Había sido su único amigo en la adolescencia. Lucía daba por sentado que alguna vez serían novios, aunque él le contaba de las chicas con las que salía. Ella escuchaba, segura de que la reservaba para algo más importante. Esperando, imaginando la casa que podrían comprar, con por lo menos dos chicos, en lo posible varones, jugando en el patio y cerca de la casa de la mamá para que pudiera ayudarla. Cuando terminaron el secundario, la novia de ese momento quedó embarazada, Gustavo se casó, y Lucía entró al convento. A los dos años se separó pero para cuando ella se enteró ya estaba otra vez en pareja, entonces siguió en el convento.
-Me van a tener que disculpar che, pero sólo vine a saludar diez minutos nada más, Vero está fatal. Me tengo que ir.
-Yo también me voy – dijo Lucía.
-Te llevo. ¿Vas de vuelta al cole, no?
-Sí.
Salieron del bar y, mientras caminaban hasta el estacionamiento Gustavo, en un acto reflejo, le puso la mano en el hombro como cuando era chicos. Lucía no se daba cuenta, pero ya había tomado la decisión.
En el viaje, le contó de su primera esposa, de su segunda mujer, de los hijos que había tenido con aquélla y de los que ésta quería tener y a los que él no se podía negar. Él habló, como siempre; y ella escuchó, también como siempre.
Cuando faltaban un par de cuadras para llegar, Lucía le pidió que se detuviera.
-Te quiero pedir un favor.
-Sí, Lu, lo que quieras.
-Un beso.
Silencio.
-Nunca me besó un hombre y quiero saber lo que se siente. Y me parece que si no lo hago hoy, con vos y con la cerveza que tomé, no lo hago más.
Él no dijo nada y le dio un piquito.
-No, no, beso, beso, Gustavo, como a las demás.
Sintieron miedo, cada uno de sí mismo, pero la curiosidad de ambos fue demasiado fuerte como para no intentar conocerse más. Resorte escondido, broma de Dios, código no escrito, entrelíneas pendiente; Lucía no supo ni le interesó definirlo. La naturalidad con la que un cuerpo virgen y aún firme de treinta y ocho años puede llegar a entregarse sorprendió gratamente a Lucía. Era él el que había decidido profanarse, ella sólo no intentó detenerlo. El estallido no dejó lugar para las palabras. Como si nada hubiera sucedido, antes de bajar dijo:
-Suerte en el parto de tu mujer. Voy a rezar para que todo salga bien.
Él apenas pudo asentir con la cabeza.
-¿Cuánto hace de esto, Gustavo?
-Seis meses; te juro que no sé qué hacer, Néstor. A mí nunca me gustó Lucía, vos lo sabés bien, pero no puedo zafar, te juro. Al principio fue la novedad, justo Vero estaba por parir, yo me sentía muy desplazado, entendés, pasando por un mal momento…
-Pero pará, ¿cuántos malos momentos pensás tener en tu vida vos?
-Bueno, che, todos tenemos un muerto en el placard.
-Vos ya te juntaste un cementerio, negro, no me verseés más, si yo te entiendo, ¿quién no se hizo el bocho con hacerle el favor a una monjita alguna vez? ¿Te acordás de la que nos daba religión en tercer año? Es más, te aplaudo.
-La verdad, entre nosotros, no sabés lo buena que está.
-Tampoco me hagás la cabeza.
-Y no te imaginás lo que lee, hasta se las arregla para sacar películas y copia todo, es una maestra.
-Y dale, ¿qué querés? ¿Que explote?
-El tema es que ya fue, me la quiero sacar de encima, pero tengo miedo que le cuente todo a Vero. Un poco pirucha está, mirá el mail que me mandó hoy.
-A la mierda, voy a terminar pidiéndote que me la prestes un rato…. No me mirés así, es un chiste… Qué sé yo, si no te cierra más la historia cortala y listo…. ¿Usa ligas?
-Algunas veces y otras….
-Basta, basta, no me contés más. No me quiero ni enterar. Igual la cortaría, viste. Pensá en Vero, en los chicos….
-Qué sé yo, por otro lado….
-Uy, parecés una mina con tantas vueltas. Me cansaste. – Y, como en confesión, agregó, - No sabés cómo me gustan las ligas.
Esa noche, Gustavo no sabía qué hacer. Aunque estaba casi seguro de que no iba a aceptar, no podía dejar de proponérselo. Lucía lo escuchó sin esquivar nunca la mirada y sin emitir un solo sonido. Él no sabía cómo interpretar su cara.
-¿Y? ¿Qué hago? ¿Lo llamo para que venga o no?
El silencio lo confundía. Lucía se sumergió en sospechas. Hasta que sintió que la rueda era imparable y, en un acto desinteresado de egoísmo, aceptó.
Superados los lógicos nervios iniciales, entre risas desordenadas, miradas revueltas y palabras enredadas que los aturdieron, definieron, serenaron y extraviaron, los tres murieron y resucitaron varias veces esa noche. Fue una maratón de infieles, inexpertos y benévolos rezos.
Unas horas después, volvió el silencio. Los tres boca arriba, ella al medio, admirándose en el espejo. Gustavo jugueteó unos minutos con los botones de las luces, después se levantó y empezó a vestirse.
-¿Ya nos tenemos que ir?- preguntó Lucía.
-Sí, es tarde.
-Pero es muy temprano para que sea tan tarde.
-Yo mañana me tengo que levantar a las seis.
-Yo no, me puedo quedar otro rato si querés – intervino Néstor.
-Buenísimo – se entusiasmó Lucía.
Fue la última vez que vio a Gustavo, pero no lloró.
Néstor la definió como el cigarrillo, siempre la estaba dejando.
A la próxima reunión de ex alumnos no fue ninguno de los tres.
-Me van a tener que disculpar che, pero sólo vine a saludar diez minutos nada más, Vero está fatal. Me tengo que ir.
-Yo también me voy – dijo Lucía.
-Te llevo. ¿Vas de vuelta al cole, no?
-Sí.
Salieron del bar y, mientras caminaban hasta el estacionamiento Gustavo, en un acto reflejo, le puso la mano en el hombro como cuando era chicos. Lucía no se daba cuenta, pero ya había tomado la decisión.
En el viaje, le contó de su primera esposa, de su segunda mujer, de los hijos que había tenido con aquélla y de los que ésta quería tener y a los que él no se podía negar. Él habló, como siempre; y ella escuchó, también como siempre.
Cuando faltaban un par de cuadras para llegar, Lucía le pidió que se detuviera.
-Te quiero pedir un favor.
-Sí, Lu, lo que quieras.
-Un beso.
Silencio.
-Nunca me besó un hombre y quiero saber lo que se siente. Y me parece que si no lo hago hoy, con vos y con la cerveza que tomé, no lo hago más.
Él no dijo nada y le dio un piquito.
-No, no, beso, beso, Gustavo, como a las demás.
Sintieron miedo, cada uno de sí mismo, pero la curiosidad de ambos fue demasiado fuerte como para no intentar conocerse más. Resorte escondido, broma de Dios, código no escrito, entrelíneas pendiente; Lucía no supo ni le interesó definirlo. La naturalidad con la que un cuerpo virgen y aún firme de treinta y ocho años puede llegar a entregarse sorprendió gratamente a Lucía. Era él el que había decidido profanarse, ella sólo no intentó detenerlo. El estallido no dejó lugar para las palabras. Como si nada hubiera sucedido, antes de bajar dijo:
-Suerte en el parto de tu mujer. Voy a rezar para que todo salga bien.
Él apenas pudo asentir con la cabeza.
-¿Cuánto hace de esto, Gustavo?
-Seis meses; te juro que no sé qué hacer, Néstor. A mí nunca me gustó Lucía, vos lo sabés bien, pero no puedo zafar, te juro. Al principio fue la novedad, justo Vero estaba por parir, yo me sentía muy desplazado, entendés, pasando por un mal momento…
-Pero pará, ¿cuántos malos momentos pensás tener en tu vida vos?
-Bueno, che, todos tenemos un muerto en el placard.
-Vos ya te juntaste un cementerio, negro, no me verseés más, si yo te entiendo, ¿quién no se hizo el bocho con hacerle el favor a una monjita alguna vez? ¿Te acordás de la que nos daba religión en tercer año? Es más, te aplaudo.
-La verdad, entre nosotros, no sabés lo buena que está.
-Tampoco me hagás la cabeza.
-Y no te imaginás lo que lee, hasta se las arregla para sacar películas y copia todo, es una maestra.
-Y dale, ¿qué querés? ¿Que explote?
-El tema es que ya fue, me la quiero sacar de encima, pero tengo miedo que le cuente todo a Vero. Un poco pirucha está, mirá el mail que me mandó hoy.
-A la mierda, voy a terminar pidiéndote que me la prestes un rato…. No me mirés así, es un chiste… Qué sé yo, si no te cierra más la historia cortala y listo…. ¿Usa ligas?
-Algunas veces y otras….
-Basta, basta, no me contés más. No me quiero ni enterar. Igual la cortaría, viste. Pensá en Vero, en los chicos….
-Qué sé yo, por otro lado….
-Uy, parecés una mina con tantas vueltas. Me cansaste. – Y, como en confesión, agregó, - No sabés cómo me gustan las ligas.
Esa noche, Gustavo no sabía qué hacer. Aunque estaba casi seguro de que no iba a aceptar, no podía dejar de proponérselo. Lucía lo escuchó sin esquivar nunca la mirada y sin emitir un solo sonido. Él no sabía cómo interpretar su cara.
-¿Y? ¿Qué hago? ¿Lo llamo para que venga o no?
El silencio lo confundía. Lucía se sumergió en sospechas. Hasta que sintió que la rueda era imparable y, en un acto desinteresado de egoísmo, aceptó.
Superados los lógicos nervios iniciales, entre risas desordenadas, miradas revueltas y palabras enredadas que los aturdieron, definieron, serenaron y extraviaron, los tres murieron y resucitaron varias veces esa noche. Fue una maratón de infieles, inexpertos y benévolos rezos.
Unas horas después, volvió el silencio. Los tres boca arriba, ella al medio, admirándose en el espejo. Gustavo jugueteó unos minutos con los botones de las luces, después se levantó y empezó a vestirse.
-¿Ya nos tenemos que ir?- preguntó Lucía.
-Sí, es tarde.
-Pero es muy temprano para que sea tan tarde.
-Yo mañana me tengo que levantar a las seis.
-Yo no, me puedo quedar otro rato si querés – intervino Néstor.
-Buenísimo – se entusiasmó Lucía.
Fue la última vez que vio a Gustavo, pero no lloró.
Néstor la definió como el cigarrillo, siempre la estaba dejando.
A la próxima reunión de ex alumnos no fue ninguno de los tres.