sábado, 28 de febrero de 2009

el de la monja. (Segunda y última parte)

Había sido su único amigo en la adolescencia. Lucía daba por sentado que alguna vez serían novios, aunque él le contaba de las chicas con las que salía. Ella escuchaba, segura de que la reservaba para algo más importante. Esperando, imaginando la casa que podrían comprar, con por lo menos dos chicos, en lo posible varones, jugando en el patio y cerca de la casa de la mamá para que pudiera ayudarla. Cuando terminaron el secundario, la novia de ese momento quedó embarazada, Gustavo se casó, y Lucía entró al convento. A los dos años se separó pero para cuando ella se enteró ya estaba otra vez en pareja, entonces siguió en el convento.
-Me van a tener que disculpar che, pero sólo vine a saludar diez minutos nada más, Vero está fatal. Me tengo que ir.
-Yo también me voy – dijo Lucía.
-Te llevo. ¿Vas de vuelta al cole, no?
-Sí.
Salieron del bar y, mientras caminaban hasta el estacionamiento Gustavo, en un acto reflejo, le puso la mano en el hombro como cuando era chicos. Lucía no se daba cuenta, pero ya había tomado la decisión.
En el viaje, le contó de su primera esposa, de su segunda mujer, de los hijos que había tenido con aquélla y de los que ésta quería tener y a los que él no se podía negar. Él habló, como siempre; y ella escuchó, también como siempre.
Cuando faltaban un par de cuadras para llegar, Lucía le pidió que se detuviera.
-Te quiero pedir un favor.
-Sí, Lu, lo que quieras.
-Un beso.
Silencio.
-Nunca me besó un hombre y quiero saber lo que se siente. Y me parece que si no lo hago hoy, con vos y con la cerveza que tomé, no lo hago más.
Él no dijo nada y le dio un piquito.
-No, no, beso, beso, Gustavo, como a las demás.
Sintieron miedo, cada uno de sí mismo, pero la curiosidad de ambos fue demasiado fuerte como para no intentar conocerse más. Resorte escondido, broma de Dios, código no escrito, entrelíneas pendiente; Lucía no supo ni le interesó definirlo. La naturalidad con la que un cuerpo virgen y aún firme de treinta y ocho años puede llegar a entregarse sorprendió gratamente a Lucía. Era él el que había decidido profanarse, ella sólo no intentó detenerlo. El estallido no dejó lugar para las palabras. Como si nada hubiera sucedido, antes de bajar dijo:
-Suerte en el parto de tu mujer. Voy a rezar para que todo salga bien.
Él apenas pudo asentir con la cabeza.



-¿Cuánto hace de esto, Gustavo?
-Seis meses; te juro que no sé qué hacer, Néstor. A mí nunca me gustó Lucía, vos lo sabés bien, pero no puedo zafar, te juro. Al principio fue la novedad, justo Vero estaba por parir, yo me sentía muy desplazado, entendés, pasando por un mal momento…
-Pero pará, ¿cuántos malos momentos pensás tener en tu vida vos?
-Bueno, che, todos tenemos un muerto en el placard.
-Vos ya te juntaste un cementerio, negro, no me verseés más, si yo te entiendo, ¿quién no se hizo el bocho con hacerle el favor a una monjita alguna vez? ¿Te acordás de la que nos daba religión en tercer año? Es más, te aplaudo.
-La verdad, entre nosotros, no sabés lo buena que está.
-Tampoco me hagás la cabeza.
-Y no te imaginás lo que lee, hasta se las arregla para sacar películas y copia todo, es una maestra.
-Y dale, ¿qué querés? ¿Que explote?
-El tema es que ya fue, me la quiero sacar de encima, pero tengo miedo que le cuente todo a Vero. Un poco pirucha está, mirá el mail que me mandó hoy.
-A la mierda, voy a terminar pidiéndote que me la prestes un rato…. No me mirés así, es un chiste… Qué sé yo, si no te cierra más la historia cortala y listo…. ¿Usa ligas?
-Algunas veces y otras….
-Basta, basta, no me contés más. No me quiero ni enterar. Igual la cortaría, viste. Pensá en Vero, en los chicos….
-Qué sé yo, por otro lado….
-Uy, parecés una mina con tantas vueltas. Me cansaste. – Y, como en confesión, agregó, - No sabés cómo me gustan las ligas.



Esa noche, Gustavo no sabía qué hacer. Aunque estaba casi seguro de que no iba a aceptar, no podía dejar de proponérselo. Lucía lo escuchó sin esquivar nunca la mirada y sin emitir un solo sonido. Él no sabía cómo interpretar su cara.
-¿Y? ¿Qué hago? ¿Lo llamo para que venga o no?
El silencio lo confundía. Lucía se sumergió en sospechas. Hasta que sintió que la rueda era imparable y, en un acto desinteresado de egoísmo, aceptó.
Superados los lógicos nervios iniciales, entre risas desordenadas, miradas revueltas y palabras enredadas que los aturdieron, definieron, serenaron y extraviaron, los tres murieron y resucitaron varias veces esa noche. Fue una maratón de infieles, inexpertos y benévolos rezos.
Unas horas después, volvió el silencio. Los tres boca arriba, ella al medio, admirándose en el espejo. Gustavo jugueteó unos minutos con los botones de las luces, después se levantó y empezó a vestirse.
-¿Ya nos tenemos que ir?- preguntó Lucía.
-Sí, es tarde.
-Pero es muy temprano para que sea tan tarde.
-Yo mañana me tengo que levantar a las seis.
-Yo no, me puedo quedar otro rato si querés – intervino Néstor.
-Buenísimo – se entusiasmó Lucía.

Fue la última vez que vio a Gustavo, pero no lloró.
Néstor la definió como el cigarrillo, siempre la estaba dejando.
A la próxima reunión de ex alumnos no fue ninguno de los tres.

viernes, 27 de febrero de 2009

el de la monja. (Primera parte)


Cumplidas ciertas formalidades,
puedo prometerte también mi silencio.
Para algo somos católicos.
El Evangelio según Van Hutten
Abelardo Castillo





“Los hombres se enamoran de las putas y se casan con las maestras jardineras y, como yo no tengo la menor intención de casarme, imaginate las cosas que te voy a hacer esta noche”.
Mandó el mail y apagó la computadora. Entre el trabajo pendiente y la ansiedad, el día se le iba a hacer corto. No quería distraerse más. Cruzó el patio de adoquines y golpeó la vieja puerta de madera y vidrio.
-Adelante – escuchó.
Antes de entrar se acomodó el hábito.
-Buenos días, madre superiora, quería pedirle permiso para salir esta noche. Mi abuela no se encuentra bien y quisiera ir a visitarla.
-¿Otra vez?
-Está viejita la pobre, y vive sola.
-Bueno, hermana, vaya, vaya… Incluso, si la ve muy mal, puede quedarse a pasar la noche con ella. Eso sí, mañana a primera hora la quiero de vuelta acá.
-Gracias, madre, no sabe lo que esto significa para mí, Dios la bendiga.



Seis meses atrás, el colegio donde había hecho el secundario, y del que ahora era maestra, organizaba una cena con todos los ex alumnos para celebrar el cincuenta aniversario de su fundación. No habría ido si la madre superiora no se lo hubiera pedido de manera tan irremediable.
-No puede no asistir, hermana, si usted vive acá – fueron sus exactas palabras.
En la misa previa no vio a nadie conocido y, por un instante, se sintió aliviada. Sus ex compañeros, pocos, porque sólo doce habían terminado quinto año, formaban un grupo muy compacto del que nunca se había sentido integrante. El interés por verlos después de veinte años era prácticamente nulo.
Cuando terminó la ceremonia salió al patio. El agobio diferido había vuelto. Ahí estaban. Todos juntos. Algunos más cambiados que otros, más gordos o pelados. Se acercó tímidamente y le dio un beso a cada uno. Cuando el resto de los ex alumnos empezaba a moverse hacia el patio central de la escuela para la cena, alguien propuso:
-Che, ¿y si nosotros nos vamos a otro lado? Los que fuimos juntos a Bariloche nada más. Acá no vamos a poder hablar y encima nos vamos a tener que comer los discursos de los curas.
-Pero queda mal – dijo ella.
-¿Y a quién le importa? Sacate la túnica del cerebro por un ratito, dale.
Fueron a una pizzería no muy lejos. Estaban todos menos Gustavo.
-Yo cada tanto lo veo o hablamos – dijo Néstor – La mujer está embarazada y creo que esperaba para esta fecha, a lo mejor por eso no pudo venir.
-¿Por qué no lo llamás y le avisás que estamos acá? A ver si se va al colegio.
Mientras Néstor trataba de ubicarlo se pusieron al día con las novedades. Una se casó, otra se divorció y otra tuvo trillizos. Uno llegó a grabar un disco y a hacer un par de recitales pero terminó vendiendo rollos de alambre de exportación para mantener a la familia, otro era médico, otro hacía poco se había animado a anunciarle a todo el mundo que se iba a vivir con Francisco. Hablaron de viajes, bodas, nacimientos, muertes, recuerdos. Escuchó una vez más las anécdotas del viaje a Bariloche que tanta risa les daba, aunque a ella un poco menos porque la madre no la había dejado ir. Ella no los miraba; los observaba, los estudiaba. Sobre todo a las mujeres, quienes de golpe se le volvieron miembros de una casta inútil. “Lo único que les importa es el cuerpo. Bueno, basta, porque si no mañana me voy a tener que confesar otra vez”.
Mientras les contaba cual era su trabajo en el colegio, reconoció en todos esa mirada de párpados semi caídos y esa sonrisa vacía, recta, de labios cerrados, que conocía demasiado bien y le molestaba. Esa cara que ponían cuando no la dejaban ir a algún recital o la iban a buscar a un asalto a las diez de la noche. La misma que a veces cerraba un poco más los párpados y los labios cuando los profesores y las monjas la ponían de ejemplo. Un mínimo cambio de gesto que significaba mucho. Y dolía más. Por un momento, casi se deprime.
Justo entró Gustavo y ella respiró y no puedo evitar los nervios.

miércoles, 18 de febrero de 2009

el del adolescente.


Le tuvo miedo en un exacto,
preciso sentido: lo desconoció.
El mandato
José P. Feinmann




- Tengo algo que comunicarles: no voy a seguir estudiando y tampoco por ahora voy a trabajar; total papá, estuve pensando que, con la plata que juntaste, de comer no nos va a faltar.
Gabriel tenía diecisiete años, acababa de terminar el secundario y esto lo dijo en medio de una cena silenciosa más. Raúl y Lidia levantaron la vista por un instante y luego siguieron comiendo. Evitaron mirarse, para no desatar otra vez ese rosario de reproches que ya sabían de memoria.
-No quiero ser pesada, pero yo te dije que esto iba a pasar – dijo la abuela, sentada a la punta de la mesa.
Raúl tiró los cubiertos sobre el plato.
-Así que no querés estudiar ni trabajar, ¿y qué quiere hacer el rey de Persia?
-No sé, papá.
-Sí que sabés, querés ser un vago. Es un comienzo. Piojoso, pero comienzo al fin. Lo que me gustaría entender es de dónde sacás esas ideas. ¿No me ves a mí, que con cincuenta y siete años me sigo rompiendo el culo doce horas por día?
-No te pongas nervioso, Raúl, acordate del corazón.
-Pero qué corazón ni ocho cuartos, Lidia, no me rompás las pelotas, por favor. Estás equivocado, yo no me sacrifiqué para esto, todo lo contrario. Mañana mismo quiero ver en esta casa un papelito que diga en qué carrera te anotaste, - decía mientras no dejaba de golpear el dedo índice sobre la mesa - si no te venís a trabajar conmigo al negocio, o elegís la sucursal que quieras. ¿Qué te pensás? ¿Qué la cago yo la plata?
-Pero a mí no me gusta el negocio, papá.
-Entonces te conseguís otro trabajo… de repositor de supermercado, de barrendero… no me importa. Y si no te vas de casa.
-Tampoco es necesario ser tan duro, querido, podemos hablar...
-No soy duro, Lidia, soy realista. No me vengas con que hay que hablar, y toda esa mierda que vos estudiaste. Por favor, berrinches de nenes de mamá a mí, justo. Yo sé cómo manejar esto, quedate tranquila. Ya vas a ver como todo va a marchar como Dios manda.
-Entonces, ya que no vamos a hablar y no tengo más hambre, ¿me puedo ir a mi cuarto?
-Andá, andá, que mañana te tenés que levantar temprano.
Cuando Gabriel se fue, Raúl siguió.
-Si no quiere estudiar, mejor, menos pajaritos en la cabeza. Empieza conmigo en el negocio y cuando vea todas las chicas que pasan por ahí se va a entusiasmar.
-Tampoco tiene por qué ser así, Raúl, al chico no tienen por qué gustarle las mismas cosas que a vos.
-¿Cuántas veces te tengo que decir que si lo seguís consintiendo te va a salir puto?
-¿Sabés una cosa? Me tenés podrida. Terminá de cenar con tu mamá.
Raúl, sorprendido y sin palabras, la miró a la madre.
-Ahora es tarde - concluyó la abuela.



Al otro día a la mañana, Lidia se alegró cuando bajó a desayunar y lo encontró en la cocina.
-Menos mal que no te fuiste, Gaby.
-No ves que nunca entendés nada, mamá. No soy un rebelde.
-Hijo, yo entiendo que estás atravesando una etapa de la vida particularmente difícil...
-Por favor, ahorrame el discurso. Hace tantos años que dejaste la psicología, ¿tenés que volver a ejercer conmigo? ¿Ves? ¿Por qué vos podés decidir no hacer nada y yo no?
-Primero, porque no es que yo no hago nada, no tenés idea de la cantidad de cosas que hago por día; y segundo, porque no lo necesito.
-Y yo tampoco. Si lo que tenemos nos alcanza para los cuatro; o para los tres dentro de poco, porque a la abuela mucho no le queda.
-No te pases de la raya.
-Si vos tampoco te la bancás más, ¿qué decís?
-¡Sh! Que no te escuche tu padre. Igual ese no es el tema. No es lo mismo, Gabriel. Tenés diecisiete años, algo tenés que hacer.
-Puede ser, pero estudiar, trabajar, casarse, tener hijos… ¿para qué, mamá? A ver, ustedes lo hicieron y no veo que sean más felices por eso.
-No seas irrespetuoso. Y terminá rápido el desayuno que en diez minutos llega la arquitecta que contraté para remodelar la cocina.
-Ok, perdón.
Gabriel se agarró la última tostada y se fue de nuevo a la cama. No salió de su habitación hasta que la cena estuvo servida.
Intercambiaron pocas palabras cotidianas, simples formalismos educados. Recién en el postre, Raúl preguntó:
-Y, ¿qué vas a hacer?
-Mañana me anoto en abogacía.
-Así me gusta, ¿ves como hablando se entiende la gente?
-Ay, ¡qué suerte! Hagamos un brindis. Te sirvo un poquito de vino a vos también, Javi.
-Usted poco, mamá, la presión, acuerdesé.
Los cuatro agarraron sus copas.
-Por nosotros – propuso Lidia.
-Y, cambiando de tema, ¿tenés novia, nene? – preguntó la abuela.


domingo, 8 de febrero de 2009

el de la boda.



Todo el tiempo había que estar dando a luz un estilo,
una marca personal, en un parto constante.
La guerra de los gimnasios – César Aira




Las bocas se cerraron de golpe. Todos trataron de hacer como que no había pasado nada. Alguien tosió, otro tomó agua y un tercero levantó una servilleta del piso. Rompió el silencio, justamente, la protagonista del episodio, Carmen.
-Y bue, pasó un angelito, decía mi abuela.
El esposo, subgerente del banco, festejó un hipotético chiste y los otros tres hombres de la mesa, gerentes todos ellos, lo acompañaron; entablando un diálogo de risas exageradas donde las palabras no eran necesarias para hacerle notar que estaban con él.
Mientras las tres esposas correspondientes a esos tres señores esbozaban una mínima sonrisa; ella, no. La hasta ese momento animada conversación se fragmentó en pequeños diálogos de a dos o a lo sumo de a tres. Él aprovechó y, por lo bajo, de modo muy dulce y entre dientes, le dijo:
-¿Te volviste loca? Es el casamiento de la hija de mi jefe. ¿Cómo se te ocurre eructar?
-Se me escapó, che. No puedo tomar vino porque decís que se me sube a la cabeza y hago papelones, y bueno, la Coca es así…. Además, me puse nerviosa por lo de la media.
-¿Qué media?
-La mía, ¿cuál va a ser? ¿No ves que me la enganché en la silla? Con lo que me salieron... Es tu culpa, tanta presión, tanta presión… ¿Qué hacemos acá, Javi, con estos pitucos? ¿Por qué no nos vamos a casa?
-No empecés otra vez.
-Ya sé que es para que estemos mejor los dos, pero yo creo que…
No la dejó terminar.
-Lo que yo creo es que este no es momento para discutir. En casa te explico, ¿te parece?
Dicho esto, cada uno miró hacia lados contrarios y por un momento las nucas parecieron saludarse.


...y esta media corrida que todos me van a ver si me paro, justo ahora me dan ganas de ir al baño, no me pueden ver este agujero, tengo que estar a la altura, si no para qué hago el curso de buenos modales... pobre javier con todo lo que se esfuerza lo tengo que poder acompañar, es por el bien de los dos, si no la tía eva va a tener razón y en cualquier momento me cambia... tené en cuenta que él ahora en el banco se codea con otra gente tiene otro roce nena, me dice, no como vos en la escuela... siempre da buenos consejos la tía por qué no estará acá ahora, seguro que en la cartera hubiera tenido un esmalte para tapar el agujerito y la media no se corriera así no me puedo ni mover el agujero se va a hacer más grande... y ya no doy más de ganas de hacer pis no sé qué hacer...

-¿Estás bien?
-Sí, ¿por?
-Estás un poco pálida.
-Deben ser los nervios.
-Tranquilizate, todo va a salir bien. Si ya se pusieron a hablar otra vez. No pasa nada.


...en el fondo es bueno javier, a veces se saca pero siempre vuelve, igual no voy a ir al baño me voy a aguantar por lo menos hasta después del vals, ahí sí cuando todos se paren nadie me va a mirar, mientras tanto me tengo que distraer con algo... mejor miro a esta gente, así aprendo un poco…mm… qué raro, esa levanta el meñique cuando toma vino a mí me enseñaron que así no se hace, seguro que entendí mal, y esta de acá al lado no me engaña el perfume que tiene puesto es trucho … buena imitación pero para las dos de la mañana no huele más a nada, menos mal que a mí Nancy me sacó una muestra gratis de la farmacia… lo tengo que cuidar como oro en polvo porque se me está terminando, en la semana cuando salgo de la escuela paso a tomar unos mates a ver si tiene otro...


-¿Y vos qué hacés, querida? – escuchó que le preguntaban.
-Soy maestra en la Normal Nº 3.
-Qué interesante, ¿y dónde queda esa escuela?
-En Las Ranitas.
-Ay no sabía que el jardín Ranitas Felices también tenía una escuela.
-No, señora, en la villa Las Ranitas.
-¿En las villas hay escuelas? Y después se quejan, pero si es lo que yo digo siempre, una pasa por ahí y se cansa de contar antenas de televisión. Si sos de ahí, querida, te pido disculpas viste, pero la verdad no ofende.
-No, señora, no nací ahí.
-Ay, menos mal.


...pero estas minas qué se piensan que son, y javier qué me mira así, qué hice yo ahora, lo único que falta es que no pueda ni decir dónde trabajo... y cómo les sonríe el hijo de puta, cómo se atreve a decirle que tiene razón y a festejarles los chistes a estas viejas nariz parada, pero no se acuerda de dónde salió, todo tiene un límite, al final me va a hacer calentar... uy sonamos, el gordo se puso a contar sus últimas vacaciones en brasil, y ahora a escuchar todos los viajes que hicieron cuando se podía, má sí, yo me tomo una copa de vino, esto es un embole...

-En los subtes de París, en todas las estaciones hay mapas con lucecitas y si uno aprieta el botón correspondiente a la estación donde quiere ir se ilumina todo el recorrido, es maravilloso – contó asombrada la esposa del que había ido a Brasil.
-Es que es el primer mundo, no hay nada que hacerle – añadió Javier, y todos asintieron.


...pero ¿cuánto hace que esta no se toma un subte acá? y javier qué habla si lo más lejos que fue es a mar del tuyú... cómo habla esta gente dale que va otra vez a brindar por los novios cómo pueden ser tan amigas estas tipas si no se vieron nunca antes me pregunto yo... y esta música por favor cuando mi vecino escucha la cumbia villera es un negro de mierda acá es cul... yo ya no entiendo más nada...


-¿Me servís más vino, Javier, por favor?
-A mí también, please, dulce.


...ah no, encima de gastar un montón de plata en un vestido que vaya a saber dios cuándo me lo vuelvo a poner, de tener que aguantar a estos conchetos agrandados, me lo van a querer levantar al javier, y este estúpido por poco se babea, no sé si matar a la muy yegua o quedarme viuda...

-No sabés, la semana pasada le robaron el auto a mi hijo.
-No te puedo creer, ¿le hicieron algo?
-Gracias a Dios, no, pero nos dimos un susto.
-Lo que pasa es que lo que hace falta acá es mano dura. Vas a ver que si hacen como en Japón y cada vez que robás te cortan un dedo se termina la joda. En cambio, acá entran por una puerta y salen por la otra.
-Pero por supuesto – dijo la que le había pedido vino a Javier, y agregó – Ay, me olvidé los cigarrillos en el auto, ¿no me los vas a buscar, mi amor?
-No se moleste, Garmendia, voy yo – se ofreció Javier.
-¡Qué divino! Gordi, dale las llaves. Gracias... eeemm... Jorge era tu nombre, ¿no?
-No, Javier – le aclaró Carmen.


...y el pelotudo va, no, si yo me quiero matar...
-¿Y qué opina una maestra que trabaja en las villas sobre la inseguridad? Debe de ser muy difícil, ¿no?
Carmen no supo explicarse por qué pero, de pronto, se olvidó de su ignorancia de protocolo y de que todos pudieran mirarla y notar el agujero en su media negra; grande, notorio, imponente, imposible de no ver ese agujero negro. Casi sin querer, tuvo su primer acto de rebeldía en muchos años, pequeño, insignificante, en el límite entre lo sublime y lo patético, como suelen ser todos los primeros actos.
-Ay, qué sé yo, la verdad entre el vino que me tomé y las ganas de mear que tengo no puedo pensar. Me van a tener que disculpar, pero tengo que ir al baño – y se paró.

lunes, 2 de febrero de 2009

el del suicida

La realidad duerme sola en un entierro...
La realidad baila sola en la mentira...
La colina de la vida
León Gieco






Uy, me morí, qué pelotudo, yo la quería asustar nada más, qué bárbaro, y bue, otra cosa que me sale mal para seguir deprimiéndome... la verdad, pensé que de un primer piso zafaba con algunas quebraduras, justo me vengo a golpear contra la maceta, un segundo y splash... el cerebro despatarrado, no creo que me lo puedan volver a juntar, igual si veo una luz por las dudas me alejo...

Santiago fue buen compañero, deportista, abanderado y monaguillo en misa de once los domingos. Muy querido y respetado por todos, en especial por las madres de sus compañeras, que se deshacían en cumplidos, abrigando la esperanza no tan secreta de que algún día su hija fuera la elegida. Lo invitaban a comer, lo convirtieron en el candidato natural para acompañar a las chicas cuando volvían tarde a la noche.
A Santiago le gustaba pensar en lo que pensaba, para no equivocarse, para no dar ningún paso en falso. Por eso estudió arquitectura. El estudio del padre ya tenía un prestigio ganado, que consideró una lástima desperdiciar. Y, de paso, le daba el gusto de que quedara en manos de la familia. Se convirtió en un excelente profesional.
Sin embargo, no era suficiente. Sintió que debía cumplir con otra asignatura si quería sostener su imagen. No era que no tuviese éxito también con las mujeres, todo lo contrario. Sabía ingeniárselas para que quisieran protegerlo y acompañarlo. Tuvo varias novias y muchas veces creyó estar enamorado pero, en algún punto de la relación, siempre se agotaba, encontraba algo que hiciera que no todo fuese perfecto como él pretendía.
Fue en ese momento que le presentaron a Pía. De buena familia, recién recibida en diseño de interiores. A la madre le cayó bien enseguida. Era, según sus palabras, la hija que siempre había querido tener. Eso fue lo que lo decidió. Se casó por civil, por iglesia, para dejar contentos a sus viejos, porque sí, porque ya tenía treinta y cinco años, para que su madre no siguiera pensando cosas raras, porque era lo que había que hacer y por otros cien motivos.
Al principio todo fue bien. O por lo menos normal. O por lo menos lo que él consideraba normal.
Después de un par de meses de convivencia, todo disminuyó un poco, incluso el sexo. Entre el trabajo en la oficina, las visitas a las obras y los problemas financieros, llegaba a la noche más que muerto. Y Pía también, porque había ido paulatina y sorprendentemente aumentando su interés por practicar en la casa lo que había estudiado.
Y así pasaban el tiempo juntos.
Cada tres o cuatro meses cambiaban algún mueble, aunque sólo fuera de lugar, y cada veinte o treinta días hacían lo que correspondía.
Y ella hablaba, hablaba cada vez más.
De esto, de aquello, de la madre, de la suegra, de la vecina, del sillón que había visto en el shopping, de la empleada que limpiaba mal, de la empleada que planchaba peor y de la que no sabía cocinar alimentos orgánicos.
Y él escuchaba, escuchaba cada vez menos.
Una noche, después de cenar, Santiago trataba de leer y ella trataba de que él no pudiera.
¿Querés un té?
¿Querés un café?
¿Cómo te fue hoy?
¿Llamaste a tu mamá?
¿Le compraste el regalo a papá?
Mirá que el sábado es el cumpleaños y vamos a cenar.
Viene mi tía Elsa del campo.
A propósito de mi tía, toda mi familia no deja de preguntarme cuándo vamos a encargar.
¿No te parece que ya es tiempo?
Así me entretengo un poco, ya no sé qué más hacer todo el día sola.
Lo dijo así, sin mucho énfasis, entre sorbo y sorbo de té de rosa mosqueta y mientras acomodaba los libros de arte y de estancias argentinas que tenía en la mesa ratona del living. Y Santiago, que entre esos otros cientos de motivos que había tenido para casarse, figuraba el que lo molestaran lo menos posible, no aguantó más y se tiró.


...no me di cuenta y se me pasó la vida por adelante en un segundo... es verdad lo que dicen entonces... y bue, parece que estoy listo nomás... pobre, espero que papá se consiga un buen empleado que le maneje el estudio... la que se va a querer morir es mamá, no sé si del dolor de no tenerme o del dolor de no tener a quién joder... ay cómo grita esta mujer, por dios, qué escándalo... tanto chillido por un poco de sangre... qué más quiere, viuda, joven, con plata, enseguida va a conseguir alguien que la quiera inseminar... en cambio el chico... qué silencio respetuoso, cómo la consuela... y eso que le dejé el patio hecho un desastre, tan lindo que lo tiene... qué ojos verdes divinos, nunca lo había mirado bien... puta... me tuve que morir para darme cuenta...