miércoles, 18 de febrero de 2009

el del adolescente.


Le tuvo miedo en un exacto,
preciso sentido: lo desconoció.
El mandato
José P. Feinmann




- Tengo algo que comunicarles: no voy a seguir estudiando y tampoco por ahora voy a trabajar; total papá, estuve pensando que, con la plata que juntaste, de comer no nos va a faltar.
Gabriel tenía diecisiete años, acababa de terminar el secundario y esto lo dijo en medio de una cena silenciosa más. Raúl y Lidia levantaron la vista por un instante y luego siguieron comiendo. Evitaron mirarse, para no desatar otra vez ese rosario de reproches que ya sabían de memoria.
-No quiero ser pesada, pero yo te dije que esto iba a pasar – dijo la abuela, sentada a la punta de la mesa.
Raúl tiró los cubiertos sobre el plato.
-Así que no querés estudiar ni trabajar, ¿y qué quiere hacer el rey de Persia?
-No sé, papá.
-Sí que sabés, querés ser un vago. Es un comienzo. Piojoso, pero comienzo al fin. Lo que me gustaría entender es de dónde sacás esas ideas. ¿No me ves a mí, que con cincuenta y siete años me sigo rompiendo el culo doce horas por día?
-No te pongas nervioso, Raúl, acordate del corazón.
-Pero qué corazón ni ocho cuartos, Lidia, no me rompás las pelotas, por favor. Estás equivocado, yo no me sacrifiqué para esto, todo lo contrario. Mañana mismo quiero ver en esta casa un papelito que diga en qué carrera te anotaste, - decía mientras no dejaba de golpear el dedo índice sobre la mesa - si no te venís a trabajar conmigo al negocio, o elegís la sucursal que quieras. ¿Qué te pensás? ¿Qué la cago yo la plata?
-Pero a mí no me gusta el negocio, papá.
-Entonces te conseguís otro trabajo… de repositor de supermercado, de barrendero… no me importa. Y si no te vas de casa.
-Tampoco es necesario ser tan duro, querido, podemos hablar...
-No soy duro, Lidia, soy realista. No me vengas con que hay que hablar, y toda esa mierda que vos estudiaste. Por favor, berrinches de nenes de mamá a mí, justo. Yo sé cómo manejar esto, quedate tranquila. Ya vas a ver como todo va a marchar como Dios manda.
-Entonces, ya que no vamos a hablar y no tengo más hambre, ¿me puedo ir a mi cuarto?
-Andá, andá, que mañana te tenés que levantar temprano.
Cuando Gabriel se fue, Raúl siguió.
-Si no quiere estudiar, mejor, menos pajaritos en la cabeza. Empieza conmigo en el negocio y cuando vea todas las chicas que pasan por ahí se va a entusiasmar.
-Tampoco tiene por qué ser así, Raúl, al chico no tienen por qué gustarle las mismas cosas que a vos.
-¿Cuántas veces te tengo que decir que si lo seguís consintiendo te va a salir puto?
-¿Sabés una cosa? Me tenés podrida. Terminá de cenar con tu mamá.
Raúl, sorprendido y sin palabras, la miró a la madre.
-Ahora es tarde - concluyó la abuela.



Al otro día a la mañana, Lidia se alegró cuando bajó a desayunar y lo encontró en la cocina.
-Menos mal que no te fuiste, Gaby.
-No ves que nunca entendés nada, mamá. No soy un rebelde.
-Hijo, yo entiendo que estás atravesando una etapa de la vida particularmente difícil...
-Por favor, ahorrame el discurso. Hace tantos años que dejaste la psicología, ¿tenés que volver a ejercer conmigo? ¿Ves? ¿Por qué vos podés decidir no hacer nada y yo no?
-Primero, porque no es que yo no hago nada, no tenés idea de la cantidad de cosas que hago por día; y segundo, porque no lo necesito.
-Y yo tampoco. Si lo que tenemos nos alcanza para los cuatro; o para los tres dentro de poco, porque a la abuela mucho no le queda.
-No te pases de la raya.
-Si vos tampoco te la bancás más, ¿qué decís?
-¡Sh! Que no te escuche tu padre. Igual ese no es el tema. No es lo mismo, Gabriel. Tenés diecisiete años, algo tenés que hacer.
-Puede ser, pero estudiar, trabajar, casarse, tener hijos… ¿para qué, mamá? A ver, ustedes lo hicieron y no veo que sean más felices por eso.
-No seas irrespetuoso. Y terminá rápido el desayuno que en diez minutos llega la arquitecta que contraté para remodelar la cocina.
-Ok, perdón.
Gabriel se agarró la última tostada y se fue de nuevo a la cama. No salió de su habitación hasta que la cena estuvo servida.
Intercambiaron pocas palabras cotidianas, simples formalismos educados. Recién en el postre, Raúl preguntó:
-Y, ¿qué vas a hacer?
-Mañana me anoto en abogacía.
-Así me gusta, ¿ves como hablando se entiende la gente?
-Ay, ¡qué suerte! Hagamos un brindis. Te sirvo un poquito de vino a vos también, Javi.
-Usted poco, mamá, la presión, acuerdesé.
Los cuatro agarraron sus copas.
-Por nosotros – propuso Lidia.
-Y, cambiando de tema, ¿tenés novia, nene? – preguntó la abuela.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

bueno adri pero, q mas pasa? para mi es trolo bs

Adriana Menendez dijo...

el niño en cuestión será lo que tú quieras, querido ANÓNIMO. beso.