Tal vez no deba hacer esto
pero lo haré
ahora no sabés
pero lo haré
ahora no preguntás
pero lo haré
muebles complicados
pero lo haré
teléfono de mierda
pero lo haré
sos un músculo idiota y loco que admira un aspecto
pero lo haré
la presencia muere fracasa piensa divaga escapa
pero lo haré
el guión es impecable
pero lo haré
podría llevarme las consecuencias a otra parte
pero lo haré
aunque más no sea por vergüenza
pero lo haré
tal vez no deba seguir haciendo esto
pero lo haré
otra vez.
jueves, 26 de diciembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 16
Publicado por
Adriana Menendez
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13:39
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Esa transparencia que te rodea
lunes, 23 de diciembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 15
Los tiempos no dan
la familia tampoco
una huella me tapa las venas
un ojo ríe con el otro que llora
las manos recorren cicatrices
los pies se envuelven.
La habitación es siempre la misma,
nosotros no.
la familia tampoco
una huella me tapa las venas
un ojo ríe con el otro que llora
las manos recorren cicatrices
los pies se envuelven.
La habitación es siempre la misma,
nosotros no.
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Adriana Menendez
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11:14
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Esa transparencia que te rodea
viernes, 20 de diciembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 14
Es vital
inventar una memoria
que vuelva
que convierta problemas viejos
en teatros vacíos
en terrenos baldíos,
me disfrazo
de belleza
me disfrazo
de verdad
soy una gran 'en fin'
una mujer
que siempre está al principio
mujer máscara
mujer probable
mujer texto
mujer arrebato
mujer sangre
mujer forma.
Hay días
en los que no puedo
terminar de acostumbrarme a que eso
que veo en el espejo sea yo
entonces
elijo no mirarme.
Escribo en servilletas
y callo.
inventar una memoria
que vuelva
que convierta problemas viejos
en teatros vacíos
en terrenos baldíos,
me disfrazo
de belleza
me disfrazo
de verdad
soy una gran 'en fin'
una mujer
que siempre está al principio
mujer máscara
mujer probable
mujer texto
mujer arrebato
mujer sangre
mujer forma.
Hay días
en los que no puedo
terminar de acostumbrarme a que eso
que veo en el espejo sea yo
entonces
elijo no mirarme.
Escribo en servilletas
y callo.
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14:05
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Esa transparencia que te rodea
jueves, 19 de diciembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 13
Duermo mucho y sueño poco
duermo pesado
duermo pasado
duermo pesadillas.
Mi cuerpo ilógico
me contradice,
me obliga a pasar la noche
desparramada entre murmullos.
Porque el destino tendrá sus excusas,
pero yo tengo la garganta llena de plumas.
duermo pesado
duermo pasado
duermo pesadillas.
Mi cuerpo ilógico
me contradice,
me obliga a pasar la noche
desparramada entre murmullos.
Porque el destino tendrá sus excusas,
pero yo tengo la garganta llena de plumas.
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14:55
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Esa transparencia que te rodea
miércoles, 18 de diciembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 12
Lleno formularios con la palabra correspondiente
pero me quedan demasiadas
atiborradas entre las muelas,
para que no se me hagan caries
hablo
hablohablo
hablohablohablohablohablo
pero los secretos circulan
y nunca salen de su círculo.
La puerta se cierra después de la fiesta
y una vez más quedamos del lado de adentro;
al agobio se vuelve silencio
el silencio, miradas
las miradas se escapan
me guardo en un sexo maquillado
total quién sabe qué piensa el otro mientras duerme.
Hago preguntas deseando la mentira
y vuelvo sin haber salido
porque
no busco el zapato perfecto.
Hasta dónde hasta cuándo hasta cómo hasta por qué
toco fondo y
rompo pronósticos de una sabiduría popular inservible,
no subo
entonces
me quedo
cómodamente adormecida
como en la canción.
El problema son las caries.
pero me quedan demasiadas
atiborradas entre las muelas,
para que no se me hagan caries
hablo
hablohablo
hablohablohablohablohablo
pero los secretos circulan
y nunca salen de su círculo.
La puerta se cierra después de la fiesta
y una vez más quedamos del lado de adentro;
al agobio se vuelve silencio
el silencio, miradas
las miradas se escapan
me guardo en un sexo maquillado
total quién sabe qué piensa el otro mientras duerme.
Hago preguntas deseando la mentira
y vuelvo sin haber salido
porque
no busco el zapato perfecto.
Hasta dónde hasta cuándo hasta cómo hasta por qué
toco fondo y
rompo pronósticos de una sabiduría popular inservible,
no subo
entonces
me quedo
cómodamente adormecida
como en la canción.
El problema son las caries.
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12:44
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Esa transparencia que te rodea
lunes, 16 de diciembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 11
Los viejos nunca me dan lástima,
dijo,
son asquerosos molestos babosos
te agarran con manos sudadas
te aprietan la cabeza
resbalan,
les sobra impunidad
los sospecho,
dijo,
son muebles que te miran
que se la pasan escarbando
la nariz las orejas los recovecos la suciedad la bragueta
que viven de telarañas polillas y naftalina
con manos pintadas y ojos amarillos,
dijo,
vomitan disparates y se ríen
de todo
hasta de la mierda
hasta de la muerte
llenándose de pasiones estúpidas
flácidas
repetidas,
dijo
imposible defenderse de
besos de culos caídos
con psoriasis infecciones escaras
besos desdentados
besos de genitales con canas
con olor a talco a colonia berreta
a eructo de puré de zapallo,
dijo,
engañan
amanecen muriéndose
y van lentamente resucitando durante el día.
Yo sé que él no es tan viejo
pero lo sufro de chiquita,
no dijo.
dijo,
son asquerosos molestos babosos
te agarran con manos sudadas
te aprietan la cabeza
resbalan,
les sobra impunidad
los sospecho,
dijo,
son muebles que te miran
que se la pasan escarbando
la nariz las orejas los recovecos la suciedad la bragueta
que viven de telarañas polillas y naftalina
con manos pintadas y ojos amarillos,
dijo,
vomitan disparates y se ríen
de todo
hasta de la mierda
hasta de la muerte
llenándose de pasiones estúpidas
flácidas
repetidas,
dijo
imposible defenderse de
besos de culos caídos
con psoriasis infecciones escaras
besos desdentados
besos de genitales con canas
con olor a talco a colonia berreta
a eructo de puré de zapallo,
dijo,
engañan
amanecen muriéndose
y van lentamente resucitando durante el día.
Yo sé que él no es tan viejo
pero lo sufro de chiquita,
no dijo.
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13:47
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Esa transparencia que te rodea
jueves, 12 de diciembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 10
Soy piel
me amenazo
me empeligro
me toco la oscuridad.
Soy Alicia en el país de sus pesadillas
me descompongo de a pedacitos
sudo olores, transpiro palabras,
lloro jugos deliciosos
que ya nadie quiere probar
por miedo a que están vencidos.
¿dónde se busca
a una persona
que no está?
Riego, seco
hablo, escupo
abandono, vomito
suelto, desparramo
vuelco, derrapo
cruzo autopistas rotas.
Bailo sin música sobre cadáveres
sobre cuerpos desocupados
sobre bombas dormidas,
me voy quedando sin señal
enredada en un ansia
que siento
en el bajo
por lo bajo,
tengo palabras encerradas
el deseo difícil
y la humedad irrevocable
tengo ideas violetas
un anillo de café seco en un libro
un portarretrato roto
y un cuaderno a punto de estrenar
tengo otro libro que
ni siquiera.
¿Cuál es el opuesto de verde?
¿Cuál es el antónimo de beso?
¿Y si me voy a buscar?
Quién sabe, Alicia.
me amenazo
me empeligro
me toco la oscuridad.
Soy Alicia en el país de sus pesadillas
me descompongo de a pedacitos
sudo olores, transpiro palabras,
lloro jugos deliciosos
que ya nadie quiere probar
por miedo a que están vencidos.
¿dónde se busca
a una persona
que no está?
Riego, seco
hablo, escupo
abandono, vomito
suelto, desparramo
vuelco, derrapo
cruzo autopistas rotas.
Bailo sin música sobre cadáveres
sobre cuerpos desocupados
sobre bombas dormidas,
me voy quedando sin señal
enredada en un ansia
que siento
en el bajo
por lo bajo,
tengo palabras encerradas
el deseo difícil
y la humedad irrevocable
tengo ideas violetas
un anillo de café seco en un libro
un portarretrato roto
y un cuaderno a punto de estrenar
tengo otro libro que
ni siquiera.
¿Cuál es el opuesto de verde?
¿Cuál es el antónimo de beso?
¿Y si me voy a buscar?
Quién sabe, Alicia.
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13:24
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Esa transparencia que te rodea
viernes, 6 de diciembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 9
Camino permeable
camino abierta
recorro los bordes de una idea
sin molestar al silencio
ni a las sombras.
Sé
que el dios que me enseñaron
está lleno de defectos
pero no me importa.
Yo tampoco soy perfecta:
los sábados tengo olor a blanco en las axilas
y los domingos tengo olor a relámpago.
No creo en lo que recuerdo
escribo cuentos con los olvidos.
Tengo un dolor escondido en el hombro.
camino abierta
recorro los bordes de una idea
sin molestar al silencio
ni a las sombras.
Sé
que el dios que me enseñaron
está lleno de defectos
pero no me importa.
Yo tampoco soy perfecta:
los sábados tengo olor a blanco en las axilas
y los domingos tengo olor a relámpago.
No creo en lo que recuerdo
escribo cuentos con los olvidos.
Tengo un dolor escondido en el hombro.
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17:32
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Esa transparencia que te rodea
miércoles, 4 de diciembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 8
No te pienso
sólo te escribo.
Sos roca
soy difícil.
El tiempo construye ficción
que después deshace;
nosotros quedamos en el medio
con vidrios explotados
en una garganta obligada a respirar.
Sos pálido
soy olvido.
Llámate al anonimato, al silencio,
y, si te resulta posible,
también a la ausencia.
Ya sos etcétera.
Soy.
sólo te escribo.
Sos roca
soy difícil.
El tiempo construye ficción
que después deshace;
nosotros quedamos en el medio
con vidrios explotados
en una garganta obligada a respirar.
Sos pálido
soy olvido.
Llámate al anonimato, al silencio,
y, si te resulta posible,
también a la ausencia.
Ya sos etcétera.
Soy.
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Esa transparencia que te rodea
lunes, 2 de diciembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 7
Entre esas paredes, sólo paredes,
habita una jirafa destartalada,
y una muñeca tuerta se sienta en un trono de mimbre.
Entre esas paredes, sólo paredes,
Chaplín te mira en silencio desde un póster agujereado
y vuelan serpentinas de carnaval.
Entre esas paredes, sólo paredes,
las tazas de café cascadas filtran secretos
y los mapas te ayudan a perderte.
Entre esas paredes, sólo paredes,
los destornilladores atornillan.
De entre esas paredes, sólo paredes,
rescatás tu mochila verde
te la colgás al hombro
y te vas.
Y que los fantasmas se pudran.
habita una jirafa destartalada,
y una muñeca tuerta se sienta en un trono de mimbre.
Entre esas paredes, sólo paredes,
Chaplín te mira en silencio desde un póster agujereado
y vuelan serpentinas de carnaval.
Entre esas paredes, sólo paredes,
las tazas de café cascadas filtran secretos
y los mapas te ayudan a perderte.
Entre esas paredes, sólo paredes,
los destornilladores atornillan.
De entre esas paredes, sólo paredes,
rescatás tu mochila verde
te la colgás al hombro
y te vas.
Y que los fantasmas se pudran.
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Esa transparencia que te rodea
jueves, 28 de noviembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 6
Sola fané y descangayada.
Arrinconada en una casa que no es,
donde el tiempo tampoco
y la forma, menos.
A veces, comprender desequilibra;
a veces, no,
depende de lo que se comprenda.
Tengo el presente extraño y el pasado perfecto.
El pasado es fácil.
Sólo hace falta creerlo.
Arrinconada en una casa que no es,
donde el tiempo tampoco
y la forma, menos.
A veces, comprender desequilibra;
a veces, no,
depende de lo que se comprenda.
Tengo el presente extraño y el pasado perfecto.
El pasado es fácil.
Sólo hace falta creerlo.
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13:07
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Esa transparencia que te rodea
martes, 26 de noviembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 5
Vos querés cerrar la puerta
pero las bisagras se oxidaron
hace mucho tiempo.
Golpeás, das patadas,
empujás, gritás,
llorás, implorás,
puteás, rezás,
insistís.
Se niega,
queda abierta.
Tus cartas,
aunque ya no las juegues
ni las leas
ni las marques,
quedarán a la vista por siempre.
Querés quemar todo
pero nadie te alcanza un fósforo.
Y vos sola no podés.
pero las bisagras se oxidaron
hace mucho tiempo.
Golpeás, das patadas,
empujás, gritás,
llorás, implorás,
puteás, rezás,
insistís.
Se niega,
queda abierta.
Tus cartas,
aunque ya no las juegues
ni las leas
ni las marques,
quedarán a la vista por siempre.
Querés quemar todo
pero nadie te alcanza un fósforo.
Y vos sola no podés.
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15:03
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Esa transparencia que te rodea
lunes, 25 de noviembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 4
Hay una casa en movimiento
y un comedor incómodo.
Hay una puerta cerrada que invita al golpe
pero mi mano está quieta.
Necesito con urgencia crear ficciones desordenadas
para poder taparme con frazadas de seguridad impune
para decir no diciendo
para hacer equilibrio entre soledades
para convertirme en pretexto
en probable e improbable
en material prescindible.
Los zapatitos no me aprietan
las medias no me dan calor.
¿Y?
y un comedor incómodo.
Hay una puerta cerrada que invita al golpe
pero mi mano está quieta.
Necesito con urgencia crear ficciones desordenadas
para poder taparme con frazadas de seguridad impune
para decir no diciendo
para hacer equilibrio entre soledades
para convertirme en pretexto
en probable e improbable
en material prescindible.
Los zapatitos no me aprietan
las medias no me dan calor.
¿Y?
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15:14
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Esa transparencia que te rodea
viernes, 22 de noviembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 3
Una nube de polvo se escapa veloz
ella la llora
mareada
embarrada
detrás de la vieja cortina de tiras.
Tan quieta
como el papá enmarcado
como la llave que no encuentra.
La vida y la muerte andan cerca.
Se puede esperar cualquier cosa.
ella la llora
mareada
embarrada
detrás de la vieja cortina de tiras.
Tan quieta
como el papá enmarcado
como la llave que no encuentra.
La vida y la muerte andan cerca.
Se puede esperar cualquier cosa.
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11:44
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Esa transparencia que te rodea
martes, 19 de noviembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 2
Esa transparencia que te rodea
me deja la ropa muerta
me infecta la desconfianza
me cansa los despojos
me quiebra las uñas.
No hay espejos vírgenes.
me deja la ropa muerta
me infecta la desconfianza
me cansa los despojos
me quiebra las uñas.
No hay espejos vírgenes.
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15:12
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Esa transparencia que te rodea
viernes, 15 de noviembre de 2019
Esa transparencia que te rodea - 1
No sos
bueno
ni malo.
No sos bastante
ni basta.
No sos justo
ni desequilibrado.
No sos honesto
ni pecador.
No sos víctima
ni verdugo.
No sos muerto
ni vivo.
Simplemente, no sos.
Me tenés podrida.
bueno
ni malo.
No sos bastante
ni basta.
No sos justo
ni desequilibrado.
No sos honesto
ni pecador.
No sos víctima
ni verdugo.
No sos muerto
ni vivo.
Simplemente, no sos.
Me tenés podrida.
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18:16
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Esa transparencia que te rodea
jueves, 14 de noviembre de 2019
La Emilia
1. Su atención, por favor.
Podría
escribir no los versos más tristes esta noche pero sí muchas cosas. Podría también
repetir mantras, soñar con hacer realidad mis sueños, pensar que puedo
alimentar mi espíritu observando la luna, volverme inocente y creer cuando me
dicen que es la primera vez que les pasa, convertirme al judaísmo y hacerme
devota de San Expedito al mismo tiempo, inscribirme en un curso de fitoterapia,
en otro de hiperventilación asistida y en un tercero de tai chi chuan, hacerme
groupie de Brian Chambouleyron el juglar del tango, barajar la posibilidad de
empezar a practicar budismo mahayana para florecer desde el pantano como la
flor de loto, o consolarme con que tengo un flor de orto. Pero no. Sólo voy a
decir que: Yo, la Emilia, con la autoridad que me da el haber
visto muchas cosas en la vida declaro que:
Al igual que la gran mayoría de las incomprendidas
mujeres que habitan este mundo, a la mañana no hablo.
Es más, odio que me dirijan la palabra.
Es mentira que me levante de mal humor.
Me pongo de mal humor fácilmente, que no es lo mismo.
Mejor dicho, me ponen de mal humor fácilmente, que no
es lo mismo.
No tengo la culpa ni soy responsable de que los
masculinos que se hayan levantado a mi lado tengan un compañero que los
despierta con felicidad. Yo, a Dios gracias diría mi abuela, no lo tengo.
Por lo tanto, a esos futuros compañeros que todavía no
conocí les digo:
No me pregunten, ¿qué
te pasa? A la mañana es imposible que me pase nada, pues el noventa y nueve
por ciento de mi cuerpo sigue dormido.
Ni se les ocurra entrar en mi cocina con una frase del
tipo, ¿qué onda?, es una actitud
decididamente suicida.
No insistan, siempre duermo bien.
No suelo tener pesadillas.
Lo único que quiero es que se callen y, en lo posible,
que apaguen la radio.
Sólo tomo mate, no como medialunas, no se ofrezcan a
ir a comprar.
Cada vez que, no obstante haber dicho que no quiero,
me preguntan si las deseo de grasa o de manteca, se apodera de mí un deseo
prácticamente irrefrenable de cortarles las bolas que Dios les dio con una
galletita de salvado.
El que avisa, no engaña. Y, de paso, agrego:
1. La felicidad ja ja ja ja no existe.
2. El amor a primera vista no existe.
3. El amor eterno no existe.
4. El amor, ¿existe?
5. El ser humano es un mal bicho.
6. Dicen que Dios creó al hombre a su imagen y
semejanza, ergo, Dios, si existe, es un mal bicho.
7. El pueblo siempre que puede se equivoca.
8. Todo, siempre, puede ser peor.
Quien quiera adherir, que adhiera.
Quien quiera oír, que oiga.
Quien quiera entender, que entienda.
Quien quiera irse a la mierda, que se vaya.
Amén.
2. Mon Amour… Sur, paredón y después…
Hiroshima.
Mi locólogo, tipo jodón si los hay, me
pregunta qué pienso yo que es el amor. A mí me dan un poquito de ganas de
saltar por sobre el escritorio, despeinarlo y darle una clase práctica ahí
nomás, pero la neurona civilizada que todavía conservo me reprime. Le contesto
que no sé qué mierda es el amor, que si supiera no iría a terapia. El
degenerado sonríe, como siempre, adolece de sonrisa agotadora el hijo de puta.
Un día de estos le rompo el risorio de Santorini de una piña. Entonces, me
rindo y divago. “A ver, Iturralde, el amor es un concepto y, como todo concepto,
es amplio, subjetivo y abstracto. Lo concreto es que cuando aparece te tiembla
la estantería; entonces, para que no se te caiga a la mierda, empezás a hacer
boludeces; porque se dan varios escenarios, ¿entendés? Puede que A apoye su
estantería en B y así vayan por la vida tratando de encontrar un equilibrio y
de no irse juntos a la mierda; puede que A invite a B a subirse a su
estantería, B acepte, deje y abandone lo que construyó y después te regalo la
factura que se te viene la de gas un poroto; puede que B se suba sin que lo
inviten, que invada la estantería de A y se guarde en la baulera la suya hasta
que se canse o la estantería de A no le sirva más y se vaya total tiene la
propia casi sin estrenar; puede que A y B mezclen sus estanterías y queden
todos los estantes torcidos para siempre; puede que A y B rompan sus
estanterías y decidan construir una juntos, todo por el bien de la pareja en
general y por el mal del individuo en particular; qué sé yo, en cualquier caso
todo es un quilombo.” Hago un silencio y me esfuerzo para que sea uno
interesante. “¿Y si para la próxima dejamos de lado las disquisiciones sobre
decoración de interiores y tratamos de descubrir por qué se vuelve a romper su
relación con Federico, Emilia?” Otro pelotudo que se cree inteligente porque
sabe agredir y van… Total que me dejó dando vueltas carnero en el aire, como
siempre.
3. El tiempo y la eternidad, de
aquí a ella o al más allá.
Últimamente se me dio por anotarme en distintos
cursos. Vaya una a saber por qué. Linda frase esa, por lo general cuando la
usamos las posibilidades de que sepamos por qué y no lo queramos decir son
altísimas. Cambiando de tema o, mejor dicho, volviendo al tema. Volviendo,
siempre estoy volviendo, parezco Pichuco. Cómo se me va la cabeza todo el
tiempo, no puedo parar de pensar en varias y distintas cosas a la vez y
entonces las mezclo todas y sale cualquier cosa. Y lo peor es que no me drogo,
porque si no tendría por lo menos una excusa. Stop. Ahora curso de filosofía,
carajo mierda, no es tan difícil. Concentrate y tomá apuntes. Agarro la
lapicera y empiezo a escribir, frenéticamente.
Vuelvo a casa y me pongo a releer los apuntes, como
para refrescar:
*el tiempo no es
objetivo, es una condición del individuo humano, y del animal empírico y por
qué no fenoménico… Arranco boludeando, empezamos mal
*es
concebible un tiempo en el que no pase nada pero no una nada en la que no pase
un tiempo… la chica de adelante tiene una botas simil cebra o vaca, horribles,
recordar no comprar nunca nada igual… Dios mío,
cómo me disperso, cómo me disperso
*somos
finitos; pero por favor, finito serás vos y tu pito, porque yo llega el verano
y me siento que vengo haciendo muuuu sin parar desde la quebrada de Humahuaca… Cuando
me caliento me pierdo la mitad de lo que dijeron
*San Agustín,
el Corán… Ajá, ¿y? qué poder de síntesis que tengo la puta madre
que me parió
*un bálsamo,
una ilusión… ¿El tipo habrá dicho esto o yo me puse a pensar
en un tango?
*¿Chou fan?
¿Kung fú?... Evidentemente
no entendí lo que decía
*López García
dedicó su vida al estudio de Parménides; uy, ¿no me lo querés presentar para
irme de joda el sábado a la noche?... Ya le había
perdido el respeto a los presocráticos y eso que todavía era temprano
*el eskatón,
la eskaje y el aión… Para mí que el café que me dieron
venía con ácido
*ya me
parecía que tenía que aparecer el compañerito comentarista y acotador, qué
carajo querés preguntar, hace media hora que estás hablando y todavía no
dijiste una mierda, el tipo no sabe qué decirle, un papelón… No
es que me quiera justificar, pero ese tipo de alumno es muy molesto; igual no
es buen síntoma que en la clase yo empiece a escribir sólo lo que se me pasa
por la cabeza y no lo que dice el profesor
*Guenón Guenoooooón
qué grande sos… Me
acuerdo que lo nombró mucho
*ah
bueeeeeeeeno ¿el tullido karmático de San Agustín?... Entendí
todo para el carajo, me quiero matar
*¿Vínculo
neofilosófico? ¿Qué me perdí? Nadie te entiende, la puta madre, ¡no me hablés más en griego que te tiró de las patas
y dejá el misterio up supra en paz! Uy me fui a la mierda otra vez;
concentrate, Emilita, concentrate… Listo, hemos
llegado al famoso punto de no retorno
*pero cómo me
voy a concentrar si este hijo de puta sigue jodiendo con el samsara y la puta
concha que me parió a mí y a todos los griegos hijos de una gran siete, la Sara
es la que se murió el año pasado Dios la tenga en la gloria y no la cuide ni la
suelte… encima la de acá al lado tiene una letra de mierda y no puedo copiarme…
¿Por qué me habré acordado de la abuela de un novio
que tuve en el secundario?
*se metió con
el Apocalipsis y ahora sí nos fuimos a la mierda del todo me cago en la hostia
de San Agustín y en su tiempo y en los persas también que eran unos pelotudos
cíclicos y en la anástasis o en la anestesia del cuerpo y del alma, y en el
teósofo que vivía en la esquina y al que Guenón cagó a palos, Kandinski se
metió y también cobró por anticristiano, qué te metés boludo le dijo el griego
primo del persa reencarnado en el oriente literario de la castilla de Isabel,
la esposa del Dante… Panzeri, no me traigás más gente desconocida a la mesa te
lo pido por favor, no sé para qué carajo me anoto en estos cursos, pretenciosa
intelectual…
Evidentemente, no voy a poder sacar nada en limpio de
lo que escuché. Y bue, otra vez será.
Abandoné el curso, obvio.
4. Friends will be
friends…
Mi amiga
Verónica dice que está preocupada por mí. Dice que estoy nerviosa. Dice que me
quiere ayudar. Dicen que soy aburrido, dijo un boludo. Me pidió que vayamos a
ver a una mujer que ella conoce. Que dice que tira las cartas, que dice que es
buenísima. Dice muchas cosas mi amiga Verónica últimamente, sobre todo
pelotudeces. Mi nivel de tolerancia a la pelotudez se ha visto sensiblemente
disminuido en los últimos años, es verdad. Debe de ser la tan mentada
tolerancia cero que le dicen. En realidad, se me está haciendo un agujero en el
filtro y cuando se te agujerea el filtro no hay zurcido que valga. Pero una
bruja era un límite que no pensaba cruzar. A la final, como decía mi abuela, la
esposa del asturiano, fui. Para darle el gusto a Vero, para que no me rompa más
las pelotas, porque a lo mejor quién te dice y porque que las hay las hay,
decía la vecina de mi abuela, la Chola. Y porque yo cuando quiero joder no me
privo de nada.
La adivina vivía
a cincuenta cuadras a la derecha de la loma del orto. Abre la puerta y me dice
“el señor esté contigo”. “Depende de qué señor”, le contesto. Será muy bruja
pero sentido del humor se la llevó previa porque por poco me acuchilla con la
mirada. La seguimos por una especie de hall lleno de lechuzas de todos los
tamaños, colores y materiales hasta un cuartito donde sólo había una mesa y
tres sillas tamaño jardín de infantes. Lógico, dado que la señora medía un metro
treinta. “¿Cómo te llamas?” Se ve que el ser bruja viene de la mano del ‘tú’.
“Emilia.” “¿Y cuántos años tienes, Emilia?” “¿Es necesario esto, Vero?” “Bueno,
si no me quieres decir la edad, dime en qué mes naciste.” “¿Y eso no te lo
dicen las cartas a ti?” “¡Emilia!”, me reta Vero, poseída de repente por un
espíritu místico que se ve que lo guarda bien guardado cuando dice que la ex
suegra es una especie de víbora yarará. “En primer lugar, quiero decirte que
tenemos que aprender a agradecer por el bien de la lluvia, del aire, del sol
que nos acaricia, de los pájaros y las flores que alegran el olfato.” A ver: la
lluvia, me moja; el aire, si no tiene un poco de humo me ahoga; al sol habría
que ponerle un toldo; y si hay algo en este mundo que no tengo alegre es el
olfato así que las flores se pueden ir a la puta madre que las parió. “Y también
por los cuerpos y por lo que hay dentro de ellos, todo debemos agradecer al
señor.” Y dale con el señor, no le puedo agradecer por lo que hay dentro de mi
cuerpo porque sufro de tránsito lento. “Ella tuvo problemas con un novio y está
cansada.” “¡Vero!”, la reto yo a ella ahora. “Ah, el amor, el amor; escuchad, cuando
el líder de los gansos se cansa, se pasa a uno de los lugares de atrás y otro
ganso toma su lugar, ¡mirad a los gansos!” Baldomero Fernández Moreno
envidiaría su uso de la metáfora. No tiene fin. Acerca su cara de Gremlin a la
mía, se pone a aproximadamente dos centímetros, casi toca mi nariz con la suya.
“Por el iris de tus ojos, veo que tu sol y tu luna están en la misma línea que
Saturno y Urano y tu cruz cósmica está en la misma conjunción que los
trabajadores de la luz. Esto quiere decir sólo una cosa. ¿Quieres saber qué?”. “A
mí me importa un carajo pero el santo dios del olfato alegre capaz está
interesado.” “¡Emilia!” “No me retes más, Verónica, bastante que vine.” “¿Qué
fue antes, querida Emilia, el huevo o la gallina? Hay preguntas que no tienen
respuesta, o sólo las tiene cada uno en su propio ser”. Superó todas mis
expectativas. “Pero queriiiida, por qué no te conseguís un laburito en el circo
Tihany en vez de engañar gente y, de paso, te vas a la concha que lo macro parió
a Saturno, a los gansos, a la lluvia y al sol que te acaricia el culo, petisa
de cuarta. ¿Adónde me trajiste, Verónica? Decime que por lo menos no le
pagaste.” “Creo que no sabes utilizar la energía de tu enojo, hermana, no
puedes transformar tu enojo destructivo en constructivo, no puedes expresarlo
ni canalizarlo. ¿Cuánto tiempo hace que no actúas de acuerdo con el deseo que
te habita? ¿Tienes idea de lo que necesita tu ser?” Me fui a la mierda… por
favor… canalizar el enojo… el deseo que me habita… la necesidad de mi ser... la
puta que la parió, bruja de mierda, yo fui para cagarme de risa, nada más.
5. Sweet Home Luisiana.
Tengo otra amiga, Luisiana. Casada más o menos desde
que nació. Y una felicidad que le brota por todos los poros. Luisiana;
deprimida, bajoneada y cajoneada. Luisiana, llora. Luisiana piensa que es
cornuda. Una vez más. Luisiana llama. También una vez más. Cada vez que hablo
con ella sobre este tema me saca una hernia en el cerebro. Ya le expliqué más
de una vez que hay preguntas que no se hacen y pensamientos que no se tienen.
Pero no me hace caso. Testaruda como toda taurina. Y dale con la astrología.
Bruja de mierda, me tomó la cabeza. Vuelvo. Que “Luisi no es la primera vez que
te pasa, ya basta”. Que “cómo me decís algo así”. Que “disculpame pero me
parece que esta conversación la tuvimos la semana pasada”. “El mes pasado fue,
ordinaria”, me contesta. Mis amigas, a veces, me tienen podrida. Me llaman y
después no se bancan lo que les digo. Y eso que digo el diez por ciento de lo
que se me pasa por la cabeza. Ya sé que me llaman para hablar y no para que les
dé mi opinión, pero entonces que no pregunten, qué mierda. Vuelvo a volver. “Nunca
se sabe, Luisi, para qué te vas a preocupar por las dudas; acordate de tu
abuela, ojos que no ven, corazón que no siente.” “Lo vi saliendo de un telo con
Marianela”. La concha de su tía la renga. El maridito en cuestión es el
prototipo de príncipe encantador del subdesarrollo al que cada vez que le
preguntás cómo está te contesta ‘quemado’ y se cree importante. Marianela es la
secretaria, tiene veinticinco años, está re buena, es re rubia, re boluda, re
cool, tiene un re culo. “¿Estás segura que era él?”, dije en un brillante arranque
de lucidez intelectual. “¿Estás pelotuda?, me quiero matar, hijo de puta, me
voy a tomar todas las pastillas que hay en casa, me voy a convertir en una
piraña en su estómago, esa conchuda vino a mi cumpleaños, ¿entendés?” Me tembló
el tujes. Luisiana no putea, planta orégano, albahaca y cilantro en una maceta
y hace cheesecake casero; peligrosísima. “Salgo para allá”. Colgué y llamé a Verónica. “Te paso a buscar para ir a lo de
Luisiana, está de atar.” “Emilia, son las once de la noche.” “¿Y?” “Vive en la
otra punta de la ciudad.” “Andá cambiandoté que en diez te toco el timbre.” Hay
veces que hay que repetir las cosas porque la gente no entiende. Mecachendié.
6. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
“Si es para verte a vos, hasta la China me queda
cerca”, dijo… y me conquistó. De esta miel no comen las hormigas, pensé. Claro
que cuando le pedí que me acompañara al médico me dijo que no podía. Y como no
pienso ir a la China en la puta vida de Satanás, lo mandé a la mierda y fui
sola.
El doc me atendió a las doce y media, tuve suerte porque
el turno era a las diez y quince. Mira
la pantalla de la computadora fijamente, a mí ni bola, que me parta un rayo.
Mhm mhm mhm dice siete veces seguidas, parece una vaca. Finalmente: “Bueno,
andá a autorizar estas órdenes y pasá por administración a pedir cama para el
miércoles que viene, ¿me entendés lo que te digo?” “Ya tengo una cama preciosa
en mi casa, no le voy a andar sacando una al hospital con la escasez de
recursos que tienen.” “No te hagas la graciosa, Emilia, ya lo hablamos muchas
veces, es hora de que te decidas a hacer la bendita biopsia. ¿De qué tenés
miedo?” De que se extinga el rinoceronte negro, boludo, pienso en contestarle
pero me callo, mi ascendente en virgo me lo impide. No sé por qué me niego, si
es divertidísimo. Le digo a todo que sí, que se quede tranquilo que esta vez me
la voy a hacer. “No dejes que se te venza la orden otra vez, por favor, es la
cuarta que te hago.”
Camino por ese laberinto perdido que ha edificado mi
obra social, que es la misma de todos. Llego a la puerta que dice
“Intervencionismo radiológico” como me indicaron en recepción después de
esperar cuarenta y tres minutos con cincuenta y ocho segundos y de enterarme de
que la señora sentada a mi lado tiene el colon irritable. Saco número, me toca
el sesenta y siete; menos mal, ya van por el doce, salgo antes de que devuelvan
las manos de Perón. Yo no sé por qué hay que hacer tantos trámites, si quieren
que una se duerma para ahorrarse la anestesia o si los entusiasma el acopio de
papeles. La señorita que me va a atender tiene tanta cara de buena que me dan
ganas de hacerla amiga de Yiya Murano. Se le nota el sufrimiento en la sonrisa
cada vez que rechaza una orden. “Va a tener que pedirle al doctor” debe de ser
su frase favorita, ya que la ha dicho unas veinticinco veces; ojalá que se
descomponga de golpe, la tengan que internar y no le haya hecho caso a su mamá
y justamente hoy se haya puesto esa bombacha desteñida y con el elástico flojo
y un par de diminutos agujeros así pasa bastante vergüenza, pendeja del orto,
seguro que cuando yo llego me va a pedir algo que no tengo y yo voy a tener
ganas de meterle esa lima de uñas en el orificio derecho de la nariz y
sacársela por la oreja izquierda. La señora que me tocó tener a mi lado esta
vez, que calculo debe de haber nacido en el mismo año que la mamá de Tita
Merello, le dice al señor que la acompaña, de más o menos la misma edad,
“¿Sabías que el calamar no tiene arterioesclerosis?”. El señor le da un beso en
la frente sin soltarle la mano. Es demasiado. Me voy y vuelvo mañana. A lo
mejor, lo llamo y lo convenzo de que el hospital queda más cerca que la China.
7. I see dead people.
Una de mis
amigas, la que hace poco se casó y repentinamente se convirtió en el templo a
la dicha doméstica y a la monogamia feliz, me sugirió que tenía que dejar de
salir con chicos más chicos que yo. La verdad, no sé si me habrá querido decir
de manera diplomática que me deje de hacer la pendeja o qué pero, por las
dudas, le hice caso. Toda la vida fui una niña obediente, por eso estoy donde
estoy, porque siempre, absolutamente siempre hice lo que mi mamá me dijo que
hiciera, no sé para qué mierda pero ese es otro tema. Total, que empecé a salir
con un señor un poco más grande que yo, nunca le pregunté la edad pero me
parece que la diferencia entre él y yo la puedo inferir del hecho de que de
entrada lo llamo señor. El inconciente es tan hijo de puta que te traiciona
hasta cuando escribís. Divino, caballero, gran lector, los nuevos escritores
japoneses los conoce todos, le gusta mucho el cine, sobre todo el iraní, en
resumen, divertido como cena de fin de año de la Cámara Checoslovaca del
Neumático y Asociados. La cama… corta, por cierto. Yo no sé, a lo mejor como
cocina (porque hace poco hizo un curso de sushi y otro de vinos) vuelca su libido
en el wok de vegetales; a veces es mejor no preguntar ciertas cosas, sobre todo
para no deprimirse y terminar elucubrando nuevas teorías sociológicas sobre la
decadencia del espermatozoide. Y también para evitar que te expliquen, porque
si te explican, te convencen, te encariñás y no te separás más. Igual, yo
estaba dispuesta a darle una oportunidad. Pero, y siempre hay un pero, el tipo
ronca, y encima habla en sueños. Primera vez: quedó con un amigo en ir a tomar
un café. Segunda vez: se quejó porque la película era mala. Tercera vez: se
puso a cantar Vox Dei. Too much. Lo desperté con todo el cariño que surgió de
mis entrañas en ese momento. “¿Por qué no le vas a preguntar qué era cuando
todo era todo era el principio a la Virgen de la Caramañola, mi amor? Yo no
puedo hacerlo, no rezo, porque quiero evitar la tentación de echarle la culpa
de todo a Dios, ¿sabés?” Se levantó, me miró profundamente a
los ojos e, imitando la voz de Alberto de Mendoza, me dijo: “Sos un
iceberg.” “Sí,
y vos sos el Titanic, macho, te hundiste. Perdoná, pero te mandaste la gran Di
Caprio mi amor.” Por supuesto que se fue. Y yo volví a dormir
tranquila. Mentira, no me pude volver a dormir. Hice tiempo hasta una hora
razonable y la llamé a Verónica. “Buen día, amiga, ¿vamos a comprar el regalo?”
“Qué linda noche que pasaste, son las ocho de la mañana, Emilia.” “Los detalles
te los cuento en el desayuno, ¿te parece?” Al sábado siguiente teníamos la
fiesta de cumpleaños de una ex compañera del secundario, a la que hacía poco
habíamos vuelto a ver en unas de esas famosas reuniones de ex alumnos
reencontrados por medio de alguna también famosa red social. Porque ahora
parece que está muy de moda andar buscando gente por el cyber espacio todo el
tiempo y, obviamente, reencontrarse con todos aquellos seres que una en la
adolescencia no soportaba, razón por la cual nunca más los volviste a ver en tu
vida. Como no queríamos ir, le compramos un par de chinelas y, a la tarde,
cuando sabíamos que estaba en el trabajo, se las dejamos al portero del
edificio. A lo mejor, con el tiempo aprendió a entender sutilezas y el año que
viene no nos invita. Me alegra mucho tener una amiga con quien sacar a pasear
la brutalidad con un cierto grado de desparpajo y desnudez, sobre todo después
de pasar tanto frío.
8. Padre, ¿por qué me has abandonado?
Yo durante
doce años fui a un colegio de curas, es verdad, pero también es verdad que no
se me nota ni el bautismo. Sin embargo, cuando mi amiga la
recién separada me pide que la acompañe a la costa a pasar la semana santa con
su hija de cinco años, acepto. Así fue como el jueves tardamos siete horas en
hacer trescientos cincuenta kilómetros, viernes y sábado vimos El Rey León 3 unas
veinte veces y el domingo me levantaron a las siete y media de la mañana “total
la nena ya se despertó y así evitamos toda la gente que vuelve porque la
entrada a la ciudad va a ser un caos”. Lo que se dice un fin de semana de
jolgorio feroz. De todos modos, hubo momentos encantadores. Como cuando me dijo
que no tengo que ser, y
juro por el dios en el que no creo que cito textualmente, “tan atea”. Yo le
explico que no soy atea, que soy agnóstica a lo que ella me responde que es lo
mismo. Siempre fue de simplificar las cosas. “¿Y cómo hago para ser agnóstica
por la mitad, eh eh??” Estábamos en el medio de esa ridícula discusión sin
sentido, tipo doce de la noche, con CSI de fondo, en pijamas y pantuflas,
tomando Baileys y comiendo un serenito cada una (el delivery de helado parece
que fuera de temporada no funciona, hijos de puta) cuando llamó una amiga de mi
amiga, a la que, para evitar confusiones llamaré Hermenegilda, la que dijo que
como estaba por la zona al otro día nos vendría a visitar. Ese es un punto que
nunca jamás en la vida entenderé, ¿cómo una amiga de una puede tener otra amiga
que es tan distinta a lo que es una? Misterio de la naturaleza. Herme es el
tipo de mujer que jamás tiene nada de qué quejarse, no sé cómo hacer para
soportar tanta felicidad. Es cornuda y lo sabe y, como es de público
conocimiento, la cornuda consciente es una cornuda de raza. Es una cornuda como
con pedigree. A Herme por otro lado se le nota que, como decía mi tía abuela,
hace mucho que no le ve la cara a dios. La verdad, seamos sinceras, si yo fuera
dios tampoco me dejaría ver la cara por Herme. ¿Ves? Yo, si se la viera más
seguido, por ahí dejaría de ser un poquito agnóstica. Mirá por dónde casi me
vengo a convertir. Total que al otro día nos vino a visitar Herme nomás. Yo me
alejé (todo lo que pude, era un dos ambientes), tuve la intención de dejarlas
solas para que charlaran de sus cosas. Me tiré en el sillón a leer. Pero Herme
es integradora, no me quería dejar afuera. “¿Qué estás leyendo?” “El libro del
Horóscopo Chino.” “Ay, ¿y qué sos Emilia?” “Serpiente.” “Ay, qué feo.” No
contesté. “Ay, ¿y vos creés en esas cosas?” (Se ve que tanta felicidad le
termina causando dolor) “Un poco.” (Que conste que yo siempre trato de que no
se me salte la cadena). “¿Y por qué creés en esas supersticiones?” “Porque
prefiero creer en éstas y no en que un señor bajó del cielo y nació de una
mujer que nunca fue penetrada.” Creo que no me entendió, porque insistió. “Ay,
¿y no creés en ningún santo? Yo soy devota de San Expedito.” “Yo cada vez que
puedo, le prendo una vela a San Poronguito pero últimamente no me está
escuchando mucho.” “Ay, vos insistile, que a la larga siempre te escuchan.” Qué
sé yo, como dice mi amiga Verónica, hay gente rara. Amén.
9. Parte de la religión.
Mi mamá es de esas mujeres que se compran una blusa aunque
le quede grande y le chingue por el solo hecho de que está en oferta. Después,
como no sabe qué hacer con el adefesio, me la regala a mí. ¿Y yo qué hago? Me
la pongo, por supuesto, y le agradezco. A veces, la cosa no termina con la
ropa. El otro día, por ejemplo, me esperaba con un par de cds, uno de Franco
Simone, y otro de Ángela Carrasco y Camilo Sesto, sólo faltaba el Dúo Candela
preguntándome a los gritos ¿Quién extenderá mi cama? Antes de dármelos, por
supuesto, no pudo dejar de alabar a la hija de su amiga. “Es tan buena, la
viene a ver todos los días a la madre”. La hija de la amiga de mi mamá es
simplemente beige y debe de tener como objetivo en la vida graduarse de
telemarketer. Mi mamá lo sabe pero, como practica ese tipo de crueldad que nace
de la necesidad (de la necesidad de romperme las pelotas a mí de por vida), no
puede dejar de nombrarla y elogiarla cada vez que se le presenta la oportunidad
(que son muchas, muchas más de las necesarias). “Es tan buena, repite.” Una
madre que se precie de tal siempre sabe qué botón apretar y una hija a la
altura de las circunstancias nunca deja de saltar ante el estímulo. “¿Por qué
es buena, mamá? ¿Porque no mató a nadie?” “Ahí está, ya tenías que repetir la
típica frase de tu padre.” “A papá dejalo en paz, por favor.” “Tu padre hace
rato que duerme en paz…. Decime, nena, ¿vos te alimentás bien? ¿Cómes milanesas
de soja? Porque el otro día leí en una revista que hacen re bien.” Ok. Es así,
mi mamá no usa palabras, usa garrotes. Me voy a casa y, como no soy creyente,
pero cuando me dicen que dios me va a castigar, a veces, me asusto, me pongo la
ropa que me regaló y escucho los cd’s que me compró. Debo reconocer que me
entusiasmaba la idea de volver a escuchar algunas canciones que formaron parte
de mi más tierna infancia, diría el Doctor Socolinsky. Supuse, equivocadamente,
lo que es habitual en mí por cierto, que me emocionaría, que me reíría, que me
provocaría ternura, que me ….. No. Por poco ni me las acordaba las canciones,
así que dejé la música de fondo mientras me cocinaba algo… No debemos de pensar que ahora es diferente, mil momentos como éste
quedan en mi mente…
Empieza la canción y yo empiezo a recordar… No
se piensa en el verano cuando cae la nieve… ¡Qué metáfora, lo parió!
Deja que pase el momento y volveremos
a querernos… Error. Never se vuelve, querido. Tú, aire que respiro en aquel paisaje donde vivo yo…. Escucho esta
última frase y no puedo dejar de pensar en la tía Herminia que está totalmente
convencida de que todos los músicos y/o artistas de cualquier tipo y factor se
drogan, a lo mejor tiene razón. Callada,
aguardo tu llamada, espero en celo tu llegada, me abrazo fuerte a la almohada,
me embriago de su perfume que huele a nuestras noches de amor. La verdad es
que hay que ser muy pero muy inteligente para decir que estás caliente y te
hacés una pajota sin que nadie se ofenda. Aplausos. Callada, (canta él, Camilo, obviamente), perdonas con ternura, todas mis locuras, y aunque sé que nada ignoras,
y que por mis errores lloras, no soy capaz de cambiar. ¡Qué hijo de
puta!... Ella: Y a pesar de todo, y a
pesar de todo, te sigo queriendo. ¡Qué boluda! Él: Por tu timidez, por tu sencillez, por tu alma blanca. ¿Qué soy
una palomita yo? ¿No entendés que te acabo de decir que estoy en celo? Ella: Por tu buen amor, por tu gran valor...
Los dos: Porque sé que nunca me darás la espalda... Repitum ad infinitud…
Cuando me di cuenta de que estaba cantando tremebunda pedorrada a viva voz, la
cuchara de madera como micrófono, que la salsa de tomate de mierda que me
estaba haciendo ya se me había quemado y que me había manchado la remera de
leopardo que me había comprado mi mamá, decidí llamar a Verónica, antes que
ponerme a llorar.
10.
10-La mujer
perfecta, sacarse un diez, Los diez negritos, las diez de últimas, Los diez
indiecitos, estar de diez, el Diego, los que te piden el diego, el Decamerón,
el diezmo, los Top Ten, los diez mandamientos y…
Los Diez Madremientos .
1. Amarás a
tu madre por sobre todas las cosas.
2. No tomarás
su santo nombre en vano, ni la puta madre que me parió dirás, jamás.
3.
Santificarás su cumpleaños y una torta le llevarás y con ella las velitas
soplarás.
4. Honrarás a
tu madre y a tu madre, a su imagen y semejanza obrarás.
5. No la
matarás, ni siquiera te tentarás.
6. No fornicarás,
sólo te casarás, muchos nietos darás y te joderás, te joderás.
7. No le
robarás.
8. No
levantarás falso testimonio ni le mentirás, jamás, jamás.
9. No
desearás la madre de tu prójimo.
10. No
codiciarás las madres ajenas.
Y, ya que
estamos…
Los Diez Mierdamientos de la Sociedad
Moderna.
1. Estudiarás
e independiente serás.
2. Éxito en
tu carrera tendrás.
3.
Inteligencia demostrarás, pero no tanta, al hombre no espantarás.
4. Que el
aspecto no importe aprenderás.
5. Para ser
eternamente joven y flaca a lechuga, manzana y yogurt vivirás.
6. Para no
tener celulitis matarás o morirás.
7. Pareja
formarás y te completarás.
8. Hijos
tendrás y, si es necesario, el diploma en el culo por unos años te meterás.
9. Tu propio
dinero ganarás y en tu familia lo gastarás.
10. La
palabra frustación no conocerás.
Y, por qué
no…
Los Diez Emiliamientos.
1. A dar un
paseo en el pito de King Kong a todos mandarás.
2. Sólo si
tienes ganas pareja formarás.
3. Todo lo
que quieras cogerás, y si no quieres, no te preocuparás.
4. Alcohol
tomarás y algún porro te fumarás.
5. Bondiola
masticarás, de la que te guste más.
6. Leerás,
muchas películas y series mirarás.
7. Nunca un
orgasmo fingirás.
8. Hijos
buscarás si los deseás.
9. Trabajarás
y tu plata gastarás en lo que te guste más.
10. Joya joya
la pasarás, ya verás, ya verás, o por lo menos lo intentarás.
11. Rara, como encendida…
Una sabe, siempre sabe. ¿Qué te pasa, Emilia? Nada,
contesto, con la más cara de Emilia que alguien se pueda imaginar. En eso, en
hacerme la boluda, convengamos en que tengo un master. Doctorado en cara de
nada. Pero en el fondo, una sabe. Por lo menos eso dice, o decía, mi psicólogo
a quién abandoné porque ya no aguantaba más; pero no quiero, decirlo digo. Ni
escucharlo. Ni pensarlo. Ja ja, qué fácil… El tema es que, no es que me caiga
mal la gente, todo lo contrario, todo el mundo me cae bárbaro. Menos yo. No me
soporto más. Me aburro soberanamente cuando estoy con otros. Cuando estoy sola,
peor. Siempre tengo la sensación de que los demás tienen vidas mucho más
interesantes que yo. Ah, ¿sabés qué hice ayer? Me acosté con mi
cuñado y creo que estoy enamorada; me cuenta una, que no sabe que hace diez
minutos su cuñado me contó ¿A que no
sabés qué hice hoy? Finalmente, me acosté con Rafael y creo que estamos
enamorados. Eso sí que es no aburrirse, carajo. Qué bello es vivir, decía
Capra, que por otro lado nunca había visitado el segundo cordón del conurbano
bonaerense. Cuando hay mucha gente en un lugar, me quiero ir, siempre, y,
cuando logro estar sola, siento abandono. Cuando estoy mala me digo cosas
horribles: pelotudona (que, como todos podrán apreciar, es muchísimo peor que
pelotuda a secas); mediocre proyecto de intelectual; de qué te quejás si tenés
menos atractivo que un cobayo. La verdad es que soy un encanto. Decir
que ya me conozco y mucho bola no me doy cuando me pinta la autoestima baja,
que si no…
Es lo que decía al principio, master tengo….
12. Life is like a box of chocolates.
Me ponen de muy mal humor los buenos. Son sospechosos.
Esa gente con cara de buena, actitud de buena, que
nunca habla mal de nadie, que siempre tiene a flor de labios una frase
optimista y conciliadora, que permanentemente te compele a que veas el lado
positivo de las cosas. Esa gente cuya frase favorita es “no hay mal que por
bien no venga”. Esas minas que vienen a tu casa y te traen una torta recién
hecha (por ellas, obviamente), que te preguntan cómo estás, que todo el tiempo
quieren saber si te pueden ayudar en algo. Que no paran de ofrecerte cosas. Que
dicen ser tus amigas. Que te regalan para tu cumpleaños una camisa blanca de
broderie acompañada de una tarjetita con un osito que dice, por ejemplo,
“Buscaba la dicha en la amistad y no me equivoqué porque la encontré contigo”.
Esa gente así, como la vecina de mi amiga. Que no paraba de decir que era
“floja de corazón” y que llevaba caramelos en su camioneta 4x4 para darle a los
chicos que piden plata en las esquinas. ¿Pero quién te pensás que sos? ¿Teresa
de Calcuta Revisited? Ojalá que ya que sos floja de corazón te dé un infarto
masivo, hija de una reverenda yegua puta, con perdón de las yeguas y de las
putas. Ojalá que la próxima vez que vayas a correr al parque te cagues encima y
tengas que limpiarte el culo con una ortiga. Ojalá que, de ahora en más, cada
vez que estés desnuda en la cama con un tipo no puedas parar de eructar y
tirarte pedos. O mejor, como todos estos deseos míos casi seguro no se cumplen,
la próxima vez que te vea caminando de la mano con el ex marido de Verónica, te
agarro de las mechas. ¿Tu mamá no te enseñó que eso no se hace, nena? ¿Qué con
el de una amiga, por más ex que sea, no?
13. Cosa de minas.
Ayer fui a la peluquería. Hacía un tiempo ya que mi
pelo me lo pedía a gritos, por usar una de las frases preferidas de mi tía
Elsa. Juro que no soy de ir mucho a la peluquería, en realidad no sé para qué
mierda lo juro, todos los que me conocen saben que no necesito jurarlo. Y los
que no me conocen con sólo mirarme se dan cuenta, para qué andar desperdiciando
juramentos al pedo. Me estoy yendo, otra vez empecé a dispersarme, tengo que
concentrarme, tengo que focalizar, vuelvo a lo que quiero contar: había una
mina que se había hecho fanática del movimiento slow y trataba de convencernos
a todas las allí presentes que no podíamos seguir viviendo si no adoptábamos la
misma postura. Ahora, si mal no entendí, este movimiento viene a ser algo así
como una reacción en contra de la agitada vida cotidiana. Entonces, yo me
pregunto, ¿por qué carajo no se van a vivir al campo y nos dejan tranquilitos y
en paz a todos los loquitos del asfalto y el frenesí? Y me surge otro
interrogante: ¿por qué si yo no trato de que ella disfrute masticando un
pedacito de alquitrán, ella sí trata de convencerme a mí de que yo debo
disfrutar del verde pasto y “disminuir mi marcha para ser feliz”? Yo me sumergí
en una revista y traté de interesarme en la última pelea entre Cristian Castro
y su mamá. La manejé más o menos bien hasta que se me paró adelante y me apuntó
con unos folletos. Más de ochenta kilos envueltos en un plástico blanco y una
cabeza cubierta por una gorra con agujeros de la cual salían muchos pelos de
distintos colores. Recordé la noche que mi mamá me llevó a ver El Exorcista.
Doce años tenía, mi mamá la verdad una irresponsable, yo se lo pedí y la volví
loca lo admito pero… Bueno, vuelvo al momento del terror. “Creo que esto te
puede hacer bien”, dijo. “Son cursos de yoga, filosofía, cocina lenta y
ecología. Yo los hice cuando volví de las vacaciones y empecé a vivir en serio,
lo que pasa es que el movimiento slow va más allá de lo retinesco, no permite
que se te quiebre la felicidad, ¿entendés?” Tuve piedad porque la pobre mujer
no me conocía y no podía saber que yo perdí todas mis posturas de yoga en el
mismo preciso momento en que perdí mi habilidad para chuparme el dedo gordo del
pie y que si quiero estudiar filosofía no voy a hacer un curso con un señor que
se llama Aiko Ashú (podría escribir una enciclopedia sobre Aiko, pero la dejo
para otro día). Yo sólo pensaba en resistir, y en no volcar en palabras
pensamientos tales como: si sos tan feliz, ¿por qué tenés esa cara de nutria en
desgracia? O, ¿por qué no te sloweás el orto hija de puta y me dejás de joder a
mí? La peluquera se debe de haber dado cuenta de que yo era un volcán y que su
negocio podía llegar a convertirse en Pompeya en cualquier momento porque
raudamente intervino, agarró los folletos, los puso sobre una mesita y con una
sonrisa de oreja a oreja decía mi abuela, una sonrisa de compromiso, por no
decir más falsa que la mierda, la llevó a la nutria hasta uno de los sillones,
le dio una revista y dijo “Creo que la clienta ya entendió, Martha, no es
necesario insistir sobre el tema, ¿verdad, querida?” Le agradecí con la mirada.
Creo que su intención fue seguir ayudándome. Pobre, era la primera vez que me
veía. “Y vos, querida, ¿tenés novio?” La cagó. Una hace lo que puede pero si
insisten. “Y a vos, querida, mi amor, corazón, ¿qué carajo te importa?”, le
contesté. La sonrisa se la cayó. Se me acercó y al oído y en voz muy baja me
dijo “Vos sos una tapada, pero sos loca como yo. Tenemos que ir a tomar un
café”. “Cuando quieras”, le contesté. Y bue, a lo mejor, quién te dice, es el
comienzo de una gran amistad. Le voy a decir a Vero que el mes que viene
vayamos juntas.
14. Just when I thought I was out…
… they pull me back in, dijo Al Pacino. Me
encontré con Sandra a tomar un café. Sandra es una amiga del secundario. No sé
si seríamos amigas si nos conociéramos hoy, la verdad es que mucho en común no
tenemos, pero nos une el cariño de una historia, dirían en un comercial de
galletitas de salvado. Ayer estaba particularmente monotemática. Su novio su
novio su novio. O, más precisamente, la ausencia del mismo dado que todo giraba
en torno al hecho de que hacía como dos semanas que no la llamaba. Yo que ella
me estaría yendo a festejar a Jamaica pero, ya lo dije, somos muy distintas.
Paréntesis explicativo para que no piensen que soy una descreída del amor. El
novio de Sandra sufre lo que yo llamo S.B.I., Síndrome del Boludo Importante.
Características que suele manifestar el genotipo en suestión:
-frase favorita: Carpe diem
-palabra más usada: sustentable
-para el día de la dulzura te regala un chocolate con
un cartelito que dice: ¿me das un beso?
-sabe de memoria las canciones de Arjona
-en Facebook es miembro de grupos tales como ‘Salvemos
a los pingüinos de Magallanes’ y ‘Ecología en acción’
-pasados los treinta todavía cree que el perro que
tenía a los nueve se fue a vivir al campo
-su fantasía más loca es hacerlo sobre la mesa de la
cocina
-dice, “un día de vida es vida” y se come una
medialuna.
-el último libro que leyó se llama “La alegría de
estar vivo”; y tiene en la mesita de luz una copia de Quién se ha robado mi
queso y de El caballero de la armadura oxidada.
Lo trágico es que la boludez es como la entropía, no
para de crecer en el universo. Vuelvo, como siempre, no sé para qué carajo me
voy si siempre vuelvo, esa es otra historia, ahora Sandra. “Lo que pasa es que
debe de estar cansado, trabaja mucho. Como acaba de separarse, le tiene miedo a
un nuevo compromiso; para mí que le gusto demasiado por eso no me llama.” Así
estamos, hiper modernas, pero cuando tenemos que justificar el comportamiento
pedorro de un tipo nos remitimos a los argumentos que usaban nuestras
bisabuelas en la época de la Virgen de la Caramañola. “La semana pasada le mandé
un mensaje y me dijo que estaba ocupado porque había venido un primo de Madrid.”
“Ah, no sabía que tenía parientes en España”. “No, yo tampoco”, me dijo.
Terribles, los momentos en que una no sabe qué decir son terribles. La duda,
siempre la duda. “¿Qué hago? ¿Lo llamo otra vez?” “¿Cómo otra vez? ¿Ya lo
llamaste?” “Obvio, y me dijo que el viernes que viene no puede, que está
ocupado”. Se me terminó la duda. “Pero mandalo a la puta madre que lo parió,
¿qué es? ¿Un 0-800 que está siempre ocupado el pelotudo ese?” “No puedo, es un
dulce de leche. Cuando hacemos el amor, no sabés, una entrega, Emilia, una
entrega.” “Es un tipo no un servicio de delivery, boluda.” “Emilia, no me
hablés así, no sé qué hacer, estoy cansada de estar sola”. Qué le voy a decir.
Federico me mandó un mensaje. “Hola”, dice, el boludo. Por supuesto que no le
contesté. Cada tanto se va y, lo que es peor, cada tanto vuelve. Y, lo que es
peor de lo peor, lo decide él. Y siempre me manda al psicólogo. Yo tampoco sé
qué hacer. Es lo que decía al principio, cuando pensé que estaba afuera, me
vuelven a entrar.
15. May The Force Be With You
El doc, con una tranquilidad pasmosa, te mira y te
dice “hacé todos los trámites, los análisis y pedí cama para el miércoles”.
Evidentemente, el tipo no tiene la menor idea de lo que te está pidiendo.
Porque encima te aclara, “por favor que no se te venza la orden”. Por supuesto
que no, doc, quedate tranquilo, dije yo en un ataque de estupidez sobrehumana.
Lo llamé otra vez, no a Federico, al que me dijo que la China le quedaba cerca
si era para verme a mí, a ver si me acompañaba. Creo que entendí mal. Se debe
de haber referido al Barrio Chino, el hijo de puta. Cinco mensajes le dejé y no
contestó ninguno. Convengamos que en el último lo mandé a la puta madre que lo
parió, pero ese no es el caso. La educación es la educación y los mensajes se
contestan, qué joder. Bueno, depende. Bueno, no soy ejemplo. Total que aquí
estoy, esperando como siempre en estos casos a que un señor de guardapolvo
blanco se digne cual vampiro moderno que convive con mortales comunes y
corrientes a sacarme sangre y a agarrar mi orina calentita en su mano. Nadie me
puede negar que hay profesiones de mierda, a quién le puede gustar andar
tocando el meo de otro, por dios; o andar revisando bocas ajenas, es un asco; y
sádico además, estoy segura de que todos los dentistas tienen algún látigo
guardado por ahí…. o esposas de cuero… o agujas… Todo el instrumental lo deben
de usar para otros fines… o le pegan a los pibes, qué sé yo… algo deben
esconder… Bueno… a ver… mientras tanto me tengo que entretener. Me olvidé el
libro que estaba leyendo, como siempre, lo paseo todo el santo día al pedo y
cuando lo necesito… me cago en la hostia, decía mi abuelo asturiano, cuando
tengo que esperar y no tengo nada para leer me agarra como una especie de
síndrome de abstinencia incontrolable que no me suelta hasta que no encuentro
algo. En la mesita hay unas revistas, pero son todas “femeninas”. Muy
instructivas, por cierto. Una puede aprender tantas cosas. A hacer un strip
tease, a seducir al vecino del cuarto piso, a preparar una rica comida para
esperarlo, a tejer un gorrito andino. Te dan ideas para salvar el planeta, para
meterle los cuernos a tu marido y que no se entere, te explican que hay
detectives que se dedican a seguirlo en caso de que sea él el que te los meta a
vos y te enseñan cómo hacer para que no se te seque la magnolia y/o el perejil.
Entre medio también te dan diez tips para crear tu propio emprendimiento sin
salir de casa. Nunca falta el test (Para saber si sos feliz: ¿Te levantas cantando a la mañana la canción
de la Novivia Rebelde?; adicta al sexo: ¿Le
exiges a tu pareja hacerlo cinco veces por día y si no quiere se lo pides al
verdulero?; o buena gente: Si ves un
ciego, ¿le ayudas a cruzar la calle?). Mi favorito es el consultorio
sentimental. Éste sí lo voy a leer. “Mi novio quiere tener un bebé, ¿cómo hago
para decirle que no estoy preparada?” (no le digas nada, seguro que igual se da
cuenta, mi amor); “Tengo la fantasía de hacerlo con dos hombres, en lo posible
negros, no soy para nada original, ¿no?” (No, pegate un tiro); “Soy
recontraindependiente pero quiero a mi lado un hombre que se haga cargo de mí y
me proteja”. (¿No viste Psicosis?); “Mi novio me pidió que lo unte con yoghurt,
¿es normal?” (Sí, por supuesto, usá descremado de frutilla, es el que vuelve
locos a todos, alcanzarás orgasmos múltiples). Y, por supuesto, el horóscopo: Un encuentro con alguien del pasado moviliza
tu pulso cardíaco, sacá el pie del acelerador para ver con claridad (si lo
llego a ver a Federico, ¿a vos te parece que voy a estar pensando en el
Automóvil Club o en mi oculista, pedazo de idiota?) Tenés que aprender a mirar lo desconocido con menos temor (¿y por
qué no te venís a pinchar vos en mi lugar, proyecto de nada? Ahí vamos a ver si
sos tan guapa para dar consejos). No te
quedes con las ganas, atrevete al deseo, pero amor es otra cosa. (¿En qué
quedamos, mi amor? ). Será precioso lo
que vivirás con alguien de tu mismo signo. (Como que no sea con mi gato
negro, lo dudo). No sé para qué me meto a leer estas cosas si ya sé que me
ponen de mal humor… “¡Emilia!”, escucho que me llaman y allá me levanto y voy. Sin
el “Chino”, sin Federico, y sin la puta madre que me parió. Qué le vamos a
hacer.
16. Quémese después de
escucharse.
Juro que no
lo entiendo. Le doy vueltas, le doy vueltas, y cada vez lo comprendo menos.
Escucho y creo que lo que escucho es suficiente para que salga una horda de
mujeres enfurecidas a lincharlo; y no, lo aman. El pibe logra que hasta la
Virgen de la Caramañola de Nuestra Merced de Caballito quiera levantarse la
pollerita cual Marilyn Monroe pero sin necesidad del subte. Me explican que es
simple y que por eso llega al corazón. No, señoras, simple es, por ejemplo,
hablar de pingüinos en la cama para decir que ya no te la dejan poner, metáfora
que envidiaría el mismísimo Becquer Gustavo Adolfo. No digo que haya que
esperar al príncipe azul que nos transporte en un caballo blanco hasta el
palacio para hacernos reinas. Ya sabemos que por lo general el caballo no llega
ni siquiera a la categoría de burro al igual que el que lo monta, pero no por
eso nos vamos a conformar con que nos digan que nos quieren aunque seamos
gordas, feas, viejas y pedorras con olor a pata.
“Amarte a ti no es lo mejor, eso lo tengo claro”: Pero por qué no te vas a la puta
madre que te parió, de base, digo, para empezar a hablar.
“Amarte a ti no es lo mejor pero me gusta”: ¿no querés que te pegue con el
látigo también?
“Acepto que a veces no soy tierno, que a veces soy
frío como invierno”:
Los zapatitos me aprietan las medias me dan calor y la rima metétela en el
toor.
“De vez en mes te haces artista, dejando un cuadro
impresionista, debajo, del edredón. De vez en mes con tu acuarela pintas
jirones de ciruelas que van a dar al colchón”: a ver, mi amor, si entendemos algo; los amantes no
defecan, no eructan, no se tiran pedos y, mucho menos pretenden hacer poesía
con mi menstruación, chancho asqueroso, dejate de joder.
“Si me dices que sí, piénsalo dos veces; puede que te
convenga decirme que no”: pero por qué no te vas a amenazar a tu abuela y, de paso, te lavás el
culo con nafta común.
Podría seguir
ad infinitum, pero prefiero, ya que estoy, darle algunas ideas para su próxima
producción:
“Ya sé que tenés celulitis pero no me importa ahora
hay buenos tratamientos y te aseguro que no te miento”.
“No te preocupes por tu panza, con que la metas para
adentro cuando me ves, me alcanza”.
“Tus arrugas no me importan porque con tu peceto al
caramelo me enjugas”.
“Me calienta el pedacito de lechuga mezclado con ajís que
se te ve entre los dientes cuando te reís”.
Por favor,
adónde vamos a ir a parar con tan pocas pretensiones. La verdad que antes de ir
a escuchar a este tipo, prefiero ir a la Fiesta Nacional del Poncho en
Catamarca, por lo menos es más auténtica. Y Federico, si me quiere ver, mejor
que se ponga las pilas y me vuelva a llamar… y si no, mejor, le paso los
teléfonos de todas las que me dicen que lo llame porque es un “divino”… Menos
mal que los análisis me salieron bien, que si no…
17. Mujeres al borde.
Lo soporté
estoicamente. La verdad que tenía razón. Una vez más. “¿Por qué no me avisaste?
¿Me tengo que enterar después de que pasó todo que te hiciste una biopsia,
pelotuda?” “Bueno, Vero, no te enojes, salió todo bien”. “¿Y eso qué tiene que
ver? ¿Qué te pensás, que soy tu amiga nada más que para la joda? ¿Con qué
necesidad, me querés decir, pasaste por todo eso sola? ¿Cuándo me lo pensabas
contar, la puta madre?” Estaba enojada, me di cuenta porque puteaba mucho y
ella no putea. No podía hacer otra cosa que callarme y mirarla con mi mejor
cara de gato de Shreck, lo que, por supuesto, no funcionó. Sonó el portero. “Me
salvó el gong”, pensé. Equivocada, como de costumbre. “Subí”, dice Vero.
“¿Quién es?” “¿Qué te importa?” “Bueno, che, basta, ya me hice todo y todo dio
negativo por suerte, así que acá no ha pasado nada.” “Ese no es el punto”. “¿Y
cuál es el punto?” “Lo sabés muy bien”. “¿Cuánto más vas a estar así? Ya te di
la razón”. “Hasta que se me cante el orto”. Estaba muy enojada. Timbre, Vero
que abre la puerta y yo que pongo cara de haber visto al mismísimo demonio, o a
dios, que es lo mismo. Era Josefina, una amiga de primaria de Verónica que
tiene la mente tan abierta como un Equeco y que no entiendo cómo la soporta y
que encima se está por casar después de aproximadamente diez años de noviazgo
con el chico con el que está más o menos desde que nació. “¡Hola chicaaas!”, grita como si el dos ambientes de Vero fuera
la mansión de los Carrington. Nos saludamos con toda la hipocresía que ambas
dos somos capaces de sobrellevar. Nuestro amor es mutuo. Vero se fue a la
cocina a llevar las medialunas crocantes que trajo su amiguita y yo la seguí.
“¿Se va a quedar mucho tiempo? ¿Qué hace acá? ¿Por qué la seguís viendo a esta
forra?” “Porque me charla y me cuenta cosas y así me da a mí la posibilidad de
hacerlo”. “¿Y de qué hablan? ¿De la germinación del poroto que hicieron juntas
en el año 79?” “¿Por qué no dejás tu preciosa ironía en la puerta la próxima
vez que vengas, boluda?”. “Ufa, che, cortala con las puteadas que me estás
poniendo nerviosa”. Josefina empezó a hablar de su único tema por estos días, y
no paró más. “Es mucho trabajo, Emilia, que los trámites del Registro Civil,
que las participaciones, que la lista de regalos, ¿me entendés?” “¿Cómo no te voy
a entender? Casarse es un trabajo”. Insalubre hubiera agregado si no fuera
porque en algún lugar todavía me reprimo. “¡Y la fiesta! Que el cotillón, que
el catering, que la música, que los manteles, que los arreglos de mesa…”
(seguiría, pero la lista de ítems fue interminablemente aburrida). “Y una
quiere que todo salga super bien. Por eso decidimos contratar una wedding
planner. Además, con esto de la boda, me tengo que mantener en forma. Ahora
entreno dos veces por semana, una vez hago esferodinamia y otra esferokinesis.”
No voy a hacer ningún comentario con respecto a la última frase porque ya es
demasiado, pero juro que no entiendo a la gente que contrata a otra gente para
hacer las cosas que supuestamente les tiene que gustar hacer. Por ejemplo, si no
disfrutás sacando a pasear un perro, ¿para qué tenés uno? ¿para contratar a un
paseador? Dejate de joder. Pero ya me estoy acostumbrando a andar a contramano.
Como alguien me dijo el otro día, ese alguien siendo más precisamente mi amada
madre, “Ay, Emilita (porque ella me va a llamar Emilita hasta los 85 – los
míos, no los de ella) vos siempre buscándole el pelo al huevo”; a lo que yo le
respondí: “Pero el huevo, ¿tiene el pelo o no, vieja?”. “Ves, ves, lo que te
digo”, me contestó con la impunidad que la caracteriza. Bueno, pero volviendo,
¿por dónde andaba? … ah sí por eso de andar a contramano y acostumbrada, en
realidad al corso a contramano que a veces me anda por la cabeza me tendría que
acostumbrar o, por lo menos a esta altura de la vida, conformarme. Pero
volviendo otra vez a la amiga de mi amiga, que seguía hablando de su wedding
planner diplomada, que le cobraba alrededor de tres millones de dólares para
hacer lo que antes hacían la mamá, la tía o la hermana gratis. “Es que no hay
cerebro que pueda barajar tanto dato, presupuesto, proveedor…”. Lo que no hay
es cerebro y punto, querida, pensé yo, pero nuevamente mi compasión fue más
fuerte. “Y además esta chica es buenísima, es super, tiene una propuestas super
creativas, ¿sabés que me aconsejó hacer, Vero? Una suelta de mariposas, no me
vas a decir que no es maravilloso?” “¿Y por qué no hacés una suelta de
cucarachas?”, le sugerí. Vero trató de congelarme con la mirada pero ya era
demasiado tarde y ya había escuchado demasiadas cosas y la represión y la
compasión se me habían ido al reverendísimo carajo. “A mí me parece muchísimo
más creativo, ¿te imaginás el despelote? Todos comiendo en el super salón que
alquiló tu super wedding planner, todas en esos super vestidos super largos y,
de golpe, zaracatunga, aparecen super cucarachas super enloquecidas, y todas se
suben a las sillas y pegan super gritos de pavor.” La novia quedó en silencio,
Vero largó la carcajada, y yo entonces supe que estaba todo bien, que era lo
único que a mí me importaba.
18. Mi mamá me mima, mi
mamá me mata (y no de la risa precisamente)
Mi mamá es de
esas personas que aprietan el control remoto de la tele cada vez más fuerte
cuando se está quedando sin pilas. El control remoto, no ella; a ella no se le
terminan nunca. No se lo puedo hacer entender. Cuando llega el momento, hay que
cambiarlas. Las pilas. Y otras cosas también, pero en el fondo todos somos un
poco como mamá y nos cuesta. Cuando me llamó, parecía agonizar. “Disculpame que
te moleste, mi amor. No doy más, Emilita, pasá por la farmacia y comprame un
calmante, hijita querida. Esta pierna me está matando”. “Mamá”, le dije con
toda la paciencia que pude encontrar en el más recóndito lugar de mis ya
bastante agotadas pilas, “es lógico que te duela la pierna después de todo lo
que hiciste”. Aclaro que se había ido a Mendoza con el centro de jubilados y
poco menos que escaló el Aconcagua. Cosa de viejos, decía mi abuela. “No, no,
no es eso, seguro que es la rodilla y me voy a tener que operar, o peor, la
cadera. Yo no voy a dejar que me toque cualquiera, imaginate”. “Mamá, ya estoy
yendo para allá y tranquilizate que nadie te va a tocar”. Ahora que me doy
cuenta yo estoy como mi mamá. La última persona que me tocó el culo fue una
enfermera para darme la inyección. Bueno, pero volviendo a mami. Por supuesto
que no le compré ningún medicamento, llegué a la casa y estaba sentada en el
sillón mirando una telenovela. “Hola, mi amor, qué suerte que viniste, ¿me
trajiste el remedio?” “No, mamá, no te voy a comprar nada sin que te vea un
médico antes.” “Me vas a matar, estás cada vez más parecida a tu abuela, a la
madre de tu padre, por supuesto, Dios la tenga en la gloria.” “¿Cómo tengo que
tomar que me compares con la abuela?” “Bien, por supuesto, ¿cómo lo vas a
tomar? No entiendo tu pregunta.” “No sé, siempre dijiste que era una yegua
hincha pelotas de mierda.” “No hables así de tu abuela. ¿Ves que sos igual?
Siempre hacés lo que vos querés”. “Dios te oiga”. Dos dioses en muy poco
tiempo, me estoy poniendo nerviosa. Ni hablar del tema de cómo la muerte
santifica, mejor lo dejo para otro día. “Bueno, a ver, mamá, ¿qué te duele?”.
“Todo”. Un placer hablar con mami. “No te puede doler todo, mamá”. “¿Vos me vas
a decir a mí qué es lo que me pasa? Es el colmo”. “Mejor llamo al médico”. “¿Para
qué?” “¿Cómo para qué? ¿Me querés volver loca?” “No, mi amorcito, vení sentate
conmigo a ver la novela, charlemos un rato y ya vas a ver cómo me voy a sentir
mejor. Debo estar cansada, como me dijiste.” Mejor me siento, el matricidio
tiene muy mala prensa. “Nena, estaba pensando….” Sonamos, cuando mami piensa
hay quilombo en puerta. “A mí me parece que estás muy sola, hija.” “No estoy
sola, mamá, lo que vos querés decir es que no tengo pareja, novio, tutor o
encargado, llamalo como quieras”. “Es lo mismo”. “No, mamá, no es lo mismo”.
Silencio. Pero ya sabía yo que iba a volver. Mamá siempre vuelve, es un
boomerang la hija de puta. “¿Hace mucho que no lo llamás a Federico? Es tan
bueno ese muchacho, tan trabajador e inteligente”. “Eso se terminó, mamá”. “Una
lástima, la verdad, a mí me gustaba”. “Sí, ya sé, pero el detalle es que me
tiene que gustar a mí”. “Si a vos te gusta, yo lo sé, soy tu madre, un chico
tan simpático. Yo sé que te hizo sufrir, pero también sé que vos lo querés”.
Casi me afloja la vieja, caí como un chorlito, por usar una frase moderna.
“Hace unos días me dejó un mensaje”, le conté. “¿Y?” “No le contesté, la verdad
que no sé qué hacer”. “¿Querés que lo llame yo?” “¿Estás loca, mamá?” “Más
respeto que soy tu madre.” “Pero qué respeto ni respeto, no te metas.” “Bueno,
tarde, lo invité para mostrarle las fotos del viaje. Debe estar por llegar en
cualquier momento.” Como tratar de reprimir la caterva de insultos que me iba
subiendo por el esófago me resultaba más difícil que reírme con una película de
Bergman, me fui. Huí, mejor dicho. Y por la escalera, no fuera a ser cosa que
me lo cruzara en el ascensor.
19. Las invasiones
bárbaras.
“Dale,
venite. ¿Qué vas a hacer? ¿Te vas a quedar sola en tu casa?” Yo sabía que no
tenía que ir. Que la intención de Vero era más que buena y generosa. Pero no
estaba de humor para bancar a nadie que no fuera yo misma o, como mucho, ella,
que es lo más parecido a yo misma que conozco. Pero la carne es débil, dijo mi
bisabuela cuando todo el mundo se dio cuenta de que mi abuelo era muy parecido
al lechero; uy, qué dispersa estoy hoy. Cuestión, que fui… al cine y después a
comer con Vero y su prima, que estaba de visita. La prima es de un pueblo que
se llama Cuchú tafí o Tafí cuchú o Tufí Memé, o algo parecido, sólo sé que es
lejos y que queda en el campo, ese lugar, como decía no me acuerdo quién, donde
las gallinas andan vivas y sueltas revoloteando por ahí. “Pero yo a tu prima la
conozco, Vero, es demasiado tranquila para estar conmigo en este momento”.
“Justamente, nos va a ayudar a bajar un par de cambios a las dos”. Más que un
par de cambios, nos va a poner en punto muerto, pensé. Pero Vero tiene razón, a
veces, está bueno juntarse con gente que no tiene mucho que ver con una, para
variar. ¿Para qué carajo queremos variar? Y variar, ¿qué?, me pregunto yo. La
película (no la que hay que variar, la que fuimos a ver) no era mala, de hecho
a la prima le gustó, para mí fue total y absolutamente intrascendente. Una de
esas comedias donde no esbozás ni una mínima sonrisa, donde el chico pobre,
tonto o nerd termina enamorando a la chica más linda e inteligente del barrio a
pesar de que ella se estaba por casar con el príncipe de Asturias, y son
felices y comen perdices, animal que crece, ¿dónde?, en el campo, será por eso
que le gustó a la prima. Ojo que yo no pretendo burlarme de nadie, muchísimo
menos en este momento de corrección política mundial en el que estamos
sumergidos, el campo es bueno y generoso, tiene la vaca que nos da la leche
pero, la verdad, a mí me importa tres carajos. A mí a la vaca traemelá en lo
posible arriba de una parrilla y bien jugosa o, en su defecto, teñida de fucsia
y en forma de zapatos o cartera. Nos sentamos a comer en un restaurante moderno
para que la prima conociera los placeres de la gran ciudad. Una bosta, esos
típicos lugares donde te traen un plato que se llama Vieyras del Pacífico Sur
con salsa de orégano y chocolate, te cobran cinco millones de dólares y encima
no podés fumar. Por supuesto, a la prima le encantó. Pero claro, para ella un
pollo al champiñón ya hubiera sido un plato sofisticado. Otra vez, cero
prejuicio, válgame dios, pero yo también tengo derecho a expresar mi opinión,
qué joder. Como diría mi locólogo, dios lo tenga en la gloria no porque se haya
muerto sino porque lo maté yo, no físicamente eso es más que evidente sino
estaría hablando desde otro lugar y no desde acá cómo me acabo de ir al carajo
me acabo de dar cuenta, tengo el pensamiento enrulado. ¿Tendré que volver a
terapia? Como decía, él insistía en que yo vivía aclarando “yo también tengo
derecho a…” como si tuviera la necesidad de recalcarlo; y sí tengo la
necesidad, boludo, le decía yo, ¿por qué te pensás que vengo acá? ¿Por qué vos
sos lindo? No soy tan boluda (también ya sé que si digo tan es porque un poco
boluda me siento, termínenla con tanto inconsciente, mierda). Ahora sí que me
fui, me perdí y ya no sé adónde estaba… ah, con la prima comiendo una suprema
Maryland. Uf, me agoto de mí misma. Total que, después de comer, a la prima se
le ocurrió ir a bailar y, antes de que yo pudiera abrir la boca, Vero me miró
con la típica cara de ‘no me dejes sola, por favor, viene una vez por año a
visitarme y mi obligación es llevarla donde quiera’. Y allá fuimos y Fiebre de sábado por la noche
un poroto, sobre todo porque la mayoría de las personas que encontramos en el
lugar al que caímos había ido al estreno de dicha película en su juventud. Dos
amigos que, abatidos por no encontrar el sexo desenfrenado que antes de salir
imaginaron conseguirían mientras ensayaban una mirada profunda a lo Clint
Eastwood frente al espejo, beben en silencio, acodados en la barra, aburridos
pero sin dejar de fruncir el ceño. Otros dos amigos que no paran de hacerle
bromas a todas las chicas que pasan y, a juzgar por las miradas que reciben,
los chistes son divertidos como una endodoncia. El que está parado con el whisky
en la mano sonriéndole vaya una a saber a quién, por lo general de jeans y
camisa blanca a rayas celestes y que nunca liga nada. El que se quedó en los
setenta y se desprendió la camisa hasta casi el ombligo y se dejó los tres
pelos que le quedan hasta el hombro. El grupo de recién divorciadas haciendo
que festejan y son felices. La que tiene trescientas horas de gimnasia por
semana, no se clava nunca una hamburguesa, ya no sabe lo que es un bombón, y el
último alfajor que comió se lo trajo su abuelo de Mar del Plata en el verano
del 82. Preciosa y amarga como ruda macho. La que dice que no le gusta llamar
la atención y por eso se pone jeans con encajes, blusa blanca escotada y
transparente (en lo posible con priedritas brillosas), tacos como zancos, algún
toque de animal print, mucho peinado de peluquería, mucha uña esculpida. La que
se apoya en una columna, mira… mira… mira… revolea… revolea… revolea…
histeriquea… histeriquea… histeriquea… Hombres que miran a mujeres y mujeres
que miran a hombres. A la prima no le importó nada. Fue entrar y perderla. Qué
sé yo, sudará feromonas la tipa. Tengo un lapsus en mi memoria, no sé cómo pero
de pronto me encontré bailando, desenfrenada, con Vero y con mi quinta cerveza
en la mano. “I was made for lovin´you baby” es sencillamente irresistible.
Reaparece la prima, saltando como loca, despeinada, y gritando que había
conocido a un cubano increíble pero que no besaba tan bien como el rubio que
tenía de la mano. ¿Venderán feromonas en pastillas? Yo en realidad me tendría
que dar una endovenosa diaria. Todo pasa muy rápidamente en estos lugares. Por
fin se me acerca un muchachito, un poco muñequito de torta pero nada feo.
Lástima que abrió la boca. “¿Cómo te llamás?”, me pregunta en un arranque de
originalidad y extrema confianza. “Emilia”, le contesto y recuerdo que no debo
beber tanto. “Qué lindo, con e de esperaza”, me dice. “Ah, te gusta Diego Torres, lo nuestro no va
a andar, corazón”. Las tres no fuimos al otro lado de la pista, lo dejamos a él
y perdimos al rubio en el camino. “No importa”, dijo la prima, “ya me había
dado el teléfono, mañana lo llamo”. Seguimos bailando otro rato. Hasta que
empieza a sonar Color Esperanza y, como era de esperar, reapareció el
muñequito. “Seguidor como perro de sulky”, me dice la prima. “Tu posmodernidad
me alucina”, le dije. Me miró y no sé si ella no me entendió a mí o si yo no la
entendí a ella. Total, que lo que nos surgió a las dos fue una estridente,
borracha y por qué no campechana carcajada. Y sí, cada tanto hay que pintarse la
cara.
20. Puedes dejarte el
sombrero puesto (y, en realidad, el resto de la ropa también)
“Decime, ¿no
dijiste que estar enamorado es querer hacer feliz al otro todo el tiempo?”
“Sí”, le contestó. “Entonces, yo me pregunto, ¿por qué no te vas a la mierda?
Vas a ver lo feliz que me pongo”. Y… Vero cuando se enoja es brava. La prima se
volvió al campo pero, pequeño detalle, se olvidó de decirle que se iba al
muchachito con el que vivió una profunda historia de amor de tres días. Y tanto
llamar a lo de Vero para saber algo de la prima, se terminó enamorando
perdidamente de mi amiga. Lo conocemos poco, pero sí estamos seguras de que es
enamoradizo el chico. También sabemos que pretende convertirse algún día en un
intelectual porque lee todos los domingos la columna de Beatriz Sarlo en la
revista Viva y porque no le gusta el fútbol y aprovecha para ir al super cuando
juega Argentina porque no hay nadie. Lindo, pero chiquito, en demasiados
aspectos. “Qué levante tu prima, eh” “¿Viste? Bueno, igual convengamos en que
le viene bien todo lo que se presenta.” “¿Será que es gauchita porque es del
campo?” “No sé, boluda, una vez escuché que hay distintos tipos de libido, ella
lo tendrá plástico, qué sé yo.” “¿Plástico? ¿Existe eso? Cagamos, yo creo que
lo tengo atrofiado.” “¿Querés a la noche venir a casa a comer una pizza?”
Cortamos y me quedé pensando en los distintos tipos de libido. Yo no sé si
atrofiado no será mucho, pero estresado lo tengo seguro, no, tampoco, lo tengo
pensador. Ese es mi problema, mi libido piensa mucho y de tanto pensar se
vuelve indiferente. Pobrecito, está un poco afligido en realidad. Tampoco tengo
de qué quejarme, siempre me moví más o menos dentro de los carriles habituales,
aunque no me vendría nada mal cruzar alguna que otra línea amarilla cada tanto.
Veré que hago en el futuro. Total que no me voy a andar preocupando tanto por
lo que va a pasar, si no me pierdo lo que está pasando ahora, que es… nada, la
puta madre. Soy una especie de película mal subtitulada, mi cerebro dice una
cosa, mi boca otra y más abajo se lee algo totalmente distinto. Mejor, me dejo
de joder y me empiezo a preparar para ir a lo de Vero. Nos tomamos una cervezas
y hasta por ahí brindamos por la prima y todo. Ahijuna.
21. Los excéntricos
Luisianos.
Mi amiga
Luisiana, la que hace unos meses tuvo un virulento ataque de histeria
insaciable porque pensó que su marido le metía los cuernos y después no pasó
nada, (ni con el esposo, ni con los cuernos, ni con la secretaria, ni con la
histeria) y cuando llegamos a la casa con Vero a las tres de la mañana ya se
había tomado la pastillita y nos dijo que había “over reaccionado” (Luisiana no
puede parar de mezclar palabras que llegado a un punto sólo ella entiende),
siguió haciendo cheesecake y construyendo junto a su maridito el Taj Mahal del
amor. Una es una chica moderna y sabe que es imposible que alguien quiera
acostarse toda la vida con la misma persona, es una ferviente defensora del
amor libre, cree que todo es un mandato cultural y/o religioso y hasta entiende
que la infidelidad sea casi necesaria para darte algo así como un equilibrio
psicológico, entonces, cuando lo cruzás en los cumpleaños ponés tu mejor cara
de vaca atada y domesticada. Aunque una tampoco pueda evitar mirarlo y, sin
emitir sonido, decirle “volvés a hacer sufrir a mi amiga y hago todo lo posible
para que te corte las bolas y las cuelgue del arbolito de navidad o, en su
defecto, invite a los vecinos a comer criadillas al horno con salsa de
puerros”. Y así todo sigue corriendo más o menos por los carriles habituales.
Para una, y para ella, el maridito y sus cinco niños. Sí, cinco. Yo no
entiendo, te juro. No me vengan con que una persona decide tener tamaña
cantidad de hijos por amor. No tengo dudas de que la persona que hace eso tiene
una irremediable tendencia al suicidio, no se anima a calzarse la 38 en el
paladar blando y en consecuencia decide tener muchos niños para entretenerse y
no pensar, qué sé yo, si no no se explica… Una de doce, otra de nueve, otro de
siete y los mellizos de dos, oh my… La cuestión que ella, su maridito y sus
cinco niños se iban un fin de semana a la costa y me invitaron; últimamente soy
un imán para invitaciones tentadoras, me llueven propuestas desopilantes todo
el tiempo, supongo que la gente debe de pensar que como no estoy en pareja,
estoy sola, me aburro, y por ende siente un deseo irrefrenable de entretenerme.
Lo que más me revienta es esa cara de compasión con la que me miran, toda una invitación
a la trompada feroz. Fui muy diplomática. “Ni en pedo, Luisiana”, le dije.
“Dale, te va a hacer bien”. “¿El qué me va a hacer bien? ¿Hacerme el harakiri
con el último modelo de Power Ranger, intentar matarme cortándome las venas con
uno de los accesorios de Barbie, o atragantarme con la pasta frola que seguro
vas a hacer mientras tu hija mayor nos deleita con “La vecinita tiene antojo” a
todo volumen a las dos de la mañana?” “¿Por qué no te copás y me venís a dar
una mano?” Eso es otro cantar, como soy The Queen of Boluds si me hablan de
frente no puedo negarme. Y allá partimos, a pasar un fin de semana tan
entretenido como el noveno concurso internacional de estatuas vivientes. El
viaje en el mini bus que se compraron para poder transportar semejante cantidad
de personas y cosas fue un verdadero placer. Sólo tuvimos que parar unas cinco
veces: porque uno de los mellizos vomitó, porque el otro se cagó y hubo que
cambiar esa arma química llamada pañal, porque la de nueve tenía sed, el de
siete hambre y la de catorce quiso ir al baño porque no le alcanzó con ir las
otras cuatro veces que habíamos parado. Siete horas con reguetón de fondo
después llegamos a la casa de veraneo que queda a trescientos cincuenta
kilómetros del lugar en el que viven. Al hombre de la casa casi no lo vimos en
los tres días que estuvimos allá. Apenas llegamos se fue a jugar al golf y
estuvo todo el día dándole a la pelotita. Qué tipo raro el que inventó el golf,
me lo imagino sentado mirando la lontananza y pensando “voy a inventar un juego
en el que haya que pegarle a una pelotita diminuta con un palo y meterla en un
agujero pequeñito que esté a ochocientos metros de distancia”, bastante
enfermito la verdad. El marido de Luisiana tiene como frase de cabecera eso de
que “el deporte es salud”, y con ese latiguillo enferma a los demás.
Convengamos en que también lloró con la muerte de Favaloro como si fuera su
padre y fue a todas las marchas de Blumberg. Es decir, no entra en la liguilla
de mis amigos. Mientras el señor jugaba su deporte favorito, nosotras llevábamos
a los niños a la playa. Hicimos un promedio de trescientos castillitos de arena
por día. En un momento en que los mellizos estaban tratando de comerse un
caracol que habían encontrado, el de siete y la de nueve se peleaban
furiosamente por una pelota y la doce gritaba “cállense pendejos, mamá hacé
algo” como si tuviera un megáfono incorporado en su garganta, Luisiana, mirando
el horizonte, dijo “te juro que a veces me siento superada y no sé qué hacer”,
y yo, también mirando el horizonte, contesté, “Matalos, es la única solución
posible”. Aprovechando que no había ningún ecologista cerca, apagué el
cigarrillo en la arena, e inmediatamente después nos paramos para construir el
castillito número trescientos uno.
22. La última
tentación.
Finalmente,
acepté entrar de lleno en la modernidad y tengo mi perfil en Facebook. Debo
reconocer que muchos de mi prejuicios eran infundados. Tiene su costado
interesante la herramienta. Una puede contactarse con gente que tenga los mismo
intereses e intercambiar información, recibís invitaciones a eventos que de
otra manera no te enterarías que ocurren, a cursos, seminarios, etc. etc. Una
se encuentra con gente que hace mucho no ve (que al instante de habernos
reencontrado, y luego de que la euforia se diluye, una recuerde por qué mierda
dejó de ver a esa persona e inmediatamente se arrepienta es otro tema, pero
encontrarse nos encontramos). También te da la posibilidad de mantener un
contacto más fluido con aquellas personas que una no ve tan seguido pero quiere
y entonces así sabemos, por ejemplo, que tuvo un niño, que el niño tiene gases,
que el primo se recibió de arquitecto y otras cosas importantes por el estilo.
Ah, y también podemos disfrutar de las fotos de nuestros amigos sin necesidad
de perder el tiempo en vernos. Pero, y siempre hay un pero, no puedo dejar de
preguntarme: ¿qué es lo que hace que una mujer, adulta ya ella, llegue a su
casa después de un día en la oficina y escriba “por fiiiiiiiinnnnnn…… un té de frutillas para
miiiiiiiiiiiiiiiiiiiiií!!!!!!!!!!!!!!!”? (es fundamental la repetición de
letras y de signos) ¿Por qué otra mujer piensa que puede ser importante para mí
enterarme que su hijo de dos meses tiene cólicos? Y el boludo de la otra
cuadra, a quien acepté porque al principio ese gigante cartel que dice IGNORAR
te resulta muy incómodo, ¿cree realmente que a mí me interesa que su amigo
Juancho, a quien no conozco, se puso en pedo en el casamiento de otro amigo a
quien tampoco he visto en mi vida? Por otra parte, si bien ya entendí que el
objetivo de tener un perfil en una red social no es contar entre mis amigos
sólo a Verónica, me parece obvio que si vivís en Tanzania y sos profesor de
surf no tenés mucho en común conmigo, entonces, ¿para qué carajo me mandás una
invitación de amistad corazón? ¿Por qué Juan Pompeyo de la Racalcada sigue
enviándome invitaciones diarias para hacerme fan de “La Chota de la Porota –
Sitio Web de Interés General” a pesar de que yo se la rechace una y otra vez?
Aprovecho también esta oportunidad para decirle a “EYA” que la música que hace
su banda es una cagada, a Ωœ†æƒ que nunca le acepté la solicitud de amistad
porque nunca entendí en qué carajo de idioma me hablaba, a Miguel Ángel Rafael
Salvador que sus cuadros son una mierda, y a María Pía le pido por favor que de
una buena vez se entere que los ocelotes abandonados, las vacas deprimidas de
Cataluña y las lagartijas estériles de Ruanda me importan una verga.
“Regalos” que me han enviado en estos días:
Rosas,
corazones, cervezas, tragos, mates (calentitos, lavaditos, con espumita),
brindis de amistad, abrazos, árboles de navidad, dibujos animados, adornos de
navidad, besos, tarjetas (de navidad, de cumpleaños, de pascuas, del día del
arquero), buenas vibraciones, buenas ondas y hasta almohadas…. Juro que no
entiendo. ¿Qué se supone que deba hacer? ¿Me tengo que poner contenta porque
alguien en el mundo piensa en mí y como piensa en mí me manda un peluche que
dice “te extraño”? Y, muy contenta no me puedo poner, porque pensará en mí pero
no me conoce una mierda si no, no me mandaría un peluche. ¿Chupo el mouse
mientras me hago el bocho con un daikiri de frutilla? Pregunta quasi
existencial: un mate lavadito por Facebook, ¿te da tanta diarrea como uno real?
Si la respuesta es sí, ¿quiere decir que el que me lo envió me está mandando
sutilmente a cagar? Los demás artículos, ¿los cuelgo del arbolito de Navidad de
mi mamá con computadora y todo? ¿Y si mejor se copan todos y se los meten en el
orto cibernético? Si no tienen, seguro que alguien generará una aplicación para
conseguirlo. Y ahí sí que voy a ser yo la que mande regalitos.
Algunas de las causas a las que me han invitado a
unirme:
Florencio
Varela merece tener un Aquarium como el de Miami.
Para que
vuelva el muñeco Goma Goma a la televisión.
Salvemos a
los mejillones de Bruselas, menospreciados por los zapallitos.
Palmiro
Caballasca Presidente.
Un Gramy
Latino para Vilma Palma y Vampiros.
Por la vuelta
de McNamara.
Grupos que alguien supone que yo debería integrar:
Mujeres
abandonadas durante el mundial.
Muerte a
Larguirucho
Los que
creemos que la marihuana no es una hierba inocente.
Si Cristo
viviera un porro quisiera.
El Payaso
Pepino era un pelotudo.
Algunos quieren que me haga fan de:
El Soldado
Chamamé y su primo Margarito Tereré.
Las comedias
de Darío Vítori.
La gaita como
instrumento de relajación.
Peeero… La
puta madre carajo, ¿cuándo, en qué momento de nuestro devenir histórico,
desarrollamos esa capacidad de convertir todo, absolutamente todo, en una
reverendísima pelotudez?
23. Nooooche de paaaaz,
nooooche de amooooooorrrrrrr
¿Noche de
amor? Espero que se me aparezca el niño Jesús en alguna de sus formas porque la
verdad es que hace rato que no le veo la cara a su padre. Que quede claro, no
soy una maniática sexual, pero al ritmo que vengo, creo que un panda debe de
tener más sexo que yo. Bueno, el tema es que a partir de mediados de diciembre
a todo el mundo le agarra el apuro. “Nos tenemos que ver antes de fin de año,
che”, repiten y repiten. Ojo, a mí me encanta festejar y soy re jodona cuando
quiero pero no veo por qué tengo que ir a tomar algo con alguien que la última
vez que vi fue para el brindis de fin de año del año pasado. Encima mi mamá,
que es molesta de por sí durante todo el año, se pone particular y
especialmente rompe pelotas a esta altura. “¿Dónde vas a pasar las Fiestas,
Emilita?” Juro que hasta puedo escuchar la letra mayúscula de Fiestas, que
asociada a la palabra Emilita hace que me agarre una urticaria interna en mi
occipital derecho. “No sé, mamá”. “¿Cómo no sé? ¿No vas a estar conmigo?” “Y si
ya das por sentado que voy a estar con vos para qué me preguntás”. “Bueno, es
una forma de decir”. Mi mamá está repleta de formas de decir. “Pensé invitar
para Nochebuena a la tía Roberta”. “Roberta no es mi tía, mamá, es tu amiga”.
“Siempre la llamaste así”. “No le digo tía desde que tenía cinco años, mamá, y
debo recordarte que vos me decías todo el tiempo, ahí viene la tía Roberta,
¿cómo la iba a llamar? Cuando me enteré que no era tu hermana me traumé tanto
como cuando me enteré que Papá Noel no existía”. “Lo de siempre, con vos no se
puede hablar”. “Entonces, ¿por qué no mantenemos un respetuoso silencio?”.
“Después la llamo y le pregunto qué va a hacer y de paso le digo que la invite
también a Josefina”. Evidentemente, me espera una noche de jolgorio. El tema de
conversación favorito de Roberta es cómo hacer una mayonesa casera sin que se
te corte y Josefina es de las que tienen un Cristo colgado en la cabecera de la
cama con una ramita seca de olivo. Le voy a preguntar a Vero, qué hace, si quiere
venir o si aunque sea nos vemos después de las doce. Es decir, a las doce y
cinco.
24. and a Happy New
Year!
Hay un
genotipo masculino que me cae particularmente mal, por ser fina y no decir para
la mierda. Insoportable en sus treinta,
merecedor de muerte por estrangulamiento de pene en desuso si ya está llegando
a los cincuenta. Es el W.I.N.G.: Winner Inútil – Naturalmente Ganso. Suele
aparecer en las fiestas con un sweater de hilo aunque haga cuarenta y cinco
grados a la sombra, en lo posible color beige o cremita, y, detalle infaltable,
las mangas arremangadas al estilo Mateyko en los ochenta. Pocos pelos, pero
largos. Pocas ideas, pero estúpidas. Jeans, zapatillas y una pose… una pose…
francamente incalificable. Dice a quien lo quiera oír, vocifera mejor dicho,
que él es lo más. Que tiene muchas minas. Está convencido de que todas las
mujeres acaban con sólo mirarlo y de que coge como los dioses, y eso no lo
pongo en duda, dado que los dioses no existen. Como máximo exponente de
literatura universal lo tiene a Bucay y, por ende, es cultor de frases como
“dame tiempo estoy confundido”, “siempre te voy a querer”, “nadie te va a amar
tanto como yo, pero esto no va más” y “no sos vos, soy yo”. Si acaba de
separarse puede llegar a decir cosas como, “quiero entrar en una dinámica más
cool”, “estoy redescubriendo mi sensibilidad” o “ahora sólo quiero vivir la
vida”. Su película favorita es Gladiator y se comporta como si fuera el
hermanito gemelo perdido de Russell Crowe. Por supuesto votó a de Narváez, sólo
porque le cae bien el tatuaje, y puede pasarse toda una noche diciendo
“quereme” esperando que una, con una sonrisa de complicidad, le conteste
“querete”. Lo que más desea en la vida es que todos lo consideren un copado y
cuenta, esperando que lo aplaudan, que todavía tiene guardados tres números de
la revista Condorito y un yoyo Rusel (de ahí su empatía con Gladiator). Cuando
baila, canta y actúa todas las canciones, hace una especie de “conejito”
extraño con sus dientes mientras apenas muerde su labio inferior, frunce el
ceño, entrecierra los ojos, levanta los brazos y mueve la pelvis, ya sea para
bailar cumbia o rock, Bombón asesino o Un poco de amor francés. Para el 31 a la
noche, Vero me invitó a una fiesta y el único tipo solo y supuestamente
apetecible (hasta el vómito) era uno que caía en la categoría antes descripta.
No la hubiera pasado tan mal si no fuera por el pequeño detalle de que a último
momento apareció Federico, me agarró el típico coágulo femenino y me hice la
interesada en el bofe para que el otro supusiera que no estaba sola. Ay,
Emilita, a veces te merecés morir por un suicidio, mirá.
25. Qué más, qué más,
quemás, tu vida…
Con Vero,
para olvidar el papelón de fin de año, sobre todo el que hice ante mí, nos
fuimos unos días a la playa. Nos cansamos de ver minas con cara de tomar dos
litros de agua por día y sufrir tránsito lento y tipos que comen barritas de
cereal y toman jugos hipotrónicos o, en su defecto, bebidas energizantes. La
mayor aspiración intelectual de estas personas debe de ser comprender en su
totalidad en último libro de Ari Paluch. Rozitcher (Alejandro, por supuesto) es
una especie de Foucault para ellos, inalcanzable. Se trasladan en 4x4 o en
cuatriciclos y no se clavan un sándwich de milanesa ni en sus peores
pesadillas. No era el lugar que hubiéramos elegido pero teníamos casa gratis
por medio de una amiga de ella, razón más que suficiente para guardarnos todos
nuestros prejuicios en el más recóndito lugar de nuestros hígados. Igual, la
verdad es que la pasamos bárbaro derrochando toneladas de ácido muriático.
Hasta que una de esas tardes en la que nos estábamos deleitando con una señora
(porque una mina a los cuarenta y pico es una señora aunque se vista en la
misma tienda que su hija de quince) que tenía un pareo animal print y labios de
riñón, cada cinco minutos se rociaba con una especie de aceite y, entre rociada
y rociada, leía un libro de Rolón; escucho un motor muy cerca de nosotras, tan
cerca que me doy vuelta para putear en arameo al boludo montado en el adefesio que
estacionaba a nuestro lado cuando había trescientos metros cuadrados de playa
alrededor vacíos, y en ese segundo el motor se apaga y escucho un “¿cómo están
chicas?” Federico, of cors, con una rubia adosada a su cuarto trasero y de la
que le costó despegarse cuando se bajó a saludar. “¿Qué hacés acá? Parecés el
fantasma Benito, estás en todos lados”, lo saludé con mi característica dulzura.
“La llamé a tu mamá y me dijo que se habían venido el fin de semana, que
estaban por esta playa y se me ocurrió pasar a saludarlas. ¿Hice mal?”. Mamá,
siempre mamá. Tengo que recordar no hablarle más. “Noooo, para naaaada”. No se
me ocurrió cómo podía continuar esa conversación y, como vi que la rubia tenía
en sus manos un perro (muy chiquito, de esos que si una los pisa hace pomada
para zapatos) pregunté, “¿qué raza es?” “Es un salchicha de pelo duro”, me
contestó. “Qué lindo, una especie de nutria que ladra”. Federico, me miró con
cara de satisfacción, es inevitable, caigo siempre. “¿Van a andar por el centro
a la noche? Si quieren podemos ir a cenar los cuatro”. “Nosotras prácticamente
no salimos, gracias pero no.” “Bueno, será en otro momento, nosotros seguimos”.
“Chau, chicos, que la pasen bien”, dijo Vero. Se fueron. “A vos te parece este hijo de puta, venir con
esa culo roto y mal parado. ¿Para qué carajo me viene a buscar?”. “Ya sabés
para qué”, dijo Vero con la sabiduría que la caracteriza, e hizo un silencio.
Yo también. Hablar en ese momento hubiera sido repetirnos, y eso no nos gusta.
Tengo que arrancar el año de otra manera.
26. Los caballeros las
prefieren… ¿cómo?
“Para mostrar tus deseos a flor de piel, provocando y
dejándote provocar. Para que en cada paso sueltes tus sueños, para que el mundo
entre en ellos y en tu fibra íntima. Para que te desvistas ante esas miradas
que aún no te descubrieron. Hombre, mujer, seres eróticos…”. Juro que esto es una publicidad de
ropa. De-ja-te-de-jo-der. Ya sé que está dirigida a gente para la cual la
máxima expresión de valentía y coraje es pedir de postre una mousse de chocolate,
pero igual. Y hablando de postres, pensándolo bien, yo estoy en el horno. Para
empezar, si hay un lugar donde están mis deseos, no es precisamente a flor de
piel. No sé si tenerlos ahí es bueno o malo, sí que debe de ser incómodo. Tal
vez debería volver a terapia para resolver el asunto, tal vez haya un lugar
intermedio entre la flor de la piel y un recóndito rincón del duodeno. El tema
es cómo hace una para mostrar sus deseos, si es que los conoce en primer lugar.
El novio de una amiga, psicólogo él, decía que lo mejor era hablar y hablar. La
verdad es que yo hablo hasta cuando me callo, y la mayoría de las veces no
tengo la menor idea de lo que quiero. O sí, pero haciéndome la boluda no hay
quién me gane. Provocar yo provoco bastante y, la verdad, es que la gente vive
provocándome. El tema es qué. Ahí te quiero ver. Con respecto a andar soltando
los sueños por la calle mientras una camina es, como mínimo, peligroso, sobre
todo para los demás, que los tienen que andar atajando. Lo que no comprendo del
todo es eso de que el mundo entre en mis sueños. ¿Vendría a ser algo así como
una terapia ya no grupal sino global? También peligroso, una no puede andar
invitando a toda la gente que conoce a que entre en su fibra más íntima, por lo
menos, no si quiere evitar un suicidio en masa. Por último, si hay miradas que
no me descubrieron, ¿para qué me voy a poner en bolas delante de ellas si no me
van a ver? ¿Para alimentar mi baja autoestima? Al final mi tía Dora va a
terminar teniendo razón, “hay gente rara”, dice ella todo el tiempo, con una
inocencia envidiable. Ah, estoy pasando por un momento inolvidable. Qué lindo
que me dejé convencer por Mami que me invitó a almorzar y a ir de compras.
Perdón por usar un cliché prejuicioso, pero quiero ser rubia.
27. Los sospechosos de
siempre (vamos, y algún que otro inesperado también)
Todos los
días trato de no sacarme, de que la cadena siga en su lugar, de que la térmica
no salte, pero el mundo se confabula para que no pueda lograrlo. Hoy me levanté
bastante tranquila, desayunaba en paz, mi mate amargo a la derecha, leyendo el
diario, cuando un titular hizo que mi pobre gato, que sólo maullaba por un poco
de comida, se comiera en realidad una buena patada en el culo (debo aprender a
manejar mi furia contra el objetivo que se lo merece, me digo y me prometo
escribirlo cien veces para cumplirlo). Parece ser que en algún lugar de
Alemania llevaron a cabo una investigación sobre la psicología de la atracción
sexual. Y los sabios teutones llegaron a la sabia conclusión de que “los
hombres se sienten atraídos por una variedad más amplia de mujeres cuando están
estresados”. Pero estos hijos de una gran Heidegger, ¿por qué no gastan sus
millones en investigar el aumento en la colonia de jejenes en la Selva Negra en
vez de inventar excusas pelotudas?
Imagínense la situación que se puede llegar a generar cuando, por
ejemplo, después de leer semejante artículo un administrativo que vive en Lanús
llegue a la casa y alegremente, dando por sentado que ella leyó el diario y lo
va a entender, le diga a su señora: “es que querida, vos sabrás comprender, me
tuve que coger a la vecinita de enfrente, que me tiene locoloto, porque hoy en
la oficina me agarró el jefe y me puso muy nervioso”. La mujer seguramente lo comprenderá y, acto
seguido, lo pondrá culo al norte para hacerle una enema de Prozac al grito de
“Vení que te tranquilizo, mi amoooor”. Esto es lo que yo llamo
irresponsabilidad científica y periodística, no tienen en cuenta las
consecuencias de sus actos estos idiotas, pero no me voy a ir por las ramas y
no voy a hablar de los diarios, aunque ganas no me falten. Volviendo… La verdad
es que he escuchado pretextos estrambóticos a lo largo de mi vida, pero éste se
lleva los laureles. Aunque pensándolo bien, recuerdo al marido de una amiga
que, cuando ésta le encontró el voucher de la tarjeta de crédito con el que
había pagado su estancia en “Los jardines de Sodoma” (entre paréntesis hay que
ser pelotudo para pagar con tarjeta de crédito) dijo que se había metido a
dormir una siestita en un telo porque le dolía la muela y estaba lejos. Le
bajaron los dientes, para que se ahorrara la visita al dentista. En realidad,
muchachos y muchachas de mi barrio, las excusas son innecesarias. Hay que
convencerse de una buena vez de que los cuernos están sobrevalorados. La
fidelidad es un mandato cultural, es hora de que nos demos cuenta de que lo
importante pasa por otro lado, de que el sexo no es egoísta, de que acostarse
toda la vida con la misma persona es imposible, además de aburrido. Todo esto siempre
y cuando no me toque a mí ni a cualquiera de mis amigas. Ahí es el preciso
momento en que la racionalidad, el progresismo y las justificaciones varias se
me van al reverendísimo carajo. Lo que más bronca da es enterarse. He escuchado
a más de una decir frases como: “Qué carajo me importa que tenga sus cosas por
ahí, pero encima me tiene que tomar por imbécil y hacérmelo saber, gilipollas
del orto” (esta amiga había pasado un tiempo en España y no paraba de usar ese
tipo de frases, a lo mejor por eso el hombre se tomó un respiro por ahí, porque
ya no le entendía una palabra). Y es verdad, hay cosas de las que una mujer
nunca debe enterarse, que tu amante sufre de hemorroides, que su mujer tiene
que tomar antidepresivos o que tu novio, esposo, tutor o encargado se acostó
con otra. Lástima que los alemanes no hicieron este descubrimiento un par de
años atrás, así Federico hubiera contado con otro argumento. A lo mejor, me
convencía…
28. Mujer soltera busca
(fantasmas abstenerse)
La culpa de
todo la tiene Julia Roberts y esas películas de mierda que hace. Pero por qué
no venís a trabajar acá a Plaza Constitución a ver si baja George Soros a
rescatarte, que te tiró. O la otra, Demi Moore, dale que te dale con la
cerámica, la pelotuda que nos hace llorar porque sigue enamorada de un
fantasma; esa sí que no necesita terapia, necesita que Freud resucite
directamente… y hablando del austríaco, cómo nos arruinó la vida este tipo,
antes de que inventara todo lo que inventó, la humanidad vivía más feliz, todos
estábamos más contentos, boludos en nuestra ignorancia, pero contentos al fin,
en cambio ahora pensamos y pensamos y nos vamos al útero de mamá todo el
tiempo, y deshuesamos pollo sin parar… O Meg Ryan, la peor, debe de ser la
única mujer en el mundo que conquista hombres caminando como un pato, si yo
salgo así por la calle se me ríe en la cara hasta Pedrito Rico, en cambio de
ella se enamora Tom Hanks, que encima es millonario, todo por mail, a mí lo
único que me llega por mail últimamente son propagandas de viagra o “enlarge
your penis”. Nos han hecho creer que todo es posible si hay amor. Y, sobre
todo, les han hecho creer a los tipos que nos mojamos con sólo mirarlos. Nos
han hecho creer cada boludez, la verdad. La cuestión es que estaba yo tan
aburrida que acepté la invitación para ir al cine y después a comer (muy
americano el chico) de un amigo de un primo de Vero que había visto una vez en
un cumpleaños de su vecina. Error, obviamente. Dos horas antes de salir a su
encuentro me llamó por teléfono para preguntarme si me daba lo mismo ir a su
casa, que él era un muy buen cocinero, que me quería homenajear con un plato
especial, y que tenía una película maravillosa para ver. ¿Cómo negarme?
Diciendo no, pelotuda, ya te pasó muchas veces que has caído en lugares
francamente indeseables, todo por no saber “cómo negarte”. Yo no sé si esto es
grave, pero a veces me hablo y me contesto como si fuéramos dos personas, no sé
si debo preocuparme. Bueno, total que fui. No fue más que entrar y
arrepentirme. Al tipo le encanta cocinar, mientras cortaba los tomates tuve que
escuchar las anécdotas de cómo la abuela le había pasado los secretos de la
receta del pomodoro al uso nostro, y escucharlo y escucharlo, y escucharlo,
cómo hablaba el hijo de puta. Es de esos tipos que tienen una explicación para
todo, hasta para el origen de la frase ñam fi fruli fali fru. Finalmente, nos
sentamos a comer (en definitiva, unos fideos con salsa de tomate) con música de
Juana Molina de fondo. Me habló de su mamá, de su papá, ambos arquitectos, y de
su hermana la profesora de yoga y de cómo Hermann Hesse le cambió la
adolescencia. Cuando me mostró la película que tenía para ver, me dije, “y
bueno, Emilia, ya estás jugada”, era coreana; y sí, algún cineasta en Corea
debe de haber, yo la verdad no lo conozco. A los postres (algo que no sé muy
bien qué era pero que tenía sésamo arriba) se levantó para cambiar la música.
“¿Querés escuchar algo en especial?”, me preguntó. “Seguro que tenés algo de
Drexler”, le contesté. “Pero, por supuesto, qué bueno que te guste, ¿cómo te
diste cuenta que a mí también?” “No hace falta ser gallina para saber si un
huevo está podrido, mi amor”, le contesté en un ataque de romanticismo furioso.
“No sé si por tu tono estás siendo irónica o simplemente guaranga, no hablás en
toda la noche, me tengo que esforzar para llevar adelante una conversación
interesante y de golpe decís una cosa así. Francamente, Emilia, no sé qué
pensar”. “Pero no pensés nada, y ya que te gusta cocinar, ¿por qué no te hacés
amigo de Chichita de Erquiaga y se van juntos a la Fiesta Nacional de la Masa
Vienesa? Chau, bombón, que te diviertas con los chinitos”. Me levanté y me fui.
No era un mal chico, pero tenía muchas plantas, hasta un ficus.
29. Volver (sin que se
te marchiten la frente ni las puntas)
Y tuve que
volver. Después de la noche de pasión trunca con el primo cool e
intelectualoide de Johnny Allon, mi cabeza era un lío. Ya no sabía qué pensar
ni qué hacer. La realidad indica que una vuelve, siempre vuelve después de un
tiempo. Hay profesiones que hacen un culto del agarrarte de algún lugar para
que tengas que hacerlo. Así que junté coraje y me fui. Empecé por la
peluquería, la terapia es como el cielo, puede esperar. Cuando entré, gracias a
dios para mí pero no para la dueña, estaba vacía. Apenas me vio me alcanzó un
folleto que le habían dejado. “Te va a ayudar”, me dijo al mismo tiempo que
largaba una carcajada feroz. Era una propaganda de un curso de desarrollo
armónico del ser humano. “Me estás jodiendo”. “Obvio, nena, ¿qué te vas a hacer?”
“Lo mismo que la última vez”. “Ok, sentate”. Hablamos de temas varios en
general (familia, padres, trabajo, cotidianidades domésticas) y de hombres en
particular (parejas, novios, propios y ajenos, sexo por supuesto). En la
peluquería, Hegel no clasifica. Al principio nos contamos los básicos. Yo:
soltera, sin hijos, madre viuda rompepelotas, profesora de inglés. Ella:
separada, dos chicos, padre también muertito, madre todavía no, profesión
evidente. Cada vez nos fuimos poniendo más particulares. “¿Y este Federico, que
va y viene, qué pasó?” “Una tarde me llama y me dice que quiere tomar un café,
fuimos y me contó que había tenido una, y lo cito textual, aventura amorosa?”
“¿Eso te dijo? Es medio perversito entonces.” “No, es un pelotudo entero. Encima
el forro me dice ‘cometí un error, perdóname’. El tipo no cometió ningún error,
el tipo es un error. Me levanté y me fui. Es algo que te cuento últimamente
hago muchas veces y no lo estoy haciendo ahora porque tengo esto que me pusiste
en la cabeza y la verdad me da más vergüenza salir así a la calle que habértelo
contado.” “Pero nena, por favor. Sabés las cosas que te puedo llegar a contar
yo.” Y largó. Así fue, no sé qué, no sé cómo, pero seguimos hablando y
hablando. Y nos terminamos contando la vida.
Cosa de minas.
30. Bancate ese
defecto.
Domingo…
bajón (sobre todo de cabeza después de los diez daiquiris que me tomé anoche en
el cumpleaños de Luisiana, que después de superar su crisis matrimonial del año
pasado se convirtió en algo así como la Evangelina Salazar de mis amigas, por
suerte no tiene sobrinas) Vuelvo, domingo y de Pascuas y a mí qué me importa.
Me empieza a importar cuando mami llama a las nueve de la mañana para
recordarme que no llegue muy tarde porque a la tía le gusta almorzar temprano y
de paso me pide que lleve el helado de postre. La puta madre carajo me había
olvidado de que me esperaba una tarde entretenidísima escuchándolas debatir
sobre cuándo es la mejor época para trasplantar el malvón. De pechito me
recibió con un “Me imagino que el viernes habrás hecho vigilia”. “Sí, mami,
estuve con Vero y las dos vigilamos muy bien la bondiola de cerdo que pusimos
al horno para que no se nos quemara.” Me tiene podrida, no la bondiola ni Vero,
of cors. La mira a la hermana con cara de ¿Ves cómo es? y se mete otra vez en
la cocina. La casa de mamá es como el consultorio de un dentista, (¡pero qué
maravillosa asociación que acabo de hacer!, que lindo imaginarme a mamá con un
torno, que lo tiene en realidad es su lengua, y yo tengo un enano en la cabeza
que todo el tiempo grita ¡Te-ra-pia! ¡Te-ra-pia!) vuelvo a volver… tiene el
living lleno de revistas de esas que en la puta vida me compro pero que en
estos casos, como en lo del dentista, vienen bien. Leo: Darío quiere que le dé un hijo (habrá que ver si el hijo quiere que
vos se lo des, corazón, dice el enano) Quiero
envejecer al lado de Esteban (el futuro llegó hace rato, cantaban hace unos
años) Estamos unidos por la música y el
amor (andá a cantarle a Gardel y si querés también a Zamba Quipildor –
agrega el enano porque a mí el folklore no me gusta) El yoga me cambió la vida (y la cirugía te cambió la cara) Me separé con el mismo amor con el que me
casé (anda a cagar) Celebro que la mujer
de mi ex esté embarazada (andá a cagar 2) Tuve que elegir entre mi novio y mi carrera (si elegiste a tu
carrera, tu novio agradecido… y por casa cómo andamos… enano de mierda callate
la boca) Me tatué por amor (¿y una
lobotomía por amor no te harías?) No
puedo creer tener esta vida dentro de mí (el que está adentro tampoco lo
puede creer, es probable que sea el primer caso de suicidio pre natal). Too
much, gana el enano, mañana llamo y pido turno. “Nena, ya están los ravioles”.
Feliz domingo para todos.
31. Analize this (o, en
buen criollo, analizate esta)
Auto que no
arranca, listo ya está se me cagó el día, batata de mierda en cualquier momento
la vendo me tiene harta. Otra vez a soportar estoicamente que los simpáticos
muchachos del taller me traten como a una idiota para lograr que lo arreglen
rápido, lo haré cuando vuelva porque hoy tengo mucho trabajo y la insoportable
levedad del ser está trabajando a full, la hija de puta no puede parar, ya me
afecta por otros lados (vaya una a saber cuáles son los demás lados que no
nombro), tengo las uñas de los pies tan largas que en cualquier momento dejo
arañazos en el piso de madera, y con los pelos de las piernas me puedo hacer
una permanente; encima la primera clase del día es con la telemarketer de la telefónica,
una boluda a cuadros que lo único que le importa es poder entender las
canciones de Mika (el día que las entienda sufre un shock), eso sí es re
progre, tiene un pin con la cara del Che Guevara en la cartera; y el que le
sigue es médico, cuando me llamó para tomar clase pensé qué bueno, por fin
alguien interesante para charlar, pero no el tipo es anestesista, está
acostumbrado a hacer que la gente se duerma; y para terminar este maravilloso
día me toca con el científico, un jodón de la primera hora, la semana pasada me
tuvo toda la hora explicándome la teoría del Big Bang y la Máquina de Dios
(entre paréntesis qué nombrecito que se mandaron los científicos, eh), me cagué
tanto de risa que casi casi se me sale el implante (de la muela, creo que no hace
falta aclarar) bella manera de concluir un día bello, con mi pie izquierdo, en
el medio los intrascendentes de siempre, la verdad es que nunca se debe
subestimar la cantidad de pelotudos que habitan a nuestro alrededor; mejor
antes de salir hago una llamadita. “Hola, ¿Iturralde?” “Sí, Emilia, ¿cómo
anda?” “Para el culo, si no no te llamaría”. Silencio respetuosamente
psicoanalítico del otro lado. “¿Tenés hora para la semana que viene?” “Si
quiere la puedo ver mañana”. “No, mejor, dejame hasta la semana que viene, así
está bien.”
32. La mañana… lanza
llamas…
“Britney Spears mostró su cuerpo sin photoshop”, ahora muestra un moretón en su
pierna derecha, un tatoo, dos gramos de celulitis y que su cintura tiene un
centímetro más de lo que todo el mundo piensa… ahora sí las mujeres del mundo
nos sentimos mejor, es como nosotras.
“Científicos en Inglaterra crean embriones con el ADN
de un hombre y dos mujeres”, pero por qué no se dejan de joder con las pipetas, las probetas y la
puta madre que los parió, me pregunto yo, qué quieren crear, adónde quieren
llegar, por favooooorrrrr.
“En Francia pagan casi 6 mil dólares por untar con
crema solar… los futuros untadores deben estar dispuestos a poner crema solar a
los turistas en las zonas del cuerpo que ellos soliciten”, estos franchutes siempre en el
detalle, lindo laburito, lástima que si me apunto yo seguro que solicita mis
servicios Igor.
“Obligaron a una tienda londinense a sacar de la venta
un bikini con relleno para nenas”, pero por qué no agarran a la mamá y al papá que compraron
el susodicho traje de baño, se los hacen poner a ellos, los traen a Buenos
Aires y los sueltan así vestiditos a las dos de la mañana en Fuerte Apache.
“Anularon el primer matrimonio gay”, sin comentarios.
“Muere joven lesionado durante una práctica del Vale
todo, le rompieron dos vértebras.”, sin comentarios 2.
“¡Qué lindo
es dar buenas noticias!”, dijo una vez un tipo orgulloso de que lo apodaran
Chupete.
Conclusión:
tengo que dejar de leer el diario con el desayuno, me predispone mal.
33. ¿Qué pretende usted
de mí, canalla?
Otro tema muy
de moda: las utopías. Me tienen harta, podrida, con las utopías, pocas palabras
tienen tan buena prensa como esa, si vos creés en las utopías sos algo así como
un ser divino, superior. Como al final no sé bien qué mierda son, voy a las
fuentes. El diccionario de la Real Academia Española, no cualquiera eh, dice
que una utopía es, y me lo anoté para no olvidarme, “un plan, proyecto,
doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su
formulación”. Ya desde el vamos nomás tengo un problema con la palabra sistema
y si encima ese sistema es optimista, se pueden ir todos a cagar, pero esa es
otra cuestión, no sé cual, no soy Hamlet a Dios gracias aunque también a veces
persiga fantasmas, como todo el mundo, bah, tampoco tengo por qué pegarme tanto
todo el tiempo. Estoy re dispersa, ya lo sé. El otro día la amiga de una amiga,
hablando de un muchacho que había conocido, dijo que no quería saber nada con
él porque era un optimista no realista, el típico macho hipocampo bah, un
pescado convencido de que es un potro. Optimista no realista, es una
redundancia, no me lo vas a negar. Bueno igual ella no sé qué pretende, se cree
perfecta, vive postulándose para el puesto de Mujer Maravilla, en realidad
nadie puede negar que, según los tests de la revista Cosmopolitan claro, es una
chica inteligente. Bueno pero volviendo al primer tema, digo, si algo es
irrealizable, ¿para qué carajo lo vamos a perseguir? Suponete que yo me
propongo caminar hasta el horizonte, como escuché por ahí, dale que te la doy
que a los veinte todavía creo que eso es posible… a esta altura, vaaamos… una
de dos o soy una boluda alegre y sigo creyendo que es posible; o ya sé que no
pero igual me convierto en la Forrest Gump del subdesarrollo, más boluda
todavía. Aunque por ahí, quién te dice, viene alguna ONG de esas que surgen a
montones por Europa, por ejemplo para proteger a las mariposas abandonadas en
Villa Caraza y me terminan dando un premio. Y ojo, esto no es escepticismo, ni
siquiera cinismo como muchos lo llamarían, para mí es pura sabiduría, qué
querés que te diga. Entonces después vienen los que te dicen que la utopías
sirven para eso, para caminar, pero ¡por favor!, para caminar al pedo servirán
en todo caso. ¿No se dan cuenta de que eso genera frustración? Si yo me pongo
como meta alcanzar algo que de antemano sé que no es posible lograr, vivo
deprimida. Porque aunque suene mal decirlo, con esta posición una anda más
contenta por la vida, porque no se espera nada, damos por sentado que de base
todo es una mierda, entonces todo nos parece de más, nos viene de arriba, como
peludo de regalo, decía mi abuelo. “Entonces, Emilia, ¿usted vive contenta?
Mire, ahora ya se nos terminó el tiempo, pero me gustaría que la próxima vez venga de verdad,
no que concurra a este consultorio de manera, cómo decirlo, tan utópica.”
Iturralde, se tenía que llamar el tipo. Yo sola me busco un psicólogo que me
haga acordar a la palabra turro.
34. Suena el teléfono…
A veces me
pregunto por qué hacemos tantas estupideces, y la respuesta obvia, porque somos
estúpidas. ¿Por qué hablo en plural? Asumite, Emilita, asumite, es el primer
paso. ¿Hacia dónde? Ni San Ceferino lo sabe. Espero que no sea a la mismísima
mierda. Por lo pronto y para evitar eso me voy a lo de Vero. Apenas entro a su
casa, suena el timbre. Es la vecina, que viene a devolverle no sé qué que Vero
le prestó. Y entra, por supuesto. Es tan rubia que hace daño. Se instala en el
sillón como si su presencia fuera indispensable y empieza a hablar y a
contarnos de su vida, algo que a mí me interesaba tanto como la estadística de
enfermos cardiovasculares de Camerún. No sé, se debe creer Farrah Fawcett
Majors y querrá formar los Ángeles de Charlie con Vero y conmigo, qué sé yo. A
mal puerto, decía mi viejo. Encima le suena el celular todo el tiempo y, como
si esto fuera poco, el ringtone es una canción de Arjona. La neurótica habla y
se ríe a los gritos. “Ay, discúlpenme, lo que pasa es que en la agencia estamos
lanzando un producto nuevo que parece que va a tener mucho éxito.” “Qué
suerte,” dice Vero, que debe de haber tomado clases con Eugenia de Chicoff y
nunca me lo contó. “¿Y de qué se trata?” Para qué. Empieza a contar no sé qué
mierda de un cruce a los Andes. Cuando termina, me mira y me pregunta, “¿A vos
no te gusta el turismo de aventura?” “No, la verdad es que no me seduce la idea
de viajar para la mierda y comer para el ojete.” Vero larga la carcajada y ahí
me di cuenta de que, si hizo el curso, por suerte, reprobó. Y la vecina se da
cuenta de que nunca vamos a formar ni el trío Los Panchos y se marcha. Vero me
mira con cara de “por qué hiciste esa boludez”, algo ya le había adelantado por
teléfono antes de ir. “La culpa de todo la tiene el hijo de puta de Iturralde,
¿sabés lo que me dijo?, que no tengo que tener asignaturas pendientes, a vos te
parece, a mí sola me toca un fanático de José Sacristán. Me llega a decir que
solos en la madrugada no estamos solos y lo mando a la concha de su hermana.”
“Bueno, pensándolo bien, no está mal enfrentarse a los problemas, cerrar
círculos, Emilia.” “Pero, Vero, cerrar círculos… dejate de joder… pero por qué
Iturralde no cierra el culo, mejor.” “No es eso para lo que vas”. Y para qué
voy, me pregunto yo, para que me convenza de hacer estupideces y le deje un
estúpido mensaje a Federico en el contestador diciéndole que lo tengo que ver.
Y sí, para eso. La puta madre carajo.
35. El día después de
mañana…
El otro día
fue el día de la tierra, algo que, como todos lo que me conocen se imaginarán,
me tuvo en situación de éxtasis toda la jornada. Alguien, vaya una a saber
quién, miembro con seguridad de la Asociación Vida en Libertad para las
Hormigas Coloradas o similar, tiró un folleto por debajo de mi puerta. Muy
ilustrativo el papelito, te da diez ideas para salvar el planeta. Estas
maravillosas e imaginativas ideas son:
1. separar la
basura; ok, la próxima vez que saque
basura de mi casa, trataré de que los bracitos y las piernitas, junto con la
cabecita, ya no estén unidos al cuerpito, todo sea por la ecología.
2. formar
pequeños ecologistas; ¿contrato enanos?
Es lo único pequeño que por el momento soportaría tener a mi alrededor.
3. ahorrar
agua y energía con tus jeans; no
entiendo, yo no los riego ni los enchufo.
4. gastar
menos energía en la cocción; y después
cuando como la carne jugosa me rompen las pelotas con la triquinosis, por qué
no se ponen de acuerdo la puta madre carajo.
5. conservar
y reutilizar los alimentos; demasiado,
too much, la única manera que se me ocurre de cómo reutilizar un alimento me
hace vomitar.
6. imponer la
moda del changuito de la abuela; pero si
yo quiero imponer una moda, mirá si me voy a poner a pensar en el changuito de
mi abuela, dejate de joder.
7. evitar los
envases descartables; voy a tener que
contratar a una medium para que me comunique con mi abuela nomás, no me va a
poder mandar el changuito pero por ahí todavía tiene el teléfono del lechero
que pasaba por su casa.
8. elegir
productos nacionales; xenófobos
despreciables.
9. reemplazar
los productos de limpieza; ¿escupo y
lengüeteo todo?
10. combatir
los bichos sin tóxicos; claro, me voy a
poner a hablar con una cucaracha para convencerla de que se vaya a lo del
vecino, así Iturralde me interna.
Hablando de
Roma, en lindo numerito me metió. Y yo, que soy tan buena alumna, mirá si no le
iba a hacer caso. En dos días me tengo que sentar a hablar con el Fulano, a lo
mejor, si ahora le interesa la ecología, le llevo el folletito y tengo tema
para conversar.
36. Independence Day.
Salgo de
casa. Vuelvo a entrar. La calle está cortada y no puedo sacar mi descapotable.
Le dedico una oración a nuestro benemérito señor alcalde, convencida de que
está haciendo que arregla un bache. Atravieso la puerta de entrada, acordándome
de la bisabuela del antes mencionado benemérito que me hace caminar dos cuadras
para conseguir un taxi, cuando una horda de desaforados, todos con remeras del
mismo color, me ataca. Corren. Respiran. Corren. Gritan. Siguen corriendo.
Pasan a mi lado, la mayoría con cara de tener un paro cardio respiratorio antes
de llegar a la esquina. Son muchos, interminables. Casi todos están cerca o ya
pasaron los cuarenta, pero tienen un aspecto de tanta juventud que dan asco. Se
hacen los sanos, pobrecitos. Corren cinco kilómetros y dicen que corren
maratones. Si los griegos se enteran los cagan a patadas en el culo. Maratones,
más respeto, por favor. Corren porque tienen dos patas, nada más. Y lo peor, es
que se sienten superiores. Sanos, ecologistas, llenos de vida. De una vida de
mierda, supongo, porque si no no se explica que se levanten un sábado a las
siete de la mañana para correr. Yo les diría que, aunque corran, la edad los
alcanza. Y también los mandaría a lavarse el culo con kerosén pero el otro día
Vero me dijo que tengo que putear menos. Me siento en el bar, prendo un
cigarrillo. La moza, alta, flaca, rubia lacia y con pinta de usar su libretita
hasta para anotar “un café en jarrito”, se me acerca y me dice “Disculpame,
este es un lugar libre de humo”. “Disculpame vos, pensé que era libre de
idiotas”, le digo al mismo tiempo que apago el cigarrillo. Ya no se puede
vivir. Te acorralan por todos lados. Me mudo a una mesa de afuera. Hace un poco
de frío y casi está por llover pero no me interesa. Lo importante es lo
importante. Y llega. Él. Con una remera… una remera… como decirlo, del mismo
color de los que me crucé en la puerta de mi casa y una botellita de jugo color
indefinido en su mano derecha que después me entero que es de mango con
naranja. No podés. Si hay algo que ya me supera son las nuevas tendencias de
los tipos. Qué sé yo, toman jugos isotónicos y usan crema para el contorno de
ojos. Me superan. “No te doy un beso porque estoy muy transpirado”. Así me
saluda el lindo. “Seguís fumando, ¿no te parece que es hora de que dejes”,
sigue ayudándome. “Pero si vos fumás como dos paquetes por día”. “Fumaba. Ahora
entré en otro ritmo.” Ritmo, ritmo de la noche, no te disperses, no te
disperses, Emilita, que si no no vas a podés decir lo que tenés que decir.
“Mirá”, arranco con la velocidad de un Ford T. , “te llamé porqueee…” “Sí, ya
sé, ya sé, Emilia, yo también estuve pensando en nosotros, en nuestras idas y
vueltas y me parece que ya es hora de que reconozcamos que el destino siempre
nos cruza y que podemos darnos una segunda oportunidad.” Se va la segunda, lo
único que falta, ahora se le dio por el folklore. “Yo creo que lo nuestro puede
andar”, sigue, “vos tendrías que cambiar algunas cosas de tu carácter y yo
prometo ayudarte. Sólo tenemos que dejar explotar este amor que hace rato nos
une”. “¿Explotar? Pero si vos tenés menos explosión que un chasquibum, boludo.”
“¿Ves lo que te digo? Es algo que he hablado muchas veces con tu madre.”
“Con-mi-ma-dre… es la frase que siempre necesito escuchar para sentirme
definitivamente seducida.” “No sigas usando la ironía para esconder tu
verdadero ser”. “Ah, bueno, ahora además de pelotudo, sos sano y zen. Pero por
qué no le vas a prender una vela a Jesse Owens y, de paso, a la reputa madre
que te parió. Eso, más o menos en resumen, es lo que te quería decir. Ah, y
sabés qué, no soy yo, sos vos.”
37. Criaturas
celestiales
Como escuché
alguna vez por ahí, últimamente no tengo el coño para ruidos, que no sé muy
bien qué quiere decir pero creo que es una frase que yo podría usar con toda
tranquilidad. Conclusión, en uno de esos días en que no quiero estar ni conmigo
misma, me fui al cine. Éramos tres personas. Un placer. Porque cuando una va al
cine a la una y media del mediodía, lo que se busca es soledad. Soledad Dolores
Solari, no te vayas, Emilia, volvé. Bajaron las luces y, con una tranquilidad
de espíritu inusual en mí, me predispuse a disfrutar de la función. Cuando, y
siempre tiene que haber un cuando que te joda la vida, en ese preciso instante,
escuché un par de voces que me llegaban desde atrás. Evidentemente, éramos
cinco, no los había visto. Cagamos, dijo Ramos, pensé. Apenas iniciada la
película, se empezaron a reír. Y se tentaron. Aclaro, detesto a los
adolescentes en general, y los detesto más en el cine en particular. Con olor a
pata y llenos de granos, son un combo que viene con bolsas de pochoclos
gigantes, nachos, panchos y baldes de coca cola incluidos. Si van a ver una
comedia se ríen siempre a destiempo. Si van a ver un thriller, ven sospechosos
hasta en las palomas de la plaza, comentan a los gritos que seguramente le
pusieron un chip en el orto al pobre bicho para seguir al protagonista, y
anticipan en voz muy alta lo que piensan que va a suceder. “Vas a ver que ahora
la mata”, dicen cuando el tipo ya le clavó diez puñaladas; “Te apuesto a lo que
quieras que es ella misma cuando está noctámbula, bolú”, dicen con un dominio
del idioma que Borges envidiaría. Ni que hablar cuando atienden el teléfono y
le empiezan a contar al que los llamó toda la película, que por lo general
cuentan mal porque entienden todo para el carajo. En resumen, como diría una
amiga mía, te alteran el sistema nervioso central. A los diez minutos, me dije,
Emilia, o te vas o hacés algo al respecto. Me di vuelta con toda la intención
de decirles a las criaturitas que Harry Potter la daban en la otra sala cuando
me encuentro con lo que finamente se denomina dos flor de pelotudos de
aproximadamente cuarenta y cinco años. Quedé tan obnubilada por su aspecto en
general y, por el arito en forma de osito que le colgaba a uno de ellos de su
lóbulo derecho, en particular, que, yo, La Emilia, me quedé sin palabras. No sé
qué cara les debo haber puesto, pero se callaron. Me parece que lo tengo que
hablar con Iturralde. No sé qué, la verdad. Si las cosas que me molestan, o que
me estoy quedando sin palabras o que he desarrollado la extraña habilidad de
hacer callar a la gente con sólo mirarla. Me cago en la hostia, decía mi abuelo
asturiano. Y yo que me elegí una comedia.
38. And here’s to you.
El marido de
Luisiana, ese monumento al joven empresario exitoso, lindo, y bruto como un
arado, que lo último que leyó debe de haber sido El Quijote en el secundario y
ni siquiera porque seguro que se consiguió una versión abreviada, porque así
es, el típico ejemplar que después de leer Foucault
for dummies te convence de que es licenciado en filosofía, no sé cómo hace;
bueno, me fui al carajo, total que se fue de viaje de negocios a Nueva York, nunca
le toca Alaska, qué lástima. Y, como cada vez que él no está, ella quiere
“aprovechar” y salir con sus amigas, es decir con Vero y conmigo. Qué cosa, un
día de estos la mando a aprovechar su tiempo tejiendo carpetitas crochet, ya se
lo dije, qué se piensa que nosotras estamos siempre disponibles, está bien que
así sea porque la mayoría de los viernes no tenemos un pedo a la vela que hacer
pero ese es otro tema, pero bueno, cada uno hace lo que puede. Lo que no sabe
ella qué hacer es con los cinco pibes que tiene, sobre todo si la empleada que
trabaja en su casa justo ese día tuvo un ataque de caspa y se tomó el
piróscafo, por ser moderna. La mamá de Luisiana es tan… tan… cómo decirlo, tan
así es, que ella cuando necesita una ayuda de este estilo prefiere llamar a la
suegra, ya he dicho todo. Las suegras, dios algún día las lleve a todas a su gloria,
son un espécimen extraño. Ésta es la típica que está siempre que la necesites,
con el sólo objetivo de tener el derecho a pasarte la factura con IVA
discriminado a pagar en cómodas cuotas mensuales hasta el 2025. “Nos vamos,
Nora, muchas gracias”. “Ay, por favor, Luisianita, gracias hacen los monos, yo
me quedo con mucho gusto con los chicos. Andá, andá y disfrutá vos con tus
amigas que yo total ya había dicho que no iba a la fiesta en el centro de
jubilados porque me imaginé que tenía que venir a cuidarlos, es lo que pasa
siempre que mi bebé se va de viaje”. Con razón, era un bebé, debe de ser por
eso que cada tanto busca a alguien que le ponga talquito en las bolas, pensé
pero, obviamente, me callé. Porque cuando dice esas cosas, es el preciso
instante en que una duda entre mandarla a la mismísima y cagarse la salida o
sonreír. Y Luisiana le sonríe, qué va a hacer. Antes de cerrar la puerta
escuchamos, “Vamos, chicos, que hoy cocina la abuela y van a comer bien”. Es
para inyectarle cicuta por vía endovenosa. Apenas nos sentamos en el
restaurante, llama el señor de los anillos, por supuesto, la mamá le avisó y
él, que es un encanto, quería mandarnos saludos, y de paso pidió hablar con
Vero por no sé qué boludez. Desconfiado de mierda. Qué boludo, ¿qué se piensa?,
¿que Luisiana necesita que esté a 10.000 kilómetros de distancia para meterle
los cuernos?, por favor. Sólo necesita que lo esté durante un año seguido, si
es más buena que el Quáker, y lo bien que le vendría tener una emoción fuerte,
al marido le vendría bien, sobre todo, para que… no sé para qué, creo que ya dejé
en claro que no lo soporto más. Me estoy yendo de tema, como siempre. Total
que, después nos fuimos a tomar algo a uno de esos lugares donde todo el mundo
va a charlar y no puede porque la música está muy alta. Así somos. En realidad,
fuimos ahí porque Vero insistía en que iban muchos muchachos y que yo necesito
uno. Es verdad que lo necesito, pero que mis amigas me lo recuerden a cada rato
me tiene un poquito alérgica. Cuando ya tenía mi tercer daiquiri encima escucho
“¿Cómo estás, Emilia, tanto tiempo!” Me doy vuelta. Un ex alumno mío, lindo
chico, joven, con un poquito de cara de haber dejado estacionado el skate en la
puerta en realidad pero lindo, prolijito. Palabra va, palabra viene cuando
quise acordar las otras dos se habían ido. Y me tuve que quedar con el chico
lindo, sólo le di mi teléfono, por ahora. Veremos, a lo mejor todavía le puedo
enseñar algo.
39. Rayos y culebras en
el circo (beat o como quieran llamarlo)
Natalia, la
dueña de la peluquería, nos recibió con la misma sonrisa congelada de siempre.
“Soy yo, mamita, relajá y pará de mostrar todos esos dientes que dios te dio
que te vas a contracturar”. “Ay, Emilia, no sabés el día que tengo”, murmuró al
tiempo que revoleaba los ojos por sobre el hombro. Lo que estaba sentado frente
a uno de los espejos era un ejemplar difícil de describir, una de esas personas
que te miran con los ojos muy abiertos y una sonrisa que Jack Nicholson hubiera
envidiado. “Esta es mi amiga Verónica”. Vero estaba un poco intranquila, por
ponerlo de alguna manera, con un humor de dóberman. “Termino de pasarle la
tintura a ella y estoy con ustedes. ¿Qué se van a hacer?”, nos dijo la Lady Di
del cepillo. “Yo no tengo la menor idea”, saltó Vero, “pero vos te tendrías que
pintar un par de mechones de color turquesa o algo parecido, o hacerte un corte
flogger, ¿no?”. Acabáramos, el jovencito era el problema. Me hice la boluda,
que es lo que una hace cuando no quiere mandar a la mierda a una amiga. En eso
estábamos, en silencio como sólo dos burras amigas pueden estarlo, cuando desde
el espejo se oye un “Y entonces, como te contaba, Nati, el hijo de puta me dejó
por una pendeja, ¿a vos te parece?, ¿qué tengo que hacer? Después de todos
estos años, es para matarlo”. “¿Escuchaste?”, rebuznó mi compañera de ruta.
“¿Qué tengo que escuchar, Vero de mi corazón? Bajame un cambio, por favor”.
“Para la naturaleza”, seguía la clienta despechada, “cuando llegás a los
cincuenta estás muerta, entendés Natalia, a la naturaleza no le importa si vos
lubricás o no, es una hijaputez, pero es así”.
“Me parece un poco exagerado, Olga, ya vas a ver que todo mejora”.
“No-mejora-nunca-nada-un-carajo”, terció Vero, que por algo es mi amiga. La
señora de escasa lubricación inmediatamente se paró, se nos acercó y le
extendió la mano. “Soy Olga Álvarez Zabala, terapeuta, ahora busco una
tarjetita y te la doy, me parece que necesitás charlar un poco sobre lo que te
pasa”. Doble apellido… high, española o pretenciosa ridícula. “¿Y por qué das
por sentado vos que a mi amiga le pasa algo?” “Ah, veo que vos sos de las que
tienen una actuación antisocial transgresiva”. Creo que Natalia debe de haber
pensado que iba a tener que cerrar el negocio por destrucción total del
inmueble. Me miró con cara de piedad-porfavor-piedad. Y Vero, insoportable como
estaba, “¿Vos qué sabés si no me pasa algo?”. Y ahí sí, ya está. “Pero, ¿qué es
lo que te jode? ¿Qué me revolvieron un poco la cuevita? ¿Estás celosa? ¿Durante
cuánto tiempo me rompiste las pelotas para que me dejara llevaaaaar, dejá los
prejuicios de laaaaado, Emiiiilia, ¿Y ahora qué?” “Sí, estoy celosa, porque te
extraño boluda, porque desde que estás con el muchachito no me llamaste más.”
“Vero, hace cuatro días.” “Si me disculpan,” nos interrumpió la señora, y
Natalia se sentó, ya exhausta y entregada, “yo las podría ayudar. Por medio del
psicodrama, podríamos ejercitar la expresión verbal de angustias, conflictos y
motivaciones inconscientes y así reinscribirnos en el orden socio cultural”.
“¿Por qué no te callás la boca y te comprás una cremita mi amor?” “Mirá, querida,
no me hagas un cuadro histérico. Yo sólo las quise ayudar”. Pensando en
Natalia, que a esta altura tenía uno de los cepillos prácticamente incrustado
en su oreja derecha, le contesté, “Gracias, yo ya hago terapia”. Para qué, era
imparable el bodoque. “¿Y qué hacés? Qué enfoque, digo. ¿Sistémico?
¿Gestáltico? ¿Cognitivo?” “Co-gi-ti-vo, hago yo, ¿entendiste? Y no sabés lo
bien que me está haciendo, no me jodas más”. Vero se rió, y ella se puso a
llorar. “Ustedes son jóvenes y no entienden, ¿sabés lo que es haberle soportado
durante años el olor a pata a un tipo y que de golpe un día te mire y te diga
muchas gracias por los servicios prestados y se vaya porque embarazó a una
pendeja y redescubrió el amor?”. Como para que no se le vuelen los patitos, pobre
mina. Natalia le hizo un té y nosotras nos llamamos a silencio, que es lo que
se debe de hacer en esos casos. Escuchar, nada más.
40. A las jóvenes de
ayer.
Mujer
argentina: Si quieres ser una P.E.N.D.E.J.A. (Pelotuda Enrollada Noviante de
Joven Ardiente), debes:
1- tener
caramelos Sugus o similar en la cartera.
2- sacarte
cuenta en Twitter, sin cuestionarte para qué carajo.
3- entender
el vértigo de la playstation.
4- no decir
que hay un Farmacity a dos cuadras de donde están cuando él te habla de Las
Pastillas del Abuelo.
5- jamás
contestar con un automático “queterecontra” si recibes un mensaje de texto del
tipo toy n klc zzz ymam + trd kricias y
bss a2
6- estar
dispuesta a escuchar sus miedos, sus fantasías, sus expectativas, sus
intereses, sus proyectos, sus logros, sus notas, sus ambiciones… y mostrarte
tan interesada como si fuera la primera vez que escuchas esas cosas.
7- pensar que
las utopías son posibles.
8- no ofrecer
pagar el taxi cuando él románticamente te ofrece volver caminando de la mano a
tu casa, aunque estén a veinte cuadras.
9- olvidarte
de los zapatos taco aguja.
10- aceptar
que hay que proteger los recursos naturales y por eso no es necesario bañarse
todos los días.
La verdad,
demasiado laburo.
Todo esto
viene a cuento por culpa de este muchachito con el que últimamente estuve
intercambiando liquiditos, por supuesto. Lo único que podía intercambiar con
él, por otro lado, porque convengamos que tenía menos conversación que Bernardo
el del Zorro. Como estuve como hasta las cuatro de la mañana tratando de
convencerlo de que teníamos muchas diferencias y que no podía estar todo el
tiempo en mi departamento, no tuvo mejor idea para tratar de convencerme de lo
contrario que volver a las ocho y media de esa misma mañana, con el diario bajo
el brazo y con todas las intenciones de debatir la coyuntura política nacional
e internacional. Lo único que yo puedo debatir a esa hora si me venís a
despertar es si te asesino con una 38 o con un cuchillo. Le abrí, of cors. “Te
iba a comprar flores pero no sabía cuál era tu favorita, ¿cuál preferís?” “El
cardo”. Yo le contesto así y el boludo se ríe porque se piensa que le estoy
haciendo un chiste. Tiene veinticinco años, ése es el problema, piensa el 99
por ciento del tiempo con el pito. Acto seguido me hace una centésima lista de
las cosas que quiere hacer en su vida, y a las que pretende que yo lo acompañe,
entre las cuales figura hacer bungee jumping, imaginate. “Si querés podés
empezar a practicar sin mí,” le sugerí, “estamos en un décimo piso, be-my-guest;
eso sí, negrito, la soga te la debo”. “La verdad, Emilia, no te recordaba tan
ácida”. “En el botiquín tengo Uvasal.” Como últimamente me está molestando
quedar siempre como la mala de la película, trato… trato… no sé qué trato, pero
bué. “Yo era tu profesora, te acordás, y cuando estoy dando clase me esfuerzo
para que no se me vuelen los patitos. Ahora es distinto, corazón.” “Claro,
ahora soy tu novio.” “No, mi amor, me limpiaste el filtro, nada más, y no creo
que lleguemos a otra instancia”. Cuando quiero soy una poeta, no me lo podés
negar. “Jamás le negaría nada, Emilia. ¿Y qué otra cosa es usted cuando
quiere?”. “Iturralde, una sola palabra, lareputaqueteparió”.
41. Ex in the city.
A veces nos
mandamos cagadas de puro aburridas que estamos. Llega el sábado a la noche,
estás sola en tu casa y tenés ganas de salir. Una amiga tiene programa. A otra
le agarró un ataque, se metió en el lavarropas y no piensa salir hasta que
alguien le compruebe fehacientemente y con pruebas irrefutables que dios existe.
A una tercera le encantaría pero no tiene con quién dejar los chicos. “Si
querés vení a casa y nos miramos una peli cuando se duerman”. No es la idea.
Llamás hasta aquella compañera del curso de filosofía que hiciste hace cuatro
años y que de lo único que le gusta hablar es de Epicteto. La mina se levantó
al plomero. Y entonces te das por vencida, sacás lo que quedó de la comida
china que pediste hace tres días, te abrís una cerveza y, obviamente, prendés
la compu. Y tecla va, tecla viene, te
clavás una cagada de la hostia. El peor tipo de cagada, ese que te jode sólo a
vos, que no te da ni siquiera el placer de un mínimo resarcimiento. Cuando veo
en el teléfono que la que llama es Vero, atiendo. “¿Podés venir?”, me dice. “Ni
en pedo, Vero, ya te dije que no, que no pienso salir de casa.” “¿Qué estás
haciendo?” “Voy por el quinto capítulo seguido de Sex and the City, última
temporada para ser más exacta.” Lavarropas yo no tengo. “Lo busqué a Santiago
en Facebook.” Me cago en Marquitos Zuckerberg. Santiago es el ex marido de
Vero. Un chico impecable, correcto, trabajador, el yerno ideal. Tan perfecto
era que, al mes de casados, ya estaba listo para aprenderse todas las canciones
de María Elena Walsh y comprar el combo bebé-carrito-vacaciones en Pinamar. La
esperó un año a Vero y después la dejó. Lo que dije antes, un flor de pelotudo.
“Se casa el mes que viene. Con una tal María Pía. Está de cinco meses.” “Bueno,
ojalá que tengan muchos pollitos”. “Emilia…” “¿Tenés cerveza o llevo?” Media
hora después, las dos apoltronadas en el sillón. “Ya sé, los esperamos a la
salida de la iglesia y les tiramos huevos”, le dije mientras vaciaba mi quinto
vaso de cerveza. “Me encantaría agarrarle ese vestido blanco con el que seguro
va a salir y hacérselo mierda”. “Eso, Vero, eso, larguemos maldades”. Y no
pudimos parar más. Que debe ser tan boluda que seguro colecciona sobrecitos de
azúcar. Al pedo porque debe vivir a edulcorante. Debe ser inodora incolora e
insípida. Ni siquiera califica para entrar en la categoría de frívola. No pasa
el examen de ingreso en la Universidad de los Boludos. Que su dieta debe de ser
a base de lechuga orgánica y berro y se debe de tirar pedos con mucho olor. Que
en su casa seguro cuelga llamadores de ángeles por todos lados. Que debe ser devota
de la Virgen de la Sagrada Misericordia de los Niños Minusválidos de Santo
Tomás. Que con ese nombre no debe coger (o debe hacerlo con un cirio encendido
en la mesita de luz). Del cirio, sé que en algún momento nos fuimos a Siria,
pero no me acuerdo por qué. Volvimos y nos acordamos de un novio que tuvo Vero
después de la separación al que un día le de dio una especie de ataque Feng
shui, se fue al barrio chino y llenó la casa de chirimbolos estúpidos.
Pomaditas para todos los dolores, una fuente de agua, monedas con todos los
animales del zodíaco, el gatito que te saluda y el pájaro que te mea. Y
entonces nos pusimos de pie para brindar por Diego y el mundial ’90 porque nos
acordamos del pájaro Caniggia Claudio Paul, y ya que estábamos con las mascotas
puteamos por los perros que cagan las veredas y resumimos hablando sobre cómo
te condiciona el ser el hecho de que el perro sea perro y nada más. Y de ahí
nos fuimos a un novio que tuve que era paseador de perros y con el que salir a
tomar un café era un lujo asiático y volvimos a lo chino y a lo truchas que
eran las camisetas de fútbol que usaba, no me acuerdo si él u otro, made in
China. Y recordamos otra vez a Santiago porque siempre decía que tenía “puesta
la camiseta de la empresa”. Frase boluda por antonomasia. “Lo bien que hiciste
en no tener un pibe con ese nabo, Vero, hay que proteger a la especie”. Una vez que se nos pasó un poco el efecto de
lo que habíamos consumido, nos comimos media docena de alfajores entre las dos.
“De verdad, Vero, vos sólo no querías en ese momento, y no está mal, amiga”. En
silencio nos comimos dos alfajores más cada una. “Y decime, ¿cómo era que se
llamaba la mina?” “María Pía” “¿Y la novia que tuvo antes de casarse con vos no
se llamaba María de los Milagros?” “Sí”. “¿Y eso no te dice nada, Vero?” La
carcajada nos invadió otra vez y brindamos por María Pía, para que sea muy
feliz y para agradecerle, porque se llevó a un tipo que nunca jugó al fútbol y
hoy es campeón de la Play.
42. Los insoportables
de siempre.
Con toda la
educación y respeto que habita en mi ser les pido que, si se ven reflejados y/o
reflejadas por alguna de las siguientes características, tengan a bien no
acercarse a mi persona si no quieren que se me altere el sistema nervioso
central y que el vuestro quede dañado para siempre:
1. te gusta
vanagloriarte de que sos feliz con poco y repetir que “la felicidad está en las
pequeñas cosas” después de que me contaste tu último viaje al Caribe.
2. estás
convencido de que reconocés tus defectos pero te enojás si te digo que sos un
boludo.
3. proclamás
que tu mayor defecto es tu sinceridad y en eso te escudás para gritar a los
cuatro vientos que el vestido que se compró tu mujer le queda para el orto.
4. comés sin
sal, tomás café descafeinado, Coca Light, usás margarina y comés galletitas de
arroz, o sea, no vivís.
5. creés que
Montaner es un poeta.
6. te uniste
en Facebook al grupo “Hagamos un abrazo simbólico a las foquitas de
Groenlandia”.
7. sos hombre
y declarás con orgullo que nunca pagaste por sexo, pero todas las mañanas le
dedicás una vela a San Wanda Nara.
8. tus frases
favoritas son “qué barbaridad”, y “acá no hay moral”.
9. tenés
cuarenta años y estás convencido de que sos muy sano porque nunca te fumaste un
porro.
10. te
encanta jactarte de que no tenés televisión pero cuando venís a mi casa te
tengo que hacer una lobotomía de urgencia para poder arrancarte el control
remoto de la mano.
11. cuando
saliste llorando del funeral de la Negra Sosa le diste vuelta la cara al pibe
que te pidió una moneda en la esquina.
12. tu máximo
concepto de la diversión es ir a la Fiesta Nacional del Montañés y participar
del concurso de hacheros o, en su defecto, ir a la Fiesta Nacional de la
Orquídea y salir coronada Miss Pimpollo.
13. pensás
que Avatar es la mejor película que viste en tu vida por el mensaje que tiene.
14. creés que
es cool llevar una remera de Frida Kahlo.
15. soplás y
hacés abanico con la mano cada vez que prendo un cigarrillo.
16. me rompés
las bolas con que le tengo miedo al compromiso.
¿Entendiste,
Mamaaaaaaaaaaaaaaaaá?
43. Siempre es todo
sobre ella.
Éramos pocos
y la abuela resucitó y parió quintillizos. O apareció Mami, que es más o menos
lo mismo. Mami, que agarra cuanta propaganda le dan por la calle o folleto que
encuentra por ahí y tiene en la casa promociones para cruceros a Indonesia,
huertas a domicilio, viajes en burro ida y vuelta a la Cordillera, talleres
para estudiar la vida de Siddharta Gotama, medicamentos y globulitos varios y, capaz,
hasta descuentos para vibradores musicales importados de Paraguay. La tipa me
trae una publicidad de un taller cuyo título era El cuenco de cuarzo y tu útero y dice que estaría bueno que
hiciéramos el taller juntas. Yo pensaba que era imposible, pero es evidente que
todavía puede superarse. “Es hora de que hagamos algo al respecto”, arremetió,
“se te está pasando el cuarto de hora, hija, el reloj biológico corre”. Ella es
así, sutil. Como digna hija de su madre, yo también lo soy. (Oh, Dios, acabo de
reconocer que me parezco, lo voy a charlar con Iturralde antes de que sea
demasiado tarde). “Sí, mamá, también es hora de que me dejes de romper las
pelotas al respecto”. “Pero es que este taller te ayuda a conectar tu útero con
el resto de tu organismo, ¿ves? Acá lo dice”. “Por suerte, yo ya lo tengo conectado,
mamá, o ¿qué te pensás? ¿qué ando con el útero en la cartera?” “Mirá, te voy a
ser sincera, si no lo hacés, te vas a arrepentir”. “Si no hago qué, mamá”. “Si
no tenés un hijo, ¿qué va a ser? Yo sé lo que te digo. Un hijo te llena, te da
compañía, cuando sos madre sabés que nunca más vas a estar sola”. “Lindos todos
los motivos por los que me tuviste, eh”. “Emilita, sabés perfectamente bien de
lo que te estoy hablando. Cuando tu padre y yo…”. “En primer lugar, no me
llames más E-mi-li-ta; en segundo lugar, dejalo a papá afuera, no lo uses cada
vez que me querés convencer de algo; y en tercer lugar, ¿vos pensás que algún
día llegarás a comprender que llenarme la barriguita no es mi prioridad?” “Ah,
bueno, a ver, ¿y cual es tu prioridad?... Hijita, yo sé que vos tenés miedo,
pero yo te ayudaría, ¿no te das cuenta que quiero ser abuela?” “¿Y por qué no
adoptás a Maru Bottana?” No me habló por el resto de la tarde, lo cual no dejó
de ser un alivio, o no.
44. De pelotas,
pelotudos y otras yerbas.
Sandra, la
amiga del secundario con la que poco tengo en común pero cada tanto me
encuentro, lo logró. Se juntó con el novio, el de los parientes de España. Y,
en un ataque de filantropía feroz, quiere convertir a su nueva religión a todas
sus amigas para que tengamos la misma experiencia y seamos tan felices como
ella. O le va para el culo y de puro hija de puta quiere compartir su
desgracia, no sé, no lo tengo bien definido todavía. Qué cosa la gente que
piensa que porque algo les hace bien a ellos, indefectiblemente le tiene que
hacer bien a todo el mundo. Son unos rompe pelotas. Como los deportistas, que
quieren convencerte a toda costa que salir a correr por el parque a las ocho de
la mañana pateando escarcha a mediados de julio es lo mejor que te puede pasar en
la vida, que te va a ayudar con la salud y otras pelotudeces por el estilo. Si
yo no les ando preguntando “¿Leíste Humano, demasiado humano? ¿No? Ah, no sabés
lo que te perdés, lo bien que te haría, te lo recomiendo”. Por qué no me dejan
de joder, me pregunto yo, pesados del orto con el deporte, que se vayan
corriendo hasta Alaska si quieren pero que me dejen a mí tranquila. Bueno pero,
para variar, me fui de tema. Volviendo a Sandra, es tan generosa que me invitó
a su casa para comer un asado porque se juntaban varios amigos del novio,
marido, pareja, tutor o encargado no sé cómo llamarlo al ñato. Y yo, siempre
abierta a nuevas experiencias, dije que sí. Tendría que cerrarme un poco la
verdad. Sobre todo tendría que cerrar la boca más seguido y, de paso, el ojete
para no mandarme tantas cagadas. (Qué boquita, Emilita, diría Mami) Total que
cruzar el umbral, escuchar la palabra marcador de punta y putearme en arameo
por no haberme dado cuenta fue un solo acto. Mundial, ese momento cada cuatro
años en que hasta aquel tipo al que en el picado de la plaza le dan una
camiseta sin número porque es tan tronco que no saben en qué puesto ponerlo
opina como si fuera Licenciado en Pelota Parada. Éramos siete: mi amiga Sandra
(que a menos de un año de convivencia ya acepta como natural que el señor le
regale una yoghurtera para el cumpleaños, va mal), el novio (un chico al que
Mami calificaría como exitoso sin tener en cuenta que las palabras exitoso e
idiota son perfectamente compatibles), tres amigos solteros, separados, viudos
o lo que fuere (mucha ropa Bensimon en general), otro amigo con su respectiva
esposa (él con cara de complicado crónico; ella con cara de que su mayor
preocupación es si se tiñe o se hace las transparencias) y yo. Comimos de manera informalmente moderna
alrededor de la moderna barra de la moderna parrilla que tienen en su moderna
casa. Por supuesto que el tema era uno solo. Y, como era de esperar también,
las mujeres nos vimos envueltas por un manto de invisibilidad que los llevó a,
por ejemplo, rascarse los huevos en nuestra presencia sin ningún problema. Voy
a tratar de ser delicada y usar las palabras que toda dama debería usar para
hacer la siguiente pregunta: ¿por qué los tipos no se pueden dejar el ganso
tranquilo? ¿Les pica? ¿Les molesta el apéndice? ¿Qué carajo les pasa? Bueno,
volviendo, no hay mucho para rescatar de la conversación. La cena transcurrió
entre rascaditas varias, sacadas de mocos, algún que otro provechito (no hay
peor tipo que el disimulado, ese en el que el hombre infla sus cachetes, cierra
la boca, se lo traga, hace como si no hubiera pasado nada y sigue hablando),
medio campo, marcadores, volantes, paredes, carrileros, gente que pega de tres
dedos o de chanfle. Que 4-3-3, que 3-3-4, que dos por tres llueve. La esposa
del complicado osó meter un bocadillo y decir que su equipo favorito era
Camerún. “Que una vez ganen los negritos, pobres”, dijo. Prefiero no analizar
esa frase en el día de la fecha. Todos
miraron al complicado con una compasión conmovedora. Yo casi casi salto, por
empatía de género nada más, pero ella al toque agregó: “Burumbumbúm burumbumbún
yo soy el hincha de Camerún”, y me callé la boca. Después se cenar, se sentaron
a ver la repetición del partido y volvieron a llevarse las manos a la cabeza
como si no supieran ya que la pelota no había entrado. “Cuatro contra dos, no
podés errarte ese gol, papá” fue lo último que escuché. Me fui. Para poder
salir, hay que saber entrar, dijo alguien una vez, ¿o era al revés?
45. A tocar la vuvuzela
se ha dicho…
Domingo, nueve
de la mañana. Me había acostado a las cinco. Llama Mami. “¿Me venís a buscar,
no?” “¿Para qué, mamá?” “¿Cómo para qué? Para ir a visitar a tu padre.” Mami y
sus metáforas. “Mamá, ya sabés que no voy nunca a los cementerios, salvo de
excursión.” “No me voy a poner a discutir ahora con vos. ¿Venís o no?” “No.”
“Con todo lo que hizo tu padre por vos.” Y me cortó. O le corté yo, no me
acuerdo, estaba muy dormida. A mí esos lugares ni me fu ni me fa, como decía el
abuelo de mi primo. Es que yo no tengo esa necesidad de ir a tocar un pedazo de
piedra para satisfacer mi conciencia. Lo que hiciste, hecho está. Y lo que no
hiciste, también. Ahora, el pimpollito de clavel te lo podés meter en el orto
si antes lo trataste para el ídem. Y si vas todos los domingos podés llegar a
tener un almácigo, imaginate. Y si no, a
asumirlo con dignidad, total el muertito no se va a enojar. Sí, sí, ya sé que
no siempre es así. Que hay gente coherente y lo hace por otros motivos. Y sí,
sí, ya sé que si de verdad me diera lo mismo iría sin ningún problema. No al
pedo estoy haciendo como que hago terapia. Por lo que sea, no voy a hablar más
del tema hoy. Todo esto venía a cuento porque me había acostado muy tarde
porque había salido a la noche con un chico que conocí el otro día en la casa
de Sandra. Me llevé una sorpresa, en realidad, pensaba que me iba a encontrar
con alguien, cómo decirlo, intrascendente, inocuo. El típico progre Bensimon
bah: a favor de la legalización de la marihuana, del matrimonio gay, ecológico,
amante de Woody Allen, de esos que en su muro de Facebook escriben Viva Mayo
del 68 al pie de su foto en la torre Eiffel. Cuando bajé, me esperaba con una
rosa en la mano. Cagamos, pensé. “¿Sos socialista?”, le pregunté. Sonrió, nada
más, y la tiró al medio de la calle. “¿Dónde vamos?”, me dijo. “Vos sos el que
me invita y yo tengo que elegir el lugar, empezamos bien.” No aprendo más,
convengamos en que antes de salir con un muchacho la próxima vez me tendría que
tomar algo que me paralice la lengua. Fuimos a un lindo lugar al final. Total,
que tomamos bastante vino, nos reímos mucho, hablamos de todo un poco y
coincidimos en unas cuántas cosas. Qué más. Por supuesto, después de tamaño qué
más, lo invité a subir y obviamente aceptó. Cuando llegó el momento oportuno me
di cuenta de que no tenía forros en casa. No voy a repetir todos los
improperios que se me ocurrieron en ese momento, ni yo lo resistiría. Después
de decidir que no valía la pena romperme la cabeza contra el bidet, salgo del
baño y se lo cuento. Y el pibe, con una tranquilidad pasmosa, me dice, “¿Y para
qué me invitaste a subir si no tenías?” “¿Y para que subiste vos si tampoco
tenías? ¿Qué te pensabas, que te invitaba para jugar al chinchón, boludo? ¿Por
qué no trajiste vos, idiota?”. Para dar primeras impresiones de intimidad
inolvidables soy una maestra. Contra todos los pronósticos, el gentleman larga
la carcajada. “Dale, vamos a Farmacity así elegís vos la variedad que más te
guste”, y extiende la mano. Se ganó un porotito. “¿Cómo se llama el señor?” “Fernando.”
“Fernando, qué interesante.” “¿Por qué?” “Otra F en su vida, Emilia.” “Sí,
Iturralde, y una tercera: fuck you.” En cualquier momento no vengo más, me
tiene reprodida este tipo.
46. Ojos bien abiertos
(demasiado, tal vez)
“Contame”.
“¿Qué querés que te cuente, Vero?” “Todo.” “Ok.
Fernardo-38-arquitecto-separado-sin hijos.” “No me jodas, Emilia.” “Nos
llevamos bárbaro, hasta ahora, toco madera sin patas decía mi abuela.” “¿Qué
más?” “Qué pesada que estás. No me voy a convertir en una de esas que de lo
único que hablan es del noviecito”. “¿De lo único que hablan? ¿Qué decís? Si
vos no hablás, querida. Mejor dicho, no contás, porque hablar hablás, no sé si
te habrás dado cuenta de que lo llamaste noviecito”. “Uffff, ok, nos vemos casi
todos los días, nos gustan más o menos las mismas cosas y coge de
ma-ra-vi-llas”. “Estás contenta.” “Y sí…” “¿Ves que no es tan difícil?”
“¿Estuviste leyendo a Bucay?” “Qué boluda que sos. Che, ¿y habla de la ex?”
“Por lo menos por ahora no”. “¿Cuánto hace que se separó?” “Cuatro meses.” “Mmm,
Houston….” “Pero no, nena, ya sé que la primera después de la separación no
llega a ningún lado pero tampoco estoy tan enganchada.” “¿Y adónde querés
llegar vos?” “A fin de mes si es posible, Vero, ya voy a terapia, no me rompas
las pelotas.” “Bueno tampoco me vengas con el verso de la superada, Emilia, yo
sé cuando un tipo te pica”. “La concha me pica, Verónica, lo conocí hace unos
días, tampoco me voy a andar preocupando por el colegio al que vamos a mandar a
los chicos.” “Ah, bueeeeeno, ya nos salteamos noviazgo, convivencia, posible
casamiento y hasta tener hijos, sólo nos planteamos no preocuparnos por dónde
los vamos a mandar a estudiar.” “¿No te querés asociar con Iturralde, la puta
madre carajo?” “No, lo que quiero es que reconozcas…” “¿Qué querés que
reconozca? ¿Qué me gusta? Sí, me gusta. ¿Qué tengo miedo? Sí, ya sé que tengo
miedo, con mi historial, cómo para no tenerlo, si soy como kriptonita para los
tipos. Ahora, además de saberlo, ¿lo tengo que decir? ¿Es necesario ser tan explícita?
¿Hasta con vos?” Nos miramos, nada más. “¿Quéres que ponga la pava para unos
mates?”, me dijo. “Sí, amargos por favor, no le pongas ese chuker de mierda que
le ponés al agua”. “Ok”. Que fenómeno, decía Pepe Biondi.
47. El Bello y la
Bestia.
Con la
sutileza que me caracteriza, me pregunto, ¿qué carajo es el amor? ¿Es un
concepto, una idea, un sentimiento no puedo parar olé olé olé cada día te
quiero más? (Entre paréntesis, mi vecino me tiene harta con no sé qué corneta
que se compró, cada vez que festeja un gol tiembla el edificio, por qué no le
soplará las partes a la mujer así por lo menos cambia esa cara de culo
permanente que tiene esa mina. Bueno, me fui, como siempre.) Composición tema,
dos puntos, El Amor. Como hago cada vez que me sorprendo ignorante ante una
palabra, recurro a los que supuestamente la tienen clara. El Diccionario de la
Real Academia Española dice: Sentimiento
intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y
busca el encuentro y unión con otro ser. A ver si entendí bien, yo soy
insuficiente para vaya uno saber qué, y busco al otro para que haga lo que yo
no puedo, y viceversa. Ponele que A y B se encuentran y son insuficientes para
lo mismo, un quilombo de la hostia; y si lo son para cosas diferentes también,
porque se juntan un rengo y un tullido, qué lindo. Punto número dos, academia
del orto, insuficiente será tu abuela, no entendés nada. Hay una segunda
definición, que dice: Sentimiento hacia
otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el
deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y
crear. Cuando pare de reírme sigo escribiendo…… Sigo. Mi tía Dora decía que
estar enamorado es sentir mariposas en la panza. Me pregunto de dónde viene eso
de llamar al cosquilleo “mariposas”, que yo sepa las cucarachas podrían
producir el mismo efecto. Yo por mi parte, debo de tener una culebra porque más
que cosquillas siento retorcijones. También decía que hay que entregarse. Mirá,
tía, primero, hay que encontrar a alguien que acepte el delivery y, segundo, yo
no soy ningún paquete. Por otro lado, está el problema de que siempre uno de
los dos quiere más que el otro, y ahí la hecatombe. El que quiere menos siempre
termina cagando al que quiere más, porque éste lo termina agobiando. Dos más
dos son cuatro. Porque que los dos quieran igual es una utopía. Y ya todos
sabemos lo que pienso al respecto, no me voy a poner a hablar otra vez de la
pelotudez de caminar hacia el horizonte. Tal vez, no haya que pensar tanto, o
hay que pensar sin razonar, quiero decir, sentir sin razonar, uff, me perdí
otra vez, ya no sé dónde carajo está la racionalidad ni el sentimiento. Mientras
pensaba todo esto, Fernando se daba una ducha. “Bueno, y ahora, ¿qué hacemos?”,
le pregunto cuando sale. “Jugamos.” “¿Ju-ga-mos? ¿A la escoba de quince o
querés que vaya a buscar el LudoMatic a la casa de mi mamá, Fernando?” “Jugamos
a que yo te digo frases lindas y románticas y vos me contestás lo primero que
se te cruza por la cabeza.” “Bué, a ver…” “Te amo ciegamente y te daría todo lo
que tengo”. “Andá buscándote otra porque yo el palito blanco no te lo
sostengo”. “Te amo con todo mi corazón”. “Te paso de la Fundación Favaloro la
dirección.” “Te quiero con locura”. “Eso con Rivotril se cura”. “Sos un poema
de Neruda hecho mujer”. “Los veinte poemas no te los recito ni por joder”. “El
día que te conocí, morí de amor”. “Con razón hay tanto olor”. “Sos todo lo que
necesito”. “No te entusiasmes, pará un poquito.” “Eres mi amor.” “¿Mi cómplice
y todo? ¡Por favor!” “Sin vos no podría vivir”. “El pastor brasilero de la tele
ya lo dice: Pare de sufrir”. “Nunca nadie me había hecho sentir esto”. “Te
aviso, si me siento presionada, apesto”. “Somos el uno para el otro”. “Ay, no
te hagas el potro”. “Tus ojos son dos luceros”. “Uy, se me estremece el
agujero”. La risa que se venía metiendo entre las frases terminó en carcajada.
Me acaricia el pelo (algo que siempre me molestó, será por eso que voy poco a
la peluquería, detesto que me toquen la cabeza, pero bué…). “En realidad puedo
decir prácticamente lo mismo con otras palabras, las que a vos más te gusten,
si me decís cuáles son.” Danger danger. A cambiar rápidamente de tema. “¿Qué te
parece si nos vestimos y vamos al cine?” “Dale.” “Aunque no sé qué película
están dando.” “La película es lo de menos, negra, si yo lo que quiero es
llevarte al fondo de la sala, al lado del matafuegos, como cuando éramos
adolescentes, ¿te acordás?” Quién lo hubiera dicho, tanta arquitectura, tanto
Bensimon…
48. De cómo Harry
terminó demasiado limpio.
Todos somos
bisexuales, decía el protagonista de El otro lado de la cama, una de las frases
más sabias que he escuchado en mucho tiempo. Sin embargo, no quiero hablar de
sexo. O, mejor dicho, del acto sexual en sí. A ver, convengamos en que, sea
cual sea nuestra opción, hay características típicamente femeninas y otras
típicamente masculinas. Yo me pregunto, ¿no podríamos haber encontrado algún
punto medio entre el famoso por qué no se
van a cargar bolsas al puerto que irónicamente vociferaba mi papá y el usar
crema de contorno de labios? Chicos, queríamos tener igualdad de condiciones no
competir por las medias siliconadas. Muestran sus sentimientos, cortan cordones
umbilicales, lloran con Pocahontas y demandan atención cual vecina en batón con
ruleros. Tienen crisis existenciales, de identidad y hasta de nervios. La
histeria es nuestra, carajo mierda. Vas a comer afuera, por ejemplo, vos pedís
un buen y ecuménico bife de chorizo y ellos una ensalada con agua mineral. Al final,
una al lado de ellos termina pareciéndose a Clint Eastwood. Y sos afortunada si
no tenés que escuchar frasecitas como, necesito
encontrarme conmigo mismo, pero por qué no se compran una Filcar y se dejan
de joder. Nos tocó la época de los hombres sensibles. Sensibles a qué sería una
buena pregunta. Porque, por otro lado… bué, mejor el otro lado lo dejo para
otro día. Todo esto surge porque el otro día Sandra tenía que comprarle un
regalo a su marido, concubino, novio, pareja, tutor o encargado, porque era el
cumpleaños (yo le sugerí que le compre un neumático, después de todo él a ella
le regaló una yoghurtera, pero ese es otro tema, cada mono sabe de qué árbol se
cuelga dice el refrán) y pensó en obsequiarle algo de perfumería y me pidió que
la acompañe, porque, como conocí a Fer en su casa, de repente le agarró una
especie de amistad profunda que espero que la suelte pronto porque ya no me la
banco más. Me estoy yendo, again, ¿por qué será que no puedo pensar en una sola
cosa por vez? Madonna Santa, Iturralde dice que no me preocupe, lo que no
entiende es que yo no preocupo, me canso de perderme entre mis neuronas, nada
más. Bué, volviendo, es evidente que me quedé en la década del 50. Cuando
pienso en perfumería para hombres, recuerdo a mi papá y no se me ocurre otra
cosa que espuma de afeitar, brocha, loción para después de afeitar,
desodorante. Error. Yo digo, dale, comprate una crema si querés, ¿pero es
necesario que uses un lip filler? Por favor, casi ni yo sé qué es. ¿Cómo un
tipo va a usar una crema reafirmante para el abdomen? ¿Dónde quedó el orgullo
de mostrar una buena panza cervecera? Total que Sandra prefirió regalarle un
cupón para dos sesiones de thermage tcp (vaya una a saber qué carajo es eso)
más dos de hydrodermoabrasión profunda (supongo que le limpiarán la cara con
una especie de hidrolavadora, no sé). Apenas llegué a casa lo llamé. “Ya mismo
me decís qué productos hay en tu baño”. “Hola, mi amor, ¿cómo estás? Yo bien,
gracias.” “¿Podemos dejar el mi amor para otro momento que esto es importante?
¿Qué productos, Fer?” “Hay papel higiénico, un desodorante de ambientes,….”
“No, no, de perfumería, corazón”. “No me acuerdo”. “¿Cómo que no te acordás lo
que tenés en el baño?” “¿Por qué no venís y nos sacamos la duda juntos?” “Ok,
salgo para allá”. Mirá se lo me iba a perder.
49. El regreso de los
muertos (no sé si vivos, pero seguro no del todo enterrados).
Hace mucho
frío. Trato de encender la estufa. No es posible. Como me enseñó mi abuelo, le
doy una palmadita. Nada. Después otra. Sigue la nada. Una piña trajo la otra.
La terminé cagando a patadas a esa estufa de mierda y le reputísima madre que
la recontra mil parió. Al mediodía me indispuse. A prenderle una vela a la
Santa Hormona del Valle del Período y el
Ibuevanol Forte y a tratar de no matar a nadie. Me pongo la remera que yo misma
pinté y cuya leyenda dice “Para que el período sea considerado atenuante de
asesinato” y salgo. Me pone de muy mal humor que el asunto, como lo llamaba mi
abuela, incremente mi mal humor habitual y me convierta en algo frente a lo
cual el Demonio de Tasmania saldría rajando. Es como una especie de mal humor
al cuadrado. Y si tengo que trabajar, es decir, cualquier día, ni te cuento.
¿Cuántas veces hay que explicarle con paciencia a un imbécil la conjugación del
verbo to be? Me juro a mí misma que la próxima vez que me diga he have been le meto la enciclopedia
británica por el orto. Para borrar de mi mente la imagen que en este momento
tengo de mí misma (lo más parecido a un colchón de agua que un ser humano puede
llegar a ser), camino las pocas cuadras que separan una clase de la otra
focalizándome en Sai Baba. El naranja no es mi color preferido y alguien
debería avisarle a este señor que el pelo afro murió en los setenta. Podría
materializarse un peluquero el tipo. En la esquina, un calambre. Para evitar
asestarle una patada al proyecto de perro que una señora estacionó a mi lado,
me agarro, me aferro, del primer poste que encuentro. Un señor mayor, por no
llamarlo viejo de mierda, osa decirme “Disculpemé, señorita, pero no tendría
que apoyarse así. Hay que cuidar la ciudad y así es como los postes se
aflojan”. “¿No tenés un hamster en tu casa para entretenerte metiéndole
escarbadientes en el culo?” “Qué barbaridad, a usted la tendrían que haber
educado mejor de chiquita”. “Y a vos te tendrían que haber matado de chiquito,
así no rompías las pelotas durante tantos años”. A veces, me doy miedo. El
resto del día transcurrió más o menos por los mismos caminos de paz y
normalidad. Por suerte, a la noche, pude prender la estufa. Y el teléfono no se
me había quedado sin batería, qué más se puede pedir. “Hola, Vero”. “¡Hola,
Emilia!, pensé que hoy salías con Fernando por eso no te llamé”. “Vos lo
dijiste, amiga, salía”. “¿Y qué pasó?” “A la mañana me avisó que lo llamó la
ex, le pidió de juntarse a cenar porque quería hablar con él no sé de qué
cosas”. “Y, supongo que tendrán que empezar a arreglar lo del divorcio”. “Ajá”.
Nunca me imaginé que un puto ajá pudiese estar tan cargado de significado.
50. Aries y Marte… Para
qué contarte.
Yo sé que es
una boludez, pero no lo puedo evitar. Cuando voy a lo de mi mamá un domingo leo
el horóscopo. A lo mejor es para no escucharla (y eso que todavía no le conté
nada de Fernando), por lo que sea, en un punto es entretenido. Es una manera de
pasar el rato, como dice, justamente, Mami. Y la verdad, es que siempre paso de
largo las “ocupaciones”, el “dinero” y voy directamente a “el amor”. En el
fondo, soy una romántica. Claro que el romanticismo se me va a la mierda cuando
leo frases como: La oposición lunar
complica la pareja. Los desencuentros y los choques temperamentales estarán a
la orden del día. Definiciones pendientes. Me cago en el Santo Zodíaco,
Batman. Porque una es una chica con pretensiones intelectuales y no cree en
esas boludeces, hasta que de alguna manera te toca, o tiene que ver con lo que
estás viviendo; y se te van las pretensiones intelectuales al carajo. Digo yo,
¿no he tenido suficientes complicaciones con suficientes parejas como para que
la luna me venga a cagar esta también? Por qué no se mete en sus cosas y me
deja de joder a mí. Y cómo no voy a tener un choque temperamental, si el
pelotudo no me quiere contar qué pasó en la cena con su ex, me dice que fue un
encuentro de amigos, amigos las pelotas, digo yo… y que hablaron de temas
pendientes, un pendiente es lo que tengo ganas de colgarle en los huevos, un
piercing en el prepucio se merece. Ya sé que a lo mejor es una buena chica, y
no pasó nada, por qué le voy a andar deseando que se descomponga y se ahogue en
su propio vómito. Pero por otro lado, si no pasó nada, ¿por qué no me lo quiere
contar? Mirá, me harto de mí misma, me agoto, me digo basta de hacer rulos con
tu cerebelo Emilita (oh, my God, cuando me hablo en diminutivo como mi mamá es
porque estoy de atar). Pero es más fuerte que yo, qué querés que te diga. “Me
gustaría que me dijera, o que pensara, de dónde cree usted que le surge tanta
inseguridad como para cuestionarse todo por un horóscopo de domingo, Emilia,
usted es una chica inteligente”. “Mirá, Iturralde, primero, ya es hora de que
dejes de tratarme de usted; me ponés nerviosa; y segundo, los dos sabemos que
la inteligencia se te va a la mierda en estos casos”. “¿En qué casos?” “En
estos de la pareja y estas cosas”. “En el amor quiere decir usted”. “Ufff, y
dale con el amorrrrrr.” “Y de esto estamos hablando, ¿de qué si no?”
“¿Estuviste leyendo a Carver vos?” “Emilia, no nos dispersemos, no se me vaya
por la tangente”. “No, no me voy a ir por la tangente, me voy a ir por la puerta,
bombón, no te soporto más, mirá con qué seguridad te lo digo.” Encima me salen
molestias intestinales, me cago en Mercurio.
51. Sombras de muchas
dudas.
Es
inevitable. En algún momento tenía que suceder. Una conoce a alguien, le gusta,
se lleva bárbaro, se divierte y ¿cuál es el próximo paso? Socializar. Lo que a
mí más me gusta en la vida. Como si no fuera lo suficientemente difícil
llevarse bien entre dos que hay que andar juntándose con otra gente, digo yo.
Total que era el cumpleaños de Sebastián, amigo desde el jardín de infantes, y
fui con mi mejor predisposición, porque a lo mejor, quién te dice, una termina
conociendo gente interesante. Vamos, Emilia, me digo, prejuicios, out! Por lo
menos, iban a estar Sandra con su propio susodicho, algo es algo. Y no nos
olvidemos, que si yo quiero, Lady Máxima a mi lado es La Raulito. Ahora, que yo
quiera, es otro cantar. Ya que estaban, como era “la semana de la amistad”,
celebraron también eso. Otro tema, los “días de”, qué ganas de romper las
pelotas. Llega el día del amigo y hasta el verdulero de la esquina, ese que
puteás porque cada vez que te descuidás te mete una banana podrida, te dice
“feliz día, amiga”. Pero andá a la concha de la mona depilada, boludo. He
recibido cualquier cantidad de mensajes de texto de números que no reconozco,
¿no te das cuenta, pedazo de imbécil, que si no tengo tu número en mi agenda es
porque no sos mi amiga/o??? Está bien,
reconozco que tengo sólo cinco, pero ese no es el punto. Volviendo al
acontecimiento. Llegamos y el del cumple se me acerca y me abraza como si me
conociera de toda la vida, yo no sé, será cultor del abrazo relajante el hijo
de puta. “Qué linda que sos”, me dice. No sé cómo tomarlo. “¡Gracias!”,
contesto, con una sonrisa que Lady Di hubiera envidiado. Así saludando con un
beso a uno por uno y a una por una. Qué costumbre de mierda esa de andar
besando gente que una no conoce, qué necesidad. Me aferré al brazo de Fernando
cual garrapata y sellé mis labios. Pero yo era el centro. “¿Y qué hacés?” “¿De
qué trabajás?” “¿Vivís sola?” Qué carajo les importa, quería contestar, pero…
“Soy profesora de inglés, sí sí, vivo sola…” Mi amiga Natalia, la de la
peluquería, y su clienta Olga Álvarez Zabala, la psicóloga, se van a poner
contentas cuando les cuente. O, no, qué sé yo. “Así que sos profe de inglés, y
¿qué leés? ¿Yéspier?”, dijo el intelectual del grupo. Lo miré, nada más. “Era
hora Fer, qué chica más mona tenías escondida”. Los monos están en el circo,
conchudo, pero vuelta la represión, Iturralde sí va a estar contento porque él
no la llama así, le dice adaptación; dejate de joder. El resto del ágape
transcurrió más o menos por los carriles habituales. Se rieron hasta
desfallecer de las anécdotas que ya han contado y escuchado aproximadamente
tres millones de veces. Qué capacidad de asombro envidiable. O tendrán
Alzheimer precoz, no sé. Y como son todos muy posmos, brindaron también por la
ley del matrimonio entre parejas del mismo sexo, porque son tan pero tan
progres que jamás dirían gay u homosexual, aunque a más de uno se le note que
si algún día su hijo aparece y dice “Papá te presento a mi novio Joaquín”, se
quiera pegar un tiro. Y luego, el tema inevitable. A competir. “Brenda ya sabe
escribir mamá”. Postulala para el Nobel de Literatura Infantil, pienso yo, que
a esa altura había decidido divertirme sola. “Martincito el otro día pintó un
cuadro que me sorprendió el uso de colores que hizo, no sabés.” Por suerte, no,
no sé. “Constanza actuó de hormiguita viajera, qué lástima que me olvidé las
fotos”. Y así siguieron, adulando a sus descendientes sin admitir jamás que se
alaban a ellas mismas. Me la vi venir, pero cómo hacía para que no llegara.
Imposible. “¿Y a vos te gustan los chicos, Emilia?” “No”. “¿Pero no te conmueve
la idea de tener un bebé en brazos?” “No”. “Vamos, no me vas a negar que alguna
vez fantaseaste con la idea de ser mamá”. “Sí, te lo voy a negar”. “Ay, Emilia,
cuando te llegue el momento vas a ver, un hijo te completa”. “¿Vos ves que a mí
me falte alguna parte?” “Yo soy todo lo contrario, te voy a contar un secreto,
con Sol, ¿sabés quién es, no?” “No.” “¡La ex de Fer! Bueno, nosotras hacíamos
listas con nombres de mujer o de varón que nos gustaban para cuando fuésemos
mamás, así ese tema ya lo teníamos resuelto.” Lo mínimo que deseé para esa hija
de re mil putas fue que de pronto comenzara a cagar lombrices. Sandra, divina,
sentada a mi lado apoyó su brazo en mi hombro. Entendí y dije, “Qué
interesante”. “El otro día fuimos al cine”, intercedió Fernando, “estaban dando
un ciclo de Almodóvar y a Emilia le encanta el cine”. Lo que me faltaba, que el
boludo necesite venderme y/o justificarme. Por suerte, quince minutos después
nos fuimos. En el camino, me pregunta, “¿Y, cómo la pasaste?” “Bárbaro”,
contesto y no me reconozco. Algo huele mal en Dinamarca.
52. Fantasy for the
devil.
A veces, y
sólo a veces, me pongo a pensar en las fantasías. Esas ficciones, esos cuentos,
esas novelas de setecientas páginas que escribimos en nuestras dulces
cabecitas. Esas cosas que una se imagina que, supuestamente, desearía que
sucedieran… o no. Porque la verdad la imaginación que tengo yo, mamita, mejor
que no lleguen nunca a convertirse en realidad. Pensamientos que no nos
atrevemos a decirle a nadie simplemente porque no queremos provocar ataques de
pánico masivos. Pero supongamos que una fantasea con una idea muy concreta, con
conseguir algo simple, que la mayoría de los mortales goza. Cuando lo
conseguimos esa fantasía deja de serlo y empieza a formar parte de nuestra
cotidianidad. Porque esa es la diferencia entre una fantasía y una pelotuda
utopía. La fantasía es posible. Siempre. Entonces, acá la tenemos, se cumplió.
¿Y? ¿Cosa facciamo allora? ¿Estamos contentas? No. Porque siempre,
irremediablemente, de alguna manera, terminás aburriéndote. Es como que la fantasía
te defrauda, peor, una se defrauda a sí misma. Esa puta cabeza que tenés te
mintió, te estafó, se burló de vos, haciéndote creer que lo mejor que te podía
pasar era lo que estabas pensando. A lo mejor, la solución es que nunca se
vuelvan realidad. Porque yo digo, si una tiene una fantasía, que se concreta y
después resulta una garcha, lo mínimo que terminás queriendo es que la puta
fantasía se corporice para poder cagarla a trompadas. Las posibilidades son:
tenías una fantasía de mierda o no sos capaz de llevarla a cabo como
corresponde o sos una insatisfecha crónica; lo que la sabiduría popular tan
cariñosamente llama gata flora. Una no sabe si la fantasía te traicionó, si tu
cabeza lo hizo, si vos te traicionaste a vos misma, o si es todo eso junto que
en definitiva es lo mismo. Hablando de lo mismo, ¿es lo mismo fantasía que
deseo? A veces, sí; a veces, no. Qué sé yo. Cuando se me enrula el cerebelo y
empiezo a pensar todo este tipo de pelotudeces decido ir a tomarme unos mates
con Verónica. Ahora, no falla nunca. El día que más quiero estar tranquila,
sola con ella, cae alguna. Esta vez fue la que hace poco se casó y que la
última tarde que la vimos nos torturó con su suelta de mariposas y su wedding
planner del orto. Josefina, la divina. El numerito, mamma mía. La mina está
todo el tiempo pum para arriba, a-go-ta-do-ra. Nos tuvo media hora contándonos
lo maravillosa que fue su fiesta; fiesta a la que no invitó a Vero, a su amiga
de la infancia y a la que le viene a romper las pelotas todo el tiempo con esas
media lunas de mierda que piensa que son vaya una a saber qué, porque la fiesta
era “sólo para los íntimos” (sic). Es una yegua, hiperquinética y optimista. La
escucho hablar y en lo único que puedo pensar es en que se le exploten las
tetas que le compró su maridito perfecto. Es tan obsesiva que seguro tiene los
cd ordenados por orden alfabético la estúpida. “Y con Santiago somos el uno
para el otro”. Tengo una tijera en la cartera pero no la voy a usar porque le
voy a ensuciar la alfombra a Vero, una lástima. Qué carajo hago yo con una
tijera en la cartera es un tema que no voy a desarrollar en el día de la fecha.
“Vivimos una luna de miel permanente, la otra noche me invitó a bailar”. Yo la
invitaría, así vestida como está, a ir un día al Club Glorias Argentinas de
Laferrere, a ver qué opinan los muchachos de esas medias con dibujitos de
corazones que tiene. Encima, cada vez que habla me agarra la mano. Me gustaría
tener un cuchillo cerca para clavársela a la mesa. “La verdad es que no me
puedo quejar, Santiago es un hombre que me halaga”. “¿Es miope el pibe?” Se me
escapó, ya no podía más. “Ay, Emilia, vos siempre con tus salidas ocurrentes.
¿Seguís sola vos?” Es una yarará, con perdón de mis amigas las serpientes. “¿Si
estoy saliendo con alguien, querés decir? Sí.” “Pero qué suerte, ¿te puedo dar
un consejo? A la pareja hay que disfrutarla, saborearla”. “No entendiste, nena,
estoy saliendo con un hombre, no con un yogurt”. Verónica, cuando se dan este
tipo de situaciones, prefiere llamarse a silencio. “Bueno, Vero, había traído
las fotos de la fiesta para mostrarte pero mejor vengo otro día”. “Ok, pero
llamame antes, por las dudas, a ver si justo no estoy”. “No me cuesta nada
darme una vuelta, si vivo cerca, si no estás, todo bien”. “Igual, llamame”,
dijo mientras abría la puerta mi amiga Verónica, mujer de pocas palabras y
gestos contundentes. “Siguiendo con lo que estábamos hablando, ¿sabés qué
fantasía tengo yo, Emilia? Que al marido de Josefina le ofrezcan un trabajo que
no pueda rechazar en Tanganica.” “Y la mía es que, alguna vez, ese dios en el
que no creo, me dé la satisfacción de que pase un día, uno solo pido, en que no
tenga que escuchar una boludez”. “Lo tuyo es una utopía, amiga, aunque no lo
quieras reconocer.” No hay vueltas, mi amiga es sabia.
53. A falta de tren…
tira a mamá del quinto piso (por favor).
“¡Queriidoooo
llegueeé!”, dicha por una mujer, es la primera frase de una serie de top ten
que una no quiere escuchar cuando está con su hombre en bolas en la cama de la
casa de él. Un tsunami de pensamientos se te atropellan. El boludo le dio la
llave a su ex, el hijo de una gran recalcada tiene otro mina y, lo que es peor,
ya le dio la llave, ¡¿Por qué no me la dio a mí?! Lo voy a matarrr, le voy a
sacar los intestinos por las orejas…. Y otras delicadezas por el estilo. La
segunda frase de ese ranking que una no quiere escuchar es “Uy, me olvidé que
venía mi mamá.” Y lo que menos querés es que el tipo, que como hace poco se
separó vive en un monoambiente con pretensiones de loft, te mire con cara de ¿Y
qué hago con vos ahora? y, presa del pánico, salga disparado de la cama como si
le hubieran puesto un rompeportones en el orto. Por lo menos, hay un biombo. Yo
me pregunto, ¿cómo puede un hombre de treinta y ocho años vender su privacidad por
un kilo de milanesas recién panadas? Escucho que la saluda con la máxima
naturalidad posible, yo me pongo una bata que encuentro en el suelo y también
me asomo. Mirá si me la iba a perder. Si en ese preciso instante se hubiera
corporizado San Expedito y hubiera salido a saludarla, la señora habría estado
menos sorprendida. Es más, creo que lo habría preferido. “Mamá, Emilia, una
amiga… Emilia, MI MAMÁ…” Juro que lo dijo así, con mayúsculas. Así que una
amiga la puta que te parió, pienso yo mientras sonrío y me acerco a darle un
beso. “No sabía que estabas acompañado, te pido disculpas, Fernandito.”
Fer-nan-di-to… el que a cada minuto que pasa tiene más achicharrado el pito. A
ver, una entiende que la situación puede ser molesta, hasta incluso violenta para
la señora, pero, si una sale con un hombre, porque un tipo a esa edad
supuestamente hace rato que tiene pelitos en sus partes íntimas como para ser
llamado hombre, lo mínimo que espera, es que la mire a la madre y le diga, por
ejemplo, Mamá, te di la llave por una
cuestión de comodidad, por si alguna vez venís y yo no estoy, pero siempre,
absolutamente siempre, que vengas, tenés que tocar el timbre... O Sorry, Vieja, me olvidé que venías,
disculpame, pero en este momento no te puedo atender. No sé, algo. Algo que
me demuestre, a mí, mujer ciento por ciento, que los huevitos no se le meten
para adentro cuando ve a la mamita. Tercera frase que no esperaba escuchar esa
tarde, “¿Querés que te haga un café?” Me cago en Juan Valdez. Café que, por
supuesto, ella acepta, porque tiene todo el aspecto de ser una auténtica “madre
piola”, de esas que no se asustan porque su hijo coja, de esas que están en un
límite muy borroso y una no sabe si catalogarlas como desubicadas o simples y
llanas jodidas de mierda. “Bueno, si no les molesta, chicos.” Se sienta, yo
prendo un cigarrillo, ella se para y abre la ventana. “Mamá, hace frío”, dice
él. “Ya sé, pero vos no podés estar en un ambiente cerrado con humo, mi cielo.
Acordate de tus bronquios.” “¿Tenés un problemita con tus bronquios?”, pregunto
con mi mejor cara de Mary Poppins. “Mamá, tenía nueve años”. “Igual, te tenés
que seguir cuidando”. Por supuesto que no apagué el cigarrillo, necesitaba
furiosamente nicotina en mi organismo. Mientras saboreábamos ese café, yo en bata,
ella sin sacarse el abrigo y con las rodillas juntitas y él en remera y
calzoncillos, en una escena bizarra digna de una película de Jorge Polaco,
sostuvimos una conversación total y absolutamente intrascendente. Que el frío,
que anunciaron lluvia para mañana, que papá te manda saludos, que espero que te
guste la tarta de zapallitos que te traje, que ponela en el freezer, que seguro
Emilia sabe después cómo cocinarla. “¿Y vos, querida, qué sos?” No me iba a
poner en ese momento a explicarle a la señora que yo tengo problemas con el
ser, que las únicas certezas que tengo con respecto a mi esencia es que soy
mujer e hincha de Boca, y que todo lo demás puede cambiar y por lo tanto, etc.
etc. Con mi mejor cara de nada, le contesto: “Profesora de inglés”. “Ah, pero
qué interesante. Por un momento pensé que, tal vez, eras también arquitecta,
como Fernandito, o como yo, o como Sol, ella también era arquitecta, es más se
conocieron en la facultad. Pero tu carrera no se estudia en la Universidad,
¿no? Porque es sólo terciaria. ¿Dónde la hiciste? ¿En algún instituto?” Se me
despejaron todas las dudas, es una simple y llana jodida de mierda. Le respondí
con toda la amabilidad que pude encontrar en mis entrañas, mientras trataba de
conformarme imaginando qué hubiera hecho Lady Macbeth en mi lugar. La señora
termina su cafecito y… “Bueno, me voy, así no los molesto más, ¿querés que me
lleve algo de ropa para lavarte?” “No, mamá, no es necesario, te acompaño hasta
la puerta”, dice el arquitecto inteligente repentinamente transformado en
absoluto pelotudo delante de mamá, como si viviera en la mansión de los
Carrington y la puerta estuviera lejos. Reconozco que yo todavía tenía
esperanzas. Pero, una vez cerrada la puerta, no hubo ningún perdón por el garrón, ningún sorry, la vieja es un poco desubicada,
ningún mañana le pido las llaves, soy un
boludo, ningún riámonos juntos de lo que nos acaba de suceder. Como si nada
hubiera ocurrido, mientras me toma de la cintura haciéndose el George Clooney
del subdesarrollo, escucho, “Bueno, ahora que se fue, podemos continuar donde
habíamos dejado.” “Mi amor, ahora que se fue, tengo exactamente el mismo nivel
de calentura que me puede generar una película de Winni the Pooh. Mejor me voy
y la seguimos en otro momento.” Me cambié y me fui. Mientras bajaba en el
ascensor, pensaba, por favor, ¿nunca nada de lo que me suceda va a estar dentro
de los carriles sociales de normalidad?
54. Silencio en la
noche… (la calma te la debo)
Hoy soy una
especie de encefalograma plano en erupción. Creo que mi cerebro no tiene
vibraciones. No se me cae una idea ni por puta, o ni una puta idea, que no sé
si no es lo mismo. Me invade una especie de silencio administrativo que no
puedo superar. Y no soy de esas personas que no se bancan el silencio y entonces
llenan los espacios con comentarios boludos. De ahí a llenar tu vida con
boludeces para entretenerte no hay distancia. Así se les va la existencia, como
boludos alegres. Después de todo, a mí qué carajo me importa. Cada uno hace lo
que puede. Uy, me agarró Bucay, que me suelte, que me suelte. Hoy estoy hecha
un canto a la alegría. Un canto callado. O rodado. Paso una clase tras otra
tratando de que ellos me cuenten qué hicieron el fin de semana y no corrijo, no
tengo ganas, que se expresen con total libertad y se crean bilingües. El
problema aparece cuando caigo en el lugar en el que una supuestamente tiene que
hablar… Y hablar… Y hablaaarrrr… Siempre de otras cosas, siempre de lo mismo.
Tampoco es necesario deshuesar pollo todo el tiempo, carajo mierda. No se la
hago fácil al tipo, lo reconozco. Me pregunta hasta por el malvón de mi mamá y
yo nada. ¿Qué le pasará por la cabeza en ese momento? Estoy segura de que él
también se reprime y duda entre ahorcarme con el collar de mostacillas negras
con el que no paro de jugar o echarse una siestita. Por fin se decide a usar el
comodín psicoanalítico y preguntarme si soñé algo. Todo te lo arreglan con un
sueñito. No me acuerdo, le contesto, mucho menos hoy, mirá si con el día que
tengo me voy a andar acordando de lo que pienso de dormida. Me encantaría poder
pedirle que me ponga los ruleros, después de todo muchas minas van a la
peluquería como si fueran a terapia, yo bien podría pedirle que se cope y me
haga un brushing. Pero no le propongo nada. Para qué, para que me salga con
algún comentario ingenioso y, justo hoy, me deje dando vueltas carnero en el
aire. Cuando una no tiene nada interesante para decir lo mejor es callarse la
boca. Lo que resta no es silencio pero tampoco es historia, leí alguna vez. Bah,
no me acuerdo si era así pero no importa. Aparte, ¿qué le voy a decir? Si hasta
yo estoy harta de mi rulo. Hablando de rulos, tendría que ir de verdad a la
peluquería. Así me sigo yendo a cualquier parte y no pienso aunque sea por
instante en que el pibe apareció dos días después del episodio con su
progenitora, dándome la llave de su departamento. Hace las cosas, tarde a lo
mejor, pero las hace. No sé si estoy preocupada, enojada o simplemente hinchada
las pelotas. Al final, ya le banqué los amigos, el cd de música celta, más la
mamita, sin que se me salte la térmica ni el dragón que usualmente tengo en el
estómago. Apenas largué un poco de humito. A lo mejor, el humito es el punto
medio que hemos encontrado entre el silencio absoluto y el dragón. (“Hemos
encontrado” escribí, listo Emilia, te hablás a vos misma en plural, no tenés
arreglo.) Y, a lo mejor, no está mal. O sí. Ay, hoy estoy tan convencida de lo
que pienso que doy asco.
55. Bailando por un
combo.
Apurada,
entre clase y clase, con un roedor rabioso en mi estómago, decido comer una
hamburguesa rápida. Nada es rápido en esta vida cuando se lo necesita. Siempre
es al revés y cuando una quiere alargarlo, se termina enseguida. Bué, no me
quiero ir de tema. Entro al lugar donde vive el payaso boludo y le digo a la
señorita que me atiende “una hamburguesa con queso”. Siempre caigo, no aprendo
más. Con la sonrisa siempreviva que los caracteriza me contesta “Muy bien, un
Combo 2, ¿algo más?”. “No, no, ¿qué combo? Una hamburguesa con queso quiero”.
“Pero por sólo cinco pesitos más tiene las papas y la gaseosa, ¿qué va a
tomar?” “No quiero tomar nada, nena, quiero una hamburguesa con queso”, repito
como si se me hubiera trabado el percutor. “Pero lo que le conviene…” “¿Vos me
vas a decir lo que me conviene a mí? ¿Para qué carajo te pensás que voy a
terapia? ¿Para que Ronald me solucione los problemas con unas papas fritas de
mierda? ¿Me podés dar la hamburguesa y no joderme más la vida con los combos,
la triple burguer with conch, o el mcchongo?” El señor de seguridad se iba
acercando lentamente pero la señorita lo miró con cara de “dejá, Juan, que yo
me arreglo” y me dijo: “Diecisiete pesos”. “¡¿Cuánto?!” “Por eso le decía,
señora, que por cinco pesitos más…”. “Pero decime, ¿vos sos jodida, sorda o
ignorante? Haceme un favor, hacé un lugarcito entre el combo y los cinco
pesitos y “el señora” también metételo en el orto, nena”. Yo entiendo que a
veces descoloco un poquito a las personas, pero esta señorita no entiende que
yo tengo un problema (tengo varios, bah, pero para qué vamos a entrar en
detalles) con los combos. Básicamente, me ponen histérica. Cuando quiero
comprar algo y no paran de ofrecerme otra cosa que yo no pedí, no puedo
evitarlo, se me sale la cadena. No quiero combos. Siempre vienen disfrazados con
una aureola de santidad y beneficencia para quien los acepte absolutamente
mentirosa. Una siempre se termina comiendo las papas que nunca quiso en primer
lugar, y encima te convencés de que estás contenta y te hicieron bien. Y yo ya
me he comido demasiadas galletitas. Que no serán papas pero más o menos. La
puta madre carajo. Qué me vienen con que es más barato. Más barato por docena.
Lo barato sale caro, decía la vecina de mi tía, y tenía razón. El precio que
hay que pagar por determinados combos es altísimo. A ver, si me gusta el paté
no tengo por qué comprarme un ganso, ni quedármelo aunque me lo regalen.
Además, yo, que soy la quintaesencia del optimismo, sé que nadie te regala nada
en esta vida, por favor. Siempre, detrás de todo combo hay gato encerrado.
¿Cuántos combos puede una aceptar en una sola vida? ¡Mueran los salvajes,
asquerosos, inmundos combos! Me fui al carajo, lo acepto… Ah, el choripán que
me comí en la esquina estaba buenísimo.
56. Happy Together (sí,
sobre todo, japi)
Llega fin de
año y hay que verse, brindar y saludarse. Llega el día del amigo y hay que
llamarse. Sale una red social y hay que unirse. Y para no ser, justamente, una
antisociable, hay que aceptar la solicitud de hasta la pendeja que en el recreo
de primaria te escupía el alfajor. Hay que dejar de fumar. Hay que ser sano,
comer cinco porciones de fruta y verdura por día para prevenir el cáncer de
argolla, hacer crucigramas para agilizar el cerebro y ejercicio físico para
agilizar el orto. Hay que tomar dos litros de agua por día para oxigenarse o no
oxidarse y así tener el culo de Madonna. Hay que olvidarse de comer nada que
contenga estrógenos, transgénicos ni grasas trans y hay que alimentarse sólo a
omega 9. Hay que ser joven, linda, inteligente, independiente y tener pensamientos
positivos. Llega el fin de semana y hay que salir y divertirse. La vida se está
transformando en un gigantesco e inmanejable “hay que”. Por supuesto que yo no
hago nada de lo antedicho, pero esa es otra historia. No quiere decir que no me
tengan los huevos al plato y/o fritos con el tema. Lo parió. Y, como si esto
fuera poco, si hace un par de meses que salís con alguien, ¿qué hay que hacer?
Hay que presentárselo a Mami. Algún día tenía que suceder, sobre todo para no
tener que escucharla más. Cuando le comenté a Fer de la situación, sólo dijo
“Me encantaría”. “Porque no la conocés.” “No, de verdad, aparte así estamos a
mano”. “No me hagas acordar, te lo pido por favor, igual a mano no vamos a
estar nunca, ¿o pensás ir en bolas?”. “No está mala la idea, me podrías
presentar como ‘mi novio, el del pito veloz’”. Me hace reír a veces. “¿Mañana
te parece bien?” “Me parece perfecto, lo que vos digas, mi amor.” “Ay, cómo
estamos esta noche.” “Y no tenés una idea de cómo vamos a estar en un ratito”.
Es así, será como siempre dice justamente Mami, será que me sabe llevar. No sé
qué carajo querrá decir ella con eso pero lo repite siempre “A Emilita hay que
saberla llevar”. Una se siente un poco perro que sacan a pasear pero ya con los
años y San Iturralde de por medio hemos aprendido, un poco, a no escucharla.
Total que el sábado fuimos después de almorzar. Mamá se manejó dentro de lo
esperable. Lo miró, lo estudió, le sacó tres millones de radiografías y
tomografías computadas, le sonrió mientras le preguntaba hasta por su
tatarabuela. Por supuesto que le habló de Federico y de lo mucho que lo quería.
Ella nunca entendió eso de que la familia de tu pareja es “política”. Cuando
empezó a contar la anécdota de la tortuga de agua que se me murió porque la
puse en un balde y me la olvidé cuando tenía ocho años, decidí que ya el
momento de retirarse, antes de que sacara las fotos de la comunión. “Mamá nos
tenemos que ir, tenemos un cumpleaños hoy a la noche y hay que comprar el
regalo”. “¿Qué cumpleaños?”, me pregunta él; se ve que cada tanto se le corta
el ingreso de oxígeno al cerebro. “El de mi alumna, ¿no te acordás?” “Uy,
cierto, bueno, señora fue un placer”. “Igualmente, querido, lástima que se
tengan que ir tan rápido, esta chica está siempre apurada”. “El regalo, mamá,
es por eso.” “Sí, claro, acordate de pagar en efectivo, no uses la tarjeta de
crédito, el otro día escuché en la radio que las clonan”. “Mamá es una tarjeta,
no la oveja Dolly”. “Ay, Fer, ¿ves lo que te digo? A veces, hay que tenerle
paciencia, pero es buena”. “Buena mandarina”, agrega el pelotudo guiñándome un
ojo al mismo tiempo y evitando así el rosario de piropos que inundaba mi
garganta. Mami larga la carcajada y agrega, “Es un divino este chico, Emilita,
cuidalo”. Sí, mamá, cuando llegamos al depto le masajeo las bolitas con talco,
pienso, y digo “Chau, mamá, después te llamo”. Bajamos los tres pisos en
silencio. Hasta que no aguanto más, “Decime, nene, ¿te tenías que hacer el gran
Lorenzo Lamas?, ¿era necesario?” “Bueno, Emi, ¿qué querés que le diga a tu
vieja?” “Nada, el ‘señora fue un placer’ era el final perfecto.” “Pero así se
queda contenta, corresponde.” “Co-rres-pon-de… Mirá vos…” Silencio hasta el
auto. Silencio que no puedo sostener, porque si pudiera sería algo así como la
reencarnación de María de los Ángeles Medrano, y a mí el acento gallego me sale
para la mierda. “Y supongo que después vas a querer salir, ¿no? Ya que vamos a
hacer lo que corresponde, hoy es sábado a la noche y corresponde divertirnos”.
“¿Te acordás de ese artículo de filosofía que leímos el otro día”. “Sí, ¿y qué
tiene que ver?”. “Si querés, salimos y si no, vamos a casa y te afirmo lo
múltiple, negrita”. Cuando se hace el ordinario, me encanta. Y, bué, habrá que
divertirse.
57. Kill the Gil.
Salgo a
caminar por la cintura cósmica del sur… No, mentira, no salgo a caminar y, en
todo caso, lo hago cargando mi propia cintura cósmica, la que me está quedando
de tanto comer medialunas. En realidad, fui caminando hasta el quiosco de la
otra cuadra a comprar cigarrillos, y con eso ya tengo cubierta mi cuota de
ejercicio diario. Ya en la calle recuerdo que es el cumpleaños de un alumno y
entonces como tengo tiempo decido ir al shopping a comprarle algo. Lo pienso,
son sólo diez cuadras, no me vendría mal caminar un poco más si es que tanto me
interesa mi cintura. Exactamente tres minutos después, el tiempo que me lleva
terminar el cigarrillo, levanto la mano y paro un taxi. No me interesa tanto.
Es difícil comprarle un regalo a un hombre, los tipos son complicados hasta para
eso. Y convengamos que a mí también se me complica un poco el presupuesto. Una
luz me ilumina y recuerdo que le gusta Elvis Presley, listo, algún librito con
fotos. Entro a la librería, una de esas que hasta tienen café. Me dirijo
directamente al vendedor, un niño de veinte años con más aspecto de skater que
de librero y le digo, “¿Tenés algún libro de Elvis Presley?” “Sí, cómo no”, me
contesta amablemente, “me fijo en la computadora y te digo”.
Computadora-dependientes vienen ahora los pendejos. Tecla que aprieta para
allá, tecla que aprieta para más acá, es evidente que no encuentra nada.
“¿Quién me dijiste que era el autor?”, me pregunta el proyecto de pelotudito.
“Nene, hasta mi tía Dora sabe quién es Elvis, de-ja-te-de-jo-der”. Me fui,
obviamente, no era momento de ponerme a educar a nadie. Salgo del lugar hecha
una tromba, recordando con ternura a Dios y a María Santísima, mirando el piso
y pensando qué carajo comprar y, como siempre me pasa en estos casos, me llevo
puesta a una persona. No miro, no miro, cualquier día de estos me internan por
mal manejo de mi propio cuerpo. Total, que muchas veces había imaginado este
momento. La duda me carcomía, lo saludaré, no lo saludaré, se me acelerará el
corazón (qué frase de mierda que se me ocurrió pero bué una no puede estar todo
el tiempo inspirada), me desmayaré, saldré corriendo, me reiré como estúpida.
Bueno, nada de nada. Ahí estaba Federico, sonriéndome como siempre y yo… nada.
“¿Cómo estás, Emilia, tanto tiempo?” “Muy bien, ¿y vos?” “Ahora que te veo,
mucho mejor”. “¿Tan hecho mierda estás?” “Más o menos.” A gozar, a gozar, a
gozar, a gozar, mi vidaaaa… , canta Fito. “Peeero, ¿qué te anda pasando?”
“Problemas en el laburo. Y, para qué negarlo, también un poco mal de amores”. A
gozar, a gozar, a gozar, a gozar, mi amooooor… Mi silencio le hizo suponer que
podía continuar. “Qué sé yo, Emi, es como que no puedo olvidarte. Traté, pero
con ninguna es como con vos. ¿No querés que vayamos a tomar un café?” “Ay, me
encantaría, pero me tengo que encontrar con mi novio y no lo quiero hacer
esperar más”. Tanto bien me hizo la nada misma que no me dio ni para putearlo.
Le di un beso y no lo pude evitar, me fui sonriendo. Y no como en las
películas, no me di vuelta, aunque estaba segura de que me seguía mirando.
58. Vedere a la amiga,
el marido, los pibes, la suegra… e dopo morire.
Mi amiga
Luisiana me tiene re podrida. Tiene una maldita costumbre de mierda, te
disfraza un pedido de una manera tal que parece que ella te estuviera
ofreciendo algo. Hay mucha gente así. Diálogo típico: A: “¿El sábado no es el cumple de Fulanita?” (hoy es lunes) B: “Ay, sí, menos mal que me hiciste
acordar. Le tendría que ir a comprar un regalo.” A: “¿Y por qué no vas ahora? A
la tarde temprano no hay nadie en el shopping, así ya te lo sacás de encima.”
B: “Sabés que tenés razón, después por ahí en la semana se me complica.” A: “Ya
que estamos voy con vos, tengo que hacer un trámite por ahí cerca, ¿me llevás?”
Y cuando querés acordar estás yendo a un lugar al que no tenías pensado ir ese
día, a comprar un regalo que capaz no tenías que comprar, haciéndole de taxista
a una persona a la que pareciera que le debés un favor. Es un mecanismo
calamitoso, para el que va manejando el auto obvio. Después están los que te
ofrecen algo y, una vez que decís “sí gracias”, te piden otra cosa a la que a
vos te da no sé qué negarte porque total es una boludez y no te cuesta nada y
cómo no le vas a decir que sí con todo lo que esa persona ya te ha dado (que
vos no se lo hayas pedido no importa, ese es un detalle). Un quilombo las
relaciones, como siempre. Pensándolo bien, esa frase la tendría que desterrar
de mi vocabulario, no la del quilombo, la anterior, el “no me cuesta nada”
suele salirme carísimo. Total que el domingo a la mañana Luisiana me llama. “¿Qué
hacés, cómo andás?” “Bien, Luisiana, bien”. “Comunicáselo a tu voz, entonces,
no sonás muy bien que digamos”. “No me jodas, me acabo de levantar, es por
eso”. “¿Qué?, ¿estás sola?”. “Sí”. “¿Y por qué no te venís a casa a comer un
asadito? Dale, no te quedes sola un domingo”. Tendría que haber sospechado por
la rapidez de la invitación, no hubo ningún ¿por qué estás sola? mediante, por
ejemplo. Pero caí. Como una flor de pelotuda caí y fui, para mí que la terapia
me está haciendo para la mierda. Me fallan los reflejos, qué sé yo. Si yo tengo
clarísimo que no es un programa de living la vida loca, si la mina tiene cinco
pibes, un marido insoportable, de lo único que podemos hablar entre limpiada de
moco, grito a la adolescente y el pañal que cambia es de si se viene la
tormenta de la puta Santa Rosa o no. A lo mejor porque estaba sola, por qué
todavía no lo sé, no lo tengo claro, porque el tipo está raro, de golpe habla
poco, no se puede quedar, algo le pasa… algo le pasa… ya me contará, o no, pero
no me voy a enrollar. Cuestión que no tenía mejor programa, o no tenía programa
y punto. Suena deprimente. No, no suena, es. Pero bueno… no me voy a enrollar…
no me voy a enrollar. Santa hormona de la desesperación… Suéltame. Total que
fui y bingo también estaba la suegra. Completita completita. A mí me gusta la
carne jugosa, me encanta escuchar un mú cuando me la sirven en la tablita, pero
hay muchos chicos, la triquinosis y la puta madre que lo parió al chancho;
suela de zapato comí, igual yo sé que me lo hace a propósito el boludo, porque
bien podría sacar un pedacito antes y dejarme de joder. Papas fritas no había,
sólo ensalada de radicheta y remolacha que había traído la suegra y que
insistía en que yo comiera. El verde no es mi color favorito y odio la remolacha,
me da asco verle los dientes colorados a los demás y pensar en los míos de la
misma manera me da una especie de soponcio. Igual, ¿a qué mente pervertida se
le puede ocurrir una ensalada de radicheta y remolacha? A una suegra, nada más.
Por supuesto que no la probé, tengo un límite. Después de tan ameno almuerzo,
se me ocurre decirle a Luisiana que, ya que estaba la susodicha, nosotras
podríamos ir al cine. Me escuchó el de siete y, junto con la de nueve,
gritaron, “¡dale mami dale, vamos a ver El último maestro del aire en 3 D! ¡Que la abu se quede con los mellizos!”. “¿No
me hacés la gamba, Emilia?” “Es la manera ideal de terminar este domingo
espectacular, amiga.” El tresdé también me tiene podrida. El tresdé es moda. El
tresdé es todo. El tresdé es una garcha. Si encima es de un niño avatar con una
flecha tatuada en la cabeza que se comunica con los dioses y entra en trance,
se le ponen los ojos fluorescentes y de golpe parece Linda Blair pero sin el
vómito, me agarra un súbito deseo de hacerme menonita. La puta que lo parió al
reino del fuego de la tierra del agua y de la concha de la hermana del chino
maestro del aire. Cómo estamos hoy con la letra ch. Che che che… escuchame,
parece que quisiera decir. Yo sola me meto en estas cosas. Es tan fácil decir,
no Luisiana, te agradezco pero prefiero quedarme en casa. No sé qué es lo que
me pasa con esta piba, no le puedo decir que no aunque de antemano sepa que voy
a putear en etrusco toda la tarde. Y si esa tarde termina con un pedido, bingo.
“Te quería pedir un favor, Emilia”. Cagamos dijo Peralta Ramos. “En la semana,
en el jardín festejan el día de la familia y piden si puede ir un familiar y
como hermana yo no tengo…” “Sí, ya sé con la tuya me entretengo, ¿por qué no le
decís a tu mamá?” “Está en Bariloche con el centro de jubilados.” “¿Y tu
suegra?” “No le quiero pedir más nada, sino la hipoteca no la termino de pagar
más.” “¿El hermano de tu maridito encantador?” “Trabaja, no puede ir a esa
hora.” “¿Y qué carajo te pensás que hago yo a la hora en que tus vástagos están
en el cole? ¿Qué me rasco la cuevita?” “No, bueno, pero seguramente vos podés
manejar tus horarios de otra manera. No tenés que marcar tarjeta.” “Ah, ahora
entiendo, porque tu cuñado trabaja en una fábrica de rulemanes, dejate de
joder.” “Es que para los mellizos es como si fueras la tía y para mí, para el
día de la familia, me gustaría que fueras vos.” “No me vengas con
sentimentalismos, te lo pido por favor que tuve un sábado de mierda con
respecto a eso. Pero, a todo esto, ¿por
qué festejan el día de la familia a fines de agosto?” “Problemas de
calendario”. “De-ca-len-da-rio, cómo me gustaría tener ese tipo de problemas,
la verdad. ¿A qué hora tengo que ir?” “Y, cuando entran, a las ocho.” La 38
directo al paladar blando, la única solución. “Nos vemos en la puerta del
cole.” “Gracias, Emilia, sos de fierro”. “Sí, sí.” Me subo al taxi, prendo el
celular que había apagado al mediodía… ni un puto mensaje… No me voy a
enrollar… No me voy a enrollar.”
59. Dejad que los niños
se alejen de mí (por favor te lo pido)
Jardín de
infantes. ¿A quién carajo se le habrá ocurrido ponerle ese nombre a un lugar
donde un montón de seres humanos que no sobrepasan el metro veinte se apretujan
para embadurnarse de témpera, plastilina y otras yerbas? Hablando de yerba,
¿las maestras jardineras fumarán? Si no, no entiendo cómo pueden soportar estar
todo el día ahí adentro. Volviendo al nombre del establecimiento, creo que lo
debe de haber inventado algún boludo que pensaba que toda persona relacionaría
la palabra “jardín” con el verde, la esperanza, lo lindo que son las plantas, o
habrá pensado que los pequeños eran esos divinos retoños, brotes de vaya una a
saber qué. Ese sí que se drogaba, y con alta droga, no con un mísero porrito.
Total que, a las ocho en punto de la mañana me apersono como me pidió mi amiga
en la puerta de la institución donde sus hijos supuestamente se educan, se
estimulan y se sociabilizan. Veo a varias personas, entre las que no está la
progenitora de los niños en cuestión. La llamo por teléfono. “No, yo no voy,
Emilia, los padres no tenemos que ir, sólo los familiares.” “No sabés cuánto te
agradezco tamaña demostración de cariño”. Entro y me encuentro con dos
especímenes de esos entes adorables que se denominan maestras jardineras, que
vaya una saber por qué santa o puta razón viven hablando en diminutivo… el
cuadernito, el lapicito, las mamitas, los papitos, los abuelitos, las conchitas
de tus hermanitas… Tal vez, después de un tiempo desarrollen una incapacidad
para determinar quién es adulto y quién es infante, aunque igual tampoco nunca
entendí por qué les hablan así a los pibes; son pibes, no boludos. Con el
tiempo, más de uno se convertirá a un boludismo irrevocable, pero para llegar a
eso hacen falta años de colegio. A mí me dan un poco de impresión estas minas,
me da la sensación de que en cualquier momento pueden sacar una Itaka del
bolsillo del delantal y, siempre con una sonrisa por supuesto, empezar a matar
gente. Son creepy, por eso disfrutan de estar todo el día con seres que no saben
hablar y chorrean moco permanentemente. Freaks o masocas, eso deben de ser.
Cuestión que hablan algunas abuelas y cuentan lo que hacen, declaraciones
interesantes e inspiradoras como nunca escuché en mi vida. Todo se desarrolla
en un ámbito de movimiento y griterío permanente que los bisoños llevan a cabo
con total impunidad. Los varones se pegan, las nenas chillan, y a mí me
encantaría darles a todos una reverenda y gigante patada en el orto. A esta
altura, y dada la sonrisa congelada en sus rostros, ya no me cabe la menor duda
de que todos los adultos que se encuentran dentro de la sala fumaron opio antes
de ingresar. De pronto, escucho: “Ahora la tía de los mellizos nos va a contar
qué hace ella, de qué trabaja”. “No es nuestra tía”, gritan los encantos al
unísono. “Pero es como si lo fuera, ¿no?”, les pregunta la maestra. “A casa
viene bastante,” contesta uno de los dos, no sé cuál, nunca los distinguí,
“pero chocolates no nos trae nunca”. Jajajajajaja, todos se ríen, no sé de qué.
Y entre tanta risa, se vuelven a parar, vuelven a gritar, las maestras vuelven
a no poder contenerlos y, lo que es peor, se me acercan… peligrosamente. Tengo lo que parecen ser cien millones de
criaturas a mi alrededor. Creo que estoy por experimentar mi primer ataque de pánico.
En silencio, traspiro. Empiezo a articular lentamente un “bueno, yo soy
profes…” cuando uno de ellos abre la boca al lado mío y se le escapa el chicle
baboseado, que cae, por supuesto, sobre mi campera de gamuza. Reprimo un
“pendejo de mierda la reputísima madre que te parió”. Sin embargo, dado al
silencio de ultratumba circundante, es evidente que no lo reprimí, oops… se me
escapó, y a los gritos, para no desentonar. Me miran de una manera
incalificable, como si yo fuese la mismísima reencarnación de Cruella de Vil.
Escena imposible de remontar. Mortal… Mortal combat. Igual reacciono, se ve que
no perdí mis reflejos para todo. “Ay, chicos, no la conocen? Es la introducción
del nuevo hit para el verano de Violencia Rivas. ¿La ubican a ella, no? Me-te-te tu chicle en el cu-u-lo, me-te-te
tu chicle en el cu-u-lo…”, les canto, mientras bailo al mejor estilo Club
del Clan como si el espíritu de Violeta y el del Club entero me hubiera
poseído. Mágicamente, uno empieza a reírse y a bailar. Y todos lo siguen. Y
todo vuelve a lo que ellos denominan “normalidad”. Al final, no es tan difícil
entretenerlos con cosas interesantes. No sé de qué se quejan, pienso pero esta
vez sí que no digo nada. Y otra cosa que pienso es que mejor que este tipo me
explique hoy sí o sí qué carajo le pasa porque si no… si no… ¿si no qué,
Emilia?
60. Demasiada novedad
para un solo frente.
Le tiré, como
quien diría, sólo el titular por teléfono. Quince minutos después, tocaba el
timbre de casa. “No dormí en toda la noche, necesito una siesta”, dije. “No te
preocupes, te espero”, contestó. Cuando abrí los ojos, estaba al lado de la
cama. No son muchas las personas que se pueden conectar con el otro así nomás,
sin preguntas, sin pretender dar respuestas donde no las hay, sin más, sin menos.
Ahí estaba, esperándome, como había prometido. No me falla nunca. “¿Estás un
poquito mejor?” “Qué sé yo, Vero.” “Llamó varias veces mientras dormías.” “Que
se vaya a la reputísima y recalcada concha que lo parió.” “Por supuesto.” Dos
minutos de silencio. “¿Querés que te haga un té?” Qué manía que tenemos las
minas a veces, pensamos que con una puta infusión se soluciona todo. “¿Me lo
hacés con estricnina?” “Para vos es el té, no para él”. “Entonces no quiero.”
“¿Miramos una peli?” “Dale.” Por suerte enganchamos en la tele El mundo según
Wayne. Perfecta. La mesita ratona quedó plagada de restos de papas fritas,
pochoclos, maníes, chocolates y botellas de cerveza. “¿Sabés que encima de todo
se me escapó el gato?” “¡¿El negro?! No te puedo creer, ¿cómo?” “No sé. Me
pilló una manada de elefantes a mí, ¿sabés cómo lo voy a extrañar? Era mi
compañero, lo encontré de casualidad, ¿te acordás? No entiendo por qué se fue”.
Y casi casi me pongo a llorar. “¿Me vas a contar qué pasó, Emilia?” “¿Te
acordás que hace un par de meses se encontró con la ex?” “Sí.” “¿Y que nunca me
quiso contar de qué hablaron?” “Sí.” “¿Sabés por qué?, porque no hablaron,
cogieron.” “Eso es de re libro, Emu, figura en el índice de las Obras completas
de Freud. No le des mucha importancia, no creo que haya pareja que no se separe
que no vuelva a coger alguna vez, acordate que a mí me pasó lo mismo. Lo
desubicado es que el pelotudo te lo cuente, ¿con qué necesidad? Ya me lo
imagino, le agarró la culpa y…” “Está embarazada.” “Ojalá se le pudra la
poronga al forro ese.” Y… por algo es mi amiga.
61. La fuerza del
cariño (o el cariño a la fuerza)
Lo peor de
una ruptura es la comunicación de la misma, sobre todo con mi historial
antropológico. Y más que sobre todo, si una se acaba de separar del chico
encantador y buen mozo del que se enamoran todas las abuelas del barrio. Porque
con un hijo de puta termina cualquiera, es fácil. Pero con el solapado nieto de
una gran recalcada, no. Y como en algún lugar del fondo me importa tres carajos
lo que piensen, no explico y dejo que me miren con esa cara de vaca atada y
piensen “también… con ese carácter”. Que piensen lo que quieran, cuando el
bonito adorable y perfecto aparezca con un chupete en la mano derecha y restos
de vómito lácteo en el hombro izquierdo, todos se tendrán que meter la lengua
en el orto. Porque me lo voy a cruzar, me lo quiero cruzar cuando esté
cambiando pañales, disfrutando de su paternidad e imposibilitado de relajar ese
rictus de felicidad en su rostro. Como si todo esto fuera poco, a modo de
oferta para el bolsillo de la dama y la cartera del caballero, mi mamá me llamó
para que fuéramos a almorzar. Me olvidé que no le había contado nada. Chan chan,
qué momento. “Voy a ir sola mamá.” “¿Por qué?, ¿qué le pasa a Fernandito?,
¿tiene que hacer algo?, seguro que tiene que trabajar.” “No, mamá, con Fernando
se terminó todo.” “Pero cómo puede ser hija, este chico era un encanto, ¿qué le
hiciste?” Un primor, Mami, siempre pensando lo mejor de mí. Como atravieso una
etapa en la que estoy tratando de llevarme mejor con mi progenitora, cosa que
no logro, porque para hacerlo tendría que comerme una úlcera del tamaño de la
Amazonia soportable únicamente si me conecto por vía endovenosa directamente a
la ubre de una vaca, y yo leche no tomo, y con la perspectiva que tengo no voy
a tomar por mucho tiempo, uy me fui al carajo, el tema es que tratar trato…
entonces, le expliqué todo de una manera formal y civilizada, lo único que me
faltaba era ponerle a Vox Dei cantando ‘Todo concluye al fin’ de fondo. Pero
Mami es lo más parecido a un martillo neumático. “Mirá, Emilita, dame todas las
excusas que quieras, siempre es lo mismo con vos.” “Gracias por el apoyo,
mamá.” “No te hagas la irónica conmigo que te conozco bien, ¿en qué querés que
te apoye?, ¿en ver cómo dejás que se te escurra la vida? Fijate en Nancy, por
ejemplo, tiene tu edad y ya tiene dos hijos. Hay un punto en la vida en que hay
que aprender a ser un poquito más tolerante, si seguís así te vas a quedar
sola, hija.” Nancy es la hija de doña Nora, la vecina de toda la vida de mi
mamá, una chica para quien la máxima expresión de locura y/o aventura es
comprarse un repasador distinto todas las semanas y lo peor es que cuando te lo
cuenta termina diciendo siempre “yo soy unaaa…”, mordiéndose el labio inferior
y poniendo cara de pícara, o de lo que ella considera que es una chica pícara,
imayin ol de pipol. “Y siempre hay un punto en la conversación en que te tengo
que mandar a la mierda, mamá. ¿Qué se me escurra la vida? Haceme el favor de
seguir leyendo a Julia Prilutsky Farni y no me hinchés más las pelotas.” Y le
corté. Sanseacabó. Dos horas después la
llamé. No sé qué botón se te activa cuando mandás a la mierda a tu madre que si
no reculás no podés seguir viviendo. Por suerte no estaba, es más fácil hablar
con el contestador. “Hoy no tengo ganas, mamá, pero si querés mañana voy a
almorzar.” Más que suficiente. Prendí la tele y me dormí en el sillón. Un rato
después, me despertó el timbre. Quién carajo se atreve a venir sin avisar. Qué
costumbre de mierda. Quién podía ser, Mami, la campeona en no respetar
espacios. Entra, se sienta. “Mirá, hablé con Verónica y me contó todo lo que
había pasado. Entonces, pasé por la veterinaria de la vuelta de casa y justo
tenían esto.” Abre el bolso y saca un perfecto, magnífico, soberbio, fenomenal,
sublime, deslumbrante, divino gatito siamés, encantador de veras. “A este
cuidalo, no vaya a ser cosa que también se te escape, mirá que me salió muy
caro.” Y… es Mami… y nunca dejará de serlo.
62. Bancate ese
defecto.
Bueno, se nos
terminó el tiempo. No, no. No me mirés así. Tengo reloj y sé que acabo de
llegar pero yo no hablo más. Es otro el tiempo al que me refiero. No tengo más
tiempo para perder con vos. Me harté, ya me di cuenta de que no voy a descubrir
la pólvora. Y no me mirés con esa cara de “yo ya lo sabía”, no, no sabías un
carajo, te lo estoy diciendo en este momento. Ya sé que mi vieja es lo que es y
que mi viejo fue lo que fue y que yo soy producto de eso. No hay nada nuevo
bajo el sol. Ya sé que prefiero asistir a la Fiesta Nacional de la Frutilla en
Coronda antes que pasar más de dos horas seguidas con Mami. Y, ¿qué querés que
haga? Es mi vieja, cambiarla, no la voy a cambiar. Y la verdad es que tan mal
no la llevo. En definitiva, todo lo malo de este mundo que acarreo se los debo
a mi vieja, pero hay un pequeño detalle lo bueno, aunque sea poco, también. No
voy a pasar los próximos veinte años de mi vida analizando por qué me comporté
como me comporté o hice las cosas que hice para estar acá, dentro de otros
veinte, quejándome pedorramente por lo que no estoy haciendo ahora. Si tenés la
fórmula, la receta, la bola de cristal, si tenés tan en claro vos cuál es mi
deseo, explicameló y, capaz que hasta me pongo feliz y todo. Pero como no me
vas a solucionar nada, me voy a la mierda. Estoy un poquito podrida del
bandoneón. Del lamento boliviano. No quiero sostener más libretos, ni siquiera
el mío. ¿Qué me escapo para adelante, decís? Y, por lo menos no soy tan pelotuda
de escaparme para atrás. “Bueno, usted sabe que puede volver cuando quiera,
Emilia”. “Esperame sentado, Itu, si no te vas a acalambrar.”
63. Tienes un e-mail
(te lo manda el Unabomber)
Hacía mucho
que no iba, pobre. “¿Cómo anda la novia de América?” “¿Por qué no te vas a la
reputísima concha que te parió?” “Ah, te peleaste.” Es piola la mina, creo que
con el tiempo vamos a ser muy amigas. “¿Y qué te vas a hacer?” “El hara kiri
con un bigudí”. “Emilia, no se usan más, si querés te presto este cepillo que
larga un líquido especial a base de formol que sirve para reestructurar la
columna vertebral del cabello, y aspirás”. “¿La columna vertebral del orto no
la levanta?” “Y, por ahí, quién te dice, con probar no cuesta nada. Mientras
tanto, ¿no querés que te haga un café? Como llueve, estamos solas.” Le conté
todo. “Pero vos, ¿le dijiste todo lo que pensabas? ¿Te descargaste bien?” “Si
no lo vi más, ni lo quiero ver por supuesto, ni le atendí más el teléfono, no
sabés los mensajes idiotas que me dejó, un compendio de boludeces de alta
gama”. “No te podés quedar así, se te va a pudrir todo adentro, Emilia.” “Antes
que verlo para descargarme, prefiero tomar un té de bilis, Natalia”. “¿Y por
qué no le escribís un mail? Es más fácil, te sacás todo de encima y empezás
otra vez.” “No está mala la idea”. “Dale, usá mi computadora”. Una vez que
empecé, no pude parar. No sé por qué me enganché con vos, si cuando te vi por
primera vez pensé que eras un boludo Bensimon más. Esas pelotitas que dios te
dio, te las dio para algo más que para rascarse y producir espermatozoides,
pelotudo. Lamento no haberme dado cuenta antes de que te faltaban tres
cromosomas. Yo sé que en este momento te sentís un forro (que sos) con
“sentimientos encontrados”, ojalá que choquen entre ellos, los sentimientos
digo, y te produzcan cáncer de ombligo, sos definitivamente un boludo con
balcón terraza al mar. Igual, a vos, que porque hiciste un curso intensivo de
inglés de dos meses en una academia de cuarta y cada cinco minutos decís
know-how, outsourcing, brain storming y querés que te nombren account manager
te pensás que sos bilingüe y no te das cuenta de que las pronunciás para el
orto; a vos, que te pensás que sos progre porque vas a comer a bodegones como
Miramar; a vos, que aprendiste a coger por televisión con la Rampolla; a vos,
que porque te fumaste un porro cuando estabas en la facultad estás convencido
de que tuviste una experiencia con las drogas; a vos, te deseo lo mejor. Ojalá
que tu mujer se dedique a cocinar sólo comida étnica picante y que sufras de
hemorroides por el resto de tus días y que tu mamá, que tanto te cuida y a la
que no le podés decir que no a nada, insista en ir a verte todas las mañanas
para untarte con pomada Manzán. Ojalá que no puedas convencer a tu mujer de que
no llame a tu hijo Obregón Justiniano o a tu hija Teófila Gertrudis, es más,
ojalá tengas quintillizos: Hermelinda, Honorata, Isaura, Rambito y Rambón.
Ojalá que de lo único que ella pueda hablar por el resto de su vida sea de las
ventajas de usar detergente Woolite para lavar las sábanas, que tu máxima diversión
de ahora en más sea la paja que te hacés todas las noches mientras mirás
Tinelli porque no podés mirar otra cosa porque se te trabó el televisor en ese
canal y no se puede apagar y no tiene arreglo y como te echaron del laburo no
podés comprar otra tele. Ojalá que cuando veas a tu suegra no puedas reprimir
la tentación de prenderte a su pierna como si fueras un pequinés alzado. Ojalá
que te quedes pelado, gordo, panzón e impotente y que tu mujer en consecuencia
no pueda parar de succionarle la tararira al delivery de la pizzería y que una
tarde, entre mate y mate y como quien no quiere la cosa, te confiese que el
mejor sexo que tuvo en su vida lo tuvo con su ginecólogo, ese al que vos le
compraste una caja de vinos como agradecimiento cuando nacieron los
quintillizos. Si todo esto es demasiado para vos, rezale un mantra al Dalai
Lama para que te ayude y que te garúe finito. Sos el típico boludo que la tiene
adentro, y qué adentro que la tenés corazón, por unos cuántos años. Tomás
Actimel. Sos tibio. Con cariño, Emilia. “Listo, lo guardo y cuando tenga ganas
se lo envío… Aaaaaaaaaaaaa, me quiero mataaar.” “¿Qué pasó?” “Apreté enviar
boluuda, le mandé el borradooooooooooor.” “No importa, apurate, apurate que
tenés medio minuto para anular el envío.” “¿Qué?” “Dale, dale, rápido, andá a
configuración, clickeá labs, no, no herramientas, sí sí, herramientas, no me
mires a mí, apretaaá, deshacer el envío… quiero suponer que lo tenés
configurado, ¿no?” Me quedé inmóvil. “Me estás jodiendo, ¿vos sos peluquera o
doctora en informática?” “Bueno, ya está, Emilia, y aparte, ¿por qué no se lo
ibas a mandar?” “Quería revisar que no tuviera ningún error de tipeo. Pero
tenés razón, que reciba el borrador y se vaya a la puta madre que lo parió.”
Nos quedamos las dos mirando el monitor unos segundos. “Decime, el sábado una
clienta cumple cuarenta años y hace una fiesta enorme, ¿no querés venir
conmigo?” “Y daaale.”
64. Tirá la cadena.
A los que no
tienen un pedo a la vela que hacer y se la pasan mandando cadenas por mail les
comunico:
-Si alguna
vez alguien logra robarme el auto porque me amenaza con una jeringa me lo
merezco por pelotuda.
-El pollo
viene con hormonas, sí, ¿y? ¿vos no?
-Soy
insensible, la pobre niñita china que padece arteriosclerosis bífida en su
oreja izquierda me importa un carajo.
-La carne que
vale la pena es la que muge en tu plato, me cago en el síndrome urémico
hemolítico y sucedáneos.
-Cuando veo
las fotos de ciertos lindos animalitos que me mandás sólo pienso en hermosas
carteras.
-No voy a dejar
de tomar Coca Cola aunque un científico maorí me asegure que a la larga produce
oxidación vaginal.
-Ver que
Araceli González sin photoshop tiene tres manchitas en su muslo izquierdo y un
mínimo pozo en el derecho no me hace sentir mejor.
-Nena, no me
mandés más pelotudeces que George Clooney no te va a tocar el timbre, y si tu
deseo es separarte tirale las cosas por el balcón, no le reces noventa y siete
mantras al Dalai Lama.
-No necesito
asociar al chancho con ningún color para saber cómo es mi personalidad
múltiple.
-Si algún día
estoy teniendo un infarto y me llego a acordar del mail que me mandaste con los
síntomas, te puteo en griego antiguo.
-El ganso no
sirve para otra cosa que no sea para hacer paté.
-No necesito
leer lo que unos pedorros científicos publicaron en la revista mensual de la
universidad de Milkwakee para saber que las amigas te hacen la vida más fácil.
Podría
seguir, pero creo que ya es suficiente.
65. Nos siguen pegando
abajo (y yo estoy cada vez más verde).
Éramos pocos
y la abuela se hizo las tetas. Resulta que tengo un alumno que es medio pesado
y de cerebro de lapacho pero de algo hay que vivir. En definitiva, a él no le
interesa leer a Shakespeare, sólo le importa que sus CEO amigos lo entiendan
cuando dice “manáyement”. Y, por lo que me cuenta (entre paréntesis, los
alumnos que me agarran de psicóloga me tienen los huevos al plato) divertirse
en los after office, en los after hour, en los happy hour y en todos los hours
a los que pueda ir con tal de no llegar temprano a su casa. Qué sé yo, será que
tanto antioxidante que toma, tanto alimento orgánico que come, tanto sushi que
desayuna, le afecta un poquito el cerebro, porque parece ser que su único
objetivo en la vida es ser copado pero no se da cuenta que hasta el momento lo
único que ha logrado es haber sido copado por una tremebunda pelotudez
endémica. Encima, cada vez que entro a la oficina me saluda con un “qué onda”.
Lamentable. “Emilia, tenemos que hablar”, larga apenas cruzo la puerta. Por
fin, pensé, vamos, Emilia, que hoy se te da. “Te escucho”. “Estoy enamorado”.
No era lo que esperaba pero me sobrepongo. “Qué bueno”, le contesté pero como
en el trabajo me contengo no llegué a agregar y a mí qué carajo me importa. “De
vos”, agrega el inimputable con una sonrisa que parecía esperar que me arrojara
a sus brazos mientras yo lo único que estaba pensando era revolearle los libros
por la cabeza. “Fue amor a primera vista, desde la primera clase que te lo
estoy por decir, pero como vos en ese momento estabas de novio, no me atreví.”
“Y lo bien que hiciste, no conviene mezclar, dice mi vecino el alcohólico.”
“Ves, tu sentido del humor me fascina, sos tan distinta a todas las otras
mujeres que conozco”. “Sobre todo a la tuya, porque vos estás casado, ¿te
acordás?” “Estoy dispuesto a dejar todo por vos”. “No es necesario, te lo pido
por favor”. “Emilia, te estoy entregando el corazón”. “Qué divertido, una de
las entrañas que más me gusta”. “No me cortes el rostro así.” “No, querido, lejos
de mí querer cortarte nada, pero mejor dejemos las cosas como están, yo soy la
profesora de inglés y vos el alumno”. “Sabía que me entenderías”, dice y se
para, pasa del otro lado del escritorio y me toma del mentón. Con la dulzura
que me caracteriza, y que suelo reprimir en las clases porque, again, de algo
hay que vivir, me paro y digo, “¿Qué carajo te pensás que vas a hacer, idiota?”
“Besarte, pensé que habíamos llegado a un acuerdo, ¿no me estás proponiendo que
cada uno en su lugar, llevemos adelante una, cómo decirlo, amistad con derecho
a roce?” “Ah, pero sos más boludo de lo que pensaba, ¿qué pasó? ¿Te levantaste
con el pito parado y tu mujer te cortó los ganchos porque anoche llegaste a
casa con la corbata de vincha?” “Daale, ¿qué te cuesta?” “¿Qué-me-cues-ta? ¿Vos
te pensás que yo soy una organización sin fines de lucro? ¿O que porque no
tengo macho me voy a dejar voltear por el primer imbécil que se me cruce?”
“Aflojate, no todo es un drama a analizar, Emilia, hay que dejar fluir la
pasión.” “Mirá, si yo dejo fluir la pasión en este momento, te capo con el
abresobres que tenés en el escritorio”. “Yo puedo asegurarte…” “Lo único que
vos me podés asegurar es la in-sa-tis-fa-cción. Además, ¿vos creés que yo puedo
tener algo que ver con un tipo cuyo escritor de cabecera es Marcos Aquinis? Haceme
el favor, nene, se te venció el yoghurt”. Di media vuelta y me fui a la mierda.
Y bué, una clase menos. A lo mejor, aprovecho esa hora y empiezo a ir al
gimnasio. No, mejor no. Tampoco la boludez.
66. Mama mia, let me
go…
Si están
porque están, si no están porque no están. Joden cuando vienen, joden cuando
van. Y no podemos vivir sin ellas, aunque ya haga mucho tiempo que estén
mirando los rabanitos desde abajo. Tantos tipos de madres como mujeres hay en
el mundo. La mía, entre otras cosas, es de las que cada vez que vas a salir te
dice que no uses ropa interior vieja por si tenés un accidente. Pero una pone
la oreja, y por qué no la cabeza, la quiere, le dice a casi todo que sí aunque
más no sea para no escucharla más y la va a saludar y a pasar la tarde con ella
ese día en que se ha decretado que hay que celebrarlas. Con un regalito, como
corresponde. “Hola, Mami, feliz día”, la saludo mientras le entrego el paquete.
“No viniste a almorzar, ¿por qué?” Entro, descongelo la sonrisa, cierro la
puerta, la sigo. “Es que no me sentía muy bien, me duele un poco el estómago y
prefería no comer”. “¿Hiciste caca?” Una trata, trata, pero es tan difícil.
“Sí, mamá”. “¿De qué color?” “¿No vas a abrir el regalo?” “Sí, ahora, igual ya
sé lo que es por la bolsa, un perfume”. “Y algunas cositas más, Mami”. Se digna
a abrirlo. “Cuántas cremas, qué lindo. ¿Cómo está el gatito?” Un gracias ni por
putas. “Bárbaro, mamá, es divino, me encantó que me lo regalaras.” “Cuidalo,
eh, que me salió muy caro.” “Sí, mamá, ya me lo dijiste.” “Lo que no te dije es
que invité a Mecha a tomar el té.” Mecha es una amiga de mi mamá de toda la
vida y, para describirla, bastará con decir que, justamente, es amiga de mi
mamá de toda la vida y podríamos agregar que como adorno en la mesa del comedor
tiene una imagen de San Cayetano fluorescente. “Viene con sus hijos, por
supuesto, que están con ella desde temprano.” El hijo de Mecha, Jorgito, con
quien desde tiempos inmemoriales me quieren enganchar, es un boludo de cuarenta
años que se calienta con Barry White, que cuando se quiere hacer el pendejo va
a la guerra de almohadas en Palermo y que usa frases como “me voy a hacer
noni”. Justo para mí. Encima, cada vez que se agacha, no sé cómo hace, pero se
le ve la raya del culo, algo altamente erotizante, sobre todo si la misma viene
acompañada de sendos pelitos negros. La hija, Jorgelina (porque en esa familia
son muy originales) es maestra jardinera, bastante más chica que el hermano, y
su máxima aspiración en la vida es que la pasen de salita de dos a salita de
cinco. Ah, y algún día casarse y tener muchos hijos para dejar de trabajar. Y
mi mamá no entiende por qué no somos ‘mejores amigas’. “¿Por qué ponés esa
cara? Siempre se quisieron mucho.” “Mamá, empecé a detestarlos cuando tenía
cinco años, no tengo registro de una supuesta amistad anterior a esa fecha”.
“No te acordarás pero se llevaban bárbaro. Por lo menos, los invitabas a todos
tus cumpleaños.” “Porque vos me obligabas, mamá”. Afortunadamente, sonó el
teléfono y Mami no llegó a contestarme nada. Era mi prima, la perfecta de la
familia, hija de un hermano de mi papá, que por supuesto llamaba para
saludarla. “Hola, mi amor, ¿cómo estás, mi cielo?... pero qué bien, muchísimas
gracias por acordarte siempre de mí… ya sé, ya sé… ¿y la familia cómo anda? ¿tu
marido?... siempre fue un buen chico… pero por supuesto, pasame con ese
primor…” Y, dirigiéndose a mí, con una sonrisa que yo prácticamente desconozco,
me dice, “Me va a pasar con Agustín, ¿querés hablar con él?” “Ni en pedo,
mamá”. Me pone la cara que yo sí conozco y sigue hablando incoherencias.
Agustín es el hijo de mi prima, tiene dos años, yo entiendo que pueda parecer
sweety hablar con un niño, pero ¿qué carajo puede decir un pibe por teléfono a
esa edad? Ajá, ujú, sí, no, y pará de contar. Bueno, en realidad lo que
cualquier persona puede decir por teléfono si la que está del otro lado es
Mami. Cuando corta, me mira y me dice “Siempre la misma vos”. San Timbrazo me
salvó. Entran, saludan, se besan, todos con todos, todos contentos, todos tan buenos.
“¿Qué te regalaron, Mechita?” “Una máquina para hacer pan espectacular y una
sandwichera, no podría estar más contenta.” “Qué suerte, a mí me tocó un
perfume y una canasta con varias cremas, pero yo uso una sola para todo el
cuerpo, ¿viste? Pero bueno, qué le vamos a hacer.” El año que viene le compro
cinco pomos de Diadermina. “Vamos a la cocina, Mechi, así los chicos hablan de
sus cosas y no tienen que aburrirse escuchando a dos viejas.” Para qué, pienso
yo, si me puedo aburrir escuchando a dos jóvenes. Jorgelina, tratando de
entablar alguna mínima conversación, me pregunta. “¿Tenés Face?” “Sí, pero la
verdad mucha bola no le doy.” “Ay, yo no me puedo desenganchar, me hice adicta
al Pet Society.” “¿Al qué?” “Al jueguito, ¿vos no jugás al Pet?” “Al pete me
gustaría jugar, pero estamos en época de sequía.” “Ay, no conozco el jueguito
ese que decís vos, pero este es maravilloso, me ayuda a encontrarme con esa
nena divina y amorosa que fui.” “¿Por qué, en la casa de tu vieja no hay fotos
tuyas?” “Siempre fuiste tan cómica, Emilia”, interrumpe tan filosófico debate
Jorgito, tratando de poner una voz aguardentosa, aunque lo único que haya
tomado en su vida sea 7Up y Mountain Dew cuando era niño. “Yo no entendí el
chiste, disculpenmé”, dice la maestrita y prosigue, “¿Y tenés novio?” “No”.
“Ay, yo tampoco. Salí con un chico un tiempo, viste, pero lo nuestro no iba,
nos reíamos de cosas diferentes.” “Mmmmm…”, fue el último sonido que emití. El
Guy Williams del tercer mundo, en medio de ese silencio que se había hecho y
con una cara que no me atrevería a describir, dice, “Estás muy linda, Emilia”.
Lo único que pude hacer fue contestar un simple “gracias”, saludar a todos y
huir raudamente, mientras escuchaba a mi madre que de manera sutil gritaba “No
te olvides de tomar pastillas de carbón”. No sé, últimamente me termino yendo
de todos lados.
67. Sexo (poco),
mentiras (demasiadas) y video (repetido).
La serie ‘Lie
to Me’ le ha hecho mucho daño a mucha gente, entre ellas a mi amiga Luisiana,
que se ha aprendido todos los signos de memoria y no puede parar de tratar de
descifrar cada mínimo gesto de la persona que está frente a ella para darse
cuenta si le está mintiendo. Insoportable. Sobre todo para el esposo que,
aunque como todo el mundo sabe no es alguien a quien yo estime en demasía, no
se merece semejante tortura. Inútil por otra parte, porque si hay algo que el
tipo tiene es cara de mármol de Carrara y si hay algo que no le importa en lo
más mínimo es si los demás le creen o no. Como lo demuestra el hecho de que
insista en que la ropa de su bolso deportivo vuelve el ochenta por ciento de
las veces impoluta porque “yo no traspiro, mi amor”. De-ja-te-de-jo-der. Total
que me encuentro con ella en un bar, con ella que está, una vez más,
desesperada. “Me miente, me miente todo el tiempo”. “A veeeer…”. “Traga saliva
cuando habla”. “OK, es un baboso, ya lo sabemos, igual es mejor que se la
trague y no que te escupa, o que se ahogue, imaginate explicarle a todos los
pibes que tenés con él ‘Papi se ahogó con su propia saliva, recuérdenlo bien
aunque era un pelotudo’.” “Se toca la cara todo el tiempo, Emilia”. “Bueno,
bastante educado, la mayoría de los tipos cuando te habla se tocan la bolas”.
“Emilia, prestame atención, no parpadea, mira fijo”. “Es autista”. “No me mira a
los ojos”. “¿En qué quedamos? ¿Mira o no mira?” “Y encima tartamudea”. “Con
toda esa descripción, lo que menos te tiene que importar es que mienta,
querida. El pibe tartamudea, traga saliva y se toca la cara al mismo tiempo que
mira fijo al infinito, francamente desagradable, ¿cómo lo aguantás?” “No hace
todo eso junto. Vos nunca me tomás en serio”. “Yo a vos te tomo en serio, lo
que no tomo en serio es lo que decís, porque me parece una pelotudez,
disculpame que te lo diga de esta manera”. “¡Ja! En este preciso instante vos
me estás mintiendo, seguro que porque no sabés qué decirme. Mirá cómo inclinás
el cuerpo hacia delante mientras me hablás.” “Ligeramente hacia delante, en
realidad, era más hacia el costado, me estaba tirando un pedo.” “Ya te salió la
ordinaria.” “¿Qué? ¿Vos no te tirás pedos?” “No.” “Sí, claro, y cagás jazmines
de la república, ¿ves que vos también mentís?” “No, yo no miento nunca.” “No
seas hipócrita, Luisiana, todos mentimos todo el tiempo sino seríamos
inadaptados sociales. Bueno, pensándolo bien… Pero no me quiero ir de tema. El
punto no es si lo hacemos o no, el tema es por qué, para qué y, como siempre,
si hay mala leche o no”. “¿Y vos por qué mentís?” “Básicamente para que no me
rompan las pelotas”. “No me contestes así, parece que no te interesara el
tema”. “Pero siiiiiií, ¡cómo no me va a interesaaaaaar!”. “La mentira tiene
patas cortas, Emilia.” “Sí, pero corre como una hija de puta si quiere, mi
amor, así que no te preocupes más. Ya lo hablamos muchas veces, Luisianaaa, no
tiene sentido.” “Pero yo sólo quiero saber por qué me miente.” “¡Porque no
parás de preguntar! Lo obligás al tipo. ¿Para qué?, digo yo. Si ya sabés la
respuesta. Aceptalo de una vez o mandalo a la mierda, pero terminala. Voy a
terminar yo teniéndole lástima a él, mirá.” “Chicas, discúlpenme que me
entrometa”, dijo el canoso de anteojos y pañuelito al cuello sentado a la mesa
de al lado, “no discutan más sobre el tema, si hasta la CIA nos metió el verso
de que el hombre llegó a la luna, ¿o no se dan cuenta que es un montaje? Lo
hicieron en Jóligud, yo sé lo que les digo.” Como digo siempre, éramos pocos y
la abuela parió quintillizos. Lo único que me faltaba era tener que escuchar, a
falta de una, a dos desquiciados mentales. Pensé que mi mirada lo iba a llamar a
silencio, pero no. “Insisto, no discutan más, no se entretengan con el
chiquitaje de la vida, el mayor problema no es la mentira personal, es la
pública, ésa es la que te caga la existencia, lo demás se arregla fácil.” Y se
paró y se fue. A la final, como decía mi tía Chola, nunca sabés cuándo te podés
encontrar con un loco que te haga pensar.
68. Abarajame la
bañera, nena.
Me encuentro
con Vero en nuestro “Café de Juan”, ese que tiene un mínimo salón fumador en el
fondo al que nadie va y a nosotras nos encanta. Hablamos de lo que hablan dos
amigas: la vida, las madres, el sexo, los tipos, el esmalte que me salió re
barato y te dura varios días, el libro de filosofía política que terminé ayer,
el de Foucault que leyó ella, y las medias siliconadas que te levantan el culo
que son un espectáculo. También desollamos a unos cuántos. En el medio de
nuestra amena conversación, le suena el teléfono a Vero. “Uf, es el pesado de
mi primo, no lo atiendo.” Dos minutos después vuelve a sonar. “Te dije que era
un pesado, le contesto si no no nos va a dejar en paz… Hola, sí, qué tal… no,
no estoy en casa… con Emilia… ¿qué querés?... ¿y ahora tiene que ser?... en el
Café de Juan… Qué sé yo qué Juan, boludo, así se llama el café… sí, ok, chau.”
“No me digas que viene para acá”. “Un minuto, están por el barrio y me tiene
que traer no sé qué cosa que es importante y parece que no puede esperar.” “Me
cago en la puta madre, qué denso… ¿Por qué dijiste ‘están’?” “Viene con
Mariana”. “Me rectifico entonces, me cago en la reputísima madre.” Qué
parejita, dos muñequitos de torta. Él, convencido de que es un joven empresario
en ascenso, vive leyendo sobre técnicas de desarrollo personal, con la ilusión
de ‘obtener herramientas para explotar mis talentos’ (juro que es sic). El día
que se dé cuenta de que lo único que tiene para explotar son los granitos que
le salen en la nariz, se deprime. Ella, cómo decirlo… a ella le cabe la
bambula, si viene con una camisa de Wanama incluida mejor, eso sí. Ojo, todo
bien, yo también tuve una etapa hippie. Claro que tenía diecisiete años y me
duró lo que un pedo en un canasto, pero esa es otra historia, como siempre. Ah,
y también es re ecológica, por lo menos en Facebook es fan de Greenpeace. Ah, y
solidaria, todos los años dona como diez pesos para el programa Un sol para los
niños. Llegan, de la mano, sonrientes, enamorados, espléndidos. Ideales para
una foto que ilustre un test de la Cosmopolitan. Se sientan y lo primero que
hace el tipo es mangarme un cigarrillo. Es, además de lo antedicho, el típico
boludo que dejó de comprar para auto convencerse de que no fuma y vive
pidiéndole puchos a los demás. Raza despreciable. Claro que no se priva de
mirarte y decir, por ejemplo, “Vos también tendrías que dejar”. “No lo hago
para no perjudicarte.” “Es que si me compro me los fumo todos y a lo mejor así
dejo, es el primer paso.” “Hace diez años que diste el primer paso y no
avanzás, querido, ¿estás seguro que de chico te dieron la vacuna contra la
poliomielitis?” Encima, como la novia lo mira mal, lo fuma con culpa, un
desperdicio. “Bueno, ¿qué era eso tan importante, primito?” “Nos casamos”.
“Pero qué bien, los felicito.” “Gracias, Verooo, sabía que te ibas a poner
contenta”, dice la novia que ya habla como si tuviera el tocado puesto, “Por
eso no queríamos esperar para traerte la tarjeta, además tenemos otra noticia”.
Hay más informaciones para este boletín, mamita. Después me digo ‘No, Emilia,
nadie se casa hoy en día por eso, no seas mal pensada’. Me equivoqué. “Es que
estamos embarazados,” dice el primo. “Sí, pero la que vomita soy yo, mi amor”,
dice ella mostrando colmillitos brillantes, con una sonrisa que Evangelina
Salazar envidiaría. “Bueno, los felicito por partida doble, entonces,” dice
Vero poseída por el espíritu de la condesa de Chikoff. “Te trajimos la tarjeta,
leela en voz alta, así escucha Emi.” Vi venir lo peor. “Nos amamos desde el
primer instante en que nos vimos y cada vez que nos miramos sentimos mariposas
en el estómago.” Parece que no es suficiente poner ‘Somos Juan y Marta, nos
casamos tal día en tal lugar’. La gente busca los lugares más insólitos para
hacerse los poetas. “¿Te gusta, Emilia?” “No sé qué decirte, lo más cercano a
un insecto que yo he sentido en el cuerpo son hormigas en el culo, pero creo
que eso es otra cosa.” “¿Y ya saben cómo lo van a llamar?”, tercia Vero,
tratando de impedir lo inevitable. “Quillén si es nena y Pehuén si es varón”,
contesta ella. Yo, sin emitir sonido, abro la cartera, saco una libretita que
siempre me acompaña y a la que le escribí ‘Ipad’ en la tapa, una lapicera y
empiezo a tomar nota. “¿Qué escribís, Emilia?”, me pregunta el primo,
pobrecito, era para reírnos después solas con Vero pero ya que insiste. “Una
lista de sugerencias para tus próximos hijos: Temaikén, Kerosén, Terraplén y
Almacén, por ahora no se me ocurre más nada”. “Disculpenmén, pero si no me río
me ahogo,” dice mi amiga volviendo a ser ella. “No entiendo la burla”. “Pero
dejate de joder, pibe, naciste en Boedo, tu viejo es hijo de asturianos, tu
abuelo materno es de Calabria y vos no tenés la más puta idea de cuál es la
diferencia entre un Mapuche, un Tehuelche o un Mataco”. “Pero yo respeto sus
gustos,” dice mientras señala a la novia feliz. “¿Cómo te llamás?”, le
pregunto. “Mariana,” me contesta. “No, no, tu apellido”. “Ivanosevich”. Ni el
mozo se puede contener. “Repito, de-ja-te-de-jo-der. ¿Y dónde es la ceremonia?
¿En el Lago Titicaca?” Se ofendieron, aunque no tanto como para dejar de
aclararle a Vero que en la tarjetita adjunta estaba la dirección del lugar
donde hicieron la lisa de regalos. Pero qué gente sensible.
69. La fiesta
inolvidable (y un tanto etílica).
“¿Qué te vas
a poner a la noche?” “El piyama, si tengo ganas de cambiarme.” “Nena, tenemos
la fiesta.” “¿Qué fiesta, Natalia?” “La de Olga Álvarez Zabala, ¿no te acordás?”
La locóloga cumple cincuenta años y, ya casi recuperada del abandono de su
marido decidió ‘tirar la casa por la ventana con una mega fiesta para hacerle
frente a esta patología del vacío que estoy sufriendo’ (sic). Yo estaba en la
pelu cuando la invitó a Nati y, sí, me dijo ‘venite vos también’ pero la verdad
es que no me lo tomé muy en serio. “¿Te parece, Natalia? Ni la conozco.” “Pero
obvio que me parece, ¿tenés algo mejor que hacer?” “¿Me tenés que meter el dedo
en el culo de esta manera?” “Te paso a buscar a las diez y media”. Las amigas
son así. Ni bien entramos, la loca, enfundada en una especie de catsuit
plateado y con un vaso con un líquido azul en su interior, nos saluda a los
gritos. “¡Qué suerte que vinieron, chicaaaaaaaaaaas! ¡A divertirse, a
divertirse, a recuperar nuestra dignidad subjetiva!” Y se va a saludar a otros.
Hay mucha gente en el lugar. “¿Dónde nos instalamos, Emi?” “Allá está la
barra.” Daiquiri número uno. Observamos que hay dos grupos bien definidos:
pendejos amigos de los hijos de la cumpleañera, viejos chotos que se hacen los
idem, las mujeres no nos interesan. Los pocos de nuestra edad están en pareja.
Ante la obviedad de encontrarnos en el horno y ante la leve posibilidad de
deprimirnos decidimos tomar nuestro daiquiri número dos. Se nos acercan dos
galanes cancheros, jeans, camisa blanca, tres botones desbrochados, zapatillas
(blancas también), mano en el bolsillo, uno más vale grandote, el otro morocho,
tipo Víctor Bo y Ricardo Bauleo, gracias a San Pantaleón no trajeron a
Mojarrita. “¡Pero qué suerte encontrarnos dos chicas tan lindas por acá! Hola,
chicas, yo soy Bebe y él es Pichón.” La última vez que escuché una frase así
fue en una película de Zully Moreno. “Hola”, dijo mi amiga, “yo soy Natalia y
ella Emilia” y, acostumbrada como está a entablar conversaciones de la nada
gracias a la gimnasia adquirida en su negocio, agrega, “soy la estilista de
Olga, ¿y ustedes?” “Amigos de la vida”. Y dale con el teleteatro. “¿Y vos qué
sos, Emilia?”, me pregunta no estoy segura si Bebe o Pichón. “¿De qué trabajo
me querés preguntar? ¿O qué estudié?” “Sí, por supuesto”, y me mira con cara de
‘y qué otra cosa iba a ser’. “Profesora de inglés”. “Pero qué interesante”,
contesta con el énfasis que pone un estudiante de teatro de primer año cuando
recita a García Lorca. “Tal vez podrías darme unas clases”. “No creo, tengo
todos los horarios ocupados”. “Pero mirá que habías resultado arisca”. “Si
seguís hablando como mi abuelo entro en convulsiones”. La sonrisa se le cerró
un poquito. “Qué lástima, vos me podrías enseñar inglés y yo a suavizar ese
carácter áspero que tenés”. “¿Ah sí? ¿Y cómo?” “Yo soy potencialista”. Casi me
atraganto con el canapé. “Po-ten-cia-lis-ta. ¿Y eso qué es?” “Tengo un gran
potencial individual y trato de liberarlo, de atesorar buenos momentos, de
valorar el espíritu. ¿Me entendés? No sé cómo explicarte.” “Ok, mejor no me
expliques nada porque puede ser potencialmente peligroso.” Qué le vamos a
hacer. Con la muy femenina excusa de ir al baño, nos libramos de los señores.
Daiquiri número cinco. Caminamos por el salón. Pasamos cerca de un grupo de
mujeres y escucho la frase “A mí los hombres tienen algo que me gusta mucho”.
“Sí, una flor de poronga”, le digo a Natalia creo que en voz baja pero a juzgar
por la cara de la mujer de trajecito beige que la dijo me temo que no. Largamos
la carcajada y seguimos viaje. Daiquiri número siete. Vemos bailar a Olga, lo
más parecido al Boxitracio que vi en mi vida. Nos acercamos y bailamos con ella
tratando de imitarla. Olga debe de ir por el trago número quince. “¿Ves esa
mina que está ahí, Emilia?” Le digo que sí con la cabeza. “Le acaba de
descubrir al marido un cuerno gigante.” “¿Uno solo? Se casó con un unicornio la
pelotuda”. Olga no lo puede creer y siente que me ama y me lo dice. “Me
purificás la mente con tu abordaje transpersonal, Emiliaaaaaaaaaa, le agradezco
a Freud haberte conocido.” No hay que mezclar. Daiquiri número diez. A esta
altura las tres hemos formado un trío inseparable. Me siento un rato a
descansar y a mirarlas. Se me acerca un tipo, anteojitos, rulitos, flaquito,
todo en él remite al sufijo –ito. Me empieza a hablar y yo contesto vaya una a
saber qué. Evidentemente y por su cara me está contando su historia. Como no le
contesto nada y lo miro fijo pero él no se percata de que es porque soy incapaz
de generar un mínimo gesto con mi cara, piensa que me interesa lo que me está
diciendo. De golpe, recuerdo y reacciono, “Necesito una Coca Cola”. Él, muy
caballero, llama al mozo. Me agarro dos vasos y hago fondo blanco con ellos.
Ahora sí puedo continuar. Y puedo escuchar. “Lo que yo quiero es una mujer que
tenga que ver con mi propia historia, ¿me entendés?” “¿Y por qué no te casás
con tu mamá? Bah, si tenés una hermana también sirve”. “Me refería a una chica
divertida, que encaje con mis amigos.” “¿Pero vos te pensás que las minas somos
un Rasti, boludo? Además vos, con esa pinta, ¿qué concepto de diversión
barajás? De-ja-te-de-jo-der”. Me uno al dúo dinámico y continuamos bailando.
Daiquiri número doce. Olguita sigue contándome de sus amigas. “Esa de allá
tiene cuatro hijos, es presidente de la Fundación de Niños con Esclerosis
Psicosomática, tiene cinco mil amigos, hace gimnasia todos los días y
pastafrola casera, todo el mundo la adora, ¿qué opinás?” “Que el mundo está
lleno de fallutos, Olguita, y que tu amiga tiene menos rock and roll que el Paz
Martínez”. Brindamos con nuestro daiquiri número catorce acodadas a la barra.
Se nos acerca la que había dicho que le gustaba algo de los hombres y
seriamente increpa a Olguita. “No te conviene juntarte con este tipo de gente,
Olgui, es evidente que esta mujer es una generadora de toxinas, no dejes que te
las pase a vos.” Antes de que la protagonista de la noche llegue a contestar a
mí se me escapa un “Pero depilate la pochola con una ortiga, gorrrrrrrrrrrda”.
Todo sucede al mismo tiempo, Olga que me abraza y grita un “Gracias” sumamente
emotivo, ‘Un poco de amor francés’ que suena furiosamente y nosotras tres que
nos tiramos de palomita entre los pendejos. Olga tiene pinta de estar menos
vacía, y yo también. Mañana, después de un buen jarro de café, la llamo a Nati
para agradecerle.
70. No hay nada más
lindo que la familia unita.
Todos tenemos
varias caras, facetas; a la sazón (frase que se me pegó después de leer una
revista Somos que encontré en la casa de Mami del año ’78) tantas como roles
jugamos. Una es amiga, hija, profesora, conocida, ex de alguien (demasiados, la
verdad, o no, pero bueno, tema para otra ocasión). A veces, se entrecruzan pero
nunca es conveniente que todos conozcan todas tus caras, salvo que quieras
terminar viviendo sola en el Aconcagua (en la montaña, no sé; pero en Nueva
York, por ahí quién te dice, hay veces que hasta me cambiaría el nombre). Así
es como para muchos de mis alumnos soy algo así como la princesa Leticia pero
un poco más cómica y divertida (para lo que, a la distancia, me parece que no
hace falta mucho, y también con el bombón con el que se casó como para que no
sea anoréxica… y me estoy yendo de tema de una manera irremontable, cómo estamos
hoy, terminala con los paréntesis, Emilia). Bueno, entonces, volviendo, un
alumno, Claudio, el médico anestesista, cumplía cincuenta años y me invitó a la
reunión que hacía en su casa. Por supuesto que sabía que no iba a ser una noche
de jolgorio feroz pero me dije vamos, Emilita, que algo hay que hacer y el
pobre muchacho que en diez años ingresará a la tercera edad es aburrido pero
muy buen tipo. Aparte parece que, si bien su profesión consiste en dormir
gente, él ha decidido despertarse: se compró una moto y empezó a entrenar para
correr maratones. Qué tema el de las maratones y los viejos que corren, van a
terminar todos con las rodillas hechas mierda; no, no, los de cincuenta no son
viejos, depende para qué, bueno pero basta de irme. Repito, no pensé
encontrarme con la fiesta de la espuma pero tampoco con una cena formal para
sólo siete personas. Cuando llegué ya estaban todos. Me presenta como su
profesora y gran amiga, esas boludeces que se dicen en las presentaciones, no
sé qué le pasa a la gente con la desvalorización de la palabra amistad. Claudio,
su mujer Cecilia, dos matrimonios de amigos, una amiga de la señora y el
hermano mayor del cumpleañero, que era, ¿quién? Por esas putas casualidades de
esta puta existencia, aquel que hablaba de dormido y lo mandé a hacer la gran
Di Caprio luego de que me comparara con un iceberg. Uót a moument. Dos señores
conocidos entre sí, que conocen dos facetas de mí totalmente opuestas. Él se
hizo el reverendo boludo y yo, en eso, tengo master. La cena transcurrió entre
conversaciones de política, economía y fútbol por parte de ellos; y de
calorías, comidas light, dietas y de cuánto pesan, por parte de ellas, todas
con cara de que sus vidas no son precisamente un festival erótico. Que a
Fulanita la operaron de los juanetes y que a Menganita de las várices. Hubiese
preferido asistir a la elección de la Reina de la Fiesta de la Corvina en San
Clemente del Tuyú. Para no decir nada, tomaba vino. Muy mala estrategia la mía,
ya que sé sobradamente que el alcohol me suelta la lengua. Igual, tenía la
seria intención de reprimirme. Intención que a esta altura debería saber que
jamás me sale, pero bué. Lo cierto es que parece ser que el alcohol le suelta
la lengua a la mayoría porque, a los postres, empezaron a decirse cosas. Con un
cierto dejo de diplomacia, por supuesto, tan educados eran. “Así que te
compraste una moto, che, qué bueno, ¿y sabés manejarla?” “El tema va a ser
cuando la quieras llevar a Cecilia, ella que nunca se saca las polleras,
jajaja”. “Bueno, lo va a tener que hacer para acompañarme.” “¿A esta altura?
Vas a tener que ir solo, cariño. Yo ya estoy grande, jejeje.” “Pero te vas a
tener que aggiornar, te tengo una sorpresa, te compré unos rollers para que
hagas un poco de ejercicio, mi amor.” “Ay, Cecilia, no te va a venir mal.” “¿Me
estás llamando gorda, querida?” “De ninguna manera, pero un poco de movimiento
no le viene mal a nadie.” “Yo ya me muevo bastante con todas las cosas que
tengo para hacer. Acordate que no cuento con dos empleadas como vos, corazón.”
“Es una lástima, así podrías dedicarte un poco más a vos.” “¿Me estás llamando
descuidada?” “Chicas… chicas….”, saltó el señor mayor. “¿Chicas qué?”, le
contestó Cecilia con una postura digna de un barra brava de Excursionistas.
Está claro que no se hace, es boludo, de otra manera sabría que hay
conversaciones en las que no se debe intervenir. “No sean escandalosas, que
tenemos visitas”, insistió. “Por mí no se preocupen,” aclaré por las dudas. “Ay,
habló el que nunca levanta la voz porque es culto y mira History Channel.”
Cecilia estaba a full y la cosa se estaba poniendo densa. Las minas que hacen
cheesecake y toman clases de tenis con el profesor del country cuando toman
vino se vuelven extremadamente peligrosas. “¿Por qué no dejás de sacar tu
Blackberry a cada rato? ¿La querés impresionar a la señorita? No te gastes,
cuñadito, no está a tu alcance.” El boludo, con la sangre todavía chorreándole
del ojo izquierdo, contesta: “Estoy esperando un mail importante, cuñadita, y
para tu información, a ella ya la impresioné hace rato.” Cuatro inquisidores
pares de ojos maquillados se clavaron en mí. Le dediqué una oración a San Baco
y me tomé lo que quedaba en la copa de un trago. “¿Qué? ¿La conocés?”,
intervino mi alumnito. “¿Nunca te cuenta la teacher lo que hace los fines de
semana?” Ok, ahora recuerdo, además de hablar de dormido era un pelotudo
contundente. Cecilia, mirándome cual Linda Blair, abrió la boca y juro que se
podía ver que desde su campanilla iba floreciendo una catarata de lava.
Evidentemente, para las señoras que hacen brownie casero, que una se coja al
hermano del marido también es peligroso. No me pude contener más, una hace lo
que puede. “¿Qué querés que les cuente? A ver, ¿que roncás? ¿que cantás Vox Dei
mientras dormís? ¿o que antes de volver a estar en la cama con vos prefiero
dedicarme al estudio del aparato reproductor del ombú?” Se escuchó un colectivo
y femenino “uuuuuuu”. Cecilia cerró la boca y me miró de otra manera. Como con
un dejo de satisfacción en los ojos. “Bueno, Emilia, me parece que te estás
pasando de la raya,” dijo Claudio. “Y que le tenés que hablar así a la chica,
vos, degenerado, dejá que se exprese con libertad, es joven.” Vamos las chicas.
“¿Degenerado yo? Pero si se la volteó él.” “Bueno, no se peleen por mí, por favor.”
“Qué tierno lo tuyo, Emilia, encendés la mecha y después querés que no haya
fuego.” “Si el que contó fuiste vos, estúpido, que le echás la culpa a ella. No
te da vergüenza, podría ser tu hija, viejo verde.” Lo que siguió fue una
caterva de improperios varios entre ellos tres que los demás escuchábamos en un
respetuoso silencio. Que son los dos iguales que tu padre, viejo de mierda que
no paró de meterle los cuernos a tu madre, que por otra parte se volteaba al
jardinero, que bueno que mejor que no era como la tuya que le chupaba el cirio
al cura y ni hablar de tu abuela que se la daba a la cocinera, y que decís si
tu bisabuelo no dejó oveja virgen en el campo de Brandsen. Tan ensimismados
estaban que no se dieron cuenta de que los invitados nos fuimos levantando de a
uno para escaparnos. Basta de socializar con mis alumnos. No hay que mezclar,
decía mi abuelo.
71. ¿Y dónde está el
piloto? (que me quiero ir con él)
“Ni en pedo,
Luisiana,” fue lo primero que le contesté, “para esto no cuentes conmigo, si la
morsa de tu marido a último momento se te baja del viaje, lo siento mucho, yo
no lo reemplazo”. Como sosteniendo mi palabra soy un as, dos días después
estaba arriba de un avión rumbo a Disney, con cinco adorables criaturas a mi
alrededor. Lucía (12), Valentina (9), Martín (7) y Joaquín y Matías (mellizos,
inocentes bestias de 3). Es evidente que tengo un problema, bah, tengo muchos
pero uno de ellos es no saber decirle que no a esta piba. Y no me estoy
convirtiendo en una de esas pelotudas cuya frase de cabecera es “mi mayor
defecto es que no sé decir que no”, no, yo sí sé, creo, pero con ella cuando
quiero acordar estoy metida en un quilombo desastroso, no sé cómo hace. Total que
subir a un avión cual tropilla de macacos y cargados como ekekos ya es una
experiencia de por sí encantadora. Desde el vamos te miran como si fueras
leproso y notás que hasta los ateos se convierten y empiezan a rezarle a San
Expedito. Ponés tu mejor cara de boluda, te sentás y no mirás a nadie a los
ojos. Las criaturas eran, básicamente, muchas. E insoportables, reconozcámoslo.
Ojo, yo, en esa vez por mes que los voy a visitar los quiero mucho, hasta les
llevo caramelos y todo, como a los monitos. “Mamá, ni loca me siento al lado de
los mellizos”. “Mamaaaá, Martín se tiró un pedo”. “Ay, habló la princesa que
caga flores”. “Mamá, mirá lo que me dice”. “Mamá, quiero chizitos”. “Mamá,
tengo sed.” “Mamá, decile que no me patee”. “No seas buchona, nena”. “Mamá, ¿me
trajiste el osito azul?” “¿Vieron la cara de boludo que tiene el gordo ese?”
“Mamá, Matías me pegó el moco en la remera”. “Mamá, ¿cuándo llegamos?” Todo
esto ocurrió mientras el avión carreteaba. Lentamente, me fui acurrucando en mi
asiento, me puse casi casi en posición fetal y no podía dejar de pensar “Que se
queden mudos, que se queden mudos, que se queden mudos”. Cuando el cartel de
ajustarse los cinturones se apagó, no me pude contener. Como eyectada por una
fuerza superior, me paré y al grito de “¡Callensé, pendejos de mierda!”, me
recibí de hija de puta. Porque todos los conchudos que estaban a nuestro
alrededor padeciendo lo mismo que yo y deseando no que se quedaran mudos sino
que un rayo los fulminara, se convirtieron de repente en carmelitas descalzas
que me miraban como diciendo ‘Pero qué exagerada esta mujer, pobres criaturitas
la tía que tienen’. Manga de cobardes. Para no seguir quedando como la loca
desalmada y desquiciada, me senté y, esta vez en un susurro, les dije “Si no se
portan bien, cuando llegamos, lo busco al Ratón Mickey, lo ahorco y les arruino
la fiestita.” Los dos del medio no emitieron comentarios, la mayor le dijo a la
madre “Mamá, ¿no trajiste un Rivotril para la tía?” Y los mellizos se asustaron
durante aproximadamente treinta segundos, de mi cara sobre todo. Hasta que
Joaquín dijo “Pero qué vas a matar vos, piba, si Mickey es inmortal”, y todo
volvió a empezar. Las mil horas de vuelo restantes (durante las cuales
durmieron dos horas cada uno, alternadamente por supuesto, ni para eso se
pusieron de acuerdo los hijos de puta, con perdón de mi amiga) resultaron una
sucesión infinita de hechos bochornosos. Tuvieron hambre, tuvieron sed, se
pegaron, se gritaron, se vomitaron y se cagaron. Impresentables. Todo eso
mientras uno de los mellizos relataba todas las películas que pasaron con una
locuacidad que Macaya Márquez envidiaría. Cuando llegamos (yo con los pelos
parados, los ojos inyectados en sangre y mi genitalidad oxidada) estuve a punto
de gritar que traía una bomba para que me deportaran de inmediato. Pero cuando
se está en el baile, decía mi abuela… Y, de golpe, apareció la magia. Un
grupete de princesas nos guió hasta un micrito del que apareció mi gran amigo
Mickey. Y, por obra y gracia del Espíritu Santo, o del cansancio, los niños se
calmaron. Hasta se rieron con educación y todo. Parecían normales. Me dije, y
bué será así nomás. Por un instante, hasta me entusiasmé. Pensé que si estaban
tan contentos no iba a ser tan difícil. No tenía la más puta idea de lo que me
esperaba. Después de pasar por el check in más largo de la historia, nos ubicamos
en dos habitaciones. Yo, en un instante de ilusión, di por sentado que una era
para nosotras y la otra para los niños. Pero, como si dormían todos juntos nos
echaban, a una fue Luisiana con los varones y a la otra yo con las dulces
niñas. Que se llevan bárbaro, por supuesto. La de doce no puede parar de
decirle estúpida a la de nueve todo el tiempo. Un encanto. Abrí el frigobar.
Sólo agua mineral y coca-cola. Mickey Mouse no toma whisky. Cuando empezaron a
pelearse por la cantidad de cajones que le correspondía a cada una, recordando
a Jean Piaget, les dije “Salgo un rato. Si cuando vuelvo no está toda la ropa
ordenada, se las tiro a la mierda y van a tener que ir a ver al Pato Donald con
el culo al aire”. Mi organismo, a falta de algo más fuerte, gritaba
desesperadamente por una dosis de nicotina. Salí a la puerta y prendí un
cigarrillo. Pero me olvidé que estábamos en el país donde te cuidan la salud.
Después te dan de desayuno panceta frita con aceite de búfalo bizco pero ya se
harán cargo del colesterol en otro momento. Se me acercó un negro fortachón que
trabajaba en el hotel (sí, dije negro, denuncienmé a la ONU) que, como diría un
amigo español, tenía menos pelo que el coño de una muñeca (por no decirle
pelado de orto y que ya la denuncia pase al Tribunal de La Haya) y, con un tono
tan amable que invitaba a darle una flor de trompada y dejarlo escupiendo
chocolate por dos horas, me dice que si quería fumar me tenía que acercar a un
‘smoking point’. “Pero si estoy afuera”, le contesté con una lógica irrefutable.
Lógica que evidentemente el tipo se pasó por el quinto forro de sus testículos
achicharrados. Con la simpatía que me caracteriza lo mandé a la reputísima
madre que lo parió y caminé hasta el bendito ‘smoking point’ a juntarme con
otros parias. Lo peor es que los que pasan te miran como con asquito. Incluso
una mina, grande ya, blanca en canas, pedazo de pelotuda con las orejitas de
Minnie en la cabeza, tuvo el tupé de pasar por mi lado y con su mejor cara de
abuela buena de Disney decirme “No deberías fumar, te hace mal”. “Y vos no
deberías dejar la medicación, vieja ridícula”, le contesté. Fueron cinco días
inolvidable. Perseguimos muñecos hasta el hartazgo para pedirle autógrafos y
sacarnos fotos con ellos, tomamos la merienda con princesas felices, nos
mareamos hasta el vómito en las montañas rusa (todavía estoy preguntándome por
qué carajo les dicen rusas), asistimos al espectáculo de La Bella y la Bestia,
vimos monos, gorilas y jirafas, casi me trompeo con Mini y le destrozo su
vestido a lunares porque después de treinta minutos de cola la muy yegua se fue
y no nos firmó un carajo (y al otro día tuvimos que hacer otra media hora), nos
persiguió un yeti, fuimos en una nave espacial a Marte, almorzamos al lado de
una Torre Eiffel de veinte metros de altura, no pude entenderme con la china
que vendía hot dogs y le puso ketchup a mi pancho nomás, volamos en la alfombra
de Aladín, nos desplomamos trece pisos en un ascensor, vimos toneladas de
películas en tresdé, nos sacamos fotos con Jack Sparrow, subimos a la calesita
del príncipe Encantador, volvimos a volar con Dumbo, me dormí mirando Toy Story
en cuatrodé (como si con tres no fuera más que suficiente), Pinocho nos sirvió
una pizzas asquerosas, testeamos un auto de carrera, Stitch me quiso abrazar y
como le di un codazo en el estómago se reprimió, bajamos por una rápidos y se
me mojaron hasta los calzones, me persiguió Tigger porque parece que lo
caliento más que Winnie the Pooh, visitamos la casa de Minie, la cocina de
Minnie, la habitación de Minnie, el living de Minnie y el baño de Minnie,
muchos desfiles, mucho espíritu navideño y muchas otras maravillas por el
estilo. En resumen, vivimos tanta magia junta que terminé deseando que alguien
por favor descongelara a Walt para vaciarle una 38 en la cabeza. Decir que la
última noche, estaba en la puerta del hotel el mismo negro fortachón que no me
había dejado fumar el primer día y, tratando de practicar su castellano, me
dijo “Si quieres puedes venir a fumar a mi cuarto”. Y fui y fumé y me fumaron de
lo lindo. Y bué algún tipo de resarcimiento tenía que tener.
72. Ha nacido una
estrella (y no la de Belén, precisamente)
“¿Te parece,
mamá?” “Por supuesto que me parece, ¿cuánto hace que no nos vemos?” “Justamente
por eso te digo.” “La familia es la familia, nena, lo pasado pisado; y además
yo a Ana María la adoro y a esa criaturita que tuvo ni te cuento”. Así fue cómo
Mami decidió pasar la nochebuena con mi tío, el hermano de mi papá, con el que
estuvo siglos sin hablarse porque parece ser que cuando papá murió el taller
que tenían juntos estaba al borde de la quiebra y entonces el tío le compró la
parte por dos pesos con cincuenta, pero se ve que él sabía manejar las cosas
maravillosamente bien porque al año se mudaron, se compraron casa en un country
y a partir de ahí van a Miami todos los años. Y Ana María, es la hija, mi prima
adorada y perfecta, que no es maestra para chicos sordomudos pero merecería
serlo, a quien como ya escuchamos mamá adora… a ella, y al pequeño demonio que
engendró, Agustín, a quien Mami trata como a su nieto, compitiendo con su
cuñada, la tía Beba, y generando en cualquier momento otro conflicto familiar.
Y Mami está convencida de que la adoración es mutua porque Anita la llama para
el cumpleaños, pascuas y día de la madre, y cada vez que tiene que salir y Beba
no puede ir a cuidarle el pibe. Nosotras, por otro lado, nos detestamos en
silencio desde pequeñas. Claro que ella, con sus vestiditos nido de abeja,
sabía disimularlo y yo, con mis carpinteros, no. Es que crecimos muy distintas.
Yo veía el circo de Marrone; ella, el de Balá. Ella leía a Poldy Bird con la
esperanza de que no se le corriera el rimmel; yo, una saga que no me acuerdo
cómo se llamaba cuya protagonista era una tal Alicia y que en un libro era
drogadicta, en otro prostituta y en otro alcohólica. Yo en la línea rock &
roll, ella siempre en la de Paz Martínez y así fue como antes de los veinte se
casó y a partir de ahí qué par de pájaros los dos. Total que Mami decidió
acercarse nuevamente a tío Norberto sólo para poder pasar la navidad con su
hija postiza y su nieto ortopédico. “¿Qué hay que llevar, mamá? “Nada, Bebita
me dijo que ellos ya tienen todo organizado.” “¿Be-bi-ta?” “Bebita, sí, ¿por
qué?” “No, por nada, por nada, ¿cuándo dejó de ser ‘la yegua mal parida que
maneja a tu tío’?” “Basta, es Navidad, no te voy a permitir que uses ese
vocabulario”. Ante tamaña contundencia de argumentos no seguí con el tema.
“¿Cuántos regalos hay que comprar?” “Ay, no, no sabés la idea brillante que
tuvo Ani, ¡vamos a jugar al amigo invisible! ¿No es genial? Esta chica es una
luz”. La verdad que sí, no entiendo cómo no la postulan para el Nobel. A ella y
al pelotudo que inventó el amigo invisible. “¿Y a mí quién me tocó?” “El nene,
pero no te preocupes porque yo ya le compré un juguetito.” Una a favor, me
salvo del shopping. A las ocho la pasé a buscar porque quería llegar temprano
por si había que ayudar en algo. Toco el portero porque detesta que le avise
que estoy abajo con el celular porque dice que es haraganería pura. “Ya estoy,
mamá, ¿bajás?” “No, subí que necesito ayuda.” Ojalá el Niño Jesús me traiga un
par de pelotas nuevas porque las mías mamá me las rompió hace rato. Y cómo no
iba a necesitar ayuda. Para empezar el ‘juguetito’ medía dos metros por uno
ochenta. “¿Qué es ese paquetón, mamá?” “Una pista de autos.” “¿Y el otro?” “El
que me tocó a mí, para la suegra de Anita, porque yo compré los dos regalos no
sé si te acordás”. “Me acuerdo perfectamente, mami, y te lo pagaré en cómodas
cuotas como corresponde”. “No me debés nada, hija, por favor.” “No hablaba de
plata, mamá… ¡Mamá!” “¡¿Qué?! ¿Por qué gritás?” “¡Son las cremas que te compré
para el día de la madre!” “Bueno, che, yo no las uso, tampoco las voy a tirar.”
Me supera, juro que me supera. “Agarrá también el paquete que está en la mesa
de la cocina, haceme el favor”. “¿Y esto qué mierda es?” “Bueno, ¿así nos
predisponemos a pasar una Nochebuena en familia?” Me reservé el pensamiento. Y
el impulso, pasar fin de año en la comisaría por matricidio no estaba en mis
planes. “¿Qué es, mamita de mi corazón?” “El vitel thoné”. “¿Pero no dijiste
que no había que llevar nada?” “Bueno, tampoco podemos caer con las manos
vacías. Aparte el que hace tu tía es horrible, nada que ver con la receta de
Choly de Berreteaga que hago yo. Agarrá el vino que dejé al lado también”.
Espero que a mí de regalo me hayan comprado una caja de Rivotril. Una vez que
logré meter el juguetito en mi Ferrari último modelo y desistí de tratar de
convencer a Mami de que pusiera las cosas si no en el baúl por lo menos en el
asiento de atrás y de que no era necesario andar con la fuente y la botella en
la falda y de que ella con la suavidad y delicadeza que la caracteriza me
contestara ‘por cómo manejás termina todo en el piso’, estuvimos listas para
partir. “¿Siguen viviendo en Devoto?” “Sí, ¿por?” “¿Cómo por, mamá? Para saber
adónde tengo que ir.” “Entonces preguntame adónde tenemos que ir. Hablá con
propiedad.” “Mirá, mamá, yo sé que estás nerviosa, ansiosa y todos los ‘osas’
que quieras porque hace mucho que no los ves pero dejá de agarrártelas
conmigo.” “¿Y quién se la agarra con vos? Siempre tenés una excusa para
criticarme.” Pretender razonar con Mami es más difícil que verle los dientes a
la Gioconda, ella siempre tiene la última palabra… y la primera y la del medio
también. “¿Adónde vamos, entonces?” “La cena es en el country.” La responsable
soy yo y nadie más que yo, que hablo y hablo y hablo y después termino en
Panamericana un 24 de diciembre a la noche, tortura comparable a que me
encierren a escuchar a los Mayumaná durante diez horas. Después de varios ‘andá
más despacio’, ‘cuidado con ese camión’, ‘¿no podés escuchar otra música?’,
‘bajá el volumen’, ‘¿siempre manejás así? sos un peligro’, llegamos. Nos esperaban mis tíos Roberto y Beba, Ana
María, su marido Armando (a quien no sabría cómo describirlo, bastará con decir
que ‘el prende y apaga’ de Lepegüe le parece divertido), el niño Agustín y los
suegros de Ana María con quien ella se lleva maravillosamente bien, por
supuesto, ya que adora a su suegra. Si se compraran la casa en la pradera
serían la Familia Ingalls a pleno. Son tan antifisiológicamente felices que dan
lástima. En cualquier momento se enferman. Nos recibió Ana María, con su
sempiterna sonrisa de propaganda de dentífrico. “Hola, chicaaaas, pasen, pasen,
¡qué suerte poder pasar Navidad juntos!” Se dieron varios besos ruidosos. “¿Y
esa criaturita que Dios te dio, adónde anda?” “Se fue con el padre a buscar a
los otros abuelos, deben de estar por llegar en cualquier momento.” Me adelanté
a llevar las cosas a la cocina y menos mal que Mami se quedó en el jardín
porque si no el niño Jesús no hubiera llegado a nacer este año. “Seguro que
ahora llega la desubicada de tu cuñada toda perfumada y maquillada y yo todavía
tengo olor a papa porque estuve cocinando todo el día como una yegua y no tuve
tiempo ni de darme una ducha todavía…. ¡Hola, Emilita! ¿cómo estás, mi amor?
¡Qué suerte que llegaron temprano!… ay, qué detalle el de tu mami, siempre tan
atenta, su típico vittel thoné, qué rico, ¿sigue haciendo la receta de Choly de
Berreteaga? No se tendría que haber molestado yo ya hice casi todo el recetario
completo que Narda Lepes recomendó para las fiestas.” Así largamos. Zoológico a
pleno: tío Roberto, callado como siempre, tía Beba con olor a papa y sombra
verde en sus párpados, prima Ani dientes de porcelana, marido color beige, hijo
al tono de ambos, suegra con pinta de pedirle disculpas hasta a las macetas con
las que se tropieza, suegro con pinta de ser tan divertido como un tratamiento de
conducto, Mami a quien no hace falta describir a esta altura, y yo, encantadora
aunque nadie se dé cuenta. La cena trascurrió tranquilamente, un compendio de
frases pelotudas que tocaron prácticamente todos los temas: yo sé manejar lo
que no sé es estacionar… ay, detesto la violencia, venga de donde venga… la
política no es sucia pero los políticos sí… no se habla ni de política ni de
religión en la mesa… le queremos dar un hermanito a Agustín… la felicidad está
a la vuelta de la esquina… esperemos que este año traiga salud que es lo más
importante… la plata va y viene… el mejor proyecto es siempre el que está por
venir… lo que mata es la humedad… por supuesto que se lo tenés que pedir, el
‘no’ ya lo tenés… poné la tele para saber bien qué hora es… ya son las doce, jo
jo jo, feliz Navidad, brindemos brindemos… y llegó el momento de abrir los
regalos. “¡Qué buena idea que tuviste, mi cielo, con esto del amigo
invisible!”, no pudo evitar decir Mami. “No es cierto que sí, tiíta, pero te
cuento un secreto, salvo los que le tocaron a ustedes, los demás los compré
todos yo. Y mamá le compró una pavadita al nene, yo sé que se lo pedí a Emi,
pero para que tuviera dos paquetitos, ¿viste? ¿no se enojará, no?”. “Pero, no
Ani, por favor, ¿quién se puede enojar con vos? Si sos un encanto de persona,
siempre tan considerada”. Al tío le tocó un par de zapatos, a tía Beba un
perfume Kenzo, a Ana María un reloj, al marido una raqueta, al suegro una
loción para después de afeitarse con bolsa de farmacia y todo, la suegra zafó con
las cremas que donó Mami, a Mami un desodorante comprado en la misma farmacia
que al suegro, y a mí un cd de Montaner al que se habían olvidado de sacarle la
etiqueta que decía ‘Obsequio con la compra de un perfume. Prohibida su venta
por separado’. Evidentemente, la consideración de Ani es muy subjetiva. Debo
admitir que disfruté viendo la cara de Mami ante su desodorante. Aunque no
tanto como ella disfrutó de la cara de Beba al darse cuenta de que el pibe
revoleaba por el aire su juguete didáctico de quinientas piezas para hacer
“brrrrum brrrrum” con los autitos de la pista de su cuñada. “¿Qué me mirás?”,
empezó tía Beba. “¿Y vos cómo sabés que te estoy mirando?”, siguió Mami y el
Enola Gay sobrevoló la casa de Pilar… y tiró la bomba. “Esto lo compraste vos.”
“Mi hija trabaja mucho y yo la ayudo en lo que puedo.” “¿No te parece que un
niño de dos años todavía no juega con una pista de autos?” “Bueno, la puede
guardar para más adelante, mientras tanto juega con los autitos, mirá cómo se
divierte el angelito de dios.” “Tenías que destacarte, ¿no? Alguna te tenías
que mandar.” “Pero ¿qué me mandé? ¿Qué culpa tengo yo de que al nene no le
guste lo que vos le comprás?” “Resentida, eso es lo que sos, envidiosa.”
“¿Envidiosa yo?” “Sí, envidiosa, por la casa que tengo, por la familia que supe
formar.” “Pero si la casa te la compraste con la plata que me robaste a mí,
falluta, de qué hablás, cómo te da la cara.” “¡Falluta! Escuchá lo que me dice
Roberto, encima que la recibo a mi mesa, a ella y esa hija fracasada que tiene
y soy tan generosa como para además poner ese vittel thoné asqueroso que trae.”
Mamá se puso literalmente verde. “Con mi hija no te metas”, dijo con una voz
muy parecida a la de Linda Blair en el máximo momento de posesión. “Chicas
chicas”, dijo el tío, “que es Navidad.” Y Mami largó el vómito. “Pero qué
chicas ni qué navidad ni una mierda, pedazo de pelotudo, metete en tus cosas,
con esa cara de vinagre vencido que tenés, decime, ¿cuánto hace que no mojás la
chaucha vos?” “Ay, tiíta, ¿cómo le hablás así a papá?” “Pero qué tiíta ni una
verga, yo a tu padre le hablo como se me canta el orto, que para eso lo conozco
desde mucho antes que vos y la conchuda de tu madre juntas”. “¡¡Me dijo
conchudaaaaaaa!!”, gritaba Beba. “Emilia no te rías, hacé algo por favor para
calmarla”, me dijo Ana María. “¿Por qué me tiene que calmar? Ahora le pedís
ayuda, después de que con esa cara de santa pedorra que tenés vivís diciéndome
que es una lástima que mi nena no haya sentado cabeza. ¿Para qué? ¿Para formar
familias llenas de hijos de puta como ustedes e incorporar pelotudos como tu
marido y tus suegros? Pero por qué no se van todos a cagar… Y este desodorante
que me compraste dáselo a tu marido para que se perfume las ladillas que debe
tener de tanto cogerse putas cuando se va de viaje de negocios. Vamos, nena.”
Atendió a todos Mami. Nunca la había visto así y ahora entiendo muchas cosas.
No logró su objetivo navideño, pero en el viaje de vuelta, vinimos con las
ventanillas bajas escuchando Guns n’ Roses. Algo es algo.
73. Las chicas sólo
quieren divertirse.
Una está de
vacaciones, no se va a ningún lado pero no tiene trabajo, disfruta de la ciudad
vacía… de saber que está vacía bah, porque salir mucho no salgo. Y las chicas
quieren que salga. Las chicas quieren que me divierta. Las chicas me quieren.
Las chicas son mis amigas. Se confabularon. “Dale, si estamos las tres solas”.
“Buenísimo, ¿nos tomamos una cerveza?”. “Son nada más que dos horas.” “Ustedes
no tienen la menor idea de lo que quiere decir nada más”. “¿Qué podemos
perder?” “Tiempo”. “Nos vamos a divertir un rato”. “Uff, una joda bárbara la de
ustedes, ¿por qué no vamos a ver el espectáculo de Piñón Fijo mejor?” “Lo que
pasa es que la dueña del lugar es clienta mía, me invitó y tengo que ir, haceme
la gamba, no te cuesta nada”. “Y a vos tampoco te cuesta nada no romperme las
pelotas y mirá cómo estamos”. “Dale, Emilia.” “Pero ¿a ustedes les parece, mis
queridas Natalia y Verónica, que estoy tan perdida en la vida como para ir a
hacer un taller de seducción y juegos eróticos? ¿Qué les pasa? ¿Desayunaron
hongos?” Claro que el 31, después de tomar cuatro botellas de champagne entre
las tres, me podían llegar a convencer de hacerme maratonista e irme a vivir
con los menonitas. Y además creo que a esta altura es muy obvio, que ando
bastante perdida. Lo primero que me llamó la atención no más llegar fue que la
mayoría de las asistentes tenían mucha cara de prenderle todas las noches una
vela a San Pete sin ningún resultado evidente. Aunque, la verdad, si yo fuera
San Pete también me haría el boludo. La primera disertante tenía un aspecto
como de Valeria Mazza en decadencia, lo que ya es mucho decir. Pero bué, a
escucharla, si una está en el baile, hay que bailar, dicen. Hasta que te saca
Quasimodo, te pisa los juanetes y lo mandás a la puta madre que lo parió, pero
ese, como siempre, es otro tema. La mina empezó a hablar con una sintaxis que
Calderón de la Barca envidiaría,
“Seducir, un arte; la actitud, lo primero”. Yo amagué levantarme, pero
mis dos amiguitas, que me habían sentado al medio, me pusieron un dedo índice
en cada hombro y me volvieron a mi lugar. “Hay que andar por la vida con paso
firme… (salto rana march)… con el mentón para arriba (la perita para arriba es
una invitación a la piña, nena, tenés menos calle que Venecia diría el Diego)…
hay que mostrarse divertida y simpática todo el tiempo… (ahora sí, la cuestión
es mostrarse, después en casa le saltás a la yugular con toda tranquilidad)… no
hay hombre que se resista a una sonrisa… (depende de cómo tengas los dientes,
mamita)… practiquen frente al espejo, pongan caras sexies, saquen boca, saquen
teta, saquen cola, entrecierren los ojos y siéntanse diosas (si yo hago todo
eso, aparte de tener una alta probabilidad de dislocarme el hombro o luxarme un
tobillo debido a mi falta de coordinación, cuando termino voy solita a
internarme a un psiquiátrico, del susto que me doy nomás)… y no dejen nunca de
jugar con el pelo, es un arma muy importante, a los hombres los vuelve locos…
(yo en este momento de abandono si quisiera podría jugar con la jungla de pelos
que me han crecido en las piernas y en las partes, diría mi abuela la pudorosa,
pero no creo que eso sea muy seductor)”. No escuché mucho más, la verdad. La
segunda mina que nos habló se llamaba Lupe y su característica era la sutileza
del lenguaje. “¿Alguna vez jugaron a ser putas? ¿Chuparon pijas vestidas de
enfermeras? ¿Cuáles son sus fantasías sexuales?” Una tal María Virginia, se
lanzó: “En medio de un extenso campo verde, de esos que se ven al costado de la
ruta, bajo la copa de un árbol, a media tarde, sintiendo la brisa que augura la
siesta que vendrá después de hacerlo.” Uy, cómo me calenté… De-ja-te-de-jo-der…
Si yo fuera hombre con sólo escucharla se me mete para adentro; nena, qué
hacemos con los jejenes. Levanté los brazos en una clara señal de estar
diciendo ‘ya está, cerrá el boliche y poné los fideos que estamos todos’, pero
Lupe me malinterpretó y pensó que quería contar mi experiencia. “Sí, te
escuchamos”, dijo. “No, no, no iba a decir nada.” “Dale, no tengas vergüenza,
¿cuál es la tuya?” “La qué mía”. “Tu fantasía sexual.” “Simple, coger.” “Ajá,
entiendo. ¿Y qué hacés para alcanzarla?” “Escucho charlas pedorras y me va para
el ojete”. “Bueno, a ver, chicas, yo estoy acá para ayudarlas, ustedes me
plantean sus problemas y yo les ofrezco una solución. Vamos, anímense.” Y las
chicas se soltaron. Mamita querida. Lupe no midió las consecuencias de sus
palabras. Las manos empezaron a levantarse y fue una catarata. “A mí me da
vergüenza admitirlo, pero no sé qué hacer con eeelll… con eeellll … coso,
cuando lo tengo en la mano es como que me molesta”. El-co-s-o. Mortal. “¿No
sabés qué hacer con el coso duro o con el coso blando, querida?” Lupe era
impresionante. “Es indistinto pero si está blando me resulta más complicado.”
“Bueno, ¿cómo es tu nombre, querida?” “Marita”. “Bueno, Marita, no es tan
difícil encenderlo”. Lo difícil debe de ser que se mantenga prendido enchufado
a ese aparato todo el tiempo, pensé. “No me quiere besar”. “Pasale una mentita,
Vero.” “Me bloqueo si no estoy depilada.” ¿En qué quedamos? ¿No había que jugar
con los pelos? “Ni loca lo hago con la luz prendida, ¿y si me ve los rollos?”
No me pude contener. “Pero, nena, si en ese momento algún pelotudo se detiene a
mirarte los rollos prendele una vela a Santa Lorena Bobbit.” “¡Muy bien,
querida! ¿Cómo te llamás?” “Emilia” “¡Esa es la actitud, Emilia! Hay que
desembarazarse de todos los prejuicios; chicas, hay que jugar; los rollos que
molestan más en la vida no son los que están en la panza, son los que están en
la cabeza.” Entre el rapto de filosofía feroz que sufrió Lupe y mi
intervención, se abrió el diálogo. O, mejor dicho, la caterva de palabras que
Lupe no pudo controlar. Y yo que hasta ese momento pensaba que tenía problemas.
“Yo debo ser frígida porque no acabo nunca.” “Pero cuando te masturbás,
¿acabás?” “¿Cuándo qué? Yo no hago esas cosas.” “Nena, estás en el horno.” “Ay,
a mí mi psicóloga me dijo que tengo que aprender a masturbarme pero ¿dónde
enseñan eso?” “El sexo se aprende con práctica, corazón, empezá mirándotela con
un espejito, reconocela.” “Además la masturbación es un derecho.” “Sí, señora,
por supuesto, es una soberanía.” “A mí mi marido no me da bola en todo el día y
después quiere que a la noche esté encendida.” “Y el mío que se me pasea en
bolas por el dormitorio porque cree que así me caliento, ni que fuera Johnny
Depp.” “Son todos iguales, se piensan que porque te tocan una teta te vas a
empapar.” “A vos por lo menos te tocan una teta, el mío es un turro, pum pum y
a los bifes, nunca una previa.” “A mí a veces me agarra de dormida, me da
vuelta y sácate; yo me dejo, viste, qué voy a andar discutiendo a las dos de la
mañana, si me tengo que levantar a las siete.” “Eso no es vida”. “Ay, yo muchas
veces le hago la muertita, así me deja de romper las pelotas y sigo durmiendo.”
“Porque una quiere ponerle onda, pero ¿por qué tiene que depender sólo de
nosotras?” “Eso, eso, son ellos los que tendrían que estar haciendo un curso.”
Lupe no las podía contener. “A ver, chicas, si ponemos un poco de orden porque
estamos tocando muchos temas juntos. De a una, por favor.” Del fondo del salón
surgió una vocecita. “Mi novio quiere que diga cosas porno y a mí no me sale,”
dijo una de pelito corto y vestidito verde con flores rosadas. “Te tenés que
liberar, querida, a ver, practicá conmigo, repetí ‘oh oh qué dura la tenés’.”
La chica repitió la frase feliz pero en tono Blancanieves. “No, no, no, así no,
con más énfasis. A ver, chicas, todas juntas repitan conmigo, ‘papito, la tenés
tan dura’.” “Papito, la tenés tan dura.” “No no no no… no estamos recitando a
García Lorca, chicas. Por favor, griten: ‘qué pito fuerte que tenés’; vamos,
anímense.” Pobre Lupe, desató demonios que no pudo dominar. Cada una empezó
gritando lo que se le ocurría y, poco a poco, nos convertimos en una especie de
Coro Kennedy Triple X Clase B. “Ay, oh, oh, me encanta, me encanta… Mmmm, cómo
me gusta lo que hacés… Cómo la movés,
corazón… Me encanta sentirte adentro… Ay, sí, sí, sí… Ese es mi machoooo…. Más
más más…” Nos envalentonamos, una se paró, la otra se tocó, la de atrás se
revolvía el pelo, la del costado se masajeaba las tetas y la de adelante se
cagaba de risa. “Chupame tooodaaaaa… Sarandeame, mareame, inundame… Rompeme
toda por favor…. Llevame a dar una vuelta en ese camioooón… Soy tu putaaaaaaa…
Rompeme el cuuuulo,” gritó una con pinta de haber salido a hacer los mandados a
la feria, como poseída por el espíritu de Francella, parada en la silla y
levantando los brazos ofrendándose a Santa Poronga. “Bueno, chicas, ya está,
creo que entendieron el punto, ya es la hora. A la salida les van a dar un
certificado y una invitación para mi próximo seminario ‘Quiero agregar
juguetitos y no sé cómo’,” dijo Lupe y se fue. Las chicas nos detuvimos, alguna
que otra se acomodó la ropa o el pelo, agarramos nuestras carteras, nos
saludamos como ladies y también nos fuimos. Las minas estamos del tomate. A
Dios gracias, decía mi abuela.
74. Rebelión en la
granja.
Hay un cierto
prejuicio positivo hacia el campo, ese lugar en el que resulta muy incómodo
caminar con tacos y andan dando vueltas animales que a mí sólo me despiertan el
apetito o me hacen pensar en carteras y zapatos. El campo te desintoxica. El
campo tiene otro aire. El campo te tranquiliza. El campo es básicamente verde,
está poblado de insectos indescriptibles y te aburre soberanamente, dejate de
joder. Además, el campo es creepy. Llega el atardecer, todos esos pájaros que
vuelan a esconderse, las vacas que mugen, las ranas que croan, los grillos que
vaya una a saber qué carajo de ruido hacen, todo se pone oscuro, no ves un
alma, el celular casi siempre se queda sin señal, no te podés tomar un taxi
para rajarte. Claustrofobia me da el campo a mí, eso es lo que me da. Igual el
concepto que peor me cae es el que santifica: “la gente de campo es buena”.
Pero por favor, si vos tenés todos los días la posibilidad de matar un ser
vivo, sea este chancho o gallina, el instinto de asesinar gente se te debe de
reducir bastante supongo. Y además convengamos en que tienen muy poca gente
alrededor para joder. Si yo ando sola por la calle tampoco toco bocina. Y después
también están los insoportables pelotudos que se ponen un par de alpargatas y
se convierten en Don Segundo Sombra ipso facto. Como el tilingo a gran escala
que tiene por marido mi amiga Luisiana, que alquiló una especie de chacra para
que la familia pase el verano porque, según sus palabras, “ir a la playa con
tantos chicos se te complica, Luisi”. Porque por supuesto que siendo un
ejecutivo de alta gama como es él, de esos que van exitosamente por la vida
disfrazando boludeces de propuestas, no puede abandonar su puesto de trabajo y
debe sacrificarse permaneciendo solito su alma en la ciudad de lunes a viernes,
pobrecito. Con toda la casita para él. Flor de mejor no digo qué porque
últimamente me andan rompiendo mucho las pelotas con que puteo demasiado. Y
Luisiana se sigue haciendo la boluda. Hasta que me llama por teléfono: “Como
este fin de semana no puede venir amenaza con mandarme a la madre para que no
me quede sola; si no me vienen a visitar me corto la yugular con una ortiga.”
Así que allá fuimos Vero y yo. Como es
la más negadora de las tres, cuando llegamos (con tierra metida hasta el más
recóndito lugar de mi organismo porque a mi batata querida se le rompió el aire
acondicionado) nos recibió con un: “Vieron, chicas, qué lindo lugar, no se lo
podían perder”. “Le estás dado duro al Rivotril, ¿no?” “Sí, Emilia, para qué te
voy a mentir, tengo a los chicos con síndrome de abstinencia de Facebook.”
“¿Los trajiste a un lugar donde no tenés computadora? ¿Pero vos estás loca?”,
casi gritó Vero, más preocupada por ella y por mí que por los pendejos. “Es que
la idea es que disfruten del aire libre.” “Pero, nena, con una buena conexión
podés sacar la compu al patio, lo tuyo es abuso.” “Los llevo todas las noches
al pueblo, hay un locutorio.” “¿Y hay alguna otra cosa interesante para ver en
el pueblo?”, intervine yo porque la discusión cibernética me estaba por hacer
sangrar el oído. “Hay un bar para tomar algo y creo que tarde a la noche se
hace baile.” “¿Tenés con quién dejar a los chicos?” “Están los caseros.”
“Perfecto”, concluí, “nos bañamos y vamos a conocer el famoso rancho ’e la
cambicha.” Un par de horas después nos sentamos en ‘Carlos Manuel’, el bar de
moda del pueblo. Mesas y sillas de algarrobo, más bien oscuro, paredes de
ladrillo a la vista minadas de cuadritos con fotos de revistas, pósters de
películas, tapas de vinilos, herraduras, llaves viejas y frases del estilo ‘Te
ofrezco un sueño, no me preguntes si es peligroso’. De fondo, música de lo más
variada, de Charly García a Montaner, de Soledad a Los Piojos sin solución de
continuidad, decían antes en la tele. La televisión, justamente, encendida, sin
volumen, en un canal de noticias. Tres tipos en tres mesas distintas mirando la
nada en la pantalla. En otra mesa, una pareja, o por lo menos un hombre y una
mujer que si bien estaban tomados de la mano, como casi no se hablaban, bien
podrían haber sido hermanos. Y en otra cuatro amigos. Menos onda que un
renglón. Cuando entramos nos sentimos Luciana Salazar en la doce de Boca. “Ni
en pedo me quedo acá,” dijo Vero, al borde de un ataque de asma por falta de
monóxido de carbono. “Dale, Vero, ya que estamos nos pedimos unas cervezas,
hace un calor de la hostia”. “Bueno, tampoco es que este ventilador que sopla
desde el techo te va a calmar mucho”. “Ponele un poco de onda, Vero, ¿qué
carajo te pasa?” “Me estoy por indisponer, en el medio del campo, ¿cómo querés
que esté?” “Ay, chicas”, intervino Luisiana, siempre cuelgue, “no saben cuánto
les agradezco que hayan venido, de verdad, yo sé que es un bajón.” Quién no se
hubiera enternecido. La ternura nos duró lo que un pedo en un canasto o, más
precisamente, hasta que el mozo, junto con la cerveza, nos entregó un celular.
Lo juro, el aparatito propiamente dicho, con una servilleta doblada en cuatro.
“Se los manda el caballero de aquella mesa”. Pelo corto, rubio, ojos claros,
pantalón beige pinzado, camisa a cuadros celeste y blanca, suéter de hilo gris
colgado al hombro y mocasines de gamuza marrón clarito, sin medias of course.
Sonrió. Socorro. ‘Les acabo de dar el celular, ahora ustedes me tienen que dar
el suyo’, rezaba el papelito. Sólo le faltó agregar tu ruta es mi ruta. No se
pudo contener y se acercó a cosechar el fruto de tamaña originalidad.
Pobrecito. “¡Hola!, ¿van a estar muchos días por acá estas preciosuras? A mis
amigos y mí nos encantaría llevarlas a conocer el pueblo.” “Por Dios,” dijo
Vero, “¿trajeron repelente?” Estaba hecha un encanto. “Pero qué mala, tampoco
hay necesidad de contestar así.” “¿Y vos qué carajo sabés cuáles son mis
necesidades?” “Por la cara que tenés, yo creo que las podría satisfacer.” Las
hormonas de Vero se liberaron. “Escuchame, pelotudo a cuerda, por qué no te
volvés a tu mesa y nos dejás de joder.” “Me parece que vos tendrías que hacer
un curso de buenos modales.” “Y a mí me parece que vos tendrías que hacer uno
para que te enseñen a meterte la lengua en el orto.” Creo que Tinelli hubiera
despertado menos atención que nosotras. “Agrandada, como toda porteña”. Nadie
se atreva a tocar a mi vieja. Fue tal la caterva de insultos superpuestos que
recibió de las tres el pobre tipo que creo que, literalmente, se asustó. El
mozo se nos acercó y, con la gentileza propia de un cardo, nos pidió que nos
fuéramos. “Como si nos pensáramos quedar en este lugar horripilante”, le aclaró
Luisiana, con una indignación copiada de una telenovela antigua de Verónica
Castro, “vamos chicas”. Y así salimos, Lady Máxima, Lady Di y Lady Gaga, de
vuelta a la paz del campo.
75. Atardecer de un fin
de semana agitado.
“No,
señoritas, se equivocaron, el baile se arma en el bar del loco, donde fueron
ustedes es donde van los chetos del pueblo”, nos aclaró el casero; tarde, muy
tarde. “No pienso ir a ningún otro lugar”, saltó Vero. Nosotras tampoco. Así
que nos quedamos ahí, comimos un buen asado, y al otro día, luego de distintas
experiencias cuasi religiosas con insectos varios, nos fuimos. El retorno fue
de lo más placentero, tardamos sólo cuatro horas para recorrer menos de cien
kilómetros. Ahora entiendo por qué los lunes anda todo el mundo relajado después
de haber pasado el fin de semana en las afueras de la ciudad. Cuando llego a
casa después de dejar a Vero en la suya, agotada, entro el auto al garage y,
como buena mina, sacudo la cartera para escuchar las llaves. Creo adivinar
donde están, meto mano y nada. Revuelvo, nada. Puteo en arameo, nada. Decido
volcar todo el contenido de la cartera sobre el asiento. Monedero y billetera.
Monedas y billetes sueltos. Un encendedor. Monedas que ya no sirven y que me
regaló un alumno porque sabe que me gustan. Un par de aros. No, un par no, dos
aros de dos pares distintos. Un paquete de pastillas abierto. Otro encendedor.
Un papelito con una dirección y un teléfono que no tengo la menor idea de quién
es, debe datar del año 2002. Otro papelito con la lista de cosas a comprar en
la farmacia-perfumería. Un cajita de chicles vacía. Sobrecitos de azúcar.
Brillo labial. Dos paquetes de pastillas abiertos más. Otro brillo labial. Un
blister de aspirinas. Entradas de cine del mes pasado. Pastillas sueltas. Un
anotador. Una lapicera. Tickets de la tarjeta de crédito. Mi carnet de vacunas
que le juré al médico que había perdido. Una boleta de impuestos para pagar y
otra ya paga. Un programa de cine (de otro día distinto del de las entradas).
La factura de un restaurante. La copia de un contrato de alquiler que un amigo
me pidió que le muestre a otro que es abogado. Un sobre vacío que en algún
momento debe de haber guardado algo que no recuerdo. Mi DNI. Cheques por clases
a cobrar. Toallitas. Tampones. El carnet del ACA. La tarjeta de una
inmobiliaria que no tengo la más puta idea de cómo llegó ahí. Volantes
callejeros varios. Dos brillos labiales más. Un paquete de pañuelos
descartables por la mitad, otro sin abrir y otro vacío. Curitas de distintos
tamaños. La propaganda de otro restaurante. La funda de un paraguas pequeño,
vaya una a saber dónde quedó el paraguas. Un cepillo plegable que no sirve ni
para peinar muñecas. Una pajita (me resisto a decir “sorbete”) que seguramente
me dieron en un kiosco y nunca usé. El ticket de la estación de servicio. Tres
paquetes de cigarrillos; uno empezado, otro por la mitad, otro vacío. La boleta
de una zapatería a la que llevé a arreglar unas sandalias en diciembre y otra
de la tintorería donde dejé un vestido la semana pasada. Celular. La boleta de
teléfono que le pagué a Mami. Finalmente aparecen las llaves. “Subo y lo
primero que hago es limpiar esta pocilga con manijas”, me juro espantada. Entro
a casa, saludo al gato, saco una cerveza de la heladera, me tiro en el sillón,
prendo la tele y un pucho. El gato se me acuesta al lado, dan Duro de matar.
Será mañana. Si el cielo puede esperar cómo no va a poder hacerlo una cartera.
76. Arroz con leche, me
quiero rajar.
Fin de semana
largo, tranquilo, es carnaval pero no hay a la vista ninguna perspectiva de que
vaya a apretar ningún pomo y tampoco me sumé a ninguna murga bastante tengo con
el corso a contramano que habita en mi cerebelo. Pienso leer, escribir, mirar
alguna película, tomar unos mates justos y necesarios con Vero y como mucho pasar
por la peluquería a saludar a Natalia. Y resistir los embates de Mami para que
vaya a comer con ella. Pero, y siempre hay un pero la puta madre carajo, llama
mi amiga Sandra, esa del secundario con la que me veía poco y con la que me veo
menos después del affair Fernando, e insiste en que tiene que tomar un café
conmigo. Que hace mucho que no nos vemos. Que quiero saber cómo estás. Que
tengo una noticia para darte. Pensé en sugerirle que llamara a Crónica para
enterarme por ese medio pero me miré en el espejo y repetí cien veces “Metete
en el quinto forro de ya sabemos donde todas las recriminaciones que tengas, es
Sandra, la conocés de chica, la mina hace lo que puede”. Que por supuesto no
fue llamarme cuando pasó lo que pasó, lo que pasó pasó diría la canción (entre
paréntesis cómo se te pegan aunque las detestes esas canciones de mierda que
pasan por la radio todo el tiempo, pero no te vayas de tema, Emilia, y la cosa
ya arranca mal cuando me empiezo a hablar a mí misma frente al espejo y no con
el gato, y me sigo yendo lo parió, no puedo parar es un sentimiento, basta
carajo). El tema es que Fernando es amigo íntimo de su novio, que no sé cómo se
llama porque ella todo el tiempo le dice ‘Bebu’. Qué mal que me cae cuando le
ponen apodos infantiles a tipos que hace rato tienen pelitos en sus partes
íntimas, diría mi abuela que era muy pudorosa y le daba vergüenza decir
pelotas. Llamalo Gordo, Flaco, Pelado, Tito, Pepe pero ¿Bebu? ¿Alito? Dejate de
joder. Ni hablar cuando empiezan con el Cuchi, Pipi, Pupi, Cuqui o Conchi.
Francamente desagradable. Total, y volviendo una vez más, que el encuentro fue
un tanto frío al principio y luego fue sumando temperatura pero no precisamente
por calidez. En todo caso por acidez estomacal. Saludo, semi abrazo y semi beso
de rigor. Que como andás. Que muy bien. Que ta ta ta. Que bla bla bla. Que
terminamos la pileta. Que qué suerte (menos mal que me lo contó, me interesó
tanto como saber que Misiones exporta mondongo a Polonia). Que nos compramos un
perro (en otro momento me explayaré sobre las diferencias entre los perros y
los gatos y sus respectivos dueños) Y Sandra hablaba y hablaba, no hay quién la
supere cuando se pone a hablar sin decir nada. Hasta que me canso. “Bueno, me
dijiste que tenías algo para contarme supongo que no sería lo del perro”.
“Mirá, antes que nada, quería pedirte disculpas porque no te llamé después de
lo que pasó.” “Todo bien, lo que pasó pasó dice la canción.” (y dale, la puta
madre, no me la puedo sacar de la cabeza) “No pero yo sé que estuve mal, pero…”
“Sí, Sandra, basta de peros, estuviste para la mierda, ok, disculpa aceptada,
está todo bien.” “Sí ya sé que está todo bien pero correspondía que me disculpara
con vos, sé cuándo tengo que hacerlo, no en vano hace doce años que hago
terapia.” Se nota que le hace bárbaro. Pero no me quiero ir de tema, again.
“Igual, yo sabía que me ibas a entender.” “Bueno, ¿qué tenías para contarme?” “Me
caso.”¡¿Por qué?!” Se me escapó, creo que a esta altura no hace falta aclarar
que no soy de las que creen que al final el chico besa a la chica y comen
perdices, y mucho menos este chico que tiene por costumbre regalar
electrodomésticos en los cumpleaños. “¿Cómo por qué, Emi? Es la lógica.” “¿La
lógica de quién?” “Bueno, cada uno hace lo que quiere.” Sí, por supuesto, y ya
todos sabemos que cuando una mujer quiere joderse, cagarse la vida y está
decidida a lograrlo, no hay nada ni nadie que la detenga. Hasta ese momento,
shockeada por la noticia, no había reparado en un pequeño detalle.
Disimuladamente pregunté si hacían fiesta. La respuesta era obvia, como obvio
era que todos sus amigos estaban invitados. Y todos es todos, con respectivas
parejas incluidas. Pensé en inventar una excusa del tipo ‘Ay, me vas a tener
que disculpar pero justo ese día me invitaron a la Fiesta Nacional del Gaucho
en General Madariaga’, cuando Sandra arrancó: “Para mí es muy importante que
vos estés, yo sé que es difícil, pero sos la única amiga que me queda de
aquella época”. En el fondo, soy un ser sensible. “Y además quiero pedirte
algo.” Salí del bar y me fui directo a lo de Vero. “Bueno, no deja de ser
una gran demostración de cariño”, me contestó cuando le conté que Sandra me
pidió que fuese su testigo de casamiento. “El testigo por parte de él es
Fernando”. “¿Pero esta mina estudió para pelotuda o es autodidacta?” Sabía que
mi amiga me iba a comprender. Aunque no me alcanzara. No podía sacarme esa
sensación de malestar, como si de golpe Mami hubiera decidido ponerse tetas. No
va, no me jodan. Hay cosas que no van. Que incomodan. Paren de hacerse los
modeernos, los superados, los liberales. Ahora todos son políticamente correctos
y, obviamente, super open mind (léase óupen maaaind). Por favor, si la nena de
dieciocho se pone de novia con tu compañero del secundario, que ya tiene
cincuenta y nueve, lo lógico es que lo quieras cagar a trompadas no que lo
invites a un asado. Que después lo termines aceptando es otra cosa. Pero
primero lo cagás a trompadas, como corresponde. Y entonces si te cruzás con el
tipo que te cagó el año porque te dejó porque embarazó a su ex, el manual de
buenas costumbres de este principio de siglo indica que debés poner tu mejor
sonrisa y desearles un buen parto. Yo le deseo que se vaya a la reputísima
concha que lo parió y que la mujer le meta los cuernos con el ginecólogo. Como
mínimo. “¿Y qué le dijiste?” “Que me disculpara pero que no.” Antes de aceptar
prefiero dedicarme al estudio de la literatura en la época védica por el resto
de mis días. Sé que no lo hace de mala mina, en definitiva se casa porque,
según sus propias y sí modernas palabras ‘no quiero que se me pase el tren’.
Pobre, no se da cuenta de que es el tren fantasma al que se subió. Pero igual
me rompe las pelotas. Aunque pensándolo bien, a lo mejor no me viene mal.
Verlo, digo. Por ahí hasta me doy cuenta de que de verdad ya está. Capaz que la
llamo y le digo que sí. Algo hay que hacer. “¿Me vas a acompañar a comprarme
ropa, Vero?” “Por supuesto, la vamos a llamar a Natalia, vamos a ir las tres y
vamos a comprar absolutamente todo lo necesario para que te mire y sufra, como
corresponde.” Esa es mi amiga. Por suerte.
77. Se viene el
estallido.
Siempre me
cayó para el orto el ‘me dijo que dijiste que yo había dicho que vos, etc.
etc’. El chusmerío me revuelve las tripas, no me interesa, me hace vomitar, no
quiero saber lo que la gente dice de mí, ni de vos, ni de nadie, me importa un
pito. Si tenés alguna duda vení agarrala que está dura dice la canción, uy me
fui a la mierda, lo que quiero decir es que si querés aclarar algo (para no
caer en la tentación de repetir lo anterior) vení y preguntame directamente a
mí, no hablés con el vecino, ni me vengas a dar consejos en base a lo que otro
piensa que tengo que hacer. Y si no querés, callate la boca, haceme el favor.
Hay gente para la que hacerse cargo de sus propias cuestiones es peligroso
entonces decide romperle las pelotas a los otros. Los trapitos se lavan en
casa, dice Mami, a quien nunca pensé citar como si fuera Marechal, pero bué acá
estamos, hablando de varios temas al mismo tiempo, para no perder la costumbre.
La cabeza se me va, se me va, me agota, no le puedo seguir el ritmo. El caso es
que los chismes son para quilombo, siempre. Suelen basarse en un mínimo detalle
que puede tener algo de verdad, detalle que se agranda ad infinitum, por lo
general con bastante mala leche. O para sacar rédito, o para quedar bien, o de
puro hijo de puta nomás. Total que no me interesa, no vale la pena engancharse.
Hasta que me venís a contar lo que el tipo que me rompió el corazón (cuando
quiero soy una poeta) y otras cosas más (se me fue la poesía al carajo) anda
desparramando por ahí. Y Sandra me llamó para contarme que había hablado con
Fernando, que está tan superado que da asco, y que le dijo que le parecía
genial que yo fuera la otra testigo (ge-nial, si realmente usó esa palabra es
para darle cicuta por endovenosa) y que por supuesto no tenía ningún problema
con ello. No sé, pensaría que yo no había aceptado porque me preocupaba su
comodidad. Hasta ahí todo bien. Pero hete aquí que Sandrita agrega “Y me contó
lo que había pasado entre ustedes, yo nunca supe.” “Ajá”, contesté haciéndome
la boluda, cosa que como todos saben a esta altura me cuesta poco. “Emilia,
¿ves que al final tendrías que suavizarte un poco? No te vendría mal.”
“¿Perdón? Sua-vi-zar-me. ¿Qué querés? ¿Qué me tome un litro de enjuague para
ropa todas las mañanas? No entiendo, Sandra. Aparte, ¿a qué viene esto?” “Y, él
me contó que tu carácter fue el que lo llevó a revalorizar la relación que
tenía con Sol.” No sé por qué, de golpe sentí como un deseo de comprar una
gillete y hacer carpaccio de bolas para la cena. Me conformé con tirarle un
chancletazo al gato, que anda caliente otra vez y grita como un degenerado. Hoy
lo llevo a la veterinaria para que lo operen y me deje de joder, alguna pelota
tengo que cortar y son las únicas que tengo a mano. “No me conoció vestida de
Mary Poppins, Sandra.” “Sí, pero…” Me dio el empujoncito que me faltaba. “No
empecés con los peros que me sacás loca. Pasemos de tema, cambié de opinión, lo
estuve pensando, voy a ser tu testigo.” “¡Gracias, Emi! No sabés la alegría que
me das”. “Por favor, San, la alegría es mía”. Me fuiii… me voy de vez en cuando
a algún lugaaaar… vaya una a saber dónde, pero ese es otro tema, como siempre.
78. Amores perros (o de
perros, o con perros o perros de mierda y la puta que los parió)
En algún
momento todas la hacemos. Es inevitable. Sobre todo si estás con amigas medio
al pedo tomando mate, comiendo alfajorcitos de maicena y pintándote las uñas al
mismo tiempo. Todo empezó porque Natalia contó que no sé en qué revista de esas
de mierda que tiene en la peluquería había leído un artículo, escrito
obviamente por un tipo, en el que decía que las mujeres tenemos mala memoria.
Según él, nos acordamos toda la vida de nuestro primer amante pero nos
olvidamos en seguida de los demás. “Pobre infeliz, no tiene idea”, dijo Vero
con la contundencia que la caracteriza. Así fue como terminamos haciendo la
famosa lista. Y la lista terminó en categorización. He aquí algunos de los
genotipos que hemos conocido. A saber: El
romántico empedernido: te regala muñequitos con cara de idiota, flores como
si estuvieras enferma y chocolates aireados. Te llama todo el tiempo, o te manda
mensajitos, o te pregunta por el chat ‘¿Qué estás haciendo, amorcito?’ cuando
hace tres minutos le dijiste que no te rompiera más las bolas que estás
trabajando. Le encanta caminar como un boludo bajo la lluvia y, a falta de
hogar, es capaz de querer acurrucarse al lado de las hornallas porque el fuego
es acogedor. Está convencido de que si te recita poemas de Vinicius de Moraes
en la cama, tendrás orgasmos múltiples. Cuando lo mandás a cagar, hace
pucherito y sufre. El exhibicionista:
anda en bolas por toda la casa, se rasca sin complejos y juega distraídamente
con su amigo colgante mientras habla con vos. Cuando estás mirando tu serie
favorita es capaz de pararse delante de la pantalla y mover las caderas, sin
entender por qué no te calentás. Según su criterio, cuando una pide un cuarto
kilo de peceto al carnicero, se moja. El
hincha de fútbol: el auténtico ‘si gana el equipo ganamos todos’, si pierde
no hay grúa que pueda levantar ese muerto. Tiene el escudo del club hasta en
los calzoncillos, que por lo general son tamaño extra large, no por la medida
de lo que importa sino porque es un flor de pelotudo. Suele terminar último
jugando todo el campeonato de local. No califica ni para jugar la promoción. El caballero: te abre las puertas, te
acomoda la silla, te pone el saco. Sólo quiere ayudarte, complacerte,
satisfacerte y tenerte entretenida y contenta hasta el hartazgo. Por lo
general, para cuando él quiere llegar a algún lado, o más precisamente al lugar
que una quiere que llegue, ya has leído las obras completas de Borges… y las de
Shakespeare. La típica bestia, estilo
camionero: fortachón, brazos como tenazas y dedos que mamma mía. Te lo
bancás todo el tiempo que te puedas bancar que se meta los dedos en la nariz,
eructe, se tire pedos y festeje. Si vas al baño después de él, cuando salís te
pregunta, ‘¿Sobreviviste?’ y larga la carcajada. El perdido como turco en la neblina: alguna vez escuchó hablar del
juego previo y en la desesperación por ponerlo en práctica te agarra la teta
como si fuera a hacerte una mamografía. El
progre bajas calorías: adora a Woody Allen (sobre todo al de Manhattan),
usa barba candado y anteojos, lee a Benedetti y a Galeano, ve todas las
películas de Lucrecia Martel y tiene un gato que se llama Che Fidel. Suele ser
cultor del pollo deshuesado, le gusta hablar largamente hasta de tus orgasmos
y, lo que es peor, capaz que mientras lo estás teniendo. Comparado con él, un
monje benedictino te asegura una joda loca. El
deportista: peor que los Testigos de Jehová, quiere convertirte a toda
costa. Tótem a la salud, toma yogurt descremado con cereales y bebidas
isotónicas de colores extraños, no fuma, no bebe, no vive. Si le gusta la
aventura y, por ende, lo mandás a encarar por Corrientes de contramano en moto
a las cuatro de la tarde, se enoja y, con suerte, se va, sintiendo lástima por
vos que no te pudo rescatar. Del recién separado, no hablamos, pero nos acordamos.
De él, de su madre, de su abuela, de su tía y de su chozna. “¿Y si lo
googleamos?”, dijo Nati. Para qué… Quedó la lista por la mitad.
79. La ventana
indiscreta.
Una sabe que
es una cagada, que no te va a hacer bien, etc. etc., pero no lo podés evitar.
Lo malo, lo prohibido, lo secreto tienta. Ya se ha dicho, todo lo que me gusta
es ilegal, es inmoral o engorda. Además, está ahí, tan a mano. Con poner un
nombre y apretar un botoncito te recibís de James Bond. Y hay gente que deja
todo tan servido, que te la hace tan fácil. Entonces te enterás de las
películas que vio, de los hobbies que tiene, de los deportes que practica, de
los cumpleaños en los que se puso en pedo, de sus amores, de todo lo que la
quieren sus amigas, de que le gusta el té de durazno y los calzones con
puntillas y de otros aspectos relevantes para la humanidad entera. Total, que
seguimos la sugerencia de Natalia y la buscamos. “Dale, abrí tu Facebook, por
el perfil de él la encontramos, ¿todavía lo tenés entre tus contactos, no?” “De
la agenda no lo borré, pero a Facebook no entro nunca, ni me acuerdo la clave.”
“Me estás jodiendo.” “No.” “Ay, Emilia, sos un aparato.” “Gracias, la próxima
vez que me deprima te llamo.” “No pero en serio, nena, te estás quedando
afuera.” “¿Y quién te dijo que quiero entrar, boluda?” “Bueno basta,” intervino
Vero, “lo buscamos por el mío, cortenlá.” “¿Y vos por qué lo tenés?”, casi me
enojo. “Porque me quedó de aquella época y nunca lo eliminé, mi amor, una nunca
sabe, hay que seguirle el rastro a la gente.” “A veces me das miedo, Vero,
estás un poquito de la gorra.” “Si no no sería tu amiga; además, gracias a que
estoy de la gorra, la vamos a encontrar, ¿o no querés?” Me guardé mis
prejuicios en el quinto forro de ya sabemos dónde. Por supuesto que el perfil
del globo aerostático es público, mirá si iba a privar a los pueblos del mundo
de que se enteren de lo dichosa que es. Ahí estaba, con cara y sonrisa de
felicidad. Cara de no me pierdo un solo programa de bricolage de Utilísima
Satelital. De mirá qué bien que me salió el bizcochuelo Exquisita. De voy a ser
la encargada de organizar todas las ferias del plato en el colegio. De yo
pienso que Arjona es un poeta. De acomodar los cd por orden alfabético y los
muebles según el feng shui. Tres mil quinientas fotos. De ella y su panza, de
él tocándole la panza, de él besándole la panza, de él acariciándole la panza,
de él pateándole la panza… no, esa me hubiera gustado pero no estaba. Nos
enteramos de que sus amigas la aman incondicionalmente y se lo tienen que
escribir a cada rato para que ella no lo olvide, de que ella ama a sus amigas
de la misma manera, de que la madre la ama, de que el verdulero la ama… un
asco, la verdad, casi vomito en ese mar de amor. No entiendo, juro que no
entiendo toda esta exposición pornográfica y cibernética de sentimientos que
está tan de moda últimamente, si yo quiero a alguien, lo quiero saludar para el
cumpleaños, o lo quiero mandar a la mierda o lo quiero escupir, lo hago en la
cara no en la computadora, pero qué sé yo, será como dice Natalia, me estaré
quedando afuera de algo. Aunque la verdad, si el anonimato me acecha, ojalá que
me alcance. Bueno, pero volviendo. Lo que escribe esta mina, por Dió: ‘Si
siembras vientos, cosecharás tempestades; pero si siembras brisas agradables,
cosecharás lloviznas reparadoras.’ “Neruda, un poroto, habría que hacer un
grupo para postularla para el Nobel.” ‘No tengo miedos, estás a mi lado.’ “Se
pensará que está casada con Rambo la pelotuda.” ‘La luz de tus ojos, ilumina mi
camino, conección con el mundo.’ “Ah, pero no terminó la primaria esta hija de
puta.”. ‘Quien espera desespera, quien desespera no alcanza por eso es bueno
esperar y no perder la esperanza.’ “Buena letra para zamba de los Tucu Tucu.”
‘Ay, no saben cómo patea. Soy re feliz’. “Pero prendele una vela a San
Montaner, pedazo de pelotuda, vos y el forro que tenés por marido, por qué no
se hacen una enema de querosén conjunta y cagan fuego los dos al mismo tiempo,
sería super romántico. Basta, chicas, si seguimos voy a sufrir un súbito ataque
de catalepsia.” “Ahora, disculpame Emi, pero para estar con una mina así él
tiene que tener una cuota de pelotudez muy por encima del promedio, si no no se
explica,” dijo Natalia. “Obvio,” contestó enfáticamente Vero, “una vez leí por
ahí algo así como que ‘los hombres se enamoran de las putas pero se casan con
las maestras jardineras’.” “¿Me estás llamando puta, forra?” “No, nena, vos me
entendés.” “Ah, porque si me llamabas maestra jardinera se pudría todo.
Cambiando de tema, tengo que ir a comprarme la ropa, ¿me acompañan?” Y allá
fuimos, a gastar plata en pilchas con amigas que, por suerte, no me escriben
que me aman en ningún lado, ¿qué más?
80. Un día para no
recordar.
Mañana
agotadora, clases y más clases, burros y más burros que se niegan a entender
que is se usa para he, she o it. Mami que llama al mediodía para decirme que la
vaya a ver porque tiene un sarpullido que le duele. “Mamá, los sarpullidos no
duelen, pican.” “¿Vos me vas a decir a mí lo que yo siento?” Para qué discutir.
“Tomate un ibuprofeno, mamá.” “Vos arreglás todo con una pastillita. Mejor la
llamo a Mecha.” Llamala y préndanse fuego las dos juntas, pienso pero ni se me
ocurre decirlo en voz alta. “Me parece una excelente idea. Después te llamo
para ver cómo te fue.” La computadora se
me queda sin batería, me olvidé el cable en casa, me puteo en fenicio y me voy
a hacer las fotocopias que necesito para las clases de la tarde. Cuando termino
ya no tengo tiempo de almorzar, me compro en un kiosco un sándwich de jamón y
queso con gusto a repollo de plástico, porque si eso era jamón, yo soy la
hermana gemela de Uma Thurman. Y yo odio el repollo, no tanto como la
remolacha, es verdad, podría haber sido peor. A media tarde me indispongo, las
hormonas suben, bajan, dan vueltas y de a poco me voy transformando en un
Teletubbie deforme. Entre clase y clase voy a una farmacia a comprarme un
calmante para caballos, camino rápido para no llegar tarde y, de golpe, bingo;
la hecatombre; desesperación; taquicardia…
se me rompe un taco. La única zapatería que queda cerca de donde estoy
vende adefesios que no usaría ni mi tía Dora recién operada de juanetes. Mi
religión no me permite comprarlos. Decido que mi día ha terminado y cancelo las
dos clases que me quedan. Camino descalza hasta el estacionamiento que está a
cuatro cuadras. A la altura de la cuadra número dos se larga un chaparrón que
ni Noé imaginó en sus peores pesadillas. Obvio que no tengo paraguas. Llego a
mi batata posmoderna casi arrastrándome, en patas, empapada, inflada, agotada,
los pelos chorreando hectolitros de agua, y el forro que atiende el garage me
mira y me dice: “Uy, ¿te mojaste?” “¿Vos estás haciendo un curso de boludo por
correspondencia o vas todos los días a un instituto?” Como se está quedando
pelado y a punto de hacerse hare krishna para disimularlo, no me contesta. Me
prendo un pucho, abro la ventanilla, arranco. Una puteada por aquí, otra por
allá, un bocinazo más acá, poco a poco me voy relajando. Todo para que un
reverendo mal parido que no sé de dónde mierda salió me arruine el único
momento de relax que tuve en todo el puto día. Yuta de mierda, con el cariño
que les tengo. Me pide los documentos, se los doy. “Tiene el registro vencido.”
“No puede ser.” “Sí, señora.” “No, señor.” “Sí, señora.” Me reprimo un ‘pues
entonces quién lo tiene’, los gorra no se caracterizan por su sentido del
humor. Y encima éste tiene razón. Se me pasó la fecha la puta madre. “Bueno,
dígame qué tengo que hacer, hágame la boleta, no sé.” “No, mire, le voy a tener
que retener el automóvil.” “Ni en pedo.” “Señora, usted no puede seguir
conduciendo.” “Pero vivo a dos cuadras.” “No importa, es lo que marca la ley.”
“Pero qué le cuesta, yo le juro que llego a mi casa y no saco más el auto y
mañana voy y hago el trámite.” “No se lo puedo permitir”. Pienso en contestarle
tantas cosas… Que la ley te retenga el ojete; que decile señora a la puta de tu
abuela, que parió a una upituda, que te tuvo a vos, cara de sorete ahumado; que
andate a la concha de tu madre y si sos huérfano alquilate la concha que más te
guste y no salgas más… Pero en ese momento me acuerdo de Uma. La primera
lagrimita ganadora sale sin mucho esfuerzo. Bajo del auto y en patas, lloro,
pataleo, grito, doy puñetazos de histérica contra el capot del auto y agudos
alaridos a moco tendido diciendo que mi marido me mata si llego a casa sin el
auto. Que tengo que llevar a mis cuatro hijos a la psicóloga porque los
pobrecitos están traumatizados porque la abuela los faja cada vez que se pone
en pedo que es todas las noches. Que si no me deja ir, mañana en los diarios va
a leer que ha habido otro caso de muerte de género. “¡Me va a quemar vivaaaaaaaaaaaaaaa!”, grito
mientras me le cuelgo del cuello y le lleno el uniforme de mocos. “Bueno, vaya,
señora, por favor.” Me subo, me seco las lágrimas, llego a casa. Tengo un
mensaje en el teléfono. “Hola, Emilia, soy Fernando; no te llamé al celular
porque sé que estás trabajando. Me parece que estaría bueno que habláramos
antes del casamiento. No te olvides que la ceremonia es la semana que viene.”
Es como ya dije alguna vez: todo, siempre puede ser peor.
81. Y que viva el amor.
Cuando estoy
aburrida me voy al diccionario. Sí, últimamente mi vida es un jolgorio, igual
es mejor que irse a la mierda, bueno no sé, eso habría que pensarlo, depende, y
ya me estoy yendo de tema para no perder la costumbre. Total que según el
libraco en cuestión, una ceremonia es un acto para dar culto a las cosas
divinas o reverencia y honor a las profanas. Ni divina ni reverencia ni honor
ni una garcha. Sí me gustaría profanar un par de culos a patadas, pero esa es
otra historia. Llegamos (estoy un poco de la gorra, es verdad, pero hablo en
plural porque Vero me hizo de acompañante terapéutico) y saludamos con toda la
alegría y civilidad que fuimos capaces de fingir. Y dos minutos después llegó
el muchacho, a quien nunca le contesté ninguno de sus llamados, para qué, de la
mano de la vaca Aurora. Felices, como recién salidos de un comercial de
dentífrico blanqueador. El pelotudo me saludó como si fuese la primera vez que
me veía y me presentó con un ‘la otra testigo, amiga de Sandra del colegio’.
Caramba, la señora no sabía nada, qué divertido. Pensé que no había podido
reprimir una sonrisa, pero en realidad largué una carcajada. La miré a Vero y
le dije, “Me parece que no me tendría que haber fumado un porro antes de venir,
me está empezando a pegar”. “Ahora es tarde”, me contestó mi amiga con la
sabiduría que la caracteriza. La puerta se abrió y nos invitaron a entrar.
“Pueden pasar si quieren.” “Y si no queremos, ponele, qué-pro-ble-ma, ¿no?”
“Emi, tratá, te lo pido por favor, aunque sea tratá.” “Imposible, Vero, mirá la
pinta de este pibe, a mí no me jode, si no empezó a leer a Osho le pega en el
palo, y el palo no lo mete en el otro hoyo hace rato”. “Emilia, tenemos que
entrar”. “Y entremos, qué le vamos a hacer, si no queda otra.” Nos sentaron
adelante, como corresponde. “Uuuu, primera fiiila, qué copaaado.” No podía
parar. El juez nos pidió los documentos. Ya todos saben lo que suelen ser mis
carteras, así que opté por la más fácil; me paré, vacié el contenido de la
misma sobre el escritorio y, entre cigarrillos, papeles, pastillas y tampones,
lo encontré. Vuelta a mi lugar. Vero dice que la gente me miraba, yo no me di
cuenta, por suerte, para ellos sobre todo, porque capaz que los mandaba a dar
una vuelta en pija y todo. Pasado ese momento, el señor empieza la ceremonia,
hace los chistes de rigor, esos que en otro momento me hubieran llevado a
reprimir la tentación de escupirlo pero que, dadas mis condiciones, festejaba a
las carcajadas. Lo aplaudía y todo. Cuando tuvimos que firmar, me di vuelta y
le dije a Vero, “Filmame, gorrrrda, es la primera vez que me piden un
autógrafo.” Cuando hubo finalizado el acto, todos nos volvimos a saludar y
todos volvieron a repetir las mismas pelotudeces que se dicen siempre en estos
casos. En ese momento veo que una de las yeguas amiga de la vaca, una de las
que había estado en aquella cena tan entretenida, se le acerca a la oreja a la
Holando. “Peligro de gol”, le digo a Vero. Fue terminar la frase y escuchar un
estridente y chillón “¡¿Queeeeeeé?!”, juro que fue lo más parecido a lo que me
imagino debe ser el famoso chancho al matadero (hoy estoy un tanto zoológica).
“Goooooooool,” grité yo, igual que si estuviera en la cancha. A todo esto,
pobre Sandra, ya no sabía qué mierda hacer con el ramito de jazmines que tenía
en la mano. “¿Por qué no me dijiste nada? Me tengo que enterar de esta manera”,
dijo la señora entre lloriqueos varios. Fernando trataba de consolarla y
confortarla para que se callara la boca. Pero para eso también era tarde. “¿Por
qué me tenés que hacer pasar por esto? Yo, que tengo tu hijo en mi vientre,
merezco más respeto, no tengo por qué pasar por esta humillación desmedida. Que
todos se rían de mí a mis espaldas.” “¿Hubieras preferido que se te rían en la
cara directamente, corazón?” Se me escapó. “Callate, roba hombres.” “Uy, a esta
le escribe los libretos Migré, mirá de quién me vengo a acordar, Vero, pobre
tipo, hace rato que es finado, yo no te robé nada, nena, dejate de joder, si
ahí lo tenés, digo yo, ¿a nadie se le ocurrió traer chocolates en vez de
arroz?” Se puso a llorar cual Andrea del Boca en sus mejores épocas y su amiga
le sostenía el paquete de carilinas. “¿Estás contenta con lo que lograste?”, me
dijo la estúpida. “¿Qué te metés, boluda a cuadrillé, si fuiste vos la que
abrió el pico.” “¡Basta!”, largó el alarido Sandra, “es mi casamiento, no voy a
permitir que me lo estropeen de esta manera, ¿y vos no vas a hacer nada para
detenerlas?”. “¿Y qué te la agarrás conmigo? Yo te dije que no la tenías que
poner de testigo”, le contestó su flamante esposo. “Es mi amiga, desubicado,
¡la única que me queda después de que me junté con vos!”. “Ya sabía yo que ésta
se hacía la mosquita muerta, mirá como le habla al nene apenas lo enganchó”, le
dijo la flamante suegra a su no tan flamante esposo. “Terminala con lo de nene,
mamá, pelotudo grande, ya era hora de que se casara”, saltó el flamante cuñado.
“Y usted no hable así de mi hija, señora, no se lo voy a permitir.” “Pero, por
favor, usted dice eso porque está contenta que se sacó el clavo de encima.”
“¡Mi hija no es ningún clavo, culo roto con arandela, de Villa Devoto tenía que
ser!” “¿Qué tenés en contra de mi barrio vos?” Tuvieron que intervenir varios de
los hombres presentes para que no se agarraran de las mechas. Y eso que la
intoxicada era yo. En el medio del quilombo, Vero, yo y mi sonrisa de Guasón
nos escurrimos y nos fuimos a la mierda. Y pensar que todavía queda la fiesta.
82. A falta de encaje
antiguo, pasame el arsénico (y, si podés, algo de vaselina).
Sandra me
llamó un par de días después del civil. “Quedate tranquila que está todo bien”,
me dijo. “Te cuento que yo muy nerviosa no estaba, Sandrita, pero me alegro.”
“Gracias, por suerte todo ha vuelto a la normalidad.” Siempre me llamó la
atención la capacidad que tienen algunas personas de ‘volver a la normalidad’.
No sé como hacen. Vaya una a saber qué carajo es la normalidad por otra parte.
Seguramente es ese lugar del que yo me salgo todo el tiempo y al que nunca sé
cómo volver. Total que Sandra me seguía hablando mientras mi cabeza andaba por
otros lados y escuchaba parte de lo que decía. Creo que me hablaba de los
preparativos de la fiesta, pobre, no se da cuenta de que a mí eso me interesa tanto
como enterarme de que Lita de Lazzari tiene diarrea. Qué fea que es esa vieja,
insoportable, ¿vivirá todavía?, me fui yo por las ramas sin ninguna sustancia
intoxicante de por medio porque la conversación de Sandra ya me hacía irme
demasiado. “Es que yo he disfrutado tanto del proceso, de este camino que hemos
recorrido juntos, que el resultado vino solo”, escucho de pronto que dice. No
la quise contradecir, para qué, ya puso el gancho. No paraba de contarme cuánto
gozaba eligiendo los arreglos florales para las mesas; son los momentos en los
que me encantaría sufrir un súbito ataque de sordera feroz y temporaria. “Vos
tendrías que aprender a relajarte un poco más, Emi. ” Qué se pensará esta
pelotuda, ¿qué yo no gozo de la vida porque no hice ningún curso? Piedad, me
dije, es una novia al borde del altar. Vaya una a saber también al borde de qué
estoy yo. Sólo contesté: “Bueno, San, tampoco es que no sea feliz porque me
falte preparación.” “¿Y por qué no lo sos, entonces?” Con una frase
medianamente ingeniosa cualquiera siente que es inteligente y que tiene un
master en psicología. “No sé, corazón, acá la protagonista sos vos, pasala
bomba, disfrutá de la elección de souvenirs, nos vemos el sábado.” Y si podés
andá a meterle el dedo en el culo a Freud, no le dije. Ni tampoco mencioné a
todos saben quién ni a su acompañante el hipopótamo con aires de diva mexicana.
Total que llegó el bendito sábado. Fui a lo de Natalia, me peinó y me maquilló,
listo espectacular, quedé hecha una diosa. “¿No querés que vaya a tu casa a
ayudarte a vestirte?” “Pero no, boluda, tampoco la pavada.” Error. Me olvidé de
que me había comprado un vestido diviiiino… pero con corset. Algo
específicamente prohibitivo para cualquier mina que viva sola con un gato. Me
dije, vas a poder Emilia, vamos... Quedé atrapada con los brazos hacia arriba,
prácticamente sin poder respirar, girando como condenada por la habitación y
gritando “no te rías, hijo de putaaaa”; al gato le gritaba, por supuesto. El
reverendo conchudo no subía ni bajaba; el vestido, por supuesto, no el gato.
Ciega y como pude, llegué hasta el living y me desplomé en el sillón. Cada
tanto movía los deditos para comprobar que aún tenía circulación. Y ahí quedé,
entubada. Tampoco iba a salir como loca a gritar por el pasillo. ‘Socorro,
auxiiiiilio, llamen a los bomberos’. Además no podía hacer absolutamente nada.
Estaba paralizada, quieta y muda. Qué paradoja, lo que vino a lograr un cacho
de tela. Listo, pensé, es el fin, muero sola y asfixiada por un puto corset. Me
imaginé la placa roja de Crónica y todo. Triste, muy triste. Y lo peor, sin
poder fumarme un último pucho. Y de pronto, el hada madrina. Suena el portero
eléctrico. Voy a los saltos, con el culo al aire, los brazos acalambrados,
exhausta y llego como puedo hasta el aparato. Lo descuelgo a los golpes, me
siento en el piso para estar a la altura del auricular y, con la nariz
totalmente aprisionada entre telas, pregunto: “¿Ién e?” “Soy yo, Emi, Vero.”
“Ajiste a jave?” “¿Qué?” “I ajiste a ave”. “Ay, Emilia, no me asustes, no te
entiendo nada, ¿qué te pasó?” “Encá, a uca mae que e paió”. “Emiliaaaa, entro”.
Tres minutos después abría la puerta de mi departamento a los gritos. “¿Dónde
estaaaaás? Menos mal que traje la llave… Emi, ¿qué hacés ahí?” La maldita
costumbre que tienen las personas de hacer preguntas estúpidas. “Omo no me pue
hace a venda fía me etoy enfiando el cuo con el mosaico”. “Ay, no te entiendo”.
“Auame a uta que e paió”. De a dos es más fácil. En un santiamén, decía mi tía,
estuve liberada y en otro Natalia estaba en casa con un arsenal de maquillaje
para arreglar el desastre en que me había convertido después de la lucha cuerpo
a cuerpo con el trapo. Las chicas solemos ser así (salvo alguna que otra yegua
mal parida), capaces de correr como locas porque a una amiga se le corrió el
rimel. Porque el rimel puede parecer una pelotudez pero, según las
circunstancias, puede llegar a convertirse en un asunto de estado. Y eso una
amiga lo entiende a la perfección. Y partí rumbo a la iglesia, divina otra vez,
y con el firme propósito de no volver sola porque, como me dijo un amigo hace
poco, ‘hay que estar preparado, siempre se sabe cómo arranca una noche pero
nunca cómo termina’. Además, alguien me iba a tener que ayudar con el vestido.
83. Una sola boda y
ningún funeral (aunque muertitos había unos cuántos)
Como siempre,
llegué tarde; suelo llegar tarde a muchos lados, sobre todo a las iglesias, en
realidad creo que es dios el que me llega tarde, no, como escuché alguna vez
por ahí, a mí dios me queda lejos; eso, ni tarde ni temprano, lejos. Pero
bueno, no me quiero ir de tema como siempre... Los curas me alteran el sistema
nervioso central, me entusiasman tanto como ser jurado del Festival
Latinoamericano de Documentales de la Industria Metalúrgica y Afines, sobre todo
si se quieren hacer los piolas, ‘cura piola’ la verdad me suena a oximoron, la
mierda que soy culta y si quiero puedo usar palabras difíciles; y bué, me
alteran tanto que no puedo parar de decir boludeces con sólo recordarlo. Total
que los novios ya estaban saludando, como corresponde, en el atrio. Voy
directamente hacia Sandra, que me lleva a un costado y me dice: “No sé cómo me
ves vos, pero yo me veo el ojo derecho un poco redondo, ¿qué opinás?” “Quedate
tranquila, los tenés los dos iguales”, le contesto como si me hubiera hecho la
pregunta más normal de la tierra. “Ah, bueno, menos mal, ¿te gustó la
ceremonia?” “Preciosa”. Beso de rigor con el novio y me alejo rápidamente
porque casi se me escapa un ‘lo siento mucho’. A veces me pasa, confundo las frases
que hay que decir en distintas circunstancias, entonces me apuro porque tampoco
es cuestión de llegar a un velorio y saludar a la viuda con un ‘te felicito’,
bueno en realidad depende del muertito, basta, Emilia, flaca, no te vayas,
flaca vení… y ya me estoy por ir a la mierda otra vez pero me contengo. Total
que de ahí huí raudamente a buscar mi batata cósmica, no fuera a ser que me
encajaran a alguna de las sobremaquilladas tías para llevar al salón. Me
esperaba el famoso cocktail de recepción, ese momento en que los malabaristas
del Cirque du Soleil te envidiarían por la capacidad que desarrollás para
sostener al mismo tiempo la cartera, el pucho, la servilleta, la copa y ese
bocadillo indefinible que vaya una a saber de qué es, atún o cerdo sabe igual,
al mismo tiempo que hacés equilibrio sobre los tacos, y reprimís la tentación
de mandar a la reputísima madre que la parió a la tía de tu amiga, porque
zafaste de llevarla en el auto pero no de que te pregunte “¿Y vos para cuándo?”
Peor estaba la suegra, aunque ella no se diera cuenta. La madre de Sandra tenía
razón, es bastante culo con arandela, vestida con todos los oropeles (¿qué
carajo me pasa hoy? O-ro-pe-les, Houston, tenemos muchos problemas), como
pretendiendo aparentar que la novia era Josefina Vergara Crotto de Quiroga y su
hijo Joaquín Edgardo Micheo Pennington. Le salió para el culo igual, porque el
vestido se lo había hecho la modista de Devoto, y la verdad la hija de puta
merecería estar del lado de adentro de la Villa. Verde loro, perlas, strasses y
brillos, le agregaba un par de plumas y la declaraban Monumento Nacional al
Loro Barranquero. Mucho spray y sombra a tono, of cors. El suegro, de riguroso
pingüino y toda la pinta de ponerle trabavolante al Fiat Duna cada vez que se
baja a comprar cigarrillos y de tomar mate con edulcorante, con eso te digo
todo. Mientras tanto, la pareja en cuestión, no la protagonista si no la en
cuestión para mí, estaba un tanto alejada. El chancho jabalí no paraba de
clavarme los ojos, menos mal que me había puesto el calzón rojo. Hice un leve
gesto con la cabeza, que él respondió con uno aún más leve, y la verdad, para
mi sorpresa, la cucaracha que me anda en esos momentos por el estómago no me
chifló, lo que me tranquilizó, porque si la cuca está calma, está todo bien. El
que se me acercó fue el hermano del novio. No sé qué le picó al niño. “¿Con
quién te tocó en la mesa?” “No tengo la menor idea.” “Si te aburrís te salvo.”
“¿Cuándo te recibiste de superhéroe vos?” “Ah, sos brava.” Me han dicho tantas
veces eso que ni me molesté en contestarle, para qué, permiso. La hago corta,
tres parejas que no conocía y una antigua vecina de Sandra del barrio de cuando
era chica que cuando me vio lo primero que dijo fue, “Ay, Emilia, estás igual,
no te reconocí.” No pienso entrar a analizar tamaña frase en este momento. Los
novios entraron con Soy feliz de Montaner, de ahí en más ya nada podía ser
peor, pensé yo. Equivocada, como de costumbre. Por un lado, nobleza obliga, la
comida era bastante rica, indescriptible eso sí, no tengo la más puta idea de
lo que comí, algo así como quiche de melón a la palta con salsa de limón sobre
finas lonjas de lomo. Pero por el otro, mamita, por el otro… La vecina no
paraba de repetir ‘¿te acordás cuando…?’, algo a lo que yo siempre respondía
‘no’ con la mejor sonrisa que podía fingir; la pareja que tenía al lado se
daban de comer en la boca todo el tiempo; vimos cuatrocientos treinta y tres
videos, de fotos románticas, de ellos juntos, de ellos por separado, de ellos
chiquitos, de ellos en situaciones ridículas, de él con cuatro años agarrándose
el pitulín en las playas de Mar del Plata y de ella con el culito al aire en la
bañadera, y todos invariablemente terminaban con alguna frase que nos ilustraba
sobre cómo ellos se aman, supongo que entre ellos y a sí mismos, los padres los
aman, los amigos los aman, todos aman a todos y a su prójimo como a sí mismos,
un asco de amor, bah, todo tan ‘cute’ y rosa que no sabía si dormir o vomitar;
y las tres minas casadas hablaban continua y superpuestamente de niñeras,
mucamas, pediatras, jardín de infantes; cuando llegaron al tema ‘la practicuna
y su funcionalidad’ pensé en simular un paro cardíaco y huir pero, y por suerte
siempre hay un pero, apareció el hermano en cuestión y me dijo al oído,
“¿Querés que te salve?” “Por favor… y no te agrandes.” Y bué, pensé, con que
sepa sacar un vestido con corset me alcanza...
84. El banquete de la
boda y sus consecuencias.
Detesto las
sorpresas, sobre todo cuando no me las espero. Ya sé, no va a faltar el boludo que
cuando lea esto piense, ‘ahí está La Emilia tratando de escribir una frase
original y pretenciosamente literaria’. Yo pensaría lo mismo, pero váyanse a
cagar, porque lo que por lo general me sucede es que de verdad me las veo
venir, lo que es un embole y toda una carga porque me veo obligada a hacerme la
sorprendida todo el tiempo o por lo menos cada vez que las circunstancias lo
ameritan, que es muchas veces aunque usted no lo crea, por ejemplo, cuando te
hacen un regalo de cumpleaños, sobre todo si te lo hace Mami que abona la
teoría del regalo necesario y siempre dice ‘no sé qué regalarte porque tenés de
todo’, vaya una a saber qué es lo que ella entiende por todo… me estoy
enredando en un quilombo del que no sé cómo voy a salir, aunque ya debería estar
acostumbrada, es sólo uno más de los tantos que pululan por mi existencia.
Total que, repito, las detesto. Por eso cuando lo vi haciéndose un café como si
fuese lo más natural del mundo pegué un grito todo lo chillón que los mil
cigarrillos que me había fumado la noche anterior me permitieron. “¡¿Qué hacés
acá, desubicado?!” Creo que a esta altura no es necesario aclarar que para mí
la paz no pertenece a las mañanas, no pertenece a ninguna parte del día la
verdad, pero a las mañanas, menos. O sea, el compuesto mañana+sorpresa es
devastador. Y si encima me hablan en diminutivo, la hecatombe es inevitable.
“No me vas a decir que no te acordás nada de lo de anoche, preciosa. ¿Tan
borrachita estabas?”, me contesta el pelotudo. Y sí, de todo me acordaba, por supuesto,
de los impresentables que me tocaron en la mesa; de los videos empalagosos,
impúdicos y empalagosos; del baile y de la cara de ganarse el Loto que tenía el
abuelo cuando lo saqué a bailar el tango; del infaltable carnaval carioca, con
los sombreros gigantes, la crema pegajosa y las cosas que hacen ruido, (entre
paréntesis, no entiendo a la gente que se los lleva a la casa, ¿qué carajo vas
a hacer con un collar de telgopor o un sombrero de goma eva? ¿Y los que se
llevan el centro de mesa? Cirujas, eso es lo que son); me acordaba también del
comportamiento de los amigos del novio en el carnaval carioca: asquerosos
tirapedos, transpirados, borrachos y saltando todo el tiempo juntos como una
manada de monos en celo; me acordaba de las cintitas (había dos tortas, una con
cintitas para las mujeres y otra con cintitas para los hombres, un detalle muy
posmo gordi), las ligas y el ramo que pensé que ya habían pasado de moda pero
no, ramo por el que ahora compiten no sólo las solteras que lo pretenden con devoción
si no también las liberales que conviven con sus parejas porque firmar un papel
es estúpido pero en el fondo están desesperadas por tener el anillo y también
acuden a él las separadas a las que por obra y gracia del espíritu santo les
creció nuevamente el himen y quieren volver a casarse cual doncellas. Por
supuesto que no faltaron las superadas que hacen como que no les importa y van
por obligación, yo prefiero aprovechar para ir al baño. A la pata de cordero no
llegué, demasiados daikiris, el vestido ya me apretaba, quería sacármelo y el
flamante cuñado se ofreció para la tarea, y acá nuevamente a él, el desubicado
que se anda paseando en calzoncillos por mi casa. Espectáculo desagradable como
pocos a la luz del día, cuando una se acaba de levantar, apenas puede abrir los
ojos y se dirige arrastrando los pies, rascándose la cabeza, y por qué no otras
partes del cuerpo con la completa y total impunidad que te da el vivir sola y
estar absolutamente segura de ello. “Me acuerdo perfectamente de todo, nene,
hasta de que lo último que te dije fue ‘en la mesa de la cocina están las
llaves, chau’. Repito, ¿qué hacés acá?” “Bueno, no te quise dejar solita,
preferí quedarme a cuidarte.” Y dale con el diminutivo… “No necesito que nadie
me cuide, bombón.” “Ay, che, después de la noche que pasamos, pensé que te ibas
a alegrar al verme”. “¿Pero vos sos boludo de nacimiento o estás haciendo un
curso on-line? Aparte, de qué noche me hablás, idiota, si lo tuyo fue más corto
que pito de chihuahua.” En el barrio cuando me ven pasar dicen ‘ahí va La
Emilia, la sutil’. “Había escuchado algunas cosas de vos pero pensé que no eran
ciertas.” “Lo que escuchaste de mí me importa tres porongas, querido, haceme el
favor, vestite y andate”. Porque era verdad, no me importaba. Porque lo mejor
de la noche fue darme cuenta de que lo que pensé que todavía me importaba, no
me importaba un carajo. Volver a empezar, diría Lerner. Por suerte, porque este
capítulo ya me tenía re podrida. Chan chan.
85. Volvió una noche,
sí lo esperaba.
Un día se
rajó. Para mí que en ese momento vio el quilombo de la hostia que se avecinaba
y prefirió evitárselo. Lloré, lo extrañé, apareció otro, lo reemplacé. La
relación con el nuevo no fue fácil al principio. Las comparaciones eran
inevitables. No me mordía la oreja como el otro, no me calentaba los pies en la
cama, prefería dormir cabeza con cabeza. Sin embargo, nos fuimos adaptando, en
el fondo tienen muchas cosas en común: a ninguno de los dos les molestan las
perchas que dejo colgadas en los picaportes, no me critican la media manzana
que dejo oxidándose en la heladera ni el medio limón eternamente seco, no les
jode que las puertas estén siempre entreabiertas, por el contrario, sobre todo
esto último les encanta. Por otra parte, los dos pueden llegar a comportarse
como psicóticos en el auto, les gusta acompañarme al baño e interrumpirme
cuando estoy leyendo o escribiendo. Casualidades de la vida tal vez, volvió
cuando yo estoy convencida de que todo terminó. No pienso averiguar dónde
carajo estuvo todo este tiempo, no me importa. Total, que me parece que Siamés,
Negro Atorrante y yo vamos a tener una convivencia envidiable.
86. Fumar es un placer,
sensual, embriagador… y no me rompan más las bolas.
Sabía que no
iba a ser un día fácil. En estos tiempos de corrección política a ultranza, de
tolerancia ilimitadamente hipócrita, de no poder decirle pelado a mi amigo por
miedo a que me denuncie porque él se considera una persona con capacidades
capilares diferentes; en estos tiempos, señores, yo fumo. Y era el día libre de
humo. Día en que los periódicos llenan páginas enteras con fotos a color de
pulmones podridos y en que muchas personas se convierten repentinamente en
policías de la salud, supongo que para evitar pensar en sus propias cagadas. A
ver, nadie va a dejar de fumar por ver fotos desagradables o porque le rompan
las pelotas. La verdad, los terroristas del pulmón blanco me tienen recontra
podrida, pertenecen al mismo genotipo de los que se indignan con los balleneros
japoneses pero le compran un caniche toy al nene de dos años para que juegue.
El otro día uno estos especímenes me dijo, “Te vas a morir”. “¿Y vos quién sos?
¿Highlander, boludo?”, le contesté. Te miran mal, te soplan y te bufan en la
cara, te hacen abanico con la mano, maleducados del orto. Harta de que estos
guardianes de bronquios ajenos, fanáticos, santos del oxígeno, me miren con
cara de ‘ahí va la portadora de metástasis’. “Por favor, me hace mal el humo,
¿podés tirarlo para el otro lado?”, me dijo una que eligió sentarse en el mismo
banco de la plaza que estaba yo fumando. “Y a mí me hace mal el aliento a vaca
podrida que tenés, ¿podés hablar para el otro lado?” Por suerte, se levantó y
se fue. Y en este día difícil, en el que una trata de que no se le salga la
cadena cada dos minutos, me pasó lo peor. Camino por la peatonal entre una
clase y otra y se me cruza uno de esos seres detestables, pintarrajeados,
mudos, inútiles convencidos de que hacen arte mientras juegan a un dígalo con
mímica berreta. Sí, me crucé un mimo. Pero eso no fue lo peor. El tipo se me
acerca, con esa sonrisa de ternero con fiebre que suelen tener, se me para
adelante, no me deja caminar, me saca el cigarrillo que tengo en la mano, pone
una flor pedorra en su lugar y luego con las dos manos forma un corazón y hace
como que me lo entrega. Lo emboqué. Punto. Acto seguido, me le trepo a cococho,
agarrándome de sus rulos y al grito de “Devolveme el pucho, hijo de puta” no
paro de darle piñas en la espalda. Un policía que andaba por el lugar,
gentilmente me bajó tironeando de mi campera. ¿Y qué hace el pelotudito? Baja
las comisuras de los labios y con el puñito de la mano se frota el rabillo del
ojo como secándose las lágrimas. Entre cuatro me tuvieron que agarrar. Y el
pibe mientras tanto se escondió detrás de una gorda (perdón, de una señora con
adiposidades acumuladas) desubicada que me dice, “Él sólo quiere cuidar tu
salud”. “Que se cuide el culo, porque si me lo vuelvo a cruzar se lo reviento a
patadas”. Y ahí nomás, abrí la cartera, me prendí otro cigarrillo, me acerqué,
le tiré el humo en la cara, y me fui. Abrase visto, pss. Hace un tiempo, un
morocho brazos de camionero, de esos que te critican a la cara y te adulan a
las espaldas, me miró y me dijo “soy negro, de Boca y peronista, ¿y qué?”
Parafraseándolo digo, me gusta fumar, me gustan las corridas de toros, no me
cuelgo una chinchilla del cogote porque no me da la plata para comprarla,
detesto a los mimos, las estatuas vivientes me parecen pelotudas, ¿y qué? Hoy
es correcto no fumar, y a mí lo correcto, y los correctos, me tiene los huevos
al plato. ¿Querés aire limpio? Andate a vivir a la montaña y de paso llevate a
la concha de tu hermana para que te haga compañía. Lo que mata no es la humedad
ni el cigarrillo, es vivir; y vivir, ya lo dijo un poeta, sólo cuesta vida.
87. Tarde de perros (y
mañanas y noches y días enteros)
Resfrío.
Trabajo. Recaída. Demasiados días adentro, demasiada energía contenida, como
para que el mundo me reciba de esta manera. Bah, no fue el mundo, pero fue
suficiente. Resulta que me encuentro a la esposa del portero, vieja chusma
delincuente, y me dice, “Ya estás mejor, Emilia, qué suerte, hacía varios días
que no te veía.” “Sí,” contesto yo con la locuacidad que me caracteriza. “Y
bué, hay que ver el lado positivo de las cosas, pudiste descansar.” Listo ya me
cagó el día. El-la-do-po-si-ti-vo-de-las-cosas, ¿qué dice esta mina?, si hasta
mi sangre es rh negativo. Si hay algo que detesto son los distraídos
repetidores de frases vacías, abribocas abombados, filósofos de pacotilla que
con tres o cuatro palabras desteñidas pretenden demostrarte lo buenos que son
cuando lo único que hacen es demostrar que tienen la capacidad de reflexión de
un protozoo. A ver, por ejemplo, ‘Hay que ver el vaso medio lleno’, pero mirá,
babieca con Master en satisfacción, lleno tenés vos el culo con todos los
proyectos con los que no te animaste a terminar de llenar ese vaso, merecerías
que te proclamen Rey de la Fiesta Nacional del Salame. ‘Donde hubo fuego
cenizas quedan’, vocifera a los cuatro vientos una boluda inefable cuya vida es
tan aburrida que si le llegás a pedir que te cuente un secreto te dice que de
vez en cuando se toma un laxante. ¿Qué carajo querés hacer con las cenizas,
idiota? ¿Recibirte de ave fénix? Estos repetidores, imbéciles convencidos de
que el justo medio existe, tienen menos crecimiento que un enano; no fuman, no
beben, y cuando lo hacen la culpa los lleva a ir caminando a prenderle una vela
a la Virgen de Yaciretá Aapipé. ‘La felicidad se encuentra en las pequeñas
cosas.’ Entonces vení que te doy una pequeña patada en el medio de tu reverendo
traste y hacémela conocer. ‘El dinero no trae la felicidad’, dice una forra de
cuarenta años, vestida como adolescente y escuchando Radio Disney, mientras se
baja de su camioneta cuatro por cuatro a la que le polarizó los vidrios para
que no la jodan los pibes que piden en la calle. Y no quiero entrar demasiado
en los que tienen un tufillo religioso para que no se me ofenda nadie. Bué,
oféndanse y vayánse a cagar. ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’. Pero dejate de
joder, yo no sé si me amo a mí misma, mirá si voy a andar perdiendo el tiempo
amando al inservible de mi vecino, que sacó un crédito para pagar la fiesta de
quince de la nena, crédito que va a terminar de pagar cuando él cumpla noventa,
con suerte. ‘Hay que dar hasta que duela’, otra. Claro, así te convertís en una
bola de resentimientos inabarcable. Lo que pasa es que es mucha la gente que se
mata por aclarar que es buena, solidaria y feliz. Manga de hipócritas
malparidos, coleccionistas de figuritas de superhéroes que no se atreven ni una
vez en su vida a pisar siquiera un poquito la línea amarilla; capaces de dar
clase sobre la Ilíada cuando todo lo que saben de mitología griega lo
aprendieron escuchando a Dolina en la radio. Seres que trabajan en
fotocopiadoras del orto y aceptan acompañar al amor de sus vidas adonde sea
para después echárselo en cara, o deprimirse, como si fueran lo suficientemente
inteligentes para alcanzar ese estado. Después la jodida maleducada soy yo
porque puteo… Qué bárbaro, me parece que la efedrina que me tomé para curarme
la gripe me cayó para la mierda.
88. Fiebre de sábado
por la noche (y calentura de domingo por la mañana)
Todo el mundo
sabe… que el sur también existe… uy, empecé yéndome a la mierda, todo mal,
empecemos de vuelta… Ya sabe todo el mundo que no soy muy afecta a las
reuniones sociales en las cuales participen más de tres o cuatro personas,
siendo éstas mis amigas y yo, cuando me soporto, porque si estoy en uno de esos
días en que me aburro de mí misma y me agoto, ni siquiera ésas me gustan. Si
encima, en dichas tertulias te obligan a presenciar el bochornoso espectáculo
de ver a un boludo grande soplando una velita y a un montón de otros boludos
alrededor cantando el apio verde tuyú, el páncreas te explota. Pero total que
una no quiere despreciar las invitaciones de los alumnos y allá fuimos (yo y
todas mis personalidades) a intercambiar conversaciones innecesarias con nuevos
personajes ya vistos muchas veces. Pero, siempre cada tanto aparece un pero… Y
este pero era un morocho de ojos verdes que no paró ni un segundo de decir todo
lo correcto. Como me gusta a mí. Sin vueltas. Sin necesidad de hacerse el
gracioso. Yo no soy de las minas que cuando le preguntan qué espera de un
hombre contesta ‘que me haga reír’. Para eso lo miro a Capusotto. Por ejemplo:
“Me voy”, digo yo. “¿Estás en auto?”, contesta él. “No.” “¿Y para dónde vas?”
“Para allá.” “Qué casualidad, yo voy para el mismo lado. Te llevo.” Una
maravilla. Una joya de minimalismo dialéctico. Me llevó, por supuesto, a su
casa. Qué noche, Teté. Tan Teté, y pe pé pe pé pe pé, que me quedé a dormir.
Pero, siempre cada tanto aparece un pero… Y este pero era un cochecito de
juguete que el susodicho pisó cuando galantemente se levantó a preparar el
desayuno. Desde la época que veía a Los Tres Chiflados que una caída no me
hacía reír tanto. “¿De qué te reís? Ayudame a levantarme, nena, creo que me
torcí un tobillo.” El tonito, de movida, me cortó la carcajada. Y el ‘nena’, la
verdad, me cayó para el orto. “Nena no, nene debe ser el dueño del cochecito,
¿no?”, le contesté. “Sí, pero hasta la noche no llegan, se fueron el fin de
semana al country. ¿Qué me mirás así? ¿Me vas a decir que te importa? Dale,
traeme hielo de la cocina que si se me hincha mucho no voy a poder jugar al
tenis a la tarde.” Y entonces, como yo no iba, a la luz del día, no paró de
decir todo lo incorrecto. Me vestí y me fui, pensando en los cuernos y en sus
distintos formatos y colores. En principio, es total y absolutamente diferente
descubrir que el imbécil del marido de tu amiga se curtió a la vecina a que tu
hermana de la vida se decida a tener una alegría ya que el inútil le da tan
pocas. Ya sé, ya sé, los que me pidan objetividad se pueden ir al carajo. No es
lo mismo. Ya lo dijo Alejandro Sanz. O Sáenz, como le dice Mami, que tiene la
costumbre de cambiarle los nombres a las cosas. Para ella, Messi es Mechi; y no
come sushi sino suchi, y no la vayas a corregir porque entrás en una discusión
sin principio ni final, como siempre. Pero no me quiero distraer, y mucho menos
con Mami, justo en este tema. Volviendo, hay distintos tipos de cornamenta. Por
ejemplo, está el vengativo, el típico ‘me cagaste, te cago’, que tiene gran
aceptación entre las mujeres. Por otra parte, alto ranking entre los hombres
tiene el recreativo, un rápido para aliviar el stress y acá no ha pasado nada.
Con el ex no puede ser considerado técnicamente un cuerno; ya anduvo en otro
momento por acá, tiene una butaca a su nombre y es socio vitalicio. También
existe lo que podríamos llamar el agradecido, han laburado tanto que se lo
merecen. Una conocida, soltera con afición a casados, solía decir que ella lo
hacía por solidaridad con la mujer: el tipo trabaja tanto que una tiene que
colaborar para que su matrimonio siga funcionando, él vuelve feliz a la casa y
la mujer agradecida. Demasiado rebuscado para mi gusto. El recetado es el que
te tranquiliza más que el Prozac, y es más sano. Y seamos sinceros, hay muchos
motivos por los cuales a veces un buen cuerno es justo y necesario, hay
personas que tienen el derecho a una alegría y otras que se compraron todos los
números del gordo de navidad de las guampas. A saber: para un baile de
disfraces tu pareja se viste de empanada; después de diez años de casados, te
propone renovar los votos a la orilla del mar bajo el rito Zulú; para salir de
la monotonía deciden ir a un telo y lo primero que hace es prender la tele y
sintonizar un canal de noticias, de deportes o un programa de bricolage; de
repente empieza a usar frases como ‘a papá mono con bananas verdes’; aún
después de haberle dicho muchas veces que te molesta se sigue acomodando la
bombacha o los huevos en público; después de estar un mes en España por trabajo
vuelve diciendo coño, pitillo y chaval; para tu cumpleaños te regala un
botellón de leche con manchitas de vaca; para demostrarte que todavía se
calienta con vos te manda una canasta de preservativos a la oficina; cuando le
planteás que tienen que buscar actividades en común te invita a cantar en el
coro Kennedy; se gastó la plata de las vacaciones en la colección completa de
la revista Anteojito que la mamá le compraba cuando era niño; se hizo adicto a
la meditación y hace cuatro años que entona diariamente ‘nam-myoho-renge-kyo’;
para celebrar el aniversario te invita el fin de semana a la Fiesta Nacional
del Té en Campo Viera, Misiones; su culo hace rato dejó de sorprenderte. En
resumen, cornelio, cornicheli, cornudo, corniche, vikingo o venado; llamalo
como quieras… la verdad es que nadie muere mocho en esta tierra, no se hagan
los boludos ni las virgencitas.
89. Rutas argentinas
hasta el fin (y hasta la reputísima madre que lo parió carajo también)
El coágulo
cerebral avanza silenciosamente. El trapo rejilla te atrapa como una telaraña.
El útero de mamá te llama sin cesar. De golpe, de manera indefinible,
intangible, indescriptible, te arrastra, te arrastra y… fuiste, todo eso fuiste
pero perdiste. Se te transforma la cara y tenés todo el tiempo la misma sonrisa
de idiota que la mina que conduce el programa “Cómo fabricar velas y jabones en
casa”, como si tu máxima aspiración en la vida fuera que no se te queme el
cheesecake. Tus amigas te preguntan ‘¿Qué te pasa?’; y vos, con tu mejor voz de
pelotuda a cuerda, respondés, ‘Nada’, porque es verdad, eso es precisamente lo
que te pasa. Nada. Absolutamente nada. Se te da por cocinar pan o hacer
mermelada de frutilla. Capaz que hasta plantás perejil o hierbas en una maceta.
Cambiás los muebles de lugar. Comprás repollitos de Bruselas que, por supuesto,
se terminan pudriendo en la heladera. Y la culpa avanza casi al mismo ritmo que
tus pelos sin depilar. Hay minas que no han podido parar y hasta se llevaron a
la madre a vivir con ellas o le contaron secretos a la cuñada. La luz roja se enciende
indefectiblemente cuando prendés la radio y dejás la estación en la que están
pasando a Arjona y, casi sin querer, cantás la canción. Te das cuenta de que
hace días que no hacés la cama, que la bombacha colgada en la ducha está reseca
y hace como cuarenta y ocho horas que no te bañás, que el jabón chorrea en la
pileta, que hace mucho tiempo que no le ponés la tapa al dentífrico, que en la
heladera sólo tenés huevos rotos guardados en pocillos de café, un tupper con
fideos con hongos y otro con restos de huesos de pollo. Entonces, se te
empiezan a ocurrir cosas que jamás pensarías en una situación normal. Como a
Vero. Que se le metió en la cabeza que la ciudad la ahoga, que necesita pasar
unos días afuera, preferiblemente en las sierras y que por favor la acompañe
porque el cambio de aire le iba a hacer bien. Casi le propongo que alquiláramos
un tubo de oxígeno pero me pareció que lo mejor era acompañarla. Ése es el
problema de no saber qué hacer en estas situaciones, una empieza a hacer
boludeces. Pero para qué estamos las amigas sino para hacer boludeces juntas.
90. A subir la colina
(que espero que no sea de la vida porque no sé dónde mierda duerme la realidad)
Armé la valija
con lo que supuse podría llegar a necesitar en las sierras (luego me daría
cuenta de que no tengo la más puta idea de lo que se necesita en las sierras,
pero ese es otro tema) y la pasé a buscar todo lo temprano que mi organismo me
lo permite. A las once de la mañana le toqué el timbre y salimos onda Thelma y
Louise por las rutas argentinas. No encontramos un Brad Pitt ni por putas y por
suerte un precipicio tampoco. Digo por suerte porque a la vaca número cuatro
mil que vi el impulso suicida comenzó a apoderarse de mí. Pero me controlé, y
llegamos sanas y salvas a ese maravilloso lugar donde pasaríamos un par de
infinitos días rodeadas de un aire puro que yo sabía desde un principio me iba
a pudrir los pulmones y, lo que es peor, el cerebro. Entrar en el cuarto del
hotel y en estado de pánico fue una sola cosa. No había frigobar y la
televisión 14 pulgadas Grundig modelo 84 me devolvía diez canales: el del
campo, el de la virgen santísima, dos de dibujitos animados, uno de deportes,
el del rey de la soja, el del rosario nuestro de cada día, uno de películas
dobladas de mierda que se veía para el orto, uno de documentales de animales y
el de noticias del pueblo (muy importante por cierto el debate que se generó
sobre el uso de los fondos públicos porque a María se le ocurrió llamar a los
bomberos para que le bajaran la lora que se le había escapado a la punta de un
eucaliptos, juro que es verdad). “¿Qué hacemos acá, Vero?” “Ahora bajamos,
caminamos, respiramos aire puro y tratamos de encontrarnos con nosotras
mismas”, me contestó mi amiga, definitivamente poseída por un alien. Y eso
hicimos, pero antes de salir a disfrutar de las delicias paradisíacas del
lugar, Vero le preguntó al encargado del hotel qué lugares podíamos visitar.
“Yyyyy… tienen el Cerro del Mate, el del Cristo y el de la reserva natural.”
“¿Y qué los caracteriza a cada uno?”, preguntó mi amiga sorprendiéndome un poco
más a cada momento. “Yyyyy… el Cerro del Mate tiene una piedra en forma de mate
en la punta, el del Cristo, una cruz y el de la reserva natural, animales”,
contestó el señor con una lógica aristotélica irrefutable. “¡Qué lindo! ¿Vamos,
Emi?” “Esperá que le quiero preguntar algo yo… ¿Tiene wi-fi el hotel?” “No,
señorita, pero acá a dos cuadras hay un locutorio.” “Ok, vos andá arrancando,
Vero, que yo ya te alcanzo.” “Dale, Emi, aprovechá el lugar y desconectate,
aparte tenemos que ir en el auto.” El cerro era, obviamente, un cascote muy
grande con muchos yuyos. “Bueno, ya lo vimos, ¿vamos yendo?” “No, Emi, subamos
a ver la piedra.” “Pero mirá todas las piedras que tenés acá, ¿para qué querés
ver otra más?” Había como una escalera, hecha de piedras por supuesto.
Trescientos veintidós escalones. Todo para llegar a la punta del cerro y ver
una piedra que, efectivamente, tenía forma de porongo y la reputísima madre que
los recontramil parió a los guaraníes, pensé pero no le dije a mi amiga que
parecía como emocionada. “Digo yo”, le dije mientras me prendía un pucho para
recuperar el aire, “ya que llegamos hasta acá, ¿no vamos a hablar de lo que te
pasa?” “Ay, Emi, si a mí no me pasa nada, miro el paisaje nada más.” Duro, muy
duro. Porque, como todos los que me conocen a esta altura del partido ya lo saben,
si hay algo en este mundo con lo que sueño permanentemente es trepar a un cerro
que tenga una cruz en la punta. Sobre todo si ese cerro está atravesado por una
cascada y hay que llegar a esa puta cruz trepándose por piedras húmedas. Mis
zapatillas negras, de lona, empapadas, el culo lleno de barro, cagada de frío,
y mi amiga sonriente como si estuviéramos recorriendo la Quinta Avenida. Pero
aunque usted no lo crea, y esto ni Ripley lo hubiera imaginado, todavía nos
quedaba por recorrer el de la reserva natural. A la mañana el mate y la cruz, a
la tarde los bichos… un programón. Tres kilómetros de sendero entre yuyos secos
y, por supuesto, piedras. Encima y como si esto fuera poco y a modo de oferta
para el bolsillo de la dama y la cartera del caballero (los tiempos cambian, sí
ya sé me estoy yendo a la mierda)… retomo, por el medio del cerro viene
cantando una vieja y en el suspiro decía, cantaba mi abuelo y me estoy yendo al
carajo otra vez pero es que recordar tamaña experiencia me provoca daño al cerebelo;
vuelvo a retomar, venía cantando no una vieja, y tampoco cantando a decir
verdad, una mina de más o menos nuestra edad, sola. Con una pinta de robar
posavasos de los bares y coleccionarlos que daba miedo. Venía y nos alcanzó.
“Hola, chicas, ¿cómo están? ¿No es maravilloso este lugar?” Me tuve que
reprimir, no me quedó otra. Total que se nos unió en tal edificante paseo. El
hambre y las ganas de comer, el roto y el descosido, la biblia y el calefón,
Rambito y Rambón; eso eran mis dos acompañantes. Tuve que soportar tamaña
catarata de pelotudeces que casi me sangran los tímpanos. Que qué lindo lugar,
que qué paz, que qué tranquilidad, nada que ver con la ciudad, que hay que
volver a la vida natural. Parecían un comercial de agua mineral las hijas de puta.
“El silencio de las sierras me ayuda a descubrir el espacio existente entre un
pensamiento y otro, permanecer y ahondar en él. ¿A vos no te pasa lo mismo?”
“Totalmente”. Y entonces por qué mierda no se callan la boca, no dije otra vez,
pero no sabía cuánto tiempo más iba a poder retener mis palabras en la laringe.
Cada determinada cantidad de pasos me miraban como esperando que las
aplaudiera. Sólo dije: “No doy más, Vero, ¿por qué no volvemos?” “Vamos,
querida, nunca te rindas, todo es posible.” Sí, también es posible que en
cualquier momento me dé un ataque, me metamorfosee en el Boxitracio y te cague
a trompadas. “Evidentemente, no estás aprovechando el lugar, Emilia,” insistió
el proyecto de Osho femenino con una confianza que no recordaba haberle dado,
“yo, por ejemplo, vine hasta acá porque necesitaba una limpieza profunda, ¿y
ustedes?” Demasiado. Tanto va el cántaro a la fuente… “Y, digo yo ¿no?, con
todo respeto, si lo que necesitás es una limpieza profunda, ¿por qué no te
lavás la argolla con lavandina? ¿O, si te da impresión y tenés miedo de
quemarte, con alcohol en gel?” “¡Emilia!”, saltó Verónica como si nunca me
hubiera escuchado putear. “Emilia las pelotas de Matusalén, Vero, ¿qué carajo
estamos haciendo, en una reserva natural, me querés decir? En una sierra
rodeadas de piedras y de yuyos, si nosotras hablamos de yuyos nada más que para
mandar a cagar a alguien. El té de yuyos nos saca úlcera, nosotras tomamos café
y bien fuerte, nada de cortados y mucho menos de mariconear con lágrimas.” “Pero
son lindos los animalitos.” “Pero ¿qué te pensás? ¿que estamos haciendo un
safari en Mozambique? La puta madre carajo, si lo único que vimos fue un burro
del orto. Por nuestra amistad y nuestros ancestros te lo pido Vero, tengo barro
incrustado en lo más recóndito de mi ser, reaccionaaaaaaaaaaaá. No estás sola
por no tener un tipo al lado y definitivamente no lo vas a encontrar entre
estos yuyos de mierda, mamá no tenía razón, la familia Ingalls es como dios o
los orgasmos múltiples, no-e-xis-te. Nos tragamos el librito enterito y no
paramos de vomitarlo en cómodas cuotas porque nos hizo mierda el estómago. No
importan cómo te miren las otras minas, otras amigas, compañeras de oficina o
esas vecinas de mierda que tenés, todas con cara de haber estudiado en el
Sagrado Corazón de la Esposas Esclavas de la Sagrada Cuchufla, preocupadas
porque no se les queme el cheesecake que tienen que llevar a la feria del plato
del orto que organizan una vez por mes, no estás incompleta porque no te
llenaron la barriguita. No sabés tejer al crochet ni hacer mermelada de
frutillas, ¿y? Sos un minón, una mujer con todo lo que la mayoría de esas
envidia, que tal vez algún día, si tiene ganas y se le canta el culo también
sea madre pero no porque le falte nada, sino precisamente porque le sobra.
Volvé, boluda, te lo pido por favor, te extraño.” Y me abrazó. Y nos abrazamos.
La miró a la otra, que por la cara que tenía pensé que estaba al borde de un
ataque de trombosis múltiple, y le dijo: “Nosotras nos volvemos, ¿vos qué hacés?”
“Yo sigo”, contestó. A lo mejor pensó que la pachamama nos iba a castigar. Que
se vaya a la mierda. Ella y unos cuántos más.
91. El imperio
contraataca (y la fuerza no me acompaña).
Hay gente que
una no quiere ver muy seguido. Se las quiere, se las respeta, está todo bien,
bla bla bla y todas las excusas políticamente correctas que podamos dar pero,
la verdad, es que con saber que están bien nos alcanza, para qué encontrarnos.
Para aburrirse, digo yo, para sufrir, para reprimirse, para hacerse un nudo con
la lengua y no contestar lo primero que las tripas te manda a la cabeza. Pero,
y los malditos peros me tienen las pelotas por el piso, a veces es inevitable.
Porque siempre sucede esto: la persona que vos no querés ver es la que más
insiste para verte. Y a una, boluda con cochera propia y baulera importante, le
agarra la culpa. Ese adefesio indescriptible que te llena de responsabilidad y
te lleva a correr a los lugares más equivocados. Lo peor es que, cuando te
agarra la hija de puta, no te suelta. Como Mami, justamente, de quien hacía un
tiempito venía zafando poniendo en práctica el ejercicio de convertirme en una
especie de anguila en un fuentón con agua jabonosa. Ya me había avisado por
teléfono que venía, porque hablar, hablamos; bah, habla ella, yo escucho y si
puedo emito algún monosílabo. “Puse un poco de orden en casa y tengo algunas
cositas para llevarte”, me dijo. Costumbre de mierda que tiene, cada vez que
hace limpieza en su casa, todo lo que ella no quiere guardar pero no se anima a
tirar viene a parar a la mía. Dos bolsas de consorcio llenas trajo la tipa,
pensará que entre mis hobbies está el reciclaje. “Igual dejá, después ves todo
cuando yo me voy.” Es que ella me quiere entretener, soy yo la que no la
entiende. “Ahora, tomamos unos mates y me contás qué es de tu vida. ¿Cómo
andás?” “Todo bien, mamá.” “Hace no sé cuánto que no te veo y me querés
arreglar con ‘un todo bien mamá’, después dicen que hay que fomentar el diálogo
con los hijos, con vos es imposible. No importa, hijita, yo no tengo capacidad
de rencor.” Yo pondría un punto final después de la palabra ‘capacidad’. Mejor
me callo. O trato de conformarla. Le cuento entonces de mi experiencia en las
sierras. Para qué. No sé para qué insisto, Mami es imposible de conformar.
“¿Ves cómo sos? ¿Cuántas veces te pedí que me acompañes a Salta a ver a la
virgen y te negaste? Pero claro, a la señorita la invita su amiguita a ir a las
sierras y va contenta y campante.” “No fui contenta mamá, pero Vero estaba mal,
necesitaba que la acompañara.” “Y cómo te pensás que estoy yo.” “Por la manera
en que rompés las pelotas estás bárbara, mamá.” Se enojó y se fue, un encanto
Mami. Rápida como un rayo, pasa y te fulmina la guacha, o te deja rodeada de
dinosaurios. Como el jean que usaba a los dieciséis años; no sé qué puedo hacer
con él, llorar amargamente nada más. Esta mina me quiere mandar al psicólogo,
es evidente. Pero no me va a ganar, voy a hacer catarsis por otro lado, las
carpetitas que ella bordaba cuando era soltera se las voy a poner a los gatos de
frazada. El acolchado impresentable que tejió al crochet en cuadraditos de
colores será la alfombra para limpiarme los pies en los días de lluvia. Qué
mierda voy a hacer con la cantidad innumerable de adornitos y elementos
inservibles varios que trajo, no sé, creo que el día que tenga ganas de
sentirme en la piel de un francotirador me voy a apostar en el balcón y se los
voy a tirar al camión que trae mercadería al kiosco de al lado y siempre
estaciona en la puerta del garage de mi edificio. No sé por qué piensa que yo
puedo tener un mínimo interés en ellos. No sé por qué piensa Mami en realidad.
Cada vez que piensa, yo pago las consecuencias. ¿Qué tengo que hacer? ¿Tengo
que llorar delante de la muñeca que me regaló
mi abuela la muertita? ¿Tengo que mirar con cariño el librito de
catecismo? ¿Me tengo que emocionar con mi vestido de comunión? A ver, no es
necesario que me traiga el diario íntimo que escribía a los quince años. ¡Perdí
la llave, mamaaaá! A veces me pregunto qué mensajes escondidos de mierda me
quiere mandar cuando me trae estas cosas. Cuando abrí la segunda bolsa,
exploté, no me pude contener y la llamé. “Me querés explicar para qué me traes
tu vestido de novia.” Es que a veces los mensajes no están tan escondidos.
“Bueno, lo había guardado para vos pero si querés tiralo, hacé lo que quieras,
total no creo que lo vayas a usar.” “Mamá, si te detuvieras a pensar por un
minuto las barbaridades que decís, te darías cuenta de que no estás bien.” “¿Y
qué te dije cuando estaba en tu casa? Y me contestaste una guarangada, como
siempre.” “Mamá, ¿por qué no empezás terapia?” “¡Ja! El burro le dice orejudo
al caballo.” “Pero, ¿por qué no te hacés un curso de espiritualidad con Claudio
María Domínguez entonces, ma-má?” Le corté. Cuando se me pase la culpa de
mandarla a la mierda, la llamo.
92. De todos los bares…
…de todos los
pueblos de todo el mundo, entra al mío el reverendísimo hijo de una gran
lombriz solitaria. La verdad que Humphrey no me conoció, si no me hubiera
pedido ayuda para romantizar el libreto. Muchas veces había fantaseado con que
me sucediera algo así, con encontrarlo de golpe en algún lugar inesperado.
Hasta ensayé frente al espejo distintas reacciones. Mirá que hay que estar al
pedo. O tener una vida tan llena de jolgorio como la mía y terminar
entreteniéndose con una misma. En más de un sentido, la puta madre carajo qué
sequía. Me estoy yendo de tema como siempre pero todo tiene que ver con todo,
decía Pancho. Qué tipo raro ese, la iba de culto y terminó de catador de
yogures. Pero qué te importa, Emilia, y ya empecé a hablar en tercera persona
como el Diego, esta cabeza me tiene podrida, es una maldición… bué, ya me
terminé de ir al carajo ahora puedo volver. Total que estoy en mi bar de la
esquina preferido, con mi café, mi libro, una lapicera, el celular apagado, qué
más puedo pedir. Tantas cosas podría pedir pero la verdad sería al pedo. Aparte
a quién se las voy a pedir, ¿a Dios? Si el tipo existe me manda a la mierda con
la cantidad de barbaridades que he dicho de él, de su madre y de todos sus
santos acólitos. Bueno, que piense lo que quiera yo por mi parte pienso que si
él es el responsable de todo y creó esto donde vivimos bastante subnormal es.
Así que es una relación que no tiene futuro, una más y van… La verdad, me veo
en la obligación de aclarar que no me he drogado en el día de la fecha, es que
estoy tan bien que me pongo a discutir con alguien que no existe. Si sigo así
me hago médium, total tengo tantos muertitos en el placard que a esta altura ya
debe de ser un cementerio, podría empezar a practicar. Bueeeeeno, basta...
Vuelvo al bar, jamás a la casita de mis viejos, lo único que me faltaría es que
también aparezca Mami en este momento. Bingo. ¡Focalizá, carajo mierda! Cuando
lo vi, me abataté. Me sentí la más pelotuda de todas las pelotudas con perdón
de las pelotudas. Bueno, tampoco les tengo que andar pidiendo perdón, al fin y
al cabo para algo son pelotudas. Entra el tipo, a cagarrrme la tarde
obviamente, me ve y con la misma sonrisa sobradora de siempre, esa que te da ganas
de bajarle todos los dientes y dejarlo escupiendo chocolate por una semana como
mínimo (hoy estoy tan pacífica que en cualquier momento me canonizan, no
estaría mal, pensándolo bien… Santa Emilia de la Cuchufla Casi Oxidada me
podrían poner, y después me prenden velas y todo… ¡Bastaaaaaa!) retomo, se
acerca a saludarme. “¿Qué tal, Emilia, tanto tiempo?” “Bien, Iturralde, ¿y
vos?” En una ciudad como Buenos Aires, con millones de personas gracias a la
Virgen de la Caramañola desconocidos, a mí sola me pasa encontrarme con mi ex
psicólogo. Dentro de poco me anoto en las olimpíadas de colecciones de ex, y
saco la medalla de oro. Mientras transcurrían esos diez segundos en los cuales
revolvía mi cerebro tratando de producir un pensamiento coherente para continuar
con esa conversación inútil, veo que por sobre los hombros de Iturralde se
asoma una mina. “¿No me vas a presentar a la señorita? Mirá que le cuento a la
pendeja y te revolea el pibe por la cabeza.” E inmediatamente grita como
desquiciada: “¡Emiiiiiiiliaaaaaaaaa!” Sí señores, la realidad supera
ampliamente a la ficción, era Olga Álvarez Zavala. Me abrazó con la exageración
que sólo ella es capaz de sostener. “¿De dónde lo conocés al pelotudo este?”
“Es una paciente, una ex paciente”, contestó Itu, imaginando estúpidamente que
eso civilizaría a Olguita. “No te puedo cre-er, por todos los santos
freudianos, Emi, de la que te salvaste, este tipo sólo te puede llevar al
suicidio, no puede analizar ni a una ameba, ¡es mi ex!” “¿¡El reverendo hijo de
puta con olor a pata que embarazó a la pendeja?!” “El mismo que viste y calza”,
me contestó Olguita en un arranque de modernidad lingüística. “Acabamos de
firmar el divorcio, lo hice mierda al forro y con la plata que le saqué ¡pensaba
invitarlas a ustedes a hacer algún viajecito para festejar!” Aclaremos que
mientras ella decía todo esto, el pobre Itu se iba poniendo cada vez más
pálido, no habló más y se guardó su sonrisa sempiterna en el quinto forro del
ojete, rogándole al mismo tiempo a Pichón Riviere que le diga qué carajo hacer.
Lo vi tan poca cosa de repente, se me desdibujó tanto, que no pude dejar de
sentir lástima… por mí, obviamente, por haber pensado en algún momento que ese
ganso esmirriado me podía ayudar en algo. Una cae en manos de cada uno la verdad.
“¿Sabés que toda su vida me hizo sangrar con los tímpanos con Silvio Rodríguez
y ahora escucha a Arjona?” “Ah, no te tenía como un boludo tan importante,
Itu.” “¡Le decís Ituuuu, qué fantástico! ¿Y vos qué te quedás ahí parado? ¿Qué
te pensás? ¿Qué te vamos a invitar a sentarte con nosotras? Tomatelás, no te
quiero ver nunca más en mi vida.” “Sí, mejor me voy a casa.” “Andá a buscar al
nene a la guardería y no te olvides de limpiarle el culo mientras tu mujer hace
Pilates, proyecto de Lacan; y, de paso, andate a la mismísima mierrrrda.” Se
fue, por supuesto, y nosotras nos pedimos una cervezas para ir planeando el
viajecito. A lo mejor, quién te dice, este es el comienzo de una gran amistad.
Por lo menos, lo que gasté en terapia no fue plata perdida, algo amortizo.
93. El talentoso Sr.
Ripley se fue de vacaciones ( y la Sra. también)
Es un
clásico: mina que deja de trabajar, se dedica al arte. Así andan por la vida,
totalmente convencidas de que son escritoras, pintoras, actrices, escultoras.
Yo digo, en lugar de esculpir, ¿por qué no se juntan todas en una plaza a
escupirse y crean una instalación efímera transguesora de la subjetividad?
Seguro que en alguna revistita salen. Porque, a ver, todos tenemos derecho a
expresar nuestros sentimientos pero de ahí a querer hacerle creer al mundo
entero que sos un pichón de Picasso no reconocido hay un gran camino muchacha
(entre paréntesis les pido por favor por este medio a todos los que me conocen
que no me rompan más las bolas con el cigarrillo, y ya me fui de tema). No
pueden dejar de sacar todo ese caudal de sentimientos encontrados que inunda su
espíritu las hijas de puta, está bien, hay que sacarlo todo afuera (me tiene
las bolas llenas la primavera, ¿vieron que yo también puedo ser una poeta?)
pero que alguien por favor les diga que así como lo sacan lo pueden guardar
otra vez en su cajón preferido y que no lastimen nuestros propios sentimientos
encontrados. Todo esto viene a cuento porque si hay un lugar especial, antro
recaudador de este tipo de especímenes como pocos, ése es la peluquería de mi
amiga Natalia. Como María de Lourdes Maribel (a mí en su lugar y con ese nombre
no me importaría terminar en naca por parricidio múltiple) que acaba de sacar
su primer libro de poemas y en una gran campaña de difusión lo llevó a la
peluquería para repartirlo entre las chicas. Y justo entro yo, me cago en las
santas pelotas de Bécquer. Apenas crucé la puerta, me atacó; ella, sus cuarenta
y tantos años, su bolso con la cara de Kitty y toda esa ropa de marca que
combina para la mierda a propósito para dar onda desaliñada. Con toda la
locuacidad que me caracteriza en estos casos, dije: “Gracias. Nati, vine para
arreglar el tema del viajecito con Olga”. “Le hago el brushing a Mary y estoy
con vos, Emi”, dijo Natalia llevando el risorio de Santorini a su máxima
extensión. Cualquier día de estos se le rompe pobre. Me senté y, no pudiendo
resistirme a la tentación, lo abrí. El mentado librejo se llama “El diablo y la
pasión”, le habrá metido los cuernos al marido y se arrepintió, no sé. ‘Libre,
como se hace para lograrlo’, empezaba el primer poema en un arranque de
terrorismo sintáctico y ortográfico. No sé, nena, preguntale a Nino Bravo.
Palabras repetidas ad infinitum: alma, amor, corazón, lágrima, aurora,
silencio, demonio (oviusli), pasión (oviusli 2), y angustia (no puede faltar,
oviusli 3). Algunas otras frases que lastimaron mis retinas (tengo que estar a
la altura): ‘Necesito perderme en un marasmo de selvas translúcidas que
conjuren las estrellas con las que copulan mis demonios mientras oradan con
lodo mis proyectos desvencijados en mi mente desgastada por huracanes’ (la
mierda por favor, esta mina agarró el diccionario, anotó todas las palabras que
no entendía y las juntó); ‘Marioneta fugaz, enmudecida, desnuda y enmarañada,
la génesis de tu incertidumbre es ese espejo que te lastima’ (operate la jeta y
sé feliz de una vez, querida); ‘Días sin vértebras, lágrimas secas (oximoron
que Borges envidiaría), cascabel de nostalgia, palabras rehogadas’ (éste
evidentemente se le ocurrió mirando el programa de Narda Lepes); ‘Pesadumbre
lacustre, siniestra y calva, buceo en mis entrañas pero no encuentro nada’
(bueno, se estará quedando pelada pero por lo menos no sufre de tránsito
lento); ‘Espuma abandonada en el tiempo evanescente que diluye mis fantasmas
perdidos en la noche devorada; la soledad aúlla en mis horas muertas, colmenas
de Apocalipsis me rodean, necesito fugarme a través de laberintos de lluvia’
(pero fugate a la concha de tu abuela, la que está muertita y te aúlla todas
las noches para asustarte y que te dejes de joder, por favor); ‘Me pierdo en mí
misma, me busco y no me encuentro’, termina el último poema. Le voy a decir a
Nati que para el cumple le compremos un GPS. Cierro el librito y escucho que
Nati le dice: “Pero, no, Mary, no te tenés que hacer ese tipo de
cuestionamientos.” “Es que yo estoy pero no estoy, ¿me entendés lo que te digo,
Nati? Igual, yo el único cuestionamiento que me hago es el del escote del
vestido”. Palabras dignas de un intelectual de pura cepa. Y bué, es lo que hay,
decía mi viejo.
94. Feos, sucios, malos
(bastante boludos y muy rompebolas)
Me quedé
pensando en las artistas, y digo, a lo mejor, hay otra vuelta. Porque en estos
días me dediqué a observar el comportamiento de algunos hombres cuando dejan de
trabajar. Están los que se dedican al deporte; juegan al fútbol (golf, tenis,
básquet, bolita, whatever), miran fútbol por televisión y hablan de fútbol todo
el tiempo sin dejar nunca de rascarse los huevos ni de regar la casa con vasos
sucios, tazas de café pegoteadas, ceniceros llenos y ropa en el piso. Igual son
un poquito más tolerables que los que de repente corren maratones aunque hasta
hace unos meses fumaban dos paquetes diarios y tomaban cerveza hasta en el
desayuno. Desarrollan hobbies extraños, a alguno se le da por hacer un curso de
vihuela aunque tenga menos oído que una lombriz, se compran una moto, se
convierten en expertos enólogos y pretenden que la mujer renuncie a su vestidor
para hacerse una bodega, o se les da por la cocina y se enojan cuando toda la
familia no salta de alegría porque estuvieron todo el día preparando espárragos
blancos atemperados con pétalos de crisantemo. También están los que se han
acercado a la onda zen, lo que implica empezar a convivir con alguien que trata
de imitar la cara del subnormal Claudio María Domínguez todo el tiempo, una
entrada libre y gratuita a la trompada feroz. Empiezan a comer sano, dejan la
harina, la fábrica de pastas se convierte en un antro de perdición y una
molleja es un pasaporte al infierno. No se pierden una clase de tai chi ni por
putas y suelen jactarse de poder vivir con poco dinero, eso sí, les encantan
las cosas caras que compran con lo que gana la mujer. Pretenden que la casa se
convierta en una especie de tienda de productos orgánicos y rompen las pelotas
porque la mujer no compra mijo para condimentar la ensalada de rúcula. Porque
lo cierto es que todos, absolutamente todos, tienen algo en común: rompen las
pelotas sin parar. Qué carajo les pasa, me pregunto yo. Entonces, se me ocurre
que lo de las minas es más meritorio, tal vez no se crean artistas con
mayúsculas, tal vez sea sólo un tipo de terapia ocupacional. Una especie de “en
lugar de reventarle el cerebelo de un itakazo, me pinto un cuadrito”. Viéndolo
desde ese punto de vista, no está mal.
95. Desayuno con
pitutos y chavetas (no serán diamantes pero algo es algo)
Siete de la
mañana, ojos como huevo duro decía mi abuelo. Un día en toda la semana que
puedo dormir hasta las diez, la puta madre carajo. No hay nada peor que
quedarse dando vueltas, así que me levanto. Abro la heladera, nada para
desayunar. Y bué, me voy a tener que bañar y bajar a tomar algo al bar de la
esquina. No hay agua caliente, termotanque apagado. Me cago en la reputísima
madre que lo parió a José Calorama. Como soy previsora, en algún momento pegué
un cartelito en el aparato con las instrucciones para encenderlo. El cartelito
dice: ‘es imposible prender este artefacto de mierda, llamalo a Ramón’. Igual,
trato. No logro ni una llamita de lástima. No sé de qué me sorprendo, tengo la
feromona tan por el piso que no logro encender ni un aparato. No hay manera.
Intento una vez, dos, tres, a la cuarta lo cago a patadas y bajo a buscar a
Ramón. “No está, Emilia, se fue a pagar unos impuestos, no vuelve hasta la
tarde”, me dice la mujer. Este Ramón es
un fenómeno, es el único encargado del planeta que tiene que ir a pagar algo
mínimo una vez por semana, casi siempre los viernes. Teniendo en cuenta que
fuera muy posible que no lo encontrara en todo el día, decido llamar al
service. “Buenos días, habla Flavia, ¿en que lo puedo ayudar?” “La.” “¿Perdón?”
“La puedo.” “¿Perdón?” “Perdón, perdooón, ¿te estás confesando, nena? ¿No me
escuchás la voz, querida? Soy mujer, ‘LA’ puedo ayudar, ¿entendés ahora?”
“Discúlpeme, ¿en qué LA puedo ayudar?” “A ver, corazón, si llamo a un servicio
de reparación de termotanque, ¿vos pensás que estoy buscando el Santo Grial?
Necesito un técnico.” “¿Qué modelo es?” “¿Quién?” “El termotanque, señorita.”
“No tengo la más puta idea.” “Debe figurar en el manual, señorita.” “No me
digás más señorita que me vas a sacar loca. Decime, ¿quién carajo guarda los
manuales? ¿Qué te pensás que soy? ¿mi abuela?” “En el aparato mismo, debe haber
una chapita con el número de modelo.” “No hay ninguna chapita.” “No puede ser,
fíjese bien, por favor.” “¿Vos me estás tratando de miope? Tengo el termotanque
delante, no hay nada.” “Si no me dice el número de modelo no hay nada que pueda
hacer por usted.” Es una lástima no poder cagar a trompadas a alguien por
teléfono. Tengo un objetivo, bañarme. “Digo yo, y si me mandás al técnico, ¿él
no se dará cuenta de qué modelo es?” “Espere un segundo, no me corte, voy a ver
que puedo hacer por usted.” Cinco minutos escuchando a Waldo de los Ríos, son
unos hijos de puta. Vuelve Flavia. “El lunes entre las ocho y las catorce el
técnico pasa por su casa. ¿Direcciooón?” “Hoy es viernes, mi amorrr.” “Nuestros
técnicos están todos ocupados en el día de la fecha.” “A ver si me entendés,
nena, no tengo agua caliente, me quiero bañar.” “Señorita, si quiere anote el
número de reclamo, el lunes entre las ocho y las catorce un técnico pasará por
su domicilio.” “Encima de bañarme tres días con agua fría me tengo que quedar
seis horas esperándolo, ¿vos te pensás que yo me rasco la argolla? ¿que no
tengo nada para hacer más que esperar a tu técnico del orto?” Me cortó, loca de
mierda. Por suerte mi ángel de la guarda me toca el timbre. (Vengo medio mal de
ángeles últimamente) “¿Qué te anda pasando, Emilia? Me dijo mi mujer que me
andabas buscando.” “¿Qué te pasó a vos? ¿Te dejaron plantado?” “¿Por?” “Nada,
yo me entiendo, y vos también me entendés pero te hacés el boludo. No importa…
Ramón, se me apagó el termotanque, ¿lo mirás, por favor?” Diez minutos mirando
el aparatejo en cuestión sin pronunciar una palabra. “Ramón, hay que prenderlo,
no hay que hacerle cirugía cardiovascular.” “Emilia, tenés el orificio del
piloto tapado.” “Podría contestarte tantas cosas, Ramón, pero sólo te voy a
preguntar si lo podés destapar.” “Sí, es una pavada, pero aparte, la
termocúpula está suelta, necesitaría una virola, y ya que estamos purgamos el
aire de la tubería y de paso habría que cambiar este niple que está oxidado.”
“¿Cuándo aprendiste a hablar chino vos?” “Si querés te anoto lo que necesito, vas
a la ferretería y en un par de horitas tenés agua caliente.” “Y bué, ya que
estamos.” Y sí, Ramón es definitivamente mi ángel de la guarda. Entro al
negocio en cuestión y me recibe un muchacho que tenía puesta una remera que
decía: ‘Rompeme el corazón no las pelotas’. Interesante. “Hola, ¿qué
necesitas?” Le entrego el papelito como si fuera muda, era bastante musculoso.
“Tenés problemas con el temotanque.” “Entre otras cosas.” “Bueno, vamos a
tratar de resolverte lo que podamos.” Mientras revolvía cajoncitos, me dice:
“¿Sos del barrio? No te había visto nunca por acá.” “No soy asidua concurrente
a ferreterías.” “Mal, muy mal, los ferreteros somos expertos en solucionar
problemas.” “Ah, ¿sí? Mirá vos qué bien.” “¿Viste?”, me dice y mientras
envuelve todos esos cachivaches y pitutos que me pidió Ramón en papel de diario
agrega: “Te propongo algo, vos te llevás todo esto, no me pagás, y mañana a la
noche, mientras comemos algo y nos tomamos una cerveza, me contás cómo te fue,
si te sirvieron las cosas me pagás, si no me las devolvés y, ya que estamos, me
contás tus otros problemitas a ver si puedo hacer algo.” Y bué, ya que estamos…
Total que a las nueve en punto como habíamos quedado, tocó el timbre. “Ya
bajo.” “No, esperá, ¿no puedo subir? Te traje algo.” Debo admitir que por un
momento dudé, pasan muchas cosas, yo tengo mucha imaginación, tampoco lo
conocía tanto, me vi de golpe ensartada por una llave inglesa y lo que es peor,
ensartada en el lugar equivocado, qué sé yo, pero le abrí. Cuando llegó arriba
y lo vi con la caja de herramientas en la mano, me cagué de risa. “¿Qué hacés,
Mr Músculo?” “Pensé en traerte unas flores, pero después me decidí por algo más
práctico, por ahí tenés otras cosas para arreglar en tu casa”. Bien, el
muchacho empezaba bien. “Por ahora funciona todo, pero dejame pensar un cachito
y enseguida te encuentro trabajo.” “Como usted mande.” Seguía bien. Todo
indicaba una plácida luz verde, por fin. “Pasá así me esperás mientras me
termino de arreglar.” Frase totalmente ridícula porque ya estaba cambiada,
peinada y pintada como una puerta, pero una la ha escuchado tantas veces en las
películas que la repite. Y el muchacho pasó y se sentó. Desde el dormitorio,
mientras finjo estar arreglándome vaya una a saber qué, porque hay cosas que ya
no tienen arreglo, le grito: “¿Adónde vamos?” “Donde quieras.” “Ah no, no me
vas a hacer pensar a mí, vos invitaste, vos elegís.” “Si por mí fuera nos
pedimos una pizza y nos quedamos.” Me pareció una buena idea. Es un clásico, si
la sensación térmica reinante es muy alta, se te obnubila el cerebelo, dejás de
ver las sutilezas, se te escapan las hijas de puta. Conclusión, pedimos las
pizza, y hablamos de boludeces varias mientras la esperábamos, los dos haciendo
como que nos importaba lo que el otro decía. Cuando voy a la cocina a buscar
una cervezas, me sigue y me abraza por detrás. Yo, la seductora empedernida,
salto como araña pollito. “¿Qué hacés, boludo? Me asustaste.” “Te hago el
candadito del amor.” Silencio. La luz de pronto viró a amarilla. Y la vi, pero
aceleré, pasé rápido, si me hacen la boleta, la discuto, si estaba amarilla, no
roja. “Sabés que anda el termotanque, así que te tengo que pagar los
repuestos.” “Pagame en especias, mami.” En otro momento, al escuchar la frase
prostibularia por esencia, lo hubiera mandado a hacerse una enema con W40 pero…
otra vez la sensación térmica... Y aparte para qué andar peleando siempre…
¿Para qué? Para que no te pasen las cosas que te pasan pedazo de pelotuda, pero
no me quiero adelantar. Al pibe de la pizza no le abrimos nunca. De golpe, en
medio del quilombo y el revoleo, pone voz de nene de dos años, como mucho, y me
dice, “Mamita, ¿me dash la te-ti-ta?” Luz roja, luz roja, luz roja…
Lareputísimamadrequeterecontramilpariócarajo, Emilia, cruzala y que sea lo que
Buda quiera… Está claro que don Buda no está interesado en ganar clientes. Un
abrojo resultó el ferretero. El sábado lo despaché temprano, no quería ninguna
frase inoportuna más. El domingo me llama a las 8.30 de la mañana. “¿Me
extrañaste?” “¿Quién habla?” “El ferretero de tu vida, cielo.” “El único motivo
por el que me podés llamar a esta hora es porque te acabás de enterar que tenés
una enfermedad venérea.” “Lo que más me gusta de vos es tu sentido del humor.”
Le corté. A las once me volvió a llamar. “¿Querés que almorcemos juntos?” Le
volví a cortar. A las dos de la tarde me tocó el timbre. No sé cuál será el
santo de los ferreteros, pero me cago en él. Le abrí, algo de lo que todavía me
estoy arrepintiendo. “Como juega el cuervo, pensé que podíamos mirar el partido
juntos mientras tomamos unos mates y, ya que estamos, divertirnos un poco en el
entretiempo.” “O sea que me vas a dedicar quince minutos, un programa de la
hostia el tuyo. Pasá pero mate no te cebo ni en pedo.” Fui testigo de un
espectáculo francamente desagradable. El tipo sacudía las piernas, se inclinaba
sobre la tele cada vez que su equipo avanzaba, metía la cabeza entre las
rodillas y gritaba “Nooooooooo”; al mismo tiempo que profesaba frases como: sos
un tronco, allá allá que el cinco está libre, centro y a la olla papá, pegale
de tres dedos, no le hacés un gol ni al arco iris, y otras trascendencias por
el estilo. Iban perdiendo, así que del entretiempo olvidate. Por suerte, me
llamó Vero. “¿Qué andás haciendo?” “Estudiando el comportamiento del homo si
ganamos erectus.” “Estás con el ferretero, te lo dije.” “¿El qué me dijiste,
Verónica?” “Que de lo único que ibas a poder hablar era de tornillos y
arandelas y me mandaste a la mierda.” “No lo quiero para casarme.” Bueno, en
realidad, para casarme no quiero a nadie, imaginate, un quilombo, ¿qué hago con
los gatos? Además, los huevos también tienen vencimiento y despertarse todos
los días con el mismo par en tu cama, aún cuando ya huelen a podrido, es un
asquito. “Pero, ¿tenía razón o no?” “¿Cuándo te convertiste en mi mamá?” Le
corté. Detesto el telodije. Total que el muchacho terminó deprimido y con ganas
de que lo escuche. “Ah no, querido, ahora te vas a tu casita, hablás con tus
amigos, te descargás, le prendés una vela a don Lorenzo Maza y, cuando te
vuelva a funcionar el martillo neumático me avisás.” Y si te he visto no me
acuerdo, pensé, me dejé engatusar por una remera que seguramente ganaste en una
rifa de la Cámara Argentina de la Arandela pero no me engancho nunca más.
Nunca, siempre, todo, nada, palabras que habría que erradicar del vocabulario
porque una se las termina tragando. Porque lo peor que puede tener un tipo son
destellos, con los que una se engaña y por culpa de los cuales cree ver fuegos
artificiales y termina dándose cuenta de que es un simple chasquibúm del orto. Como
me pasó al rato nomás de que se fuera cuando, estando yo en estado de
estupefacción contemplando el arbolito de navidad adefesio blanco que Mami me
mandó por taxi porque estaba otra vez haciendo limpieza en su casa, justo justo
me llama. “Tengo la solución, en tres minutos estoy en tu casa.” Se cayó con un
hacha para ayudarme a decorarlo, esos detalles me pueden. El problema es que ya
que estábamos (frase que estoy repitiendo mucho últimamente, me la tengo que
sacar de encima porque me esta trayendo demasiados problemas) se quedó. No digo
que, por momentos, no la pasáramos bien, pero por lo general hacía agua, sobre
todo y justamente hablando de la manguera. Y esas pelotudeces que tengo yo
cuando me quiero hacer la educada... “¿Y si me quedo a cenar?” “Y bueno.” “Es
muy tarde, me quedo a dormir, ¿no, gordi? Total mañana es feriado” “Si no
roncás.” “Me levanté temprano y te fui a comprar medialunas.”
“Só-lo-to-mo-ma-te.” Conclusión, inventario de la tarde: yerba alrededor del
tacho de basura, cuchillos sucios en el cajón, puchos enterrados en las piedritas
del gato en el balcón, revistas en el baño. Necesité salir a la calle para
tomar una gran bocanada de aire y fumarme un pucho en paz. “Me voy al kiosco a
comprar una revista que necesito, ya vuelvo.” “Bueno, cielo, mientras me baño.”
Las palabras cielo y baño en la misma oración me dieron una puntada en el
centro mismo del hígado. Unos minutos más, Emilia, me dije, volvés, y
diplomáticamente le decís que se vaya porque te duele la cabeza. Ja,
di-plo-má-ti-ca-men-te, otra palabra que no sé para qué carajo uso. Total que
el diarero, con una sonrisa que viene practicando desde la época de Rolando
Rivas taxista, me da la revista que le pido junto con una que yo desconocía,
una tal Tiki Tiki. “¿Y esto qué carajo es?” “Llevaselá, Emilia, al pibe le
gusta.” “¿A qué pibe?” “No te hagás la distraída que hoy pasó por acá cuando
fue a la panadería. Cómo lo tenés, eh. Cuidalo, mirá que es un buen chico,
laburador.” No le dije que hiciera un rollito con la Tiki Tiki y se la fumara
por el orto porque estaba practicando mi diplomacia. Sólo la rompí y se la tiré
en la cara. Entro al edificio, ya decidida a echarlo a la mierda, y Ramón con
un papelito en la mano, me dice: “Emi, ¿me comprás estas cosas? A vos te va a
hacer descuento, está como loco el bepi, una cara de contento tenía hoy a la
mañana.” Me limité a mirarlo como Carrie, la de la película no la de la serie.
“Tá bien, tá bien, yo decía nomás.” Cuando entré al depto todavía estaba debajo
de la ducha, corro la cortina. “Pará, Emi, que no terminé.” “Qué pará ni pará,
pedazo de pelotudo, qué tenés que andar por todo el barrio desparramando qué,
forro.” “Es que estoy tan contento que no puedo disimularlo. Mirá lo que te
digo, ya que sos profesora de inglés, ¿no está good lo nuestro?” “¿Good? Qué
good, ni good; good bye salame oxidado. Salí de la ducha, y andate o te juro
que te capo con el hacha que trajiste.” “No te entiendo.” “No necesito que me
entiendas, tomatelás.” “¿Pero no te das cuenta que nosotros podemos volar como
los pájaros?” La que voló fue su ropa, por el balcón. “Y ahora andá y decile a
tu amigo Ramón que si te presta un mameluco le hacés descuento de por vida.
Salí de mi vista, proyecto de pato descerebrado”, grité mientras revoleaba el
hacha como Soledad el poncho. La entendió y se fue tapándose las bolitas con el
papel de las medialunas que había dejado hecho un bollo sobre la mesa. Tendré
que comprar los tornillos en otro lado y no confiar nunca más en Buda. Sólo
espero que Vero no vuelva a decirme ‘te lo dije’.
96. R.A., Respiración
Artificial.
La verdad es
que la gente cuando no sabe qué carajo hacer con su vida hace cursos. Vivimos rodeados de bodoques seudo enólogos
que lo único que aprendieron es a hacer firuletes con la copa y meter la nariz
adentro, de asquerosos que pretenden fabricar cerveza en su propia casa y de
chefs de pacotilla que entran en éxtasis ante una hamburguesa de lenteja o un
helado de bergamota ácida. Pero ahora hay que soportar algo aún peor: llegaron
los fanáticos de la espiritualidad. Todos los días te cruzás con algún boludo
al que le cambió la vida porque hizo un seminario donde le enseñaron a
respirar. ¿Y hasta ahora qué hiciste, pedazo de nabo?, ¿viviste muerto? Bueno
sí, muchos andan por la vida bastante muertitos pero esa es otra historia, como
siempre. Todos se quieren encontrar consigo mismos, no sé por qué no se
encierran en el baño con una Filcar y se dejan de joder. Además, para qué, yo
me llego a encontrar conmigo misma y salgo rajando. El otro día nomás en la
peluquería de mi amiga Natalia, dónde si no, apareció una que venía de hacer un
curso de no sé qué mierda de la conciencia. “No saben chicas lo divino que es,
estoy aprendiendo a concentrarme en el aquí y ahora, ¿me entienden lo que les
digo? A disfrutar cada momento presente, a gozar de mi respiración.” “¡Qué bueno!
Te felicito”, le contestó Nati con esa capacidad impresionante que tiene de
seguirle conversaciones pedorras a todas sus clientas; ‘Mierda que gozás con
poco, tu marido debe de estar contento’, pensé yo pero no le contesté para no
cagarle el negocio a mi amiga. “Y medito, por supuesto, todos los días, porque
la meditación es genial, te calma, te reduce el colesterol, te levanta la
autoestima, el optimismo, te alivia los problemas bronquiales y además…” “Me
decís que te hace crecer las tetas y te levanta el culo y me voy a la mierda”,
se me escapó, sorry, juro que estoy tratando de que la cadena no se me salga,
pero a veces… “No te rías, Emilia, vos tendrías que hacer algo para abrir más
tus chakras”. “Yo el chakra lo tengo recontra abierto, negrita, y por suerte
cada tanto alguno que otro todavía me lo quiere llenar”, oops sorry, se me
escapó 2, próximamente en el cine de su barrio. “Vos no entendés, pero es
absolutamente necesario purificar la mente.” ¿Y si purificás tu interior con
una enema de caña Legui y cagás fuego?, pensé pero esta vez no se me escapó
porque antes vi que Natalia me miraba con cara de ‘si seguís, me inyecto
keratina’. Opté por, simplemente, prender un inofensivo puchito, mi pequeño
truco para evitar que se me salte la térmica. “Ah, no, Emilia, perdoname, pero
no te puedo permitir que contamines el ambiente con ese veneno que lo único que
hace es enfermarnos el prana.” “¿Por qué no dejás que yo me ocupe de mi prana y
vos te vas a visitar el de tu hermana?”, se me escapó 3, la saga. “No, Emilia,
no es así. Mirá, en este lugar donde voy también dan un curso para dejar de
fumar, en la cartera tengo un folleto, ya te lo estoy dando, te va a cambiar la
vida te lo juro.” Por qué será que cualquier cachitrula espiritual botoxeada y
lipoaspirada, con cara de necesitar urgentemente que la empernen como mínimo
todos los nietos de la troupe de Martín Karadagián, se siente con derecho a
decirte que tenés que cambiar tu vida, me pregunto yo. Por qué será que
cualquier paspado se cree superior sólo porque leyó tres hojitas de la
biografía de Krishnamurti, plantó dos cañitas de bambú en la puerta de su casa
y desayuna alpiste, me pregunto yo. Por qué, ya que son tan felices respirando,
todos estos cara de bragueta triste no se juntan a hacerlo acompasadamente en
un ambiente cerrado hasta que se les termine el oxígeno, me pregunto yo. Me
parece que en vez de preguntarme tantas boludeces, vengo a cortarme el pelo
otro día y listo, ¿no?
97. Feliz domingo para
todos.
“Me duele la
muela, hijita.” “Y, ¿qué querés que haga, Mami, que sufra con vos por
teléfono?’ “Siempre la misma vos”, me dijo y me cortó. Eran las cuatro de la
mañana. No tiene paz, esta mina, no tiene paz. Me desvelé, parece mentira pero
a esta altura del partido, Mami todavía tiene la capacidad de desvelarme y, lo
que es peor, creo que no la va a perder nunca. Total que prendí la tele y justo
enganché un par de capítulos de Six Feet Under, excelente programa para calmar
mis cucarachas estomacales y después dormir tranquila para despertar descansada
a las dos de la tarde y así olvidarme de que era sábado a la noche y de que
nunca me había sacado el pijama que me había puesto el viernes a la tarde
cuando volví de dar clases y me duché para liberarme de la pelotudez que traía
encima. Y ya estoy escribiendo frases de seis líneas con sólo una coma, vamos
mal… Continúo… Sin embargo, no pude dormir hasta la hora que se me cantó el
orto porque a las ocho y media de la mañana me toca el timbre Mami, a quien ya
su dolor molar la había abandonado y entraba fresca y campante a mi humilde
morada con un ramito de olivo recién bendecido. La recibí con todo el cariño
que mi cara pudo demostrar. Yo no sé dónde carajo estaba esta mina en su
juventud. ¿No escuchaba a los Beatles? ¿No le correspondería por edad tener
amigos hippies? Qué sé yo, me desconcierta. Igual tampoco le voy a andar
preguntando mucho sobre su juventud, a ver si todavía me cuenta. Además, no sé
qué es peor; nada más insoportable que un sexagenario cantando Rasguña las
piedras todo el día y diciendo pelotudeces como ‘seamos realistas, pidamos lo
imposible’ a cada rato. “No me digas que todavía estabas durmiendo con este día
divino.” “No, mamá, estoy estudiando teatro y ensayaba cómo hacerme la muerta.”
“¿Te anotaste en un taller de teatro? Tené cuidado, mirá que en ese ambiente
corre mucha droga.” No escucha, la tipa no escucha, y así anda por la vida
cagándose en todo lo que una dice. Y lo bien qué hace, pensándolo bien. Yo
tendría que aprender un poquito de ella y… ¿qué-es-toy-di-cien-do? Emilia,
controlate que a lo de Iturralde ya no podés volver, por favor… “Mirá lo que te
traje para que te proteja, colgalo atrás de la puerta”, me dice sacudiendo el
ramito. Yo para que me proteja hubiera preferido al hermano mellizo de
Terminator o, en su defecto, que me trajera un frasco de aceitunas para el
desayuno, pero bué, hay que conformarse con lo que hay. Podrida estoy de
conformarme con lo que hay, tengo que hacer algo, el problema es que no sé qué carajo,
basta, no puedo seguir divagando porque la imagen de Mami con el olivo colma mi
cerebelo. “¿Sabés que estaba pensando?” Cagamos, encima piensa… “Que me podrías
dar la llave de tu departamento, así cuando vengo temprano no te despierto.”
Danger, danger, reprimite, Emilia, no podés sostener esta conversación antes de
tomar mate… “Después vemos, mamá.” “¿Después de qué? ¿Qué tenemos que ver? Mirá
si alguna vez te pasa algo, como a las viejas esas de la Recoleta, que cuando
las encontraron ya hacía dos meses que estaban muertas.” “Qué lindo lo que me
contás, mamá. Igual, no te preocupes, Vero tiene llave y vive a cinco cuadras
así que cuando el olor le llegue hasta su casa viene con la bolsa de plástico.”
“Ah, ella tiene llave y yo no, qué bonito.” De cada dos cucharadas de yerba que
trataba de meter en el mate, una iba afuera, ya había logrado que me temblaran
las manos, y recién eran las ocho cuarenta. Como no le contesté, se llamó a
silencio por exactamente treinta segundos. “¿Qué hacemos hoy a la tarde?” La
idea de pasar el día con Mami hizo que me inundara un deseo irrefrenable de
pedir asilo político en una escuela de monjas. “Yo me tengo que quedar en casa
a releer todo Shakespeare para preparar las clases para la semana, no puedo ir
a ningún lado.” “A vos los libros te han cagado la vida, hijita, disculpame que
te lo diga de esta manera.” “Sí, los libros, seguro, ¿vos sos tapa dura o tapa
blanda?” “Ay, mirá, esos chistes fáciles y estúpidos dejalos para tus amigas.”
Es de mármol la tipa, que la parió. “Bueno, está bien, no importa, no importa,
¿viste que viene semana santa?” Me la vi venir, bah no sé de qué me jacto, lo
vería venir hasta Andrea Bocelli. “Ya organicé el almuerzo de Pascuas en casa
con Mecha y sus hijos.” Si Cristo viviera, se auto crucificaría para no
escucharla más. “Ellos son tan divinos y Jorgito te quiere tanto, tendrías que
prestarle más atención a ese muchacho.” Listo, tanto va el cántaro a la fuente.
“¿Sabés qué estaba pensando yo, Mami querida? Que vos tendrías que hacer un viaje.”
“¿Ah, sí?” “Sí, a España, el otro día leí en Internet que hay un pueblo, que no
sé bien dónde está, lo voy a buscar y si no existe te lo invento que se llama
La concha de la lora, ¿por qué no te pegás una vuelta por ahí?” “Siempre la
misma vos”, dijo y esta vez no me cortó pero se fue. A Zeus gracias. Claro, yo
ya estaba desvelada… again.
98. De cómo el discreto
encanto de la burguesía a veces se va al carajo.
Mi amiga
Luisiana, ese monumento a la familia feliz y numerosa, se mudó hace poco a un
country del orto en la loma del ídem. No entiendo a la gente que se va a vivir
a un barrio cerrado buscando tranquilidad, como si eso te lo fuera a dar un
alambre. Aparte si igual terminan desayunando clonazepam compuesto, a quién
quieren engañar. A mí, la sola idea de tener que subirme al auto cada vez que
necesito un puto paquete de cigarrillos me altera el sistema nervioso central,
que demás está decir ya bastante alterado lo tengo. Total que el sábado me
llamó y me dijo: “Si no me vienen a ver, me voy yo para tu casa con los
chicos.” Ante tamaña amenaza a la humanidad, decidimos ir a conocer el tupper
en el que se había metido nuestra amiga. Por las dudas pasé por el kiosco
antes. “¿Te fijaste cómo llegar, Vero?” “No, pero es facilísimo, yo sé ir, te
voy indicando.” Por supuesto que nos pasamos de bajada en la autopista, hubo
que retomar, pagar otro peaje of cors; una vez que logramos enganchar la
salida, seguimos por un caminito que no era empedrado ni asfaltado ni de tierra
ni de adoquines ni de una reverendísima garcha, llegamos a la loma del ojete y
doblamos, hicimos cinco kilómetros más y estuvimos a las puertas del antro de
bienestar y beatitud. El señor de seguridad, lo más parecido a una cara de culo
de mandril con hemorroides que vi en mi vida, nos miró mal o, mejor dicho, miró
mal a mi batata feroz o, mejor dicho, más que mal, con cara de estar oliendo
mierda, decía mi abuelo. No hay nada que me caiga peor que un pelagatos
pulguiento que se comporta como un magnate petrolero porque trabaja para ricos.
Alcahuetes, chupaculos repugnantes, se merecerían… pero no me quiero ir de tema
porque igual logramos entrar a pesar de no haber llevado el certificado de la
BCG. Por las santas pelotas de Barrabás, qué lugar creepy… Las casas son todas
casi iguales, los pajaritos cantan, las viejas se levantan y salen a andar en
carritos de golf, los pibes andan en bicicleta por el medio de la calle y los
padres contentos porque los están ‘criando libres’ y no se dan cuenta de que lo
que están criando son generaciones de pelotudos a cuadros que no tienen idea de
lo que es un semáforo, el único espacio en el que florece un pensamiento ahí es
en esos canteros prolijos espeluznantes del orto. A ver, un lugar en el que no
se puede tocar bocina es un hospital no un lugar para vivir. Pero lo peor
estaba todavía por llegar. Luisiana sale a recibirnos vestida con una especie
de jogging celeste bebé indescriptible, zapatillas, nuevo corte de pelo carré
prolijísimo y en brazos un chihuahua con collar de strass, remerita leopardo y
botitas color rosa al que hasta le sacó una cuenta en Facebook; y, con una
sonrisa a medio camino entre la de Maru Bottana y la de Claudio María
Domínguez, dice: “Saludá a las tías, Simón.” “Emilia, algo tenemos que hacer”,
me dijo mi amiga gps antes de bajar del auto. “Sí, Vero, irnos a la mierda, es
irrecuperable.” “Mejor entramos.” “Ok.” Nos mostró toda la casa y después nos
invitó a pasar a la cocina a tomar el té. “Vamos a estar más tranquilas, hice
un budín de limón que me salió riquísimo y así aprovechamos que los chicos
andan por ahí para chusmetear un poco, acá no los tenés que controlar tanto,
viste, hacen lo que quieren.” Siempre hicieron lo que se les cantó el culo
estos pendejos, pensé pero no dije, no fuera a ser cosa que Norman Bates
despertara de su siesta. “¿Y tu marido?”, preguntó Vero. También debe de andar
por ahí haciendo lo que se le canta el culo, pensé pero otra vez me callé, para
qué hablar si estaba Luisiana con tantas ganas de expresarse. “Ni me hablés de
ese tipo, ¿sabés lo que me hizo la otra noche? Me tiró el Fernet, no se le hace
eso a la mujer con la que estás desde hace tantos años, ¿o no?” Cri cri cri cri
cri cri… “Igual no sé por dónde anda, se fue otra vez de viaje por la empresa…
tanto avión que se cae en el momento equivocado digo yo.” Cri cri cri cri cri
cri… al cuadrado. “No vayan a llevarse una mala impresión, eh, yo no me quiero
separar, ni loca, mucho laburo, los pibes, un quilombo, yo sólo quiero
enviudar, es más digno, te juro que lo lloro y todo.” Miré alrededor y como no
la vi, tenía ganas de preguntarle dónde había dejado la olla en la que estaba
hirviendo el conejito. “Lu, no sé cómo decirte esto, pero me parece que vos no
estás bien”, dijo Vero con la delicadeza que ameritaba la situación. “¡Cómo voy
a estar bien si acabo de matar una cucaracha en el baño! Encima la hija de puta
se me encocoritó, se infló, ¿vos podés creer que me hizo frente? Me amenazó la
conchuda.” Cri cri cri cri cri cri… a la enésima potencia… “¿Saben qué me voy a
hacer? Las tetas, miren lo que tengo, dos chupetes que me llegan a la cintura
de tanto que me las han chupado, una vida sin tetas es una vida que no merece
vivirse, chicas.” Justo antes de que el grillo explotara, entró la nena
adolescente. “Mamá, ¿dónde están las zapatillas negras?” “No tengo la menor
idea, mi amor, ya quedamos en que vos te tenés que empezar a hacer cargo de tus
cosas.” “¿Y vos que vas a hacer? No te quiero dejar sin tareas para que no te
aburras.” Nunca imaginé que Evangelina Salazar se pudiera transformar en Chucky
con tanta rapidez. “Mirá, pendeja maleducada, en primer lugar saludá a mis
amigas como corresponde y, en segundo lugar, me volvés a contestar y te estampo
los dientes contras la pared, ¿me entendiste?” A su favor, recordemos que
Luisiana tiene cinco hijos, hace cheesecake casero, planta orégano y albahaca
en una maceta, se mudó hace poco a un country, toma clases de tenis con el
profesor del ídem y está casada con el príncipe encantador del subdesarrollo al
que cada vez que le preguntás cómo está te contesta ‘quemado’ y se cree
importante. Así, no hay cuerpo que aguante. “Me tienen harrrrrta, podriiiiida,
hace catorce años que lo único que hago es limpiar mocos y culos cagados, ¿qué
carajo se piensan que soy yo? A ver, Emilia, decime, vos seguro tenés forros en
la cartera, ¿no es cierto? ¿Sabés qué tengo yo? Termómetro, Ibupirac, curitas y
la receta de una torta de cumpleaños con forma de Transformer. Me estoy
ahogaaaando, me estoy ahogaaaando, me estoy ahogaaaando…”, repetía al mismo
tiempo que se balanceaba de manera peligrosa, onda Rainman, y se largaba a
llorar a moco tendido. “Tranquilizate, Luisi,” alcanzó a decir Vero mientras yo
trataba de abrazarla, con todo el espíritu de guardavidas que pude encontrar en
mi ser. “No me puedo tranquilizar, a estos pendejos, que les juro que los amo
con toda mi alma, un día de estos los prendo fuego, un día de estos les voy a
dar tantas patadas que les voy a dejar el culo como mandril. ¿Saben lo que les
dije el otro día? No me hablen más, esto que ven no es mamá, es un holograma,
mamá se fue a Jamaica con un negro y no piensa volver por un tiempo, estoy
loca, desquiciada, soy la peor madre del universoooo.” “No, Luisi, no es así”,
alcanzó a decir Vero. “Siiiiií es así, no me contradigan, lo único que necesito
es que me digan a todo que siiiiií”, y lloraba y lloraba, se terminó todo el
rollo de cocina. Nosotras, ante tamaño pedido de que la tratáramos como una
loca y viendo cómo su cara pasaba de ser la imitación perfecta de Jack
Nicholson en El resplandor a la de Andrea del Boca en Celeste, siempre Celeste,
nos limitamos a respirar hondo y a escucharla en un respetuoso silencio. “Y al
marido perfecto con el que me casé que no puede parar de irse de viaje, a ese
turro que me dice ‘bueeeeno, pero estoy trabajando’, la puta que lo parió, como
si yo me estuviera rascando la quetejedi todo el día, qué se piensa, la
diferencia es que el termina su jornada laboral y está en la Quinta Avenida y
yo me tengo que conformar con salir a pasear por el medio del culo del mundo y
con mirar los putos bichitos de luz, a ese hijo de puta lo voy a cagar, les
juro, tan cagado. Miren lo que tengo acá”, dijo y nos mostró un número de
teléfono anotado en una servilleta de papel con dibujitos de granitos de café
que sacó de adentro de una lata de pimentón español. “Ajá”, dijimos al unísono.
“Es el número de Gabriel.” “¿Qué Gabriel?”, parecíamos Nu y Eve. “Gabriel
González, ¿no se acuerdan?” Al ver nuestra cara de no tener la menor idea,
gritó con una sonrisa, “Chicas, mi novio de la secundaria, lo encontré por
Facebook.” Por las santas pelotas de Marquitos Zuckerberg, a cuánta gente más
le va a cagar la vida este pendejo, nadie se da cuenta de que es al pedo tratar
de enganchar gente por ahí, quién va a poner entre sus intereses que es
fanático de los Wachiturros o que su máxima fantasía es casarse con la Tigresa
del Oriente y hacer un trío con Wendy Sulca, por favor. De tanto comer lechuga
para no engordar se han olvidado de cómo se pela una chaucha, entonces se ponen
nostalgiosas, vuelven al pasado a reencontrarse con sus amores, my Zeus. “Por
ahora estamos rescatando algo tierno de la infancia, pero les aseguro que esta
vez si me tengo que tirar un tirito me lo tiro.” Mientras que no sea en la
cabeza, pensé yo pero no dije porque no quise dar ideas. Bueno, en realidad
como decía mi abuela, peor es nada, qué sé yo, si le hace bien, yo no puedo
pensar en mi amor adolescente sin vomitar y que me agarre un deseo irrefrenable
de irme a vivir a Tanzania… Siempre la exageración, Emilia, si al final no te vas
ni a Villa Caraza, dejate de joder.
99. Mujer soltera busca
2 (y, aunque no busque, la encuentran carajo mierda)
Qué costumbre
de mierda que tenemos las minas de olvidarnos de lo que nos pasó. Ya sé que la
memoria es selectiva, que una no se acuerda de lo que no le conviene decía mi
abuela, que a veces una así se protege pero, la verdad… qué sé yo, la verdad no
existe. No aprendemos nunca, somos tartamudas psicológicas, amnésicas
emocionales, con el tiempo un recuerdo del orto se convierte como por obra y
gracia del espíritu santo en un pimpollo de rosa. Ojo, sólo estoy usando una
convención, a mí en general todas las flores me parecen una garcha. No hay nada
peor que venga un tipo a hacerse el caballero con un ramo de rosas; no, sí, hay
algo peor, que llegues a la casa y te reciba escuchando a Luis Miguel, me
revienta que se hagan los románticos. En realidad, hay muchas otras cosas
peores pero bueno no me quiero ir de tema, algo que como ya a esta altura todos
saben, me resulta absolutamente imposible. Siempre me termino yendo al carajo,
yo no sé por qué, debe de ser porque de chica… y daaale. Total, que estoy sola
en casa, tranquila, leyendo con mis gatos (no, todavía no llegué al punto de
creer que mis gatos leen conmigo, ni le leo cuentos a mis gatos, aunque a veces
les hablo, también cada tanto los puteo… focalizaaá boluuuda focalizaaá)… bueno
que ahí estoy, fumándome un puchito, tomando unos mates, cuando suena el
teléfono. “Hola, Emilia, ¿te acordás de mí?” Otra costumbre de mierda que tiene
la gente: pretender que una los reconozca por la voz, son todos pichones de
Sinatra; a ver, no es tan difícil decir ‘Soy tal y cual…’, por favor. Yo para
que no se enojen (porque se molestan si no te das cuenta de quién carajo son
los hijos de puta) he llegado a sostener conversaciones telefónicas
absolutamente vacías sin nunca saber con quién. Por ejemplo: ‘Hola, ¿cómo
estás?’ ‘Bien, ¿y vos?’ ‘No me puedo quejar, el laburo bien y la familia
también.’ ‘Qué suerte.’ ‘¿Y vos cómo andás con las clases?’ ‘Siempre más o menos
igual, justamente ahora estoy entrando a una, disculpame pero tengo que
cortar.’ ‘Bueno, hablamos en otro momento, saludos a tu mamá.’ ‘Gracias, chau.’
Listo, quo vadis, vaffanculo. En realidad, quo vadis quiere decir adónde vas,
mirá si te lo voy a andar contando a vos que no te conozco, si ni yo tengo la
más reputísima noción de adónde voy... Mamita, cómo estamos hoy... Ahora que lo
pienso, también me ha sucedido de sostener este tipo de conversaciones con
gente con la que me he encontrado cara a cara en la calle, ¿me tendré que hacer
ver? Sí, Emilia, pero no por eso, son tantos los motivos que para qué, mejor lo
dejamos ahí. ¿Dónde estaba? Ah, sí, el muchacho de la voz intrascendente. Yo sé
que estamos en una época en la que hay que mejorar la dinámica humana, la
comunicación con los demás, disminuir el estrés y mejorar la calidad de vida,
pero como me cago en todo eso, le contesté, “No tengo la más puta idea.” “Soy
Julián”. “¿Weich?” “Jajaja, no, el amigo del primo de Vero, hace un tiempo
tuvimos un encuentro.” No entiendo de qué se ríe la gente, me pasa mucho en el
cine eso, cuando todos se descostillan a mí no se me mueve un músculo y cuando…
¡Basta! Leve, remotísima idea... “Aquella vez, nos pusimos un poco nerviosos,
no terminamos muy bien.” Ahora sí, con ese dato te re ubico, bombón, porque a
mí no me pasa nunca de ponerme nerviosa con un ñato. “Y entonces pensé que, a
lo mejor, si tenés ganás, podríamos volver a intentarlo.” Segundas partes nunca
fueron buenas, dice el refrán, pero, vamos, que el período de sequía es más que
importante, así que quedamos en que me pasaba a buscar el sábado. Por las
dudas, la llamé a Vero. “¿Un amigo de mi primo? ¿De cuál primo?” Listo, para
qué insistir, lo veré cuando lo vea, dejémonos sorprender, me dije en un rapto
de notable, ilustre y prestigiosa pelotudez. Por otra parte, como en la
reputísima vida de Mahoma a mí me va a pasar algo que corra mínimamente por los
carriles de lo que la sociedad llama normalidad, un día antes del encuentro, me
agarra la lluvia totalmente desprevenida, me empapo, sin un mínimo disfrute de
por medio, y al otro día despierto llena de mocos y con una voz de camionero
con la que no podía seducir ni a un tatú carreta. Llamo a mi asesora
farmacológica. “Hola, Nachalia, shoy Emilia.” “¿Quién? Vos no sos mi amiga,
nene, ¿por qué no te vas a hacerle bromas a tu tatarabuela?” Somos todas un
encanto. “Shí, shoy yo, toy desfiada.” “¡Estás hecha percha, nena!” “Pod esho
te shamo, tengo que salid con un pibe, ¿me podésh ayudad?” “Ya salgo para allá.”
Viene a casa, me hace tomar un cocktail de no sé cuántos sobrecitos y pastillas
efervescentes y un té con miel y alcohol, receta de su padre que, según ella,
no falla nunca. Conclusión, en un par de horitas estaba hecha una reina. Un
poquito acelerada, eso sí. Convengamos en que a mi lado Maradona en el mundial
de Estados Unidos hubiera parecido una tortuga. Me arreglé y esperé. Cuando
bajé, y le vi la cara, por las santas pelotas de Funes el memorioso, cómo me pude olvidar del
campeón de la salsa pomodoro y el cine coreano. Me vino todo junto a la cabeza
y me quise amasijar. Pero ya era tarde. Qué iba a hacer, ya lo tenía ahí
adelante. Dar media vuelta y subir por donde había bajado era una buena opción
que en ese momento, dada la cantidad de droga lícita que tenía en mi cuerpo, no
contemplé. El pibe cuyo nombre no recordaba seguía teniendo la misma cara de
bragueta triste y semi boludo de antaño, adornada ahora por una ridícula barba
candado. Me esperaba sentado en los escalones de la entrada, el morral de cuero
sobre las rodillas. Qué lindo detalle. Que cómo estás, que qué bien, que qué
suerte, que pensé que nos podíamos dar una segunda oportunidad, que todas las
mismas pelotudeces que se dicen en esos casos en los que nadie sabe qué carajo
decir. El tema era que, si bien cuando me vio se paró para saludarme, después
se volvió a sentar, y no se levantó más. Yo no entiendo, se querría hacer el
romántico, pero que alguien por favor me explique dónde mierda puedo yo
encontrar romanticismo si se me enfría el culo en el cerámico. Encima no paraba
de hablar y de gesticular exageradamente, y a mí me pone nerviosa la gente que
no puede dejar las manos quietas, porque si no las va a poner donde las tiene
que poner que se las meta en el bolsillo, o en el culo, o en su bolso
posmoderno pero que no me las mueva delante de la cara porque además tengo
mucha efedrina en mi organismo y en cualquier momento se las muerdo, no sé si
me entendés. “Mirá lo que te traje”. Abre el puto morral y saca un cd,
‘Canciones para andar en bicicleta’. “Decime que trabajás para la municipalidad
y te sobró de la última campaña que hicieron para promocionar las bicisendas,
no que lo compraste pensando en mí, por favor.” “Siempre la misma chistosa vos,
está buenísimo.” “Sí, me imagino, pero bicicleta yo no tengo viste.” “Lo podés
escuchar en tu casa, tontona (juro que dijo tontona y no se puso colorado el
hijo de puta), te ayuda a despejarte. ¿A vos no te gusta poner la mente en
blanco cada tanto?’ “¿Para ir ensayando cómo se siente estar muerta? No,
gracias.” “Qué loca que sos. ¿Y qué estás haciendo últimamente, Emilia?” Ando
aceptando invitaciones de pelotudos que no recuerdo e inconcientemente buscando
motivos para clavarme la treinta y ocho en el paladar blando, fue lo primero
que me vino a la cabeza pero, tratando de controlarme, contesté: “Lo de
siempre, más o menos.” “¿Y no estás haciendo ningún curso?” Están raros, los
tipos están muy raros. Yo tenía hambre; a remar, mi amor, vamos a remar, mi
amor. “No, la verdad que no.” “Yo estoy haciendo uno de griego antiguo.”
I-rre-mon-ta-ble, surrealismo puro, misterio del universo, por qué carajo un
tipo te invita a salir si lo único que te puede meter en la cuchufla es una
bolsa de rolito me pregunto yo. “Yo preferiría ir a la guerra de almohadas en
Palermo.” “¡No me digas que fuiste a la última! ¿Viste que buena estuvo? Qué
lástima que no nos pusimos de acuerdo, podríamos haber ido juntos.” Too much.
“A ver, Ju-lián, me está dando un poquito de frío, ¿vamos a ir a comer? ¿cuál
es tu plan?” Le pregunté fantaseando ilusamente que me dijera ‘subir a
calentarte negra, te gustó la jodita que te hice’; parece que todavía creyera
en los reyes magos yo. “Justamente, quería invitarte a comer a un restaurante
nuevo que hay acá cerca, orgánico, y después si tenés ganas podemos ir a un
recital de música peruana que da un amigo mío.” “No, no, no, no, en primer
lugar yo necesito carne, sobre todo en este momento; en segundo lugar, lo más
cerca que pensé estar de la música peruana esta noche era soplándote la quena,
mi amor, ¿qué me estás diciendo? ¿para qué carajo me llamaste?” “Te llamé
porque pensé que tal vez aquella noche estabas nerviosa y que no eras así, pero
veo que me equivoqué, ¿y vos por qué aceptaste?” “Pero de qué te la das, vos me
invitaste porque hace mucho que no le das de comer a tu amigo y si seguís así
se te va a morir famélico, bodoque culoroto, y yo acepté porque no tenía la más
puta idea de quién eras, nabo de cuarta, porque si me llego a acordaaaarrrr…’
Me interrumpió, no me dejó terminar la frase, y yo enfedrinada hasta la médula…
“Bueno bueno, yo estoy en una etapa en la que trato de no confrontar así que
Emilia vamos adonde vos quieras y después vemos.” “Pero si vos ves menos que
Andrea Bocceli, ameba con patas, ¿por qué no te vas a cagar a la Isla de Pascua
y de paso te conseguís un par de huevos? Antes de seguir conversando con vos,
me voy a mirar la transmisión del rally mundial de burros para consolarme a ver
si por lo menos puedo pispear un pito que valga la pena en esta puta ciudad todo
se incendia y se va y ya me hiciste ir al carajo no sé ni lo que digo; andá a
hacerte una enema de Cachamai y después cagá jugo de pasto orgánico, pelotudo.”
Y sí, ya todos saben que cuando se me sale la cadena, de mi boca sólo salen
pétalos de rosa. Me di vuelta y finalmente subí por donde había bajado. La puta
madre, ya no paso ni de la puerta, vamos cada vez peor.
100: …
No me llevo
bien con los pájaros así que prefiero cien volando a tener uno en la mano y
correr el riesgo de que me cague. Ladrón que roba a ladrón merece que lo metan
en una pieza de dos por dos con el otro y se arreglen. Ser un cien-pies me
encantaría, sólo para tener cincuenta pares de zapatos. Ciento por ciento, vaya
Alá a saber qué. Hay males que sí duran cien años o más, lo que pasa es que
como nos morimos antes no nos enteramos. Cien veces no debo, o sí, qué sé yo.
Total que ya van cien. Me han dejado, me han roto las pelotas; hice terapia,
dejé, volví y volví a dejar y el marote bien gracias; pensé sobre el famoso
amor, hice cursos de filosofía y de otras yerbas también; visité brujas y hasta
me tenté leyendo el horóscopo; soporté cuernos, propios y ajenos; me enfermé,
me curé; salí con señores mayores, también con pendejos; fui a la playa más de
una vez y se me soltó la cadena muchas más; empecé a ir a la peluquería y
seguí; me hice la boluda, salí como una reina y también rota y mal parada;
terminé definitivamente con uno, me entusiasmé con el fútbol y me llenaron el
arco de goles; tomé vino, cerveza, daikiris y alguna que otra cosita también,
fumé, sí fumo, ¿y?; sufrí a Mami, casi tanto como la peleé y la abracé; tuve
pensionistas que me vaciaron la heladera y por suerte no me llenaron la cocina;
laburé, conocí gente, escuché un millón de pelotudeces y dije otras tantas. Cien.
Una porquería exquisita.
Y así quedó La Emilia, escrita
entre los años 2008 y 2010, inconclusa, como no podía ser de otra manera…
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