Cumplidas ciertas formalidades,
puedo prometerte también mi silencio.
Para algo somos católicos.
El Evangelio según Van Hutten
Abelardo Castillo
puedo prometerte también mi silencio.
Para algo somos católicos.
El Evangelio según Van Hutten
Abelardo Castillo
“Los hombres se enamoran de las putas y se casan con las maestras jardineras y, como yo no tengo la menor intención de casarme, imaginate las cosas que te voy a hacer esta noche”.
Mandó el mail y apagó la computadora. Entre el trabajo pendiente y la ansiedad, el día se le iba a hacer corto. No quería distraerse más. Cruzó el patio de adoquines y golpeó la vieja puerta de madera y vidrio.
-Adelante – escuchó.
Antes de entrar se acomodó el hábito.
-Buenos días, madre superiora, quería pedirle permiso para salir esta noche. Mi abuela no se encuentra bien y quisiera ir a visitarla.
-¿Otra vez?
-Está viejita la pobre, y vive sola.
-Bueno, hermana, vaya, vaya… Incluso, si la ve muy mal, puede quedarse a pasar la noche con ella. Eso sí, mañana a primera hora la quiero de vuelta acá.
-Gracias, madre, no sabe lo que esto significa para mí, Dios la bendiga.
Seis meses atrás, el colegio donde había hecho el secundario, y del que ahora era maestra, organizaba una cena con todos los ex alumnos para celebrar el cincuenta aniversario de su fundación. No habría ido si la madre superiora no se lo hubiera pedido de manera tan irremediable.
-No puede no asistir, hermana, si usted vive acá – fueron sus exactas palabras.
En la misa previa no vio a nadie conocido y, por un instante, se sintió aliviada. Sus ex compañeros, pocos, porque sólo doce habían terminado quinto año, formaban un grupo muy compacto del que nunca se había sentido integrante. El interés por verlos después de veinte años era prácticamente nulo.
Cuando terminó la ceremonia salió al patio. El agobio diferido había vuelto. Ahí estaban. Todos juntos. Algunos más cambiados que otros, más gordos o pelados. Se acercó tímidamente y le dio un beso a cada uno. Cuando el resto de los ex alumnos empezaba a moverse hacia el patio central de la escuela para la cena, alguien propuso:
-Che, ¿y si nosotros nos vamos a otro lado? Los que fuimos juntos a Bariloche nada más. Acá no vamos a poder hablar y encima nos vamos a tener que comer los discursos de los curas.
-Pero queda mal – dijo ella.
-¿Y a quién le importa? Sacate la túnica del cerebro por un ratito, dale.
Fueron a una pizzería no muy lejos. Estaban todos menos Gustavo.
-Yo cada tanto lo veo o hablamos – dijo Néstor – La mujer está embarazada y creo que esperaba para esta fecha, a lo mejor por eso no pudo venir.
-¿Por qué no lo llamás y le avisás que estamos acá? A ver si se va al colegio.
Mientras Néstor trataba de ubicarlo se pusieron al día con las novedades. Una se casó, otra se divorció y otra tuvo trillizos. Uno llegó a grabar un disco y a hacer un par de recitales pero terminó vendiendo rollos de alambre de exportación para mantener a la familia, otro era médico, otro hacía poco se había animado a anunciarle a todo el mundo que se iba a vivir con Francisco. Hablaron de viajes, bodas, nacimientos, muertes, recuerdos. Escuchó una vez más las anécdotas del viaje a Bariloche que tanta risa les daba, aunque a ella un poco menos porque la madre no la había dejado ir. Ella no los miraba; los observaba, los estudiaba. Sobre todo a las mujeres, quienes de golpe se le volvieron miembros de una casta inútil. “Lo único que les importa es el cuerpo. Bueno, basta, porque si no mañana me voy a tener que confesar otra vez”.
Mientras les contaba cual era su trabajo en el colegio, reconoció en todos esa mirada de párpados semi caídos y esa sonrisa vacía, recta, de labios cerrados, que conocía demasiado bien y le molestaba. Esa cara que ponían cuando no la dejaban ir a algún recital o la iban a buscar a un asalto a las diez de la noche. La misma que a veces cerraba un poco más los párpados y los labios cuando los profesores y las monjas la ponían de ejemplo. Un mínimo cambio de gesto que significaba mucho. Y dolía más. Por un momento, casi se deprime.
Justo entró Gustavo y ella respiró y no puedo evitar los nervios.
2 comentarios:
Ah...no!! Y cuándo viene la continuación? Me encantó, das un certero golpe con la frase inicial para que luego el relato se vaya desarrollando suavemente y sin prisas.
Será ésta una perra encubierta, o la pobre monjita que da el mal paso por reivindicar su adolescencia?
Quiero el final!!!
Beso grande.
qué bueno que volviste, JULI!!! ya va el final, ya va. beso grande.
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