. Como mínimo. “¿Y qué le dijiste?” “Que me disculpara pero que no.” Antes de aceptar prefiero dedicarme al estudio de la literatura en la época védica por el resto de mis días. Sé que no lo hace de mala mina, en definitiva se casa porque, según sus propias y sí modernas palabras ‘no quiero que se me pase el tren’. Pobre, no se da cuenta de que es el tren fantasma al que se subió. Pero igual me rompe las pelotas. Aunque pensándolo bien, a lo mejor no me viene mal. Verlo, digo. Por ahí hasta me doy cuenta de que de verdad ya está. Capaz que la llamo y le digo que sí. Algo hay que hacer. “¿Me vas a acompañar a comprarme ropa, Vero?” “Por supuesto, la vamos a llamar a Natalia, vamos a ir las tres y vamos a comprar absolutamente todo lo necesario para que te mire y sufra, como corresponde.” Esa es mi amiga. Por suerte.

77. Se viene el estallido.

Siempre me cayó para el orto el ‘me dijo que dijiste que yo había dicho que vos, etc. etc’. El chusmerío me revuelve las tripas, no me interesa, me hace vomitar, no quiero saber lo que la gente dice de mí, ni de vos, ni de nadie, me importa un pito. Si tenés alguna duda vení agarrala que está dura dice la canción, uy me fui a la mierda, lo que quiero decir es que si querés aclarar algo (para no caer en la tentación de repetir lo anterior) vení y preguntame directamente a mí, no hablés con el vecino, ni me vengas a dar consejos en base a lo que otro piensa que tengo que hacer. Y si no querés, callate la boca, haceme el favor. Hay gente para la que hacerse cargo de sus propias cuestiones es peligroso entonces decide romperle las pelotas a los otros. Los trapitos se lavan en casa, dice Mami, a quien nunca pensé citar como si fuera Marechal, pero bué acá estamos, hablando de varios temas al mismo tiempo, para no perder la costumbre. La cabeza se me va, se me va, me agota, no le puedo seguir el ritmo. El caso es que los chismes son para quilombo, siempre. Suelen basarse en un mínimo detalle que puede tener algo de verdad, detalle que se agranda ad infinitum, por lo general con bastante mala leche. O para sacar rédito, o para quedar bien, o de puro hijo de puta nomás. Total que no me interesa, no vale la pena engancharse. Hasta que me venís a contar lo que el tipo que me rompió el corazón (cuando quiero soy una poeta) y otras cosas más (se me fue la poesía al carajo) anda desparramando por ahí. Y Sandra me llamó para contarme que había hablado con Fernando, que está tan superado que da asco, y que le dijo que le parecía genial que yo fuera la otra testigo (ge-nial, si realmente usó esa palabra es para darle cicuta por endovenosa) y que por supuesto no tenía ningún problema con ello. No sé, pensaría que yo no había aceptado porque me preocupaba su comodidad. Hasta ahí todo bien. Pero hete aquí que Sandrita agrega “Y me contó lo que había pasado entre ustedes, yo nunca supe.” “Ajá”, contesté haciéndome la boluda, cosa que como todos saben a esta altura me cuesta poco. “Emilia, ¿ves que al final tendrías que suavizarte un poco? No te vendría mal.” “¿Perdón? Sua-vi-zar-me. ¿Qué querés? ¿Qué me tome un litro de enjuague para ropa todas las mañanas? No entiendo, Sandra. Aparte, ¿a qué viene esto?” “Y, él me contó que tu carácter fue el que lo llevó a revalorizar la relación que tenía con Sol.” No sé por qué, de golpe sentí como un deseo de comprar una gillete y hacer carpaccio de bolas para la cena. Me conformé con tirarle un chancletazo al gato, que anda caliente otra vez y grita como un degenerado. Hoy lo llevo a la veterinaria para que lo operen y me deje de joder, alguna pelota tengo que cortar y son las únicas que tengo a mano. “No me conoció vestida de Mary Poppins, Sandra.” “Sí, pero…” Me dio el empujoncito que me faltaba. “No empecés con los peros que me sacás loca. Pasemos de tema, cambié de opinión, lo estuve pensando, voy a ser tu testigo.” “¡Gracias, Emi! No sabés la alegría que me das”. “Por favor, San, la alegría es mía”. Me fuiii… me voy de vez en cuando a algún lugaaaar… vaya una a saber dónde, pero ese es otro tema, como siempre.

78. Amores perros (o de perros, o con perros o perros de mierda y la puta que los parió)

En algún momento todas la hacemos. Es inevitable. Sobre todo si estás con amigas medio al pedo tomando mate, comiendo alfajorcitos de maicena y pintándote las uñas al mismo tiempo. Todo empezó porque Natalia contó que no sé en qué revista de esas de mierda que tiene en la peluquería había leído un artículo, escrito obviamente por un tipo, en el que decía que las mujeres tenemos mala memoria. Según él, nos acordamos toda la vida de nuestro primer amante pero nos olvidamos en seguida de los demás. “Pobre infeliz, no tiene idea”, dijo Vero con la contundencia que la caracteriza. Así fue como terminamos haciendo la famosa lista. Y la lista terminó en categorización. He aquí algunos de los genotipos que hemos conocido. A saber: El romántico empedernido: te regala muñequitos con cara de idiota, flores como si estuvieras enferma y chocolates aireados. Te llama todo el tiempo, o te manda mensajitos, o te pregunta por el chat ‘¿Qué estás haciendo, amorcito?’ cuando hace tres minutos le dijiste que no te rompiera más las bolas que estás trabajando. Le encanta caminar como un boludo bajo la lluvia y, a falta de hogar, es capaz de querer acurrucarse al lado de las hornallas porque el fuego es acogedor. Está convencido de que si te recita poemas de Vinicius de Moraes en la cama, tendrás orgasmos múltiples. Cuando lo mandás a cagar, hace pucherito y sufre. El exhibicionista: anda en bolas por toda la casa, se rasca sin complejos y juega distraídamente con su amigo colgante mientras habla con vos. Cuando estás mirando tu serie favorita es capaz de pararse delante de la pantalla y mover las caderas, sin entender por qué no te calentás. Según su criterio, cuando una pide un cuarto kilo de peceto al carnicero, se moja. El hincha de fútbol: el auténtico ‘si gana el equipo ganamos todos’, si pierde no hay grúa que pueda levantar ese muerto. Tiene el escudo del club hasta en los calzoncillos, que por lo general son tamaño extra large, no por la medida de lo que importa sino porque es un flor de pelotudo. Suele terminar último jugando todo el campeonato de local. No califica ni para jugar la promoción. El caballero: te abre las puertas, te acomoda la silla, te pone el saco. Sólo quiere ayudarte, complacerte, satisfacerte y tenerte entretenida y contenta hasta el hartazgo. Por lo general, para cuando él quiere llegar a algún lado, o más precisamente al lugar que una quiere que llegue, ya has leído las obras completas de Borges… y las de Shakespeare. La típica bestia, estilo camionero: fortachón, brazos como tenazas y dedos que mamma mía. Te lo bancás todo el tiempo que te puedas bancar que se meta los dedos en la nariz, eructe, se tire pedos y festeje. Si vas al baño después de él, cuando salís te pregunta, ‘¿Sobreviviste?’ y larga la carcajada. El perdido como turco en la neblina: alguna vez escuchó hablar del juego previo y en la desesperación por ponerlo en práctica te agarra la teta como si fuera a hacerte una mamografía. El progre bajas calorías: adora a Woody Allen (sobre todo al de Manhattan), usa barba candado y anteojos, lee a Benedetti y a Galeano, ve todas las películas de Lucrecia Martel y tiene un gato que se llama Che Fidel. Suele ser cultor del pollo deshuesado, le gusta hablar largamente hasta de tus orgasmos y, lo que es peor, capaz que mientras lo estás teniendo. Comparado con él, un monje benedictino te asegura una joda loca. El deportista: peor que los Testigos de Jehová, quiere convertirte a toda costa. Tótem a la salud, toma yogurt descremado con cereales y bebidas isotónicas de colores extraños, no fuma, no bebe, no vive. Si le gusta la aventura y, por ende, lo mandás a encarar por Corrientes de contramano en moto a las cuatro de la tarde, se enoja y, con suerte, se va, sintiendo lástima por vos que no te pudo rescatar. Del recién separado, no hablamos, pero nos acordamos. De él, de su madre, de su abuela, de su tía y de su chozna. “¿Y si lo googleamos?”, dijo Nati. Para qué… Quedó la lista por la mitad.

79. La ventana indiscreta.

Una sabe que es una cagada, que no te va a hacer bien, etc. etc., pero no lo podés evitar. Lo malo, lo prohibido, lo secreto tienta. Ya se ha dicho, todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda. Además, está ahí, tan a mano. Con poner un nombre y apretar un botoncito te recibís de James Bond. Y hay gente que deja todo tan servido, que te la hace tan fácil. Entonces te enterás de las películas que vio, de los hobbies que tiene, de los deportes que practica, de los cumpleaños en los que se puso en pedo, de sus amores, de todo lo que la quieren sus amigas, de que le gusta el té de durazno y los calzones con puntillas y de otros aspectos relevantes para la humanidad entera. Total, que seguimos la sugerencia de Natalia y la buscamos. “Dale, abrí tu Facebook, por el perfil de él la encontramos, ¿todavía lo tenés entre tus contactos, no?” “De la agenda no lo borré, pero a Facebook no entro nunca, ni me acuerdo la clave.” “Me estás jodiendo.” “No.” “Ay, Emilia, sos un aparato.” “Gracias, la próxima vez que me deprima te llamo.” “No pero en serio, nena, te estás quedando afuera.” “¿Y quién te dijo que quiero entrar, boluda?” “Bueno basta,” intervino Vero, “lo buscamos por el mío, cortenlá.” “¿Y vos por qué lo tenés?”, casi me enojo. “Porque me quedó de aquella época y nunca lo eliminé, mi amor, una nunca sabe, hay que seguirle el rastro a la gente.” “A veces me das miedo, Vero, estás un poquito de la gorra.” “Si no no sería tu amiga; además, gracias a que estoy de la gorra, la vamos a encontrar, ¿o no querés?” Me guardé mis prejuicios en el quinto forro de ya sabemos dónde. Por supuesto que el perfil del globo aerostático es público, mirá si iba a privar a los pueblos del mundo de que se enteren de lo dichosa que es. Ahí estaba, con cara y sonrisa de felicidad. Cara de no me pierdo un solo programa de bricolage de Utilísima Satelital. De mirá qué bien que me salió el bizcochuelo Exquisita. De voy a ser la encargada de organizar todas las ferias del plato en el colegio. De yo pienso que Arjona es un poeta. De acomodar los cd por orden alfabético y los muebles según el feng shui. Tres mil quinientas fotos. De ella y su panza, de él tocándole la panza, de él besándole la panza, de él acariciándole la panza, de él pateándole la panza… no, esa me hubiera gustado pero no estaba. Nos enteramos de que sus amigas la aman incondicionalmente y se lo tienen que escribir a cada rato para que ella no lo olvide, de que ella ama a sus amigas de la misma manera, de que la madre la ama, de que el verdulero la ama… un asco, la verdad, casi vomito en ese mar de amor. No entiendo, juro que no entiendo toda esta exposición pornográfica y cibernética de sentimientos que está tan de moda últimamente, si yo quiero a alguien, lo quiero saludar para el cumpleaños, o lo quiero mandar a la mierda o lo quiero escupir, lo hago en la cara no en la computadora, pero qué sé yo, será como dice Natalia, me estaré quedando afuera de algo. Aunque la verdad, si el anonimato me acecha, ojalá que me alcance. Bueno, pero volviendo. Lo que escribe esta mina, por Dió: ‘Si siembras vientos, cosecharás tempestades; pero si siembras brisas agradables, cosecharás lloviznas reparadoras.’ “Neruda, un poroto, habría que hacer un grupo para postularla para el Nobel.” ‘No tengo miedos, estás a mi lado.’ “Se pensará que está casada con Rambo la pelotuda.” ‘La luz de tus ojos, ilumina mi camino, conección con el mundo.’ “Ah, pero no terminó la primaria esta hija de puta.”. ‘Quien espera desespera, quien desespera no alcanza por eso es bueno esperar y no perder la esperanza.’ “Buena letra para zamba de los Tucu Tucu.” ‘Ay, no saben cómo patea. Soy re feliz’. “Pero prendele una vela a San Montaner, pedazo de pelotuda, vos y el forro que tenés por marido, por qué no se hacen una enema de querosén conjunta y cagan fuego los dos al mismo tiempo, sería super romántico. Basta, chicas, si seguimos voy a sufrir un súbito ataque de catalepsia.” “Ahora, disculpame Emi, pero para estar con una mina así él tiene que tener una cuota de pelotudez muy por encima del promedio, si no no se explica,” dijo Natalia. “Obvio,” contestó enfáticamente Vero, “una vez leí por ahí algo así como que ‘los hombres se enamoran de las putas pero se casan con las maestras jardineras’.” “¿Me estás llamando puta, forra?” “No, nena, vos me entendés.” “Ah, porque si me llamabas maestra jardinera se pudría todo. Cambiando de tema, tengo que ir a comprarme la ropa, ¿me acompañan?” Y allá fuimos, a gastar plata en pilchas con amigas que, por suerte, no me escriben que me aman en ningún lado, ¿qué más?

80. Un día para no recordar.

Mañana agotadora, clases y más clases, burros y más burros que se niegan a entender que is se usa para he, she o it. Mami que llama al mediodía para decirme que la vaya a ver porque tiene un sarpullido que le duele. “Mamá, los sarpullidos no duelen, pican.” “¿Vos me vas a decir a mí lo que yo siento?” Para qué discutir. “Tomate un ibuprofeno, mamá.” “Vos arreglás todo con una pastillita. Mejor la llamo a Mecha.” Llamala y préndanse fuego las dos juntas, pienso pero ni se me ocurre decirlo en voz alta. “Me parece una excelente idea. Después te llamo para ver cómo te fue.”  La computadora se me queda sin batería, me olvidé el cable en casa, me puteo en fenicio y me voy a hacer las fotocopias que necesito para las clases de la tarde. Cuando termino ya no tengo tiempo de almorzar, me compro en un kiosco un sándwich de jamón y queso con gusto a repollo de plástico, porque si eso era jamón, yo soy la hermana gemela de Uma Thurman. Y yo odio el repollo, no tanto como la remolacha, es verdad, podría haber sido peor. A media tarde me indispongo, las hormonas suben, bajan, dan vueltas y de a poco me voy transformando en un Teletubbie deforme. Entre clase y clase voy a una farmacia a comprarme un calmante para caballos, camino rápido para no llegar tarde y, de golpe, bingo; la hecatombre; desesperación; taquicardia…  se me rompe un taco. La única zapatería que queda cerca de donde estoy vende adefesios que no usaría ni mi tía Dora recién operada de juanetes. Mi religión no me permite comprarlos. Decido que mi día ha terminado y cancelo las dos clases que me quedan. Camino descalza hasta el estacionamiento que está a cuatro cuadras. A la altura de la cuadra número dos se larga un chaparrón que ni Noé imaginó en sus peores pesadillas. Obvio que no tengo paraguas. Llego a mi batata posmoderna casi arrastrándome, en patas, empapada, inflada, agotada, los pelos chorreando hectolitros de agua, y el forro que atiende el garage me mira y me dice: “Uy, ¿te mojaste?” “¿Vos estás haciendo un curso de boludo por correspondencia o vas todos los días a un instituto?” Como se está quedando pelado y a punto de hacerse hare krishna para disimularlo, no me contesta. Me prendo un pucho, abro la ventanilla, arranco. Una puteada por aquí, otra por allá, un bocinazo más acá, poco a poco me voy relajando. Todo para que un reverendo mal parido que no sé de dónde mierda salió me arruine el único momento de relax que tuve en todo el puto día. Yuta de mierda, con el cariño que les tengo. Me pide los documentos, se los doy. “Tiene el registro vencido.” “No puede ser.” “Sí, señora.” “No, señor.” “Sí, señora.” Me reprimo un ‘pues entonces quién lo tiene’, los gorra no se caracterizan por su sentido del humor. Y encima éste tiene razón. Se me pasó la fecha la puta madre. “Bueno, dígame qué tengo que hacer, hágame la boleta, no sé.” “No, mire, le voy a tener que retener el automóvil.” “Ni en pedo.” “Señora, usted no puede seguir conduciendo.” “Pero vivo a dos cuadras.” “No importa, es lo que marca la ley.” “Pero qué le cuesta, yo le juro que llego a mi casa y no saco más el auto y mañana voy y hago el trámite.” “No se lo puedo permitir”. Pienso en contestarle tantas cosas… Que la ley te retenga el ojete; que decile señora a la puta de tu abuela, que parió a una upituda, que te tuvo a vos, cara de sorete ahumado; que andate a la concha de tu madre y si sos huérfano alquilate la concha que más te guste y no salgas más… Pero en ese momento me acuerdo de Uma. La primera lagrimita ganadora sale sin mucho esfuerzo. Bajo del auto y en patas, lloro, pataleo, grito, doy puñetazos de histérica contra el capot del auto y agudos alaridos a moco tendido diciendo que mi marido me mata si llego a casa sin el auto. Que tengo que llevar a mis cuatro hijos a la psicóloga porque los pobrecitos están traumatizados porque la abuela los faja cada vez que se pone en pedo que es todas las noches. Que si no me deja ir, mañana en los diarios va a leer que ha habido otro caso de muerte de género.  “¡Me va a quemar vivaaaaaaaaaaaaaaa!”, grito mientras me le cuelgo del cuello y le lleno el uniforme de mocos. “Bueno, vaya, señora, por favor.” Me subo, me seco las lágrimas, llego a casa. Tengo un mensaje en el teléfono. “Hola, Emilia, soy Fernando; no te llamé al celular porque sé que estás trabajando. Me parece que estaría bueno que habláramos antes del casamiento. No te olvides que la ceremonia es la semana que viene.” Es como ya dije alguna vez: todo, siempre puede ser peor. 

81. Y que viva el amor.

Cuando estoy aburrida me voy al diccionario. Sí, últimamente mi vida es un jolgorio, igual es mejor que irse a la mierda, bueno no sé, eso habría que pensarlo, depende, y ya me estoy yendo de tema para no perder la costumbre. Total que según el libraco en cuestión, una ceremonia es un acto para dar culto a las cosas divinas o reverencia y honor a las profanas. Ni divina ni reverencia ni honor ni una garcha. Sí me gustaría profanar un par de culos a patadas, pero esa es otra historia. Llegamos (estoy un poco de la gorra, es verdad, pero hablo en plural porque Vero me hizo de acompañante terapéutico) y saludamos con toda la alegría y civilidad que fuimos capaces de fingir. Y dos minutos después llegó el muchacho, a quien nunca le contesté ninguno de sus llamados, para qué, de la mano de la vaca Aurora. Felices, como recién salidos de un comercial de dentífrico blanqueador. El pelotudo me saludó como si fuese la primera vez que me veía y me presentó con un ‘la otra testigo, amiga de Sandra del colegio’. Caramba, la señora no sabía nada, qué divertido. Pensé que no había podido reprimir una sonrisa, pero en realidad largué una carcajada. La miré a Vero y le dije, “Me parece que no me tendría que haber fumado un porro antes de venir, me está empezando a pegar”. “Ahora es tarde”, me contestó mi amiga con la sabiduría que la caracteriza. La puerta se abrió y nos invitaron a entrar. “Pueden pasar si quieren.” “Y si no queremos, ponele, qué-pro-ble-ma, ¿no?” “Emi, tratá, te lo pido por favor, aunque sea tratá.” “Imposible, Vero, mirá la pinta de este pibe, a mí no me jode, si no empezó a leer a Osho le pega en el palo, y el palo no lo mete en el otro hoyo hace rato”. “Emilia, tenemos que entrar”. “Y entremos, qué le vamos a hacer, si no queda otra.” Nos sentaron adelante, como corresponde. “Uuuu, primera fiiila, qué copaaado.” No podía parar. El juez nos pidió los documentos. Ya todos saben lo que suelen ser mis carteras, así que opté por la más fácil; me paré, vacié el contenido de la misma sobre el escritorio y, entre cigarrillos, papeles, pastillas y tampones, lo encontré. Vuelta a mi lugar. Vero dice que la gente me miraba, yo no me di cuenta, por suerte, para ellos sobre todo, porque capaz que los mandaba a dar una vuelta en pija y todo. Pasado ese momento, el señor empieza la ceremonia, hace los chistes de rigor, esos que en otro momento me hubieran llevado a reprimir la tentación de escupirlo pero que, dadas mis condiciones, festejaba a las carcajadas. Lo aplaudía y todo. Cuando tuvimos que firmar, me di vuelta y le dije a Vero, “Filmame, gorrrrda, es la primera vez que me piden un autógrafo.” Cuando hubo finalizado el acto, todos nos volvimos a saludar y todos volvieron a repetir las mismas pelotudeces que se dicen siempre en estos casos. En ese momento veo que una de las yeguas amiga de la vaca, una de las que había estado en aquella cena tan entretenida, se le acerca a la oreja a la Holando. “Peligro de gol”, le digo a Vero. Fue terminar la frase y escuchar un estridente y chillón “¡¿Queeeeeeé?!”, juro que fue lo más parecido a lo que me imagino debe ser el famoso chancho al matadero (hoy estoy un tanto zoológica). “Goooooooool,” grité yo, igual que si estuviera en la cancha. A todo esto, pobre Sandra, ya no sabía qué mierda hacer con el ramito de jazmines que tenía en la mano. “¿Por qué no me dijiste nada? Me tengo que enterar de esta manera”, dijo la señora entre lloriqueos varios. Fernando trataba de consolarla y confortarla para que se callara la boca. Pero para eso también era tarde. “¿Por qué me tenés que hacer pasar por esto? Yo, que tengo tu hijo en mi vientre, merezco más respeto, no tengo por qué pasar por esta humillación desmedida. Que todos se rían de mí a mis espaldas.” “¿Hubieras preferido que se te rían en la cara directamente, corazón?” Se me escapó. “Callate, roba hombres.” “Uy, a esta le escribe los libretos Migré, mirá de quién me vengo a acordar, Vero, pobre tipo, hace rato que es finado, yo no te robé nada, nena, dejate de joder, si ahí lo tenés, digo yo, ¿a nadie se le ocurrió traer chocolates en vez de arroz?” Se puso a llorar cual Andrea del Boca en sus mejores épocas y su amiga le sostenía el paquete de carilinas. “¿Estás contenta con lo que lograste?”, me dijo la estúpida. “¿Qué te metés, boluda a cuadrillé, si fuiste vos la que abrió el pico.” “¡Basta!”, largó el alarido Sandra, “es mi casamiento, no voy a permitir que me lo estropeen de esta manera, ¿y vos no vas a hacer nada para detenerlas?”. “¿Y qué te la agarrás conmigo? Yo te dije que no la tenías que poner de testigo”, le contestó su flamante esposo. “Es mi amiga, desubicado, ¡la única que me queda después de que me junté con vos!”. “Ya sabía yo que ésta se hacía la mosquita muerta, mirá como le habla al nene apenas lo enganchó”, le dijo la flamante suegra a su no tan flamante esposo. “Terminala con lo de nene, mamá, pelotudo grande, ya era hora de que se casara”, saltó el flamante cuñado. “Y usted no hable así de mi hija, señora, no se lo voy a permitir.” “Pero, por favor, usted dice eso porque está contenta que se sacó el clavo de encima.” “¡Mi hija no es ningún clavo, culo roto con arandela, de Villa Devoto tenía que ser!” “¿Qué tenés en contra de mi barrio vos?” Tuvieron que intervenir varios de los hombres presentes para que no se agarraran de las mechas. Y eso que la intoxicada era yo. En el medio del quilombo, Vero, yo y mi sonrisa de Guasón nos escurrimos y nos fuimos a la mierda. Y pensar que todavía queda la fiesta.

82. A falta de encaje antiguo, pasame el arsénico (y, si podés, algo de vaselina).

Sandra me llamó un par de días después del civil. “Quedate tranquila que está todo bien”, me dijo. “Te cuento que yo muy nerviosa no estaba, Sandrita, pero me alegro.” “Gracias, por suerte todo ha vuelto a la normalidad.” Siempre me llamó la atención la capacidad que tienen algunas personas de ‘volver a la normalidad’. No sé como hacen. Vaya una a saber qué carajo es la normalidad por otra parte. Seguramente es ese lugar del que yo me salgo todo el tiempo y al que nunca sé cómo volver. Total que Sandra me seguía hablando mientras mi cabeza andaba por otros lados y escuchaba parte de lo que decía. Creo que me hablaba de los preparativos de la fiesta, pobre, no se da cuenta de que a mí eso me interesa tanto como enterarme de que Lita de Lazzari tiene diarrea. Qué fea que es esa vieja, insoportable, ¿vivirá todavía?, me fui yo por las ramas sin ninguna sustancia intoxicante de por medio porque la conversación de Sandra ya me hacía irme demasiado. “Es que yo he disfrutado tanto del proceso, de este camino que hemos recorrido juntos, que el resultado vino solo”, escucho de pronto que dice. No la quise contradecir, para qué, ya puso el gancho. No paraba de contarme cuánto gozaba eligiendo los arreglos florales para las mesas; son los momentos en los que me encantaría sufrir un súbito ataque de sordera feroz y temporaria. “Vos tendrías que aprender a relajarte un poco más, Emi. ” Qué se pensará esta pelotuda, ¿qué yo no gozo de la vida porque no hice ningún curso? Piedad, me dije, es una novia al borde del altar. Vaya una a saber también al borde de qué estoy yo. Sólo contesté: “Bueno, San, tampoco es que no sea feliz porque me falte preparación.” “¿Y por qué no lo sos, entonces?” Con una frase medianamente ingeniosa cualquiera siente que es inteligente y que tiene un master en psicología. “No sé, corazón, acá la protagonista sos vos, pasala bomba, disfrutá de la elección de souvenirs, nos vemos el sábado.” Y si podés andá a meterle el dedo en el culo a Freud, no le dije. Ni tampoco mencioné a todos saben quién ni a su acompañante el hipopótamo con aires de diva mexicana. Total que llegó el bendito sábado. Fui a lo de Natalia, me peinó y me maquilló, listo espectacular, quedé hecha una diosa. “¿No querés que vaya a tu casa a ayudarte a vestirte?” “Pero no, boluda, tampoco la pavada.” Error. Me olvidé de que me había comprado un vestido diviiiino… pero con corset. Algo específicamente prohibitivo para cualquier mina que viva sola con un gato. Me dije, vas a poder Emilia, vamos... Quedé atrapada con los brazos hacia arriba, prácticamente sin poder respirar, girando como condenada por la habitación y gritando “no te rías, hijo de putaaaa”; al gato le gritaba, por supuesto. El reverendo conchudo no subía ni bajaba; el vestido, por supuesto, no el gato. Ciega y como pude, llegué hasta el living y me desplomé en el sillón. Cada tanto movía los deditos para comprobar que aún tenía circulación. Y ahí quedé, entubada. Tampoco iba a salir como loca a gritar por el pasillo. ‘Socorro, auxiiiiilio, llamen a los bomberos’. Además no podía hacer absolutamente nada. Estaba paralizada, quieta y muda. Qué paradoja, lo que vino a lograr un cacho de tela. Listo, pensé, es el fin, muero sola y asfixiada por un puto corset. Me imaginé la placa roja de Crónica y todo. Triste, muy triste. Y lo peor, sin poder fumarme un último pucho. Y de pronto, el hada madrina. Suena el portero eléctrico. Voy a los saltos, con el culo al aire, los brazos acalambrados, exhausta y llego como puedo hasta el aparato. Lo descuelgo a los golpes, me siento en el piso para estar a la altura del auricular y, con la nariz totalmente aprisionada entre telas, pregunto: “¿Ién e?” “Soy yo, Emi, Vero.” “Ajiste a jave?” “¿Qué?” “I ajiste a ave”. “Ay, Emilia, no me asustes, no te entiendo nada, ¿qué te pasó?” “Encá, a uca mae que e paió”. “Emiliaaaa, entro”. Tres minutos después abría la puerta de mi departamento a los gritos. “¿Dónde estaaaaás? Menos mal que traje la llave… Emi, ¿qué hacés ahí?” La maldita costumbre que tienen las personas de hacer preguntas estúpidas. “Omo no me pue hace a venda fía me etoy enfiando el cuo con el mosaico”. “Ay, no te entiendo”. “Auame a uta que e paió”. De a dos es más fácil. En un santiamén, decía mi tía, estuve liberada y en otro Natalia estaba en casa con un arsenal de maquillaje para arreglar el desastre en que me había convertido después de la lucha cuerpo a cuerpo con el trapo. Las chicas solemos ser así (salvo alguna que otra yegua mal parida), capaces de correr como locas porque a una amiga se le corrió el rimel. Porque el rimel puede parecer una pelotudez pero, según las circunstancias, puede llegar a convertirse en un asunto de estado. Y eso una amiga lo entiende a la perfección. Y partí rumbo a la iglesia, divina otra vez, y con el firme propósito de no volver sola porque, como me dijo un amigo hace poco, ‘hay que estar preparado, siempre se sabe cómo arranca una noche pero nunca cómo termina’. Además, alguien me iba a tener que ayudar con el vestido. 

83. Una sola boda y ningún funeral (aunque muertitos había unos cuántos)

Como siempre, llegué tarde; suelo llegar tarde a muchos lados, sobre todo a las iglesias, en realidad creo que es dios el que me llega tarde, no, como escuché alguna vez por ahí, a mí dios me queda lejos; eso, ni tarde ni temprano, lejos. Pero bueno, no me quiero ir de tema como siempre... Los curas me alteran el sistema nervioso central, me entusiasman tanto como ser jurado del Festival Latinoamericano de Documentales de la Industria Metalúrgica y Afines, sobre todo si se quieren hacer los piolas, ‘cura piola’ la verdad me suena a oximoron, la mierda que soy culta y si quiero puedo usar palabras difíciles; y bué, me alteran tanto que no puedo parar de decir boludeces con sólo recordarlo. Total que los novios ya estaban saludando, como corresponde, en el atrio. Voy directamente hacia Sandra, que me lleva a un costado y me dice: “No sé cómo me ves vos, pero yo me veo el ojo derecho un poco redondo, ¿qué opinás?” “Quedate tranquila, los tenés los dos iguales”, le contesto como si me hubiera hecho la pregunta más normal de la tierra. “Ah, bueno, menos mal, ¿te gustó la ceremonia?” “Preciosa”. Beso de rigor con el novio y me alejo rápidamente porque casi se me escapa un ‘lo siento mucho’. A veces me pasa, confundo las frases que hay que decir en distintas circunstancias, entonces me apuro porque tampoco es cuestión de llegar a un velorio y saludar a la viuda con un ‘te felicito’, bueno en realidad depende del muertito, basta, Emilia, flaca, no te vayas, flaca vení… y ya me estoy por ir a la mierda otra vez pero me contengo. Total que de ahí huí raudamente a buscar mi batata cósmica, no fuera a ser que me encajaran a alguna de las sobremaquilladas tías para llevar al salón. Me esperaba el famoso cocktail de recepción, ese momento en que los malabaristas del Cirque du Soleil te envidiarían por la capacidad que desarrollás para sostener al mismo tiempo la cartera, el pucho, la servilleta, la copa y ese bocadillo indefinible que vaya una a saber de qué es, atún o cerdo sabe igual, al mismo tiempo que hacés equilibrio sobre los tacos, y reprimís la tentación de mandar a la reputísima madre que la parió a la tía de tu amiga, porque zafaste de llevarla en el auto pero no de que te pregunte “¿Y vos para cuándo?” Peor estaba la suegra, aunque ella no se diera cuenta. La madre de Sandra tenía razón, es bastante culo con arandela, vestida con todos los oropeles (¿qué carajo me pasa hoy? O-ro-pe-les, Houston, tenemos muchos problemas), como pretendiendo aparentar que la novia era Josefina Vergara Crotto de Quiroga y su hijo Joaquín Edgardo Micheo Pennington. Le salió para el culo igual, porque el vestido se lo había hecho la modista de Devoto, y la verdad la hija de puta merecería estar del lado de adentro de la Villa. Verde loro, perlas, strasses y brillos, le agregaba un par de plumas y la declaraban Monumento Nacional al Loro Barranquero. Mucho spray y sombra a tono, of cors. El suegro, de riguroso pingüino y toda la pinta de ponerle trabavolante al Fiat Duna cada vez que se baja a comprar cigarrillos y de tomar mate con edulcorante, con eso te digo todo. Mientras tanto, la pareja en cuestión, no la protagonista si no la en cuestión para mí, estaba un tanto alejada. El chancho jabalí no paraba de clavarme los ojos, menos mal que me había puesto el calzón rojo. Hice un leve gesto con la cabeza, que él respondió con uno aún más leve, y la verdad, para mi sorpresa, la cucaracha que me anda en esos momentos por el estómago no me chifló, lo que me tranquilizó, porque si la cuca está calma, está todo bien. El que se me acercó fue el hermano del novio. No sé qué le picó al niño. “¿Con quién te tocó en la mesa?” “No tengo la menor idea.” “Si te aburrís te salvo.” “¿Cuándo te recibiste de superhéroe vos?” “Ah, sos brava.” Me han dicho tantas veces eso que ni me molesté en contestarle, para qué, permiso. La hago corta, tres parejas que no conocía y una antigua vecina de Sandra del barrio de cuando era chica que cuando me vio lo primero que dijo fue, “Ay, Emilia, estás igual, no te reconocí.” No pienso entrar a analizar tamaña frase en este momento. Los novios entraron con Soy feliz de Montaner, de ahí en más ya nada podía ser peor, pensé yo. Equivocada, como de costumbre. Por un lado, nobleza obliga, la comida era bastante rica, indescriptible eso sí, no tengo la más puta idea de lo que comí, algo así como quiche de melón a la palta con salsa de limón sobre finas lonjas de lomo. Pero por el otro, mamita, por el otro… La vecina no paraba de repetir ‘¿te acordás cuando…?’, algo a lo que yo siempre respondía ‘no’ con la mejor sonrisa que podía fingir; la pareja que tenía al lado se daban de comer en la boca todo el tiempo; vimos cuatrocientos treinta y tres videos, de fotos románticas, de ellos juntos, de ellos por separado, de ellos chiquitos, de ellos en situaciones ridículas, de él con cuatro años agarrándose el pitulín en las playas de Mar del Plata y de ella con el culito al aire en la bañadera, y todos invariablemente terminaban con alguna frase que nos ilustraba sobre cómo ellos se aman, supongo que entre ellos y a sí mismos, los padres los aman, los amigos los aman, todos aman a todos y a su prójimo como a sí mismos, un asco de amor, bah, todo tan ‘cute’ y rosa que no sabía si dormir o vomitar; y las tres minas casadas hablaban continua y superpuestamente de niñeras, mucamas, pediatras, jardín de infantes; cuando llegaron al tema ‘la practicuna y su funcionalidad’ pensé en simular un paro cardíaco y huir pero, y por suerte siempre hay un pero, apareció el hermano en cuestión y me dijo al oído, “¿Querés que te salve?” “Por favor… y no te agrandes.” Y bué, pensé, con que sepa sacar un vestido con corset me alcanza... 

84. El banquete de la boda y sus consecuencias.

Detesto las sorpresas, sobre todo cuando no me las espero. Ya sé, no va a faltar el boludo que cuando lea esto piense, ‘ahí está La Emilia tratando de escribir una frase original y pretenciosamente literaria’. Yo pensaría lo mismo, pero váyanse a cagar, porque lo que por lo general me sucede es que de verdad me las veo venir, lo que es un embole y toda una carga porque me veo obligada a hacerme la sorprendida todo el tiempo o por lo menos cada vez que las circunstancias lo ameritan, que es muchas veces aunque usted no lo crea, por ejemplo, cuando te hacen un regalo de cumpleaños, sobre todo si te lo hace Mami que abona la teoría del regalo necesario y siempre dice ‘no sé qué regalarte porque tenés de todo’, vaya una a saber qué es lo que ella entiende por todo… me estoy enredando en un quilombo del que no sé cómo voy a salir, aunque ya debería estar acostumbrada, es sólo uno más de los tantos que pululan por mi existencia. Total que, repito, las detesto. Por eso cuando lo vi haciéndose un café como si fuese lo más natural del mundo pegué un grito todo lo chillón que los mil cigarrillos que me había fumado la noche anterior me permitieron. “¡¿Qué hacés acá, desubicado?!” Creo que a esta altura no es necesario aclarar que para mí la paz no pertenece a las mañanas, no pertenece a ninguna parte del día la verdad, pero a las mañanas, menos. O sea, el compuesto mañana+sorpresa es devastador. Y si encima me hablan en diminutivo, la hecatombe es inevitable. “No me vas a decir que no te acordás nada de lo de anoche, preciosa. ¿Tan borrachita estabas?”, me contesta el pelotudo. Y sí, de todo me acordaba, por supuesto, de los impresentables que me tocaron en la mesa; de los videos empalagosos, impúdicos y empalagosos; del baile y de la cara de ganarse el Loto que tenía el abuelo cuando lo saqué a bailar el tango; del infaltable carnaval carioca, con los sombreros gigantes, la crema pegajosa y las cosas que hacen ruido, (entre paréntesis, no entiendo a la gente que se los lleva a la casa, ¿qué carajo vas a hacer con un collar de telgopor o un sombrero de goma eva? ¿Y los que se llevan el centro de mesa? Cirujas, eso es lo que son); me acordaba también del comportamiento de los amigos del novio en el carnaval carioca: asquerosos tirapedos, transpirados, borrachos y saltando todo el tiempo juntos como una manada de monos en celo; me acordaba de las cintitas (había dos tortas, una con cintitas para las mujeres y otra con cintitas para los hombres, un detalle muy posmo gordi), las ligas y el ramo que pensé que ya habían pasado de moda pero no, ramo por el que ahora compiten no sólo las solteras que lo pretenden con devoción si no también las liberales que conviven con sus parejas porque firmar un papel es estúpido pero en el fondo están desesperadas por tener el anillo y también acuden a él las separadas a las que por obra y gracia del espíritu santo les creció nuevamente el himen y quieren volver a casarse cual doncellas. Por supuesto que no faltaron las superadas que hacen como que no les importa y van por obligación, yo prefiero aprovechar para ir al baño. A la pata de cordero no llegué, demasiados daikiris, el vestido ya me apretaba, quería sacármelo y el flamante cuñado se ofreció para la tarea, y acá nuevamente a él, el desubicado que se anda paseando en calzoncillos por mi casa. Espectáculo desagradable como pocos a la luz del día, cuando una se acaba de levantar, apenas puede abrir los ojos y se dirige arrastrando los pies, rascándose la cabeza, y por qué no otras partes del cuerpo con la completa y total impunidad que te da el vivir sola y estar absolutamente segura de ello. “Me acuerdo perfectamente de todo, nene, hasta de que lo último que te dije fue ‘en la mesa de la cocina están las llaves, chau’. Repito, ¿qué hacés acá?” “Bueno, no te quise dejar solita, preferí quedarme a cuidarte.” Y dale con el diminutivo… “No necesito que nadie me cuide, bombón.” “Ay, che, después de la noche que pasamos, pensé que te ibas a alegrar al verme”. “¿Pero vos sos boludo de nacimiento o estás haciendo un curso on-line? Aparte, de qué noche me hablás, idiota, si lo tuyo fue más corto que pito de chihuahua.” En el barrio cuando me ven pasar dicen ‘ahí va La Emilia, la sutil’. “Había escuchado algunas cosas de vos pero pensé que no eran ciertas.” “Lo que escuchaste de mí me importa tres porongas, querido, haceme el favor, vestite y andate”. Porque era verdad, no me importaba. Porque lo mejor de la noche fue darme cuenta de que lo que pensé que todavía me importaba, no me importaba un carajo. Volver a empezar, diría Lerner. Por suerte, porque este capítulo ya me tenía re podrida. Chan chan.

85. Volvió una noche, sí lo esperaba.

Un día se rajó. Para mí que en ese momento vio el quilombo de la hostia que se avecinaba y prefirió evitárselo. Lloré, lo extrañé, apareció otro, lo reemplacé. La relación con el nuevo no fue fácil al principio. Las comparaciones eran inevitables. No me mordía la oreja como el otro, no me calentaba los pies en la cama, prefería dormir cabeza con cabeza. Sin embargo, nos fuimos adaptando, en el fondo tienen muchas cosas en común: a ninguno de los dos les molestan las perchas que dejo colgadas en los picaportes, no me critican la media manzana que dejo oxidándose en la heladera ni el medio limón eternamente seco, no les jode que las puertas estén siempre entreabiertas, por el contrario, sobre todo esto último les encanta. Por otra parte, los dos pueden llegar a comportarse como psicóticos en el auto, les gusta acompañarme al baño e interrumpirme cuando estoy leyendo o escribiendo. Casualidades de la vida tal vez, volvió cuando yo estoy convencida de que todo terminó. No pienso averiguar dónde carajo estuvo todo este tiempo, no me importa. Total, que me parece que Siamés, Negro Atorrante y yo vamos a tener una convivencia envidiable.

86. Fumar es un placer, sensual, embriagador… y no me rompan más las bolas.

Sabía que no iba a ser un día fácil. En estos tiempos de corrección política a ultranza, de tolerancia ilimitadamente hipócrita, de no poder decirle pelado a mi amigo por miedo a que me denuncie porque él se considera una persona con capacidades capilares diferentes; en estos tiempos, señores, yo fumo. Y era el día libre de humo. Día en que los periódicos llenan páginas enteras con fotos a color de pulmones podridos y en que muchas personas se convierten repentinamente en policías de la salud, supongo que para evitar pensar en sus propias cagadas. A ver, nadie va a dejar de fumar por ver fotos desagradables o porque le rompan las pelotas. La verdad, los terroristas del pulmón blanco me tienen recontra podrida, pertenecen al mismo genotipo de los que se indignan con los balleneros japoneses pero le compran un caniche toy al nene de dos años para que juegue. El otro día uno estos especímenes me dijo, “Te vas a morir”. “¿Y vos quién sos? ¿Highlander, boludo?”, le contesté. Te miran mal, te soplan y te bufan en la cara, te hacen abanico con la mano, maleducados del orto. Harta de que estos guardianes de bronquios ajenos, fanáticos, santos del oxígeno, me miren con cara de ‘ahí va la portadora de metástasis’. “Por favor, me hace mal el humo, ¿podés tirarlo para el otro lado?”, me dijo una que eligió sentarse en el mismo banco de la plaza que estaba yo fumando. “Y a mí me hace mal el aliento a vaca podrida que tenés, ¿podés hablar para el otro lado?” Por suerte, se levantó y se fue. Y en este día difícil, en el que una trata de que no se le salga la cadena cada dos minutos, me pasó lo peor. Camino por la peatonal entre una clase y otra y se me cruza uno de esos seres detestables, pintarrajeados, mudos, inútiles convencidos de que hacen arte mientras juegan a un dígalo con mímica berreta. Sí, me crucé un mimo. Pero eso no fue lo peor. El tipo se me acerca, con esa sonrisa de ternero con fiebre que suelen tener, se me para adelante, no me deja caminar, me saca el cigarrillo que tengo en la mano, pone una flor pedorra en su lugar y luego con las dos manos forma un corazón y hace como que me lo entrega. Lo emboqué. Punto. Acto seguido, me le trepo a cococho, agarrándome de sus rulos y al grito de “Devolveme el pucho, hijo de puta” no paro de darle piñas en la espalda. Un policía que andaba por el lugar, gentilmente me bajó tironeando de mi campera. ¿Y qué hace el pelotudito? Baja las comisuras de los labios y con el puñito de la mano se frota el rabillo del ojo como secándose las lágrimas. Entre cuatro me tuvieron que agarrar. Y el pibe mientras tanto se escondió detrás de una gorda (perdón, de una señora con adiposidades acumuladas) desubicada que me dice, “Él sólo quiere cuidar tu salud”. “Que se cuide el culo, porque si me lo vuelvo a cruzar se lo reviento a patadas”. Y ahí nomás, abrí la cartera, me prendí otro cigarrillo, me acerqué, le tiré el humo en la cara, y me fui. Abrase visto, pss. Hace un tiempo, un morocho brazos de camionero, de esos que te critican a la cara y te adulan a las espaldas, me miró y me dijo “soy negro, de Boca y peronista, ¿y qué?” Parafraseándolo digo, me gusta fumar, me gustan las corridas de toros, no me cuelgo una chinchilla del cogote porque no me da la plata para comprarla, detesto a los mimos, las estatuas vivientes me parecen pelotudas, ¿y qué? Hoy es correcto no fumar, y a mí lo correcto, y los correctos, me tiene los huevos al plato. ¿Querés aire limpio? Andate a vivir a la montaña y de paso llevate a la concha de tu hermana para que te haga compañía. Lo que mata no es la humedad ni el cigarrillo, es vivir; y vivir, ya lo dijo un poeta, sólo cuesta vida.

87. Tarde de perros (y mañanas y noches y días enteros)

Resfrío. Trabajo. Recaída. Demasiados días adentro, demasiada energía contenida, como para que el mundo me reciba de esta manera. Bah, no fue el mundo, pero fue suficiente. Resulta que me encuentro a la esposa del portero, vieja chusma delincuente, y me dice, “Ya estás mejor, Emilia, qué suerte, hacía varios días que no te veía.” “Sí,” contesto yo con la locuacidad que me caracteriza. “Y bué, hay que ver el lado positivo de las cosas, pudiste descansar.” Listo ya me cagó el día. El-la-do-po-si-ti-vo-de-las-cosas, ¿qué dice esta mina?, si hasta mi sangre es rh negativo. Si hay algo que detesto son los distraídos repetidores de frases vacías, abribocas abombados, filósofos de pacotilla que con tres o cuatro palabras desteñidas pretenden demostrarte lo buenos que son cuando lo único que hacen es demostrar que tienen la capacidad de reflexión de un protozoo. A ver, por ejemplo, ‘Hay que ver el vaso medio lleno’, pero mirá, babieca con Master en satisfacción, lleno tenés vos el culo con todos los proyectos con los que no te animaste a terminar de llenar ese vaso, merecerías que te proclamen Rey de la Fiesta Nacional del Salame. ‘Donde hubo fuego cenizas quedan’, vocifera a los cuatro vientos una boluda inefable cuya vida es tan aburrida que si le llegás a pedir que te cuente un secreto te dice que de vez en cuando se toma un laxante. ¿Qué carajo querés hacer con las cenizas, idiota? ¿Recibirte de ave fénix? Estos repetidores, imbéciles convencidos de que el justo medio existe, tienen menos crecimiento que un enano; no fuman, no beben, y cuando lo hacen la culpa los lleva a ir caminando a prenderle una vela a la Virgen de Yaciretá Aapipé. ‘La felicidad se encuentra en las pequeñas cosas.’ Entonces vení que te doy una pequeña patada en el medio de tu reverendo traste y hacémela conocer. ‘El dinero no trae la felicidad’, dice una forra de cuarenta años, vestida como adolescente y escuchando Radio Disney, mientras se baja de su camioneta cuatro por cuatro a la que le polarizó los vidrios para que no la jodan los pibes que piden en la calle. Y no quiero entrar demasiado en los que tienen un tufillo religioso para que no se me ofenda nadie. Bué, oféndanse y vayánse a cagar. ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. Pero dejate de joder, yo no sé si me amo a mí misma, mirá si voy a andar perdiendo el tiempo amando al inservible de mi vecino, que sacó un crédito para pagar la fiesta de quince de la nena, crédito que va a terminar de pagar cuando él cumpla noventa, con suerte. ‘Hay que dar hasta que duela’, otra. Claro, así te convertís en una bola de resentimientos inabarcable. Lo que pasa es que es mucha la gente que se mata por aclarar que es buena, solidaria y feliz. Manga de hipócritas malparidos, coleccionistas de figuritas de superhéroes que no se atreven ni una vez en su vida a pisar siquiera un poquito la línea amarilla; capaces de dar clase sobre la Ilíada cuando todo lo que saben de mitología griega lo aprendieron escuchando a Dolina en la radio. Seres que trabajan en fotocopiadoras del orto y aceptan acompañar al amor de sus vidas adonde sea para después echárselo en cara, o deprimirse, como si fueran lo suficientemente inteligentes para alcanzar ese estado. Después la jodida maleducada soy yo porque puteo… Qué bárbaro, me parece que la efedrina que me tomé para curarme la gripe me cayó para la mierda.

88. Fiebre de sábado por la noche (y calentura de domingo por la mañana)

Todo el mundo sabe… que el sur también existe… uy, empecé yéndome a la mierda, todo mal, empecemos de vuelta… Ya sabe todo el mundo que no soy muy afecta a las reuniones sociales en las cuales participen más de tres o cuatro personas, siendo éstas mis amigas y yo, cuando me soporto, porque si estoy en uno de esos días en que me aburro de mí misma y me agoto, ni siquiera ésas me gustan. Si encima, en dichas tertulias te obligan a presenciar el bochornoso espectáculo de ver a un boludo grande soplando una velita y a un montón de otros boludos alrededor cantando el apio verde tuyú, el páncreas te explota. Pero total que una no quiere despreciar las invitaciones de los alumnos y allá fuimos (yo y todas mis personalidades) a intercambiar conversaciones innecesarias con nuevos personajes ya vistos muchas veces. Pero, siempre cada tanto aparece un pero… Y este pero era un morocho de ojos verdes que no paró ni un segundo de decir todo lo correcto. Como me gusta a mí. Sin vueltas. Sin necesidad de hacerse el gracioso. Yo no soy de las minas que cuando le preguntan qué espera de un hombre contesta ‘que me haga reír’. Para eso lo miro a Capusotto. Por ejemplo: “Me voy”, digo yo. “¿Estás en auto?”, contesta él. “No.” “¿Y para dónde vas?” “Para allá.” “Qué casualidad, yo voy para el mismo lado. Te llevo.” Una maravilla. Una joya de minimalismo dialéctico. Me llevó, por supuesto, a su casa. Qué noche, Teté. Tan Teté, y pe pé pe pé pe pé, que me quedé a dormir. Pero, siempre cada tanto aparece un pero… Y este pero era un cochecito de juguete que el susodicho pisó cuando galantemente se levantó a preparar el desayuno. Desde la época que veía a Los Tres Chiflados que una caída no me hacía reír tanto. “¿De qué te reís? Ayudame a levantarme, nena, creo que me torcí un tobillo.” El tonito, de movida, me cortó la carcajada. Y el ‘nena’, la verdad, me cayó para el orto. “Nena no, nene debe ser el dueño del cochecito, ¿no?”, le contesté. “Sí, pero hasta la noche no llegan, se fueron el fin de semana al country. ¿Qué me mirás así? ¿Me vas a decir que te importa? Dale, traeme hielo de la cocina que si se me hincha mucho no voy a poder jugar al tenis a la tarde.” Y entonces, como yo no iba, a la luz del día, no paró de decir todo lo incorrecto. Me vestí y me fui, pensando en los cuernos y en sus distintos formatos y colores. En principio, es total y absolutamente diferente descubrir que el imbécil del marido de tu amiga se curtió a la vecina a que tu hermana de la vida se decida a tener una alegría ya que el inútil le da tan pocas. Ya sé, ya sé, los que me pidan objetividad se pueden ir al carajo. No es lo mismo. Ya lo dijo Alejandro Sanz. O Sáenz, como le dice Mami, que tiene la costumbre de cambiarle los nombres a las cosas. Para ella, Messi es Mechi; y no come sushi sino suchi, y no la vayas a corregir porque entrás en una discusión sin principio ni final, como siempre. Pero no me quiero distraer, y mucho menos con Mami, justo en este tema. Volviendo, hay distintos tipos de cornamenta. Por ejemplo, está el vengativo, el típico ‘me cagaste, te cago’, que tiene gran aceptación entre las mujeres. Por otra parte, alto ranking entre los hombres tiene el recreativo, un rápido para aliviar el stress y acá no ha pasado nada. Con el ex no puede ser considerado técnicamente un cuerno; ya anduvo en otro momento por acá, tiene una butaca a su nombre y es socio vitalicio. También existe lo que podríamos llamar el agradecido, han laburado tanto que se lo merecen. Una conocida, soltera con afición a casados, solía decir que ella lo hacía por solidaridad con la mujer: el tipo trabaja tanto que una tiene que colaborar para que su matrimonio siga funcionando, él vuelve feliz a la casa y la mujer agradecida. Demasiado rebuscado para mi gusto. El recetado es el que te tranquiliza más que el Prozac, y es más sano. Y seamos sinceros, hay muchos motivos por los cuales a veces un buen cuerno es justo y necesario, hay personas que tienen el derecho a una alegría y otras que se compraron todos los números del gordo de navidad de las guampas. A saber: para un baile de disfraces tu pareja se viste de empanada; después de diez años de casados, te propone renovar los votos a la orilla del mar bajo el rito Zulú; para salir de la monotonía deciden ir a un telo y lo primero que hace es prender la tele y sintonizar un canal de noticias, de deportes o un programa de bricolage; de repente empieza a usar frases como ‘a papá mono con bananas verdes’; aún después de haberle dicho muchas veces que te molesta se sigue acomodando la bombacha o los huevos en público; después de estar un mes en España por trabajo vuelve diciendo coño, pitillo y chaval; para tu cumpleaños te regala un botellón de leche con manchitas de vaca; para demostrarte que todavía se calienta con vos te manda una canasta de preservativos a la oficina; cuando le planteás que tienen que buscar actividades en común te invita a cantar en el coro Kennedy; se gastó la plata de las vacaciones en la colección completa de la revista Anteojito que la mamá le compraba cuando era niño; se hizo adicto a la meditación y hace cuatro años que entona diariamente ‘nam-myoho-renge-kyo’; para celebrar el aniversario te invita el fin de semana a la Fiesta Nacional del Té en Campo Viera, Misiones; su culo hace rato dejó de sorprenderte. En resumen, cornelio, cornicheli, cornudo, corniche, vikingo o venado; llamalo como quieras… la verdad es que nadie muere mocho en esta tierra, no se hagan los boludos ni las virgencitas.

89. Rutas argentinas hasta el fin (y hasta la reputísima madre que lo parió carajo también) 

El coágulo cerebral avanza silenciosamente. El trapo rejilla te atrapa como una telaraña. El útero de mamá te llama sin cesar. De golpe, de manera indefinible, intangible, indescriptible, te arrastra, te arrastra y… fuiste, todo eso fuiste pero perdiste. Se te transforma la cara y tenés todo el tiempo la misma sonrisa de idiota que la mina que conduce el programa “Cómo fabricar velas y jabones en casa”, como si tu máxima aspiración en la vida fuera que no se te queme el cheesecake. Tus amigas te preguntan ‘¿Qué te pasa?’; y vos, con tu mejor voz de pelotuda a cuerda, respondés, ‘Nada’, porque es verdad, eso es precisamente lo que te pasa. Nada. Absolutamente nada. Se te da por cocinar pan o hacer mermelada de frutilla. Capaz que hasta plantás perejil o hierbas en una maceta. Cambiás los muebles de lugar. Comprás repollitos de Bruselas que, por supuesto, se terminan pudriendo en la heladera. Y la culpa avanza casi al mismo ritmo que tus pelos sin depilar. Hay minas que no han podido parar y hasta se llevaron a la madre a vivir con ellas o le contaron secretos a la cuñada. La luz roja se enciende indefectiblemente cuando prendés la radio y dejás la estación en la que están pasando a Arjona y, casi sin querer, cantás la canción. Te das cuenta de que hace días que no hacés la cama, que la bombacha colgada en la ducha está reseca y hace como cuarenta y ocho horas que no te bañás, que el jabón chorrea en la pileta, que hace mucho tiempo que no le ponés la tapa al dentífrico, que en la heladera sólo tenés huevos rotos guardados en pocillos de café, un tupper con fideos con hongos y otro con restos de huesos de pollo. Entonces, se te empiezan a ocurrir cosas que jamás pensarías en una situación normal. Como a Vero. Que se le metió en la cabeza que la ciudad la ahoga, que necesita pasar unos días afuera, preferiblemente en las sierras y que por favor la acompañe porque el cambio de aire le iba a hacer bien. Casi le propongo que alquiláramos un tubo de oxígeno pero me pareció que lo mejor era acompañarla. Ése es el problema de no saber qué hacer en estas situaciones, una empieza a hacer boludeces. Pero para qué estamos las amigas sino para hacer boludeces juntas.

90. A subir la colina (que espero que no sea de la vida porque no sé dónde mierda duerme la realidad) 

Armé la valija con lo que supuse podría llegar a necesitar en las sierras (luego me daría cuenta de que no tengo la más puta idea de lo que se necesita en las sierras, pero ese es otro tema) y la pasé a buscar todo lo temprano que mi organismo me lo permite. A las once de la mañana le toqué el timbre y salimos onda Thelma y Louise por las rutas argentinas. No encontramos un Brad Pitt ni por putas y por suerte un precipicio tampoco. Digo por suerte porque a la vaca número cuatro mil que vi el impulso suicida comenzó a apoderarse de mí. Pero me controlé, y llegamos sanas y salvas a ese maravilloso lugar donde pasaríamos un par de infinitos días rodeadas de un aire puro que yo sabía desde un principio me iba a pudrir los pulmones y, lo que es peor, el cerebro. Entrar en el cuarto del hotel y en estado de pánico fue una sola cosa. No había frigobar y la televisión 14 pulgadas Grundig modelo 84 me devolvía diez canales: el del campo, el de la virgen santísima, dos de dibujitos animados, uno de deportes, el del rey de la soja, el del rosario nuestro de cada día, uno de películas dobladas de mierda que se veía para el orto, uno de documentales de animales y el de noticias del pueblo (muy importante por cierto el debate que se generó sobre el uso de los fondos públicos porque a María se le ocurrió llamar a los bomberos para que le bajaran la lora que se le había escapado a la punta de un eucaliptos, juro que es verdad). “¿Qué hacemos acá, Vero?” “Ahora bajamos, caminamos, respiramos aire puro y tratamos de encontrarnos con nosotras mismas”, me contestó mi amiga, definitivamente poseída por un alien. Y eso hicimos, pero antes de salir a disfrutar de las delicias paradisíacas del lugar, Vero le preguntó al encargado del hotel qué lugares podíamos visitar. “Yyyyy… tienen el Cerro del Mate, el del Cristo y el de la reserva natural.” “¿Y qué los caracteriza a cada uno?”, preguntó mi amiga sorprendiéndome un poco más a cada momento. “Yyyyy… el Cerro del Mate tiene una piedra en forma de mate en la punta, el del Cristo, una cruz y el de la reserva natural, animales”, contestó el señor con una lógica aristotélica irrefutable. “¡Qué lindo! ¿Vamos, Emi?” “Esperá que le quiero preguntar algo yo… ¿Tiene wi-fi el hotel?” “No, señorita, pero acá a dos cuadras hay un locutorio.” “Ok, vos andá arrancando, Vero, que yo ya te alcanzo.” “Dale, Emi, aprovechá el lugar y desconectate, aparte tenemos que ir en el auto.” El cerro era, obviamente, un cascote muy grande con muchos yuyos. “Bueno, ya lo vimos, ¿vamos yendo?” “No, Emi, subamos a ver la piedra.” “Pero mirá todas las piedras que tenés acá, ¿para qué querés ver otra más?” Había como una escalera, hecha de piedras por supuesto. Trescientos veintidós escalones. Todo para llegar a la punta del cerro y ver una piedra que, efectivamente, tenía forma de porongo y la reputísima madre que los recontramil parió a los guaraníes, pensé pero no le dije a mi amiga que parecía como emocionada. “Digo yo”, le dije mientras me prendía un pucho para recuperar el aire, “ya que llegamos hasta acá, ¿no vamos a hablar de lo que te pasa?” “Ay, Emi, si a mí no me pasa nada, miro el paisaje nada más.” Duro, muy duro. Porque, como todos los que me conocen a esta altura del partido ya lo saben, si hay algo en este mundo con lo que sueño permanentemente es trepar a un cerro que tenga una cruz en la punta. Sobre todo si ese cerro está atravesado por una cascada y hay que llegar a esa puta cruz trepándose por piedras húmedas. Mis zapatillas negras, de lona, empapadas, el culo lleno de barro, cagada de frío, y mi amiga sonriente como si estuviéramos recorriendo la Quinta Avenida. Pero aunque usted no lo crea, y esto ni Ripley lo hubiera imaginado, todavía nos quedaba por recorrer el de la reserva natural. A la mañana el mate y la cruz, a la tarde los bichos… un programón. Tres kilómetros de sendero entre yuyos secos y, por supuesto, piedras. Encima y como si esto fuera poco y a modo de oferta para el bolsillo de la dama y la cartera del caballero (los tiempos cambian, sí ya sé me estoy yendo a la mierda)… retomo, por el medio del cerro viene cantando una vieja y en el suspiro decía, cantaba mi abuelo y me estoy yendo al carajo otra vez pero es que recordar tamaña experiencia me provoca daño al cerebelo; vuelvo a retomar, venía cantando no una vieja, y tampoco cantando a decir verdad, una mina de más o menos nuestra edad, sola. Con una pinta de robar posavasos de los bares y coleccionarlos que daba miedo. Venía y nos alcanzó. “Hola, chicas, ¿cómo están? ¿No es maravilloso este lugar?” Me tuve que reprimir, no me quedó otra. Total que se nos unió en tal edificante paseo. El hambre y las ganas de comer, el roto y el descosido, la biblia y el calefón, Rambito y Rambón; eso eran mis dos acompañantes. Tuve que soportar tamaña catarata de pelotudeces que casi me sangran los tímpanos. Que qué lindo lugar, que qué paz, que qué tranquilidad, nada que ver con la ciudad, que hay que volver a la vida natural. Parecían un comercial de agua mineral las hijas de puta. “El silencio de las sierras me ayuda a descubrir el espacio existente entre un pensamiento y otro, permanecer y ahondar en él. ¿A vos no te pasa lo mismo?” “Totalmente”. Y entonces por qué mierda no se callan la boca, no dije otra vez, pero no sabía cuánto tiempo más iba a poder retener mis palabras en la laringe. Cada determinada cantidad de pasos me miraban como esperando que las aplaudiera. Sólo dije: “No doy más, Vero, ¿por qué no volvemos?” “Vamos, querida, nunca te rindas, todo es posible.” Sí, también es posible que en cualquier momento me dé un ataque, me metamorfosee en el Boxitracio y te cague a trompadas. “Evidentemente, no estás aprovechando el lugar, Emilia,” insistió el proyecto de Osho femenino con una confianza que no recordaba haberle dado, “yo, por ejemplo, vine hasta acá porque necesitaba una limpieza profunda, ¿y ustedes?” Demasiado. Tanto va el cántaro a la fuente… “Y, digo yo ¿no?, con todo respeto, si lo que necesitás es una limpieza profunda, ¿por qué no te lavás la argolla con lavandina? ¿O, si te da impresión y tenés miedo de quemarte, con alcohol en gel?” “¡Emilia!”, saltó Verónica como si nunca me hubiera escuchado putear. “Emilia las pelotas de Matusalén, Vero, ¿qué carajo estamos haciendo, en una reserva natural, me querés decir? En una sierra rodeadas de piedras y de yuyos, si nosotras hablamos de yuyos nada más que para mandar a cagar a alguien. El té de yuyos nos saca úlcera, nosotras tomamos café y bien fuerte, nada de cortados y mucho menos de mariconear con lágrimas.” “Pero son lindos los animalitos.” “Pero ¿qué te pensás? ¿que estamos haciendo un safari en Mozambique? La puta madre carajo, si lo único que vimos fue un burro del orto. Por nuestra amistad y nuestros ancestros te lo pido Vero, tengo barro incrustado en lo más recóndito de mi ser, reaccionaaaaaaaaaaaá. No estás sola por no tener un tipo al lado y definitivamente no lo vas a encontrar entre estos yuyos de mierda, mamá no tenía razón, la familia Ingalls es como dios o los orgasmos múltiples, no-e-xis-te. Nos tragamos el librito enterito y no paramos de vomitarlo en cómodas cuotas porque nos hizo mierda el estómago. No importan cómo te miren las otras minas, otras amigas, compañeras de oficina o esas vecinas de mierda que tenés, todas con cara de haber estudiado en el Sagrado Corazón de la Esposas Esclavas de la Sagrada Cuchufla, preocupadas porque no se les queme el cheesecake que tienen que llevar a la feria del plato del orto que organizan una vez por mes, no estás incompleta porque no te llenaron la barriguita. No sabés tejer al crochet ni hacer mermelada de frutillas, ¿y? Sos un minón, una mujer con todo lo que la mayoría de esas envidia, que tal vez algún día, si tiene ganas y se le canta el culo también sea madre pero no porque le falte nada, sino precisamente porque le sobra. Volvé, boluda, te lo pido por favor, te extraño.” Y me abrazó. Y nos abrazamos. La miró a la otra, que por la cara que tenía pensé que estaba al borde de un ataque de trombosis múltiple, y le dijo: “Nosotras nos volvemos, ¿vos qué hacés?” “Yo sigo”, contestó. A lo mejor pensó que la pachamama nos iba a castigar. Que se vaya a la mierda. Ella y unos cuántos más.

91. El imperio contraataca (y la fuerza no me acompaña).

Hay gente que una no quiere ver muy seguido. Se las quiere, se las respeta, está todo bien, bla bla bla y todas las excusas políticamente correctas que podamos dar pero, la verdad, es que con saber que están bien nos alcanza, para qué encontrarnos. Para aburrirse, digo yo, para sufrir, para reprimirse, para hacerse un nudo con la lengua y no contestar lo primero que las tripas te manda a la cabeza. Pero, y los malditos peros me tienen las pelotas por el piso, a veces es inevitable. Porque siempre sucede esto: la persona que vos no querés ver es la que más insiste para verte. Y a una, boluda con cochera propia y baulera importante, le agarra la culpa. Ese adefesio indescriptible que te llena de responsabilidad y te lleva a correr a los lugares más equivocados. Lo peor es que, cuando te agarra la hija de puta, no te suelta. Como Mami, justamente, de quien hacía un tiempito venía zafando poniendo en práctica el ejercicio de convertirme en una especie de anguila en un fuentón con agua jabonosa. Ya me había avisado por teléfono que venía, porque hablar, hablamos; bah, habla ella, yo escucho y si puedo emito algún monosílabo. “Puse un poco de orden en casa y tengo algunas cositas para llevarte”, me dijo. Costumbre de mierda que tiene, cada vez que hace limpieza en su casa, todo lo que ella no quiere guardar pero no se anima a tirar viene a parar a la mía. Dos bolsas de consorcio llenas trajo la tipa, pensará que entre mis hobbies está el reciclaje. “Igual dejá, después ves todo cuando yo me voy.” Es que ella me quiere entretener, soy yo la que no la entiende. “Ahora, tomamos unos mates y me contás qué es de tu vida. ¿Cómo andás?” “Todo bien, mamá.” “Hace no sé cuánto que no te veo y me querés arreglar con ‘un todo bien mamá’, después dicen que hay que fomentar el diálogo con los hijos, con vos es imposible. No importa, hijita, yo no tengo capacidad de rencor.” Yo pondría un punto final después de la palabra ‘capacidad’. Mejor me callo. O trato de conformarla. Le cuento entonces de mi experiencia en las sierras. Para qué. No sé para qué insisto, Mami es imposible de conformar. “¿Ves cómo sos? ¿Cuántas veces te pedí que me acompañes a Salta a ver a la virgen y te negaste? Pero claro, a la señorita la invita su amiguita a ir a las sierras y va contenta y campante.” “No fui contenta mamá, pero Vero estaba mal, necesitaba que la acompañara.” “Y cómo te pensás que estoy yo.” “Por la manera en que rompés las pelotas estás bárbara, mamá.” Se enojó y se fue, un encanto Mami. Rápida como un rayo, pasa y te fulmina la guacha, o te deja rodeada de dinosaurios. Como el jean que usaba a los dieciséis años; no sé qué puedo hacer con él, llorar amargamente nada más. Esta mina me quiere mandar al psicólogo, es evidente. Pero no me va a ganar, voy a hacer catarsis por otro lado, las carpetitas que ella bordaba cuando era soltera se las voy a poner a los gatos de frazada. El acolchado impresentable que tejió al crochet en cuadraditos de colores será la alfombra para limpiarme los pies en los días de lluvia. Qué mierda voy a hacer con la cantidad innumerable de adornitos y elementos inservibles varios que trajo, no sé, creo que el día que tenga ganas de sentirme en la piel de un francotirador me voy a apostar en el balcón y se los voy a tirar al camión que trae mercadería al kiosco de al lado y siempre estaciona en la puerta del garage de mi edificio. No sé por qué piensa que yo puedo tener un mínimo interés en ellos. No sé por qué piensa Mami en realidad. Cada vez que piensa, yo pago las consecuencias. ¿Qué tengo que hacer? ¿Tengo que llorar delante de la muñeca que me regaló  mi abuela la muertita? ¿Tengo que mirar con cariño el librito de catecismo? ¿Me tengo que emocionar con mi vestido de comunión? A ver, no es necesario que me traiga el diario íntimo que escribía a los quince años. ¡Perdí la llave, mamaaaá! A veces me pregunto qué mensajes escondidos de mierda me quiere mandar cuando me trae estas cosas. Cuando abrí la segunda bolsa, exploté, no me pude contener y la llamé. “Me querés explicar para qué me traes tu vestido de novia.” Es que a veces los mensajes no están tan escondidos. “Bueno, lo había guardado para vos pero si querés tiralo, hacé lo que quieras, total no creo que lo vayas a usar.” “Mamá, si te detuvieras a pensar por un minuto las barbaridades que decís, te darías cuenta de que no estás bien.” “¿Y qué te dije cuando estaba en tu casa? Y me contestaste una guarangada, como siempre.” “Mamá, ¿por qué no empezás terapia?” “¡Ja! El burro le dice orejudo al caballo.” “Pero, ¿por qué no te hacés un curso de espiritualidad con Claudio María Domínguez entonces, ma-má?” Le corté. Cuando se me pase la culpa de mandarla a la mierda, la llamo.

92. De todos los bares…

…de todos los pueblos de todo el mundo, entra al mío el reverendísimo hijo de una gran lombriz solitaria. La verdad que Humphrey no me conoció, si no me hubiera pedido ayuda para romantizar el libreto. Muchas veces había fantaseado con que me sucediera algo así, con encontrarlo de golpe en algún lugar inesperado. Hasta ensayé frente al espejo distintas reacciones. Mirá que hay que estar al pedo. O tener una vida tan llena de jolgorio como la mía y terminar entreteniéndose con una misma. En más de un sentido, la puta madre carajo qué sequía. Me estoy yendo de tema como siempre pero todo tiene que ver con todo, decía Pancho. Qué tipo raro ese, la iba de culto y terminó de catador de yogures. Pero qué te importa, Emilia, y ya empecé a hablar en tercera persona como el Diego, esta cabeza me tiene podrida, es una maldición… bué, ya me terminé de ir al carajo ahora puedo volver. Total que estoy en mi bar de la esquina preferido, con mi café, mi libro, una lapicera, el celular apagado, qué más puedo pedir. Tantas cosas podría pedir pero la verdad sería al pedo. Aparte a quién se las voy a pedir, ¿a Dios? Si el tipo existe me manda a la mierda con la cantidad de barbaridades que he dicho de él, de su madre y de todos sus santos acólitos. Bueno, que piense lo que quiera yo por mi parte pienso que si él es el responsable de todo y creó esto donde vivimos bastante subnormal es. Así que es una relación que no tiene futuro, una más y van… La verdad, me veo en la obligación de aclarar que no me he drogado en el día de la fecha, es que estoy tan bien que me pongo a discutir con alguien que no existe. Si sigo así me hago médium, total tengo tantos muertitos en el placard que a esta altura ya debe de ser un cementerio, podría empezar a practicar. Bueeeeeno, basta... Vuelvo al bar, jamás a la casita de mis viejos, lo único que me faltaría es que también aparezca Mami en este momento. Bingo. ¡Focalizá, carajo mierda! Cuando lo vi, me abataté. Me sentí la más pelotuda de todas las pelotudas con perdón de las pelotudas. Bueno, tampoco les tengo que andar pidiendo perdón, al fin y al cabo para algo son pelotudas. Entra el tipo, a cagarrrme la tarde obviamente, me ve y con la misma sonrisa sobradora de siempre, esa que te da ganas de bajarle todos los dientes y dejarlo escupiendo chocolate por una semana como mínimo (hoy estoy tan pacífica que en cualquier momento me canonizan, no estaría mal, pensándolo bien… Santa Emilia de la Cuchufla Casi Oxidada me podrían poner, y después me prenden velas y todo… ¡Bastaaaaaa!) retomo, se acerca a saludarme. “¿Qué tal, Emilia, tanto tiempo?” “Bien, Iturralde, ¿y vos?” En una ciudad como Buenos Aires, con millones de personas gracias a la Virgen de la Caramañola desconocidos, a mí sola me pasa encontrarme con mi ex psicólogo. Dentro de poco me anoto en las olimpíadas de colecciones de ex, y saco la medalla de oro. Mientras transcurrían esos diez segundos en los cuales revolvía mi cerebro tratando de producir un pensamiento coherente para continuar con esa conversación inútil, veo que por sobre los hombros de Iturralde se asoma una mina. “¿No me vas a presentar a la señorita? Mirá que le cuento a la pendeja y te revolea el pibe por la cabeza.” E inmediatamente grita como desquiciada: “¡Emiiiiiiiliaaaaaaaaa!” Sí señores, la realidad supera ampliamente a la ficción, era Olga Álvarez Zavala. Me abrazó con la exageración que sólo ella es capaz de sostener. “¿De dónde lo conocés al pelotudo este?” “Es una paciente, una ex paciente”, contestó Itu, imaginando estúpidamente que eso civilizaría a Olguita. “No te puedo cre-er, por todos los santos freudianos, Emi, de la que te salvaste, este tipo sólo te puede llevar al suicidio, no puede analizar ni a una ameba, ¡es mi ex!” “¿¡El reverendo hijo de puta con olor a pata que embarazó a la pendeja?!” “El mismo que viste y calza”, me contestó Olguita en un arranque de modernidad lingüística. “Acabamos de firmar el divorcio, lo hice mierda al forro y con la plata que le saqué ¡pensaba invitarlas a ustedes a hacer algún viajecito para festejar!” Aclaremos que mientras ella decía todo esto, el pobre Itu se iba poniendo cada vez más pálido, no habló más y se guardó su sonrisa sempiterna en el quinto forro del ojete, rogándole al mismo tiempo a Pichón Riviere que le diga qué carajo hacer. Lo vi tan poca cosa de repente, se me desdibujó tanto, que no pude dejar de sentir lástima… por mí, obviamente, por haber pensado en algún momento que ese ganso esmirriado me podía ayudar en algo. Una cae en manos de cada uno la verdad. “¿Sabés que toda su vida me hizo sangrar con los tímpanos con Silvio Rodríguez y ahora escucha a Arjona?” “Ah, no te tenía como un boludo tan importante, Itu.” “¡Le decís Ituuuu, qué fantástico! ¿Y vos qué te quedás ahí parado? ¿Qué te pensás? ¿Qué te vamos a invitar a sentarte con nosotras? Tomatelás, no te quiero ver nunca más en mi vida.” “Sí, mejor me voy a casa.” “Andá a buscar al nene a la guardería y no te olvides de limpiarle el culo mientras tu mujer hace Pilates, proyecto de Lacan; y, de paso, andate a la mismísima mierrrrda.” Se fue, por supuesto, y nosotras nos pedimos una cervezas para ir planeando el viajecito. A lo mejor, quién te dice, este es el comienzo de una gran amistad. Por lo menos, lo que gasté en terapia no fue plata perdida, algo amortizo.

93. El talentoso Sr. Ripley se fue de vacaciones ( y la Sra. también)

Es un clásico: mina que deja de trabajar, se dedica al arte. Así andan por la vida, totalmente convencidas de que son escritoras, pintoras, actrices, escultoras. Yo digo, en lugar de esculpir, ¿por qué no se juntan todas en una plaza a escupirse y crean una instalación efímera transguesora de la subjetividad? Seguro que en alguna revistita salen. Porque, a ver, todos tenemos derecho a expresar nuestros sentimientos pero de ahí a querer hacerle creer al mundo entero que sos un pichón de Picasso no reconocido hay un gran camino muchacha (entre paréntesis les pido por favor por este medio a todos los que me conocen que no me rompan más las bolas con el cigarrillo, y ya me fui de tema). No pueden dejar de sacar todo ese caudal de sentimientos encontrados que inunda su espíritu las hijas de puta, está bien, hay que sacarlo todo afuera (me tiene las bolas llenas la primavera, ¿vieron que yo también puedo ser una poeta?) pero que alguien por favor les diga que así como lo sacan lo pueden guardar otra vez en su cajón preferido y que no lastimen nuestros propios sentimientos encontrados. Todo esto viene a cuento porque si hay un lugar especial, antro recaudador de este tipo de especímenes como pocos, ése es la peluquería de mi amiga Natalia. Como María de Lourdes Maribel (a mí en su lugar y con ese nombre no me importaría terminar en naca por parricidio múltiple) que acaba de sacar su primer libro de poemas y en una gran campaña de difusión lo llevó a la peluquería para repartirlo entre las chicas. Y justo entro yo, me cago en las santas pelotas de Bécquer. Apenas crucé la puerta, me atacó; ella, sus cuarenta y tantos años, su bolso con la cara de Kitty y toda esa ropa de marca que combina para la mierda a propósito para dar onda desaliñada. Con toda la locuacidad que me caracteriza en estos casos, dije: “Gracias. Nati, vine para arreglar el tema del viajecito con Olga”. “Le hago el brushing a Mary y estoy con vos, Emi”, dijo Natalia llevando el risorio de Santorini a su máxima extensión. Cualquier día de estos se le rompe pobre. Me senté y, no pudiendo resistirme a la tentación, lo abrí. El mentado librejo se llama “El diablo y la pasión”, le habrá metido los cuernos al marido y se arrepintió, no sé. ‘Libre, como se hace para lograrlo’, empezaba el primer poema en un arranque de terrorismo sintáctico y ortográfico. No sé, nena, preguntale a Nino Bravo. Palabras repetidas ad infinitum: alma, amor, corazón, lágrima, aurora, silencio, demonio (oviusli), pasión (oviusli 2), y angustia (no puede faltar, oviusli 3). Algunas otras frases que lastimaron mis retinas (tengo que estar a la altura): ‘Necesito perderme en un marasmo de selvas translúcidas que conjuren las estrellas con las que copulan mis demonios mientras oradan con lodo mis proyectos desvencijados en mi mente desgastada por huracanes’ (la mierda por favor, esta mina agarró el diccionario, anotó todas las palabras que no entendía y las juntó); ‘Marioneta fugaz, enmudecida, desnuda y enmarañada, la génesis de tu incertidumbre es ese espejo que te lastima’ (operate la jeta y sé feliz de una vez, querida); ‘Días sin vértebras, lágrimas secas (oximoron que Borges envidiaría), cascabel de nostalgia, palabras rehogadas’ (éste evidentemente se le ocurrió mirando el programa de Narda Lepes); ‘Pesadumbre lacustre, siniestra y calva, buceo en mis entrañas pero no encuentro nada’ (bueno, se estará quedando pelada pero por lo menos no sufre de tránsito lento); ‘Espuma abandonada en el tiempo evanescente que diluye mis fantasmas perdidos en la noche devorada; la soledad aúlla en mis horas muertas, colmenas de Apocalipsis me rodean, necesito fugarme a través de laberintos de lluvia’ (pero fugate a la concha de tu abuela, la que está muertita y te aúlla todas las noches para asustarte y que te dejes de joder, por favor); ‘Me pierdo en mí misma, me busco y no me encuentro’, termina el último poema. Le voy a decir a Nati que para el cumple le compremos un GPS. Cierro el librito y escucho que Nati le dice: “Pero, no, Mary, no te tenés que hacer ese tipo de cuestionamientos.” “Es que yo estoy pero no estoy, ¿me entendés lo que te digo, Nati? Igual, yo el único cuestionamiento que me hago es el del escote del vestido”. Palabras dignas de un intelectual de pura cepa. Y bué, es lo que hay, decía mi viejo.

94. Feos, sucios, malos (bastante boludos y muy rompebolas)

Me quedé pensando en las artistas, y digo, a lo mejor, hay otra vuelta. Porque en estos días me dediqué a observar el comportamiento de algunos hombres cuando dejan de trabajar. Están los que se dedican al deporte; juegan al fútbol (golf, tenis, básquet, bolita, whatever), miran fútbol por televisión y hablan de fútbol todo el tiempo sin dejar nunca de rascarse los huevos ni de regar la casa con vasos sucios, tazas de café pegoteadas, ceniceros llenos y ropa en el piso. Igual son un poquito más tolerables que los que de repente corren maratones aunque hasta hace unos meses fumaban dos paquetes diarios y tomaban cerveza hasta en el desayuno. Desarrollan hobbies extraños, a alguno se le da por hacer un curso de vihuela aunque tenga menos oído que una lombriz, se compran una moto, se convierten en expertos enólogos y pretenden que la mujer renuncie a su vestidor para hacerse una bodega, o se les da por la cocina y se enojan cuando toda la familia no salta de alegría porque estuvieron todo el día preparando espárragos blancos atemperados con pétalos de crisantemo. También están los que se han acercado a la onda zen, lo que implica empezar a convivir con alguien que trata de imitar la cara del subnormal Claudio María Domínguez todo el tiempo, una entrada libre y gratuita a la trompada feroz. Empiezan a comer sano, dejan la harina, la fábrica de pastas se convierte en un antro de perdición y una molleja es un pasaporte al infierno. No se pierden una clase de tai chi ni por putas y suelen jactarse de poder vivir con poco dinero, eso sí, les encantan las cosas caras que compran con lo que gana la mujer. Pretenden que la casa se convierta en una especie de tienda de productos orgánicos y rompen las pelotas porque la mujer no compra mijo para condimentar la ensalada de rúcula. Porque lo cierto es que todos, absolutamente todos, tienen algo en común: rompen las pelotas sin parar. Qué carajo les pasa, me pregunto yo. Entonces, se me ocurre que lo de las minas es más meritorio, tal vez no se crean artistas con mayúsculas, tal vez sea sólo un tipo de terapia ocupacional. Una especie de “en lugar de reventarle el cerebelo de un itakazo, me pinto un cuadrito”. Viéndolo desde ese punto de vista, no está mal.

95. Desayuno con pitutos y chavetas (no serán diamantes pero algo es algo)

Siete de la mañana, ojos como huevo duro decía mi abuelo. Un día en toda la semana que puedo dormir hasta las diez, la puta madre carajo. No hay nada peor que quedarse dando vueltas, así que me levanto. Abro la heladera, nada para desayunar. Y bué, me voy a tener que bañar y bajar a tomar algo al bar de la esquina. No hay agua caliente, termotanque apagado. Me cago en la reputísima madre que lo parió a José Calorama. Como soy previsora, en algún momento pegué un cartelito en el aparato con las instrucciones para encenderlo. El cartelito dice: ‘es imposible prender este artefacto de mierda, llamalo a Ramón’. Igual, trato. No logro ni una llamita de lástima. No sé de qué me sorprendo, tengo la feromona tan por el piso que no logro encender ni un aparato. No hay manera. Intento una vez, dos, tres, a la cuarta lo cago a patadas y bajo a buscar a Ramón. “No está, Emilia, se fue a pagar unos impuestos, no vuelve hasta la tarde”, me dice la mujer.  Este Ramón es un fenómeno, es el único encargado del planeta que tiene que ir a pagar algo mínimo una vez por semana, casi siempre los viernes. Teniendo en cuenta que fuera muy posible que no lo encontrara en todo el día, decido llamar al service. “Buenos días, habla Flavia, ¿en que lo puedo ayudar?” “La.” “¿Perdón?” “La puedo.” “¿Perdón?” “Perdón, perdooón, ¿te estás confesando, nena? ¿No me escuchás la voz, querida? Soy mujer, ‘LA’ puedo ayudar, ¿entendés ahora?” “Discúlpeme, ¿en qué LA puedo ayudar?” “A ver, corazón, si llamo a un servicio de reparación de termotanque, ¿vos pensás que estoy buscando el Santo Grial? Necesito un técnico.” “¿Qué modelo es?” “¿Quién?” “El termotanque, señorita.” “No tengo la más puta idea.” “Debe figurar en el manual, señorita.” “No me digás más señorita que me vas a sacar loca. Decime, ¿quién carajo guarda los manuales? ¿Qué te pensás que soy? ¿mi abuela?” “En el aparato mismo, debe haber una chapita con el número de modelo.” “No hay ninguna chapita.” “No puede ser, fíjese bien, por favor.” “¿Vos me estás tratando de miope? Tengo el termotanque delante, no hay nada.” “Si no me dice el número de modelo no hay nada que pueda hacer por usted.” Es una lástima no poder cagar a trompadas a alguien por teléfono. Tengo un objetivo, bañarme. “Digo yo, y si me mandás al técnico, ¿él no se dará cuenta de qué modelo es?” “Espere un segundo, no me corte, voy a ver que puedo hacer por usted.” Cinco minutos escuchando a Waldo de los Ríos, son unos hijos de puta. Vuelve Flavia. “El lunes entre las ocho y las catorce el técnico pasa por su casa. ¿Direcciooón?” “Hoy es viernes, mi amorrr.” “Nuestros técnicos están todos ocupados en el día de la fecha.” “A ver si me entendés, nena, no tengo agua caliente, me quiero bañar.” “Señorita, si quiere anote el número de reclamo, el lunes entre las ocho y las catorce un técnico pasará por su domicilio.” “Encima de bañarme tres días con agua fría me tengo que quedar seis horas esperándolo, ¿vos te pensás que yo me rasco la argolla? ¿que no tengo nada para hacer más que esperar a tu técnico del orto?” Me cortó, loca de mierda. Por suerte mi ángel de la guarda me toca el timbre. (Vengo medio mal de ángeles últimamente) “¿Qué te anda pasando, Emilia? Me dijo mi mujer que me andabas buscando.” “¿Qué te pasó a vos? ¿Te dejaron plantado?” “¿Por?” “Nada, yo me entiendo, y vos también me entendés pero te hacés el boludo. No importa… Ramón, se me apagó el termotanque, ¿lo mirás, por favor?” Diez minutos mirando el aparatejo en cuestión sin pronunciar una palabra. “Ramón, hay que prenderlo, no hay que hacerle cirugía cardiovascular.” “Emilia, tenés el orificio del piloto tapado.” “Podría contestarte tantas cosas, Ramón, pero sólo te voy a preguntar si lo podés destapar.” “Sí, es una pavada, pero aparte, la termocúpula está suelta, necesitaría una virola, y ya que estamos purgamos el aire de la tubería y de paso habría que cambiar este niple que está oxidado.” “¿Cuándo aprendiste a hablar chino vos?” “Si querés te anoto lo que necesito, vas a la ferretería y en un par de horitas tenés agua caliente.” “Y bué, ya que estamos.” Y sí, Ramón es definitivamente mi ángel de la guarda. Entro al negocio en cuestión y me recibe un muchacho que tenía puesta una remera que decía: ‘Rompeme el corazón no las pelotas’. Interesante. “Hola, ¿qué necesitas?” Le entrego el papelito como si fuera muda, era bastante musculoso. “Tenés problemas con el temotanque.” “Entre otras cosas.” “Bueno, vamos a tratar de resolverte lo que podamos.” Mientras revolvía cajoncitos, me dice: “¿Sos del barrio? No te había visto nunca por acá.” “No soy asidua concurrente a ferreterías.” “Mal, muy mal, los ferreteros somos expertos en solucionar problemas.” “Ah, ¿sí? Mirá vos qué bien.” “¿Viste?”, me dice y mientras envuelve todos esos cachivaches y pitutos que me pidió Ramón en papel de diario agrega: “Te propongo algo, vos te llevás todo esto, no me pagás, y mañana a la noche, mientras comemos algo y nos tomamos una cerveza, me contás cómo te fue, si te sirvieron las cosas me pagás, si no me las devolvés y, ya que estamos, me contás tus otros problemitas a ver si puedo hacer algo.” Y bué, ya que estamos… Total que a las nueve en punto como habíamos quedado, tocó el timbre. “Ya bajo.” “No, esperá, ¿no puedo subir? Te traje algo.” Debo admitir que por un momento dudé, pasan muchas cosas, yo tengo mucha imaginación, tampoco lo conocía tanto, me vi de golpe ensartada por una llave inglesa y lo que es peor, ensartada en el lugar equivocado, qué sé yo, pero le abrí. Cuando llegó arriba y lo vi con la caja de herramientas en la mano, me cagué de risa. “¿Qué hacés, Mr Músculo?” “Pensé en traerte unas flores, pero después me decidí por algo más práctico, por ahí tenés otras cosas para arreglar en tu casa”. Bien, el muchacho empezaba bien. “Por ahora funciona todo, pero dejame pensar un cachito y enseguida te encuentro trabajo.” “Como usted mande.” Seguía bien. Todo indicaba una plácida luz verde, por fin. “Pasá así me esperás mientras me termino de arreglar.” Frase totalmente ridícula porque ya estaba cambiada, peinada y pintada como una puerta, pero una la ha escuchado tantas veces en las películas que la repite. Y el muchacho pasó y se sentó. Desde el dormitorio, mientras finjo estar arreglándome vaya una a saber qué, porque hay cosas que ya no tienen arreglo, le grito: “¿Adónde vamos?” “Donde quieras.” “Ah no, no me vas a hacer pensar a mí, vos invitaste, vos elegís.” “Si por mí fuera nos pedimos una pizza y nos quedamos.” Me pareció una buena idea. Es un clásico, si la sensación térmica reinante es muy alta, se te obnubila el cerebelo, dejás de ver las sutilezas, se te escapan las hijas de puta. Conclusión, pedimos las pizza, y hablamos de boludeces varias mientras la esperábamos, los dos haciendo como que nos importaba lo que el otro decía. Cuando voy a la cocina a buscar una cervezas, me sigue y me abraza por detrás. Yo, la seductora empedernida, salto como araña pollito. “¿Qué hacés, boludo? Me asustaste.” “Te hago el candadito del amor.” Silencio. La luz de pronto viró a amarilla. Y la vi, pero aceleré, pasé rápido, si me hacen la boleta, la discuto, si estaba amarilla, no roja. “Sabés que anda el termotanque, así que te tengo que pagar los repuestos.” “Pagame en especias, mami.” En otro momento, al escuchar la frase prostibularia por esencia, lo hubiera mandado a hacerse una enema con W40 pero… otra vez la sensación térmica... Y aparte para qué andar peleando siempre… ¿Para qué? Para que no te pasen las cosas que te pasan pedazo de pelotuda, pero no me quiero adelantar. Al pibe de la pizza no le abrimos nunca. De golpe, en medio del quilombo y el revoleo, pone voz de nene de dos años, como mucho, y me dice, “Mamita, ¿me dash la te-ti-ta?” Luz roja, luz roja, luz roja… Lareputísimamadrequeterecontramilpariócarajo, Emilia, cruzala y que sea lo que Buda quiera… Está claro que don Buda no está interesado en ganar clientes. Un abrojo resultó el ferretero. El sábado lo despaché temprano, no quería ninguna frase inoportuna más. El domingo me llama a las 8.30 de la mañana. “¿Me extrañaste?” “¿Quién habla?” “El ferretero de tu vida, cielo.” “El único motivo por el que me podés llamar a esta hora es porque te acabás de enterar que tenés una enfermedad venérea.” “Lo que más me gusta de vos es tu sentido del humor.” Le corté. A las once me volvió a llamar. “¿Querés que almorcemos juntos?” Le volví a cortar. A las dos de la tarde me tocó el timbre. No sé cuál será el santo de los ferreteros, pero me cago en él. Le abrí, algo de lo que todavía me estoy arrepintiendo. “Como juega el cuervo, pensé que podíamos mirar el partido juntos mientras tomamos unos mates y, ya que estamos, divertirnos un poco en el entretiempo.” “O sea que me vas a dedicar quince minutos, un programa de la hostia el tuyo. Pasá pero mate no te cebo ni en pedo.” Fui testigo de un espectáculo francamente desagradable. El tipo sacudía las piernas, se inclinaba sobre la tele cada vez que su equipo avanzaba, metía la cabeza entre las rodillas y gritaba “Nooooooooo”; al mismo tiempo que profesaba frases como: sos un tronco, allá allá que el cinco está libre, centro y a la olla papá, pegale de tres dedos, no le hacés un gol ni al arco iris, y otras trascendencias por el estilo. Iban perdiendo, así que del entretiempo olvidate. Por suerte, me llamó Vero. “¿Qué andás haciendo?” “Estudiando el comportamiento del homo si ganamos erectus.” “Estás con el ferretero, te lo dije.” “¿El qué me dijiste, Verónica?” “Que de lo único que ibas a poder hablar era de tornillos y arandelas y me mandaste a la mierda.” “No lo quiero para casarme.” Bueno, en realidad, para casarme no quiero a nadie, imaginate, un quilombo, ¿qué hago con los gatos? Además, los huevos también tienen vencimiento y despertarse todos los días con el mismo par en tu cama, aún cuando ya huelen a podrido, es un asquito. “Pero, ¿tenía razón o no?” “¿Cuándo te convertiste en mi mamá?” Le corté. Detesto el telodije. Total que el muchacho terminó deprimido y con ganas de que lo escuche. “Ah no, querido, ahora te vas a tu casita, hablás con tus amigos, te descargás, le prendés una vela a don Lorenzo Maza y, cuando te vuelva a funcionar el martillo neumático me avisás.” Y si te he visto no me acuerdo, pensé, me dejé engatusar por una remera que seguramente ganaste en una rifa de la Cámara Argentina de la Arandela pero no me engancho nunca más. Nunca, siempre, todo, nada, palabras que habría que erradicar del vocabulario porque una se las termina tragando. Porque lo peor que puede tener un tipo son destellos, con los que una se engaña y por culpa de los cuales cree ver fuegos artificiales y termina dándose cuenta de que es un simple chasquibúm del orto. Como me pasó al rato nomás de que se fuera cuando, estando yo en estado de estupefacción contemplando el arbolito de navidad adefesio blanco que Mami me mandó por taxi porque estaba otra vez haciendo limpieza en su casa, justo justo me llama. “Tengo la solución, en tres minutos estoy en tu casa.” Se cayó con un hacha para ayudarme a decorarlo, esos detalles me pueden. El problema es que ya que estábamos (frase que estoy repitiendo mucho últimamente, me la tengo que sacar de encima porque me esta trayendo demasiados problemas) se quedó. No digo que, por momentos, no la pasáramos bien, pero por lo general hacía agua, sobre todo y justamente hablando de la manguera. Y esas pelotudeces que tengo yo cuando me quiero hacer la educada... “¿Y si me quedo a cenar?” “Y bueno.” “Es muy tarde, me quedo a dormir, ¿no, gordi? Total mañana es feriado” “Si no roncás.” “Me levanté temprano y te fui a comprar medialunas.” “Só-lo-to-mo-ma-te.” Conclusión, inventario de la tarde: yerba alrededor del tacho de basura, cuchillos sucios en el cajón, puchos enterrados en las piedritas del gato en el balcón, revistas en el baño. Necesité salir a la calle para tomar una gran bocanada de aire y fumarme un pucho en paz. “Me voy al kiosco a comprar una revista que necesito, ya vuelvo.” “Bueno, cielo, mientras me baño.” Las palabras cielo y baño en la misma oración me dieron una puntada en el centro mismo del hígado. Unos minutos más, Emilia, me dije, volvés, y diplomáticamente le decís que se vaya porque te duele la cabeza. Ja, di-plo-má-ti-ca-men-te, otra palabra que no sé para qué carajo uso. Total que el diarero, con una sonrisa que viene practicando desde la época de Rolando Rivas taxista, me da la revista que le pido junto con una que yo desconocía, una tal Tiki Tiki. “¿Y esto qué carajo es?” “Llevaselá, Emilia, al pibe le gusta.” “¿A qué pibe?” “No te hagás la distraída que hoy pasó por acá cuando fue a la panadería. Cómo lo tenés, eh. Cuidalo, mirá que es un buen chico, laburador.” No le dije que hiciera un rollito con la Tiki Tiki y se la fumara por el orto porque estaba practicando mi diplomacia. Sólo la rompí y se la tiré en la cara. Entro al edificio, ya decidida a echarlo a la mierda, y Ramón con un papelito en la mano, me dice: “Emi, ¿me comprás estas cosas? A vos te va a hacer descuento, está como loco el bepi, una cara de contento tenía hoy a la mañana.” Me limité a mirarlo como Carrie, la de la película no la de la serie. “Tá bien, tá bien, yo decía nomás.” Cuando entré al depto todavía estaba debajo de la ducha, corro la cortina. “Pará, Emi, que no terminé.” “Qué pará ni pará, pedazo de pelotudo, qué tenés que andar por todo el barrio desparramando qué, forro.” “Es que estoy tan contento que no puedo disimularlo. Mirá lo que te digo, ya que sos profesora de inglés, ¿no está good lo nuestro?” “¿Good? Qué good, ni good; good bye salame oxidado. Salí de la ducha, y andate o te juro que te capo con el hacha que trajiste.” “No te entiendo.” “No necesito que me entiendas, tomatelás.” “¿Pero no te das cuenta que nosotros podemos volar como los pájaros?” La que voló fue su ropa, por el balcón. “Y ahora andá y decile a tu amigo Ramón que si te presta un mameluco le hacés descuento de por vida. Salí de mi vista, proyecto de pato descerebrado”, grité mientras revoleaba el hacha como Soledad el poncho. La entendió y se fue tapándose las bolitas con el papel de las medialunas que había dejado hecho un bollo sobre la mesa. Tendré que comprar los tornillos en otro lado y no confiar nunca más en Buda. Sólo espero que Vero no vuelva a decirme ‘te lo dije’.

96. R.A., Respiración Artificial.

La verdad es que la gente cuando no sabe qué carajo hacer con su vida hace cursos.  Vivimos rodeados de bodoques seudo enólogos que lo único que aprendieron es a hacer firuletes con la copa y meter la nariz adentro, de asquerosos que pretenden fabricar cerveza en su propia casa y de chefs de pacotilla que entran en éxtasis ante una hamburguesa de lenteja o un helado de bergamota ácida. Pero ahora hay que soportar algo aún peor: llegaron los fanáticos de la espiritualidad. Todos los días te cruzás con algún boludo al que le cambió la vida porque hizo un seminario donde le enseñaron a respirar. ¿Y hasta ahora qué hiciste, pedazo de nabo?, ¿viviste muerto? Bueno sí, muchos andan por la vida bastante muertitos pero esa es otra historia, como siempre. Todos se quieren encontrar consigo mismos, no sé por qué no se encierran en el baño con una Filcar y se dejan de joder. Además, para qué, yo me llego a encontrar conmigo misma y salgo rajando. El otro día nomás en la peluquería de mi amiga Natalia, dónde si no, apareció una que venía de hacer un curso de no sé qué mierda de la conciencia. “No saben chicas lo divino que es, estoy aprendiendo a concentrarme en el aquí y ahora, ¿me entienden lo que les digo? A disfrutar cada momento presente, a gozar de mi respiración.” “¡Qué bueno! Te felicito”, le contestó Nati con esa capacidad impresionante que tiene de seguirle conversaciones pedorras a todas sus clientas; ‘Mierda que gozás con poco, tu marido debe de estar contento’, pensé yo pero no le contesté para no cagarle el negocio a mi amiga. “Y medito, por supuesto, todos los días, porque la meditación es genial, te calma, te reduce el colesterol, te levanta la autoestima, el optimismo, te alivia los problemas bronquiales y además…” “Me decís que te hace crecer las tetas y te levanta el culo y me voy a la mierda”, se me escapó, sorry, juro que estoy tratando de que la cadena no se me salga, pero a veces… “No te rías, Emilia, vos tendrías que hacer algo para abrir más tus chakras”. “Yo el chakra lo tengo recontra abierto, negrita, y por suerte cada tanto alguno que otro todavía me lo quiere llenar”, oops sorry, se me escapó 2, próximamente en el cine de su barrio. “Vos no entendés, pero es absolutamente necesario purificar la mente.” ¿Y si purificás tu interior con una enema de caña Legui y cagás fuego?, pensé pero esta vez no se me escapó porque antes vi que Natalia me miraba con cara de ‘si seguís, me inyecto keratina’. Opté por, simplemente, prender un inofensivo puchito, mi pequeño truco para evitar que se me salte la térmica. “Ah, no, Emilia, perdoname, pero no te puedo permitir que contamines el ambiente con ese veneno que lo único que hace es enfermarnos el prana.” “¿Por qué no dejás que yo me ocupe de mi prana y vos te vas a visitar el de tu hermana?”, se me escapó 3, la saga. “No, Emilia, no es así. Mirá, en este lugar donde voy también dan un curso para dejar de fumar, en la cartera tengo un folleto, ya te lo estoy dando, te va a cambiar la vida te lo juro.” Por qué será que cualquier cachitrula espiritual botoxeada y lipoaspirada, con cara de necesitar urgentemente que la empernen como mínimo todos los nietos de la troupe de Martín Karadagián, se siente con derecho a decirte que tenés que cambiar tu vida, me pregunto yo. Por qué será que cualquier paspado se cree superior sólo porque leyó tres hojitas de la biografía de Krishnamurti, plantó dos cañitas de bambú en la puerta de su casa y desayuna alpiste, me pregunto yo. Por qué, ya que son tan felices respirando, todos estos cara de bragueta triste no se juntan a hacerlo acompasadamente en un ambiente cerrado hasta que se les termine el oxígeno, me pregunto yo. Me parece que en vez de preguntarme tantas boludeces, vengo a cortarme el pelo otro día y listo, ¿no?

97. Feliz domingo para todos.

“Me duele la muela, hijita.” “Y, ¿qué querés que haga, Mami, que sufra con vos por teléfono?’ “Siempre la misma vos”, me dijo y me cortó. Eran las cuatro de la mañana. No tiene paz, esta mina, no tiene paz. Me desvelé, parece mentira pero a esta altura del partido, Mami todavía tiene la capacidad de desvelarme y, lo que es peor, creo que no la va a perder nunca. Total que prendí la tele y justo enganché un par de capítulos de Six Feet Under, excelente programa para calmar mis cucarachas estomacales y después dormir tranquila para despertar descansada a las dos de la tarde y así olvidarme de que era sábado a la noche y de que nunca me había sacado el pijama que me había puesto el viernes a la tarde cuando volví de dar clases y me duché para liberarme de la pelotudez que traía encima. Y ya estoy escribiendo frases de seis líneas con sólo una coma, vamos mal… Continúo… Sin embargo, no pude dormir hasta la hora que se me cantó el orto porque a las ocho y media de la mañana me toca el timbre Mami, a quien ya su dolor molar la había abandonado y entraba fresca y campante a mi humilde morada con un ramito de olivo recién bendecido. La recibí con todo el cariño que mi cara pudo demostrar. Yo no sé dónde carajo estaba esta mina en su juventud. ¿No escuchaba a los Beatles? ¿No le correspondería por edad tener amigos hippies? Qué sé yo, me desconcierta. Igual tampoco le voy a andar preguntando mucho sobre su juventud, a ver si todavía me cuenta. Además, no sé qué es peor; nada más insoportable que un sexagenario cantando Rasguña las piedras todo el día y diciendo pelotudeces como ‘seamos realistas, pidamos lo imposible’ a cada rato. “No me digas que todavía estabas durmiendo con este día divino.” “No, mamá, estoy estudiando teatro y ensayaba cómo hacerme la muerta.” “¿Te anotaste en un taller de teatro? Tené cuidado, mirá que en ese ambiente corre mucha droga.” No escucha, la tipa no escucha, y así anda por la vida cagándose en todo lo que una dice. Y lo bien qué hace, pensándolo bien. Yo tendría que aprender un poquito de ella y… ¿qué-es-toy-di-cien-do? Emilia, controlate que a lo de Iturralde ya no podés volver, por favor… “Mirá lo que te traje para que te proteja, colgalo atrás de la puerta”, me dice sacudiendo el ramito. Yo para que me proteja hubiera preferido al hermano mellizo de Terminator o, en su defecto, que me trajera un frasco de aceitunas para el desayuno, pero bué, hay que conformarse con lo que hay. Podrida estoy de conformarme con lo que hay, tengo que hacer algo, el problema es que no sé qué carajo, basta, no puedo seguir divagando porque la imagen de Mami con el olivo colma mi cerebelo. “¿Sabés que estaba pensando?” Cagamos, encima piensa… “Que me podrías dar la llave de tu departamento, así cuando vengo temprano no te despierto.” Danger, danger, reprimite, Emilia, no podés sostener esta conversación antes de tomar mate… “Después vemos, mamá.” “¿Después de qué? ¿Qué tenemos que ver? Mirá si alguna vez te pasa algo, como a las viejas esas de la Recoleta, que cuando las encontraron ya hacía dos meses que estaban muertas.” “Qué lindo lo que me contás, mamá. Igual, no te preocupes, Vero tiene llave y vive a cinco cuadras así que cuando el olor le llegue hasta su casa viene con la bolsa de plástico.” “Ah, ella tiene llave y yo no, qué bonito.” De cada dos cucharadas de yerba que trataba de meter en el mate, una iba afuera, ya había logrado que me temblaran las manos, y recién eran las ocho cuarenta. Como no le contesté, se llamó a silencio por exactamente treinta segundos. “¿Qué hacemos hoy a la tarde?” La idea de pasar el día con Mami hizo que me inundara un deseo irrefrenable de pedir asilo político en una escuela de monjas. “Yo me tengo que quedar en casa a releer todo Shakespeare para preparar las clases para la semana, no puedo ir a ningún lado.” “A vos los libros te han cagado la vida, hijita, disculpame que te lo diga de esta manera.” “Sí, los libros, seguro, ¿vos sos tapa dura o tapa blanda?” “Ay, mirá, esos chistes fáciles y estúpidos dejalos para tus amigas.” Es de mármol la tipa, que la parió. “Bueno, está bien, no importa, no importa, ¿viste que viene semana santa?” Me la vi venir, bah no sé de qué me jacto, lo vería venir hasta Andrea Bocelli. “Ya organicé el almuerzo de Pascuas en casa con Mecha y sus hijos.” Si Cristo viviera, se auto crucificaría para no escucharla más. “Ellos son tan divinos y Jorgito te quiere tanto, tendrías que prestarle más atención a ese muchacho.” Listo, tanto va el cántaro a la fuente. “¿Sabés qué estaba pensando yo, Mami querida? Que vos tendrías que hacer un viaje.” “¿Ah, sí?” “Sí, a España, el otro día leí en Internet que hay un pueblo, que no sé bien dónde está, lo voy a buscar y si no existe te lo invento que se llama La concha de la lora, ¿por qué no te pegás una vuelta por ahí?” “Siempre la misma vos”, dijo y esta vez no me cortó pero se fue. A Zeus gracias. Claro, yo ya estaba desvelada… again. 

98. De cómo el discreto encanto de la burguesía a veces se va al carajo.

Mi amiga Luisiana, ese monumento a la familia feliz y numerosa, se mudó hace poco a un country del orto en la loma del ídem. No entiendo a la gente que se va a vivir a un barrio cerrado buscando tranquilidad, como si eso te lo fuera a dar un alambre. Aparte si igual terminan desayunando clonazepam compuesto, a quién quieren engañar. A mí, la sola idea de tener que subirme al auto cada vez que necesito un puto paquete de cigarrillos me altera el sistema nervioso central, que demás está decir ya bastante alterado lo tengo. Total que el sábado me llamó y me dijo: “Si no me vienen a ver, me voy yo para tu casa con los chicos.” Ante tamaña amenaza a la humanidad, decidimos ir a conocer el tupper en el que se había metido nuestra amiga. Por las dudas pasé por el kiosco antes. “¿Te fijaste cómo llegar, Vero?” “No, pero es facilísimo, yo sé ir, te voy indicando.” Por supuesto que nos pasamos de bajada en la autopista, hubo que retomar, pagar otro peaje of cors; una vez que logramos enganchar la salida, seguimos por un caminito que no era empedrado ni asfaltado ni de tierra ni de adoquines ni de una reverendísima garcha, llegamos a la loma del ojete y doblamos, hicimos cinco kilómetros más y estuvimos a las puertas del antro de bienestar y beatitud. El señor de seguridad, lo más parecido a una cara de culo de mandril con hemorroides que vi en mi vida, nos miró mal o, mejor dicho, miró mal a mi batata feroz o, mejor dicho, más que mal, con cara de estar oliendo mierda, decía mi abuelo. No hay nada que me caiga peor que un pelagatos pulguiento que se comporta como un magnate petrolero porque trabaja para ricos. Alcahuetes, chupaculos repugnantes, se merecerían… pero no me quiero ir de tema porque igual logramos entrar a pesar de no haber llevado el certificado de la BCG. Por las santas pelotas de Barrabás, qué lugar creepy… Las casas son todas casi iguales, los pajaritos cantan, las viejas se levantan y salen a andar en carritos de golf, los pibes andan en bicicleta por el medio de la calle y los padres contentos porque los están ‘criando libres’ y no se dan cuenta de que lo que están criando son generaciones de pelotudos a cuadros que no tienen idea de lo que es un semáforo, el único espacio en el que florece un pensamiento ahí es en esos canteros prolijos espeluznantes del orto. A ver, un lugar en el que no se puede tocar bocina es un hospital no un lugar para vivir. Pero lo peor estaba todavía por llegar. Luisiana sale a recibirnos vestida con una especie de jogging celeste bebé indescriptible, zapatillas, nuevo corte de pelo carré prolijísimo y en brazos un chihuahua con collar de strass, remerita leopardo y botitas color rosa al que hasta le sacó una cuenta en Facebook; y, con una sonrisa a medio camino entre la de Maru Bottana y la de Claudio María Domínguez, dice: “Saludá a las tías, Simón.” “Emilia, algo tenemos que hacer”, me dijo mi amiga gps antes de bajar del auto. “Sí, Vero, irnos a la mierda, es irrecuperable.” “Mejor entramos.” “Ok.” Nos mostró toda la casa y después nos invitó a pasar a la cocina a tomar el té. “Vamos a estar más tranquilas, hice un budín de limón que me salió riquísimo y así aprovechamos que los chicos andan por ahí para chusmetear un poco, acá no los tenés que controlar tanto, viste, hacen lo que quieren.” Siempre hicieron lo que se les cantó el culo estos pendejos, pensé pero no dije, no fuera a ser cosa que Norman Bates despertara de su siesta. “¿Y tu marido?”, preguntó Vero. También debe de andar por ahí haciendo lo que se le canta el culo, pensé pero otra vez me callé, para qué hablar si estaba Luisiana con tantas ganas de expresarse. “Ni me hablés de ese tipo, ¿sabés lo que me hizo la otra noche? Me tiró el Fernet, no se le hace eso a la mujer con la que estás desde hace tantos años, ¿o no?” Cri cri cri cri cri cri… “Igual no sé por dónde anda, se fue otra vez de viaje por la empresa… tanto avión que se cae en el momento equivocado digo yo.” Cri cri cri cri cri cri… al cuadrado. “No vayan a llevarse una mala impresión, eh, yo no me quiero separar, ni loca, mucho laburo, los pibes, un quilombo, yo sólo quiero enviudar, es más digno, te juro que lo lloro y todo.” Miré alrededor y como no la vi, tenía ganas de preguntarle dónde había dejado la olla en la que estaba hirviendo el conejito. “Lu, no sé cómo decirte esto, pero me parece que vos no estás bien”, dijo Vero con la delicadeza que ameritaba la situación. “¡Cómo voy a estar bien si acabo de matar una cucaracha en el baño! Encima la hija de puta se me encocoritó, se infló, ¿vos podés creer que me hizo frente? Me amenazó la conchuda.” Cri cri cri cri cri cri… a la enésima potencia… “¿Saben qué me voy a hacer? Las tetas, miren lo que tengo, dos chupetes que me llegan a la cintura de tanto que me las han chupado, una vida sin tetas es una vida que no merece vivirse, chicas.” Justo antes de que el grillo explotara, entró la nena adolescente. “Mamá, ¿dónde están las zapatillas negras?” “No tengo la menor idea, mi amor, ya quedamos en que vos te tenés que empezar a hacer cargo de tus cosas.” “¿Y vos que vas a hacer? No te quiero dejar sin tareas para que no te aburras.” Nunca imaginé que Evangelina Salazar se pudiera transformar en Chucky con tanta rapidez. “Mirá, pendeja maleducada, en primer lugar saludá a mis amigas como corresponde y, en segundo lugar, me volvés a contestar y te estampo los dientes contras la pared, ¿me entendiste?” A su favor, recordemos que Luisiana tiene cinco hijos, hace cheesecake casero, planta orégano y albahaca en una maceta, se mudó hace poco a un country, toma clases de tenis con el profesor del ídem y está casada con el príncipe encantador del subdesarrollo al que cada vez que le preguntás cómo está te contesta ‘quemado’ y se cree importante. Así, no hay cuerpo que aguante. “Me tienen harrrrrta, podriiiiida, hace catorce años que lo único que hago es limpiar mocos y culos cagados, ¿qué carajo se piensan que soy yo? A ver, Emilia, decime, vos seguro tenés forros en la cartera, ¿no es cierto? ¿Sabés qué tengo yo? Termómetro, Ibupirac, curitas y la receta de una torta de cumpleaños con forma de Transformer. Me estoy ahogaaaando, me estoy ahogaaaando, me estoy ahogaaaando…”, repetía al mismo tiempo que se balanceaba de manera peligrosa, onda Rainman, y se largaba a llorar a moco tendido. “Tranquilizate, Luisi,” alcanzó a decir Vero mientras yo trataba de abrazarla, con todo el espíritu de guardavidas que pude encontrar en mi ser. “No me puedo tranquilizar, a estos pendejos, que les juro que los amo con toda mi alma, un día de estos los prendo fuego, un día de estos les voy a dar tantas patadas que les voy a dejar el culo como mandril. ¿Saben lo que les dije el otro día? No me hablen más, esto que ven no es mamá, es un holograma, mamá se fue a Jamaica con un negro y no piensa volver por un tiempo, estoy loca, desquiciada, soy la peor madre del universoooo.” “No, Luisi, no es así”, alcanzó a decir Vero. “Siiiiií es así, no me contradigan, lo único que necesito es que me digan a todo que siiiiií”, y lloraba y lloraba, se terminó todo el rollo de cocina. Nosotras, ante tamaño pedido de que la tratáramos como una loca y viendo cómo su cara pasaba de ser la imitación perfecta de Jack Nicholson en El resplandor a la de Andrea del Boca en Celeste, siempre Celeste, nos limitamos a respirar hondo y a escucharla en un respetuoso silencio. “Y al marido perfecto con el que me casé que no puede parar de irse de viaje, a ese turro que me dice ‘bueeeeno, pero estoy trabajando’, la puta que lo parió, como si yo me estuviera rascando la quetejedi todo el día, qué se piensa, la diferencia es que el termina su jornada laboral y está en la Quinta Avenida y yo me tengo que conformar con salir a pasear por el medio del culo del mundo y con mirar los putos bichitos de luz, a ese hijo de puta lo voy a cagar, les juro, tan cagado. Miren lo que tengo acá”, dijo y nos mostró un número de teléfono anotado en una servilleta de papel con dibujitos de granitos de café que sacó de adentro de una lata de pimentón español. “Ajá”, dijimos al unísono. “Es el número de Gabriel.” “¿Qué Gabriel?”, parecíamos Nu y Eve. “Gabriel González, ¿no se acuerdan?” Al ver nuestra cara de no tener la menor idea, gritó con una sonrisa, “Chicas, mi novio de la secundaria, lo encontré por Facebook.” Por las santas pelotas de Marquitos Zuckerberg, a cuánta gente más le va a cagar la vida este pendejo, nadie se da cuenta de que es al pedo tratar de enganchar gente por ahí, quién va a poner entre sus intereses que es fanático de los Wachiturros o que su máxima fantasía es casarse con la Tigresa del Oriente y hacer un trío con Wendy Sulca, por favor. De tanto comer lechuga para no engordar se han olvidado de cómo se pela una chaucha, entonces se ponen nostalgiosas, vuelven al pasado a reencontrarse con sus amores, my Zeus. “Por ahora estamos rescatando algo tierno de la infancia, pero les aseguro que esta vez si me tengo que tirar un tirito me lo tiro.” Mientras que no sea en la cabeza, pensé yo pero no dije porque no quise dar ideas. Bueno, en realidad como decía mi abuela, peor es nada, qué sé yo, si le hace bien, yo no puedo pensar en mi amor adolescente sin vomitar y que me agarre un deseo irrefrenable de irme a vivir a Tanzania… Siempre la exageración, Emilia, si al final no te vas ni a Villa Caraza, dejate de joder.

99. Mujer soltera busca 2 (y, aunque no busque, la encuentran carajo mierda)

Qué costumbre de mierda que tenemos las minas de olvidarnos de lo que nos pasó. Ya sé que la memoria es selectiva, que una no se acuerda de lo que no le conviene decía mi abuela, que a veces una así se protege pero, la verdad… qué sé yo, la verdad no existe. No aprendemos nunca, somos tartamudas psicológicas, amnésicas emocionales, con el tiempo un recuerdo del orto se convierte como por obra y gracia del espíritu santo en un pimpollo de rosa. Ojo, sólo estoy usando una convención, a mí en general todas las flores me parecen una garcha. No hay nada peor que venga un tipo a hacerse el caballero con un ramo de rosas; no, sí, hay algo peor, que llegues a la casa y te reciba escuchando a Luis Miguel, me revienta que se hagan los románticos. En realidad, hay muchas otras cosas peores pero bueno no me quiero ir de tema, algo que como ya a esta altura todos saben, me resulta absolutamente imposible. Siempre me termino yendo al carajo, yo no sé por qué, debe de ser porque de chica… y daaale. Total, que estoy sola en casa, tranquila, leyendo con mis gatos (no, todavía no llegué al punto de creer que mis gatos leen conmigo, ni le leo cuentos a mis gatos, aunque a veces les hablo, también cada tanto los puteo… focalizaaá boluuuda focalizaaá)… bueno que ahí estoy, fumándome un puchito, tomando unos mates, cuando suena el teléfono. “Hola, Emilia, ¿te acordás de mí?” Otra costumbre de mierda que tiene la gente: pretender que una los reconozca por la voz, son todos pichones de Sinatra; a ver, no es tan difícil decir ‘Soy tal y cual…’, por favor. Yo para que no se enojen (porque se molestan si no te das cuenta de quién carajo son los hijos de puta) he llegado a sostener conversaciones telefónicas absolutamente vacías sin nunca saber con quién. Por ejemplo: ‘Hola, ¿cómo estás?’ ‘Bien, ¿y vos?’ ‘No me puedo quejar, el laburo bien y la familia también.’ ‘Qué suerte.’ ‘¿Y vos cómo andás con las clases?’ ‘Siempre más o menos igual, justamente ahora estoy entrando a una, disculpame pero tengo que cortar.’ ‘Bueno, hablamos en otro momento, saludos a tu mamá.’ ‘Gracias, chau.’ Listo, quo vadis, vaffanculo. En realidad, quo vadis quiere decir adónde vas, mirá si te lo voy a andar contando a vos que no te conozco, si ni yo tengo la más reputísima noción de adónde voy... Mamita, cómo estamos hoy... Ahora que lo pienso, también me ha sucedido de sostener este tipo de conversaciones con gente con la que me he encontrado cara a cara en la calle, ¿me tendré que hacer ver? Sí, Emilia, pero no por eso, son tantos los motivos que para qué, mejor lo dejamos ahí. ¿Dónde estaba? Ah, sí, el muchacho de la voz intrascendente. Yo sé que estamos en una época en la que hay que mejorar la dinámica humana, la comunicación con los demás, disminuir el estrés y mejorar la calidad de vida, pero como me cago en todo eso, le contesté, “No tengo la más puta idea.” “Soy Julián”. “¿Weich?” “Jajaja, no, el amigo del primo de Vero, hace un tiempo tuvimos un encuentro.” No entiendo de qué se ríe la gente, me pasa mucho en el cine eso, cuando todos se descostillan a mí no se me mueve un músculo y cuando… ¡Basta! Leve, remotísima idea... “Aquella vez, nos pusimos un poco nerviosos, no terminamos muy bien.” Ahora sí, con ese dato te re ubico, bombón, porque a mí no me pasa nunca de ponerme nerviosa con un ñato. “Y entonces pensé que, a lo mejor, si tenés ganás, podríamos volver a intentarlo.” Segundas partes nunca fueron buenas, dice el refrán, pero, vamos, que el período de sequía es más que importante, así que quedamos en que me pasaba a buscar el sábado. Por las dudas, la llamé a Vero. “¿Un amigo de mi primo? ¿De cuál primo?” Listo, para qué insistir, lo veré cuando lo vea, dejémonos sorprender, me dije en un rapto de notable, ilustre y prestigiosa pelotudez. Por otra parte, como en la reputísima vida de Mahoma a mí me va a pasar algo que corra mínimamente por los carriles de lo que la sociedad llama normalidad, un día antes del encuentro, me agarra la lluvia totalmente desprevenida, me empapo, sin un mínimo disfrute de por medio, y al otro día despierto llena de mocos y con una voz de camionero con la que no podía seducir ni a un tatú carreta. Llamo a mi asesora farmacológica. “Hola, Nachalia, shoy Emilia.” “¿Quién? Vos no sos mi amiga, nene, ¿por qué no te vas a hacerle bromas a tu tatarabuela?” Somos todas un encanto. “Shí, shoy yo, toy desfiada.” “¡Estás hecha percha, nena!” “Pod esho te shamo, tengo que salid con un pibe, ¿me podésh ayudad?” “Ya salgo para allá.” Viene a casa, me hace tomar un cocktail de no sé cuántos sobrecitos y pastillas efervescentes y un té con miel y alcohol, receta de su padre que, según ella, no falla nunca. Conclusión, en un par de horitas estaba hecha una reina. Un poquito acelerada, eso sí. Convengamos en que a mi lado Maradona en el mundial de Estados Unidos hubiera parecido una tortuga. Me arreglé y esperé. Cuando bajé, y le vi la cara, por las santas pelotas de  Funes el memorioso, cómo me pude olvidar del campeón de la salsa pomodoro y el cine coreano. Me vino todo junto a la cabeza y me quise amasijar. Pero ya era tarde. Qué iba a hacer, ya lo tenía ahí adelante. Dar media vuelta y subir por donde había bajado era una buena opción que en ese momento, dada la cantidad de droga lícita que tenía en mi cuerpo, no contemplé. El pibe cuyo nombre no recordaba seguía teniendo la misma cara de bragueta triste y semi boludo de antaño, adornada ahora por una ridícula barba candado. Me esperaba sentado en los escalones de la entrada, el morral de cuero sobre las rodillas. Qué lindo detalle. Que cómo estás, que qué bien, que qué suerte, que pensé que nos podíamos dar una segunda oportunidad, que todas las mismas pelotudeces que se dicen en esos casos en los que nadie sabe qué carajo decir. El tema era que, si bien cuando me vio se paró para saludarme, después se volvió a sentar, y no se levantó más. Yo no entiendo, se querría hacer el romántico, pero que alguien por favor me explique dónde mierda puedo yo encontrar romanticismo si se me enfría el culo en el cerámico. Encima no paraba de hablar y de gesticular exageradamente, y a mí me pone nerviosa la gente que no puede dejar las manos quietas, porque si no las va a poner donde las tiene que poner que se las meta en el bolsillo, o en el culo, o en su bolso posmoderno pero que no me las mueva delante de la cara porque además tengo mucha efedrina en mi organismo y en cualquier momento se las muerdo, no sé si me entendés. “Mirá lo que te traje”. Abre el puto morral y saca un cd, ‘Canciones para andar en bicicleta’. “Decime que trabajás para la municipalidad y te sobró de la última campaña que hicieron para promocionar las bicisendas, no que lo compraste pensando en mí, por favor.” “Siempre la misma chistosa vos, está buenísimo.” “Sí, me imagino, pero bicicleta yo no tengo viste.” “Lo podés escuchar en tu casa, tontona (juro que dijo tontona y no se puso colorado el hijo de puta), te ayuda a despejarte. ¿A vos no te gusta poner la mente en blanco cada tanto?’ “¿Para ir ensayando cómo se siente estar muerta? No, gracias.” “Qué loca que sos. ¿Y qué estás haciendo últimamente, Emilia?” Ando aceptando invitaciones de pelotudos que no recuerdo e inconcientemente buscando motivos para clavarme la treinta y ocho en el paladar blando, fue lo primero que me vino a la cabeza pero, tratando de controlarme, contesté: “Lo de siempre, más o menos.” “¿Y no estás haciendo ningún curso?” Están raros, los tipos están muy raros. Yo tenía hambre; a remar, mi amor, vamos a remar, mi amor. “No, la verdad que no.” “Yo estoy haciendo uno de griego antiguo.” I-rre-mon-ta-ble, surrealismo puro, misterio del universo, por qué carajo un tipo te invita a salir si lo único que te puede meter en la cuchufla es una bolsa de rolito me pregunto yo. “Yo preferiría ir a la guerra de almohadas en Palermo.” “¡No me digas que fuiste a la última! ¿Viste que buena estuvo? Qué lástima que no nos pusimos de acuerdo, podríamos haber ido juntos.” Too much. “A ver, Ju-lián, me está dando un poquito de frío, ¿vamos a ir a comer? ¿cuál es tu plan?” Le pregunté fantaseando ilusamente que me dijera ‘subir a calentarte negra, te gustó la jodita que te hice’; parece que todavía creyera en los reyes magos yo. “Justamente, quería invitarte a comer a un restaurante nuevo que hay acá cerca, orgánico, y después si tenés ganas podemos ir a un recital de música peruana que da un amigo mío.” “No, no, no, no, en primer lugar yo necesito carne, sobre todo en este momento; en segundo lugar, lo más cerca que pensé estar de la música peruana esta noche era soplándote la quena, mi amor, ¿qué me estás diciendo? ¿para qué carajo me llamaste?” “Te llamé porque pensé que tal vez aquella noche estabas nerviosa y que no eras así, pero veo que me equivoqué, ¿y vos por qué aceptaste?” “Pero de qué te la das, vos me invitaste porque hace mucho que no le das de comer a tu amigo y si seguís así se te va a morir famélico, bodoque culoroto, y yo acepté porque no tenía la más puta idea de quién eras, nabo de cuarta, porque si me llego a acordaaaarrrr…’ Me interrumpió, no me dejó terminar la frase, y yo enfedrinada hasta la médula… “Bueno bueno, yo estoy en una etapa en la que trato de no confrontar así que Emilia vamos adonde vos quieras y después vemos.” “Pero si vos ves menos que Andrea Bocceli, ameba con patas, ¿por qué no te vas a cagar a la Isla de Pascua y de paso te conseguís un par de huevos? Antes de seguir conversando con vos, me voy a mirar la transmisión del rally mundial de burros para consolarme a ver si por lo menos puedo pispear un pito que valga la pena en esta puta ciudad todo se incendia y se va y ya me hiciste ir al carajo no sé ni lo que digo; andá a hacerte una enema de Cachamai y después cagá jugo de pasto orgánico, pelotudo.” Y sí, ya todos saben que cuando se me sale la cadena, de mi boca sólo salen pétalos de rosa. Me di vuelta y finalmente subí por donde había bajado. La puta madre, ya no paso ni de la puerta, vamos cada vez peor.

100: …

No me llevo bien con los pájaros así que prefiero cien volando a tener uno en la mano y correr el riesgo de que me cague. Ladrón que roba a ladrón merece que lo metan en una pieza de dos por dos con el otro y se arreglen. Ser un cien-pies me encantaría, sólo para tener cincuenta pares de zapatos. Ciento por ciento, vaya Alá a saber qué. Hay males que sí duran cien años o más, lo que pasa es que como nos morimos antes no nos enteramos. Cien veces no debo, o sí, qué sé yo. Total que ya van cien. Me han dejado, me han roto las pelotas; hice terapia, dejé, volví y volví a dejar y el marote bien gracias; pensé sobre el famoso amor, hice cursos de filosofía y de otras yerbas también; visité brujas y hasta me tenté leyendo el horóscopo; soporté cuernos, propios y ajenos; me enfermé, me curé; salí con señores mayores, también con pendejos; fui a la playa más de una vez y se me soltó la cadena muchas más; empecé a ir a la peluquería y seguí; me hice la boluda, salí como una reina y también rota y mal parada; terminé definitivamente con uno, me entusiasmé con el fútbol y me llenaron el arco de goles; tomé vino, cerveza, daikiris y alguna que otra cosita también, fumé, sí fumo, ¿y?; sufrí a Mami, casi tanto como la peleé y la abracé; tuve pensionistas que me vaciaron la heladera y por suerte no me llenaron la cocina; laburé, conocí gente, escuché un millón de pelotudeces y dije otras tantas. Cien. Una porquería exquisita.

Y así quedó La Emilia, escrita entre los años 2008 y 2010, inconclusa, como no podía ser de otra manera…