sábado, 2 de agosto de 2008

Gregorio, el torpe.

Gregorio siempre tuvo el mismo problema. De chiquito a muchos, a la mayoría – a todos, en realidad – les daba risa; por ejemplo, cuando a los doce meses trataba de dar sus primeros pasos y se llevaba todo por delante.
Ahora que tiene cuarenta años también se ríen, aunque resulta un poquito más patético. Nadie se explica cómo ni a la puerta le emboca, pobre.
En realidad, los objetos le juegan sucio.
A él las llaves y los anteojos, por ejemplo, no se le pierden, se le esconden. Las escaleras se aplanan de golpe con tal de que se caiga. Los cuchillos se deslizan silenciosamente hasta su dedo justo en el preciso instante en que él esta cortando la carne y levanta la vista para ver el noticiero. Y cuando va a servirse el vino, con el pie izquierdo no tiene más remedio que tocar la pata de la mesa, el vaso se corre y la botella lógicamente parece reírse mientras vierte el líquido, por supuesto todo afuera.
Y así, una mañana, en el revuelto de páginas en que se había convertido el diario mientras desayunaba, al lado de la mancha de café con leche, vio un aviso importante. “Terapias breves de disfunciones”. “Justo para mí”, pensó. No entendía muy bien las abreviaturas que completaban el aviso, pero creyó que “eyac.prec.” e “impot.” debían de encajarle. Después de todo, cualquiera fueran, las disfunciones siempre eran disfunciones. Llamó y concertó una cita para esa misma tarde. Casi no llega. Varias veces se le cayó el jabón mientras se bañaba, y el muy guacho la misma cantidad de veces se le puso justo debajo del pie.
Después de algunos contratiempos inevitables (la puerta del ascensor le agarró la manga de la camisa, que por otra parte llevaba fuera del pantalón porque antes de salir fue al baño, se le rompió el cierre y ya no tenía tiempo para cambiarse) llegó al consultorio. Los cuadros que adornaban las paredes le llamaron la atención pero, por las dudas, no se quiso acercar demasiado para verlos mejor. La secretaria le cobró los ciento cincuenta pesos de la consulta y le indicó que esperara. Apenas entró, la doctora lo miró por encima de sus anteojos y anotó algo.
-Usted dirá, Gregorio, en qué lo puedo ayudar.
-Bueno, no sé cómo explicárselo, doctora, no es fácil.
-Animesé, por favor.
-A mí las cosas… es como que se me anticipan, salen disparadas antes de lo que yo quiero.
-Ajá – dijo ella con cara de entender.
-Y siempre termino teniendo accidentes, que me dan mucha vergüenza.
-Comprendo, comprendo, continúe.
-Y yo no sé qué hacer. A veces prefiero directamente no hacer nada. Y es ahí cuando sufro, cómo decirle, no me sale la palabra…
-¿Impotencia?
-¡Exacto, doctora! Esa es la palabra. En resumen, yo quiero pero no puedo. ¿Usted cree que me puede ayudar?
-Sí, por supuesto. Mire, para empezar le voy a recetar unas pastillitas que hacen maravillas. Se me toma una todos los días, con el almuerzo. Va a ver que a la noche está fuerte como un toro.
-Eso es lo que necesito, doctora, fuerza.
-Claro, claro. Hágalo durante una semana y venga a verme el miércoles que viene.
-Gracias, doctora, gracias.
-Por favor, es mi obligación. Antes de irse, no se olvide de pedirle el turno a mi secretaria. Hasta luego.
Salió del consultorio bastante satisfecho. La doctora le había caído bien. Lo había comprendido enseguida. Ojalá pudiera ayudarlo.
Al cerrar la puerta de calle se agarró un dedo y, al sacudir la mano para aliviar el dolor, se le enredaron las piernas y el piso lo recibió duramente. Sin despegar todavía la nariz de la baldosa escuchó un pedacito de un tango que salía del bar de al lado. Le llamó la atención.
Se paró, entró y se pidió un café y una ginebra. Escuchó el tango, pagó, salió otra vez a la calle y tiró la pastillita de la doctora. No hacía falta. Nada iba a cambiar. Se dio cuenta de que todo estaba escrito en algún lugar y de que cualquier esfuerzo resultaría inútil.
“Nació un día que estaba borracho Dios”, decía el tango. Y entonces, por primera vez, se sintió importante. No cualquiera tenía la suerte de constituir la prueba viviente, como él, de que ni siquiera el Maestro era perfecto.

9 comentarios:

El antifaz dijo...

Exagerar un defecto no nos convierte en ese defecto. Si lo aceptamos, será un defecto más. ¡Cuántos gregorios conozco! Hay uno que me llama especialmente la atención porque siempre se asoma al espejo a la misma vez que yo.
Besos.

Yahuan dijo...

resulta que... tampoco hubiese sido tan malo si él hubiese aceptado vivir con ello, no que se hubiese resignado, sino que hubiese estado en paz con esa parte de sí tan accidentada.

Hay otros problemas, que sin embargo, carcomen para encontrar solución, ¿y adivina quiénes somos los culpables?

1 beso

Clo dijo...

me robaste una sonrisa...

El Hombre de la Baraja de la Derrota dijo...

un palcer leerte
todos los post que lei o visite desde un vuelo tienen cosas que me gustan

me gusta la pluma que sale de ti
y con mucho de verguenza te invito a visitar mi blog y si consideras que amerita dejar comentarios no se si estare a tu altura
mi literatura es basica y burda
sin tecnica o por lo menos asi lo creo yo
gracias perdon por la molestia y el abuso
saludos

Federico dijo...

ah! linda vueltita



te saludo desde la capital del desencanto

tb espero tu visita

Mandragora dijo...

Hola amiga, resulta que miré en mi buzón de correo y me encontré con un enlace a tu blog y me pareció un poco raro, pero me dió curiosidad y quise ver, y con lo que ví, no me decepcioné...

Soy jóven, pero también me gustaría publicar algún día mis libros.

Un saludo desde España.

Ahm mi blog (de pelotudo o no):
www.somtots.blogspot.com

Pásate cuando quieras.

Adriana Menendez dijo...

antifaz: todos tenemos algo de gregorio, aunque no nos llevemos nada por delante, gracias, saludos.

yahuan: culpables?...culpables? no entiendo, o mejor dicho, no me gusta, me llevo muy mal con esa palabreja... "la vida es injusta", sí señor, no le agreguemos más culpa; beso.

clo: gracias por la sonrisa, beso.

señor de las barajas: gracias por los elogios, ya pasé por su blog, obviamente, y dejé mi comentario, saludos.

fd: cualquiera sea la capital desde donde escribe, gracias por darse una vuelta, nos seguimos leyendo, saludos.

amigo jau: gracias, conozco los poemas que aparecen en somtots, no son para nada pelotudos.. publique, jau, publique, beso.

Anónimo dijo...

muy bueno! me hiciste reir. Me encanto.
Y la resolucion es barbara.
Me gustó tu blog.
Volveré por acá.

Saludos

Adriana Menendez dijo...

gracias! y nos seguimos leyendo, capitán. saludos