Cortó. Por ahora, no se animaba más que a eso. Pensó que cuando no se puede hablar, es mejor dejar mensajes. Había hecho demasiados sacrificios en su vida como para ahora permitir que otro cosechara los frutos sin recibir nada a cambio.
Biiip
Nena, soy yo, mamá, llamame querés que te tengo que contar algo de la tía Sara, me está volviendo loca, se aprovecha, y viste cómo me pongo yo, se me sube la presión enseguida, llamame cuando llegues
Biiip
Gabi, acordate que quedamos en encontrarnos mañana a las nueve para ver los planos...beso
Biiip
Hija de puta
Biiip
Hija de puuta
Biiip
Hija de puuuta
Cerró la heladera y miró el aparato como si la persona estuviera ahí. Se sentó al lado y repitió los mensajes, pero no pudo reconocer la voz por más fuerte que entrecerrara los ojos. A la décima vez que los escuchó, se dio cuenta de que era inútil. Se hizo unos mates y prendió el televisor, pero no encontró nada interesante para ver. Retomó la lectura del libro que había dejado la noche anterior. No se pudo concentrar. Cada tanto volvía y apretaba el botoncito.
Tampoco Alberto pudo darse cuenta de quién era. Aunque en realidad le prestó poca atención, dio por sentado que se trataba de una broma de mal gusto o que se habrían equivocado de número.
-No, no creo – dijo Gabriela – esto está bien dedicado, es groso.
-¿Qué sabés?
-Es una sensación.
-No le des más vueltas, dale, vamos a comer algo afuera así te distraés un poco.
Pasaron los días y, entre el trabajo y el esfuerzo de Alberto, se fue olvidando de los mensajes.
Biiip
La llamamos para comunicarle que ha sido beneficiada con un estupendo plan de cuotas para un cero kilómetro. Por favor comuníquese a la brevedad con el 3798-1236
Biiip
Nena, no me trajistes los remedios que te pedí, llamame cuando llegues que me duele mucho la pierna.
Biiip
Puta
Biiip
Puuta
Biiip
Puuuta
Parados al lado del teléfono, los escucharon juntos varias veces. El nudo de la corbata flojo, mirando varias cosas y nada a la vez; él. Sin soltar la cartera y con las comisuras levemente hacia abajo; ella. Había pasado casi un mes. Y ahí estaba de nuevo. Esa voz disfrazada, retorcida, tan de loca desconocida y, a la vez, tan común y ordinaria.
-Ay, tengo miedo, Alberto.
-No te preocupes, no le des bola, ya se va a cansar.
-¿Y si no se cansa? ¿Y si me quiere lastimar? Seguro que viene de la oficina, de la tuya o de la mía, la gente está cada vez más loca. ¿Tuviste algún problema vos con alguien?
-No… qué sé yo. Hace un par meses tuve que echar a una secretaria pero…
-Ahí está, seguro que es ella. Pero, ¿por qué se la agarra conmigo? ¿Vos tenés el teléfono de esta chica?
-Pará, pará, no podemos echarle la culpa al primero que se nos ocurra. Qué sabemos si es ella. La verdad, no creo, era una buena piba, medio inútil, pero nunca me dio motivos para pensar que pudiera hacer algo así.
-Mientras más buenitas parecen, peores son, si las conoceré yo. No te olvides que yo también trabajo rodeada de minas.
-Bueno, bueno, bajá un par de cambios, vamos a ver qué pasa, ¿te parece?
-¿Cómo “vamos a ver”?
-Cielo, no hay mucho que podamos hacer.
-¿Cómo que no? La denuncia a la policía, intervenir el teléfono...
-Tenés muchas películas americanas encima, amor, no te van a dar bola. Se te van a cagar de risa en la cara cuando les digas que querés hacer una denuncia porque una loca te dejó un par de mensajes.
-Seis mensajes, seis. Y justamente de una loca. ¿No pensás que es para preocuparse?
-Para preocuparse un poco sí, para abrir un poco más los ojos también, pero para volverse paranoicos, no.
-No cambiás más, eh, lo único importante es lo que te pasa a vos.
-Pero por qué te la agarrás conmigo, ¿qué hice yo ahora?
-Mamá tiene razón, sos un egoísta.
-Tu vieja es una hincha pelotas que no me soporta y que no se banca que su única hijita viva
con el novio.
-Lo único que faltaba; no, si ahora la culpa de todo la va a tener mi mamá.
-Yo no dije que tenga la culpa de nada, dije que es una rompe bolas, nada más, ¿o no te llama noventa y cinco veces por día?
-Mirá, mejor callate que me ponés más nerviosa. Me voy a comprar cigarrillos.
-Te acompaño.
-No, voy sola.
-Pero, che, al final terminamos peleados por unos mensajes de mierda, dejate de joder.
Ella no escuchó lo último que dijo porque ya había cerrado la puerta.