miércoles, 10 de diciembre de 2008

el del abuelo

...it was something to have
at least a choice of nightmares.
Heart of Darkness
Joseph Conrad




Había guardado todo lo sucedido bajo noventa cadenas y setenta candados. Pensó que así podría seguir con su vida normal y hacer las paces con Dios. Pero poco a poco, sin darse cuenta hasta que fue demasiado tarde, las cadenas se le hicieron carne. Se fueron transformando y terminaron por convertirse en anacondas.
Ella las pudo dominar hasta ese día, una semana atrás. Era sorprendente que una mísera, triste y sucia tirita de cartón en la que se dibujaban dos rayitas rosadas tuviera semejante poder. Un positivo que no era otra cosa que la negatividad misma. Impensado. Imposible. Innombrable. Innecesario. El hijo y el hecho repetido una y mil veces que lo había engendrado.
Sintió que las anacondas despertaban, inquietas, fastidiosas, se revolvían y pugnaban por salir a la luz. Quería vomitar, liberarlas. Pero no podía hacerlo de una manera caótica ni desordenada porque entonces no quedaría nada en pie. Ni ella misma. Debía educarlas y mimarlas para que la obedecieran sin cuestionamientos. Tenía que hacerse amiga y enseñarles, como una buena madre, a quien atacar si no, desesperadas y medio ciegas no la reconocerían y terminarían devorándola por ser la única a la vista.
Todos se habían ido de un modo u otro. El padre accidentado y, tal vez, accidental. La madre, que en otro acto de extremo egoísmo, se había muerto cuando ella más la necesitaba. Las amigas que, desde la ignorancia absoluta, sólo demandaban.
El único que siempre estaba era el abuelo. Cuando a los doce años quedó sola, se la llevó a vivir con él. La atendió, se hizo cargo de su educación, le dio la seguridad que le hacía falta. Ella sabía que si estaba el abuelo nada demasiado malo podía sucederle. A cambio, se había comprometido a cuidarlo hasta su muerte y a hablar poco. Por eso no quería decirle nada. Al fin y al cabo, sentía que la culpa era de ella por no haberse cuidado.
Se lo había contado sólo a la vecina, la misma que le vendía los cigarrillos prohibidos, quien, a su modo, trató de ayudarla. Le dio un papelito con una dirección.
-No necesitás pedir turno, llevá la plata nomás. El embarazo es un estado maravilloso, lástima que la consecuencia sea un bebé. Ya vas a tener tiempo más adelante. Tenés dieciséis años nada más, sos muy chica para atarte.
“Tranquilas, queridas, tranquilas”, dijo mientras se acariciaba la panza, tirada en el sofá, los ojos fijos en el techo blanco. “Un último esfuerzo es lo que les pido, nada más”. Hasta que no empezó a hablar en voz alta, no se dio cuenta de la bronca que tenía.
Un sonido seco la sacó de sus pensamientos. El cuchillo que había dejado sobre la mesa la miraba desde el piso. El gato y el abuelo dormían plácidamente en el sillón del living como ella hacía noches no podía. No cabía duda de que era una señal. Dios se lo había puesto ahí a sus pies y parecía gritarle “no seas cobarde, terminá con esto de una buena vez”. Se paró y le dio un beso en la frente al abuelo, despidiéndose. Lo iba a extrañar.
Se vistió y escribió una carta explicando el porqué del suicidio y confesando todo lo que había hecho. Firmó como Bartolomé Miranda.
Cerró todas las ventanas, abrió las llaves de gas y agarró el gato. Salió a la calle, tomó un taxi y en silencio entregó el papelito con la dirección.

7 comentarios:

Juli dijo...

Vos seguí escribiendo así, y a mi se me van a acabar los sinónimos para elogiarte... ;)

Me encantó. Durísimo, pero como siempre muy bien escrito. Y me encantan esta clase de historias, las que te sugieren un montón de cosas, pero no te confirman nada. Muy buena.

Besos!!

Anónimo dijo...

hermano, por que decidiste eso.
menendez, no puedo contigo. me superas abiertamente

Adriana Menendez dijo...

muchísimas gracias, JULI, si se te terminan los sinónimos no te preocupes y repetí, que a mí tus elogios me encantan!!!! gracias y beso enorme.


ESPEJO: ¿tan mal te quedaste que no me podés mandar el abrazo de siempre? abrazo grande.

néstor dijo...

Inteligente como vas construyendo el relato con pequeños detalles que al final se magnifican. Tal vez, el más inteligente de todos sea el título.

Se disfruta tu escritura.
Un abrazo.

Adriana Menendez dijo...

muchas gracias por tus elogios, NÉSTOR. beso grande.

palabradelector dijo...

Yo creo que le falta porque no es tan simple el terminar una historia que compromete incluso al lector, digamos que a ciertos reclusos les habría caido muy bien tal detención, si la protagonista hubiera sido valerosa y exhibido ante un juez su situación, también cabe mencionar que se debería establecer el marco jurídico por si es que no le es legítima la negación de la consecuencia... tanta elucubración es lo que fascina del género que viene a ser como una planta que se atiende en un jardín, hasta que torna en frondoso árbol, sólo para que sirva de leña, sí, leña para fuego.

Qué me ha gustado más la narrativa y sus fabulosas metáforas. Genial.

Adriana Menendez dijo...

gracias por tu comentario, MEMO.